Ortega y Gasset: cuando la metáfora da (mucho) que pensar.
La urdimbre metafórica de la razón cordial
“¡Para comprender hace falta tener corazón!”, El idiota, F. M. Dostoyevski
“La función metafórica del lenguaje (…) es el poder lingüístico de ‘con-fusión’, correlato de un mundo de con-fusiones”, J. Ortega y Gasset
Introducción
Lo que pretendo en estos pocos párrafos es adentrarnos en el papel que juega la metáfora en el pensamiento de Ortega y Gasset. No es mi pretensión aquí hacer una presentación sistemática, en parte ya la he hecho en otros lugares, sino tan solo ofrecer un conjunto de textos esenciales de Ortega para pensar con él qué es la metáfora, qué es la razón, y, de esta manera, la filosofía misma y la vida.[1]
La metáfora en Ortega y la comprensión de la racionalidad
Creo que la metáfora es un tema esencial de su filosofía, y también nos puede ofrecer claves importantes para adentrarnos en su concepción de la racionalidad. Probablemente, una de las grandes aportaciones orteguianas, y quizás también de toda la tradición hispánica, es la comprensión de la razón; de ahí que la cuestión del “apellido” sea importante, es decir, “razón poética”, “razón vital”, “razón integradora”, etc. Ortega utilizará las denominaciones de “razón vital”, “razón histórica” y “razón narrativa”; también va a hablar de “razón cordial”, y, de hecho, creo que es una buena clave para entender su pensamiento.
Pero ¿qué es? ¿cómo entenderla? Como digo, no ofrezco ahora una presentación sistemática, ni en Ortega, ni en las posibles lecturas de esta “cordialidad de la razón” (éticas, políticas, experienciales, etc.), me limito a señalar que esta razón cordial se puede comprender, se debe entender, desde el papel que en la filosofía orteguiana juega la metáfora.
La razón cordial
Ortega habla explícitamente de “razón cordial” en la temprana fecha de 1918, en su Discurso para la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, discurso que no llegó a pronunciar, y quedó un tanto olvidado. Ahí, en una nota a pie de página, nos encontramos con la feliz expresión:
Frente a Kant sostendremos, pues, que si hay una «razón práctica» ésta no será una razón intelectual sino una… raison du cœur, como vagamente suponía Pascal. Scheler en su Formalismus in der Ethik, alude ya a esto. Y, en efecto, lo que yo entiendo por Estimativa sería un sistema de la «razón» cordial. [2]
Esta razón cordial es otra forma de entender una razón que se nos presenta impura, experiencial, es decir, hermenéutica. Mi objetivo último es también mostrar la fuerza y potencia del pensamiento orteguiano en los estudios contemporáneos sobre la metáfora y, a la vez, señalar su inscripción en la tradición hermenéutica. La proximidad con los planteamientos de Paul Ricœur es asombrosa, los cuales me han llevado a hablar de una fenomenología hermenéutica en la que, junto con otros prensadores, se inscribirían con un peso preponderante tanto el filósofo español como el francés.[3]
Una razón hermenéutica
Recomendaría al interesado en este tema (metáfora, tradición hermenéutica) la lectura conjunta de La metáfora viva de Ricœur y los textos, por ejemplo, que aquí presento. Tanto uno como otro, y yo con ellos en esta ocasión, persigo la defensa del cultivo de la metáfora, y de su uso hermenéutico y crítico uso para la filosofía, y, en definitiva, para la vida misma, referencia última común de estos pensadores. No estaría mal desarrollar cierta “competencia metafórica”.
Desde este presupuesto hablamos, con Ortega, de una razón vital (histórica, narrativa, etc.), con Ricœur, de una razón entera (hermenéutica). Son formas, aspectos y perspectivas sobre la racionalidad humana que buscan indicarnos su complejidad, ambigüedad, apertura; y eso frente a modelos de razón (pura) que la han estrechado, acotado, y, en última instancia, cercenado.
Sería arriesgado, tanto en uno como en otro, en Ortega como en Ricœur, de hablar de “razón metafórica”, logos-metafórico, pero sí, ahí su proximidad, de un entramado, de un uso o imbricación metafórica de la razón.
La urdimbre metafórica de la razón cordial
La expresión “razón cordial” puede ser una buena fórmula para expresar esta necesidad de comprender la razón cabalmente, en su integridad. Su sistematización, su fundamentación, su alcance es una tarea de las más interesantes que nos podríamos proponer en la actualidad, ya el propio Ortega apuntaba a ofrecer un sistema de la razón cordial como estimativa.[4] Como decía anteriormente, no entro en este gran proyecto, tan sólo quiero indicar lo que llamo la urdimbre metafórica de la razón cordial, es decir, aprovecharnos de la nueva forma de pensar a la que la metáfora nos obliga para llegar así a definir adecuadamente lo que puede ser una razón cordial, preámbulo hermenéutico de una filosofía práctica.
