1.- El espíritu y los espíritus en el mundo antiguo
§32.1.- Almas, fantasmas y dáimones en los relatos. Plutarco y Tertuliano
Los espíritus de los difuntos con los que tratan los vivos en las fiestas de los antepasados, son, en primer lugar, espíritus de seres humanos iguales a los vivientes que celebran. Pero no son seres humanos completos como lo son los celebrantes, sino precisamente “espíritus”.
Son seres humanos sin cuerpo, a los que se denominan unas veces de una manera y otras de otra, y esa nomenclatura es importante para analizar la congruencia entre lo que la razón práctica conoce y designa en la vida diaria, y lo que la razón teórica de los filósofos y teólogos de la época define y describe como elementos y estructura de la subjetividad humana.
En primer lugar, la vida cotidiana se expresa en el arte, en las historias y crónicas, en las causas judiciales y en el teatro y la novela. Y los elementos descritos en esos fenómenos y episodios, se recogen en la reflexión teórica para elaborar doctrinas científicas y ortodoxias religiosas sobre lo humano y lo divino.
En las sociedades urbanas del siglo XXI tiene vigencia general un sentido común expresado en el lenguaje ordinario, que corresponde a una interpretación pública de la realidad metafísico-empirista, inspirada en la ciencia, y en el que no hay espíritus. A la vez, hay un sentido común, expresado también en el lenguaje ordinario, que corresponde a otra interpretación pública de la realidad metafísico-espiritualista, inspirada en el arte y en la experiencia común de la vida, en la que sí hay espíritus, y que queda desplazada al margen de la otra.
La primera es la interpretación pública de la realidad con mayor vigencia, y la segunda, aunque puede ser muy general, es más bien privada. La reflexión de la razón teórica, filosófica y teológica, y la construcción de la ortodoxia, es un tercer mundo-lenguaje, que intenta dar cuenta de los dos mundo-lenguajes anteriores.
La incompatibilidad entre estos tres mundo-lenguajes que se dan en las sociedades urbanas del siglo XXI, se intenta salvar apelando, desde un punto de vista político, al respeto a las minorías y a las otras culturas, desde un punto de vista cultural común, apelando al respeto al otro, a la persona y a las culturas, y desde el punto de vista culto-académico, apelando al punto de vista del nativo, al conocimiento local, o a la hermenéutica y la comprensión como forma máxima del saber.
Estas disonancias ontológicas entre los tres mundo-lenguajes, y sus intentos de solución, no afectan al léxico antropológico, sino solo y justamente a la ontología de sus significados y referentes. El léxico mantiene su continuidad desde la prehistoria hasta el final de la época histórica, y es una buena guía para salvar las incompatibilidades entre los tres mundo-lenguajes en los que viven las sociedades urbanas del siglo XXI.
Para advertir esa continuidad del léxico antropológico, se va revisar muy someramente, en primer lugar, el de los relatos, y después el de la elaboración de la antropología filosófica y teológica de la época histórica.
Los maestros del platonismo medio, especialmente Numenio de Apamea, por una parte, y Plutarco y Apuleyo, por otra, son los autores clásicos que más se ocupan de las almas de los difuntos, o “fantasmas”, y, en cierto modo, los iniciadores de lo que más adelante será la angelología, la teología de los espíritus o de los “dáimones”, como se les denomina en los medios culturales socráticos.
En la vida cotidiana las almas de los muertos mantienen un diálogo con los vivos más o menos asiduo. Este diálogo tiene periódicamente cada año un momento de culminación en el día de los difuntos en las diferentes culturas, como se ha señalado.
Las almas de los difuntos, los fantasmas o almas en pena, de los que escriben Plutarco y Tertuliano, no son seres inexistentes. Son reales, pero no vivientes orgánicos. Y no son vivientes orgánicos porque, aun siendo el alma un principio vital, no está unida a un cuerpo, y no generan e infunden en el cuerpo el fluido vital, la sangre.
Cuando Ulises, Eneas y otros héroes viajan al Hades y se encuentran con las almas de los difuntos, pueden hablar con ellos si vuelven momentáneamente a una cierta vida mediante la ingestión de sangre. Tiresias y la madre de Ulises pueden hablar porque beben sangre.
