Retórica, dialéctica y crisis en perspectiva aristotélica,
por Francisco Arenas Dolz
1. Introducción
El objetivo de este artículo es estudiar la vinculación entre la retórica y la dialéctica y, a través de esta última, con la la filosofía y con la política en el pensamiento de Aristóteles. Hay autores que han privilegiado más la dimensión analítica de la retórica aristotélica, reduciéndola a un tipo de argumentación ajustado a los cánones de la lógica. Otros autores han sostenido que la Retórica de Aristóteles es un manual para iniciar a los oradores en todas las triquiñuelas del negocio, un libro que se mueve en el reino del amoralismo, si no del inmoralismo, aproximándola a la sofística.
La retórica perdió el nexo que la unía a la filosofía a través de la dialéctica cuando la afición a clasificar las figuras llegó a suplantar completamente el sentido filosófico que la animaba. Vaciada de su dinamismo, la retórica quedó abocada durante siglos al juego de las distinciones y de las clasificaciones. La moderna rehabilitación de la retórica en el siglo XX ha privilegiado, en cambio, sus aspectos más argumentativos. En tiempos como los actuales, en que la retórica del mercado domina nuestra vida y nuestro pensar de una manera inevitable, expuestos a un uso de la retórica de variopintas intenciones, es necesario profundizar en la conexión entre la retórica y la dialéctica aristotélicas.
La retórica y la dialéctica como saberes
Por un lado, para Aristóteles, la retórica, en competencia con la dialéctica, se constituye en una ciencia fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras acciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas.
El ciudadano es el hombre en tanto que delibera; la deliberación le hace ciudadano. La deliberación no es sólo la fuente de la racionalidad dialógica y autorreferencial o uno de los momentos más nobles y destacados de la política, sino que es también y fundamentalmente la manera eminente de ser ciudadano; dicho de otro modo, la deliberación es la esencia de la ciudadanía. Si la dialéctica pretende también ser un saber que afecta a todos los demás conocimientos humanos, pero busca la verdad, la denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más. La retórica se ocupa de la realidad que es creada por los hombres en el lenguaje.
Por otro lado, la ética, la política y la retórica establecen en la obra del filósofo griego un triángulo que da expresión a la filosofía práctica y constituye un aspecto complementario de la prudencia (phrónesis). Aristóteles afirma que la retórica es la capacidad de hacer una decisión razonable (Rhet. I 2, 1355b 25-26). La retórica ha de mantener entonces, según Aristóteles, su relación con la filosofía, pues la retórica estaría dirigida a producir el sentimiento de verdad que genere el asentimiento a una verdad, frente a una sofística cuya intención sería la de producir en el oyente el sentimiento de verdad para conseguir el asentimiento de lo que mejor convenga
porque el alma del oyente deduce erróneamente que el orador habla con verdad (Rhet. III 7, 1408a 20),
de modo que
el oyente experimenta las mismas pasiones que el que habla con patetismo, aunque diga una nadería (Rhet. III 7, 1408a 22).
Retórica versus dialéctica
La oposición de retórica y dialéctica constituye una antinomia que en absoluto es aristotélica sino que pertenece a nuestra forma de pensar. El lugar común de la retórica y la dialéctica es la argumentación. En la obra aristotélica es posible identificar por un lado el campo de la argumentación a partir de la forma retórica de la argumentación, es decir, desde una consideración amplia de la retórica en correlación con la dialéctica formalizada en los Tópicos. Por otro lado la teoría retórica formulada por el Aristóteles incluye la referencia a la dialéctica, pues la retórica es una parte de la dialéctica y su semejante, como él mismo afirma (Rhet. I 2, 1356a 30-33).
La retórica mantiene una relación muy particular con la dialéctica. No tiene la misma relación que tienen las otras ciencias particulares, pues no es una ciencia particular. La retórica posee la misma generalidad que la dialéctica y no se refiere a un género particular de la realidad. No dispone de un método propio, como las demás ciencias sino que utiliza el método dialéctico. Si admitimos que la dialéctica se refiere a las ideas, mientras que la retórica se refiere a los hechos, a las situaciones, entonces la retórica se configura como la capacidad natural de hacer valer en el plano de los hechos las definiciones demostradas por la dialéctica.
