“Refugiados”: pensar la crisis europea de 2015-2016

Resumen

La trama de la serie “Refugiados” se desarrolla sobre el telón de fondo de una llegada masiva de refugiados que vienen del futuro. Con ello, los productores y guionistas tenían la intención de hacer pensar a los espectadores sobre las actitudes que tenemos a veces con los migrantes. La falta de preparación de los Estados, los prejuicios xenófobos, los mecanismos de violencia mimética y de identificación de chivos expiatorios y el papel de la religión respecto a la acogida o no de migrantes son algunos de los temas que salen a relucir en la serie y que encuentran su parangón en otros tantos aspectos de las respuestas europeas a la crisis de los refugiados.

Palabras clave: refugiados, aporofobia, chivo expiatorio, identidades culturales/religiosas

Refugiados

Es  una serie de televisión escrita y dirigida por Ramón Campos, Gema R. Neira, Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, entre otros y producida en España y Reino Unido por la BBC Worldwide y Bambú Producciones para La Sexta. Rodada en su mayor parte en España pero en inglés, se estrenó el 3 de septiembre de 2014 en el Festival de Televisión de Vitoria y empezó a transmitirse el 7 de mayo de 2015 en todos los canales de Atresmedia.

Aunque tiene elementos de ciencia-ficción, ya que el contexto de la trama es la llegada de un contingente de refugiados provenientes del futuro, y por ello podemos catalogar la serie en ese género, en mi opinión, es sobre todo una historia entre el suspense y el drama, con más de lo segundo que de lo primero.

Tres mil millones de refugiados llegan desde el futuro, huyendo de una muerte segura.

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La cifra es astronómica y evidentemente, la envergadura de la migración sobrepasa totalmente la capacidad de acogida de la población del presente. Así, los refugiados tienen que ir instalándose donde pueden, en las ciudades y en las zonas rurales, constituyendo un problema tanto para las instituciones como para los ciudadanos: no hay locales para acogerles, no hay suficientes mantas, ni víveres. La situación, caótica y abrumadora, despierta el sentido humanitario, la generosidad y la caridad de vecinos y autoridades, pero también el recelo, el miedo y, cada vez más, el rechazo.

Uno de los refugiados, Alex, llega en plena noche a casa de la familia Cruz a pedir acogida. Los Cruz –Samuel, Emma y su hija Ani– viven en un pequeño pueblo de montaña, en España. Asustados al principio, dudan si darle o no acogida y deciden dejarle dormir en la caseta de las herramientas, al menos esa primera noche. A partir de aquí, la serie se centra en la historia de estos cuatro personajes. Sin embargo, en lugar de referirme a la trama central en este artículo voy a fijarme en el telón de fondo: la llegada de un enorme número de migrantes forzados y el trato que les proporciona la población de acogida.

Los creadores de la serie la concibieron con una doble finalidad: en primer plano, el drama de Alex y los Cruz y, en segundo plano, la cuestión de la inmigración.

Queríamos hablar de algo muy actual como es la inmigración y de cómo eso afecta realmente a la gente –explicaba Gema R. Neira, una de las guionistas principales–. Cómo gente que tenía unos pensamientos muy de izquierdas al ver cómo la llegada de toda esa gente pone en peligro su futuro, el de su familia, su trabajo y la comida de sus hijos se empieza a radicalizar y lo peligroso que es ese planteamiento (Arias, 2015).

