1.3 Emergencia del individuo y primera desconfesionalización del Estado

§ 8. La primera desconfesionalización del Estado. Felipe IV y Bonifacio VIII

Con Felipe IV de Francia se produjo la primera desconfesionalización del Estado
Felipe IV de Francia

La cuarta etapa del desarrollo de la Cristiandad, durante el siglo XIV, registra la primera desconfesionalización del Estado, como expresión de la superación de la sociedad feudal de tiempos anteriores y como consolidación de la sociedad urbana, burguesa, que se mantiene como rasgo de la cristiandad, de la cultura occidental.

La sociedad burguesa y el Estado burocrático refuerzan la autonomía de un sujeto individual que se sabe cada vez más socio- céntrico, más cultural y más “artificial”, y que es cada vez menos rural, menos natural, menos neolítico y menos “eclesiástico”. Una sociedad de individuos así, cada vez acepta menos una confesionalidad del Estado que significa dependencia de una Iglesia fiscalizadora. Esa sociedad es la que propicia una desconfesionalización del Estado como la que se produce en el conflicto entre Felipe IV de Francia y Bonifacio VIII.

Esta desconfesionalización del Estado no significa debilitamiento de los principios y creencias religiosos en la sociedad ci- vil, porque la urbanización no significa mengua de ellos, sino su proclamación y tutela por parte de unos ciudadanos sin específicas vinculaciones profesionales a la Iglesia, y no por autoridades eclesiásticas. Significa algo así como el primer movimiento generalizado de “protagonismo de los laicos”[20].

La cristiandad es confesional desde sus inicios, tanto en la formación de los reinos como en la formación de las iglesias nacionales, y a lo largo de su historia. Lo que sucede es que, tanto el Estado como la Iglesia, se van haciendo más complejos y artificiosos, y la representación de los valores religiosos que ambas instituciones generan, también.

Como se viene mostrando en esta filosofía de la religión, las instituciones y formas de vida de la sociedad civil, generadas por individuos singulares, son generadas a partir de valores religiosos. En el caso de la Cristiandad es así, no sólo porque el modelo del hombre moderno es el fraile mendicante, que desarrolla actividades de predicación religiosa, vive de ellas y actúa motivado por valores religiosos. Sino porque también actúan con esa misma motivación los fundadores y miembros de órdenes de caballería, los fundadores de gremios, de escuelas artesanales, de universidades, de rutas comerciales, etc.

Los artesanos y artistas, de Dante a Leonardo, se consideran imitadores de Dios creador, y esa es también la actitud de los académicos y científicos. Galileo está descubriendo el lenguaje que ha usado el creador para la construcción del universo. Descartes considera una revelación divina y agradece a la divinidad el principio “pienso luego existo”, y toma la idea de Dios como la más evidente de todas las ideas. Y lo mismo ocurre con los artesanos, militares, marinos, banqueros no judíos, etc.

Bonifacio VIII

Es más, el planteamiento cartesiano de tomar la idea de Dios como la más evidente de todas, y tomar la evidencia como criterio supremo de verdad, es la vía ya abierta desde la reforma, que per- mite prescindir de la institución eclesiástica, su autoridad y sus normas, como mediación para la relación personal con Dios.

Esa es, en cierto modo, la actitud de Felipe IV de Francia y III de Navarra, en sus conflictos con el papa Bonifacio VIII, y esa es también la actitud de los súbditos del monarca. Cuando en 1302 publica la bula Unam Sanctam proclamando la supremacía del poder de la Iglesia, Bonifacio VIII excomulga al rey francés y releva a sus súbditos de su deber de obediencia y sujeción al poder civil, o lo que es lo mismo, cuando promulga el decreto de la disolución del reino, los súbditos hacen caso omiso del documento pontificio y permanecen leales a la corona.

Esa afirmación de la autonomía de la conciencia individual, con o sin conocimiento de la proclamación de esa primacía por parte del papa Urbano II y los académicos de la época, y sin apelación a ella, puede considerarse cono la primera desconfesionalización del Estado en la historia de la Cristiandad, y como la pri- mera etapa de la secularización de esa misma historia.

Es preciso advertir que este proceso histórico que da lugar al incremento de las libertades individuales, no es una intención consciente por parte de nadie. No es una meta que alguien busque.

En primer lugar, no lo es en el ámbito del derecho, que es donde se producen transformaciones mayores relacionadas precisamente con esa autonomía. La urbanización produce un cambio del derecho personal, que es el de las relaciones feudales, al derecho territorial, un cambio del predominio del ius sanguinis, el derecho de la sangre, todavía vigente en diversos aspectos en los pueblos germánicos, al predominio del ius soli, el derecho del suelo, que es el más común en los países europeos en el siglo XX en relación con la adquisición de la nacionalidad.

El derecho del suelo tiene más en cuenta el presente que el pasado, tiene más en cuenta al individuo en su momento actual que en su pasado, y por eso le otorga más autonomía. Pero el cambio del derecho personal al territorial no busca un progreso histórico en ningún momento para la libertad individual, sino una comodidad y un poder mayores para las ciudades y para los reinos[21].

El cambio de la dependencia del individuo respecto del señor feudal a la dependencia del fuero ciudadano y del rey, significa aumento de poder para el individuo, y además para la ciudad y para el rey, que no gobierna sobre los feudos pero sí recauda de las ciudades y gobierna cada vez más sobre ellas.

Lo mismo puede decirse de la Iglesia o de la banca. La iglesia, cuando promueve las órdenes mendicantes, no tiene intención de promover el modelo del “hombre moderno”. Persiguen los mejores procedimientos para el desarrollo de sus actividades institucionales, que no tienen un objetivo histórico[22].

Lo mismo ocurre con la banca. Cuando concede créditos, no tiene la intención de contribuir al progreso histórico de las libertades individuales, ni la intención de promover un orden social en el cual la legitimidad se encuentre en el futuro, sino la intención de consolidarse institucionalmente y la de obtener beneficios.

A finales del siglo XVIII Adam Smith sí puede percibir y describir esa proyección histórica de la banca, en el silgo XIX He- gel puede hablar de la finalidad de los procesos históricos y describirla como una cierta “astucia de la razón”, y en el siglo XX Luhmann puede hablar de la finalidad y la racionalidad de los sistemas. Pero ese tampoco la perspectiva de los juristas, de los banqueros y ni siquiera el de los políticos de esos siglos.

El progreso histórico en lo que concierne a la realización plena de la esencia humana, no parece ser, en ningún caso, el punto de vista de ninguna institución civil ni eclesiástica.

 

Para ver la entrada anterior.

 

NOTAS

[20] Se entiende aquí “protagonismos de los laicos” en el sentido en que lo describe el Concilio Vaticano II, no en el sentido que tienen “los laicos (legos)”, en los siglos XII y Cfr. Sánchez Herrero, José, Historia de la Iglesia. II, Edad Media, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005.

[21] Como señala Luhmann, “Sobre la base del primado de su función, los sistemas funcionales alcanzan una clausura operativa y forman así sistemas autopoiéticos al interior del sistema autopoiético de la sociedad”, La sociedad de la sociedad, 4, VII, Barcelona-México: Herder-Universidad Iberoamericana, 2006, p. 592.

[22] Estas observaciones resultan de conversaciones con los profesores Ignacio Aymerich, de la Facultad de Derecho de la Universidad Jaume I de Castellón, y Javier Barnés, de la Universidad de Huelva.

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran, entre otras: Filosofía de la basura: la responsabilidad global, tecnológica y jurídica (2020), y Secularización (2022).

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