Un modelo antropológico de
la formación de la identidad personal,
por José Fernández Castiella
1. Introducción
El célebre análisis de Zigmun Bauman de la modernidad, que sintetiza con su caracterización de la sociedad y de las relaciones en todos los ámbitos del sujeto como líquidas, sirve como base para la presentación de un modelo antropológico inspirado en la teoría de la identidad narrativa de Ricoeur para el trabajo formativo con los jóvenes de hoy.
La liquidez del sujeto posmoderno
Aunque no afecta siempre ni a todos en igual medida, la liquidez del sujeto posmoderno consiste en su desvinculación de referencias perdurables y orientativas (tradición de creencias y valores y cuidado de las formas y usos sociales); inconsistencia y transitoriedad de las relaciones humanas personales y laborales; y reducción de su autoconciencia subjetiva a instantes fragmentados desprovistos de sentido.
- (Infografía)
Las sociedades desarrolladas ofrecen, por su parte, infinitud de posibilidades de satisfacción de deseos de consumo de bienes y experiencias, al tiempo que garantiza un alto nivel de vida, lo que fomenta en el sujeto la tendencia a reducir la preocupación por su felicidad a la consecución bienestar momentáneo más intenso posible o, como dice López Quintás, confunde la exultación jubilosa del éxtasis con la exaltación eufórica del vértigo[1].
A este panorama se suma la proliferación de estilos multitarea y exigencias de máxima productividad en ámbitos laborales e incluso en el aprendizaje desde la infancia: rendimiento académico, aprendizaje de idiomas, participación en actividades extraescolares y deportivas en ámbitos competitivos, etc., en sinergia con la inmediatez que la tecnología ha conquistado en los procesos. La síntesis de lo anterior contribuye a dar forma a un sujeto con gran versatilidad para adaptarse rápidamente al entorno cambiante y con dominio de los recursos que le permiten tomar decisiones y ejecutarlas inmediata y simultáneamente, tanto en su vida laboral como de ocio y de relación.
Rasgos del sujeto posmoderno
El sujeto posmoderno tiene prisa para todo y es, además, consumista y emotivista: necesita disponer de herramientas y renovarlas para su adaptación al entorno cambiante, al tiempo que es afectado por emociones como analfabeto afectivo: procurando su intensidad y sin recursos ni tiempo para interpretarlas y orientarlas.
Tiene un concepto “eficacista” del tiempo (se le exige estar en continua productividad y rendimiento), de modo que no desarrolla la capacidad de reflexión ni el interés por comprender el mundo o cualquier conocimiento especulativo “inútil”. La presencia en redes sociales genera, además, una demanda de atención hacia lo que sucede en el entorno virtual que dificulta, si no impide, la concentración en los aspectos de la vida real, es decir, vivir el presente. Estudios sobre los efectos psicológicos del uso de dispositivos electrónicos y presencia en redes sociales han acuñado el llamado síndrome FOMO[2], como patología psicológica que consiste en un miedo, ansia o depresión por perderse algo de lo que está sucediendo en el entorno virtual: miedo a sentirse excluido o «quedarse fuera».
El sujeto posmoderno es eficaz, saturado de transacciones y emociones, apático en los sentimientos profundos o, a decir de Bauman, inmerso en la angustia existencial por la crisis de identidad que le genera el cambio constante sin base sólida que permita sobrevivirlo. Ausencia de lo que Viktor Frankl llama voluntad de sentido.
Crisis de identidad generalizada versus relato autobiográfico y misión
La labor de formación y educación de los jóvenes requiere afrontar esta crisis de identidad generalizada mediante modelos antropológicos que les permitan poner fundamento a la conciencia de sí mismos y a encontrar sentido a su existencia.
En su obra El sí mismo como otro (1996), Paul Ricoeur afirma que solo es posible entender la identidad como un relato en el tiempo que dura la vida. El sujeto es narrador, coautor y protagonista de la trama autobiográfica. La identidad es, por tanto, autoconciencia e interpretación. Supervivencia en el tiempo de un sujeto ordenado a su propia plenitud. En otras palabras, vivir es contar quién soy yo[3] o cuál es la mejor versión de mí mismo.
Esta visión concibe la propia identidad como una misión, narrar con la vida la propia biografía. Así se entiende el papel de narrador y protagonista de la propia existencia. La coautoría proviene de la comparecencia de “los otros” en la trama, en ocasiones con la misión de darle la interpretación justa o incluso reinterpretarla, como se verá más adelante.