Efectivamente, se aprecia con claridad la intención de los guionistas de romper una lanza en favor de los inmigrantes, especialmente, los desplazados forzosos o refugiados, y de hacer que los espectadores reflexionen sobre sus actitudes con respecto a ellos. De hecho, la serie nace de una reflexión acerca de nuestro comportamiento con los migrantes:

si nos comportamos como nos comportamos con los inmigrantes a veces, ¿cómo nos comportaríamos si eso sucediese con nuestros propios hijos? Si los que llegasen fuesen nuestros hijos que vienen del futuro 40 años después y llegan a nuestras casas, ¿cómo los aceptaríamos? (Ramón Campos en Atresmedia, 2015)

La serie tiene, por tanto, una finalidad educativa. Quiere sensibilizar al público con respecto a las difíciles situaciones que viven los inmigrantes entre nosotros y fomentar una actitud de comprensión y de empatía. Puesto que los refugiados de la serie son del futuro cercano, podrían ser nuestros hijos o nietos. Se trata, claramente, de pedirnos que nos pongamos en su lugar y que nos preguntemos cómo querríamos ser tratados nosotros o cómo querríamos que tratasen a nuestros hijos. Es pues, “una serie para reflexionar”, como dice su creador (Ramón Campos en Onda Cero, 2015).

La crisis de los refugiados de 2015 y 2016

Es curioso que “Refugiados” plantea el problema de cómo enfrentarse al mayor éxodo de la historia de la humanidad, poco antes de que se produzca la que se ha conocido como “crisis europea de los refugiados”. La serie se estrena en 2014, año en el que la UE ya estaba asistiendo a un aumento considerable de solicitudes de asilo: unos 260.000 en 2012, 431.0000 en 2013, 627.000 en 2014… Sin embargo, en 2015, no solo continuó el aumento, sino que, en pocos meses, el número se multiplicó por dos: ¡1.26 millones en 2015! ¡Y otras tantas en 2016! (Eurostat, 2019)

https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/images/d/dd/Asylum_applications_%28non-EU%29_in_the_EU-28_Member_States%2C_2008%E2%80%932018_%28thousands%29_YB19_3.png

La serie deja claro que se trata de refugiados y no de otro tipo de migrantes. No son sólo personas que buscan una vida mejor para sí y para sus familias, sino que son migrantes que no tenían otra opción razonable más que salir de su país. “Tuvimos que irnos para sobrevivir”, explica Alex a Samuel. De este modo, los guionistas adoptan la noción amplia de “refugiados” –que, por otro lado, es la empleada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Hay autores que prefieren restringir el uso del término “refugiado” a aquellas personas que encajan en la definición de la Convención de Ginebra (Cherem, 2016). Según ésta,

“refugiado” es cualquier persona que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él” (Convención Sobre el Estatuto de los Refugiados 1, A)

Sin embargo, la realidad es que hay muchas personas absolutamente necesitadas de protección internacional que no entran en esta definición porque no han salido huyendo de persecución por alguno de esos cinco motivos. Por eso, el ACNUR ha adoptado hace tiempo una definición mucho más amplia, que incluye a personas que huyen de “amenazas serias e indiscriminadas contra la vida, la integridad física o la libertad como resultado de violencia generalizada o eventos que perturban seriamente el orden público” (Glossary). En esta definición –mucho más comprehensiva– entran, por ejemplo, los refugiados sirios que llamaban a las puertas de Europa en 2015 y 2016, los de Eritrea, Sudán del Sur, etc.

Los refugiados de la serie de Atresmedia vienen huyendo de una enfermedad que ha llevado a la humanidad al mayor desastre humanitario de la historia.

No podían quedarse allí. No tenían opción. La temática no podía ser más actual, ni la reflexión más urgente. Millones de personas en el mundo no tienen otra opción más que salir huyendo de su país de residencia en busca de protección internacional. Los guionistas y productores de la serie quieren que nos preguntemos: “¿qué haríamos ante una llegada masiva de refugiados?” Pero, en realidad, no es necesario utilizar el condicional hipotético, basta con analizar lo que hicimos los europeos en 2015 y 2016, lo que hemos seguido haciendo desde entonces y lo que deberíamos hacer mejor en el presente y en el futuro.

Más aún, no se trata solo de la crisis europea, sino que la urgencia de la situación de los refugiados es fundamentalmente una cuestión global. Hay 70,8 millones de desplazados forzosos en el mundo en 2019. De ellos, 41,3 millones están desplazados dentro de su propio país, 25,9 millones son refugiados y 3,5 millones son solicitantes de asilo. Sólo el 16% de los refugiados viven en países desarrollados, mientras que el otro 84% habita en países en vías de desarrollo. Es más, un tercio de los refugiados –6,7 millones– viven en los países menos desarrollados del mundo (UNHCR, 2019).

