Paradoja en G.K. Chesterton
El escritor inglés G.K. Chesterton fue un conocido comentarista de la actualidad de su tiempo, apologeta de la fe cristiana (anglicana primero y católica después) y, según opinión generalmente compartida por sus estudiosos, un filósofo, asistemático, posiblemente, pero de intuiciones brillantes. Uno de los títulos que recibió por parte del público fue el de “príncipe de las paradojas”, por su afición a este recurso literario. Gracias a dicho recurso, sus textos se vuelven divertidos de leer, a la vez que sugerentes al pensamiento. A la vez, sin embargo, esto oscurece un poco su lectura.
De todos los elementos que se pueden analizar del uso de Chesterton a la paradoja, quisiera centrarme en el uso que nuestro autor hace de ella como herramienta filosófica. Creo poder defender, apoyándome en los textos del propio Chesterton, que su uso de la paradoja no es mera retórica vacía o afición por las piruetas verbales, aunque las disfrutara. Hay una intencionalidad al usarlas, que conecta con una teoría de la realidad (metafísica), una teoría del conocimiento (epistemología) y una teoría de la persona (antropología) concretas. Esto es lo que, muy brevemente, he de desarrollar aquí.
1. La paradoja y tipos de paradoja
Definición de paradoja
Lo primero que he de fijar es a qué me refiero al hablar de paradoja en Chesterton. Bien, la definición que voy a aceptar aquí, sin problematizarla, es la que da el Diccionario de la Lengua Española para “paradojo, ja”:
Hecho o expresión aparentemente contrarios a la lógica.
Y, en otra acepción:
Empleo de expresiones o frases que encierran una aparente contradicción entre sí, como en “mira al avaro, en sus riquezas, pobre”[1].
En ambas acepciones, el diccionario contempla la paradoja como una contradicción que es tan solo aparente. El propio Chesterton, a su vez, define la paradoja a partir de ese choque y contradicción, en George Bernard Shaw:
[paradoja] significa una idea expresada en forma verbalmente contradictoria. Así, por ejemplo, la admirable frase: «El que pierda su vida, la ganará», es un ejemplo de lo que los modernos entienden por paradoja. (…) [D]e cualquier manera, podemos convenir en que, generalmente, entendemos por paradoja una especie de colisión entre lo que es aparente y realmente cierto.[2]
Así, pues, definimos la paradoja como una contradicción que es solamente aparente, o se realiza en el campo verbal. Pero, y esto es importante: la paradoja no ocurre cuando hay contradicciones reales. Si la contradicción es real, habremos de llamarla “contradicción” o “antinomia”, pero no “paradoja”.
Paradojas lógicas y filosóficas
Una cuestión importante en esto es entender que, cuando hablamos de la paradoja de Chesterton, no nos referimos a las paradojas matemáticas o lógicas: esos juegos de lógica o de números que tanto entretienen a los aficionados a los puzles y tan útiles son para encauzar discusiones entre expertos en lógica, matemática o campos similares. Este tipo de paradojas, al estilo de la “paradoja del mentiroso” o la “paradoja del barbero” de Bertrand Russell, no son para nada las paradojas chestertonianas. Nuestro inglés va a realizar un uso de la paradoja de corte más retórico y filosófico.
Sin poder adentrarnos en la diferencia de estos dos usos, digamos sencillamente que: por un lado, Chesterton usa la paradoja para presentar sus ideas de forma ingeniosa y atractiva (uso retórico); por otro, lo utiliza en defensa de la estructura paradójica de la realidad, alegando que es la realidad misma la que contiene una complejidad a la que solo la paradoja hace justicia (uso filosófico)[3]. Pero, y esto es muy importante, nuestro autor no salta de un uso a otro, sino que los entremezcla y hace, en muchísimas ocasiones, tremendamente difícil definir cuál predomina.