Retórica y ética
En la Ética a Nicómaco Aristóteles muestra en concreto cómo funciona un razonamiento retórico, un razonamiento sobre aquello que puede ser de una u otra manera. La retórica es la forma discursiva de la ética, y la ética es el material del discurso retórico. La ética entendida a la manera aristotélica constituiría una teoría general de la acción y no una mera doctrina de la norma moral. La retórica es la ciencia del lenguaje que nos hace conscientes del uso de las palabras en relación con lo que queremos expresar. Es una tarea importante para la formación del hombre moderno la recuperación de la retórica y de su valiosísimo aparato conceptual. Pero si bien ese aparato conceptual es adecuado y útil, es preciso desarrollar su uso adaptándolo al entendimiento de los problemas del lenguaje en la sociedad y ciencia modernas.
El desinterés por la retórica solo puede llevarnos a un ambiente social en el que no usamos ni dominamos el lenguaje, sino que es el lenguaje el que nos usa y domina.
2. La analogía estructural entre retórica y dialéctica
Diferencias
Distingue Aristóteles dos clases de razonamientos, los analíticos y los dialécticos. Los razonamientos analíticos son demostrativos e impersonales, mientras que los razonamientos dialécticos se construyen a partir de premisas generalmente aceptadas. Aristóteles contrapone la retórica a la dialéctica, examinada en los Tópicos: esta se ocupa de los argumentos utilizados en una controversia o en una discusión con un solo interlocutor, mientras que la retórica se refiere a las técnicas del orador, que se dirige a una multitud.
La retórica aristotélica es una antistrofa de la dialéctica. La analogía entre ambas no se refiere tanto al contenido o al fin de ambas disciplinas sino a la forma y al método. En el capítulo 1 del libro I de la Retórica, Aristóteles muestra que tanto en el juego dialéctico como en el retórico,
todos participan en alguna forma de ambas, puesto que, hasta un cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e, igualmente, en defenderse y acusar (Rhet. I 1, 1354a 4-6).
Paralelismos entre retórica y dialéctica
El saber de la retórica y el de la dialéctica comparten la condición de no disponer de principios propios (Rhet. I 1, 1355b 31-34). En la concepción aristotélica destaca por un lado la estrecha relación de la retórica con la dialéctica y a través de esta última con la filosofía y por otro lado con la política. La retórica constituye de este modo una particular forma de racionalidad. Aristóteles reconoce a la retórica basada en la dialéctica el carácter de téchne, tal como había hecho Platón en el Fedro, y además sustituye la retórica de tipo gorgiano, practicada por Isócrates, por una retórica basada en la dialéctica y relacionada con la política.
El estrecho paralelismo entre el comienzo de la Retórica y los Tópicos muestra la analogía estructural que se da entre ambas disciplinas, las cuales disponen del mismo modo de argumentar, aplicado a situaciones diversas y a contenidos diversos. El paralelismo entre ambos tratados se debe a la presentación de las respectivas disciplinas como métodos para hacer con arte lo que la mayoría hace sin arte. Desde un punto de vista retórico la téchne consiste fundamentalmente en saber utilizar bien los medios de persuasión, mientras que desde un punto de vista dialéctico consiste en usar bien las argumentaciones. Al reconocer que «la persuasión es una especie de demostración» (Rhet. I 1, 1355a 4-5), lo que hace Aristóteles es reafirmar el paralelismo entre retórica y dialéctica.
Analogía con la filosofía
La analogía estructural que las une podría extenderse también a la filosofía, pues
corresponde a una misma facultad reconocer lo verdadero y lo verosímil y, por lo demás, los hombres tienden por naturaleza de un modo suficiente a la verdad y la mayor parte de las veces la alcanzan. De modo que estar en disposición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad (Rhet. I 1, 1355a 14-18).
Aquí se afirma por una parte la analogía entre la capacidad de reconocer lo verdadero, propia de la filosofía, y la capacidad de reconocer lo verosímil, propia de la retórica, y por otra parte la disposición para discernir sobre lo plausible, propia de la dialéctica.
Utilidad de la retórica
Esta analogía estructural entre retórica y dialéctica se observa también en los motivos por los que según Aristóteles la retórica resulta útil:
1) La retórica es útil «porque por naturaleza la verdad y la justicia son más fuertes que sus contrarios» (Rhet. I 1, 1355a 21-24). Es evidente la analogía entre esta utilidad y la primera de las utilidades de la dialéctica, que es útil «para ejercitarse» (Top. I 2, 101a 28-30).