La serie “Refugiados” ilustra magistralmente el carácter global y apremiante del drama y de la injusticia que sufren los migrantes forzosos. La exageración de tres mil millones de refugiados crea una atmósfera de invasión y de desbordamiento en todo el planeta; no cabe mantenerse al margen: o se les ayuda o se les expulsa. Incluso si se les muestra indiferencia, ésta no es una simple omisión de ayuda a alguien que dicen que sufre en la lejanía, sino a alguien que, sin culpa por su parte, se ve abocado a la indigencia y al desamparo total aquí, frente a mí, a mi lado. Se trata de alguien cuyo rostro real me interpela. (Levinas, 1987, págs. 208-220)

Recelo ante el migrante

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Sin embargo, la primera reacción ante el inmigrante pobre es la de recelo. El primer episodio de la serie lo ilustra a la perfección: Alex, un refugiado desconocido, con mal aspecto, llama en plena noche a la puerta de los Cruz. Samuel, el marido, quiere acogerlo aunque, como es lógico, tiene sus reservas. Su mujer, Emma, se niega rotundamente a dejarle entrar en casa: “No pienso dejar que duerma bajo el mismo techo que mi hija”, asegura. Al final, tras una breve discusión, optan por permitirle dormir en la caseta de las herramientas. La reacción de Emma es la más recurrente entre los personajes de la serie. La gente del pueblo, con honrosas excepciones, tiende a desconfiar de los recién llegados. Más adelante, Emma reafirmará su postura al aleccionar a su hija: “Es un extraño. Nunca te fíes de extraños”

Éstos llegan completamente desnudos, lo que no deja de ser una excelente metáfora de la situación de indigencia en la que se encuentran los migrantes forzosos del mundo real tras su arduo periplo. De hecho, es precisamente esta desnudez la que nos produce desasosiego y nos mueve a rechazarlos. En este sentido, parece acertada la observación de Adela Cortina en su libro Aporofobia (2017), quien afirma que no se trata tanto de un rechazo al extranjero (xenofobia) cuanto al pobre (aporofobia). En efecto, nadie siente rechazo, miedo o recelo frente al turista holandés o americano adinerado, bien vestido, que cena en los mejores restaurantes de las playas mediterráneas. Es el extranjero pobre, el inmigrante desposeído el que nos preocupa y nos asusta. Salen huyendo de una situación de conflicto, de violaciones de derechos humanos o de un desastre natural; dejan su casa, su trabajo, sus seguridades, su familia, etc.; se embarcan en un penoso viaje, en el que puede que se jueguen la vida e incluso la vida de sus hijos; y cuando por fin creen haber llegado a un puerto seguro en el que recibirán refugio y protección, se encuentran con vayas, muros, detenciones, devoluciones en caliente; en una palabra, con rechazo o, como mínimo, con difidencia y sospecha por parte de las sociedades denominadas “de acogida”.

La percepción de los refugiados como una carga e incluso como una amenaza es un telón de fondo constante en la serie. Uno de los sentidos en los que se les ve como amenaza es que constituyen una carga económica ya que se considera que van a agotar los recursos que el Estado debería dedicar al bienestar social de la población autóctona. Además, vienen en busca de trabajo y se piensa que van a quitarnos a nosotros y a nuestros hijos los puestos de trabajo. Félix, uno de los vecinos y amigos de Samuel Cruz, cuando éste último le conmina a ayudarles, ya que no deberían abandonar a esas pobres personas a su suerte, le responde: “Sí, pero no voy a dejar que se coman la comida de mis hijos”.