Al hablar de Ortega en la fenomenología hermenéutica vemos cómo se enriquece tanto la filosofía de Ortega como la fenomenología hermenéutica; esta quedo mejor definida, mejor configurada, y la filosofía de Ortega adquiere nuevos contornos. Y, por otro lado, y más importante, gana “la cosa misma”, entendemos mejor lo que es la metáfora o, quizás más importante, la razón, su alcance y sus límites. Vamos, sin más preámbulos, a los textos de Ortega. Quisiera dejar hablar al propio Ortega, su lenguaje, sus metáforas, no dejan de convocarnos a pensar.[5] Mi única pretensión aquí es ofrecer al lector unos textos para que leídos conjuntamente pueda apreciar, por sí mismo, el poder de la metáfora.
1. La metáfora: textos orteguianos
Los textos de Ortega sobre la metáfora son extraordinarios, no son muchos, ni demasiado amplios; no tiene “un gran tratado” sobre la metáfora, pero son suficientemente significativos, y leídos conjuntamente, como aquí propongo, manifiestan su pertinencia.
Antes de leer los textos (al menos las referencias que de ellos voy a ofrecer), me gustaría hacer un par de precisiones. En primer lugar, querría decir que no se trata de un tema baladí, un tema ocasional del que se podría hablar o no (como hay muchos en la filosofía de Ortega), se trata de un tema esencial, que afecta al núcleo de su filosofía.
En segundo lugar, desde su concepción de la metáfora entendemos también mejor su propia filosofía y su propuesta, su estilo filosófico y su práctica, la seriedad y la no-seriedad (juego) de su concepción misma de la filosofía y de la vida.
Y, por último, quiero hacer notar los momentos en los que Ortega habla de metáfora (y teoriza sobre ella): son momentos esenciales, y aparece esta reflexión cuando trata los grandes problemas de la filosofía; así vemos que habla del poder o valor de la metáfora cuando se dispone a tratar temas como la conciencia, el yo, la moral o la realidad. La metáfora es la antesala, la puerta de entrada, a estos grandes temas. No puede extrañar que la consideremos urdimbre del nuevo horizonte de racionalidad en el que nos situamos: el de la razón cordial.
Dejo “hablar a los textos”, con pocos comentarios por mi parte. Me limito a indicar el título de la obra, el trabajo, de Ortega, con alguna pauta de lectura, algún que otro subrayado. Tras este recorrido, tras esta selección de textos, haré una valoración general.
§1914, Ensayo de estética a manera de prólogo
Se trata de uno de los grandes textos de Ortega, a veces minusvalorado, pero sin lugar dudas se trata de una de las grandes “perlas” de la producción orteguiana.[6] Entre otras muchas cosas nos encontramos de forma incipiente con toda una teoría de la metáfora.
El cristal
Este ejemplo del cristal puede ayudarnos a comprender intelectualmente lo que instintivamente, con perfecta y sencilla evidencia, nos es dado en el arte, a saber: un objeto que reúne la doble condición de ser transparente y de lo que en él transparece no es otra cosa distinta sino él mismo.
Ahora bien, este objeto que se transparenta a sí mismo, el objeto estético, encuentra su forma elemental en la metáfora. Yo diría que objeto estético y objeto metafórico son una misma cosa, o bien, que la metáfora es el objeto estético elemental, la célula bella.
Una injustificada desatención por parte de los hombres científicos mantiene la metáfora todavía en situación de terra incognita. Más no voy a pretender en estas páginas fugitivas la construcción de una teoría de la metáfora y he de limitarme e indicar cómo en ella se revela de un modo evidente el genuino objeto estético.
Ante todo conviene advertir que el término ‘metáfora’ significa a la par un procedimiento y un resultado, una forma de actividad mental y el objeto mediante ella logrado. (…) (I 673)
Busca adentrarse en lo que es la estética, lo que es la belleza, y encuentra en la metáfora la manera de hacerlo. Ortega pondrá un ejemplo de metáfora que lo acompañará en toda su obra, toda su vida. Propondrá la metáfora: “el ciprés es como el espectro de una llama muerta”.
