La Inquisición posmoderna:
sobre la ideología woke y la cultura de la cancelación
Introducción
Apenas se nota. Apenas nos damos cuenta. Cuando MacIntyre anunciaba que
en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo[1],
parecía predecir lo que está sucediendo con la “dictadura silenciosa” de la cultura de la cancelación. Dicha cultura de la cancelación es el corolario de la llamada “ideología woke” que desde hace años acampa en todo el mundo académico anglosajón así como en todas las instituciones públicas, medios de comunicación, instituciones culturales, empresas, alta administración, mundo sanitario, etc. Este fenómeno está llegando a España y también a Francia, donde filósofos como Jean-François Braunstein[2] lo concibe como la “paranoia woke” e incluso habla de “terrorismo intelectual”. Expresiones demasiado contundentes en la era de la tecnología y de los mass media, donde las opiniones proferidas en el mundo relativista, pluralista y “tolerante” de la posmodernidad liberal no hacían prever un viraje de tal calado en el pensamiento occidental.
1. ¿Qué es la cultura woke?
Origen del término
El término anglicista procede del verbo wake que significa despertar, por lo que“woke” significaría estar despierto. El Diccionario Oxford dio crédito a William Melvin Kelley, novelista y cineasta experimental, por haber acuñado el término político “woke” en un artículo del New York Times de 1962 titulado “If You’re Woke You Dig It”, haciendo referencia al despertar de la comunidad negra de Harlem. El Oxford English Dictionary lo incorporó así en 2016 con una definición un tanto informal:
Alerta ante la injusticia en la sociedad, especialmente el racismo.
Se trata, por tanto, de un vocablo utilizado para aludir a una cierta concienciación ante la injusticia social, cuyos orígenes se sitúan claramente en Harlem.
Un despertar ante la injusticia racial
La expresión stay woke (estar alerta) comenzó a ser utilizada por las comunidades negras, como conciencia de la resistencia de sus integrantes para sobrevivir y vivir en un mundo hostil donde la gentrificación -el desplazamiento de la población negra a los extrarradios de las ciudades, por la subida de las tasas de alquileres y la construcción de edificios nuevos reservados a la especulación y a la “turistificación”- y la violencia policial comenzaba a hacer mella en Harlem y en otras ciudades del continente americano.
Sin embargo, fue a partir de 2013 cuando vivió su gran apogeo a través del movimiento Black LivesMatter, tras las muertes de Trayvon Martin en Florida, de Michael Brown en Ferguson o la más reciente de George Floyd en Minneapolis. Traducido como “Las vidas de las personas negras importan”, el movimiento nació como oposición a la violencia policial contra los negros en Estados Unidos y cobró mucha fuerza en las redes sociales, por lo que dicha concienciación en un primer momento se concibió como un “despertar” ante la injusticia racial.
Defensa de las cuestiones de género y de identidad sexual
No obstante, su uso ha trascendido en los últimos años, utilizándose también en el marco del movimiento #MeToo, contra el acoso y el abuso sexual a las mujeres y expandiéndose a velocidad de vértigo a muchos otros ámbitos, especialmente aquellos relacionados con cuestiones de género y de orientación sexual.
En la última década, ha sido utilizado por los partidos y movimientos de izquierda, para defender cierta política identitaria de los grupos LGTBI, poniendo especial énfasis en la comunidad Trans. Sin embargo, su uso no ha quedado restringido a la izquierda, pues los partidos conservadores utilizan el calificativo woke como rechazo a las ideologías progresistas radicales y a la “cultura de la cancelación” aparejada, tendente a censurar cualquier opinión discordante de una perspectiva ideológica identitaria -que no sea feminista, transgénero y transrracial-, por considerarse ofensiva y discriminatoria. En un contexto tan delimitado, atribuir el calificativo woke puede considerarse una alabanza (sinónimo de progre) o un insulto (sinónimo de reaccionario) según la orientación política de quien lo utiliza.
Nueva religión de la injusticia social
En todo caso, la propagación del término ha llegado hasta el punto de que se habla incluso de una nueva fe, la fe del “wokismo” o “wokeísmo”, un movimiento secular en la lucha social contra la injusticia y la discriminación que puedan sufrir todo tipo de minorías. De hecho, son numerosos los autores que hablan de una nueva religión, la religión de la justicia social, como James Lindsay & Mike Nayna, o también Jonathan Haidt. También algunos autores liberales definen el wokismo como la religión de los “nuevos puritanos”[3], en tanto que variante del cristianismo en Occidente; concretamente del puritanismo americano, cuyas resonancias de los “despertares” protestantes de los siglos XVIII y XIX (The Great Awakenings), la dotan de características muy similares. Así visto, puede decirse que el vacío que deja la orientación religiosa norteamericana es ocupado por la llamada religión de la Justicia Social.
