Robert Spaemann,
uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo
R. Spaemann falleció el pasado 10 de diciembre en Stuttgart, a los 91 años de edad. Fue profesor en las Universidades de Stuttgart y Heidelberg, en cuya cátedra sucedió a Gadamer. Ejerció, también, como profesor visitante de Filosofía en las Universidades de Navarra, Río de Janeiro, Salzburgo, La Sorbona, Berlín, Hamburgo, Zurich y Moscú, así como en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Desde 1992, era profesor emérito de la Ludwig Maximilians Universität de Múnich.
Por la extensión y profundidad de su obra, recibió innumerables reconocimientos: Doctor honoris causa por las Universidades de Friburgo (Suiza), Santiago de Chile, Universidad Católica de América y Universidad de Navarra. En 1982, fue condecorado con la Medalla Tomás Moro y en 1987, con la Cruz del Mérito de Alemania. Desde 1988, fue Officier de I’Ordre des Palmes Academiques. También fue miembro fundador de la Academia Europea de las Ciencias y de las Artes; perteneció a la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, así como a la Academia Pontificia Pro Vita, de la que se jubiló a los 80 años de acuerdo con sus estatutos. Pero, quizá, su mayor reconocimiento fue la reconocida amistad y admiración de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Razón y Fe
Crítico frente al pensamiento único, el relativismo y el consecuencialismo, sus detractores le encasillaron, pretendiendo ser despectivos, como «filósofo católico». Encasillamiento poco agudo que Spaemann nunca acepto, advirtiendo que no existe un bien ético «específicamente católico», sino tan sólo «el Bien». Bien al que los cristianos hemos accedido a través de la Revelación, pero que también es accesible desde la racionalidad dialógica.
Por eso, antes que como «filósofo católico», Spaemann prefirió ser conocido como un católico cuya profesión es hacer Filosofía. Reconociendo, eso sí, que la apertura a la verdad no es ajena a la experiencia de quien la busca. Y si en su experiencia ha estado presente, desde su recuerdo más temprano, la alegría de la salvación salmodiada por los monjes benedictinos de la abadía de San José, en el Gerleve wesfeliano: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi; in domum Domini ibimus. ¿Quién puede reprocharle que construyera su discurso desde el presupuesto de la fe? Resulta tramposo exigirle que su filosofía fluyera etsi Deus non Daretur, puesto que a un ateo nunca se le pediría lo contrario.
La racionalidad cordial
Spaemann fue un pasionado por la razón y un firme defensor de la intentio recta ontológica; había heredado de su madre la radical convicción en la existencia de una verdad accesible a la razón y, en consecuencia, la impugnación de la mera apariencia y el convencimiento en la razonabilidad de la fe frente a la imposición del empirismo.
Su inmunidad frente a las ideologías tuvo su origen, quizá, en la experiencia del Tercer Reich durante su infancia y del marxismo durante su juventud. Ambas le permitieron conocer la existencia de dos mundos: uno oficial, en el que no existe libertad de pensamiento; y otro privado –el de su círculo cristiano– al que se adhirió con total convencimiento.
La racionalidad cordial que define su discurso se forjó durante sus años como estudiante en la Universidad de Münster. Allí participó en el Collegium Philosophicum dirigido por Joachim Ritter, donde entabló relación, entre otros, con Hermann Lübbe y Erns Wolfgang Böckenförde. Si la Escuela de Frankfurt tenía un cierto carácter dogmático, el Collegium era más heterogéneo y plural: kantianos, semi-marxistas, tomistas y hegelianos discutían sin pelearse con un talante firme, pero dialogante. Talante firme que le permitió, años después, conservar la capacidad de sostenerle la mirada al espejo renunciando a su codiciada cátedra en Heidelberg por una cuestión de conciencia. Y talante dialogante que le permitió debatir, pacíficamente, con los estudiantes marxistas de München tras las revueltas del 68.
Ética del querer y Antropología del amor
Sería imposible sintetizar aquí su pensamiento. Baste decir que Spaemann cifraba el rasgo que distingue a la persona completa y la culminación de la vida propiamente humana, en el amor benevolente; en la disposición a vaciarnos de nosotros mismos para ocupar un segundo plano en relación con los demás. Su filosofía moral canceló el vínculo kantiano entre la razón práctica y la Metafísica formal; y mostró que los imperativos categóricos tienen que ver más con el «querer» que con el «deber», con el amor que con la obligación. Por eso, defendió que los a priori éticos no anulan nuestra libertad constitutiva. Y sostuvo que nuestras acciones intencionales no son éticamente neutras, sino que están sujetas a responsabilidad.
Su victoria definitiva
Tan brillante como humilde, quizá porque una cosa lleva necesariamente a la otra. Spaemann definió su existencia como un episodio pasajero en el universo; es más, ni siquiera tendrá el estatus de pasado cuando ya nadie la recuerde. Su legado quedó plasmado en obras como Felicidad y Benevolencia; Personas. Acerca de la distinción entre algo y alguien; o Meditaciones de un cristiano sobre los salmos 1-51. Obras que desmienten su afirmación y mantendrán vivo su recuerdo. Siempre y cuando la humanidad no renuncie a la indagación dialógica sobre la verdad y a la racionalidad cordial.
El diez de diciembre de 2018, la alegría de Spaemann se vio colmada al entrar en la casa del Padre. Allí se regocija con la verdad a cuya búsqueda consagró su vida entera. Verdad que se deja ver desde múltiples caras. Pero que es UNA, e inaccesible para quienes se abandonan a las estrategias consecuencialistas a las que combatió hasta su muerte.
Se nos ha ido un hombre sabio, recto y bueno. Profesor Spaemann: gracias por su legado. D.E.P.
About the author
Enrique Burguete Miguel
Miembro en Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia, San Vicente Mártir.
Coordinador del Módulo “Aspectos Sociales y Económicos de las Biociencias Moleculares y de la Biotecnología” en el Grado en Biotecnología de la Facultad de Veterinaria y Ciencias Experimentales de la UCV.