4.- Muerte y escatología en las formas de existencia

§ 87.- Muerte y escatología en la existencia ética. El miedo al juicio

A partir del Poema de Gilgamesh se establece una relación estricta entre comportamiento moral y tipo de vida biográfica, por una parte, y tipo de vida el feliz o desgraciada en la eternidad, como se indica en el volumen III, La revelación originaria: La religión de la Edad de los Metales.     

El miedo a la muerte y al juicio no se da en el neolítico, ni en la cultura judía más que a partir de un determinado momento. El miedo al juicio surge en la cultura y religión mazdeísta. El infierno tiene la misma eternidad que el cielo y es el lugar de los muertos para siempre. Ese es el carácter del Seol hebreo, el Hades griego, el Infierno cristiano y el Yahanna islámico.

Expresión del miedo a la muerte y al infierno
Peeter Huys (1570). El Infierno. Museo del Prado

El infierno tiene un sentido negativo de lugar de castigo y de penas eternas por las culpas cometidas en vida, es de origen Iranio, lo recoge la cultura persa y lo hacen suyo el cristianismo y el islam, que lo difunden por todo el mundo[1].

Las condiciones subjetivas de posibilidad del juicio y, consiguientemente del infierno, y del miedo a ambos, son la ubicación del yo en la imaginación volitiva y en el intelecto discursivo racional.

Esa ubicación del yo es lo que permite imaginar y pensar el conjunto de las series posibles de procesos temporales, físicos y morales, como totalizadas en una unidad final, o mejor dicho, lo que permite postular esa unidad final como unidad total del ser, lo que permite suponer la conmensuración entre las esencias y los procesos discursivos y el ser uno. Esta conmensuración es imposible y tiene una de sus expresiones en el problema del continuo. No se puede dividir una línea continua en la totalidad discontinua de los números que la integran. Como Kant observa, la totalización de lo real contenido en procesos discursivos del tipo que sean se puede postular, pero a su concepto, si es que se puede concebir, no le corresponde ningún objeto.

A partir de la antigüedad el intelecto discursivo, el nous, está dado para sí mismo también como intelecto espiritual, como nous eron, como espíritu libre y amante. Si en la forma de vida individual y en la cultura tienen predominio la imaginación imperativa y creativa, y el intelecto discursivo, y si las costumbres sociales y los hábitos individuales que se generan en el orden de la subjetualidad social y del sí mismo sustancial de cada persona, son discursivo, entonces no pueden no resultar obvios, lógicos e incluso “evidentes” el juicio y el infierno.

En ese caso, no puede no darse el miedo a la muerte, al juicio y al infierno, que pueden ser mitigados con las versiones narrativas de la realidad y las cualidades de la subjetividad divina, que son la revelación elaborada en la teología dogmática y propuestas y custodiadas en la ortodoxia.

Por otra parte, si en la mayoría de las personas que integran las sociedades de la época histórica, que tienen lo que se ha llamado una “forma de vida” normal, hay experiencias de culto interior más o menos frecuente y más o menos intensas, entonces el miedo a la muerte y al juicio pueden quedar ampliamente compensados con el cobijo que proporciona el repertorio de instrumentos del culto público y de la vida social para quienes emprenden el camino de la otra vida.

La experiencia religiosa personal, la ortodoxia religiosa y el orden público de las exequias y otras ceremonias, pueden mitigar el miedo a la muerte y al juicio mediante las referencias al amor y misericordia divinos.

Ese miedo a la muerte y al juicio se alteran de dos modos. Si el yo y el sistema sociocultural pierden la referencia a los contenidos del intelecto espiritual, el miedo se convierte en pavor ante la muerte, y el juicio desaparece del horizonte intelectivo, que es lo que ocurre en la existencia ética científica.

Si el yo se instala por completo en referencia a los contenidos del intelecto espiritual, en el nous eron, y se refiere a su sustancialidad subjetiva y a su fundamento, entonces el miedo a la muerte desaparece, porque entonces ya no vive en el orden del tiempo sino en el del acto primero, y el juicio desaparece también del horizonte intelectivo, porque en el orden del acto primero no hay y quizá no puede haber procesos discursivos. Eso es lo que sucede en la existencia religiosa, o sea en la mística, en la forma de religión más frecuente en las cultural orientales.

 

NOTAS

[1]  Cfr., Antón Pacheco, J.A., “Infierno y paraíso en el mazdeísmo y en el maniqueísmo”, en Choza J. y Garay, J., Infierno y paraíso. El más allá en las tres culturas, Sevilla: Thémata, 2004; cfr., Minois, G., Historia de los infiernos, Barcelona: Paidós, 2005.

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

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