La seducción de la belleza interior

 

 1. La imagen y la belleza exterior no valen más que mil palabras

La sociedad de la imagen

El poder de atracción de la imagen en la llamada, precisamente, Sociedad de la Imagen, está influyendo negativamente en la capacidad de percibir el valor auténtico e integral de la belleza de la persona. El predominio de lo visual y gráfico, el exceso de datos y fotos ha conducido a una pérdida progresiva del asombro hacia una parte esencial de la belleza que no cabe en pixeles ni puede monitorizarse en pantallas. Nos referimos a la belleza interior, imposible de fotografiarse, porque lo sublime – y ella lo es- no puede compilarse en una imagen; es demasiado grande para la imaginación como lo son unas cataratas, la inmensidad del océano o la “infinitud” del cosmos. La fascinación visual – sensorial- ha generado numerosos miopes estéticos sobre la verdad de lo bello; bulímicos de imágenes quedan inhabilitados para mirar de lejos la belleza, es decir, con profundidad.

La imágenes, sobre todo las corporales, son tantas, tan ostentosas y excitantes que engañan al ojo- ocupando todo su campo visual- haciéndole creer que, a través de ellas, está viendo toda la belleza posible de la persona. El consumo voraz de imágenes hace imposible cerrar los ojos, pero solo puede contemplarse la auténtica belleza cerrándolos de verdad, haciendo un esfuerzo de silencio para hacerla hablar.

La belleza de una persona se define por su fotografía difundida en redes sociales

Imagen exterior versus belleza interior
La valía personal se mide por la imagen física fotografiada y difundida en redes sociales. Imagen 1

La crisis de la belleza se debe al difundido pensamiento de que únicamente puede accederse a su conocimiento y contemplación plena a través de imágenes. En cambio, cuanto más grosor tienen estas y más deslumbrantes son, más imposibilidad de penetrar y acceder a otros ámbitos de la persona donde abunda mucha belleza. Porque hay que tener en cuenta que, cuando me encuentro con alguien, me encuentro con un ser que tiene un valor absoluto, no es un mero ser interpretado, sino un ser teleologizado, con un fin que debo respetar. Es un encuentro con algo grandioso, y no un cruce trivial de imágenes con quién no sé quién es[1].

La extensión mundial de redes sociales como medio de comunicación y de relación con los otros (Instagram, tik tok, WhatsApp, Facebook) está contribuyendo a que masas de individuos conviertan sus imágenes en el principal canal informativo de su vida. A ello se suma el hecho de que, un buen número de esas imágenes, para su condición de validez mediática requieren cumplir con unos estándares de belleza corporal altamente seductores.

En el imaginario social circula el pensamiento de que tu valor como persona – y la propia valía antes los demás- debe estar estrechamente vinculado con tu físico representado en imágenes individuales que han de difundirse. El resultado final es una sobrevaloración o hipertrofia de la belleza externa frente a una infravaloración o atrofia de otros aspectos que embellecen a la persona pero que no pueden quedar registrados a través de un imagen, y que, por tanto, quedan excluidos en la sociedad de la transparencia informativa.

Se reduce el lenguaje humano a la expresión corporal

La inadecuada interpretación y exaltación del eslogan “una imagen vale más que mil palabras” ha derivado en un empobrecimiento en las relaciones humanas y en una visión superficial sobre la vida y sobre una parte esencial de ella, la belleza. Al suplantar la palabra por la imagen muchos se han convencido de que, ahora, casi todo el lenguaje humano ha de ser corporal. Y teniendo en cuenta la excesiva estimación otorgada a la imagen del cuerpo, esta se ha transformado en el único interprete autorizado para definir, por un lado, quién es uno en realidad, y, por otro, que nivel de belleza se posee. La imagen convertida en nuevo paradigma del conocimiento y de la belleza.

Por supuesto que el ser humano no puede dejar de expresarse y hablar a través de su cuerpo (sus miradas, sus movimientos, su compostura y vestimenta, su tono de voz, su cuidado externo…). Pero más importante – por la profundidad de donde procede- debería ser el lenguaje interior con el que habla el alma y el corazón, construido a base de palabras, pensamientos, opiniones, sentimientos y reflexiones.

