El pudor:
la elegancia de la belleza
Introducción. El cambio en la noción de pudor
Desde hace tiempo el sentimiento del pudor se ha modificado notablemente. En la pasada década de los setenta Del Noce hablaba ya de un cambio en la noción misma de obscenidad[1], normalizándose conductas y tolerándose gestos que se consideraban inmoderadamente sensuales y provocativos o de mal gusto. Frente a la serenidad catártica que brota del sentimiento estético presente en el pudor y la intimidad se ha pasado a normalizar el erotismo impúdico como valor social y artístico.
Parafraseando unas palabras de Rita Levi-Montalcini (Neuróloga, Premio Nobel de Medicina en 1986) las mujeres y los hombres que han cambiado el mundo y la historia – auténticos héroes y heroínas- no han necesitado nunca enseñarles otra cosa a los demás que su inteligencia y su corazón. Son personas que han disfrutado la vida porque han experimentado el placer que supone no tener que enseñarle nada públicamente a nadie y menos la propia intimidad corporal. Por contraste, son muchos los que hoy, alegre y banalmente publicitan y exponen su vidas sin secretos y sin pudor en platós televisivos, en plataformas digitales, redes sociales, etc. Buscan comunidades o grupos a los que poder exponer sin filtros donde están, qué ropa llevan, qué comen o con quien se relacionan.
La sustitución de la persona por su imagen
En la esfera o mundo virtual las relaciones persona-persona han sido sustituidas por las relaciones persona-imagen, operándose un cambio drástico en el modo de comportarnos y de exponernos. Las redes se han convertido en el lugar menos seguro para proteger nuestro pudor e intimidad. Y dado que la imagen no es una persona y carece de sentimientos, se han alterado las reglas de respeto al convertirse en despótica la relación con la imagen, esfumándose límites antes reconocibles. Paradójicamente, personas que no estarían dispuestas a desnudarse en la realidad, en la calle y con público presente, no tienen reparo en hacerlo en las nuevas pasarelas digitales eliminando su pudor exponiéndose- escondiéndose– bajo todo tipo de imágenes.
1. La elegancia de la belleza
Lo que no es el pudor
En este articulo me gustaría resaltar y justificar que el pudor no está en contra de la belleza de la persona sino, al contrario, la resalta y no la reprime; reconoce su valor más profundo al proteger lo sagrado del cuerpo y del alma manteniendo el brillo de su belleza física e interior. Ser o ir pudoroso no significa no querer ir atractivo- feo- o ir mal vestido, despeinado o maloliente, provocando el rechazo automático de los demás. Tampoco pretende negar la realidad del cuerpo sino que permite que la persona pueda elevarse más allá de la mera exhibición de ella misma.
El pudor no eclipsa la poderosa luz que emite el cuerpo humano sino que utiliza esa luz para emitir un mensaje sobre su identidad más profunda[2]. No busca ausentar la persona del cuerpo por pisotear su intimidad, porque gran parte del logro de la belleza está en hacer que el cuerpo se cubra a sí mismo y que la propia carne sea expresión del pudor, convirtiéndose así en la elegancia de la belleza, en su vestido y en recato del alma. En palabras de Scruton las manifestaciones del decoro y la decencia son parte integral del sentido de la belleza[3] .
La exposición física del cuerpo no supone mayor belleza
El hecho de querer sentirse atractivo y reconocido por los demás no puede depender de la visualización de los atributos sexuales renunciando al pudor para, de este modo, lograr ansiosamente – y al instante- la aprobación pública. De ningún modo la actitud pudorosa resulta contraria al placer que da el arreglarse, vestirse y “verse guapos”. Pero mostrar lo mejor de la propia persona- así como la legitimidad de su feminidad o masculinidad- no puede ser proporcional ni a la superficie epidérmica expuesta ni al tamaño o forma de los miembros íntimos. Exagerar lo físico y sobreestimarlo estéticamente a través del desnudo minusvalora el cultivo de las grandes cualidades y capacidades que pueden desarrollar las personas. Sin duda es este uno de los puntos críticos de la belleza actual que la están falsificando.
La belleza es el resultado de situar la vida humana, sexo incluido (la persona humana es sexuada), a una distancia suficiente para poder contemplarla con encanto, sin repugnancia ni lascivia. Ella forma parte de nuestro ser como personas de carne y hueso, y cuando el arte cosifica el cuerpo y lo arranca del ámbito de las relaciones morales se incapacita para captar la verdadera belleza de la forma humana. Profanando la belleza de las personas, y disfrutando de la visión de gestos eróticos impúdicos – voyeur– se profanan y se degradan a sí mismos.
