Cuando lo funcional suplanta la verdad.
Una llamada a la interdisciplinariedad
Introducción
¿Acaso existe la verdad?

La presente reflexión está provocada por una situación vivida en una de mis clases poco tiempo atrás. Explicaba, al hilo de un texto, cómo un pensamiento ideológico puede ser
un obstáculo a la aceptación de la verdad y al examen sereno de las pruebas capaces de revolucionar nuestra concepción del mundo[1]
cuando uno de mis estudiantes, con espontánea sorpresa y extrañeza, lanzó un pregunta: “¿la verdad?, ¿acaso existe?” Su pregunta, a día de hoy, ya no resulta sorprendente, pero no es tanto el contenido mismo de lo que cuestionaba[2] como la profunda convicción con la que lo preguntó lo que llamó mi atención. No hablamos ya de la duda escéptica que San Agustín reconoce como un proceso necesario en el camino de conocimiento de la verdad, tratándose de un momento provisional que indica que la búsqueda no ha terminado[3]; se trata del escepticismo negativo, radical, que da por concluida la posibilidad de conocer y se caracteriza por la renuncia a la verdad.
Para responder a mi estudiante acudí, por el momento, al caso de la verdad que intentan comprender las ciencias naturales (acercándome a su ámbito de estudio), con el ejemplo de la rehabilitación de la movilidad reducida de un músculo. Pero tampoco en este ámbito aceptó que hablamos de “verdad” cuando apelamos a esa realidad fenoménica y observable, como puede ser la anatomía humana que los fisioterapeutas tratan de comprender para sanar un daño, pero su respuesta fue que “la aceptamos porque funciona”.
Defender que la hierba es verde
Me parecía que resonaba el eco de las palabras de Chesterton diciendo:
Llegará un momento en el que los hombres desenvainarán la espada para defender que la hierba es verde.[4]
El escepticismo radical genera que también lo más básico de la experiencia empírica sea extraído de su raíz: la realidad que es y que se deja conocer. Sin embargo, creo que apelar a “la evidencia” (al menos empírica) como contraargumento a la negación de la posibilidad de conocer la realidad puede desorientarnos en la comprensión profunda de esta experiencia humana: la renuncia a la verdad.
Después de una época decepcionada de la “la diosa razón” y sus posibilidades, cuando ni siquiera las ciencias naturales avanzan por certeza, sino a tientas, sostenidas por la dinámica que expresa la falsación popperiana[5], es momento de reconocer el reto al que se enfrenta el conocimiento humano. La ciencia, en sus diversos ámbitos, trabaja por comprender esta realidad que nos envuelve; sin embargo, la postverdad ha causado mella también en su quehacer provocando un auge cientificista, así como una parcelación de cada especialidad, provocando un reduccionismo en su capacidad de comprensión del sistema dinámico y unitario propio de lo real. Pero, además, en esta cultura donde “lo verdadero” desaparece del escenario, los avances tecno-científicos están adquiriendo un carácter tecnocrático; aspectos, todos, que recogemos en el segundo apartado.
Retomar la vuelta a la realidad
El presente análisis nace, por eso, de la inquietud, así como de la certeza, de que los diversos ámbitos de conocimiento pueden partir de un punto en común que nos permita comprender de una forma más completa y adecuada la realidad compleja y unitaria que no sólo “nos envuelve”, sino que vivimos, que nos afecta y que somos para responder, así, acertadamente a nuestras necesidades biológicas, psicológicas, laborales, políticas, culturales… Éste punto común al que toda ciencia puede acudir es la experiencia originaria, material y sensible de nuestra corporalidad que, fuera de reduccionismos biologicistas, invita a una comprensión dialogante e integrante entre los diversos saberes que confluyen, al fin y al cabo, en este comprender qué es el ser humano y qué le cabe esperar.
