Por qué leemos Himno, de Ayn Rand

 

1. Introducción

Ayn Rand, filósofa y escritora de origen ruso
Ayn Rand (1905-1982). Imagen 1

Al abordar este breve estudio sobre una escritora tan reconocida como cuestionada, nos preguntamos: ¿qué podemos aportar y qué pretendemos decir de una autora que nos sigue pareciendo de lectura imprescindible? Este interrogante no carece de interés, está ligado a la experiencia vital de todo profesor universitario que sabe, con Charles Moeller, que se han escrito muchos libros, ensayos y artículos en los que, de una u otra forma, se ha abordado la obra y la personalidad de la autora[1].

Siendo esto verdad, una nueva duda sale a nuestro encuentro: ¿por qué razón debemos adentrarnos en esta incierta aventura, de la que difícilmente saldremos airosos? Solo tenemos una explicación: este estudio encierra un itinerario vital, que no es otro que dar buena cuenta de aquellos escritores cuyo pensamiento, estemos o no de acuerdo con él, han dejado su huella en nuestra vida, y quizá en la de alguno de nuestros lectores.

Reconocer esta realidad se nos antoja necesario. No solo por gratitud, sino porque la escritura, siempre enriquecedora y estimulante, nos ha permitido evadirnos de esa rutinaria vida académica en la que se da cobijo a una perniciosa burocracia –nunca escrita– con la que no es fácil ilusionarse, máxime si ante nuestros ojos tenemos un lenguaje literario que contiene una forma genuina de virtud y de verdad –dignitas litterarum–. ¿Exageramos? No nos lo parece. Cuando releemos esta obra, de menor calado literario que El manantial o La rebelión del Atlas, comprobamos que esta peculiar novela tiene la capacidad de llevarnos

a aquellas cuestiones que interesan al saber y, sobre todo, a la vida de los hombres de los que ese saber brota[2].

El totalitarismo imposibilita el pensamiento crítico

Si nos detenemos en su contenido vemos que este se adentra en el espinoso tema del totalitarismo más abyecto, el que niega la posibilidad de alcanzar una independencia física e intelectual, el que impide que se pueda tener un pensamiento crítico y nada acomodaticio[3]. Todo un anatema que el Poder del Minotauro no está dispuesto a permitir, seguramente porque sabe que

las ciencias particulares son los árboles, pero la filosofía es el suelo sobre el que crece el bosque”, y ese bosque está poblado de ciudadanos que se preguntan “¿dónde estoy?; ¿cómo lo sé?; ¿qué debo hacer?[4],

preguntas que nos hacen ver que las respuestas dependen siempre de nuestra honestidad intelectual, de que admitamos que todo hombre tiende, por naturaleza, a conocer la realidad (Aristóteles), hasta el punto de que Ayn Rand recoge como lema la plegaria del teólogo Reinhold Niebuhr:

Señor dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que sí puedo, y sabiduría para saber la diferencia[5].

Serenidad. Valor. Sabiduría. Tres estados que demuestran la inquietud que siente el ser humano para poder comprender la realidad y cambiarla, lo que requiere de una conciencia volitiva que exige pensar, actuar y no acomodarse a unos hechos no deseados:

El ser humano se distingue por su conciencia volitiva

La función de tu estómago, tus pulmones o tu corazón es automática; la función de tu mente no lo es. En cualquier hora y circunstancia de tu vida eres libre de pensar o de evadir ese esfuerzo. Pero no eres libre de escapar a tu naturaleza, del hecho de que la razón es tu medio de supervivencia. Así que, para ti, que eres un ser humano, la cuestión es ‘¿ser o no ser?’ es la cuestión ‘¿pensar o no pensar?’

Un ser de conciencia volitiva no posee un curso automático de conducta. Necesita un código de valores que guíe sus acciones. […] Todo ‘valor’ presupone un criterio, un propósito y la necesidad de actuar frente a alternativas. Donde no hay alternativas, no son posibles los valores” […]

El hombre no tiene un código automático de supervivencia. Su diferencia específica respecto a todas las demás especies vivientes es la necesidad de actuar enfrentando alternativas por medio de una elección volitiva. No tiene conocimiento automático de lo que es bueno o malo para él, de qué valores depende su vida, qué curso de acción requiere su vida. […] El hombre ha de obtener su conocimiento y elegir sus acciones a través de un proceso de pensamiento[6].