Las conversaciones
2) La retórica es útil porque muchas veces no sirve recurrir a «la ciencia más exacta» (Rhet. I 1, 1355a 24-25), apta solo para la docencia, sino que es necesario recurrir a nociones comunes. La segunda utilidad de la dialéctica se refiere a las conversaciones, en las que se parte de «las opiniones de la mayoría» (Top. I 2, 101a 31).
Discernimiento ante la persuasión sobre cosas contrarias
3) La retórica es útil porque es «capaz de persuadir sobre cosas contrarias» (Rhet. I 1, 1355a 29-30). Esto por dos razones:
para que no se nos oculte cómo se hace y para que, si alguien utiliza injustamente los argumentos, nos sea posible refutarlos con sus mismos términos (Rhet. I 1, 1355a 32-33).
Solo la dialéctica y la retórica son capaces de argumentar sobre los casos contrarios. Esto corresponde perfectamente a la tercera utilidad de la dialéctica, la relativa a «los conocimientos en filosofía» (Top. I 2, 101a 34), pues
pudiendo desarrollar una dificultad en ambos sentidos, discerniremos más fácilmente lo verdadero y lo falso en cada cosa (Top. I 2, 101a 35-36).
El método de la dialéctica consiste en confrontar, a partir de un tema cualquiera, doctrinas anteriores, para hacer surgir de esta confrontación una tesis verosímil que probará su valor por su capacidad de conseguir el mayor acuerdo. Este método se corresponde con la tercera utilidad de la dialéctica, que se indica en los Tópicos y que consiste en «desarrollar una dificultad en ambos sentidos» con el fin de discernir más fácilmente lo verdadero y lo falso. Este es precisamente el método empleado al comienzo de tratados como Acerca del alma, la Física y la Metafísica.
Posibilidad de examinar cualquier cosa
4) La retórica es útil porque saber usarla con justicia puede llegar a ser de gran provecho, mientras que «el que usa injustamente de esta facultad de la palabra» (Rhet. I 1, 1355b 3-4) puede causar gran daño. Aquí la analogía con la cuarta utilidad de la dialéctica se pone de manifiesto en el hecho que la dialéctica «es útil para las cuestiones primordiales propias de cada conocimiento» (Top. I 2, 101a 36-37), pues la dialéctica, «al ser adecuada para examinar <cualquier cosa>, abre camino a los principios de todos los métodos» (Top. I 2, 101b 3-4).
Distinguir entre lo convincente y lo que parece ser convincente
5) La última de las razones de la analogía entre dialéctica y retórica se relaciona con la distinción que solo un poco más adelante traza Aristóteles entre «facultad» (dynamis) e «intención» (proaíresis):
Además de esto, <es asimismo claro> que lo propio de este arte es reconocer lo convincente y lo que parece ser convincente, del mismo modo que <corresponde> a la dialéctica reconocer el silogismo y el silogismo aparente. Sin embargo, la sofística no <reside> en la facultad, sino en la intención. Y, por lo tanto, en nuestro tema, uno será teórico por ciencia y otro por intención, mientras que, en el otro caso, uno será sofista por intención y otro dialéctico, no por intención, sino por facultad (Rhet. I 1, 1355b 15-22).
Quien posee la capacidad de reconocer el silogismo y el silogismo aparente es el dialéctico. Quien elige utilizar el silogismo aparente en lugar del silogismo auténtico no es el dialéctico sino el sofista. Quien posee la capacidad de reconocer lo convincente y lo que parece ser convincente es el orador, pero también lo es aquel que elige utilizar lo que parece ser convincente en lugar de lo convincente. Esto supone que, mientras desde el punto de vista moral la dialéctica es solo buena, la retórica puede ser tanto buena como mala.
Esta distinción entre lo convincente y lo que parece ser convincente es análoga a la que se establece al inicio de los Tópicos (I 1, 100a 25-101a 4) entre el silogismo demostrativo, que parte de cosas verdaderas y primordiales, el silogismo dialéctico, que parte de los éndoxa, y el silogismo erístico o sofístico, que parte de los éndoxa aparentes o que es un silogismo aparente, es decir, un silogismo que parece funcionar como silogismo, pero no lo hace en realidad.