Aquí se abren dos problemas a tratar: el primero es la “disfuncionalidad” de los criterios meramente funcionales para responder a la problemática existencial y la segunda es la esperanza profunda de responder al modo simplista, utilitarista, temporal, intrascendente, que hemos asumido en las últimas décadas bajo el paraguas de las nuevas técnicas. Proponemos una “vuelta a la realidad” por medio del ejercicio de interdisciplinariedad que los nuevos tiempos piden, con urgencia, retomar.
1.- Una razón que abandona la verdad y una libertad que trata de improvisarla
Se sustituye el conocimiento por la funcionalidad
Una vez hemos renunciado a nuestra aspiración ilustrada de “atrapar” la realidad por el conocimiento definitiva y absolutamente, percatándonos de que la industria de la diosa razón da lugar a totalitarismos infértiles o incluso destructivos, deberíamos prevenirnos de querer “atraparla” con nuevos y pequeños discursos que ponen ahora, en el lugar que ocupaba antes “el conocimiento”, “la funcionalidad”. La renuncia a la verdad ha generado que sea ésta el criterio de acción (también cognoscitiva) de las diversas “parcelas” o especialidades científicas; la teorización que elabora cada ciencia en su propio ámbito de conocimiento en vistas a una mera “funcionalidad” de nuestras prácticas científicas e intereses específicos (comúnmente mercantiles[6]), no nos libra del peligro de un nuevo totalitarismo llamado tecnocracia.
Dejamos bien abierto el camino a nuevas formas de dominio cuando renunciamos a la verdad. “La razón” no ha abandonado su trono, simplemente ha cobrado un nuevo rostro: “la libertad individual”, como el único y principal referente. Surge la pregunta: ¿qué podemos hacer ante esta realidad escurridiza que no nos permite, ya, “hablar de verdad”? La respuesta parece ser: los relatos que funcionan. Acudir a la raíz que hace a uno indiferente de que la hierba sea verde, no supone únicamente remontarse al escepticismo radical cartesiano que, por acortar las distancias (y acudir a nuestros tiempos postmodernos), desmantela el ser extrayéndolo de su sustrato ontológico. Pero esto no se ha hecho para construir La idea, que genera hastío en su universalidad, sino para despertar una nueva actitud: “sálvese quien pueda”.
Verdad y vida se separan

En el mar turbulento de la existencia, se rechaza ahora el navío de los grandes mitos pues se piensa que, con la razón, suplantaron la vida. Ciertamente, la necesidad humana de una vida orientada, narrada, y dirigida en el pathos común que se deja oír en sus letras, tradiciones religiosas y legados artísticos debió de fallar si su tripulación prefiere, ahora, estar a merced del mar y flotar sostenidos por los restos de este navío que, se sabe, naufragó. Será que la autosuficiencia de la razón y las empresas apolíneas no afrontaban, sino que se enfrentaban a este mar en movimiento que, con su fuerza, nos engulló.[7] El caos de la vida resistió volviéndose incrédula, dejó de prestar atención a esos grandes relatos de la razón cuando dejaron de hablar de la vida, y a la vida; por eso ésta prefirió verse “entregada a la espontaneidad”[8].
Ocurre, pues, que debemos darnos cuenta, con Ortega, que “la razón pura no puede suplantar la vida.”[9] Y necesitamos profundizar en
la filosofía crítica como filosofía de los límites del pensamiento, en virtud de las posibilidades que abren las perspectivas vitales.[10]
Nos preguntamos, por eso, junto con Zambrano,
¿cómo salvar la distancia, cómo lograr que la vida y la verdad se entiendan, dejando la vida el espacio para la verdad y entrando la verdad en la misma vida, transformándola hasta donde sea preciso sin humillación?[11]
¿En qué consiste vivir auténticamente?
