4.- Muerte y escatología en las formas de existencia
§ 90.- El deseo de morir. “Que muero porque no muero”.
Si, como se ha señalado hace un momento, el yo se instala en la referencia a su sustancialidad subjetiva y a su fundamento, el miedo a la muerte desaparece porque ya no vive en el orden del tiempo sino en el del acto primero. Entonces el juicio desaparece también del horizonte intelectivo, porque no pertenece a ese orden.
Eso es lo que sucede en la existencia religiosa, tal como la describe Kierkegaard en siglo XIX, que es la forma de la religión como culto interior, como oración de contemplación, como unión mística, que aparece con los maestros con los que comienza lo que se ha denominado la era axial.

En la posición en que se ubica el yo en oración mística, la muerte es un tránsito en cierto modo leve, como la muerte paleolítica, o quizá un poco más leve.
Todos los vivos cometen/ el error de distinguir demasiado fuerte. / Los ángeles (se dice), no sabrían a veces si andan/ entre vivos o muertos […][1]
En el orden del acto primero no hay miedo a la muerte ni al juicio porque no hay muerte ni juicio. Lo que estaba dado en una distensión temporal inconclusa y con un final desconocido, aparece entonces como concluido y totalizado.
Cuando en la experiencia mística se ha probado “lo otro” un poco, ya no es posible olvidarlo y se quiere volver, o sea, morir. Entonces la muerte no se teme, sino que se desea, y a veces con mucha intensidad, como se expresa en el verso “que muero porque no muero”. Pero eso ocurre porque “lo otro” se ha tenido en momentos que son fugaces, y no se está con ello en una situación de unión permanente.
En la última fase de la escala mística, tal como la describen los místicos españoles, cuando se produce el tránsito del “desposorio espiritual” al “matrimonio espiritual”, entonces la unión no es intermitente, sino firmemente estable, y en esa situación ya no se desea la muerte, porque la unión esta ya consumada. Se desea seguir viviendo, para integrar más mundo en esa unidad. Y, todavía en una fase ulterior, cuando la unión amorosa es embriagadora, ya resulta indiferente morir o seguir viviendo.
La experiencia que describe Rilke parece tener esas dos características. Por una parte, se llega al sitio en el cual “estar es glorioso” y se describe como un gozoso “estar muerto”. Por otra parte, se sabe que no se está definitivamente y solamente allí, sino en ambos reinos, y que hay mucha tarea por hacer.
Y todavía por otra parte, estando ya en el trasiego de la tarea cotidiana, parece que la muerte no es algo que ha de preocupar, porque, en todo caso, es otro momento para transmutar algo más, y tal vez de una manera en la cual uno todavía es más uno mismo, pues para el que vive así, hasta la propia muerte es una ocasión, una oportunidad más o un “pretexto para ser”[2].
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NOTAS
[1] Rilke, R.M., Elegías de Duino, Primera elegía. En Obras de R.M. Rilke, trad. de José María Valverde, Barcelona: Plaza y Janés, 1967.
[2] Cfr. Choza, J., Al otro lado de la muerte: las Elegias de Rilke, 7ª elegía, ed, cit., pag. 161.
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About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran, entre otras: Filosofía de la basura: la responsabilidad global, tecnológica y jurídica (2020), y Secularización (2022).