Desde esta concepción ricoeuriana se puede elaborar un modelo que permita al sujeto posmoderno recuperar la autoconciencia biográfica que dé sentido y ordene su actividad y relaciones en el entorno cambiante y acelerado en que se desenvuelve. En otras palabras, superar la crisis existencial que le genera la ausencia de una identidad que permanezca y se realice en los avatares cambiantes. Lo que D’Avenia denomina transformar el destino en destinación.
2. Recuperar el relato. La originalidad desde el origen
Los vínculos familiares
La pretendida autonomía que daría libertad para moverse a su propia discreción al sujeto posmoderno soslaya, entre otras condiciones, su filiación originaria. En su pretensión de autonomía y libertad sin condicionantes, el sujeto posmoderno se desentiende de los vínculos y tradiciones que contextualizan su existencia. En realidad, el ser humano que nace carece de todo lo necesario para subsistir excepto de los padres a los que debe su existencia y subsistencia en los primeros años de vida.
Gracias al cuidado constante y prolongado en su relación familiar, el sujeto se reconoce como valioso y amable (o lo contrario, si faltase) e incluso se percibe como único, pues así es tratado. Esa relación, además de permitirle sobrevivir, abre el espacio interior de la autoconciencia. El sujeto puede mirarse a sí mismo y comenzar a conocerse a partir de la mirada que ha recibido de quienes le cuidan. Es la intimidad. Un ámbito interior de acceso restringido a aquellos que la abren por su inexcusable presencia en la propia vida. A este respecto, MacIntyre dice:
La infancia es un tema al que se presta poca atención y de manera circunstancial. Pero los razonadores prácticos entran al mundo adulto con relaciones, experiencias, actitudes y capacidades que traen consigo desde la infancia y la adolescencia, y que en una gran medida no pueden desestimar ni eliminar. Llegar a ser un auténtico razonador práctico independiente es un logro, pero siempre es un logro para el que los demás han contribuido de manera esencial[4].
Intimidad y vulnerabilidad
Tener intimidad es guardar (o abrir el adentro donde se guardan) las experiencias que intervienen en el diálogo existencial del sujeto sobre sí mismo en el que se conoce y proyecta, donde comparece la presencia de sus familiares y educadores y se configura su autoconciencia y primera interpretación de su propia vida como valiosa y con carácter teleológico[5]. Se puede decir por ello, que el sujeto es afectivo, o vulnerable a las personas y entorno con que se relaciona. Efectivamente, la vulnerabilidad es una cualidad necesaria para dejarse atraer por la bondad alcanzable.
El ser humano es capaz de razonar y establecer una jerarquía de bienes gracias a la cual puede orientar su propia existencia. Como afirma Frankl, el hombre se cuestiona el sentido de la vida preguntándose qué le hace la vida a él y respondiendo a la vida, desde la vida y con la vida. En su intimidad y gracias a esa vulnerabilidad, el sujeto experimenta un deseo de dar respuesta a esa relación en la que se reconoce como valioso y a su experiencia de lo real. Siente el impulso al diálogo mediante la comunicación de sí mismo, lo que le conduce a la búsqueda de relación y de oportunidades de ser creativo, de comunicarse siendo un tú para otros y dejando su propia huella en el mundo.
Este deseo amplía la individualidad del sujeto estableciendo vínculos con el entorno (personas, ámbitos) que también son constitutivos del sí mismo. La trama narrativa de su biografía consiste en ir descubriendo quién es al tiempo que lo cuenta y lo va llegando a ser.
Deseos y fragilidad
De manera prerreflexiva, por tanto, el sujeto encuentra un deseo de comunicarse y de dejar una huella personal que le permite concebir su propia identidad como una misión a cumplir, una historia por contar, en la que llegará a ser él mismo por el camino de su interpretación y libre respuesta al devenir histórico que le afecta. Según Aristóteles, la capacidad de deseo es infinita y las posibilidades de satisfacer deseos son limitadas. Así que el deseo es siempre motor porque interpela al individuo por su plenitud sin llegar nunca a la satisfacción completa. Por esta falta de satisfacción constante consideramos al sujeto frágil. Siempre inclinado hacia una plenitud mayor pero al mismo tiempo con el peligro de la claudicación por desánimo.
La conciencia de misión da sentido de la propia vida y el deseo actúa como motor de la libertad, entendida como protagonismo y narración (interpretación) del relato.
Los coautores de esta narración aparecen en el planteamiento mismo de la trama, pues a otros debe el origen y llamada a la propia existencia. Hacen falta otros para que él pueda llegar a ser.