La experiencia de la muerte es la experiencia paleolítica más intensa del alma. El chamán tiene entre sus funciones la de psicopompo, y tiene que conducir a las almas en pena a su lugar de descanso, como se hace en el neolítico y calcolítico en las fiestas de difuntos. Esas almas en pena son el lewa mapuche, el ka egipcio o la psique griega, pero en ningún caso el pellu mapuche, el akh o el re egipcios, ni el nous o el pneuma griegos (§ 30). Las almas en pena (psique) lo son porque quedan heridas e incompletas, y tienen por eso un tipo de padecimiento que no pueden tener el intelecto (nous) o el espíritu (pneuma).
Cuando describen las fiestas de la antesteria, Plutarco y Tertuliano llaman almas en pena y fantasmas, al alma (psique) del difunto a la que quizá se mantiene unido el espíritu (pneuma y nous), sin su cuerpo (soma o sarx). Estas almas se relacionan con los vivos según protocolos bien establecidos, pero también con toda naturalidad y libertad.
El alma en pena es designada por Plutarco, unas veces con el término psique, sin más, otras veces con el término eidolón, que se traduce por “fantasma”, y otras veces con el término phásmati que se traduce por “espectro”[1]. Junto al “alma” aparece con frecuencia el “daimon” (en el mundo romano, genius), que es siempre un doble espiritual del difunto, diferente pero asociado a él, a su personalidad y a su destino.
El daimon de Plutarco es el daimon que parece en los diálogos socráticos. Corresponde a la divinidad personal asociada indisolublemente a cada ser humano, a cada ser viviente o a cada entidad real, en la religión sumeria y la babilonia, pero también en el hinduismo y el shinto japonés, e incluso entre los mapuches, y que tiene su equivalencia en el ángel de la guarda del judaísmo, del cristianismo y del islam.
En la obra de Plutarco Cimón, el protagonista Pausanias, mata por error a una doncella bizantina de nombre Cleonice, y buena parte del drama consiste en las relaciones entre Pausanias y el alma de Cleonice, a la que se designa con los términos anteriormente indicados: psique, eidolon, y phásmati. En el caso de Cimón, estos tres términos siempre son sinónimos y siempre designan el alma de Cleonice.
En otras obras de Plutarco, y de Tertuliano, esos tres términos no son sinónimos. A veces los fantasmas o los espectros no son almas de personas muertas, sino que son seres satánicos o completamente ficticios.
Las almas de los difuntos que están en pena, y que vuelven una y otra vez al diálogo con los vivos, son almas incompletas porque sus vidas acabaron abruptamente. No son en ningún caso espíritus, aunque vayan acompañadas de ellos, no son nous ni son pneuma, que siempre son entidades completas y están “separadas”, según la escuela aristotélica, desde Aristóteles hasta Avicena, Tomás de Aquino, Brentano y Edith Stein, y según las escuelas neoplatónicas.
En el capítulo LVI del De Anima, Tertuliano agrupa los diversos tipos de almas en pena, que se encuentran frecuentemente en las fiestas de difunto griegas y romanas, en cuatro grandes categorías: en primer lugar, las de las personas, más frecuentemente mujeres, que han muerto solteras. En segundo lugar, las de las que mueren en la infancia, las de los niños, a los que a veces se asimilan algunos soldados. En tercer lugar, las de las personas que mueren de muerte violenta, entre las que se cuentan los militares, soldados, combatientes, malhechores, etc. Y en cuarto lugar, las de las personas que mueren sin sepultura y quedan desasistidas de los suyos[2].
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NOTAS
[1] Plutarco, Cimón, 6. 4-6, en Vidas paralelas, Vol. IV, Madrid: Gredos, 2009. Sigo la traducción de Dámaris Romero González, Seminario en la Facultad de Filosofía de Sevilla, el jueves 7 de mayo de 2017. Agradezco a Dámaris sus aclaraciones sobre la terminología de Plutarco y sobre su presencia en la obra de Tertuliano y en la de Carl Gustav Jung. Sobre la presencia de éstos y otros autores en la obra de Jung, cfr., Del Moral, Maite, La luz de la oscuridad, Madrid: Plaza y Valdés, 2017.
[2] Tertuliano, Sobre el Alma, Madrid: Ciudad Nueva, 2014.
About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).