Sabemos que Heidegger habla sobre dejar ser al ser indicando que es
algo que debe ser revelado en su presencia por el ser humano, que se encuentra con él de manera auténtica.[12]
Pero su filosofía no parece haber hablado de transformación de la vida, sino de un vitalismo arrastrado, aparentemente, por el simple impulso de su existencia y su temporalidad, por un “ser auténtico” que da, al tiempo y la experiencia, un rango de autosuficiencia. Y aquí me conduce la expresión de este estudiante y su renuncia a la verdad. Una renuncia que quizá precede o quizá es consecuencia de una actitud: el “yo” indiferente a “la verdad”. Un “yo” vuelto a su propia existencia y devenir, que acepta su propio naufragio se considera “auténtico” por decidirse a bajar del navío y de la compañía de sus tripulantes para encontrarse, sin más, la vida y su pasar, el devenir y aquello que éste le provea para flotar, sin hundirse, por el mar de su existencia.
Hablar de “libertad”, como dice Ortega y Gasset, supone asumir que nuestra vida
es en todo instante un problema, grande o pequeño, que hemos de resolver sin que quepa transferir la solución a otro ser.[13]
Ahora bien, ¿hacerse cargo de la propia existencia equivale a la una defensa de autosuficiencia, de una voluntad de autoconstitución? En otras palabras: ¿es lo mismo “autodeterminarse” que “autoconstituirse”?, ¿en qué consistiría vivir auténticamente?
¿Es afirmarse y crearse a sí mismo?
Si respondemos con Nietzsche, apelaríamos a la fuerza interna, la “voluntad de poder”, que es
la voluntad de dar forma, de crear, de afirmar la vida en su totalidad, aun en su aspecto más terrible […] que lo impulsa a ir más allá de sí mismo.[14]
Se dejaría oír el deseo de transformación, de expansión creativa del ser. Ahora bien, el referente de esta transformación, para Nietzsche, es también “autorreferente”: el superhombre debe negar todo valor “preestablecido” para afirmarse y crearse a sí mismo. El único soporte de su propia existencia es, pues, esta voluntad férrea de afirmar su vida, en todo su devenir, por dolorosa que sea, aceptando el eterno retorno como condición y prueba de la autenticidad de su existencia.[15]
Pero este “náufrago” que es “arrojado a la existencia”[16] necesita sobrevivir en el mar turbulento de su vida lanzada a la intemperie, abandonada a sus propios recursos, vuelta sobre sí misma. Y lo que hace es volverse a lo que su temporalidad finita le provea. ¿Es esto lo “auténtico”? Si la clave está en abandonar toda búsqueda de una “verdad”, no ir más allá de uno mismo, ¿a qué nos atenemos? Dado que uno necesita mantenerse a flote, lo único que queda es aferrarse a los retazos de navíos que, habiendo naufragado, funcionan y cumplen la única misión que le queda a quien renuncia a la verdad: mantenerse en su devenir.
Promesas o respuestas al problema de lo humano
El nihilismo nos arroja al sinsentido pero es, también (y por eso), la puerta de entrada las diversas formas que se proponen como “solución” a lo humano. El abandono de una verdad que habla de la vida y a la vida nos expone a las diversas promesas e ideologías. Por mencionar muy vagamente algunas de estas “respuestas” o promesas actuales, tenemos el “bienestar” y los cálculos utilitaristas o hedonistas que sitúan el confort y la autosatisfacción como timón de nuestras acciones; otros, queriendo integrar también “la voluntad” en esta búsqueda del bien, hablan de la “disciplina” y fomentan la actitud estoica como velero en este dirigir la vida hacia el buen puerto de la salud física y/o mental[17]; también nos encontramos con discursos ideológicos que proponen descansar en la política, o en ciertos marcos económicos y sociales, la respuesta y solución a todos nuestros problemas, incluso identitarios.