Intimidad, vulnerabilidad, fragilidad. Tres dimensiones originarias que sirven como dimensión paradójicamente sólida de la existencia y su autoconciencia en un contexto líquido.
La experiencia de la propia falta de armonía interior
Para terminar de poner las bases, el sujeto ha de considerar la experiencia sin excepción de la propia falta de armonía interior entre el sentido que conoce, el bien que quiere y la interpretación del propio deseo. En ocasiones se presentan como tres fuerzas desorientadas o desincronizadas: inhábiles para dirigir al sujeto a su identificación consigo mismo, lo que dificulta en extremo la capacidad de orientar la propia narración a la originalidad deseada. A veces porque no es capaz de interpretarse en el entorno, o de identificarse en las relaciones según su relato; otras porque el personaje no consigue “contar” su historia como sabe que debería; o porque el deseo puede moverle en direcciones no deseables.
Coautor del propio relato
La experiencia y reiterada constatación de esta ruptura hace necesario concebirse una vez más como coautor del propio relato, en el sentido de que necesitará de otros para reconocerse en su propia historia (los coautores dan la interpretación justa de los acontecimientos), para contarla (los coautores ayudan a avanzar según el relato genuino cuando al sujeto le faltan las fuerzas) o para educar el deseo (su cercanía y apoyo estimulan la perseverancia). Esos “otros” pueden ser los familiares en el ámbito del hogar, o los amigos fuera de él. En todo caso, tanto los vínculos familiares como los de amistad son originarios, coautores, del relato de biográfico de un sujeto[6].
El sujeto necesita su comparecencia de varias maneras: para mantener relaciones que estimulen la capacidad para evaluar, modificar o rechazar sus propios juicios; para desarrollar su capacidad de imaginar su originalidad posible o como ayuda para separarse de sus propios deseos inmediatos y reeducarlos desde la originalidad de su propio relato[7].
Al mismo tiempo, el sujeto participa como intérprete y coautor de la biografía de otros. Esta reciprocidad es la que impide considerar la vida de los individuos como mera suma de vidas individuales. La cuestión de la identidad como plenitud por alcanzar y el entrelazamiento biográfico de sujetos explica la diferencia entre «yo» y el «sí mismo», según Ricoeur.
3. Originalidad irrenunciable
Cuando el sujeto es el tiempo
La vida desprovista de sentido se transforma en un devenir a merced del tiempo. No es el sujeto quien lo habita sino el propio tiempo el que pervive y disuelve al sujeto. El diálogo pierde hilo narrativo y se reduce a simples respuestas deshilvanadas. La existencia fragmentada caracteriza al sujeto posmoderno, que deja que las circunstancias se le impongan como destino al que no es capaz de transformar en destinación. El sujeto que claudica reduce su fin al instante en que se encuentra. Se conforma con el máximo aprovechamiento que pueda obtener de rendimiento, de placer o de ganancia. Así, vivir se hace circunstancial al tiempo y el tiempo queda como único sujeto del relato.
La esperanza de una identidad posible
El modelo de identidad narrativa asume la esperanza de una identidad posible y alcanzable, que se constituye como hilo conductor de la trama que es vivir.
Esa esperanza nace de los coautores originarios, que lo han sabido tratar proyectando su existencia a la que puede llegar a alcanzar. Han transmitido en su intimidad la conciencia de sí mismo como alguien por hacer en la que el sujeto es capaz de reconocerse y hacer(se) la promesa-proyecto de alcanzarse a sí mismo y cuyo cumplimiento consiste en ordenar a ese fin todo su diálogo con la realidad temporal y en particular las relaciones personales y el trabajo (que es el ámbito de la comunicación creativa de sí mismo).
Dicha promesa [sobre sí mismo a otro] se abstrae del tiempo y del espacio en la fórmula “pase lo que pase yo…” y se constituye en fundamento de su libertad, entendida como capacidad de orientarse a ser él. En el devenir temporal, el sujeto sobrevive al tiempo por la conservación y actualización de su promesa en cada acción, es decir siendo fiel a sí mismo. Particularmente en sus relaciones personales y en sus acciones creativas. Es decir, en el amor y mediante el trabajo.
De este modo, la identidad del sujeto, o más bien la esperanza de alcanzarla, se constituye en el rumbo sostenido a través del flujo temporal del entorno líquido. El relato se narra en la fidelidad a la promesa que se ha de cumplir, hecha en la esperanza de alcanzar la [mejor] versión del sí mismo prometida a otro como cumplimiento de sí.
