2.- Temas de la experiencia mística y técnicas de meditación
§ 78.- Purificación y experiencia mística. Las escuelas platónicas
La unión del orante con la divinidad es la versión espiritual del sacrificio, es la donación y recepción mutua sin símbolos ni elementos materiales, y para eso el espíritu tiene que ser tan firme como el árbol, tan alto como el monte, tan abierto como la noche, tan atento como el silencio, y tan expectante y paciente como la vela encendida, que se mantiene despierta en su vigilia.
En cierto modo es como si el orante adoptara él mismo el papel del ara y el cuchillo del sacrificio paleolítico, la función de los candeleros y del cáliz de las libaciones neolíticas, el de templo, de candelabro encendido. Como si internalizara el instrumental litúrgico creado en las etapas anteriores para propiciar el encuentro con la divinidad. Como si se mimetizara en todos esos lugares, instrumentos y actitudes, de manera que la propia alma es el ara, el cáliz, el sagrario, el libro y la ofrenda, el lugar donde se produce la unión de Dios y el hombre.
Esa es la enseñanza de los primeros maestros griegos, Pitágoras, Orfeo, algunos socráticos y, sobre todo, la de Platón, como la recogen posteriormente Orígenes y Jámblico. La contemplación y la experiencia mística se alcanza ejercitando la existencia como una preparación para otro tipo de existencia, para la muerte, como dice Platón, para pasar de este mundo y esta vida de la dispersión espacial y temporal, a la unidad íntima con el Uno.
El que se ha retirado de la actuación en los escenarios mundanos, entra en su interioridad, cierra el acceso a ella a todo lo exterior, y se recoge ahí con sus tesoros de sabiduría y conocimiento, alcanza la unión con la divinidad.
El que nunca vuelve su mirada a las cosas exteriores, y no puede ser arrastrado afuera por la presencia de lo sensible, ora al Padre, que no abandona un lugar tan secreto, sino que siempre habita en él, y con el Padre está siempre presente su Unigénito[1].
La purificación no es solamente un ejercicio ascético, un esfuerzo voluntario para volver el yo hacia la sustancialidad del sí mismo, para cancelar los actos segundos cognoscitivos y volitivos y hacer reposar el yo y la libertad en el acto primero. Ese giro catártico, lo gestiona más la divinidad mediante sus símbolos que el orante mediante sus fuerzas. Esa es la experiencia de Platón y de Orígenes, y, especialmente, la experiencia de Jámblico.
Hay una íntima implicación entre símbolo y catarsis. El símbolo opera la purificación en el alma en sus diferentes niveles. Toma a cada potencia anímica, actúa en ella, la transforma y la integra, la unifica y la prepara para una vida más alta, para una percepción más clara. El nivel de la sensibilidad, el del deseo y la voluntad, el nivel del ánimo y el lógico-representativo, todos ellos son objeto de la catarsis y devueltos a su origen primero, a su latir más hondo.
El símbolo guarda una profunda relación con la otra vida. Los niveles de la catarsis conducen al otro lado de la muerte, según la enseñanza de la sabiduría platónica. Esta vida intemporal se muestra como recuerdo actual, presente, de la plenitud inaugural del alma, de su potencia más alta de contemplación, de la belleza inmensa de su naturaleza originaria. El símbolo desencadena la reminiscencia al máximo nivel[2].
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NOTAS
[1] Orígenes, On prayer, cit., XII.
[2] Hermoso Félix, María Jesús, Jámblico . cit., pag. 21
About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).