Lo que sí logra el pudor
Sin mostrar aparentemente nada, el pudor posee una fuerza lingüística mayor que el desnudo descarnado, es decir, transmite mucho más de la persona. Trasciende la belleza permitiendo que su significado vaya más allá de lo meramente físico; alcanza a ver más lejos aunque aparentemente no se vea casi nada. Y, por último, permite no quedar preso de la inmediatez del placer al mostrarse el cuerpo desnudo porque vuela más alto escapando hacia una belleza superior que le otorga una mayor felicidad porque da más gozo verla.
2. Lo natural del pudor: nos hace humanos y nos protege
El pudor no es un rasgo animal
Sostiene Yepes que en relación con el cuerpo humano hay un sentimiento espontáneo – una inclinación natural que se convierte en hábito- que nos lleva a cubrirlo[4]. En cambio el resto de animales, aunque tienen miedo y temor, no son pudorosos ni impúdicos, comportándose de manera instintiva. Está en nuestra naturaleza humana ser pudorosos, y, por tanto, uno se comporta de este modo por lo que él es y no por un conjunto de condicionamientos sociogeográficos[5] o culturales. Existe una tendencia que brota del interior del hombre a tener vergüenza de las reacciones y actos que otros pueden tener o hacer si uno se presenta de modo impúdico, desnudo, porque, en ese caso, uno podría ser visto por los otros como objeto de placer y de uso en vez de como objeto de amor y de respeto.
El pudor nos revela como personas
El pudor no es un mero hecho experiencial o un simple sentimiento sino que ha de considerarse, en profundidad, desde su dimensión ontológica que ayuda a definir el ser de la persona. Como explica Jacinto Choza el pudor es la expresión de lo que es constitutivamente el ser humano en tanto que persona[6], y por ello, lo que le permite presentarse ante los demás siendo quién es. Se trata de algo tan esencial que es capaz de otorgarnos la humanidad misma. Nos hace humanos y permite reconocernos como miembros de esa familia a través de él. Porque el pudor manifiesta que nuestra naturaleza está creada para la intimidad, característica innata que nos afecta por completo determinando la manera en que nos relacionamos con el mundo y los demás.
Reduccionismos del pudor
Simplificamos su valor si lo reducimos a decoro corporal, a centímetros de tela o a un tradición moral conservadora que va pasándose de una generación a otra. Resulta incomprensible su significado desde un enfoque exclusivamente fenomenológico, social o moralista. Por tanto requiere completarse desde la metafísica[7] porque al pudor le importa la verdad del bien que es la persona en su totalidad. Y esta visión ontológica se sitúa en las antípodas de los que pretenden criticar y ver al pudor bajo prejuicios ancestrales de mentes cerradas contra todo lo que sea carnal.
Tampoco estamos ante un simple aspecto de la sexualidad humana o de algunas de sus partes porque el pudor es de toda la persona. Es algo de suyo natural que no va en contra de ella sino un hábito que se desarrolla para poner la intimidad a cubierto de los extraños[8]. Y “los extraños” son los que representan lo antinatural, de los cuales uno se defiende para que no invadan lo que es más propiamente suyo, su intimidad.
Vulnerabilidad y dignidad
El elevado sentido humano que posee el pudor está directamente relacionado con nuestra naturaleza vulnerable, porque si en vez de ser vulnerables y capaces de ser heridos en nuestra dignidad fuéramos seres intocables e invulnerables ¿qué sentido tendría el pudor? Sencillamente iríamos desnudos y sin vergüenza como el resto de los animales. Tampoco existiría el abuso y la violación. Pero el hecho ser vulnerables acentúa la reserva y la protección de la intimidad, haciéndonos poseerla más intensamente para ser más dueños de nosotros mismos. No puede ser más fuerte la relación del pudor con la dignidad[9]. Por ello los torturadores y depredadores sexuales y sus víctimas saben que exigir la desnudez corporal a alguien destruye su dignidad como persona convirtiéndose este acto en uno de los delitos más vejatorios y humillantes que existen.
En la vida de cualquier persona el pudor brota instintivamente cuando descubre y reconoce su intimidad sexual, y cuando se es consciente de que uno no es una existencia meramente pública. Emerge como acto reflejo de la dignidad personal que se siente amenazada por impulsos que la dejarían desprotegida[10] reaccionando para salvaguarda su pureza. De nuevo Yepes afirma que sentirse visto, sentir que se ve el interior de uno y que queda expuesto a la vista genera una reacción espontánea, una urgencia de esconderse para desaparecer. Verse desposeído de algo íntimo que pasa a ser públicamente enseñado sin el propio consentimiento genera vergüenza y rabia.