Los refugiados como “chivos expiatorios”

Por otro lado, se les considera sospechosos. Se produce un robo en una tienda e inmediatamente alguien apunta: “han sido los refugiados”. Alguien comete una violación y se acusa en primer lugar a los refugiados. Entran a robar en casa de Félix y enseguida piensa que han sido los refugiados. Por supuesto que hay criminales entre los refugiados; igual que los hay entre la población local. Pero los refugiados tienden a ser más sospechosos que los demás. En expresión de René Girard diríamos que tienden a desempeñar el papel de “chivo expiatorio”.

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Girard es, con toda probabilidad, el pensador contemporáneo que más ha trabajado este concepto. Según su análisis de numerosísimos mitos de muy distintas religiones,[1] las situaciones de crisis social tienden a llevar a persecuciones colectivas, previa identificación de un cabeza de turco, un pretendido culpable o grupo de culpables, que va a servir para expiar la violencia de la multitud y restaurar el orden social. Ahora bien, de los estudios girardianos resulta que este mecanismo de violencia mimética que encontramos en los mitos, no es sino un reflejo de lo que realmente sucede en todas las sociedades humanas: el estudio de las persecuciones colectivas de todos los tiempos atestigua la presencia ubicua del mecanismo y ofrece una caracterización recurrente del tipo de personas seleccionadas como chivo expiatorio. Es propia de dicho estereotipo la acusación de crímenes violentos y desestabilizadores de la sociedad: “los crímenes sexuales, la violación, el incesto la bestialidad. Los que transgreden los tabúes más rigurosos respecto a la cultura considerada son siempre los invocados con mayor frecuencia” (Girard, 1986, págs. 24-25).

Pues bien, precisamente, la violación es uno de los tres crímenes achacados a los refugiados en la serie. En este particular la serie se hace eco de las tristemente famosas violaciones perpetradas en distintos países europeos, entre 2015 y 2017, ya presuntamente, ya ciertamente cometidas por refugiados. Algunas de las acusaciones se demostraron verdaderas, otras quedaron sin probar y otras resultaron ser falsas o no haber sido cometidas por refugiados (Zaleski, 2016) (Spiegel, 2018). En cualquier caso, lo que fueron crímenes cometidos por individuos y, por tanto, acciones de responsabilidad individual, se convirtieron en algunos casos en generalizaciones simplistas contra las personas refugiadas en su conjunto. Algunos casos aislados –no por ello menos execrables o menos merecedores de un severísimo castigo– llevaron a sectores de la opinión pública a colgar el sambenito de “criminales” y “violadores” a los refugiados en general. Si se leen, por ejemplo, los comentarios a los artículos de medios digitales sobre estos crímenes, se observa que muchos de ellos identificaban con gran simpleza refugiado y violador o refugiado y criminal.[2] Se produce una generalización que, como hemos visto, según Girard, es característica del estereotipo del chivo expiatorio.

Pero los crímenes de los que se acusa a los chivos expiatorios no son solo de naturaleza sexual, sino que se trata en general de crímenes “fundamentales: lesionan los fundamentos mismos del orden cultural” (Girard, 1986, pág. 25). Crímenes violentos, religiosos, de hechicería, traición o envenenamientos colectivos están entre las tipologías más comunes. En la serie “Refugiados”, encontramos la acusación de transmitir la enfermedad que estaba a punto de acabar con la humanidad en el futuro. Finalmente, según Girard,

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En el caso que nos ocupa, los habitantes del pequeño pueblo de montaña acaban expulsando a la fuerza a los refugiados, como veremos más adelante

En cuanto a la crisis de los refugiados en la UE en 2015-2016, el crimen más fundamental y amenazante para las sociedades europeas del que fueron acusados los refugiados fue, sin duda, el terrorismo. No hay crimen más temido por las sociedades democráticas avanzadas. El terrorismo y especialmente el del asesino suicida -por su poder destructor y por lo extremadamente difícil que resulta identificar y detener al criminal cuando va a cometer el atentado- supone la peor amenaza para la sociedad. Y precisamente, la acusación de terrorismo fue la más generalizada y extendida en Europa contra los refugiados. De hecho, como veremos a continuación, la posible amenaza para la seguridad nacional se convirtió en uno de los principales motivos aducidos por los países europeos para blindar sus fronteras contra la llegada de solicitantes de asilo. Por otro lado, cundía también entre la población el miedo a que los refugiados vinieran a Europa como caballo de Troya del Daesh. Adela Cortina se hacía eco de esta identificación ilegitima en su “Decálogo para la crisis de los refugiados”, cuando afirmaba en el sexto punto de su propuesta:

Tenemos que distinguir de forma diáfana entre el drama de los refugiados y el terrorismo yihadista. Debemos ser firmes frente a los grupos interesados en utilizar esta cuestión como coartada para cerrar puertas o estigmatizar a los refugiados. Plantear un falso dilema entre libertad o seguridad es inadmisible” (Cortina & Torreblanca, 2016).

La conexión exagerada entre refugiados y terrorismo

Es cierto que en algunos –muy pocos– casos aislados hubo refugiados que cometieron atentados en Europa durante 2016 y 2017, pero muchos medios de comunicación y autoridades políticas europeas exageraron la conexión entre refugiados y terrorismo hasta darle una magnitud totalmente desproporcionada, fomentando así el crecimiento de una mentalidad anti-refugiados. La Europol declaró como “peligro real e inminente” la posibilidad de que “la diáspora de los refugiados sirios fuera vulnerable a la radicalización y a ser reclutados por extremistas islámicos” (Europol, 2016). El presidente húngaro Viktor Orban tildó a los refugiados de ser el “Caballo de Troya del terrorismo” (Brundsen, 2017). El propio Daesh aprovechó la coyuntura para infundir terror en las poblaciones europeas, declarando que habían inflitrado a cuatro mil de sus miembros entre los solicitantes de asilo que llegaban a Europa (Scarborough, 2017).

Sin embargo, parece ser lo cierto que fueron ciudadanos europeos y no refugiados los que cometieron la inmensa mayoría de los atentados yihadistas en 2016 y 2017. Según un estudio del Instituto Danés de Estudios Internacionales, sólo cuatro solicitantes de asilo y ningún refugiado estrictamente hablando, estuvieron involucrados en los numerosos atentados terroristas de 2016 y 2017 en la Unión Europea (Crone, Falkentoft, & Tammikko, 2017). Esto no quiere decir que la relación entre migración y terrorismo sea inexistente o desdeñable, pero sí ilustra de manera ejemplar la exageración fantástica y la generalización de la acusación al colectivo de los refugiados. Una característica más del estereotipo del chivo expiatorio tal y como Girard lo describe en sus análisis.

Una vez identificados los refugiados como la víctima propiciatoria, la multitud actúa implacable expulsándolos por la fuerza. Lo hacen liderados por Óscar, el dueño de la tienda de armas, personaje violento y pendenciero que consigue que la multitud se amotine en contra de los refugiados. Primero se quejan al alcalde, Víctor, que con muy buena intención pero pocos recursos, intenta calmar a los vecinos asegurándoles que la situación está bajo control y que están esperando instrucciones más precisas y asignación de medios por parte del gobierno. Esas instrucciones no llegarán, como tampoco lo harán los medios necesarios para aliviar siquiera mínimamente las condiciones infrahumanas en las que viven los refugiados.

Se ve aquí un trasunto bastante explícito de la actitud de las autoridades españolas y de la mayoría de los Estados Miembros de la UE, quienes repetían como un mantra que no podían actuar por separado acogiendo o ayudando a los refugiados, sino que debían primero ponerse de acuerdo todos los socios europeos. Ese acuerdo nunca se produjo y la mayoría de los Estados de la Unión consiguieron que pasaran dos o tres años sin conceder asilo más que a unos pocos refugiados. Mientras que en Turquía se agolpaban casi tres millones de refugiados a finales de 2016, España no había concedido asilo más que a trece mil personas, la mitad de las cuales ya tenían el estatus de refugiado antes de que estallara la crisis de 2015. Otros países de la UE tenían menos refugiados acogidos a finales de 2016: Hungría tenía 4.748, Portugal 1.194, Eslovaquia 990, Eslovenia 462, Letonia 349, Estonia 322[3] y así muchos otros países europeos que, mientras en los países menos desarrollados se hacinaban millones de refugiados y mientras varios millones apelaban a Europa para buscar asilo, preferían mirar a otro lado incluso ante la muerte de casi nueve mil migrantes en el Mediterráneo en tan sólo dos años. (European Parliament, 2017).