La frustración que provocan las aplicaciones de citas

Apps: Tinder, Meestic o Bumble, Imagen 2

Investigaciones recientes que analizan la extensión y el éxito de las conocidas apps de citas, como Tinder, Meestic o Bumble, están sacando a relucir un número creciente de fracasos y frustraciones. Como se sabe, a parte del nombre, la edad y el correo electrónico, la única información relevante y decisiva que el usuario está obligado a subir es una foto. Recomiendan los expertos que la foto sea lo más llamativa posible para conseguir atraer, siendo una mayoría los que usan filtros manipuladores para mejorar la propia imagen. De ahí que solo sea tu imagen la que recibe puntuación y nada más; solo ella aporta valor para poder pasar a la siguiente pantalla, como si de un videojuego se tratara, hasta lograr el llamado “match” y empezar a chatear con los otros. Todo pende del hilo de una foto, es la moneda de cambio.

Pero la frustración surge cuando, una vez impactados por la imágenes, se inician las conversaciones, (chat) y se destapa la verdad profunda de la vida del otro: valores superficiales, manifestaciones inmaduras, pensamientos pobres, fotos de perfil manipuladas, o lo peor, estafa por la suplantación de identidades (identidades falsas), subida de fotos de modelos y actores, que no corresponden con la suya propia. El fracaso romántico concluye en no querer citarse para un encuentro por ausencia total de afinidad o por fraude.

Con el diálogo se conoce mejor al otro que con imágenes

Al margen de estas aplicaciones, algunos siguen creyendo que pueden enamorarse de una persona al enamorarse de la belleza que refleja su imagen sin que medie nada más. Pero la imagen no es la persona que luego conozco a través del dialogo. Aunque ya lo supiéramos sin necesidad de demostrarlo por los fracasos de Tinder, no deja de ser una nueva manifestación actual que apuntala una evidente conclusión: que mil palabras pueden valer más que una imagen. Porque lo que verdaderamente atrae de la otra persona es su belleza interior, en síntesis: sus palabras y pensamientos. Sin descartar la importancia que el atractivo físico pueda tener en el inicio de las relaciones con los otros, la gente busca algo más que una imagen o una belleza física espectacular; necesita algo más serio, profundo, enriquecedor y seguro que supere a la imagen.

Al final, lo que se comprueba, una tras otra, es que preferimos hablar con personas reales que ver sus imágenes en pantallas, porque captamos más lo original de alguien, y su autenticidad conversando y escuchando que con otro tipo de interacciones. Como confirma Retegui la persona me comunica mucho más quién es realmente dialogando que con su pura imagen externa[2].

La belleza es el acontecimiento de una relación

Para el filósofo Chul Han la belleza no es mero agrado – lo placentero, p.ej. Tinder- sino que es el acontecimiento de una relación. Experimentar la belleza sublime no se supone que sea placentero; puede causar conmoción, pero no placer. Y la salvación de lo bello es la salvación de lo vinculante[3]. Propone Han que no sea la belleza una acaparadora de mi yo, sino que ha de conseguirse que lo bello auténtico y real permita que dejemos de ser el centro de la atención para querer prestar atención al otro porque de verdad el otro me resulte de interés el solo contemplarle, pausando la mirada, deteniéndola, hablándole….

Por otro lado, sostiene Scruton que el placer de la belleza no es puramente sensorial, como el placer de un baño caliente, y eso es lo que muchos pretenden difundir cuando encapsulan sus cuerpos en imágenes de alto voltaje visual distribuidas por las RRSS. Tal y como ahora fundamentaremos, el placer de la belleza es contemplativo[4], y contemplar es un acción que viene de dentro y se dirige hacia fuera. Lo bello embellece a quien lo contempla[5].

 

2. Desde la belleza interior a la exterior

La auténtica belleza está en el interior

Padre que reconoce la belleza interior de su hijo
El amor de los padres sabe reconocer la belleza interior de un hijo. Imagen 3

La belleza interior es más importante respecto a la exterior porque la vida personal la guía uno desde dentro de sí mismo y no desde su corporalidad externa, aunque a esta no la despreciemos. Donde uno es más propiamente sí mismo es en su dentro, en su intimidad y en la profundidad de su ser, en su esencia. Ahí es donde se determina su verdadera belleza, donde está lo que más vale del ser humano.

Por tanto, lo que ha de aparecer como más bello del hombre y de la mujer no es su cuerpo – que también lo es- sino precisamente lo que este oculta y muestra a la vez: las actitudes que brotan del interior y que quedan reflejadas en una sonrisa, en una mirada, un apretón de manos, en un gesto de amor, en una muestra de humor, en un acto de solidaridad…etc. El amor de la belleza o de lo bello es el amor a lo que me constituye en humano.