Los coautores se encargan de la relectura del relato
La experiencia de la ruptura o desarmonía interior hace necesaria la comparecencia de los otros. Familiares y amigos más o menos cercanos que, en la pérdida del hilo narrativo por decisiones desacertadas o padecimientos no integrados en la propia biografía, acuden en ayuda para recuperarlo e incluso para encontrar el sentido en lo que parecía no tenerlo. Es, en palabras de Marín, la comparecencia de un alter ego que permite al personaje resituarse en el relato porque halla en él la interpretación (o relectura mediante el perdón) de su propia historia. Aparecen, por tanto, como coprotagonistas y conarradores. Esta es la capacidad de consolar que tienen los allegados al dar la interpretación o relectura necesaria de la propia historia.
La historia concluye después
La configuración del término de la historia u originalidad no puede ser predeterminada. La forma del destino transformado en destinación permanece velada hasta su comparecencia final. Al tratarse de un diálogo creativo y de relaciones entre sujetos libres, la esperanza que mueve al sujeto es segura pero indeterminada. Segura porque así quedó grabada en la intimidad del sujeto en sus relaciones originarias. Sabe que el ejercicio de la libertad en pos de su autenticidad dará lugar a ella. Indeterminada porque ignora cómo habrá de configurarse esa autenticidad. Vivirá penetrando el misterio sobre sí mismo y no terminará de esclarecerlo mientras haya vida que vivir. La identidad es biográfica y solo se terminará de conocer a título póstumo. Esta afirmación es fácilmente comprobable pensando en la biografía de los grandes personajes de la historia que, efectivamente, quedaría incompleta y tal vez faltarían elementos esenciales si se escribiera antes de su fallecimiento.
4. Entre el origen y la originalidad, la memoria y la vida libre
El origen: el sujeto se refuerza como valor absoluto
- Los cuidados requeridos durante los primeros años de vida son necesarios para el autoconocimiento y proyección hacia la propia originalidad. Este periodo implica una relación en la que la autoridad de los padres (y por extensión, la de los maestros y quienes tienen parte en la educación) son la referencia válida e indiscutida para el propio comportamiento. El niño mira a su madre cuando no sabe cómo reaccionar y aceptará como buenas y válidas las pautas que reciba para determinar lo que le conviene aceptar o rechazar.
Estos cuidados predominan en los años de infancia, reforzando en el sujeto su valor como absoluto, sin atender a las condiciones que le hacen más o menos amable. Se le acepta y es querido incondicionalmente, por ser él mismo.
La originalidad: el descubrimiento de la vocación
Con el uso de razón y la adolescencia, el deseo de autocomunicación le mueve cuestionarse qué le hace único y qué puede aportar al mundo. Dónde reside su originalidad, cuál es su vocación. Surge entonces una necesidad de salir del ámbito familiar y experimentarse como único y libre: ser elegido y elegir no de modo incondicional sino precisamente por las condiciones personales: por ser así. Esa experiencia de poder elegir y ser elegido es constitutiva de la identidad personal fuera de la relación familiar. La elección de las amistades es necesaria y mira a la propia originalidad como compañía necesaria para el desarrollo del relato existencial con una destinación e hilo conductor, como ya se ha explicado más arriba.
El sujeto percibe que esta invita al optimismo de soñar con una meta alcanzable y capaz de dar luz y orientar la existencia en cada decisión a tomar: contar quién es él mismo desde la esperanza de quién puede llegar a ser. Al mismo tiempo, experimenta el miedo de dialogar con la pregunta más importante de su existencia (¿en realidad, quién soy yo?) e intuye que es una cuestión que permanecerá abierta hasta el final de sus días y que obligará a asumir riesgos que no podrá afrontar solo. La esperanza se hace condición para no renunciar y poder superar el miedo sin retraerse a estilos más cómodos por mezquinos.
La memoria: ver la vida como un único relato
El sentido vocacional (a un tiempo arqueológico y teleológico) de la propia existencia mira al futuro como destinación posible, pero solicita la revisión del pasado para conocer el hilo de la narración ya vivida y orientarlo a ese fin deseado. Como explica D’Avenia, recordar la historia pasada es hacer memoria de los acontecimientos de amor y dolorosos junto con las decisiones que han modificado el devenir cronológico en biográfico. En la intimidad y en ocasiones gracias a la ayuda de familiares y amigos, es posible la interpretación (o reinterpretación mediante el perdón[8]) que permita ver la vida con visión de conjunto y reconocer un relato único orientado según la esperanza que da sentido a la libertad.