3. La retórica como téchne
La tarea de la retórica es propia de un arte
Para Aristóteles la retórica comporta una facultad (dynamis) sin cuya existencia no cabe establecer ningún arte (téchne):
Ahora bien, la mayoría de los hombres hace esto, sea al azar, sea por una costumbre nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible, resulta evidente que también en estas <materias> cabe señalar un camino. Por tal razón, la causa por la que logran su objetivo tanto los que obran por costumbre como los que lo hacen espontáneamente puede teorizarse; y todos convendrán entonces que tal tarea es propia de un arte (Rhet. I 1, 1354a 6-11).
Las referencias aristotélicas en este texto deben entenderse como los fundamentos de posibilidad de la técnica oratoria, en la medida en la cual hacen posible «abrir un camino» por el que «la causa pueda teorizarse». El texto señala que el saber de la retórica no se ocupa de objetos de pura contemplación, como los de la ciencia, sino que, precisamente por poderse teorizar, tiene una aplicación práctico-productiva. El texto concluye en consecuencia que «tal tarea es propia de un arte».
El texto de la Retórica se inicia justamente señalando que todos los seres humanos se esfuerzan por argumentar y sostener afirmaciones, por defenderse o acusar. La mayor parte lo hace por un hábito que reside en su carácter. Pero si podemos hacer una cosa espontáneamente –señala Aristóteles– podremos también por reflexionar sobre cómo lo hacemos y crear un método de acción, teorizando así sobre el modo en que logramos nuestro fin, tanto si actuamos espontáneamente como si lo hacemos por hábito. Y todos admitirán –añade– que un conocimiento de esa índole puede denominarse «arte».
Proporciona reflexiones y experiencias aprovechables
Una investigación teórica acerca de un arte puede dar lugar a dos actitudes científicas distintas, una descriptiva y otra normativa: al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto podemos preguntar si estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica (Dunne 1993: 237-356). Esta ambigüedad está presente en la retórica. La finalidad de la retórica debiera ser contribuir mediante una reflexión consciente a alcanzar una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Sin embargo, en muchas ocasiones tendemos a convertir la retórica en una técnica, conviniendo un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en determinadas situaciones de habla.
La distinción entre lo que se quiere expresar y el modo concreto de expresarlo nos remite a la distinción conceptual entre «hacer» y «obrar», que en nomenclatura aristotélica es la distinción entre poíesis y prâxis. Lo que la retórica nos proporciona son reflexiones y experiencias aprovechables para situaciones concretas, a menudo imprevistas, que se presentan en nuestra vida. Estas reflexiones y estas experiencias son recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o aquello en lo cual se debe pensar para actuar en situaciones futuras.
Prudencia en el uso de la palabra
Para Aristóteles la retórica es phrónesis, prudencia en el uso de la palabra, y no solo téchne, en el sentido de habilidad oratoria. El arte de la retórica reside en la prudencia de utilizar esas técnicas y esos instrumentos para dar expresión a aquello que el orador desea expresar. La retórica que Aristóteles calificó como téchne es algo que hay que utilizar con prudencia para lograr un buen resultado. Ese uso prudencial implica que la propia técnica se va perfeccionando, mediante nuevas intuiciones y nuevos ejemplos. Por ello, en la interpretación de este pasaje aristotélico algunos autores han señalado que lo que Aristóteles describe aquí es más una «heurística» que un «método», pues es la propia situación la que determina lo conveniente.
En el libro VI de la Ética a Nicómaco Aristóteles distingue entre dos formas de saber: la téchne y la phrónesis, las cuales descansan sobre la diferencia entre poíesis y prâxis. A diferencia de la téchne, que una vez aprendida puede olvidarse, la phrónesis, una vez aprendida, no se olvida. La phrónesis aristotélica supone una modificación fundamental de la relación conceptual entre medios y fines, que es la que constituye la diferencia entre el saber moral, que es general, y el saber técnico, que es particular. No se trata de elegir entre una u otra pues la relación entre teoría y práctica es más bien de dependencia mutua.
Capacidad crítica
Para Aristóteles la filosofía práctica ha de comenzar por «las cosas más conocidas para nosotros» (EN I 4, 1095b 3-4), que son las normas de vida en las que el joven debe estar educado para estar capacitado de «oír lo relativo a lo bueno y lo justo y, en general, a las cuestiones políticas» (EN I 4, 1095b 5-6). El método de la filosofía práctica se ejercita a partir del estudio de los éndoxa, los principios más acreditados que existen en una comunidad, examinándolos a la luz de procedimientos dialécticos. Y es la capacidad crítica, que se sirve de los mismos procedimientos que utiliza la física o la filosofía primera, la que permite confrontar las opiniones. En la medida en que el ser humano es un ser razonable, sabe elegir, es capaz de usar de su capacidad crítica (krínein).