La persona que tiene belleza interior, cuya alma es bella y la reconoce, contempla a cada persona y la ama por ser quién es, no por las cosas que tiene, o por si es guapa o fea, sino por ella misma. La auténtica belleza sale del interior porque la verdad está precisamente ahí, en su interior. En cambio, el hombre extravertido, el que vive constantemente hacia afuera y disperso porque no tiene dentro, se banaliza así mismo y a la belleza, diluyéndola en lo superficial[6]

Un mensaje escondido y global

En esto consiste la profanación posmoderna de la belleza, en anular la sacralidad que posee, un intento de destruir sus aspiraciones trascendentales. La belleza, aunque sin salir de lo sensible, ha de aspirar a trascender la sensación física.

En parte lo explica Chul Han sosteniendo que la belleza no debería ser un escaparate sino un escondrijo, “lo indesvelable”, ya que lo que parece principal a la vista nunca es lo bello. A la belleza le resulta esencial el encubrimiento, la discreción, el pudor, lo escondido en el interior. No necesita salirse de su vestido, del envoltorio, de su secreto para comprobar y confirmar su existencia. Ser bello es estar velado, porque si se devela se corre el riesgo de volverse infinitamente inaparente. La belleza ya está en el vestido, o mejor dicho en la persona vestida que cubre su intimidad. No es proporcional a la extensión de la superficie desnuda, porque no está la belleza en el desnudo, y, por tanto, es falso que a más desnudo más bello. Es más bien al contrario[7].

Lo auténticamente bello constituye un mensaje global – integral- y no la mezcla de formas (cada una de las facciones del rostro) ni la disposición del cuerpo, la postura y el gesto que muestro. Llevar a cabo la emancipación del autoritarismo estético dominante que ha impuesto un tipo de belleza irreal al reducirla a imágenes, implica volver hacia dentro y conectar con la belleza interior. Porque relacionar lo bello con la verdad del hombre es experimentar lo bello ontológicamente.

Hacia dentro y hacia atrás

Como analiza Scruton en su libro, el sentido de la belleza interior desempeña un papel indispensable en la configuración del mundo de los humanos[8]. E interiorizar la belleza es también volver hacia atrás, hacia la antigüedad, para recuperar el significado de la trascendencia primigenia de lo bello. Pero no se trata de un sentimentalismo nostálgico al revivir el pasado, sino que es re-conectarse con lo real y humano de la belleza, desconectándose de pantallas, móviles, monitores, redes, donde ha quedado secuestrada y manipulada la belleza sin posibilidad de contemplarse.

Interiorizamos la belleza, fortaleciéndola en su significado, pero para luego direccionarla con todo su esplendor y atracción hacia fuera. Motivo por el que añade el filósofo Alfredo Marcos que hay que interpretar razonablemente la idea de que la belleza está en el interior porque la belleza también pertenece a lo sensible, y algunos aspectos que llamamos interiores acaban siendo bellos cuando se exteriorizan[9].

Al fin y al cabo, la belleza en su nivel primario entra por los ojos físicos, se exterioriza, aunque va mucho más allá de la simple apreciación de la figura externa. La belleza siempre salta a la vista, y está llamada a verse físicamente, pero la veo más profundamente y en su totalidad si previamente la veo en mi interior y desde el interior. Que la belleza suscite el deseo es algo normal, pero pronto uno ha de descubrir que se encuentra en otro reino divino – no menos humano- en el cual la belleza está por encima y más allá del deseo. Decía Platón a Fedro:

Otórgame la belleza interior y haz que mi exterior trabe amistad con ella[10].

Poca interioridad se traduce en poca belleza

La excesiva preocupación por la belleza exterior puede esconder una falta riqueza interior. Imagen 4

 

Por tanto, si lo que predomina en la vida personal es un vacío existencial, poca interioridad, ausencia de intimidad, bajo nivel de reflexibilidad, nula capacidad para pensar a solas y en silencio, entonces es más fácil que no se refleje la belleza exteriormente. De hecho, aunque no deba generalizarse, personas que se exceden en mostrar su físico corporal voluptuosamente, y dedican excesivo tiempo, fuerza y técnica a mejorar su belleza exterior, en el fondo, buscan suplir un déficit interior o dar con la solución definitiva a una crisis personal o relacional que están sufriendo. El vacío o la oquedad interior la tratan de llenar con la satisfacción más fácil y rápida de conseguir que es la corporal, sea por medio de técnicas estéticas o ejercicios de físicos de musculación, etc.

