A propósito del libro de Robin ATTFIELD (2018). Environmental Ethics. A very short introduction. Oxford: Oxford University Press
Robin Attfield, prolífico académico y profesor emérito de la Universidad de Cardiff, ha editado recientemente Environmental Ethics. A very short introduction, una introducción muy breve (142 pp.) a la Ética Medioambiental, aunque si nos atenemos a la densidad de sus páginas, nos encontramos ante una obra que destaca por su profundidad y exhaustividad en un campo tan vasto e interdisciplinar de conocimiento como es el de la Ética aplicada a la Ecología.
Un punto de inflexión
En mi opinión, se puede afirmar que marca un punto de inflexión en la fundamentación ética de la ecología. Constituye una verdadera actualización de esta disciplina, pues -como se menciona en el capítulo 1-, los orígenes remotos se localizan en el diálogo platónico Critias y las modernas aproximaciones al tópico no ven la luz hasta la segunda mitad del siglo XIX, gracias a la obra de George Perkins Man and Nature (1864).
Hay que esperar a la publicación de la obra del filósofo Hans Jonas Das prinzip verantwortung en 1979, con su particular reformulación del imperativo categórico kantiano, para adquirir una acabada ponderación de los bienes que están en juego si se pretende desarrollar con rigor una ética de la civilización tecnológica.
Los retos de la Ética Medioambiental
Cabe destacar de Environmental Ethics. A very short introduction el amplio abanico de ilustraciones que hace amena su lectura, así como el elenco de tópicos que se proyecta en el índice. A lo largo de ocho capítulos se mencionan los actuales retos de los grandes temas de Ética medioambiental:
- los orígenes de esta disciplina (capítulo 1), donde se mencionan no solo las aportaciones sino también las omisiones que se coligen a partir de un exhaustivo estudio de la Historia de la Filosofía;
- algunos conceptos clave (capítulo 2) como son los de “naturaleza”, “medio ambiente”, “posición moral”, “valor”, que son presentados con frecuencia en las investigaciones académicas portando una calculada ambigüedad, por lo que precisan de un riguroso esclarecimiento;
- las generaciones futuras (capítulo 3) que, por carecer de representación, no verán atendidas sus necesidades y preferencias si no se arbitran medidas globales desde instancias supranacionales.
En este punto, Attfield es deudor del imperativo de la responsabilidad de Hans Jonas, aunque le confiere la actualización necesaria debido a la presencia de organizaciones internacionales, cuyos consejos directivos se arrogan una activa interlocución en nuestro tiempo, a diferencia del año 1979 en que se publicó la obra de Jonas en el que tales organismos tenían un desarrollo incipiente;
- los principios para una acción correcta (capítulo 4), donde se abordan consideraciones esenciales para la ética como es todo lo concerniente al “deber ser” que, precisamente, por tratarse de una cuestión controvertida en la era del relativismo cultural y del subjetivismo moral que nos circunda, merece un cuidadoso análisis, del que daré cuenta más adelante, en aras a trascender el craso particularismo al que algunos quieren abocarnos;
- la sostenibilidad y la preservación de especies (capítulo 5), a partir de un planteamiento que supere los estándares estáticos y los objetivos de ciertas organizaciones transnacionales como las Naciones Unidas, como si hubiera que aplazar a años lejanos aquello que tenemos ante nuestros ojos;
- los movimientos sociales y políticos (capítulo 6), que han abanderado un cúmulo de iniciativas para visibilizar la explotación irresponsable e irreversible de recursos naturales, desde la Deep Ecology a la Ecología Social y a los movimientos de justicia medioambiental pasando por el Ecofeminismo;
- la interrelación entre la ética medioambiental y la religión (capítulo 7). Robin Attfield se desmarca abiertamente de las tesis que culpabilizan a la religión del deterioro medioambiental; y apela a fragmentos del Antiguo y del Nuevo Testamento para reivindicar que es posible encontrar en planteamientos religiosos la vulnerabilidad, la compasión y el cuidado como referentes en los que debe basarse todo programa ético;
- la ética del cambio climático (capítulo 8), atendiendo a sus efectos devastadores en un futuro próximo y muy superiores en gravedad a ese proceso de extinción de especies que estamos viviendo en la actualidad.