Estos tres estadios los podemos ver reflejados en el personaje principal de Himno. En un primer momento, Igualdad 7-2521 mantuvo la serenidad y aceptó el oficio que le fue asignado: barrendero. Posteriormente tuvo el valor de alterar las pautas de conducta que le imponían. Finalmente alcanzó la sabiduría suficiente para comprender que el hombre, y no el colectivo, constituye la medida de todas las cosas[7].

Lecturas que hacen pensar

Lo escrito es cierto. No obstante, un peligro sigue latente en la vida de todo académico. Nos referimos al conflicto del que habla Paul Valèry en su novela Monsieur Teste, y que no es otro que la dificultad que supone escribir con asiduidad sin caer en la baldía repetición:

No era filósofo ni nada de ese género, ni siquiera era literato, y que eso mismo pensaba mucho, pues mientras más se escribe menos se piensa[8].

Es un riesgo que hemos asumido como propio desde hace algunas décadas. Lo aceptamos porque somos conscientes de que formamos parte de esos libros que nos hicieron comprender que

hay un cierto lugar determinado en el cielo, donde los bienaventurados gozan de la eternidad[9].

Libros que nos ayudaron a crecer y a madurar. Libros con los que fuimos formando esa inagotable biblioteca que ya teníamos en mente desde nuestra primera juventud. Libros que nos enseñaron, con García Márquez, que

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”10].

Libros que leemos y releemos. Libros que escribimos en la soledad de nuestro despacho –el sitio de nuestro recreo–. Es nuestro oficio. También nuestra errática salvación. Así lo reconoce Josep Pla en El cuaderno gris. En una de sus innumerables anotaciones deja una reflexión, a modo de lamento, que hacemos nuestra:

[…] es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión –ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser alguna cosa en la vida–, nada más sentir esta secreta y diabólica manía de escribir (con tan poco resultado), a la cual sacrifico todo, a la cual, probablemente, sacrificaré todo en la vida. Me pregunto: ¿qué es preferible: un pasar mediocre, alegre y conformado o una obsesión como esta, apasionada, tensa, obsesionante?[11].

La vida personal de Ayn Rand

Esta es una verdad a la que se acoge Ayn Rand en su novela más emblemática, La rebelión del atlas, una obra en la que la autora presenta una sugerente cartografía cognitiva, un mundo dotado de contrastes, de sinsentidos y de axiomas que permanecen en la mente del inquieto lector que a sus páginas se acerca:

Mi vida personal es una posdata a mis novelas, consiste en la frase: ‘Y lo digo muy en serio’. Siempre he vivido según la filosofía que presento en mis libros; y ha funcionado para mí, igual que funciona para mis personajes. Los detalles concretos son diferentes, las abstracciones son las mismas[12].

Sus palabras pueden afrontar la revisión más ácida de su obra. En ella describe la desazón que padece todo escritor cuando abraza ese éxito que aboca a la soledad, pero también los motivos que impulsan a los artistas a refugiarse en el arte:

El momento más amargo de la vida de un artista es el de su triunfo. No es hasta que las multitudes le rodean cuando sabe lo solo que está. El artista no es sino una corneta que llama a una batalla que nadie quiere librar. El artista no es sino un cáliz ofrecido a los hombres, lleno de su propia sangre; pero no encuentra a nadie con sed. El mundo no ve y no quiere ver lo que ve. Bien, no tengo miedo. Me río de ellos. Los desprecio. Mi desprecio es mi orgullo. Mi soledad es mi fortaleza. Le pido que abran la puerta de sus vidas a lo más sagrado de entre lo sagrado, pero esas puertas permanecen cerradas para siempre…, para siempre …[13].