El ciprés
He ahí una sugestiva metáfora. ¿Cuál es en ella el objeto metafórico? No es el ciprés ni la llama ni el espectro; todo esto pertenece al orbe de las imágenes reales. El objeto nuevo que nos sale al encuentro es un «ciprés espectro de una llama». Ahora bien, tal ciprés no es un ciprés, ni tal espectro, un espectro, ni tal llama, una llama. Si queremos retener lo que puede del ciprés quedar una vez hecho llama y de ésta hecha ciprés, se reduce a la nota real de identidad que existe entre el esquema lineal del ciprés y el esquema lineal de la llama. Ésta es la semejanza real entre una y otra cosa. En toda metáfora hay una semejanza real entre sus elementos y por esto se ha creído que la metáfora consistía esencialmente en una asimilación, tal vez en una aproximación asimilatoria de cosas muy distantes.
Esto es un error. En primer lugar, esa mayor o menor distancia entre las cosas no puede querer decir sino un mayor o menor parecido entre ellas; muy distantes, por tanto, equivale a muy poco parecidas. Y, sin embargo, la metáfora nos satisface precisamente porque en ella averiguamos una coincidencia entre dos cosas más honda y decisiva que cualesquiera semejanzas. (…) No es, pues, la asimilación real lo metafórico. (…)
De suerte que la semejanza real sirve en rigor para acentuar la desemejanza real entre ambas cosas. Donde la identificación real se verifica no hay metáfora. En ésta vive la conciencia clara de la no-identidad. (I 673-4)
La otra lógica de las metáforas
Por tanto, se trata en la metáfora de “otra lógica”. Una lógica de la averiguación que nos empuja a ver el mundo de esa otra manera. Por otro lado, la metáfora se mueve en el ámbito de lo sentimental, pero esto no es poca cosa; pues el sentimiento es nuestra manera de vincularnos con el mundo, ser-con el mundo y ser-en el mundo. Esto será fundamental a la hora de bosquejar la consistencia de una razón cordial.
La metáfora consiste, pues, en la transposición de una cosa desde su lugar real a su lugar sentimental (nota 1, I 676)
Cada metáfora es el descubrimiento de una ley del universo. Y, aun después de creada una metáfora, seguimos ignorando su porqué. Sentimos simplemente una identidad, vivimos ejecutivamente el ser ciprés-llama (I 677)
No se puede decir más, con menos palabras.
De modo que el sentimiento es en el arte también signo, medio expresivo, no lo expresado, material para una nueva corporeidad sui generis. (I 677)
Diríamos que, si el idioma nos habla de las cosas, alude a ellas simplemente, el arte las efectúa. No hay inconveniente en conservar para el arte el título de función expresiva, con tal de que se admitan dos potencias distintas en el expresar, la alusiva y la ejecutiva. (I 678)
Gracias a este poder de la metáfora −poder de ejecución, de efectuación− el mundo estético, se nos puede presentar como distinto “del mundo físico y del mundo psicológico” (I 678), siendo el mundo mismo de la vida (realidad radical, biográfica).
§1916, Introducción a los problemas actuales de la filosofía
Entre las cosas más raras del mundo se cuentan las metáforas. Todas las demás cosas y seres exigen de nosotros que los tomemos en serio; sólo las metáforas y los payasos nos piden lo contrario (VII 655)
Mundo extraño, intermedio será en su modo siempre el arte (…) El arte es siempre metáfora, es error posible.
El arte, siempre metáfora, es irreal, y no por azar, sino que es esencialmente irrealizador. La metáfora es un acto intelectual por medio del cual podemos llegar a apoderarnos de lo que está más lejos de nuestra costumbre. Con lo más próximo, con lo que mejor dominamos intelectivamente, nos aproximamos a lo más lejano (VII 656)
A propósito del tema de la conciencia nos describe Ortega la metáfora como modo de apoderarnos de lo real, y la metáfora le sirve para bosquejar qué puede ser esta “extraña” forma de ser que es la conciencia.