2. La paradoja y la realidad
La realidad es en sí misma paradójica
El primer punto que vamos a tratar es la relación entre la paradoja y la realidad. Porque, para Chesterton, la paradoja ha de existir porque es la que mejor recoge la realidad, ya que esta es en sí misma paradójica. Al inicio del capítulo “Las paradojas del cristianismo”, en Ortodoxia, nos dice nuestro autor:
El verdadero problema de este mundo no es que sea irracional, ni siquiera que sea racional. La dificultad más común estriba en que es casi racional, pero no lo suficiente.[4]
Chesterton propone dos ejemplos: el de la redondez de una naranja y el de la simetría de una persona. Realmente, estas dos cualidades, la de redondez y la de simetría, sólo se pueden predicar de la fruta y persona, respectivamente, si se formula de una forma general, sin pretender que sea una descripción exacta.
Es decir: el pensamiento lógico sirve para la vida, siempre que no se vuelva exhaustivo. Del mismo modo que la naranja será redonda siempre que no pretendamos, con esa afirmación, hacer una descripción geométrica exacta. La naranja es más o menos redonda, es suficientemente redonda, es aproximadamente redonda.
La cualidad de ser aproximada
Esta cualidad de la realidad de ser aproximada puede ser expresada también con un principio fuertemente metafísico, el de “analogía”. Así lo explica Kenner en su estudio Paradox in Chesterton. La base de la analogía es que toda la realidad “es”, aunque no se pueda predicar exactamente el mismo tipo o grado de “ser” de toda ella. Así, cuando Chesterton usa la paradoja, llama la atención sobre el elemento de identidad-diferencia en las estructuras de lo real. La realidad misma tiene una estructura en la que la identidad y la diferencia están en tensión.[5] El mismo Chesterton explicitaría esto en este texto de Heretics, al señalar que Wells (con cuyo pensamiento está entrando en diálogo)
ha de percatarse, sin duda, de la primera y más simple de las paradojas que habita junto a los manantiales de la verdad. No puede dejar de ver que el hecho de que dos cosas sean distintas implica que sean similares. La tortuga y la liebre difieren en su rapidez, pero deben coincidir en el atributo del movimiento. La más rápida de las liebres no será nunca más rápida que un triángulo isósceles o la idea del color rosado. Cuando decimos que la liebre se mueve más deprisa, estamos diciendo que la tortuga se mueve. Y cuando decimos que algo se mueve, estamos diciendo, sin necesidad de más palabras, que hay cosas que no se mueven. E incluso en el acto de afirmar que las cosas cambian, decimos que hay cosas que son inmutables.[6]
La analogía tomista
La solución tomista, que Chesterton acepta, se basa en que las cualidades propias de ser se dan en todo, pero no de la misma manera. Poniendo el ejemplo de la cualidad de “bondad”, Kenner nos señala que se puede decir que el hombre es bueno, y que lo es Dios. Pero el hombre no es bueno en la medida en la que lo es Dios. Rechazando la sugerencia de encontrar entonces una palabra distinta para cada caso, Kenner explica que lo propio de esa metafísica es señalar que la bondad está poseída de forma distinta por cada uno.[7] Y esa diferente posesión, esa posibilidad de predicar de los elementos de la realidad cualidades parecidas, aunque no iguales, acepta (si no exige) el uso de la paradoja.
Ese carácter aproximativo impide la reducción de lo real a uno solo de sus elementos o características. Dicha reducción, que a los pensadores modernos les encanta, niega la complejidad con que el ser aparece en la realidad. Y es esa complejidad la que lleva, insertada en sí misma, una antítesis, un choque, que la hace resistente a la simplificación y nos obliga a expresarla en paradoja. La paradoja está en la vida, en lo real. Así lo dice en su G.B. Shaw criticando la paradoja shawiana:
[La paradoja de Shaw] consiste en tirar cada vez más de un hilo o cuerda de verdad hasta llevarlo a lugares yermos y fantásticos. No tiene en cuenta esa clase de paradoja más profunda, en la que dos cuerdas opuestas de verdad se enredan en un nudo inextricable. Y, aún menos, se le puede hacer comprender que, con frecuencia, es este nudo el que sujeta con seguridad todo el haz de la vida humana.[8]
La vida humana se basa en paradojas
La esfera y la cruz
La vida humana, nuestro autor está convencido de ello, se sostiene por paradojas. En La esfera y la cruz vuelve sobre esta idea al inicio del libro, al contar una discusión entre un científico ateo, Lucifer, y un monje, Miguel. Este último, en cierto momento, cuenta una historia: la parábola de un hombre al que enfurecían las cruces, a las que odiaba por su monstruosidad y su paradoja. (Hay que señalar que, a lo largo de la discusión de estos dos personajes, la esfera ha sido declarada símbolo del pensamiento racionalista, perfecto y matemáticamente exacto. La cuz, por su parte, ha sido definida como símbolo de la paradoja: un choque violento, una figura deforme. El monje, al defender la cruz frente a la esfera, está defendiendo el pensamiento paradójico frente al racionalista.)