Pero estas propuestas, solventadas por el deseo y necesidad de mantenerse a flote, no dejan de ser esos retazos que nos hacen pendientes y dependientes de “parcelas” de la realidad que parecen solucionar, al menos por un tiempo, nuestra vida, pero que tienen en común que se sostienen y sustentan en una voluntad individual o social que reviste intereses específicos y que apelan a aspectos periféricos de nuestra vida; son incapaces de sostener el peso de nuestra existencia y las grandes preguntas fundamentales que permiten atender el misterio del nacimiento, el espanto ante la muerte y a la extrañeza frente a las injusticias.[18]
El mundo acaba deshumanizado y la vida pierde su sentido trascendente
El “individuo” en la era de la postverdad desconfía, y con razón, de las narraciones universales y los relatos que han querido “suplantar a la vida”, pero aparece un nuevo movimiento de discursos que suplantan la realidad y exponen la vida a los referentes constructivistas donde acontece una apropiación social del proyecto vital. Al carecer, lo real, de consistencia y, ante su “neutralidad fáctica”, se desnuda de cualquier sentido originario y acontece una interpretación social de los valores desligados del cuerpo y la experiencia humana. Esto implica “desarraigar la realidad personal de toda significatividad connatural” y
hacer ojos ciegos a las experiencias que ligan al ser humano al mundo y que van configurando ‘su’ mundo como algo personal y humanizador.[19]
Cuando la libertad y autodeterminación se entienden como autofundamentación, el “yo” es erradicado de su realidad dada y relacional y expuesto, así, a las estructuras y tendencias que cada cultura propone y que transforman lo contingente, a fuerza de confiar en ello, en una respuesta necesaria y absoluta que, al darse sostenida fuera de la realidad que somos y que vivimos, no abren la vida humana a un sentido trascendente, elevándola y otorgándole un devenir significativo, sino que la hipotecan, haciendo de las personas meros
elementos de un censo, votos de una urna, compradores de promesas de los políticos, potenciales usuarios de millares de productos reales o virtuales a quienes encandilar.[20]
Negar la verdad arrastra al naufragio

Esto no deja de ser un naufragio y los síntomas del náufrago actual los describe muy bien Teresa Sánchez cuando explica que:
No vivimos tanto en las Sociedad del Ocio o del Conocimiento, cuanto en la Sociedad del Espectáculo. En vez de vivir, miramos vivir […] La sociedad amansada en un bucle de ficción infinita se sacude la sordidez o insipidez de su existencia siguiendo los avatares de los otros, su familia de ficción, emperadores de un mundo intrascendente, siendo engullidos por la inanidad.[21]
No está en juego, pues, un problema únicamente teórico concerniente a la epistemología filosófica; no basta preguntarnos, ¿qué es, entonces, conocer? Las nuevas coordenadas que nos orientan en nuestra relación con la realidad afectan al quehacer humano en todos sus ámbitos y existe la tentación, por parte de las diversas ciencias, de mantenerse en su parcela de conocimiento, reducirse al trabajo analítico de su “objeto de estudio” y pretender responder, con sus recursos particulares, al fenómeno que tratan de entender.
3.- De la “renuncia a la verdad” a la “hermenéutica interdisciplinar”
Se busca la respuesta al margen o en contra de lo humano
Ocurre que “la funcionalidad” a la que apela la cultura decepcionada de “la verdad”, es menos funcional, pues los diversos estudios sobre la realidad alcanzan una menor comprensión de sus fenómenos y, por lo tanto, una respuesta menos adecuada a cuidar y desarrollar la vida humana y su complejidad. Lo que se instaura es:
Una idea de felicidad que, utilizando la tecnología, convierta la plenitud del gozo del placer corpóreo en el principio rector del orden social. […] Y esto, en realidad, nos lleva a una verdadera distopía: por lo deshumanizante de esta vida así concebida, y porque ella tampoco cumple con el sentido de plenitud que tiene la verdadera salvación.[22]
De este modo, somos fácilmente capitaneados por la tecnocracia que no se alimenta de ningún criterio anterior al lema “poder es deber”; fuera de las coordenadas de la condición natural de las cosas, nos situamos también fuera de las posibilidades de su cuidado y desarrollo y aspiramos, más bien, a la transformación de la realidad según proyectos que no “trascienden” sino que “transgreden” lo humano. ¿Qué hacer?.