§1917, Para la cultura del amor
En una obra sobre el amor, la cultura del amor, nos encontramos con un texto rico en sugerencias y matices. Insiste Ortega en la necesidad de mantener la diversidad de planos y niveles a la hora de hablar y de acercarnos a la realidad. Insistirá en una idea ya presente en los textos anteriores: la virtualidad es una dimensión del mundo en la cual debemos aprender a movernos. Toda la cultura actual es un intento de reducción a un único nivel, donde lo virtual queda postergado, olvidado. Eso “olvidado” pertenece al ámbito de lo cordial, de lo metafórico, o como dice en este texto, al ámbito de la ilusión. Pero, a pesar de esta reducción, “lo virtual sigue subsistiendo que es, a su modo, otra realidad donde me siento invitado a demorar”. Y continuará diciendo:
Pues bien: yo insisto en que debemos aprender a respetar los derechos de la ilusión y a considerarla como uno de los haces propios y esenciales de la vida. Separemos lo real de lo imaginario; pero conservemos ambos mundos y sometamos cada cual a su exclusivo régimen. Nada, pues, de turbios misticismos que nacen de la confusión de fronteras. Hagamos una física lo más rigurosa que podamos: experimentemos, midamos, cortemos los tejidos con el micrótomo, distendamos los poros de la materia para ver bien su estructura. Pero no gastemos en eso toda nuestra energía mental: reservemos buena parte de nuestra seriedad para el cultivo del amor, de la amistad, de la metáfora, de todo lo que es virtual (II 279)
Esta vinculación de la metáfora con lo virtual, con el mundo de la ilusión, es de tremenda importancia para una fundamentación del ejercicio de la razón cordial.
§1924, Las dos grandes metáforas
Nos encontramos con un gran texto de Ortega donde explícitamente se aborda la cuestión de la metáfora.
La metáfora es un instrumento mental imprescindible, es una forma del pensamiento científico (…) La poesía es metáfora; la ciencia usa de ella nada más. También podría decirse: nada menos (II 505)
La metáfora como medio esencial de intelección
Probablemente sea uno de los momentos en los que nos ofrece una explicación más detallada de la metáfora, y quizás, de una manera más directa nos invita a desarrollar lo que antes he llamado “competencia metafórica”. Ve en la metáfora una forma de invención y descubrimiento, una forma de dar nombre y crear realidad −a la vez−. Dejo la palabra, no hay comentario que lo iguale, al propio Ortega:
Para que haya metáfora es preciso que nos demos cuenta de esta duplicidad. Usamos un nombre impropiamente a sabiendas de que es impropio.
Pero si es impropio, ¿por qué lo usamos? ¿Por qué no preferir una denominación directa y propia? Si ese llamado ‘fondo del alma’ fuese cosa tan clara ante nuestra mente como el color rojo, no hay duda de que poseeríamos un nombre directo y exclusivo para designarlo. Pero es el caso que no sólo nos cuesta trabajo nombrarlo, sino también pensarlo. Es una realidad escurridiza que se escapa a nuestra tenaza intelectual. Aquí empezamos a advertir el segundo uso, el más profundo y esencial de la metáfora en el conocimiento. No sólo la necesitamos para hacer, mediante un nombre, comprensible a los demás nuestro pensamiento, sino que la necesitamos inevitablemente para pensar nosotros mismos ciertos objetos difíciles. Además de ser un medio de expresión, es la metáfora un medio esencial de intelección (II 507-508)
La metáfora es nada menos que… ¡¡un medio esencial de intelección!!
La metáfora como conocimiento
No son, pues, todos los objetos igualmente aptos para que los pensemos, para que tengamos de ellos una idea aparte, de perfil bien definido y claro. Nuestro espíritu tenderá, en consecuencia, a apoyarse en los objetos fáciles y asequibles para poder pensar los difíciles y esquivos.
Pues bien: la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyo medio conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencial conceptual. Con lo más próximo y lo que mejor dominamos, podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco. Es la metáfora un suplemento a nuestro brazo intelectivo, y representa, en lógica, la caña de pescar o el fusil.
No se entienda por esto que merced a ella transponemos los límites de lo pensable. Simplemente nos sirve para hacer prácticamente asequible lo que se vislumbra en el confín de nuestra capacidad. Sin ella, habría en nuestro horizonte mental una zona brava que en principio estaría sometida a nuestra jurisdicción, pero de hecho quedaría desconocida e indómita.