El hombre de la historia de Miguel odiaba las cruces, pero, como vivía en un país católico romano, las veía por doquier. Empezó arrancando las cruces de los caminos. Siguió su tarea destructiva encaramándose a los campanarios de las iglesias. Pero, de pronto, cayó en la cuenta de que estaba completamente rodeado de cruces: vio cómo una empalizada no era más que una sucesión de cruces unidas unas a otras, así que tuvo que destruir la empalizada. También descubrió en las junturas de sus muebles la abominable forma de la cruz, motivo por el cual tuvo que destrozarlos y prender fuego a su casa, porque toda ella estaba basada en el diseño maldito de la cruz.[9]
Explicación de la parábola
Al terminar la historia, Lucifer le pregunta al monje si eso que cuenta es real, si ha ocurrido:
–¡Oh, no! –dijo Miguel vivamente– Es una parábola. Es la parábola de todos los racionalistas como usted. Empiezan ustedes rompiendo la cruz, y concluyen destrozando el mundo habitable. Les dejamos a ustedes diciendo que nadie debe ir a la iglesia contra su voluntad. Cuando los encontramos de nuevo, están ustedes diciendo que nadie tiene la menor voluntad de ir a ella. Les dejamos a ustedes diciendo que no existe el lugar llamado Edén. Les encontramos diciendo que no existe el lugar llamado Irlanda. Parten ustedes odiando lo irracional y acaban odiándolo todo, porque todo es irracional (…).[10]
Al obsesionarse en descalificar todo lo que no entre en su esquema racional, el racionalista no destruye meramente la religión, sino la vida humana entera, tal como la vive cualquier persona corriente. Destruye el “mundo habitable”, encontrando por todos lados vestigios de irracionalidad, cosas que no encajan en su esquema racional. La metáfora de la cruz representa esto: la realidad repleta de extrañezas que, sin embargo, acaban siendo correctas. El hombre de la historia de Miguel quiere eliminar el esquema paradójico de lo real y acaba prendiendo fuego a todo el mundo, pues se da cuenta de que, al igual que la cruz y la juntura de los muebles, todo lo que le rodea se sostiene antes por paradojas que por explicaciones racionales.
3. La paradoja y el enfrentamiento a los reduccionismos modernos
La cuestión epistemológica
En profunda conexión con la cuestión de la paradoja y la realidad, tenemos la cuestión epistemológica: la paradoja es la mejor manera de expresar lo real, de conceptualizarlo, de aprenderlo. Con la paradoja, nuestro inglés se enfrenta a la primacía del método, una deformación epistemológica típicamente moderna. Esto lo comparten tanto los distintos reduccionismos (racionalismo, materialismo, etc.) como la dialéctica de estilo hegeliano. Ambos coinciden, efectivamente, en dar primacía a un método o forma de conocer, negándose a aceptar como relevante todo lo que no puede ser explicado por dicho método.
Poniendo al racionalismo como ejemplo de este reduccionismo metodológico, diríamos que el racionalista se niega a dar por válido lo que no sea argumentable de forma lógica y apodíctica. Ese método, la demostración mediante la lógica, es el único capaz de llegar a conclusiones válidas. Quizás el mejor ejemplo de hasta qué grado de locura puede llegar ese pensamiento es la Ética demostrada según el método geométrico, de Espinosa, cuyo autor pretendió llegar a conclusiones morales tan exactas y precisas como las propias de la matemática, geometría y lógica. Sólo la formulación de dicha pretensión suena extraña, prácticamente absurda. Sin necesidad de gran conocimiento de la materia, entendemos, siquiera intuitivamente, que las cuestiones éticas no son asumibles desde esa perspectiva, y que quien pretenda hacerlo más parece un loco que otra cosa.
