2.- Temas de la experiencia mística y técnicas de meditación
§77.- Unión mística con el mundo, el hombre y Dios
El momento de la madurez y la emergencia del nous, y por tanto de la subjetividad humana, del espíritu libre dotado de inteligencia y voluntad, es también un momento de reflexión. El espíritu no puede no ser reflexivo. Ni el intelecto, ni la voluntad pueden dejar de volverse a su principio en sentido cronológico, ni a su principio en sentido ontológico.
Cuando el espíritu apunta su emergencia en el neolítico y emerge del todo en el calcolítico, se vuelve a su pasado histórico contenido en los ritos y cantos, y lo reelabora en mitos primero y en relatos históricos después.
Por otra parte, y a la vez, se vuelve a su principio ontológico, señalado gestualmente en los ritos, y los elabora imaginativamente primero y conceptualmente después. Y entonces, no puede dejar de diferenciar y enlazar el comienzo cronológico y el principio ontológico, para reconocerse a sí mismo como el punto central de la manifestación de ese principio.
En las épocas anteriores la sangre, el semen y la palabra han sido símbolos del principio como poder. El árbol, el monte y el templo han sido símbolos del principio como lugares. El amanecer, el solsticio de invierno y la primavera han sido símbolos del principio como momentos.
En el culto interior, no hay símbolo espacial, ni temporal, ni sustancial, al que advenga el principio ontológico. El principio ontológico adviene directamente al espíritu mismo, y se une ahí a él. Pero para eso el espíritu tiene que haber llegado a sí mismo de un modo suficiente. El yo tiene que haberse puesto o tiene que ponerse en el sí mismo espiritual del orante. Ese proceso por el cual el espíritu llega a sí mismo de un modo suficiente, y queda abierto al principio ontológico, se realiza mediante un conjunto de actividades muy variadas que se llaman técnicas de meditación.
Una vez que el espíritu ha llegado a sí mismo de un modo suficiente, y el yo se ha puesto en ese sí mismo, puede encontrarse con su fundamento, y vivir los cinco momentos de la experiencia mística indicados anteriormente (OORA § 34.2).
Una vez que el yo vuelto hacia el sí mismo y puesto en él, se encuentra con su principio ontológico, “primogénito de toda criatura”, el “primogénito de toda criatura” puede ser designado y se puede designar a sí mismo de muchas maneras, por ejemplo, diciendo que es verdadera comida, que es verdadera bebida, que da la vida al mundo, diciendo “yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Juan 15:5), de las diversas maneras en que lo dice el Tao Te King o el Bhagavad Gita, y de otras muchas.
Después de ese encuentro con su fundamento, después de situarse en el principio de todo lo que ha sido, es y será, el espíritu puede unirse a ese Logos, primogénito de toda criatura, y acompañarlo, por una parte, en dirección al principio de lo creado, bien al principio del universo y de sus regiones, o bien en dirección al hombre, al principio de cada hombre, de cada comunidad y de cada una de las historias humanas. Y puede seguir por otra parte, en dirección a Dios, directamente a la unión amorosa con la divinidad, hasta el principio de sí mismo en ella, dejando aparte el mundo y el hombre, todo lo creado.
La mística de unión con el cosmos es propia del paleolítico y el neolítico, como se ha dicho, pero adquiere su plenitud con la emergencia y la madurez del nous en el calcolítico y en la época histórica, especialmente en la cultura hindú. En las tradiciones de los Veda, en la predicación de Buda y en los escritos budistas, es donde se encuentra quizá la articulación más completa entre el macrocosmos y el microcosmos.
Las técnicas de meditación hindúes son también técnicas de armonización del hombre y el universo, mediante la armonización y canalización de las fuerzas vitales (prana o vayu) a través de las chakras, o nódulos emisores y receptores de energía, localizados en distintos puntos del cuerpo humano[1].
La mística hindú, a través de los puntos de fuerza del cuerpo humano, puede vivenciar la unidad vital de las fuerzas de las distintas regiones del universo, con las del planeta tierra y con las del cuerpo humano. El alma humana se puede sintonizar entonces con el alma del mundo en las diversas formas de la mística cósmica.
Este tipo de armonía se conoce y se practica también en otras tradiciones, como la medicina china, la cábala judía y el sufismo islámico, donde los centros de energía cósmica y los puntos de energía se conocen con otros nombres.
La mística de unión con el hombre, es propia de las formas proféticas de religión que aparecen en el calcolítico, y se desarrollan a lo largo de la época histórica. Especialmente en las culturas judía, cristiana e islámica. Hay formas místicas del sionismo y versiones análogas en el cristianismo y en el islam.
De la misma manera que la mítica hindú puede vivenciar la unidad de las regiones del universo con las partes del cuerpo, y la del alma del mundo con el alma del sujeto singular, la mística cristiana, puede vivenciar la unidad de las jerarquías celestiales, de los coros angélicos, con las jerarquías de la comunidad eclesial, y así lo hace el Pseudo Dionisio[2]. También puede vivenciar la unidad de la sociedad humana, de la ciudad terrenal y la historia humana, con La ciudad de Dios, y así lo hacen Alejandro, Agustín[3], Proclo, Calomagno, Marx y algunos otros. La mística entonces tiene como contenido la forma profética de religión y la realización de la redención.
Una expresión de este tipo de éxtasis profético, típico del judaísmo, de la cristiandad y del islam, puede encontrarse en el salmo 2, del que se dice que era cantado por los caballeros templarios antes de entrar en combate.
¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos hacen vanos proyectos?
Los reyes de la tierra se sublevan,
y los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Ungido:
«Rompamos sus ataduras,
librémonos de su yugo».
El que reina en el cielo se sonríe;
el Señor se burla de ellos.
Luego los increpa airadamente
y los aterra con su furor:
«Yo mismo establecí a mi Rey
en Sión, mi santa Montaña».
Voy a proclamar el decreto del Señor:
El me ha dicho: «Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré las naciones como herencia,
y como propiedad, los confines de la tierra.
Los quebrarás con un cetro de hierro,
los destrozarás como a un vaso de arcilla»
Por eso, reyes, sean prudentes;
aprendan, gobernantes de la tierra.
Sirvan al Señor con temor;
temblando, ríndanle homenaje,
no sea que se irrite y vayan a la ruina,
porque su enojo se enciende en un instante.
¡Felices los que se refugian en él!
La mística de unión con Dios es la que comienza con la era axial y, se da en extremo oriente, en Oriente Medio y en occidente, es decir, en las religiones asiáticas, en el judaísmo, el cristianismo y el islam, y se han puesto ejemplos de ella.
Es muy típica del cristianismo oriental, y también se encuentra en la cristiandad a lo largo de la época histórica. Es la unión mística del orante con la divinidad. De entre sus exponentes, se puede tomar como referencia la poesía de San Simeón el Nuevo Teólogo (949–1022)[4]
¿Cómo Dios está fuera del universo
por esencia y por naturaleza,
por poder y por gloria
y cómo habita también en todas partes y en todos,
pero de una manera especial en sus santos?
¿Cómo levanta su tabernáculo en ellos
de manera consciente y substancialmente,
él que está totalmente más allá de la sustancia?
¿Cómo está contenido en sus entrañas,
el que contiene toda la creación?
¿Cómo brilla en su corazón,
este corazón carnal y grueso?
¿Cómo está en el interior de éste,
cómo está fuera de todo,
y él mismo llena todas las cosas?
¿Cómo, día y noche,
brilla sin ser visto?
Dime ¿es que el espíritu del hombre
puede concebir estos misterios
o podrá expresarlos?
¡Ciertamente no! un ángel no podría,
ni un arcángel, explicártelo;
serían incapaces
de exponerte todo ello con palabras.
Es pues sólo el Espíritu de Dios, porque es divino,
quien conoce estos misterios y
sólo él los sabe porque sólo él
comparte la naturaleza, el trono y la eternidad
con el Hijo y el Padre.
Es, pues, a aquellos en quien el Espíritu resplandecerá
y a quienes se unirá liberalmente
que lo enseña todo de manera inexpresable…
Es como un ciego: si ve,
ve inmediatamente la luz
y seguidamente toda la creación
que está en la luz, ¡oh maravilla!
De la misma manera, el que ha sido iluminado
por el divino Espíritu en su alma,
inmediatamente entra en comunión con la luz
y contempla la luz,
la luz de Dios, Dios verdaderamente,
que también se lo enseña todo,
o mejor, lo que Dios decide,
todo lo que decide y lo que quiere.
A los que iluminará con su iluminación
les concede ver lo que está dentro de la luz divina.
Esta comprensión mística de la unidad del mundo, el hombre y Dios, de inspiración neoplatónica, queda recogida y expresada, en el humanismo renacentista, en la máxima: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est. La frase, dedicada a Ignacio de Loyola, se encuentra en un epitafio simbólico incluido en el libro Imago primi sæculi Societatis Iesu, que la Compañía de Jesús edita para celebrar el primer centenario de su fundación en 1640. Puede traducirse así: ‘Cosa divina es desbordar lo más amplio y, sin embargo, estar contenido en lo más pequeño’.
Hölderlin la recoge en el Fragmento Thalía, IV de su novela Hiperión, como se comentó en otro volumen (MORN § 34), y la tiene con frecuencia presente en su concepción filosófica y poética, típicamente romántica, de la unidad del cosmos, del hombre y de lo divino.
Para leer la entrada anterior
NOTAS
[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Chakra
[2] Cfr. Pseudo Dionisio Areopagita, La jerarquía celeste, en Obras completas, Madrid: BAC, 2014; cfr. La jerarquía eclesiástica, ed. cit.
[3] Agustín, San, La ciudad de Dios, en Obras completas, Madrid: BAC, 1974-1979. En relación con la mística que tiene como contenido la historia y la forma profética de la religión, Anselmo de Canterbury dice que hay dos cosas que la voluntad no puede no querer, que son la felicidad y la justicia. La felicidad, pertenece en último término a la eternidad, la justicia en cambio pertenece a la historia y la implica. La historia, desde este punto de vista, en tanto que recapitulación y justicia, pertenece a la mística que tiene como contenido la unidad del tiempo histórico.
[4] San Simeón el Nuevo Teólogo (949–1022), Himnos, nº 29, https://evangeliodeldia.org/SP/gospel/2017-10-12. Es el último de los tres santos de la Iglesia Ortodoxa al que se da el título de teólogo, que por eso recibe el adjetivo de «Nuevo», es el poeta que personifica la tradición mística hesicasta (de los padres de desierto orientales). Los otros dos teólogos son san Juan el Apóstol y san Gregorio Nacianceno. Cfr., San Simeón el Nuevo Teólogo, Plegarias de luz y resurrección, Salamanca: Sígueme, 2004.
About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).