Como la metáfora ejerce en la ciencia un oficio suplente, sólo se la ha atendido desde el punto de vista de la poesía, donde su oficio es constituyente. Pero en estética la metáfora interesa por su fulguración deliciosa de belleza. De aquí que no se haya hecho constar debidamente que la metáfora es una verdad, es un conocimiento de realidades. Esto implica que en una de sus dimensiones la poesía es investigación y descubre hechos tan positivos como los habituales en la exploración científica (II 508-509)
Metáfora, poesía, ciencia y vida
Como dos instancias enemigas, la poesía aplaude lo que la ciencia vitupera. Y el caso es que ambas tienen razón. La una tomaría de la metáfora lo que la otra deja. (II 509)
(…) Esto muestra que las actividades intelectuales empleadas en la ciencia son, poco más o menos, las mismas que operan en poesía y en acción vital. La diferencia consiste no tanto en ellas como en el distinto régimen y finalidad a que en cada uno de estos órdenes son sometidas (II 510)
La metáfora viene a ser uno de estos ideogramas combinados, que nos permite dar una existencia separada a los objetos abstractos menos asequibles. De aquí que su uso sea tanto más ineludible cuanto más nos alejemos de las cosas que manejamos en el ordinario tráfico de la vida (II 511)
Ha comparado el filósofo madrileño poesía y ciencia, a través del uso de la metáfora, del trabajo metafórico. Y nos muestra el lugar que ocupa la creación metafórica en la vida humana. Esta teoría de la metáfora le ha servido para hablar de cómo nos valemos de metáforas para formular los grandes temas de la filosofía y de la cultura, en esta ocasión el tema de la conciencia. Por eso conviene percatarse, y apreciar, del trabajo de la metáfora, pues “he aquí que el edificio íntegro del universo y de la vida viene a descansar sobre el menudo cuerpo aéreo de una metáfora” (II 514)
§1924, La deshumanización del arte
No podía faltar en sus grandes textos de estética una reflexión sobre la metáfora. Doy, de nuevo, la palabra al propio Ortega:
La metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee. Su eficiencia llega a tocar los confines de la taumaturgia y parece un trebejo de creación que Dios se dejó olvidado dentro de una de sus criaturas al tiempo de formarla, como el cirujano distraído se deja un instrumento en el vientre del operado (III 865)
Todas las demás potencias nos mantienen inscritos dentro de lo real, de lo que ya es. Lo más que podemos hacer es sumar o restar unas cosas de otras. Sólo la metáfora nos facilita la evasión y crea entre las cosas reales arrecifes imaginarios, florecimiento de islas ingrávidas.
Es verdaderamente extraña la existencia en el hombre de esta actividad mental que consiste en suplantar una cosa por otra, no tanto por afán de llegar a ésta como por el empeño de rehuir aquélla.
La metáfora escamotea un objeto enmascarándolo con otro, y no tendría sentido si no viéramos bajo ella un instinto que induce al hombre a evitar realidades (III 865)
Y aquí vemos pues al hombre, al ser humano, definido no como animal de realidades, sino como “animal de metáforas”, aunque la metáfora será el camino para acceder plenamente lo real, en su complejidad, en su no reducción, en su con-fusión.
§1933-1935, Principios de metafísica según la razón vital
Pero hay otros motivos ‘irracionales’ –esto es, ilógicos, para creer algo: por ejemplo, experiencias de tipo emocional o las raisons du cœur, pero también experiencias de tipo intelectual, aunque no lógico, por ejemplo, la metáfora.
(…) el hombre racionalista ha conseguido defenderse un poco de la metáfora –pero sólo un poco (IX 194)
Es una alusión magnífica y plena de sentido. Busca los motivos de la creencia en elementos irracionales, y los encuentra en lo emocional, en “razones del corazón”, o experiencias como las que proporciona la metáfora. Recordemos que en la nota del Discurso para la entrada en la Academia (1918), donde se refiere directamente a la “razón cordial” (estimativa), también está buscando acotar qué es eso que llamamos “lo irracional”, y allí hace incluso, una tipología de lo irracional. Aquí la repite de alguna manera. Nos quedamos con la unión entre lo emocional, las razones del corazón y la metáfora.
§1940, La razón histórica
Claro que todo esto son metáforas. Más hoy no temen ni tildan las metáforas en filosofía más que los filósofos de suburbio. Los estudios más recientes y rigurosos sobre la lógica han descubierto, a la vez con sorpresa y evidencia, que el lenguaje no cubre nunca con exactitud la idea, por tanto, que toda expresión es metáfora, que el logos mismo es frase. Pues si lo que decimos no coincide exactamente con lo que pensamos, ha de entenderse que meramente lo sugiere. Y ese decir que es sugerir es la metáfora. (IX 494)
Vemos, mediante este texto, conectándolo con los anteriores, el alcance inmenso de la metáfora, como forma de decir, de pensar, para hacer filosofía, incluso para ir “más allá” de la filosofía.