La soledad del autor

Ayn Rand supo superar la soledad del escritor ante el triunfo
La soledad del escritor. Imagen 2

No cabe mayor sinceridad. Se podría decir que Ayn Rand desnuda su alma ante el lector. A través del personaje de Dwight Langley, nuestra autora reconoce tres hechos que envolvieron su vida de manera inexorable:

[1] La soledad que provoca el éxito. La que sintió Howard Roark cuando diseñó y levantó el edificio Enright. Su coste fue muy alto: a la ausencia de nuevos proyectos hay que sumar el doloroso abandono de Dominique Francon.

[2] La soledad que siente el artista cuando sabe que su misión no puede ser otra que la de ser “una corneta que llama a una batalla que nadie quiere librar”, “un cáliz ofrecido a los hombres, lleno de su propia sangre; pero no encuentra a nadie con sed”. Una batalla, la de las ideas, que Ayn Rand libró contra viento y marea, sin importarle el descrédito que le acarrearía ni la dolorosa incomprensión que su obra podía tener en buena parte de los editores y de la crítica literaria. Nadie le apartó de su concepción de la vida y del ser humano. A ella se entregó sin claudicación alguna.

[3] La soledad es su fortaleza y su mayor orgullo. Este no viene de los numerosos éxitos que cosechó en vida. Nos atreveríamos a decir que no tiene lectores, sino devotos a su fuerza narrativa y a su línea de pensamiento. Las instituciones que llevan su nombre o el de su pensamiento filosófico lo atestiguan.

Si nos paramos a pensar, pronto llegamos a la conclusión de que, muy probamente, en haberse mantenido fiel a sí misma radica buena parte de su éxito. No en vano, aunque “El mundo no ve y no quiere ver lo que ve”, ella no tiene miedo:

Me río de ellos. Los desprecio. Mi desprecio es mi orgullo. Mi soledad es mi fortaleza. Le pido que abran la puerta de sus vidas a lo más sagrado de entre lo sagrado, pero esas puertas permanecen cerradas para siempre…, para siempre ….

Lo sagrado para Ayn Rand no es la fe encarnada en Cristo Resucitado, sino ese YO que se halla en el ser humano, el YO que piensa, razona y vive para sí. El EGO, y no el amor al prójimo, es su Sermón de la Montaña y su verdad[14].

Aunque no compartamos esta última visión de la vida, admiramos su valentía, su coherencia y su fuerza narrativa. Por muy alejados que podamos sentirnos de algunos pasajes de su obra, nada nos impide seguir una línea discursiva que nos proporciona un abanico de relaciones y de ideas que invitan a ser sopesadas con el rigor que merecen. Seguramente, esta es una de sus virtudes más relevantes como escritora: nunca deja indiferente a su lector. ¿No es este el deseo de cualquier escritor? Al menos lo es para quien escribe estas líneas. No dejar que nuestros alumnos dormiten en ese plácido e inane letargo se ha convertido en la piedra angular de nuestra vida académica. Que lo consigamos o no, ese es otro cantar.

 

2. Individualismo versus colectivismo

No hay biografías ni escenarios en Himno

Si nos detenemos a leer Himno pronto comprobaremos que es un ejemplo de ese espejo en el que únicamente tiene cabida la soledad del ser humano, y no tanto la persona o el paisaje en el que habita, que quedan relegados a un lejano y desdibujado lugar. En él se ubica Igualdad 7-2521 para huir de su pasado. En él, hasta bien entrada la novela, los contornos desaparecen casi por completo, hasta el punto de negarnos elementos tan esenciales como pueden ser los de sus rasgos físicos. ¿Qué sabemos de su físico? Poco más que su altura. ¿Qué sabemos de su familia o de su pasado? Nada. En la “ciudad de los esclavos” lo particular da paso a lo colectivo, a los distintos Consejos que presiden las múltiples áreas de gestión.