Volviendo a la serie, después de enfrentarse repetidamente tanto al alcalde como a Hugo, el jefe de policía, quienes intentan mantener la calma y ayudar en la medida de lo posible a los numerosos refugiados llegados al pueblo, la multitud, acaba por forzar la dimisión de Hugo, poniendo al violento Óscar al frente de las fuerzas de seguridad. Con él al mando y en una situación de caos generalizado, terminan echando a los refugiados a la fuerza entre gritos, amenazas y empujones. Podríamos, pues, decir que el mecanismo del chivo expiatorio que se observa en los mitos de todas las civilizaciones y que la serie “Refugiados” ilustra, se reprodujo, por enésima vez, en la Europa de 2015-2016.

Xenofobia

A lo largo de toda la serie se ve claramente cómo el pueblo, atónito al principio y sumido en la confusión ante la llegada repentina y masiva de los refugiados, van poco a poco dejándose llevar por las voces que señalan a los recién llegados como una carga y una amenaza. Uno de los motivos de esta creciente mentalidad de rechazo al inmigrante lo expresa el propio Óscar en una de las discusiones públicas y acaloradas con Víctor, el alcalde. Aquél, hablando en nombre del pueblo –que se siente mucho más identificado con él que con su representante político oficial– le espeta al alcalde: “Queremos que se vayan para que todo vuelva a ser como antes”.

Óscar, enfurecido, trata de justificar su odio hacia el otro.

El miedo a que los extranjeros cambien su cultura, el estilo de vida del pueblo, las costumbres y patrones sociales de raigambre secular, es uno de los ingredientes del “miedo al otro”, significado etimológico de “xenofobia”.

Pero no es sólo miedo o recelo al que es “xeno”, “otro”, sino que es también desprecio y complejo de superioridad con respecto a él. El extranjero es alguien que no llega a tener la dignidad del autóctono y por ello no merece tener los mismos derechos. Esta actitud la encarna Félix, un vecino acomodado, buen esposo, buen padre, buen ciudadano que decide “acoger” a algunos de los recién llegados. No les deja entrar en casa: viven en la caseta de los aperos y trabajan todo el día para él. “Mi hija me llama racista porque no quiero acogerles en casa”, le confiesa entre incrédulo y desconcertado a su amigo y vecino Samuel Cruz. Éste, viendo cómo los refugiados trabajan para él con tesón, todo el día y sin quejarse, le pregunta: “¿Y cuánto les pagas?”. A lo que Félix responde algo contrariado: “Tienen comida y un sitio donde dormir. ¿Qué más quieren?”.

Para completar la descripción psicológica del xenófobo buena persona, la serie presenta a Félix propinando una buena paliza a unos de los refugiados con sus propias manos. Alguien ha entrado en su casa y ha robado quinientos euros. Él, sin hacer más indagaciones ni molestarse en llamar a la policía, da por sentado que han sido los refugiados que trabajan para él y empieza a pegarles sin piedad alguna mientras grita: “¡Son unos animales! ¡Les das un techo y comida y mira cómo te lo pagan!” Los guionistas no podían haber plasmado el prejuicio racista del xenófobo de manera más clara. Los inmigrantes pobres son en general unos “animales”, es decir, subdesarrollados e inferiores a nosotros en todos los sentidos, despreciables en una palabra.