§1946, Idea del teatro
En los textos del final de su vida el papel de la metáfora sigue siendo relevante y, casi omniabarcante; el poder de la metáfora llega a la comprensión del lenguaje, de la creatividad, de la realidad, y también de la vida misma. En estos textos del “último Ortega” vemos repetirse muchas de las explicaciones que ya hemos encontrado de la metáfora, el mismo ejemplo del “ciprés es como el espectro de una llama muerta” (IX 839), y sigue describiendo la actividad metafórica con terminología fenomenológica como irrealización, desmaterialización, neutralización, etc. Los parecidos con la explicación ricœuriana son inmensos. Sobre este alcance, existencial-antropológico, de la metáfora nos dice:
No es sino expresar lo mismo de distinto modo, decir que el hombre se pasa la vida queriendo ser otro. Pero el texto de la conferencia nos ha hecho ver que la única manera posible de que una cosa sea otra es la metáfora –el ‘ser como’ o cuasi-ser. Lo cual nos revela inesperadamente que el hombre tiene un destino metafórico, que el hombre es la existencial metáfora. (IX 871)
§1947, La idea de principio en Leibniz
Se repiten muchas de las ideas anteriores, pero ese poder de la metáfora −la creación de metáforas como metafórica explicativa-comprensiva− no deja de exaltarse y, me atrevería a decir, abrumar el pensamiento orteguiano.
Toda la lengua es metáfora, o dicho en mejor forma: toda lengua está en proceso de metaforización (IX 1129)
2. El poder de la metáfora
Tras la lectura de los textos, textos que requerirían un análisis pormenorizado −en parte ya lo he realizado en otros lugares y en parte es una tarea en proceso de realización−, me gustaría destacar una serie de ideas que se desprenden de la lectura conjunta de estos textos.
- En la metáfora no hay que considerar solo el resultado, el producto −y verla, por tanto, como un adorno, una forma de expresión−, sino que también hay que considerarla como un procedimiento, un hacer, una técnica. La metáfora es, por consiguiente, una actividad, un metaforizar.
- Lo propio de esta actividad, de este proceso, que sucede tanto en la creación de una metáfora como en su comprensión, es ponernos en una disposición de averiguación, de indagación. El trabajo metafórico, de composición y/o de comprensión, nos empuja, nos lanza, nos pone ‘de otro modo’ en la realidad.
- El ámbito propio de la metáfora no es estrictamente el lenguaje, o la estética, sino el sentimiento y, en relación con él, el amplio campo de la estimativa, que tiene que ver, como hemos leído en muchos textos, con lo virtual e, incluso, con la ilusión (de especial importancia para, desde aquí, conectar con una ética de la razón cordial desde las reflexiones, por ejemplo, de Julián Marías sobre la ilusión).
- Se trata de un acto intelectual y, por tanto −orteguianamente hablando− también vital, por el que nos ‘apoderamos’ de la realidad, somos realidad.
- En el proceso metafórico conviene, pues, distinguir un doble momento: el expresivo, comunicativo, por el que intentamos llegar al otro, compartir experiencias con el otro y, al mismo tiempo, un momento de intelección, de averiguación de lo real en su complejidad. El movimiento racional-cordial tendrá que considerar ambos momentos.
- La metáfora es un decir y como tal es “logos”, y logos es mostración. La metáfora es por tanto proceso de mostración, de hacer patente lo real, de dejar ser lo que se muestra; de sinceridad y cordialidad con la realidad (también la personal).
- La vida en la metáfora, su creación, su uso y comprensión, es una invitación a otra forma de lógica distinta a la habitual, científica (más positivista) y supone una puerta de entrada a una ‘lógica irracional’ o quizás mejor llamarla ilógica, donde lo que queda cuestionado es el principio mismo de identidad; la metáfora sería así el corazón de la razón cordial. La metáfora pertenecería, como la vida, al género de la con-fusión.
- La creación por la metáfora, nos señalan las teorías hermenéuticas de la metáfora como las de Ortega o Ricœur, hace que la entendamos desde la tensión o el conflicto de sentidos que nos lleva a ver y comprender también la realidad como esencialmente en tensión, en “confusión”. La manera de fidelidad con la realidad, la sinceridad con lo que existe, proviene en la metáfora en ese esfuerzo vivo de adecuación, de dar cuenta de lo tensional mismo.
- De esta manera la metáfora, en Ortega, en esta interpretación hermenéutica del quehacer metafórico, implica una invitación a pensar, y por tanto también a vivir y estimar, “de otra manera”.
- Caer en la cuenta de la acción de la metáfora nos lleva a considerar “de otra manera” la razón, a pensarla de otra manera, mejor, diferente, en otra perspectiva, bajo otro aspecto. Pero ¿qué razón?