En algunos casos, valorar en exceso lo físico y mostrarlo con vehemencia y provocación traduce el grito de alguien que está reclamando atención y ayuda para, en el fondo, salir de una situación de crisis personal. El superávit estético suele dejar al descubierto números rojos en lo interior, un déficit de atención y de preocupación por los demás en las cosas verdaderamente importantes y decisivas en la vida. Inquietarse en demasía por lo externo y otorgarle un valor preponderante representa un termómetro o indicador de que algo está fallando en el interior, en la gestión personal de emociones y de la afectividad.

No significa que embellecerse y estar físicamente vigoroso no pueda ser compatible con tener un vida llena, con sentido y feliz. Pero, en no pocos casos, se deposita una excesiva esperanza en que una mejora estética corporal que aumente su belleza física, solucionará problemas personales de cierto calado y hondura.

 

 

Estética y baja autoestima

Las clínicas estéticas son frecuentadas por personas coincidentes en la misma motivación para operarse: baja autoestima por comparación. Pero como dice el doctor Maio, ¿no sería igualmente médico, recomendarles a esas personas ejercicios de madurez que fortalezcan su personalidad y el sentido de su vida[11] en vez de someterse a una mamoplastia de aumento o una liposucción, técnicas quirúrgicas que no ofrecen garantías suficientes para resolver un problema de autoestima de base psicológica? El error, tal y como promueven algunas clínicas y revistas de moda, está en vincular unívocamente felicidad con mayor belleza física, como si la posesión de esta fuera la solución definitiva a todos los problemas.

La experiencia dice que la desinhibición estética que busca resultados inmediatos en la belleza exterior puede estar ocultando de modo indefinido verdaderos problemas que requieren otro abordaje. La belleza convertida en mera cosmética es un juego de evasión de la realidad que no logra curar el vacío existencial, porque lo unico que es capaz de alimentar es la periferia de nuestro yo; el vacío está a tal profundidad que la diversión estética no llega[12].

Como dice Bieri, trabajar en la propia belleza interior, quiere decir también oponerse a vender la autoestima de modo oportunista, para posicionarse estéticamente en un nivel más llamativo. Hemos de dejarla a salvo, y hacerla depender de unos principios y unas verdades sólidas, estando atentos para que la autoestima no esté condicionada por antivalores[13]. Por ejemplo, no hacerla depender de los vaivenes de la moda, por condicionamientos culturales o sociales.

Asumirse a sí mismo

La responsabilidad que uno tiene por sí mismo significa asumirse a sí mismo: asumir mis convicciones, mis debilidades, mi aspecto, mis capacidades; asumirme a mí mismo frente a las resistencias, frente a las presiones. No traicionarse a sí mismo en aras de la aprobación de los demás. No poner en juego la dignidad por el afán de agradar. Me muestro a los demás como soy yo y basta. Insiste Bieri en asegurar que ningún defecto físico al descubierto, ninguno, puede mostrar cómo somos profundamente por dentro. Mis defectos físicos no pueden permitir a los demás traspasar mis límites mentales[14]. En cambio, una adecuada orientación hacia el interior hará que resulte superflua esa permanente comparación con los demás a la que se siente forzado el hombre que es guiado desde fuera[15].

Desvelarse sin transparentar

En las relaciones humanas, y en las más intensas que son las amorosas, dice Chul Han, que lo que mantiene viva la relación no es una creciente transparencia física[16]. No cabe duda que en los primeros contactos lo visual cobra una especial atracción, porque la belleza –como decíamos- contiene un elemento sensitivo ineludible. Ya Simmel, mucho antes que Han, había puesto de manifiesto esa verdad, sosteniendo que conocer todo absolutamente del otro nos desencanta, paraliza la vitalidad de las relaciones[17].

Porque si no permanece algo oculto del otro, privado, intimo, “interior”, se acaba eliminando la alteridad. Resulta necesario reivindicar la belleza interior que se traduce en la actitud de la distancia respecto a la otra persona y esta distancia, y esta intimidad que se exige en la relación no debería quedar atrapada en el acelerado ciclo del capital, de la información, de lo transparente. Además, una relación transparente es una relación muerta, a la que le falta toda atracción, toda vitalidad. Solo lo muerto es lo totalmente transparente, pero sin rastro de vida ni de belleza.