La ética es así una cierta disciplina política que requiere su propio discurso y método.
No se ha de buscar el rigor de la misma manera en todos los razonamientos, como tampoco en las tareas manuales. La nobleza y la justicia buscadas por la política parecen existir sólo por convención y no por naturaleza (EN I 3, 1094b 12-16);
Es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada género de conocimientos en la medida que lo permite la naturaleza del asunto» (EN I 3, 1094b 23-25);
Sería tan absurdo que un matemático empleara el razonamiento persuasivo como que un retórico se dedicara a hacer deducciones (EN I 3, 1094b 25–27).
4. Retórica, política y deliberación
Las pruebas de persuasión
Además de esta analogía estructural entre retórica y dialéctica, en el capítulo 2 del libro I de la Retórica, Aristóteles se refiere a la identidad entre retórica y política. En este capítulo divide las pruebas por persuasión en dos grandes categorías: las ajenas al arte, que no son construidas por el orador: testigos, confesiones bajo suplicio, los documentos y otras semejantes, y las propias del arte, que dependen de la habilidad del orador, y que se dividen en tres especies, atendiendo al ethos, al páthos y al lógos.
A partir de la triple clasificación de las pruebas por persuasión propias del arte, las constituidas mediante silogismos, las que ofrecen un conocimiento teórico sobre los caracteres y sobre las pasiones, Aristóteles afirma el paralelismo con la dialéctica, la ética y la política y la retórica, respectivamente.
Las pruebas por persuasión se elaboran sobre materias que no son necesarias y por tanto sobre las que es posible deliberar. La deliberación se convierte en consecuencia en el elemento más característico de la retórica. La dialéctica y la retórica comparten los medios de prueba, pero la retórica se diferencia de la dialéctica por tener como objeto aquello sobre lo que se delibera.
La deliberación
Mientras que la analogía entre dialéctica y retórica podemos considerarla como una «analogía estructural», pues tal como dice Aristóteles, la retórica es como un esqueje de la dialéctica, una parte de la dialéctica y su semejante, sucede que la retórica es también como un esqueje de la política, y que aunque la relación entre política y retórica suponga una identidad parcial de contenido, la retórica «se reviste también con la forma de la política» (Berti, 1994: 142). Esta forma adopta diversas modalidades en las relaciones entre retórica y política y entre dialéctica, sofística y filosofía.
Aristóteles retoma la cuestión de las relaciones entre retórica y dialéctica para establecer la analogía entre los dos tipos fundamentales de argumentación retórica, es decir, el entimema y el ejemplo, y los dos tipos fundamentales de argumentación dialéctica, es decir, el silogismo y la inducción, respectivamente, añadiendo la analogía entre el entimema aparente y el silogismo aparente (Rhet. I 2, 1356a 34-b 27).
A partir de esta analogía concluye que la deliberación es lo propio de la retórica, al tiempo que señala que en el ámbito de «aquellas materias sobre las que deliberamos y para las cuales no disponemos de artes específicas» (Rhet. I 2, 1357a 1-2) radica la especificidad de la retórica. La persuasión versa sobre aquellas cosas que pueden ser de otra manera: «deliberamos sobre lo que parece que puede resolverse de dos modos, ya que nadie da consejos sobre lo que él mismo considera que es imposible que haya sido o vaya a ser o sea de un modo diferente, pues nada cabe hacer en estos casos» (Rhet. I 2, 1358a 5-7).
La política
La política es una ciencia arquitectónica, pero no es una ciencia exacta. El político no puede construir una sociedad regulada por el lógos sino que tal como muestra la analogía de la retórica con la política es el lógos el que constituye la actividad más elevada del hombre, que se ejerce mediante la deliberación. El ámbito de la retórica no es el de los sucesos naturales y necesarios, en los que la persuasión no es necesaria. El lugar específico de la retórica es el ámbito de lo posible, donde la deliberación humana se configura como factor esencial. La retórica deliberativa, que se ocupa de los medios que conducen a la finalidad (Rhet. I 6, 1362a 21), tiene no poca importancia en la gestación de la retórica aristotélica, tal como muestra la parte dedicada al estudio de la deliberación (Rhet. I 4-8).