3. La razón cordial como “razón ‘confusa’”
Concepto y metáfora
La relación entre metáfora y concepto (filosofía y poesía) es compleja y difícil. No quiero yo, en este momento, desarrollarla. La posición de Ricœur en La metáfora viva es más o menos clara, y pese a la proximidad entre ambas, hay que decir que para él una cosa es el uso del concepto y otra la metáfora; la metáfora no invalida el concepto, y reconocer que todo concepto proviene de una metáfora viva, no hace más que señalar el origen del concepto, no su dinámica; por tanto, el trabajo del pensador vendría después, y sería, como tal, independiente.
En Heidegger, el segundo Heidegger, el planteamiento sería el inverso, y habría cierta prioridad del poetizar sobre el pensar mismo, que se transformaría en pensar en sí mismo. Ortega, que personalmente alineo en la fenomenología hermenéutica −con Ricœur−, se situaría cercano al filósofo francés, pero hay textos de Ortega, del “último Ortega”, donde la acción de la metáfora lo inunda todo, y parece que hay un pensar poético-metafórico que iría más allá de los géneros filosófico y poéticos habituales. Esta es la impresión al leer las notas de trabajo de sus últimos años y de sus últimos proyectos filosóficos.
Otra forma de pensar: a través de metáforas
Sin embargo, no me atrevería −como no me atrevo en el caso de Ricœur−, a hablar de “razón metafórica”, como sería la “razón poética” de M. Zambrano. Hay en el pensador español y en el pensador francés un momento crítico, discriminador, con respecto a cualquier uso de las metáforas. La metáfora no sustituye al pensamiento, no lo suplanta, sino que lo lanza a pensar más, a pensar “de otra manera”. Por eso, en el caso de Ortega y en el caso de Ricœur, no hablaría de un pensar con metáforas sino pensar a través de metáforas; a través… es decir, llevando y haciendo discurrir el pensamiento por la estela que ha trazado la metáfora (¡válgame la metáfora como explicación!).
Ortega no deja de darnos ejemplos −Ricœur nos da más teoría− de cómo las metáforas están detrás de los conceptos, cómo operan, cómo trabajan en ellos. Pero una cosa es desmontar o deconstruir un concepto, y otra pensar con la metáfora, prolongarla. El trabajo de Ortega es fiel reflejo de este deconstruir y prolongar, este tejer y destejer metáforas y conceptos, con la mirada siempre puesta en la vida.
Nueva teoría de la razón
La teoría de la metáfora en Ortega, en sintonía con la de Ricœur, ayuda a configurar la trama de un nuevo modelo de racionalidad, más amplio, más sincero con las cosas, con la realidad, con la vida. La razón vital (histórica, narrativa), o la razón cordial, encuentra en la metáfora su urdimbre, su tejido, aquello que la configura para poder responder desde la vida a la vida misma.
Sólo entendiendo adecuadamente esta matriz metafórica de la razón cordial podemos hacernos cargo de lo que supone esta nueva “teoría de la razón” para comprender la imaginación, la creatividad, la vida humana, o una ética y políticas a la altura de nuestro tiempo.
La razón confusa
Este nuevo modelo de razón apela al orden de la “confusión”. La razón cordial es esencialmente con-fusa, en el sentido también en que con-funde, y funda-con. No es aislada, separada. No puede serlo. Nace originariamente impura confusa y confundente. El siguiente texto, nota, de Ortega es magnífica al respecto (¡escrita de manera un tanto ilegible!):
El logos de la confusión al ‘identificar’ todo ‘lo que tiene que ver’ permite y obliga a que un vocablo denomine a la vez los objetos más distantes. Esto hace que lo mismo que el ser de una cosa comunica y se con-funde con el de otra −cada palabra tiende a trascender su propio sentido y representar el sentido de otra existente ya o aún no existente. Es, pues, un estado de máxima hiperestesia en la función metafórica del lenguaje, que es el poder lingüístico de “con-fusión” correlato de un mundo de con-fusiones.
Pero, claro es que entonces −de puro ser constituyente y general el metaforismo −mejor dicho− de puro corresponder la metáfora como tal = sustituibilidad de un vocablo por otro a lo que lo real es, a saber, confusión −carece del sentido especial que luego ha cobrado. La metáfora no aparece como, no tiene el carácter de tal, sino que es el modo de decir directo.
Lo que nosotros llamamos metáfora supone el mundo de distintos (= no confusos) que poseen nombres incomunicantes. Cuando por un motivo especial hacemos cuasi-comunicar los nombres y cuasi-sustituirse tenemos nuestra metáfora. [7]
En conclusión
La metáfora ayuda, pues, a que la razón rompa con la identidad, y genere con-fusión para responder a una realidad en sí misma con-fundente. Dar cuenta de la realidad supone aceptar la realidad, saberse confuso. Y eso se lo debemos a la metáfora.