Este prejuicio que hasta entonces sólo había salido a relucir en la serie tímidamente como cautela o como un recelo moderado y razonable, tras el desencadenante de un robo en su casa, se hace patente con toda vehemencia. Lo curioso es que Félix es un vecino ejemplar de clase media-alta. No es un neo-nazi, ni un racista antisistema, ni tiene que ver con pandillas o con personajes de tipo criminal. Es simplemente un buen hombre, un buen marido, un buen padre, un buen vecino, pero tiene un prejuicio racista y xenófobo profundamente arraigado; tan profundamente, que ni siquiera él es consciente. Ante la acusación de racismo por parte de su hija, su reacción es de la más genuina indignación: ¡él no es racista en absoluto! O, si lo es, desde luego no lo ve.

Hospitalidad y cristianismo

Un lugar común en “Refugiados” es la influencia de la religión –el cristianismo, en este caso– en las actitudes de las personas hacia los refugiados y necesitados en general. La presentación que hace la serie del cristianismo y la religión en general es compleja. Muestra algunos aspectos positivos –la ayuda a los necesitados y la acogida a los extranjeros–, pero se recrea mucho más en los negativos –las neurosis religiosas, los fanatismos o su carácter de reminiscencia obsoleta que terminará por ser superada y desechada en el futuro–. Esta ambivalencia y casi esquizofrenia que caracteriza el cristianismo en la serie se encarna en su totalidad en la persona de Samuel Cruz: cristiano católico practicante y convencido, a la vez que neurótico hasta el fanatismo y atormentado por su psicosis. No es lugar este breve artículo para comentar el retrato que la serie ofrece de la religión y su influencia en las personas y las comunidades, así que me limitaré a comentar la relación entre el cristianismo y la acogida de los refugiados.

Ya en el primer capítulo, aunque Emma, la mujer de Samuel, se niega a acoger a Álex la noche en que llega a su casa pidiendo refugio, éste se mantiene firme en su voluntad de no abandonarlo a su suerte. Aunque sea lo único que puede hacer, lo acogerá en la caseta de los aperos, le acomodará allí lo mejor posible, le dará mantas para abrigarse y comida que llevarse a la boca. Su razón última fue: “¡Qué clase de cristianos seríamos si lo abandonáramos a su suerte!”. Más adelante y a lo largo de toda la serie, Samuel hará comentarios parecidos y mostrará benevolencia y beneficencia hacia los refugiados movido por su fe. El mismo cura del pueblo le animará a continuar con esa actitud hospitalaria tan propia del cristianismo.

Sin embargo, al final de la serie, cuando se entera de que su mujer ha besado a Álex mientras él estaba fuera, no sólo se enfurecerá con ella y la echará de casa, impidiéndole ver a su hija aunque ella pida perdón y le suplique que le deje entrar. Más aún, su cristianismo no le impedirá maltratarla y darle palizas, pensando hasta un cierto punto que ella se lo merece. Samuel acaba enloqueciendo por completo y la serie terminará con un desenlace trágico que, sin embargo, podría ser el alba de un nuevo comienzo.

En cuanto a la crisis de los refugiados en la UE en 2015 y 2016, podríamos decir que se observa una ambivalencia análoga del cristianismo con respecto a la acogida o no de los migrantes forzosos que llamaban a nuestras puertas. Por una lado, la fe cristiana fue el motor inspirador de numerosas iniciativas de acogida. Por otro, muchos utilizaron el cristianismo como pretexto para cerrar las fronteras a los refugiados.