En este punto merece ser destacado el sistema que el autor denomina “Contraction and Convergence”, por el que cada persona tiene igual derecho a emitir gases con efecto invernadero: la totalidad de emisiones permitidas para un año dado es el resultado de haber calculado y compartido entre los estados del mundo en proporción a su población. Este modelo tendría un carácter redistributivo para que los países que contaminaran más pagasen a aquellos que no hicieran uso[*] de su cuota permitida. De este modo, se genera una ayuda suplementaria a los países que contaminan menos porque producen menos y por tanto su población se encuentra más desfavorecida.
La ética de la virtud
Por la trascendencia y la densidad del capítulo 4 que versa en torno a los fundamentos de la Ética Medioambiental, quiero hacer notar que, de entre los sucesivos modelos éticos basados en el contractualismo -al modo rawlsiano-, el consecuencialismo utilitarista y la ética de la virtud, es ésta última corriente filosófica, a juicio de Attfield, la que mejor supera ciertas objeciones que se ciernen sobre la Ética Medioambiental, en la medida en que, por una parte, la apuesta por el seguimiento y obediencia a las reglas sin antes haber forjado un carácter virtuoso no suscita confiabilidad y tampoco propicia un comportamiento consistente y responsable que tome en consideración a las futuras generaciones.
Por otra parte, la apuesta por la ética de la virtud que realiza Attfield se puede calificar de “realista”. En realidad, nos encontramos ante un planteamiento ético que, -a diferencia de aquellos sobre los que el cientificismo y el mecanicismo han ejercido una poderosa influencia-, asume como presupuesto básico esa afirmación que tan bien sintetiza Attfield y que no me resisto a reproducir en su literalidad:
“[…] All of us are prone to moments of weakness of will when we are unable to live up to our own standards, or depression when we cannot rise to challenges besetting us, or confusion in strange or emergency situations […]” (p. 50)
Lo podríamos traducir avant la lettre en los siguientes términos:
“[…] Todos nosotros pasamos por momentos de debilidad en nuestra voluntad cuando somos incapaces de vivir según las metas que nos habíamos prefijado, o nos deprimimos cuando no podemos enfrentarnos ni a los desafíos que nos acosan, ni a la confusión ante situaciones extrañas o de emergencia que nos toca vivir”.
Una época de confusión y de emergencia
Pues bien, como la nuestra es una época de confusión (pensemos en las campañas de intoxicación informativa) y de emergencia (cuando constatamos la acelerada insostenibilidad de nuestro ecosistema), es el paradigma de la ética de la virtud el único capaz de afrontar los desafíos ecológicos actuales que se traducen en contaminación masiva, en extinción de especies y en un cambio climático acelerado de incertidumbre catastrófica.
Como el tiempo apremia, el compromiso personal por la defensa de nuestro ecosistema no se puede aplazar, no basta con esperar a que las instituciones den normas. El futuro de los que vendrán a este mundo está en juego y merece nuestra actuación decidida.
[*] Actualmente, los países que no consumen los bonos de contaminación que les corresponden, los pueden vender a los que han gastado los suyos, que incrementan así su capacidad contaminadora. Por este medio, no se reduce, pues, la contaminación. Es más, la situación puede empeorar, ya que ahora incluso particulares (no naciones) tienen posibilidad de adquirir tales bonos en el mercado.
About the author
Profesor de la Facultad de Filosofía y director del Máster Universitario en Marketing Político y y Comunicación Institucional de la UCV, premiado como Programa de Educación Política del Año en el certamen Napolitan Victory Awards de Washington Estados Unidos.