 

3. La supremacía seductora de la belleza interior

El alma hace bella a los cuerpos

En palabras de Plotino, es el alma la que hace bellos los cuerpos, el alma los hace así, agradables a los ojos. Por eso el que cultiva el interior se embellece así mismo y embellece a los demás con su mirada. La persona alegre y buena, optimista, amable, serena, con una visión trascendente de la vida… atrae mucho más a los demás que alguien especialmente guapo, con un cuerpo atractivo y esbelto. De hecho, ante la pregunta: ¿con quién estoy mejor, o con quién me siento mejor cuando estoy a su lado? Sin duda, más seductor y agradable resulta la persona “con belleza interior” porque su atracción estética no se mueve a un nivel meramente sensible y puramente exterior. En cambio, es de corto alcance la seducción que quiere provocarse solo con sensaciones físicas asociadas a la belleza.[18]

Las personas, incluida su belleza natural desaparecen en el exceso de iluminación. Pero esta sociedad de la imagen que lo inunda todo – transparenta todo-, nos ha hecho creer que la belleza humana concluye en la oscuridad y en el silencio. Desde el punto de vista estético es mucho más seductor lo velado y secreto que la hipervisibilidad, que la transparencia descarnada. La evidencia no admite ninguna seducción. Sostiene Benjamin que, puesto que solo lo bello y nada fuera de esto puede ser esencialmente encubridor y velado, en el misterio está el fundamento divino del ser de la belleza[19].

La belleza exterior acaba homogenizando a las personas

20 participantes de un concurso de belleza en Corea del Sur, país con la mayor cantidad de operaciones estéticas en relación con su población. Imagen 5

La verdadera seducción de la belleza se opone a ese igualitarismo o iconificación estética social, donde todos se presentan extraídos del mismo molde. No hay capacidad para que lo igual diverja de sí mismo y lo “todo igual” no seduce. ¿Por qué, en una buena parte, la belleza física acaba decepcionando y ni siquiera arrebata al observador? Porque se ha iconoficado, es decir, que uno va contemplando el icono reproducido en miles de personas maniquíes: todos igual que el resto, todos repitiendo el molde, mismo rostro, misma corporalidad e implantes, mismo traje, etc. Y lo igual no arrebata, decepciona, no enamora porque es monótono.

Dice Han de nuevo que entonces uno se aburre estéticamente, no hay seducción[20] porque se acaba perdiendo el anhelo de lo distinto, el anhelo de que exista de verdad alguien distinto que me pueda atraer. Al final la chica o el chico con los que me encuentro, en la calle, en el trabajo, en la universidad, en las redes, son la misma persona que la de la serie, la película, el grupo de música, la que aparece en el escaparate: un clon estético, con la misma voz, las mismas expresiones, misma forma de vestir.

Esta homogenización forzada puede ser causa del fracaso en muchas relaciones porque no somos capaces de ver algo distinto en la persona de lo cual me pueda enamorar o atraer, porque no lo hay, porque es lo de siempre, porque todo el mundo se empeña en ser uniforme. Atrapados en lo igual perdemos la belleza de nuestra originalidad que nos hace diferentes, únicos, irrepetibles, la cual solo se puede captar a través de su interior.

Lo que se alcanza a ver mediante lo que no se ve

La belleza interior, que tiene mucho que ver con el pudor, permite que la persona no sea totalmente visible, reducible a una imagen. Conserva, como en un cofre, el misterio de la persona haciendo visible su invisibilidad irrepetible e incomunicable: la intracorporeidad[21]. Refleja, como si de un foco de luz se tratara, la profundidad de la naturaleza del hombre y de su identidad. La belleza interior no necesita en absoluto llamar la atención, impresionar, buscar visibilidad atrayendo hacia sí; ni busca acceso a extravagancias, sino que se manifiesta sobre todo a través de lo que no se ve, de la vida oculta y la intimidad[22].