La libertad: pasado y futuro alineados
Cuando la memoria del pasado y la esperanza del futuro «están alineadas», es decir, cuando la propia existencia se concibe como orientación a la propia originalidad desde su mismo origen (arqueológica y teleológicamente), se está en condiciones de vivir el momento presente con la libertad creativa de resumir la propia existencia en cada acción.
Estando «alineado», el sujeto deja de estar «alienado». Él mismo comparece en cada «ahora». Es decir, el trabajo por hacer, la acción del sujeto, «cuenta» la propia vida. El sujeto se cuenta a sí mismo. Ser libre es interpretarse, expresarse en el diálogo con el devenir histórico. Cada acción es nueva por su contexto y fiel por su intencionalidad. El sujeto habita su propia vida actualizando su comparecencia en cada decisión: actualizándose en sus relaciones y en su trabajo. Cumple la promesa del «pase lo que pase» siendo fiel a sí mismo, a la concepción que tiene de la esperanza de sí mismo. Y es su propia identidad la que le sirve de fundamento sólido para un entorno en constante y veloz transformación. El sujeto sobrevive al tiempo haciéndose precisamente sujeto de su propia vida.
5. Conclusión
El concepto de identidad concebido como biográfico o narrativo tiene un particular interés como modelo antropológico para correlacionar comprensivamente la identidad, la intersubjetividad y la libertad como principio de permanencia en y a través del tiempo y su aceleración contemporánea. Las condiciones sociales contemporáneas permiten definir al sujeto posmoderno como carente de voluntad de sentido por falta de una autoconcepción que le permita sobrevivir a la velocidad de cambio a que se ve sometido.
Nuestro modelo parte de una mirada esperanzada a la originalidad alcanzable, que permite hacer memoria y aceptar el origen recibido y reinterpretar el propio pasado, con ayuda de los otros que configuran la identidad propia, en línea con la destinación querida. Así se está en condiciones de vivir el presente escribiendo páginas nuevas del relato autobiográfico a través de la acción (es decir, del trabajo considerado en su sentido amplio) y del cuidado de las relaciones personales, de las que el trabajo es, a su vez, el ámbito natural.
Cuando el sujeto tiene esta autoconcepción, encuentra la referencia para interpretar su conducta y sus experiencias afectivas. Las emociones son sometidas a crítica y desde esa distancia se jerarquizan los afectos por el fin al que se ordenan. Es el modo de superar el emotivismo y recuperar la voluntad de sentido sin considerarla como un destino predeterminado sino la conclusión de un diálogo existencial constante.
El modelo antropológico de identidad narrativa propuesto considera la vida como un todo orgánico y orientado. Esta concepción se constituye como criterio para la valoración crítica de cada acción, es decir, como soporte para una moral que considera buena o mala la acción según conduzca o soslaye la propia plenitud.
NOTAS DE UN MODELO ANTROPOLÓGICO DE LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD PERSONAL
[1] Cfr. A. López Quintás, Descubrir la grandeza de la vida, Estella 2003, pp. 53-55.
[2] FOMO es el acrónimo de Fear of missing-out: miedo a perderse algo.
[3] Cfr. A. Kosinski, Una manera de responder ¿quién soy yo?: La identidad narrativa de Paul Ricoeur, en https://pdfs.semanticscholar.org/cf9c/5cbca74bb05d82e1f98ccf202798a8bc550f.pdf?_ga=2.213613649.495953206.1574936091-649029159.1574936091.
[4] A. MacIntyre, Animales racionales y dependientes, Barcelona 2001, pp. 99-100.
[5] A propósito del carácter teleológico de la existencia, Hanna Arendt dice «Sólo conoceremos quién es esencialmente alguien después de su muerte». (H. Arendt, De la historia a la acción, Barcelona 1995, p. 31).
[6] La tesis de la coautoría de otros como originaria de la propia identidad está desarrollada como “formalidad de la existencia” o la noción de amistad como existenciario en H. Marín, Mundus. Una arqueología filosófica de la existencia, Granada, 2019, pp. 95-194.
[7] Cfr. A. MacIntyre, Animales racionales y dependientes, cit., 101.
[8] La reinterpretación que supone el perdón lo explica Marín cuando lo describe como exceso casi injustificable, acto de gratuidad completamente libre que a su vez devuelve la libertad al perdonado, tornando la culpa no en inocencia sino en agradecimiento restaurado, es decir, en capacidad rehabilitada para gratuidad, para la libertad. (Cfr. H. Marín, Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Valencia 2010, p. 240).