La posverdad crea problemas en muchos ámbitos
Dudo que sea suficiente o fructífera la denuncia que puedan hacer los diversos pensadores y filósofos sobre los diversos problemas que la postverdad abre; por poner algunos ejemplos, tenemos en el ámbito político las nuevas tendencias del llamado “feminismo” y su pacto con la teoría de género y las políticas identitarias que transforma, también, el ámbito del derecho en un lugar de neologismos y nuevas categorías de pensamiento; tampoco la medicina o la ingeniería genética dejan de verse afectadas en su quehacer ante los nuevos recursos que la técnica ofrece para responder a nuevas demandas en el “mercado de la reproducción” humana; incluso ámbitos tan aparentemente imparciales, hasta el momento, como puede ser la informática, dada la creciente presencia e influencia de la inteligencia artificial en los diversos ámbitos de estudio y de trabajo, necesita hacerse la pregunta… Ésta es: ¿existe la realidad?, ¿qué es lo que conocemos cuando conocemos?, ¿deberíamos, entonces, someter nuestros criterios, intereses o ideologías a un referente anterior y trascendente?.
Mejor es partir de la corporalidad humana

Sabemos que lanzarse, desde una libertad autorreferente, al devenir de la historia y su temporalidad dinámica acaba, paradójicamente, por delegar en las nuevas propuestas políticas, culturales, mercantiles, etc., la respuesta a nuestros problemas existenciales. Hay un camino alternativo que no es el de acudir “ahí”, “fuera” “más allá” de nosotros mismos para decidir a qué atenernos, sino el de acercarnos “aquí”, a nuestra experiencia sensible, inteligible, íntima para comprender la propia realidad y tomar, desde ahí, decisiones acertadas. Se trata de acudir al cuerpo y reconocer que hay ahí una experiencia accesible desde las diversas áreas de conocimiento que nos ilumina la realidad sobre lo que somos y lo que nos vincula al mundo. Nuestra corporalidad nos dice “algo” que, si bien no podemos desentrañar nunca del todo, tampoco podemos inventarnos.
Hace falta decir que esta “corporalidad” humana a la que apelamos como punto de encuentro entre las diversas ciencias no puede fundamentarse en el presupuesto del “reduccionismo biologicista” en el que pueden caer la neurociencia o la biología cuando tratan de “apresar” la comprensión del cerebro o la corporalidad humana con la información que su método propio de conocimiento permite delimitar o definir.[23] Esto supondría analizar una “parte” de la realidad humana queriendo, con ésta, explicar “el todo” y dejando sin responder aspectos cruciales de la experiencia y la praxis humana.
La postverdad ha generado, ciertamente, esta actitud cientificista[24] que, por una parte, cae en el reduccionismo de querer explicar una pregunta que concierne a diversos ámbitos desde su propia (y muy concreta) especialización, transgrediendo (en ocasiones, incluso, sin saberlo) sus propios límites[25] y, por otra parte, ha facilitado la entrada sin reservas a la tecnocracia y la capitalización de sus conocimientos por parte de todo lo mal-llamado “progreso científico”.
Con una mirada interdisciplinar
Cuando hablamos del “cuerpo” humano como el punto de encuentro entre las diversas ciencias, en su dilucidar la complejidad de la experiencia humana, apelamos al concepto de “intimidad corporal”. Con este término, Jesús Conill nos invita a reconocer que
Ya no podemos esperar una objetivación perfecta, sino que hemos de reconocer que nos movemos entre interpretaciones, que son falibles, corregibles y mejorables, teniendo en cuenta todas las posibles perspectivas que nos apostan las diversas formas de intelección y comprensión de las que seamos capaces. [26]
La caída del mito del progreso indefinido facilitado por la razón podría conducirnos a este renacer de la mirada inocente que deja que sea la luz del sol (y no los propios prejuicios o intereses) los que iluminen la realidad para poder nosotros vislumbrarla aceptando el límite de la perspectiva que adoptamos: perspectiva de un momento concreto de la historia, individual o colectivo, que desde la experiencia situada, personal o compartida, y mediada por los gigantes que nos preceden en las diversas áreas de conocimiento, aporta cierto descubrimiento sobre esa realidad que nos trasciende pero que, a la vez, nos alcanza.