Un anonimato que se extiende al ámbito de ciudad. ¿Qué nombre tiene la ciudad en la que viven? ¿Cómo es el entramado de sus calles, la amplitud de sus avenidas y bulevares, la estructura de los edificios o de los barrios periféricos? ¿Cómo es su atmósfera? Nada se menciona. Todo queda ensombrecido en una turbia neblina que obliga al lector a imaginarse los distintos lugares por los que diariamente transita, las comidas que realiza o el clima que les aguarda[15].

Una ausencia de escenografía que sorprende en una novela catalogada de distópica, lo que la aleja de obras como 1984 o de su primera novela, Los que vivimos. En la obra de Orwell se detallan los edificios, las calles, los carteles. Toda la escenografía está presente, hasta el punto de describir el Ministerio de la Verdad como “una gigantesca estructura piramidal de reluciente cemento blanco, que se alzaba, una terraza tras otra, a más de trescientos metros de altura. 

Hay un único personaje con pensamiento propio

Obra de Ayn Rand
Portada de Himno, de Ayn Rand. Imagen 3

¿A qué obedece esta ausencia? Podría pensarse que, en una novela de tesis, como entendemos que es Himno, su omisión se debe a que la trama o no está delimitada, hasta el punto de que los personajes carecen de perfiles bien definidos, o que esta adolece de una sólida línea argumental, de la que se resiente el lector, quien no siempre es capaz de captar la compleja realidad que pretende trasladar. Siendo cierto lo que acabamos de exponer, entendemos que obedece a un planteamiento claramente predeterminado desde su inicio[16]: para la autora no caben ni otros espacios ni otros referentes que la exaltación del individuo frente al colectivo.

Solo un personaje encarna toda la fuerza narrativa. Su escritura se detiene en un hombre cuya alma se ha hecho a sí misma: Igualdad 7-2521. Él es el único personaje que posee un pensamiento propio y una mirada analítica. Él es el único personaje que atesora unos valores morales y unos principios universales que le conducirán a dar la eterna batalla del bien contra el mal, de la libertad individual contra los bastiones de la tiranía; una pugna a la que está llamado desde el momento en que descubre que todo el sistema en el que había creído se desmorona por ficticio e irracional.

A partir de ese instante, el tiempo de la pasividad, de la ignorancia o de la resignación da lugar a una lucha que debe emprende en solitario:

En cualquier concesión entre comida y veneno, es sólo la muerte la que puede ganar. En cualquier concesión entre el bien y el mal, es sólo el mal el que puede beneficiarse. En esa transfusión de sangre que drena lo bueno para alimentar lo malo, el que concede el tubo conector[17].

Igualdad 7-2521

Si nos detenemos en su personalidad, comprendemos que Igualdad 7-2521 representa ese arquetipo de eticidad y de racionalidad que aparece en todas sus novelas, y al que no piensa renunciar[18]. Su persona recoge la transcripción más reveladora de su concepción literaria y filosófica del hombre y del sentido de la vida. Ante él es lógico que el resto de los personajes aparezcan difusos y carentes de su originalidad (meros atrezos). En él no existe un átomo de ambigüedad. Con su voz se abre la novela. A ella se acoge un lector que la siente tan cercana como si fuera su conciencia quien le habla. Es un recurso narrativo tan buscado como eficaz. Con él la autora consigue que el lector simpatice con un personaje que aún no tiene rostro ni nombre propio, pero sí una consigna que transmitir.

El miedo a ser privado de su individualidad

Un mensaje que, como sucede con los discursos que pronuncian Howard Roark en El manantial o John Galt en La rebelión del Atlas, el lector hace suyo. Siente que su vehemencia no es impostada, sino que es fruto de una pulsión vitalista que le empuja a proclamar un miedo y un deseo: el miedo a ser privado de su individualidad en favor de la colectividad, lo que le llevaría a vivir sin pensar por sí mismo; el deseo de hallar esa palabra oculta que es el origen de toda la existencia, la que le remite al ser y no al nosotros, porque en el nosotros está presente esa gárgola incorpórea que se diluye en la neblina que dejan los espacios vacíos de razón y de cultura. Un pasaje de El manantial ilustra, con mayor claridad, esta cuestión que planteamos:

Se trata de un antiguo conflicto. Los hombres se han acercado a la verdad, pero ésta ha sido destruida de vez en cuando y una civilización cae después de la otra La civilización es el progreso hacia una sociedad de la privacidad. Toda la existencia del salvaje es pública, gobernada por las leyes de su tribu. La civilización es el proceso de liberar al hombre de los hombres[19].

