[themecolor]5.3. Espíritus sincronizados y autónomos. Ángeles, demonios y robots.[/themecolor]

 

J. Choza, autor de este post

53.1.- Si el círculo estuviera vivo. Leibniz.

Las descripciones del Qi, o la gramática del Qi, y en general de los procesos de formación del término espíritu y de sus significados en las lenguas europeas, suministrados por los filólogos, antropólogos e historiadores de las religiones, ayudan a hacerse una idea de lo que entendían con aquellos términos sus hablantes. En los lenguajes ordinarios de las culturas urbanas del siglo XXI, el término espíritu tiene un significado cuya custodia y validación asumen los humanistas y los científicos, y especialmente la tradición filosófica y teológica. En el lenguaje de esa tradición es donde se genera la ontología, en cuyo medio las nociones del lenguaje ordinario son validadas y dotadas de consistencia. Las categorías lingüísticas del lenguaje natural se validan y obtienen consistencia (al menos programáticamente) en las categorías filosóficas, es decir, en la ontología, según se ha descrito anteriormente (MORN §§ 6 y 38-39).

En la tradición del pensamiento occidental hay una pluralidad de ontologías, de análisis y descripciones de la realidad en general y de los tipos de realidad existentes, y no todas pueden llevar a cabo esa validación. No todas pueden dar cuenta, con sus parámetros lingüísticos y conceptuales, de los fenómenos expresados en la gramática del término “espíritu”. Las ontologías que operan solamente con elementos empíricos, espacio-temporales y mensurables matemáticamente, no tienen esa capacidad, por eso aquí se opera con ontologías que utilizan el orden de las entidades extensas, el de las entidades ideales y el de las entidades no empíricas y no ideales, o sea el de las entidades reales inmateriales y espirituales,  en su mutua relación, y especialmente las ontologías del pensamiento griego clásico, desarrolladas por la tradición occidental, con particular referencia a la de Leibniz.

53.1.1. Leibniz

Leibniz concibe la realidad compuesta por mónadas, unidades psíquicas elementales, que tienen una dimensión empírica y otra no empírica. Recurriendo a una versión particular de esa mónada, reelaborada aquí para dar cuenta de lo espiritual y del espíritu, se va a exponer ahora una concepción del espíritu en clave ontológica que permite integrar los discursos elaborados en clave imaginativa.

Una de las nociones matemáticas más importantes es el punto. Se puede definir como la representación espacial de la negación del espacio. Un punto no tiene extensión. Pero puede pensarse que un punto, dotado de fuerza, empiece a expandirse, que se mueva, que se estire. En ese caso generaría una recta, como piensa Euclides. En esa génesis el tiempo no sería anterior al espacio ni el espacio sería anterior al tiempo, como piensa Einstein.

Puede pensarse que el punto se estira no sólo en una dirección para engendrar una recta, sino en todas las direcciones posibles, y entonces genera una esfera. Puede pensarse que el punto situado en el extremo de cada una de las rectas generadas es contiguo a los demás, pero no tangente, que no los toca, y que la superficie de la esfera está formada por puntos contiguos pero no tangentes.

En ese caso, puede pensarse que la distancia entre un punto de la superficie de la esfera y el centro de ella es una distancia espacial, es espacio, porque un punto genera una recta al moverse y el movimiento y la recta son espaciales. Y puede pensarse que la distancia entre un punto y otro cualquiera de la superficie de la esfera no es espacial, porque el punto tiene extensión cero, y por muchos puntos inextensos que se junten nunca se forma una extensión. La suma de infinitos ceros es cero, como pensaba Leibniz.

La distancia entre los dos puntos extremos de cualquier diámetro de la esfera es espacial y por eso se tardaría tiempo en llegar de uno a otro siguiendo la recta del diámetro, aunque fueran milisegundos, como lo que tardan unos estímulos en pasar de una sinapsis a otra en un cerebro. Pero esa misma distancia recorrida por la superficie externa de la esfera, por una línea de puntos de esa superficie, no tendría que recorrer ninguna extensión porque la suma de puntos inextensos sigue siendo inextensa. Y si no hay extensión no se tarda tiempo en recorrerla, su tiempo sería cero. Si el tiempo es cero, la velocidad del tránsito de un punto a otro sería infinita.

53.1.2. La conexión con los  espíritus

Eso es lo propio de lo inmaterial o espiritual, lo propio de las realidades cuyos elementos o cuyas partes no son extensas ni están distendidas, ni hay velocidades ni tiempos para conectarlas, como piensan de la conexión entre el pensamiento y sus ideas Platón, Aristóteles, Descartes y también Einstein. Como dice Einstein las entidades físicas, empíricas, tienen una extensión finita y una velocidad finita que no pueden superar. El límite de velocidad que no se puede superar es la de la luz. Si una entidad supera esa velocidad se trata de una realidad no extensa, es decir, psíquica o mental, como dicen Aristóteles y Descartes, y así es un sentimiento de calor, de dolor o de pesadez. Una sensación de ese tipo tarda un tiempo en pasar de una sinapsis a otra, pero no tarda tiempo desde que se produce hasta que se conecta con el “espíritu” el viviente que la siente.

Se puede pensar que el punto inicial, el centro de la esfera, es una fuerza, de una naturaleza que no hace falta determinar por el momento, y tampoco hace falta pensarla como teniendo que generar necesariamente espacio y tiempo, ni masa. Se puede pensar que el punto que genera la recta, que genera la extensión, estirando el punto primordial desde sí mismo hasta fuera de sí, es una fuerza real inextensa, y que el punto en el que termina la recta cuando ha sido generada, el otro extremo de la recta, es un lugar, extenso, donde se hace presente una fuerza real e inextensa, la misma que hay en el primer punto u otra diferente. Se puede pensar que los vivientes, los seres que sienten están construidos así y que por eso sienten, se puede pensar que sentir es eso, y se puede describir así[1].

Los dos puntos generados al final de dos rectas en direcciones opuestas a partir de un punto primordial formarían una recta que sería el diámetro de la esfera.  El trayecto que esos dos puntos seguirían, persiguiéndose uno al otro para encontrarse por la superficie de la esfera, formarían un círculo o una órbita.

53.1.3. Familiaridad con las órbitas espaciales

La mayoría de las culturas están muy familiarizadas con las órbitas espaciales de entidades extensas con masa, como la tierra o el sol, aunque no en todas ellas el sol se ha considerado extenso y con masa. Las culturas neolíticas, calcolíticas y antiguas están familiarizadas con órbitas espaciales, a las que llaman poderes sagrados, espíritus e inteligencias separadas respectivamente. Los espíritus en la antigüedad son considerados entidades inextensas y sin masa. La cultura de la ciencia moderna está familiarizada con órbitas espaciales, dependientes de una pluralidad de centros de fuerza, a las que llama campos de fuerza, y que considera extensos y mensurables matemáticamente.

En la ontología proveniente de la antigüedad griega, de la tradición latina medieval y de la tradición islámica, se considera que los cuerpos celestes pueden tener dimensiones extensas y también inextensas, como los animales y el hombre mismo, como los entes matemáticos para algunos matemáticos antiguos, o como todos los entes reales en la ontología de Leibniz.

[1]He dedicado a explicar la inmaterialidad del conocimiento y de la psique los capítulos III y V de mi Manual de Antropología filosófica, Sevilla: Thémata, 2ª ed. 2016.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir".
Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990), "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013), Bancarrota moral (Sello, 2015) y "Técnica y Ser humano" (Centro Lombardo, México, 2017).

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