Algunos ejemplos naturales de pudor y vergüenza
De modo que la situación de sentirnos transparentes ante los demás estimula al sentimiento del pudor para que actúe por medio de gestos y reacciones defensoras de lo íntimo que precede a la vergüenza, dándole a esta un sentido positivo de preservación. La vergüenza se produce ante el miedo a que otros lleguen a saber algo sobre nosotros que debería permanecer oculto.
Las mujeres africanas
En algunas tribus africanas si una mujer es sorprendida desnuda por quien no tiene derecho a verla, reacciona instintivamente tapándose la cara con las manos y no su intimidad sexual descubierta. Indican con ese gesto de cubrirse los ojos que el otro “extraño” no puede verle, porque el rostro – representando a todo el cuerpo- ha de permanecer oculto para quien no le corresponde verlo.[11] Es un movimiento de defensa de la persona que no quiere ser un objeto de placer, ni en el acto, ni siquiera en la intención, sino que quiere, por el contrario, ser objeto del amor. La cara es la que individualiza el cuerpo, toma posesión de este en nombre de la libertad y condena las miradas lujuriosas como violaciones.
Las chicas estadounidenses
Wendy Shalit que ha estudiado el fenómeno del pudor en chicas en EE. UU, asegura que si tantas chicas hoy día siguen ruborizándose, incluso en una época en la que se les ha presionado para que no lo hagan, quizá es porque tienen esa capacidad natural de avergonzarse por algún motivo.
El rubor o la vergüenza es una reacción maravillosa que señala que está sucediendo algo muy extraño o relevante, que algún límite está a punto de ser atravesado por uno mismo o por otros. Sin esa capacidad de sentir vergüenza las niñas son más débiles: más vulnerables a los embarazos no deseados, a ser usadas, y a la posibilidad de que les rompan el corazón[12].
Ese tipo de vergüenza se produce cuando el ser humano cae en la cuenta de que no controla con su razón su expresión corpórea, sus movimientos y sus actividades. Entonces se siente inhábil, culpable o incapaz y reacciona psicológica y fisiológicamente apareciendo el rubor. Hecho que confirma la existencia de una tendencia de la interioridad personal a tener vergüenza de mostrar su intimidad sexual. Se trata de una manifestación normal dirigida a encubrir los valores sexuales para que estos no oculten el valor de la persona. El pudor refrena el resquebrajamiento de la persona.
Los niños
Hasta en los niños pequeños surge innato el pudor, apareciendo de modo natural incluso sin que haya habido indicación expresa por los padres. En cuanto empiezan a tener conciencia de sí mismos y de su cuerpo alumbra un sentimiento de autoprotección individual ante los demás[13], porque se sienten como un individuo, un alguien objetivo distinto de una realidad genérica. Sin minusvalorar la importancia de la educación familiar, el pudor no aparece como una consecuencia lógica de ella, ni como un condicionante en forma de tradición o costumbre social.
Como dice Max Scheler en su obra: las consideraciones fenomenológicas acerca del pudor no son reductibles a
las explicaciones positivistas, psicoanalíticas y evolutivas sobre la vergüenza, las cuales intentan reducirla a un sentimiento inculcado por la sociedad y sólo posible ante los demás[14].
Es la propia esencia humana – su naturaleza- la que le hacer ser lo que es, permitiéndole descubrir y vivir con naturalidad la protección de la intimidad corporal[15]. En este sentido muchos niños en cuanto descubren por si solos su intimidad reaccionan cubriéndola. En poco tiempo empiezan a vestirse y a bañarse por sí solos para no aparecer sin ropa delante de los demás[16]. Y, de hecho, es una experiencia comprobada que unas de las pesadillas recurrentes en niños es verse desnudos de forma repentina encima de un escenario frente a una multitud[17]. Desde la infancia, el pudor que muestra el niño expresa el reconocimiento de su cuerpo sexuado a través de su genitalidad que trata de cubrirla de intimidad[18].
Lo antinatural es exhibirse
Asimismo la paleoantropología nos recuerda que los individuos de la especie humana en su proceso de hominización fueron irguiéndose, quedando definitivamente en pie, y andando sobre dos extremidades. Este posicionamiento vertical hizo revelar frontalmente al mundo las partes más vulnerables e intimas de su cuerpo –los genitales- motivo por el que, pronto, los humanos primitivos, a diferencia de otras especies, empezaron a vestirse.