Nuevo orden moral sin Dios
En este nuevo contexto, el marcapasos de la sociedad americana va a estar definido por el peso de una moral que ha perdido el contexto religioso que le daba sentido, a pesar de mantener los valores morales cristianos, pero sin Dios. Y Sin Dios, nos encontramos en la situación que describía muy atinadamente MacIntyre en su sugerencia inquietante: poseemos
fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan los contextos de los que derivaba su significado. Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usando muchas de las expresiones clave. Pero hemos perdido -en gran parte, si no enteramente- nuestra comprensión, tanto teórica como práctica, de la moral.[4]
Sin embargo, esta comprensión del nuevo orden moral sin Dios, que va a reconstruirse y desarrollarse desde la fragmentación, no puede hacerse sin sus demonios. Es necesario un chivo expiatorio, o muchos, o todos reducidos al mismo: el hombre blanco heterosexual, el Patriarcado, la Heteronormatividad, la Cis-sexualidad, etc.
2. Una nueva fe con dogma, ética y liturgia
Defensa de los sentimientos heridos de cualquier minoría
Es por ello que nos encontramos ante una nueva fe, o una nueva moral, que justificándose en la defensa de los “sentimientos heridos” de cualquier minoría, trata de hacer universalizable un discurso en el que no cabe la disidencia. Abanderando el principio relativista de tolerancia de todas las diferencias por razón de raza, sexo o religión, se acaba silenciando a todo aquel que profiera cualquier “comentario hiriente” desde el punto de vista de los “nuevos puritanos” (los defensores de lo woke, que se convierte así en el pensamiento “puro” universal que no deja lugar a la discusión).
El pensamiento que conforma el dogma de esta nueva fe se hace pionero en sus principios fundacionales de una cierta compasión hacia el sufrimiento de las víctimas que es del todo justa, haciendo suyo el clásico conjunto de las bienaventuranzas cristianas[5], pero sin el peso de una tradición y de un marco que es rechazado por la ideología tardomoderna y liberal. La fe del wokismo aparece así como una nueva “religión” secular que convierte en postulados morales lo que en la tradición cristiana eran postulados religiosos (estando Dios en el centro).
Distinta visión del pecado
La diferencia fundamental es que esta religión parte de una concepción pelagiana del pecado original, según la cual podemos llegar a ser perfectos y virtuosos a través de las obras, frente a la concepción agustiniana que defiende que necesitamos de la gracia para salvarnos porque todos somos pecadores. Desde esta versión o per-versión del mensaje cristiano originario, los pecadores son los otros, aquellos que no hacen las obras necesarias para ser virtuosos o para salvarse, con lo que pueden ser juzgados y castigados, como una forma de purga de los pecados cometidos.
Castigo sin perdón
Si a esto le añadimos que Cristo está de parte de los débiles, todos querremos estar del lado de los “oprimidos”, de las víctimas discriminadas históricamente por razón de sexo, raza o religión, por lo que todo aquel que no se avenga a la corrección política woke sufrirá las consecuencias: el castigo social en las redes y el personal a través de la destitución de sus cargos públicos o incluso su despido. Se trata de un castigo en el que no cabe el perdón. Ni siquiera la disculpa es aceptada, a pesar de que existen ya plantillas de muestra para disculparse, o consejos en las universidades que recomiendan la utilización de ciertas palabras para que la disculpa sea admitida (malinterpretar, sin intención, equivocación, etc). Sin embargo, pocas veces sirven de algo las disculpas. El objetivo consiste en castigar y purificar:
Si te disculpas y sabes de antemano que tu disculpa no será aceptada, que se considerará un movimiento en un juego psicológico, cultural o político, entonces se burlan de la integridad de tu introspección y te sientes permanentemente abandonado en un mundo que no perdona[6].
De hecho, se trata de un “culto” en las universidades, cuyos dogmas y visión del mundo (privilegio supremacista blanco”, “sexo asignado al nacer”, “apropiación cultural o colonialismo”, “invisibilización” de otras realidades culturales, etc.), convierten en su liturgia los gestos de sus seguidores (por ejemplo, el lavado de pies a los afroamericanos como señal de arrepentimiento)[7].
