4.- Diferenciación de las esferas pública y privada de la vida
§ 13.- Gestión estatal de la vida cotidiana. Orden público y buenas costumbres.
El estado democrático que se genera en la Antigüedad y se despliega durante toda la época histórica, prefigura y desarrolla una libertad, un orden civil de la libertad, que tarda casi veinticinco siglos en realizarse de un modo planetario. El estado de derecho y de libertades, en su proyecto de realización plena de lo humano, tiende a abarcarlo todo y regularlo todo, y a no dejar nada fuera de sí, a abolir incluso cualquier forma de exterioridad[1].
En ese proceso se pone de manifiesto más claramente la naturaleza de lo humano social y de lo humano personal, la esencia social y personal del hombre, física, psíquica y espiritual.
La ortodoxia es la regulación de la vida personal desde el estado y desde la conciencia pública en lo que se refiere al pensamiento, a lo que se piensa y se dice, al logos, pero la regulación estatal abarca más aspectos. Se refiere también a lo que se hace. A lo que se quiere y se decide, al orden del ethos. Hay también una orto-praxis que vela por las acciones y en general las costumbres.
Solamente si el estado vela por la ortodoxia y las acciones y costumbres hay realmente una sociedad que se controla a sí misma, un tránsito del estado de naturaleza al estado de civilización, y solamente hay autocontrol si hay orden, orden público.
El estado democrático genera y establece un orden, el orden establecido, que asume el sistema social paleolítico, en el que cada individuo de la tribu tiene establecida su identidad para las diferentes etapas de la existencia (CORP § 22). El conocimiento y la aprobación de ese orden objetivo configura subjetivamente las mentes de los miembros de la comunidad, sean ciudadanos o esclavos, y las amplía añadiendo al sentido común de las tribus paleolíticas una dimensión nueva, que es el conjunto de certezas que constituyen las claves de la interpretación pública de la realidad y de la opinión pública.
Este conjunto de certezas añadidas al sentido común primitivo, es el que ejerce lo que la sociología denomina el “control social”, y que tiene un valor regulativo de la conducta y la conciencia moral tan amplio e intenso como puede ser el de la religión y el derecho.
Los acuerdos de la Asamblea y del Consejo sobre las acciones, las costumbres y las ideas de los ciudadanos, tienen una primera incidencia sobre la sociedad que viene dada por las medidas de la administración pública (por las medidas de derecho administrativo), una segunda incidencia que consiste en la formación y evolución de la opinión pública, y una tercera y más remota incidencia, que es la sedimentación y consolidación de las claves para la interpretación pública de la realidad[2].
Estas regiones psicosociológicas de la vida de las comunidades humanas complejas son el territorio en los que se acoge o se rechaza la vida religiosa, y los lugares destinatarios de la vida religiosa institucional y personal. Al mismo tiempo, son el territorio en que se acoge y se rechaza la vida política y los lugares destinatarios de la vida política institucional y personal. Finalmente, y al mismo tiempo también, son el territorio donde muestran y hacen valer la iglesia y el estado su legítima articulación como fundamento de la sociedad humana.
El control social y el mantenimiento del orden establecido, de las buenas costumbres, suelen ser la señal más clara y convincente de que el poder ejercido desde las instituciones es legítimo y aceptado. Correlativamente, la ruptura de las buenas costumbres, o sea, los escándalos, de pensamiento, palabra, obra u omisión, son inmediatamente una contestación o al menos un desafío al poder establecido.
Los hechos antes mencionados de la muerte de Sócrates, de Séneca, de Jesús o de Pablo, las prohibiciones de los cultos dionisiacos y las persecuciones de los cristianos, se producen porque las víctimas significan un desafío, una contestación, o ambas cosas, al orden y al poder establecido, sea del estado griego, del imperio romano o de la autoridad religiosa hebrea.
Estas personas y estos grupos suponen un desafío, no solamente por el contenido de sus propuestas, sino, antes que eso, porque sus actividades se realizan al margen del poder estatal, o lo que es lo mismo, al margen de la autoconciencia de la comunidad, responsable del desarrollo de ella.
La articulación entre la autoconciencia de la comunidad y la autoconciencia de los grupos y de las personas singulares, es la difícil tarea que determina el desarrollo de la religión en la época histórica en occidente, la historia de la cristiandad.
De hecho, y en líneas generales, se puede decir que los concilios ecuménicos de la antigüedad tienen como tarea la definición de la ortodoxia dogmática, y los de la época histórica, desde la caída de Roma en adelante, el ajuste de la orto-praxis política, de la relación entre iglesia y estado, entre instituciones religiosas y sociedad civil.
NOTAS
[1] Esta perspectiva se expone con detenimiento en Choza, J., Historia cultural del humanismo, Sevilla-Madrid: Thémata-Plaza y Valdés, 2009.
[2] Se ha estudiado este tema en Historia cultural del humanismo, cit., en relación con las obras de Mannheim, K., Ideología y utopía: una introducción a la sociología del conocimiento, México: FCE, 1987 y de Habermas, J., Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona: Gustavo Gilí, 1981.
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About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).