Como estoy tratando de justificar, si lo natural en el ser humano es el pudor lo antinatural es exhibirse: el desnudismo[19]. Los humanos accionan este movimiento natural y específicamente suyo para esconder sus valores sexuales en la medida en que serían capaces de encubrir el valor de la persona. Pero es un cubrirse para descubrir a la persona[20] y reflejar su esencia; es cubrirse no por retraimiento sino por respeto a la dignidad.
Por lo tanto, su significado más profundo no está en lo que oculta, aunque en ello estribe el objeto directo del pudor, sino en lo que manifiesta —el valor de la persona—, aunque este sea solo su objeto indirecto. Oculta para mostrar. Oculta aquello que puede dis-traer para atraer lo importante del otro y captarlo. Más aun, como explica Marín
la sexualidad no existiría sin el pudor, es decir, sin la captación en el propio cuerpo, y en general, en el cuerpo humano, de unas densidades significativas de las que carece cualquier otra forma de corporalidad, porque no están vinculadas a periodos de receptividad y celo, sino a la emergencia significativa de intimidades[21].
Reconocer la existencia de vínculos
Por otra parte, ser pudoroso significa también venerar el origen en uno mismo y en el otro[22], por eso se cubre y se defiende, para proteger la vida misma que nos es dada. De hecho el pudor logra el reconocimiento de la existencia de vínculos entre los hombres y permite asociarnos, crear familias, comunidades, sociedad, en definitiva vincularnos.
Por el contrario, vivir o mostrarse públicamente desnudos no es vivir como humanos en sociedad sino en manadas de animales que no se diferencian entre sí y que no buscan convivir sino sobrevivir por instinto: comer, cazar, cortejar, pelearse por una hembra o un macho y hacer la cópula al aire libre. La desnudez genital o el impudor erótico ofrece una contrarréplica a la veneración del origen porque su principio es más bien la descreación, la disolución del individuo; niega el amor a la generación y produce una subversión de lo sagrado que encierra el pudor pasando a ser orgiástico[23]. Se trata de un proceso de involución a un estado primitivo, motivo por el que Max Scheler sentencia que
la disminución del pudor no es evolución cultural superior y crecimiento… sino un indicio anímico seguro de una degeneración de la raza[24].
El pudor vuelve significativa la desnudez
Insiste Marín en asegurar que a través del pudor
las partes genitales del cuerpo que son, en general, el símbolo del origen y la transmisión de la vida (…) concentran sobre si otro aspecto: son el lugar donde más densa es la intimidad orgánica de cada uno de los ascendientes como individuos y, más en particular, de la relación entre sí de los progenitores[25].
Significa entonces que los órganos sexuales humanos no son solo eso –órganos físicos indiferentes como en el resto de los animales- porque si solo fueran eso, la desnudez ante los otros no plantearía objeciones públicas por actitud obscena, ni ruborizaría ni a uno mismo ni al observador. Nos resistimos a no ver más que solo unos genitales porque reconocemos la existencia de algo más detrás de ellos, y ese algo que emerge no es otra cosa que un yo, una cuerpo que es persona. El pudor los protege, así como a sus funciones, pero no por lo que son desde un punto de vista anatómico o fisiológico, sino por el misterio de la sexualidad que representan. El pudor vuelve significativa la desnudez tapándola.
El impudor dificulta la comunicabilidad de la persona
Aunque en toda persona reconocemos la importancia del lenguaje corporal, el desnudo no tiene capacidad de comunicar por sí solo ni expresa apenas nada aunque altere la atención o excite al observador. Por el contrario el impudor dificulta la comunicabilidad de la persona y su capacidad de vinculación con los otros porque uno resulta menos sociable al tener menos que comunicar. La transmisión se corta al ocupar el cuerpo demasiado espacio en el emisor. Solo el pudor que cubre lo íntimo convierte el sexo en una experiencia de comunicación de la propia identidad; y a la vez crea el ambiente propicio para la seducción y la atracción porque seduce más lo que no se ve o entreve que lo totalmente transparente y carnal. Como sostiene Marín,
solo un animal que descubre cubriendo puede hacer del ocultamiento una invitación corpórea de y a la intimidad[26].
En definitiva
Añade Rodríguez Valls que
el pudor guarda el absoluto del yo, nuestra dignidad, nuestra parte que es fin y no medio[27];
convierte al yo en templo, en el sentido de que recoge aquello que nos es más sagrado, lo que en nosotros es trascendente. El pudor protege a uno mismo poniéndolo en primer lugar a salvo en su propia casa para no quedar expuesto de modo indefenso y vulnerable a la mirada de los demás; impide ser visto por quien no nos gustaría ser vistos, y evita que algunos acaben mirando lo que no nos hubiera gustado que mirasen[28]. En esta línea Ricardo Yepes sostiene que el cuerpo no puede verse separado de la intimidad personal, de la persona; no es una casa que alquilo de vez en cuando a la que viajo y allí vivo temporalmente, hago una serie de cosas, y luego voy y me vuelvo[29].