3. La Inquisición cultural posmoderna
La cultura de la cancelación, se convierte así en una nueva Inquisición cultural donde los linchamientos, la cancelación de tuits o discursos, así como las humillaciones y difamaciones, están exentos del perdón. “El que a hierro mata, a hierro muere”: es necesario que el que hiere sea aniquilado, despedido, silenciado, excomulgado, condenado al exilio, arruinando su vida y su reputación, a través de un juicio social previo que lleva a muchos “castigados” incluso al suicidio sin que los hechos hayan sido sentenciados judicialmente.
Estamos ante una nueva caza de herejes, que son todos aquellos que no comparten las soflamas identitarias que se imponen desde los nuevos templos, para traducir la lucha contra la discriminación en cualquiera de sus aspectos. Es así como el fanatismo (de fanum, que significa santuario o templo) se convierte en un modo de dividir a los santurrones y puros -los progres, los despiertos-, de los impuros, los hostiles (de hostes, que significa enemigo público), que son quienes realizan todo tipo de comentarios hirientes hacia las minorías: negros, mujeres, trans, gays lesbianas, etc. Los hostiles no son quemados en la hoguera, pero son hostigados y condenados por un juicio social de mayor calado.
Es así como la culpa se perpetúa sin perdón posible, culpa que desgajada de un contexto cristiano, necesita un chivo expiatorio para poder traer un nuevo paraíso terrenal, exento y purificado del pecado. Siempre necesitaremos un culpable, pero será imposible desterrar o exorcizar el pasado. Por ello la historia debe ser desterrada, deconstruida de forma radical desde los nuevos parámetros de lo woke, donde siempre habrá culpables.
Si eres hombre, cargas con la culpa del patriarcado, si eres blanco cargas ab initio con la culpa del llamado racismo institucional […] Has heredado la culpa y eso te ata de por vida. […] La culpa no es individual, y no importa lo que hagas a partir de ahora, eres el verdugo que lleva sobre sus hombros la culpa de toda la humanidad.[8]
4. ¿Y las víctimas?
Si esto es así, solo cabe una alternativa: o empatizamos con las víctimas sufrientes que son los inocentes, o nos convertimos en el victimario, chivo, opresor, y la víctima proyecta la culpa sobre toda la humanidad (la Historia). ¿Quién querría ser tildado de victimario sin serlo? Mejor la segunda opción. No en vano las destituciones y despidos se hacen a cuenta de aquellos que se resisten a deconstruir la Historia que, por otra parte, necesita ser desterrada por aquellos que la consideran heteropatriarcal, homófoba, machista, retrógrada, colonialista, supremacista blanca, y tantas cosas más, y que quieren una Historia nueva, más pura, inclusiva con todas las víctimas, aunque no sea real, aunque esté falseada, aunque sea intolerante con los disidentes.
Sin embargo, ¿quién acoge verdaderamente a las víctimas reales, no a las abstractas, sino a las reales, a través del amor y de la justicia, del cuidado, de la ternura, del consuelo, de la donación sin tregua?
Este es otro asunto, pues parece que el trasfondo de la ideología woke es la defensa de las víctimas, pero la diferencia con el cristianismo es importante.
El pulso fundamental de esta cultura no es la empatía hacia el sufrimiento del otro como motor del deseo de justicia social, sino la radicalización de un discurso que utiliza la sensibilidad como consumo, creando división y fomentando la intolerancia[9]
hacia todos aquellos que no comulgan con el pensamiento wokista. Esto, que nace como un deseo de tolerancia hacia el prójimo, de que su historia cuente en una Historia más inclusiva, nos sitúa en un mundo en el que es mejor dividir que unir, mejor odiar que amar. Mejor el ruido del mal que nos aqueja que la misericordia y el amor infinito[10].
La utilización de las víctimas
Y los que sufren, mientras, siguen sufriendo, las víctimas son usadas y utilizadas para seguir vendiendo consumo de ideología -eslóganes contra la violencia de género o la trata, por ejemplo- a los que todos los partidos políticos se suman, sin que vayan unidos a una verdadera lucha contra la violencia y la discriminación. Se percibe en este punto una lectura marxista de la realidad, consistente en agudizar la contradicción para cambiar estructuras, pero siendo reales las contradicciones, sin embargo lo que cuenta es el poder, no las desigualdades.