Y la vida quedará siempre o más acá o más allá, y quizás ni la filosofía pueda dar cuenta de ella. La vida siempre excederá a la filosofía, y frente a ella será siempre un fracaso, también fracaso de la razón. Pero la cordialidad viene a socorrernos; es una metáfora −¡nada más!¡nada menos!− que hace que el gesto, el abrazo, la estima dirigida a los otros, a la realidad, a nosotros mismos, sea lo único que tengamos, lo único a nuestra disposición. Perder la cordialidad es haber perdido también la razón (cordial); es locura, absurdo. Y detrás de las palabras sólo quedan pequeños gestos, una actitud: eso es la vida. Y con Ortega tendremos que decir:
Del fracaso de la filosofía, más en general aún, de la razón, nos recogemos a la vida, apelamos a ella. [8]
NOTAS
[1] Sobre la metáfora en Ortega remito a mi trabajo “La hermenéutica de la metáfora: De Ortega a Ricœur”, Espéculo: Revista de Estudios Literarios, nº 24, 2003.
http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/ortega.html
[2] Citaré por la edición de las últimas obras completas (Madrid, Taurus-Fundación Ortega y Gasset, 2004-2010), indicando el volumen, en número romanos, y las páginas. Cfr. VII, 708-709, nota.
[3] No quisiera ahora justificar esta inscripción ni quisiera aquí recargar este trabajo, que quiere ser sugeridor, con notas y trabajo académico.
Remito, con afán de economía argumentativa, a otros trabajos donde realizo la lectura hermenéutica de Ortega (en conexión con Ricœur). Véase: “J. Ortega y Gasset en la fenomenología hermenéutica. La experiencia de la traducción como paradigma hermenéutico”, en F. Llano, Meditaciones sobre Ortega, Tébar, Madrid, 2005, pp. 373-410; “Leer a Ortega a la altura de nuestro tiempo”, en J. Zamora Bonilla, Guía Comares de Ortega, Editorial Comares, Granada, 2013, pp. 331-353; “Vida e narração: parcours da razão narrativa. Um encontro possível entre Paul Ricœur e José Ortega y Gasset” (en portugués), Claudio Reichert do Nascimento (editor), Pensar Ricœur: vida e narraçao, Editora: Clarinete, 2016, pp. 351-372; “Razón traductora. J. Ortega y Gasset y P. Ricœur: horizontes hermenéuticos de la traducción”, Critical Hermeneutics, special 2 (2019), Biannual International Journal of Philosophy (http://ojs.unica.it/index.php/ecch/index), pp. 85-108.
[4] Para un análisis de la estimativa, de la ética orteguiana, cercana en muchos aspectos a lo aquí defendido recomiendo la tesis doctoral de Noé Expósito Ropero, La ética fenomenológica de Husserl y Ortega. Del deber al imperativo biográfico (UNED. Madrid, 2019), que pronto será publicada; promete dar un más que interesante giro a los estudios orteguianos (sobre todo los referidos a la ética).
[5] Muchas de las ideas referentes a estos textos proceden de una conferencia impartida en el marco del encuentro ‘Estética política y deshumanización del arte’, Salamanca, 20-31 de mayo de 2019. El diálogo fue fructífero y muy interesante, agradezco los comentarios/debate a los profesores Ignacio Blanco, Javier Zamora Bonilla, Francisco José Martín, Domingo Hernández, Azucena López Cobo, José Luis Molinuevo y, en general, a todos los asistentes.
[6] Sobre este texto, la metáfora (y el tema tan hermenéutico de la traducción), desde un enfoque fenomenológico recomiendo encarecidamente el trabajo del profesor Javier San Martín “La metáfora secondo Ortega e le difficoltá della sua traduzzione”, en C. Cantillo, Forme e figure del pensiero, La Città del Sole, Nápoles, 2006, pp. 287-302.
[7] Cfr. J. Ortega y Gasset, Notas de trabajo. Epílogo…, edición de José Luis Molinuevo, Alianza Editorial, Madrid, 1994, nota 208, pp. 150-151.
[8] Cfr. J. Ortega y Gasset, Notas de trabajo. Epílogo…, edición de José Luis Molinuevo, Alianza Editorial, Madrid, 1994, nota 495, p. 316.
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About the author
Tomás Domingo Moratalla
Profesor de Antropología Filosófica. UNED