Confluencia esencial entre dialéctica y retórica
Aristóteles presenta una reconstrucción de la historia de la retórica en el capítulo final de Sobre las refutaciones sofísticas. Se trata de una comparación entre la historia de la retórica y la de la dialéctica. Aristóteles afirma que tradicionalmente la retórica ha sido objeto de varias investigaciones teóricas y que ha tenido un desarrollo propio, mientras que no ha ocurrido lo mismo con la teoría de la dialéctica (SE 34, 183b 26-184a 8). En la primera parte de este texto (183b 31-33), Aristóteles recuerda los nombres de los teóricos de la retórica más antiguos: los precursores, Tisias, Trasímaco, Teodoro y muchos otros. En la segunda parte del texto pasa a hablar de
la educación impartida por los que trabajaban a sueldo en torno a los argumentos erísticos (183b 36-37),
es decir, a los comienzos de la dialéctica, de la cual se dice que era más o menos semejante al estudio de Gorgias. En este punto considera Aristóteles similares las características propias de la enseñanza de Gorgias y la de aquellos profesores que trabajaban a sueldo.
El texto pone de manifiesto la confluencia esencial que se da entre dialéctica y retórica. Aristóteles se atribuye el mérito de haber expuesto en los Tópicos y en Sobre las refutaciones sofísticas su investigación sobre la dialéctica:
Nos habíamos propuesto, pues, encontrar una capacidad de razonar acerca de aquello que se nos planteara entre las cosas que se dan como plausibles; en efecto, esta es la tarea de la dialéctica propiamente tal y de la crítica (SE 34, 183a 37-b 1).
La capacidad de juicio pertenece al oyente
Si la deliberación es lo propio de la retórica, entonces «la retórica tiene por objeto <formar> un juicio» (Rhet. II 1, 1377b 20) y «el uso de los discursos convincentes tiene por objeto formar un juicio» (Rhet. II 18, 1391b 7). La capacidad de juicio pertenece a quien escucha. Esta competencia le viene atribuida por una exigencia de orden interno. Si, respecto de los tres componentes de los que consta el discurso, el destinatario, identificado con el oyente, constituye el fin, la instancia por medio de la cual el discurso se refiere al oyente es el juicio. Escribe Aristóteles:
Tres son en número las especies de la retórica, dado que otras tantas son las clases de oyentes de discursos que existen. Porque el discurso consta de tres componentes: el que habla, aquello de lo que habla y aquel a quien habla; pero el fin se refiere a este último, quiero decir, al oyente. Ahora bien, el oyente es, por fuerza, o un espectador o uno que juzga; y, en este último caso, o uno que juzga sobre cosas pasadas o sobre cosas futuras (Rhet. I 3, 1358a 36–b 4).
La krísis o facultad de juzgar
En esta facultad de juzgar, denominada krísis, se pone siempre en juego el discernimiento, la deliberación. La krísis supone una elección, una decisión. Esto implica un proceso de búsqueda, de discernimiento, que caracteriza el modo de actuar del phronimós. Es por ello que la retórica se refiere también a la ética y a la política de un modo no menos fundamental al que la une a la dialéctica,
de manera que acontece a la retórica ser como un esqueje de la dialéctica y de aquel saber práctico sobre los caracteres al que es justo denominar política. Por esta razón, la retórica se reviste también con la forma de la política y <lo mismo sucede con> los que sobre ella debaten en parte por falta de educación, en parte por jactancia, en parte, en fin, por otros motivos humanos; pero es, sin duda, una parte de la dialéctica y su semejante, como hemos dicho al principio, puesto que ni una ni otra constituyen ciencias acerca de cómo es algo determinado, sino simples facultades de proporcionar razones (Rhet. I 2, 1356a 25-33).
5. Conclusión
La relación antistrófica entre retórica y dialéctica
La relación antistrófica entre retórica y dialéctica la expone Aristóteles analógicamente al considerar las nociones centrales del método retórico y sus relaciones recíprocas con las nociones centrales del método presentado en los Tópicos. El objeto sobre el que se constituye la argumentación retórica no es la persuasión sino el discernimiento sobre lo que puede persuadir. Una delimitación tal del objeto de la retórica pone de manifiesto que la retórica se refiere constitutivamente a la dialéctica. La dialéctica se encuentra ya siempre implicada en la argumentación retórica, pues proporciona el juicio que posibilita el discernimiento. La dialéctica y la retórica se refieren constitutivamente al discernimiento de lo verosímil.