A los locos no les falta la razón, sino realidad
Chesterton, de hecho, encuentra grandes paralelos entre los locos y los racionalistas. El loco es extraordinariamente lógico y racional. Si se le examina, se puede efectivamente ver como este, lejos de presentar disfuncionalidades en su lógica, interconecta bien las ideas, mejor a veces que una persona cuerda:
Todos los que hayan tenido la desgracia de hablar con personas sumidas en la locura o al borde de ella, saben que su principal característica es la horrible claridad con que ven todos los detalles y relacionan una cosa con otra en un mapa mental más complicado que un laberinto. Si uno discute con un loco, lo más probable es que salga perdiendo; su inteligencia es mucho más rápida porque no tropieza con el obstáculo del buen juicio.[11]
Basado en esto, nuestro autor formula una de sus paradojas del loco:
No es que el loco haya perdido la razón, sino que lo ha perdido todo menos la razón[12].
Pese a lo que pueda parecer, no es la falta de razón lo que lleva a la locura, sino lo que podríamos llamar el exceso de razón: el hecho de que cierta persona no sea capaz de atender a nada excepto a lo que interconecte dentro de su mente. De lo que adolece dicha persona no es de razón sino de realidad. La razón precisa hundir sus raíces en la realidad, ha de estar abierta a “lo que hay fuera”.
Los reduccionistas se asemejan a los locos
Esto, dicho del racionalista, aplica a cualquier reduccionista: el empirista, o el materialista, o el fideísta, o, en el plano político, el libertario. No es que el elemento que defienden no esté efectivamente ahí, sino que han reducido toda la realidad a dicho elemento. El empirista lo ha perdido todo menos su capacidad de recabar datos medibles, ha reducido todo conocimiento a esa concreta forma de conocer. El libertario lo ha perdido todo menos la libertad: ha visto esta como un bien tan grande y tan necesario para la vida social, que se ha olvidado que no es un bien absoluto, que ha de darse en conjunción y en equilibrio con otros.
En definitiva, el enfrentamiento de Chesterton a la epistemología moderna se puede resumir en una frase de La Nueva Jerusalén, que en ese contexto está dicha del Islam, pero nos vale para todos los reduccionismos de los que venimos hablando:
[El Islam] poseía una verdad colosal. Era una verdad tan enorme que era muy difícil reconocer que era una verdad a medias[13].
La paradoja implica la apertura de la mente a la realidad
Y para evitar esto se sirve Chesterton de la paradoja, que implica la apertura de la mente a la realidad. Volviendo al ejemplo del racionalista, un libro póstumo de nuestro inglés es quizás la mejor respuesta a esos locos que “lo han perdido todo menos la razón”. Se trata de Las paradojas de Mr. Pond, obra en la que Chesterton plantea historias de corte paradójico. En cada capítulo, su protagonista, Mr. Pond, formula una oscura paradoja, incomprensible y aparentemente contradictoria. Sin embargo, a continuación, cuenta una historia donde se puede comprobar que lo que ha dicho es, pese a su aparente absurdo, completamente exacto. La extrañeza de sus palabras, si se analizan de forma meramente lógica, queda superada al contar la historia, que les da el contexto y las demuestra como ciertas.[14]
Del mismo modo que la paradoja de Pond queda refrendada por una narración que le da sentido, el razonamiento del cuerdo ha de estar en conexión con lo real, lo externo al propio pensamiento, que es quien ha de confirmar lo pensado, o desmentirlo en su caso. La realidad es prioritaria al pensamiento, y el reduccionismo metodológico invierte esa relación de prioridad, obligando a lo real a pasar por los filtros de la mente para resultar aceptable o relevante.