Dejar ser al ser
Cada cultura, todo legado humano, se volvería revelador si permitiera la apertura de un sentido no clausurado en su propio discurso, sino la apreciación de un ser al que se le deja aparecer y que ya no se intenta apresar. Cuando la diosa razón se desmitifica, puede aparecer este dejar ser al ser que predica Heidegger, sin pretender aferrarlo como si se tratase de “un objeto” que puedo “alcanzo por medios directos”; se trata de algo que “debe ser dejado ser”[27]. Se trata, pues, de defender los diversos análisis científicos como lugares abiertos al ejercicio de comprensión interdisciplinar y sistemática que salvaguarde la mirada integral sobre la realidad humana; de este modo,
articuladas en el nuevo marco hermenéutico […] emergerá un nuevo concepto de naturaleza humana que pueda conectarse más adecuadamente con una noción de persona humana.[28]
4.- Conclusión
Comprender la realidad desde la experiencia del cuerpo íntimo y personal
Nuestra propuesta es una invitación, en otras palabras, a renunciar al intento de que el conocimiento humano sea la medida de la realidad, renunciar a que la razón universal, o la libertad individual pretendan instituirse como criterio puesto que existe una realidad por sí misma que no tiene
dependencia con nosotros ni se deja arrastrar arriba y abajo por obra de nuestra imaginación, sino que es en sí y con relación a su propio ser conforme a su naturaleza.[29]
Conocer “la verdad” implicaría, pues, despertar un compromiso común y una “voluntad de sentido” que trate de descubrir aquello que constituye nuestra existencia, a la vez que la trasciende, por ser ese misterio que se hace palpable a nuestra experiencia, pero nunca del todo narrable y es este cuerpo humano, un cuerpo íntimo y personal. La realidad que somos y vivimos puede ser el punto de resistencia a los intereses, apetitos, fortalezas o ideologías… Y, para llevar a cabo esta labor de comprender nuestra realidad y “descubrir” su sentido, necesitamos reconocer que su condición es interdisciplinar.[30]
Y abrir espacios de interacción con otras áreas del conocimiento
No se trata de imitar un modelo clásico de conocimiento. La especialización científica no sólo es un hecho, sino un aspecto que permite un análisis profundo y concreto de estas “partes” que componen “el todo” de lo real. Se trataría, pues, de abrir espacios de interacción y mutuo enriquecimiento tanto dentro de cada estudio como fuera de sus hallazgos para permitir que sus tesis se den consonancia (y no en disonancia ni incompatibilidad) con otras áreas de conocimiento que, desde otros niveles explicativos, se refieren a la misma realidad y pueden, por eso, explicar de forma distinta lo que estudia cierta rama de conocimiento o, incluso, llegar más lejos de lo que ciertos métodos de estudio permiten (como es el caso de la neurociencia cuando trata los fenómenos mentales, pero no puede “atrapar” o explicar, como tal, la temática más propiamente filosófica sobre la subjetividad y la conciencia).
Entendemos esta manera de proceder como una defensa de la integridad de la experiencia humana y un rescate de su “desintegración” en decisiones que, en realidad, no funcionan para su vida. Existe una condición natural en el ser humano que se expresa en su experiencia misma y que puede orientarnos a la hora de tomar decisiones y de vivir conforme a lo que somos pudiendo, así, trascendernos personal, social y culturalmente sin que esto suponga transgredirnos. El recorrido hermenéutico e integrador abriría el conocimiento de la existencia a un sentido donde el Dasein no es reducido a una categoría conceptual, pero tampoco arrojado a la nada del “sálvese quien pueda”.