El ejemplo más claro es el tema de la prostitución, una lacra que preferimos sostener por razones de incremento del PIB, aduciendo el ruin argumento de que las mujeres prostituidas tienen derecho a serlo con totales garantías, por lo que deben regularse las condiciones de una profesión considerada como “libre y voluntaria”. De este modo, nadie va a mirar de frente el problema de la prostitución de mujeres y niñas, que son defendidas solo “en abstracto”, mientras siguen siendo captadas, movilizadas o secuestradas desde los países pobres para ser explotadas en los mercados de los países capitalistas, donde serán relegadas al olvido, siendo sus cuerpos vendidos para beneficio de los proxenetas y de sus negocios de blanqueo de dinero, y permanentemente estigmatizadas mientras los gobiernos avalen dicha práctica sin remisión. ¿De verdad creemos que con eslóganes feministas de defensa de las mujeres estamos luchando contra la discriminación y violencia reales?
5. La ideología woke al servicio del capitalismo hiperconsumista
No es de extrañar que el capitalismo esté tan interesado en fomentar este tipo de cultura woke, pues se trata de consumo de ideología, una ideología que se vende bien, que se publicita a través del consumo. Al mismo tiempo, dicha ideología se convierte en una herramienta al servicio del capitalismo para tapar la verdad real, la que a nadie interesa, pues la justicia social nunca será plena mientras sigamos vendiendo sucedáneos, como las llamadas “políticas de reparación de daños”.
No en vano ha llegado a hablarse de capitalismo woke, una tendencia utilizada por algunas marcas publicitarias con mensajes progresistas para incluir como “mascotas” a los grupos marginados históricamente o para atraer a aquellas generaciones más jóvenes (millennials), que representan el cambio y el progreso[11], de tal forma que los representantes de dichas minorías se convierten en “consumidores directos” a los que dirigir las campañas publicitarias de un sistema económico liberal al que lo woke conviene en términos económicos. Es así como aparecen nuevos “potenciales clientes” que a través del consumo de valores ideológicos progresistas se convierten en piezas necesarias e imprescindibles del sistema económico.
El origen está en la revolución de Mayo del 68
Esta percepción economicista va unida a una búsqueda ilimitada de identidades que tiene su origen en la revolución de mayo del 68. Mayo del 68 significó el rechazo de las propuestas que hasta entonces habían tratado de delimitar el sentido de lo que somos[12]. El pasado pesaba. “Corre camarada. El viejo mundo está detrás de ti”. El futuro aparecía como un horizonte de cambio ilimitado. “Bajo los adoquines, la playa!”. De este modo, la búsqueda de nuevas identidades representa puntos de fuga en una identidad que no queremos ver delimitada y que explica la lucha por la desaparición del sexo sustituido por la conciencia o sentimiento identitario.
La liberación sexual de mayo del 68 queda transformada en una liberación del cuerpo, del género y de toda diferencia humana en base a que somos mucho más: somos transhumanos. El Metaverso nos permite cambiar totalmente de identidad, pues somos una especie de conciencia voluntarista que puede moverse por universos intercambiables sin quedar fijada a los límites corpóreos. El movimiento woke hereda de la revolución de mayo del 68 la huida de la realidad y eso, unido al conjunto de bienes de consumo como horizonte infinito de posibilidades de “ser humanos”, se convierte en el adalid perfecto de un capitalismo feroz e hiperconsumista sin caminos ni cercados.
6. Hacia nuevas síntesis culturales: hostes vs. hospes
El mundo de la cultura ya no es un mundo amigable, sino hostil (hostes), en el que la sospecha se ha instalado no solo sobre los individuos que defienden una “versión” de la historia, sino que es hostil hacia la historia misma. Lo importante no es acoger al huésped (hospes) que somos todos, sino dividir y desterrar todo aquello que es considerado enemigo público del nuevo orden de pensamiento. El que no acoge se vuelve intolerante, el que no respeta los tiempos y los ritmos de los demás lo hace en nombre del fanatismo de los “mejores” en el que cree estar a salvo. Los puros frente a los impuros, los progres frente a los reaccionarios. Pero nadie es perfecto, nadie es puro, todos caminamos con nuestros límites, envueltos en luces y sombras.
En cierto sentido, puede que el trasfondo que late bajo el imperio de lo woke sea la dialéctica nietzscheana entre la moral de los señores y la moral de los esclavos, junto a la marxista entre burgueses y proletarios. La guerra cultural está atravesada por la fina flor del resentimiento de la que hablara Nietzsche, flor que no puede sino crear nuevas amenazas: la tiranía del emotivismo, el despotismo ideológico, el silencio o el miedo.