Como afirma Sócrates en el Filebo:
ahora no luchamos precisamente por esto, por la victoria, para que lo que yo sostengo sea lo que gane, o lo que tú, sino que ambos, aliados, debemos luchar por lo que es más verdadero (Phil. 14b 5-7).
Así, el fin de la krísis no es decidir cuál de las dos opiniones sea más verdadera, sino el discernimiento, en el espacio del lógos, de lo que por sí mismo es más verdadero. Esto determina el fin que Aristóteles adscribe a la dialéctica y que la distingue de la erística y de la sofística «por el tipo de vida elegido» (Metaph. IV 3, 1004b 24-25). Lo propio del dialéctico es desarrollar los argumentos desde los dos lados del problema sin tomar parte por ninguno de ellos:
De las otras artes, en efecto, ninguna obtiene conclusiones sobre contrarios por medio de silogismos, sino que solo hacen esto la dialéctica y la retórica (Rhet. I 1, 1355a 33-35).
La retórica como ciencia del obrar humano
Para que puedan pensarse la dialéctica y la retórica es necesario un saber del límite, que requiere del discernimiento, auténtico fin de ambas disciplinas:
Por lo tanto, los <lugares comunes> no harán a nadie especialista en ningún género, puesto que no versan sobre ninguna materia determinada. Pero por lo que se refiere a las <conclusiones propias>, cuanto mejor escoja uno los enunciados, tanto más estará construyendo, sin advertirlo, una ciencia distinta de la dialéctica y de la retórica; y si, en efecto, vuelve casualmente a sus principios, no tendrá ya dialéctica ni retórica, sino la ciencia de que ha tomado esos principios (Rhet. I 2, 1358a 21-26).
Es el conocimiento de los principios el que instituye este saber del límite. El espacio delineado por este saber del límite es la referencia constitutiva de la dialéctica, el horizonte de formación de nuestro juicio, que se realiza ya siempre mediante el discernimiento. Resulta por tanto de gran utilidad pensar la dialéctica a partir de su relación antistrófica con la retórica, o lo que es lo mismo, pensar la teoría en su relación constitutiva con la praxis. El objeto de la retórica es el obrar humano. La teoría aristotélica de la retórica combina una teoría de la argumentación y una teoría de la expresión, aplicada al comprender los mecanismos de la persuasión mediante la razón y el afecto. Todo esto nos obliga a pensar la acción humana desde una perspectiva integral.
Ataque a la retórica en la modernidad
Los desarrollos modernos de la retórica no han sido del todo satisfactorios. El desarrollo del positivismo y del historicismo, con su pretensión de instalarse entre las ciencias, se ha preocupado de purgar las metodologías de todo vestigio retórico. La didáctica moderna ha desarrollado acciones encaminadas a considerar lo retórico como un resto inmundo de confusión, deshonestidad e ineficacia para la búsqueda de las verdades objetivas, y así los pensadores retóricos quedaron desprestigiados hasta su práctica anulación. El ataque ha sido tan concienzudo que incluso en el habla cotidiana la retórica ha quedado asimilada a algo grotesco, deforme, fuera de la realidad de nuestro tiempo.
Sólo una paideía retórica, interesada por cultivar las virtudes cívicas, podrá dar respuesta a los riesgos pavorosos de una razón tecnológica secuestrada por la lógica de la fuerza y la barbarie, proponer el entendimiento de la ciudad de una manera más completa, sin prohibiciones violentas ni segregación de los individuos, y contribuir así a la educación del hombre.
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REPOSITORIO DE IMÁGENES DE RETÓRICA, DIALÉCTICA Y CRISIS EN PERSPECTIVA ARISTOTÉLICA
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About the author
Francisco Arenas Dolz
Francisco Arenas-Dolz es Profesor Titular de Ética y Filosofía Política en la Universitat de València. Es profesor en el máster y doctorado interuniversitarios en Ética y Democracia y miembro del Grupo de Investigación Éticas Aplicadas y Democracia. Ha centrado su investigación y docencia en el ámbito de la teoría de la comunicación, la retórica y la hermenéutica.