Para ver más artículos de fondo publicados en esta web
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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PÁGINAS ON LINE
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NOTAS
[1] Bolloré M.Y. & Bonnassies O., (2023), Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución, Madrid: Funambulista, p. 29.
[2] Aunque Nietzsche comenzara este viraje en el sentido tradicional de la “verdad”, el posterior constructivismo que, por ejemplo, con Foucault cobra relevancia, instaura en el ámbito sociopolítico la llamada “era de la postverdad” que se populariza a principios de este siglo siendo expresado así por Ralph Keyes en su libro The Post-Truth Era (2004).
[3] Cfr. San Agustín, (1979), Las Confesiones, Libro 10, capítulo 23.
[4] Chesterton, G. K. (2002), Ortodoxia, Madrid: Espasa Calpe, p. 103.
[5] Popper explica que ninguna teoría científica es considerada absolutamente cierta: sólo puede aceptarse hasta el momento en el que no se adecúe a la experiencia y, por lo tanto, sea refutada. (Popper, K. (1975), La lógica de la investigación científica, Madrid: Tecnos, p. 24.)
[6] Cfr., Harrington, M., (2023), Feminism Against Progress:’Exhilarating’New Statesman. Swift Press.
[7] Nietzsche explica, con la metáfora del mar y el navío, una síntesis de los dos dinamismos vitales: lo dionisíaco, fuerza caótica e instintiva de la existencia y lo apolíneo, la fuerza de la razón y el orden. Ambas se equilibran y, sin confundirse una con la otra y, en su equilibrio, el navío encuentra dirección y propósito (Cfr., 2008, El nacimiento de la tragedia, Madrid: Alianza, pp. 31-32).
[8] Zambrano, M. (1995), La confesión: género literario, Madrid: Ediciones Siruela, p.22.
[9] Ortega y Gasset, J. (1975), El tema de nuestro tiempo, Madrid: Espasa-Calpe, p.55.
[10] Conill, J. (2001), El poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración, Madrid: Tecnos, p.69.
[11] Ibíd., p.24.
[12] Heidegger, M. (2001), Ser y Tiempo, Buenos Aires: Editorial Losada, p. 31.
[13] Ortega y Gasset, J. (2012), ¿Qué es filosofía?, Barcelona: Austral.
[14] Nietzsche, F. (2005), La voluntad de poder, Buenos Aires: Editorial Losada, p. 246.
[15] Cfr., Nietzsche, F. (2005), Así habló Zaratustra, Buenos Aires: Editorial Losada, p. 193 ss.
[16] Ortega y Gasset, op.cit.
[17] Cfr., Montoya, J.M. & Giménez, J.M., “El deseo contemporáneo de una salvación tecnificada” RAZÓN Y FE, enero-abril 2023, n.º 1.461, t. 287 pp.69-94. Recogen una cita que dice así:
estamos “en una época en que existe toda una cultura del cultivo del cuerpo, que en principio es correcta, pero cuando no se gestiona de modo prudente lleva a pensar que la medicina puede evitar todo tipo de males y sufrimientos, incluso la vejez y la muerte […]. La búsqueda obsesiva del bienestar acaba generando lo contrario; es decir, malestar. (Gracia, D.(2011), Bioética: La salud se ha convertido en un bien de consumo. Juanciudad: Revista de los Hermanos de San Juan de Dios, 553, pp. 16-18).
[18] Cfr., Zambrano, M., op.cit., pp. 35-36.
[19] Ibíd., p.385.
[20] Sánchez, T., “Retos de la psicología ante el diseño de una nueva naturaleza humana”, en Conocer y pensar la realidad humana, I. Murillo (ed.), Diálogo Filosófico, Publicación Actas Jornada 11, Madrid: Colmenar Viejo, 2023, p.51.; recoge, de sus palabras, la referencia a Paula Sibilia (2013): La intimidad como espectáculo, Buenos Aires: FCE.