Necesidad de diálogo, no de dialéctica
La construcción de nuestra civilización pasa, hoy más que nunca, por la necesidad del diálogo, por la capacidad de superar las dialécticas aunque exista oposición de contrastes -como lo expresó Romano Guardini-, desde la búsqueda común de la verdad y el bien que no es privilegio de unos pocos a costa de la culpa de otros muchos. No se trata de ser ni progresista ni reaccionario, como ya nos adelantara F.-X. Bellamy:
Lo que nos permitirá escapar del optimismo forzoso, del entusiasmo irreflexivo, de la novedad obligatoria, no será una reacción que abogue por el estancamiento resignado a que se mantenga el statu quo…[13].
Se trata más bien de mirar a la realidad sin espejismos, con todos sus matices, haciendo el mundo habitable, con todo lo que incluye de sufrimiento, pero también de belleza, la única que permite custodiar los bienes recibidos. Frente a la hiperrealidad o irrealidad en la que se sitúan los puros, volvamos a una actitud contemplativa de la realidad sin recelos, al amor por las cosas sencillas, que merece ser dicho y custodiado, con todos sus límites, pero también con toda su grandeza.
En esta cultura secular y posmoderna, es posible construir una cultura del amor al prójimo en la que quepamos todos, porque el amor no se vende ni se compra, sino que es gratis y está al alcance de todos. Pero para ello, quizás debamos reparar en que no existen demonios a los que exorcizar y que -volviendo a MacIntyre-,
no estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito[14].
No existen paraísos puros y perfectos en la tierra por más que utópicamente los deseemos, ni tampoco chivos expiatorios eternos. Existe un camino a transitar desde el amor, que hace nuevas todas las cosas.
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NOTAS de La Inquisición posmoderna: sobre la cultura woke y la cultura de la cancelación
[1] Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Barcelona: Crítica, 1987, p. 322.
[2]Su reciente libro, La religión woke, Paris: Grasset, 2022, analiza a través de textos, ensayos y conferencias cómo el objetivo de los wokes es “deconstruir” todo el patrimonio cultural y científico de un Occidente acusado de ser sistémicamente sexista, racista y colonialista.
[3]Sobre ello, Andrew Doyle, The New puritans. How the Religión of Social Justice captured the Western World, Great Britain: Constable, 2022.
[4] Alasdair MacIntyre, op. cit., p. 15.
[5] Tom Holland, Dominion, The Making of the Western Mind, Little: Brown, 2020. En el último capítulo, Holland plantea que el movimiento Woke es cristiano en su esencia, desde el principio de que el Dios cristiano siempre ha estado cerca de las víctimas (los bienaventurados), de los débiles y oprimidos frente a los opresores y poderosos. La cultura woke glorifica a las víctimas según el principio de que “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
[6] Anne Applebaum, “The new puritans”, enThe Atlantic, octubre 2021. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2021/10/new-puritans-mob-justice-canceled/619818/
[7] Sobre ello, vid la entrevista a Jean-François Braunstein, en Portaluz, 1 de diciembre de 2022. https://portaluz.org/fe-y-cultura/883742268/El-filosofo-Jean-Francois-Braunstein-desmenuza-el-sectarismo-y-la-paranoia-del-movimiento-woke.html
[8] Feliciana Merino, “¿Qué es la cultura «woke»? Sensibilización como consumo de ideología”, en Aleteia, 1/10/2022. https://es.aleteia.org/2022/10/01/que-es-la-cultura-woke-sensibilizacion-como-consumo-de-ideologia/
[9] Ibid.
[10]Ibid.
[11] Lewis, Helen (14 de julio de 2020). “How Capitalism Drives Cancel Culture”, The Atlantic. Consultado el 14 de mayo de 2022. https://www.theatlantic.com/international/archive/2020/07/cancel-culture-and-problem-woke-capitalism/614086/
[12]Sobre ello, Feliciana Merino/Marcelo López, Mayo del 68. Cuéntame cómo te ha ido, Madrid: Encuentro, 2018, pp. 228-237.
[13]François-Xavier Bellamy, Permanecer. Para escapar del tiempo del movimiento perpetuo, Madrid: Encuentro, 2020, p. 194.
[14] Alasdair MacIntyre, op. cit., p. 322.
simplemente genial. crees que es bueno ser antiwoke?