El nuevo Prometeo

No cabe duda: Ayn Rand se centra en Igualdad 7-2521 porque representa a su héroe por excelencia[20]. Él anticipa a personajes como Howard Roark o John Galt. Él es el nuevo Prometeo

que termina conquistándolo todo: New York, el mundo y, por supuesto, una mujer[21].

Esta es la razón por la que termina siendo el eje central de la novela, su punta de proa, porque él es el YO, el hombre que es capaz de convertirse en el catalizador de una nueva visión de la vida en la que la razón se impone a las adhesiones inquebrantables que el poder del Minotauro demanda, lo que individualiza su figura a la par que la engrandece. Él es el estandarte de una forma de pensar que no se circunscribe a lo establecido, sino a una mente que piensa y razona, que observa y estudia.

Otros héroes parecidos

Ayn Rand supervisó el guión de la película
Gary Cooper en el papel de Howard Roark, protagonista de El manantial, película basada en la obra de Ayn Rand. Imagen 4

Él posee una actitud desafiante que le emparienta con el retrato[22] que realiza de personajes como Kira, Dominique Francon, Dagny Taggart, Howard Roark, Francisco D’Anconia, Hank Rearden o John Galt, héroes ficticios que son los rostros visibles de lo que será su escenografía literaria y filosófica, en cuyos postulados la conciencia colectiva no tiene acomodo, solo el individuo que se ajusta a la lógica racional, que no pone su inteligencia al servicio del mercado, que no le mueve el sentimentalismo, que dispone de su libre albedrio para tomar las decisiones que estime oportuno o que es capaz de asumir los riesgos sin importarle el precio a pagar. Solo este individuo tiene un asiento en su línea de pensamiento, el que nunca dispondrá personajes como Ellsworth Toheey, Peter Keating o James Taggart, quienes se vanaglorian de la máxima:

De cada cual según su capacidad necesidad, a cada uno según su necesidad[23];

una forma de entender la vida que lleva al ser humano a renunciar a sus ideales más profundos para asumir la causa de la colectividad. Lo leemos en un pasaje de su novela Los que vivimos, en donde se aprecia cómo el régimen soviético utilizó la propaganda –el cine– para imponer una adhesión inquebrantable a la revolución.

 

Un individuo contrario al colectivismo, como Howard Roark 

En virtud de este conjunto de razones, el lector puede aprender que quienes se oponían al colectivismo para defender su individualidad encarnaban la figura del héroe, ese “ideal de hombre” tan del gusto de Ayn Rand, un individuo que, como en el caso de Howard Roark[24],

no reconoce ninguna autoridad salvo la de su juicio independiente, que lucha por la integridad de su trabajo creativo contra toda la forma de oposición social, y gana[25],

y triunfa porque ni se ha entregado al Poder ni vive “en otros” ni posee “una vida de segunda mano”[26], solo la que ha elegido tener:

Un subtítulo rezaba:

‘Le odio. Es usted un explotador capitalista que chupa la sangre del obrero. Salga usted de mi habitación’.

En la pantalla un caballero se inclinaba galantemente para besar con lentitud la mano a una dama muy elegante que le contemplaba melancólicamente acariciándole los cabellos. El final de la historia no se veía.

Terminaba bruscamente, como si la hubieran cortado. Un subtítulo ponía: ‘Seis meses más tarde, el capitalista sediento de sangre encontró la muerte en manos de los obreros durante el curso de una huelga. Nuestro héroe renunció a los goces de un amor egoísta a que una sirena burguesa había intentado arrastrarle, y dedicó su vida a la causa de la Revolución mundial’.

– Ya sé qué han hecho –dijo Kira–. El principio lo han hecho ellos y luego han cortado la película en pedazos.