[21] Ibíd., pp.62-63. Apela, aquí, a la obra de León A. Bienvenido (2009): Telerrealidad. El mundo tras el cristal, Madrid: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
[22] J.M. Montoya, J.M. Giménez, “El deseo contemporáneo de una salvación tecnificada” RAZÓN Y FE, enero-abril 2023, n. º 1.461, t. 287 p.94.
[23] Prieto, L.J., “Reduccionismo biológico. Posibilidades y límites de las neurociencias”, en Conocer y pensar la realidad humana, I. Murillo (ed.), Diálogo Filosófico, Publicación Actas Jornada 11, Madrid: Colmenar Viejo, 2023, pp. 32-43.
[24] Esperar del método científico la respuesta a todas las preguntas oportunas e importantes que el ser humano se cuestiona tiene varias contradicciones: Internet Enciclopedia of Philosophy (IEP), enlace: Science and Ideology | Internet Encyclopedia of Philosophy; dispuesto el 28/03/25.
[25] Tenemos, por ejemplo, el caso de Stephen Hawking cuando pretende dar carpetazo a la pregunta sobre Dios dadas sus últimas hipótesis sobre las leyes físicas que dieron origen al universo. En su libro El gran diseño (The Grand Design), publicado en 2010, junto con el físico Leonard Mlodinow, Hawking presenta la idea de que el universo no necesita una causa externa para su origen, sugiriendo que las leyes de la física, como la gravedad, podrían haber sido suficientes para permitir que el universo surgiera de la nada.
Desde las propias ciencias se cuestiona esta dificultad, como ocurre con el libro de Michel –Yves Bolloré y Oliver Bonnassies, Dios. La ciencia. Las pruebas (God, the science, the evidence), publicado en el año 2021. Sin embargo, esta cuestión excede el ámbito de lo que las ciencias puedan “mostrar” (que no “demostrar”, como tal), porque se trata de una cuestión metafísica sobre la condición ontológica de la realidad (Miras Pouso, J., y Trigo Oubiña, T. tratan esta temática en su obra “50 preguntas sobre la fe” (2013), cuya tesis básica puede encontrarse en “¿Necesita el universo una explicación fuera de sí mismo si ya tiene sus leyes físicas que incluso permiten pensar en la ‘auto-creación’? (¿Necesita el universo una explicación fuera de sí mismo si ya tiene sus leyes físicas que incluso permiten pensar en la «auto-creación»?; dispuesto el 28/03/25).
Ocurre algo parecido en el área de la neurociencia cuando se trata la experiencia subjetiva y consciente humana como un epifenómeno del órgano del cerebro (Cfr., Morgado, I. (2021), Materia gris: La apasionante historia del conocimiento del cerebro; Barcelona: Ariel), por mencionar, únicamente, algunos ejemplos.
[26] Conill, J., “Comprender la persona humana desde la intimidad corporal”, Murillo, I. (ed.), Conocer y pensar la realidad humana, 2023, p. 200.
[27] Heidegger, M. (2001), Ser y Tiempo, Buenos Aires: Editorial Losada, p. 31.
[28] Ibíd.
[29] Platón, Crátilo, 386 e.
[30] Son palabras rescatadas en la participación de Jesús Conill en la mesa redonda de la I Jornada de Ciencia y Filosofía en la UCV el 25 de marzo de 2025.
About the author

Miriam Martínez Mares
Miriam Martínez Mares es Doctora en Filosofía por la Universidad de Valencia. Pertenece al Instituto Veritatis Gaudium de la Universidad Católica de Valencia, donde imparte las asignaturas de "Antropología" y de "Ciencia, razón y fe" en varias facultades. Preside el Comité de Ética de la Fundación "UpToYou, Acompañando al Crecimiento". Su área de investigación es la ética, la antropología y la educación desde una perspectiva personalista.