Paradójicamente, a través de la contemplación de la belleza interior veo más lejos, aunque aparentemente no se vea casi nada. Por eso ella nunca es banal ni superficial, sino inédita y reflexiva, capaz de hacer pensar, de contemplar, porque viene de lo profundo. La belleza interior no aparece necesariamente enseguida, no es impulsiva ni tiene porque atraer a primera vista; no seduce automáticamente, sino que a menudo aparece a lo lejos, y uno solo lo descubre poco a poco[23], pero al final causa más felicidad porque da más gozo contemplarla.

Es este tipo de belleza trascendente y superior lo que realmente permite que el amor hacia el otro no sea un efecto físico de la belleza sino su causa. Es decir, embellezco a los demás haciendo lo más intenso y grandioso que puedo hacer por ellos, que es amarles. Por tanto, en palabras de Llano, no se ama a una mujer o a un hombre porque sean atractivos, sino que resultan atractivos porque se les ama[24]. Veo quizás la belleza en ella o en él (que quizá otros no ven) pero porque estoy enamorado.

Conclusión

Dostoievski aseguraba en El idiota que La belleza salvará al mundo, pero ¿qué belleza? ¿La de modelos espectaculares que provocan éxtasis estéticos multitudinarios? La verdadera belleza – la que enloquece al hombre- solo es aquella que es capaz de despertar la nostalgia de lo inefable. Y esta es la belleza interior, la única que tiene el poder de embellecer a toda la persona, y de asegurarle que ella es mucho más “bonita” que su piel.

La belleza interior es la que hace resplandecer a la persona. Imagen 6

 

NOTAS

[1] Ruiz Retegui, A., Pulchrum, 2ª ed., Rialp, Madrid 1999, 27.

[2] Ruiz Retegui, A., Pulchrum, 2ª ed., Rialp, Madrid 1999, 30.

[3] Han, B., La salvación de lo bello, 2015, Barcelona, Herder, 103, 110.

[4] Scruton, R., La belleza. Una breve introducción. Editorial Elba, Barcelona 2017, 45.

[5] Marcos, A., Sobre la belleza humana, 2022, Eolas Ediciones, 9.

[6] Cf. Esquirol, JM., La resistencia intima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. 2015, Acantilado, Barcelona, 92.

[7] Han, B.C., La sociedad de la transparencia. Herder, 2016, 14.

[8] Scruton, R., La belleza. Una breve introducción. Editorial Elba, Barcelona 2017, 10,11.

[9] Marcos, A., Sobre la belleza humana, 2022, Eolas Ediciones, 23, 29.

[10] Platón, Fedro: oración a los dioses.

[11] Maio, G., Medicine on demand? An ethical critique of awish-fulfilling medicine: the example of aesthetic surgery. Dtsch Med Wochenschr. 2007; 132: 2278-2281.

[12] García-Sánchez, E. (ed.), Belleza fantasma y deporte a lo loco, Los riesgos de la obsesión por la belleza. Editorial teconté, Madrid, 52.

[13] Bieri, Peter., La dignidad humana. una manera de vivir, Herder, Barcelona 2017, 264.

[14] Bieri, Peter., La dignidad humana. una manera de vivir, Herder, Barcelona 2017, 163-164.

[15] Han, B.C., La expulsión de lo distinto. Barcelona, Herder, 2017, 56.

[16] Han, B.C., La sociedad de la transparencia. Herder, 2016, 14.

[17] Simmel. G., Sociologia. Estudios sobre la formas de socialización. Madrid, Revista de Occidente, 1977, 405.

[18] Bosch, M., El poder de la belleza, Eunsa, Pamplona 2012, 91, 100-101.

[19] Benjamin, W., Las afinidades electivas de Goethe, Madrid, Abada, 2008, 195.

[20] Han, B.C. La expulsión de lo distinto. Barcelona, Herder, 2017, 17-18.

[21] Balmaseda, MF., “Metafísica del pudor”. Espíritu LIX (2010) · nº 140 · 536.

[22] Cencini, A., Llamados a la belleza. Paulinas, 20-24.

[23] Id.,

[24] Llano, A., Deseo y Amor. Ed. Encuentro, Madrid, 2013, 166.

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Emilio García-Sánchez
Profesor de Bioética en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad CEU Cardenal Herrera  at Universidad CEU Cardenal Herrera | Website | + posts

emilio.garcia@uchceu.es

2 respuestas

  1. Felicidades por el artículo, me ha enclaustrado dentro de una profundidad oceánica. Me gusto mucho. Muchas gracias, Tomo referencia de la bibliografía.

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