En la oscuridad, un acomodador sonrió al Oírla[27].

Dentro de la colectividad la vida carece de sentido

Cuando la propaganda se instala para cambiar la realidad y las inquietudes de los hombres el sentido de la vida desaparece por completo. Así lo reconoce el doctor Pritchett en La rebelión del Atlas. En su larga exposición, la vida y la verdad carecen de sentido, solo lo tiene el fracaso y el sufrimiento[28], y nada puede explicarse si no es dentro de la colectividad. Solo en ella tiene sentido la frustración que se apodera de aquellos individuos que observan cómo el Poder les fagocita hasta convertirlos en “productos químicos con delirios de grandeza”[29].

No era la época propicia para escribir contra el colectivismo

En virtud de estos parámetros, y a tenor de la época en que se publicó, no es difícil comprender las razones no solo de su fracaso comercial, sino de la dificultad que tuvo para publicar una novela que fue concebida como una historia o una serie para una revista. No obstante, Ann Watkins, que era su agente literaria, la presentó a los editores como libro en 1937. Le sucedió lo mismo que a su primera novela, Los que vivimos. En Estados Unidos, buena parte de la crítica y del público le dieron la espalda. Como le sucediera a Orwell, la época no era propicia, ni mucho menos, a un libro crítico con el colectivismo. Así lo entendieron muchos de los editores de Nueva York en la década de 1930. La propia autora lo confirma en su relación epistolar mantenida con Archibald Ogden sobre Himno.

Cuando 1947 Ogden le dijo que dudaba de que su texto hubiera sido rechazado por razones políticas en 1937, ella respondió que Ann Watkins lo había enviado a tres editoriales. Aunque tenía fundadas sospechabas, Ayn Rand desconocía las razones por las que dos de ellas la rechazaron, pero conocía la explicación dada por sus editores –Macmillan –:

Dijeron que yo no entendía el socialismo. Creo que ahora mismo están en condiciones de comprobar lo bien que lo entendí[30].

Contra cualquier forma de transgresión al individuo

Ejemplo de colectividad
Un grupo de niños participa en un ensayo de la celebración del centenario de la fundación del Partido Comunista de China, en Pekín. Imagen 5

Ante esta fulgurante repercusión, nos preguntamos a qué pudo ser debido. La respuesta coincide con la sensación que tenía Ayn Rand sobre los motivos que inducían a no publicarla: a su reivindicación del individuo frente al Estado.

Como acertadamente señala John David Lewis, Ayn Rand comprendió desde el principio que no podía haber mayor crimen contra la humanidad que atacar el sentido de identidad. Así lo reconoce la propia autora en una carta fechada en 1936. En ella, tras agradecer a un escritor el elogio que había realizado de su novela Los que vivimos, escribió que su libro no era simplemente un argumento contra el comunismo, sino contra todas las formas de colectivismo, o, si se prefiere, contra cualquier forma de transgresión al individuo, hasta el punto de que le resultaba más fácil concebir la tolerancia hacia una teoría que predica una ejecución total de la humanidad mediante gas venenoso que comprender a quienes encuentran cualquier excusa ética para destruir la única posesión sagrada que posee el hombre: su individualidad:

Después de todo, cualquier forma de aniquilación física rápida es preferible al horror inconcebible de una muerte en vida. ¿Y qué puede ser la existencia humana sino una vida podrida cuando está desprovista del orgullo y la alegría del derecho del hombre a su propio espíritu?[31].

 

3. Coda

Finalizado este estudio, solo cabe esperar que la Musa del primer canto de la Odisea nos haya permitido relatar la historia como Ayn Rand la concibió –“sin ambages ni engaño”[32]–, porque a nosotros nos pasa lo que a Borges, que nos enorgullecemos de los libros que hemos leído, y de los que tanto hemos aprendido.

 

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NOTAS

[1] MOELLER, Ch., Sabiduría griega y paradoja cristiana, Madrid, 2008, p. 11.

[2] LLEDÓ, E., “Testigo del siglo”, La herencia de Europa, Barcelona, 1990, p. 9.