Hemos de proteger al cuerpo para que este no aparezca ni primaria ni principalmente como un cuerpo corporal: evitando un excesivo realce de lo físico provocativo que pediría vulgarmente un contacto directo. De algún modo es lo mismo que uno intenta evitar en público: nadie bosteza delante de los otros sonoramente y de modo indiscreto, ni tose o estornudar descaradamente. Por respeto y discreción personal asumimos que existe algo de nuestra intimidad que debería mantenerse fuera de escena, fuera del espacio público y del alcance de los ojos de los espectadores[30].
Otros artículos de E. García Sánchez publicados en esta web:
La humanidad cuidadora (enero 2024)
La seducción de la belleza interior (julio 2023)
La post-belleza. Crisis estética y víctimas (marzo 2022)
El descuido de los vulnerables en una sociedad perfeccionista y hedonista (diciembre 2020)
NOTAS
[1] Del Noce, A., El erotismo a la conquista de la sociedad en VV.AA La escalada del erotismo, Palabra, Madrid 1972, 41ss.
[2] Shalit, W., Retorno al pudor, la fuerza de la mujer. Rialp, Madrid 2012, 346.
[3] Scruton, R., La belleza. Una breve introducción. Editorial Elba, Barcelona 2017, 160.
[4] Yepes Stork, R., La persona y su intimidad. Cuadernos de Anuario filosófico, Serie Universitaria, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, nº 48, 1998, 16-17.
[5] Choza, J., La supresión del pudor y otros ensayos, Thémata, 2020, 16.
[6] Choza, J., La supresión del pudor y otros ensayos, Thémata, 2020, 12.
[7] Balmaseda, M. F. » Metafísica del pudor». Un aspecto central de la filosofía del cuerpo en» Amor y responsabilidad» de Karol Wojtyla. Espíritu: cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana, (2010), 59(140), 527.
[8] Choza, Jacinto., La supresión del pudor y otros ensayos, Thémata, 2020, 16.
[9] Yepes Stork, R., La persona y su intimidad. Cuadernos de Anuario filosófico, Serie Universitaria, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, nº 48, 1998, 73.
[10] Occhiena, M., Pornografía y moral, en VV.AA., La escalada del erotismo, Palabra, Madrid 1972, 104.
[11] Galli, Leda., Del cuerpo a la persona, Rialp, Madrid 2010, 27.
[12] Shalit, W., Retorno al pudor, la fuerza de la mujer. Rialp, Madrid 2012, 43-44.
[13] Scheler, M., Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza. Sígueme, Salamanca, 2004, 55.
[14] Scheler, M., Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza. Sígueme, Salamanca, 2004, 12
[15] Cfr. Choza, J., La supresión del pudor y otros ensayos, Thémata, 2020, 23.
[16] Peterson, J., 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos. Planeta, Barcelona 2018, 80.
[17] Peterson, J., 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos. Planeta, Barcelona 2018, 75.
[18] Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 129.
[19] Balmaseda, M. F., » Metafísica del pudor». Un aspecto central de la filosofía del cuerpo en» Amor y responsabilidad» de Karol Wojtyla. Espíritu: cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana, (2010) 59(140), 541-555.
[20] Wojtyla, K., Amor y responsabilidad, Razón y fe, Madrid 1969, 198-199.
[21] Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 129.
[22] Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 129.
[23] Del Noce, A., El erotismo a la conquista de la sociedad en VV.AA., La escalada del erotismo, Palabra, Madrid 1972, 87.
[24] Scheler, M., Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza. Sígueme, Salamanca, 2004, 117.
[25] Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 125.
[26] Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 130.
[27] Rodríguez Valls, F., Hombre y cultura. Estudios en homenaje a Jacinto Choza, Thémata, 2016, 82-83.
[28] Cfr. Marin, H., Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, Pre-textos, Valencia 2010, 124.
[29] Yepes Stork, R., La persona y su intimidad. Cuadernos de Anuario filosófico, Serie Universitaria, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, nº 48, 1998, 22.
[30] Ruiz Retegui, A., Pulchrum, 2ª ed., Rialp, Madrid 1999, 157.
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Emilio García-Sánchez
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