Entre las iniciativas de inspiración cristiana, podemos destacar los corredores humanitarios organizados por la Comunidad de S. Egidio. Esta comunidad, con la colaboración de la Mesa Valdense de Italia, la Federación Italiana de Iglesias Evangélicas y Cáritas de la Conferencia Episcopal Italiana, ha conseguido ya reasentar e integrar a más de 2.500 refugiados sirios y del cuerno de África en distintos países europeos, de forma segura y a coste cero para los Estados. (Sant’ Egidio, 2019). Pero este es sólo un ejemplo: muchas otras organizaciones cristianas brindaron apoyo y acogieron a miles de refugiados durante la crisis. Jesuit Refugee Service, Caritas Europa, International Catholic Migration Commission, Pax Christi International o Churches Commission for Migrants in Europe son solo algunas de las organizaciones cristianas que ayudaron a refugiados en Europa durante la crisis y siguen trabajando por ello a día de hoy.[4]

Otros, por el contrario, emplean la defensa de la cultura cristiana como argumento en contra de acoger a los refugiados. Hungría fue uno de los cuatro Estados miembros de la UE, pertenecientes al grupo de Visegrado, que en septiembre de 2015 rechazaron la cuota de reubicación de solicitantes de asilo acordada por la Comisión Europea. Pero no era sólo cosa del gobierno, sino que el 98% de los húngaros que votaron en el referéndum de octubre de 2016 hicieron lo mismo. Es muy posible que la esperpéntica retórica anti-inmigración de Orban y su partido, que identificaba a cada refugiado con un potencial atentado terrorista, influyera de manera notable en la opinión pública. El miedo es un poderoso motor de masas y Orban parece saber cómo explotarlo: “every single migrant poses a public security and terror risk” (The Guardian, 2016). Pero no era solo el temor a la amenaza de posibles atentados terroristas, sino que se trataba también de defender la identidad húngara y europea, entendida como cultura cristiana. Con esta claridad y contundencia lo expresó Viktor Orban en septiembre de 2015 cuando llegó a Bruselas para enfrentarse a los demás líderes de la UE: “Those arriving have been raised in another religion, and represent a radically different culture. Most of them are not Christians, but Muslims,” “This is an important question, because Europe and European identity is rooted in Christianity” (Traynor, 2015).

Pero el rechazo de los refugiados por razón de preservar la cultura y la identidad cristiana no es característica exclusiva de la política húngara, sino que encontramos actitudes y políticas análogas en Eslovaquia, Polonia y otros países europeos (Osman, 2017). Como vemos, el cristianismo –y podría decirse que la religión en general– se prestan a interpretaciones divergentes que pueden dar lugar a implicaciones éticas y políticas en sentidos diametralmente opuestos. La ambivalencia de la religión que presenta la serie es, pues, aplicable también a las actitudes europeas durante la crisis de los refugiados.

En conclusión, la serie “Refugiados”, aunque su trama podría darse perfectamente en otro contexto y con otro telón de fondo, gracias a desarrollarse en el contexto de una crisis de refugiados sin precedentes, estimula a pensar sobre varios aspectos de la crisis de solidaridad europea de los años 2015-2016. La falta de preparación y de voluntad de muchos de los Estados miembros de la UE, las mentalidades xenófobas y “aporófobas”, los mecanismos de violencia sistémica de tipo expiatorio o la utilización de la religión como pretexto para el cierre de fronteras y el rechazo de refugiados, son algunos de los temas que aparecen en la serie y que deberían darnos que pensar.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTAS

  1. Ver, por ejemplo, La violencia y lo sagrado (Girard, 2005) o El sacrificio (Girard, 2012), entre otros.
  2. Por ejemplo, https://actualidad.rt.com/actualidad/220944-suecia-violacion-mujer-discapacitada-refugiados.
  3. Para las cifras de refugiados y concesiones de asilo en la UE ver UNHCR (2017b).
  4. Para obtener información sobre estas y otras ONGs cristianas de ayuda a refugiados, ver European NGO Platform on Asylum and Migration (EPAM), http://www.ngo-platform-asylum-migration.eu/.

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Bosco Corrales
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Bosco Corrales Trillo es profesor de filosofía en la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”. Realiza su investigación fundamentalmente en dos líneas. Por un lado la fundamentación de la obligación moral en Xavier Zubiri y Adela Cortina, entre otros autores. Por otro, se dedica al estudio de la ética del asilo, explorando cuáles sean las obligaciones de los Estados con respecto a los desplazados forzosos en Europa y a nivel global.

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