[3] ARENDT, H., Diario Filosófico, Barcelona, 2006, p. 604:

Sin pensamiento no hay ninguna verdad, y el pensamiento sólo se da en el diálogo de mí mismo conmigo mismo, donde el sí mismo puede ser sustituido por otro. Ese es el diálogo del pensamiento. Donde falta no hay profundidad, sólo aplanamiento. Toda la vida pública de nuestra época empuja hacia el aplanamiento. De esta superficialidad viene la desidia, y no de la profundidad, que hemos perdido.

[4] RAND, A., Filosofía: quien la necesita, Barcelona, 1921 ob. cit., p. 14.

[5] RAND, A., Filosofía: quien la necesita, ob. cit., p. 42.

[6] RAND, A., La rebelión del Atlas, Barcelona, 2018, pp. 1062-1063; La virtud del egoísmo. Un nuevo concepto de egoísmo, Barcelona, 2021, pp. 26, 27 y 29.

[7] RAND, A., El manifiesto romántico, Barcelona, 2024, p. 179: “Sólo el hombre es un fin en sí mismo”.

[8] VALÈRY, P., Monsieur Teste, Barcelona, 1980, p. 123.

[9] CICERÓN, M. T., Sobre la República, Madrid, 1984, VI, 13.

[10] GARCÍA MÁRQUEZ, G., Vivir para contarla, Barcelona, 2002, p. 7.

[11] PLA, J., El cuaderno gris, ob. cit., 23 de diciembre de 1918, p. 278.

[12] RAND, A., La rebelión del atlas, Barcelona, 2018, p. 1225.

[13] RAND, A., Ideal, Novela, ob. cit., p. 77.

[14] RAND, A., La rebelión del Atlas, ob. cit. p. 1107.

[15] KAFKA, F., El proceso, Barcelona, 1983, p. 37.

[16] RAND, A., El manifiesto romántico, ob. cit., p. 89.

[17] RAND, A., La rebelión del Atlas, ob. cit., p. 1104.

[18] RAND, A., El manifiesto romántico, ob. cit., pp. 182-183, reconoce que ya desde niña solo le interesaban aquellas novelas en las que disfrutaba de

la contemplación de valores, del bien –de la grandeza, la inteligencia, la capacidad, la virtud y el heroísmo del hombre–, se explicaba por sí solo.

[19] RAND, A., El manantial, ob. cit. p. 720.

[20] RAND, A., El manifiesto romántico, ob. cit., pp. 180-181.

[21] R. Cotarelo, Literatura y política, ob. cit., p. 81.

[22] RAND, A., El manifiesto romántico, ob. cit., p. 177.

[23] RAND, A., La rebelión del Atlas, ob. cit., p. 702.

[24] RAND, A., El manantial, ob. cit., p. 20.

[25] RAND, A., Para el nuevo intelectual, ob. cit., p. 78.

[26] RAND, A., El manantial, ob. cit., p. 643.

[27] RAND, A., Los que vivimos, ob. cit., p. 196.

[28] WILDE, O., El alma del hombre bajo el socialismo, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1967, p. 1314: Porque lo que el hombre ha buscado no es, en realidad, ni el sufrimiento ni el placer, sino simplemente la vida.

[29] RAND, A., El manantial, ob. cit., p. 144.

[30] RALSTON, R. E., “Publishing Anthem”, New Ideal (February 8, 2024), p. 1.

[31] LEWIS, J. D., “Sacrilege toward the Individual”: The AntiPride of Thomas More’s Utopia and Anthem’s Radical Alternative”, New Ideal (January 19, 2024), p. 1.

[32] HOMERO, Odisea, XII, vv. 452-453.

About the author

Juan Alfredo Obarrio
Universidad de Valencia | Website | + posts

Licenciado en Geografía e Historia (1986) y en Derecho (1992). Catedrático  de Universidad (Derecho Romano). Entre sus libros cabe destacar: El mundo jurídicode Franz Kafka(2018) o Un estudio sobre la Antigüedad: La Apología de Sócrates (2017).

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