4. Paradoja y antropología: una forma más humana de expresar ideas
El recurso de Chesterton a la paradoja también está atravesado de una serie de ideas en el campo antropológico. Chesterton escribe paradojas porque le parece una forma más humana de presentar las ideas. Veamos dos de esas ideas antropológicas que nuestro autor defenderá:
a) La paradoja es alegre, y la alegría ante la verdad es más humana que la seriedad
En un conocido capítulo de Herejes, Chesterton se defiende de un crítico suyo, un tal McCabe, que le acusa de ser un escritor frívolo por utilizar paradojas, juegos de palabras y bromas para tratar asuntos serios. Chesterton se defiende, señalando que la verdad es la verdad, y que no tiene nada que ver decirla de forma divertida que de forma aburrida o seria. Sin embargo, unas líneas más abajo, se lo piensa mejor y escribe:
Hace un momento he dicho que la sinceridad no tiene nada que ver con la solemnidad, pero confieso que no estoy tan seguro de tener razón. (…) En el mundo moderno, la solemnidad es el enemigo directo de la sinceridad. En el mundo moderno, la sinceridad está casi siempre de una parte, y la seriedad casi siempre de otra. La única respuesta posible al fiero y despreocupado ataque de la sinceridad es la respuesta miserable de la solemnidad.[15]
Chesterton denuncia que el discurso moderno se ha disfrazado de solemnidad, y que ese disfraz de solemnidad es tanto más intenso y patente cuanta menos genuinidad, profundidad y veracidad contenga. La verdad es compleja de alcanzar y comprender, pero ha de exponerse de forma simple y entendible. Los modernos hacen lo contrario: manejan unas ideas desvaídamente verdaderas y reduccionistas, y las exponen con toda solemnidad. En el mundo moderno, la solemnidad no es reverencia a la verdad alcanzada: es el intento de ocultar lo endeble de la idea defendida. La seriedad es la ropa del espantapájaros, que oculta la debilidad de su armazón de estacas delgadas.
Paradoja y creencia
En ese mismo capítulo, más adelante, escribe nuestro autor la clave antropológica de esto: la paradoja
no es más que una cierta dicha desafiadora que pertenece al ámbito de la creencia[16].
Aquí se vincula la paradoja con la creencia, lo que debería de darnos una pista de la importancia que Chesterton le atribuye: efectivamente, poca gente, sea creyente o no, y crea en lo que crea, aceptará que la creencia sea poco importante para su suscriptor. De hecho, las creencias más profundas, bien sean credos religiosos como posturas filosóficas, se suelen percibir por quien las detenta como algo importantísimo en su vida. Pero la creencia implica, aparte de dicha sensación de importancia, una “dicha desafiadora”. Esto se ve en quien descubre una verdad sobre sí mismo o sobre el mundo, que tiene que transmitirla, no por responsabilidad o para dotar de productividad su descubrimiento, sino por el impulso de la alegría que lleva dentro.
b) Si toda realidad es paradójica, esto es especialmente cierto dicho de la vida humana
Si Chesterton defiende que la realidad es paradójica, va a ser especialmente enfático en señalar que la vida humana lo es, y, por tanto, desde la experiencia humana, es acuciante recuperar la paradoja so pena de hacer la vida invivible. La vida humana, efectivamente, se apoya fundamentalmente en paradojas, así lo recoge en este texto de Enormes minucias:
[E]l verdadero resultado de toda experiencia y y el verdadero fundamento de toda religión es éste: que las cuatro o cinco cosas cuyo conocimiento es más prácticamente esencial para un hombre, pertenecen todas ellas a la categoría que la gente denomina paradojas. Es decir, que aunque todos nosotros las vemos al correr de la vida como meras verdades sencillas, no podemos, sin embargo, expresarlas fácilmente así con palabras sin resultar culpables de aparentes contradicciones.[17]
Y también se encuentra en este texto de La esfera y la cruz:
Los que consideran la cuestión muy superficialmente consideran que la paradoja es cosa de chanza, propia del periodismo ligero. Paradoja de esa índole contiene el dicho de un galán en cierta comedia decadente: “La vida es demasiado importante para tomarla en serio”. Los que miran la cuestión con más profundidad o delicadeza, ven que la paradoja pertenece especialmente a todas las religiones. Paradoja de esta índole se contiene en tal sentencia como: “Los mansos heredarán la tierra”. Pero aquellos que ven y sienten el punto fundamental de la cuestión, saben que la paradoja no pertenece a la religión solamente, sino a todas las crisis vitales y violentas en la práctica de la existencia humana.[18]
El misterio de la libertad
Para Chesterton, la vida humana es compleja y sólo se puede vivir en un inestable equilibrio paradójico, que contraponga los distintos impulsos del corazón humano sin desvaírlos en un punto medio. El mundo moderno no supo hacer eso, y por eso criticaba a la Iglesia a veces por “amansar al pueblo”, a veces por la violencia de las Cruzadas, inconsciente de su propia contradicción al obrar así. Para Chesterton, sólo la religión cristiana encontró ese equilibrio por la vía de contraponer pasiones, en vez de tratar de unirlas en un tibio punto medio. Nuestro autor usa una sugerente metáfora visual para esto: el “punto medio” que buscaría por ejemplo la síntesis dialéctica es el color rosa. El cristianismo es la bandera de san Jorge: rojo sobre blanco, ambos poderosos, ambos colocados uno al lado del otro, pero permaneciendo fuertes e intensos.[19]
Y esto es importante porque el resultado es un mundo en el que se puede vivir. Chesterton pone el ejemplo de un determinista, que no cree en la libertad humana y piensa que todo lo que ocurre no podía ocurrir de otro modo. Por lógico que sea este planteamiento teórico, un determinista no puede vivir coherentemente con sus postulados:
El determinista establece con total nitidez su teoría de la causación, y luego descubre que no puede ni darle las gracias a la criada. El cristiano deja que el libre albedrío siga siendo un misterio sagrado y, gracias a ello, sus relaciones con la criada adquieren una claridad cristalina.[20]
Sólo aceptando que tenemos libre albedrío, un misterio que puede formularse en no pocas paradojas, podemos realizar un acto tan sencillo y humano como dar las gracias. la vida humana es paradójica, y sólo una teoría sobre la misma que acepte la paradoja puede permitirnos vivirla.
Conclusión
Sin haber sido en absoluto exhaustivo en el tema, estos serían algunos de los rasgos que tendría la paradoja en Gilbert Keith Chesterton, examinada como una herramienta filosófica que se vehicula desde ciertos postulados metafísicos, gnoseológicos y antropológicos, y que también, por tanto, nos enseña acerca de esas ideas. Leer las paradojas de Chesterton es realmente inspirador, pero también lo es detenerse a examinar las razones por las que usa paradojas. Algunas de las cuales he recopilado aquí.
NOTAS DE PARADOJA EN G.K. CHESTERTON
[1] RAE, “Paradojo, ja”, en RAE, DEL, 23ª ed. 2014 <https://dle.rae.es/paradojo> [Fecha consulta: 01/02/2021]
[2] CHESTERTON, G.K., “George Bernard Shaw”, José Méndez Herrera (trad.), en Obras Completas IV, 2ª ed., Barcelona: Plaza y Janés, 1962, pp. 940-941
[3] Kenner es, quizás, quien mejor explica la diferencia entre ambos usos. Cfr. KENNER, H., Paradox in Chesterton, New York: Sheed & Ward, 1947
[4] CHESTERTON, Ortodoxia, op.cit., p. 107
[5] Cfr. KENNER, H., op. cit., pp. 24-27
[6] CHESTERTON, Herejes, p. 72 – Las cursivas son mías.
[7] Cfr. KENNER, H., op. cit., p. 28
[8] CHESTERTON, G.K., George Bernard Shaw, op.cit., pp. 942-943 – Las cursivas son mías.
[9] Cfr. CHESTERTON, G.K., La esfera y la cruz, [trad. no referenciado], 2ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1944, pp. 14-15
[10] Ibíd., p. 15
[11] CHESTERTON, G.K., Ortodoxia, op.cit., p. 22
[12] Ibíd.
[13] CHESTERTON, G.K., La nueva Jerusalén, Horacio Velasco Suárez (trad.), 1ª reimpr., Madrid: Ediciones More, 2020, p. 49
[14] Cfr. CHESTERTON, G.K., Las paradojas de Mr. Pond, Fernando Jadraque & María Trouilhet (trads.), 4ª ed., Madrid: Valdemar, 2005
[15] CHESTERTON, G.K., Herejes, Juanjo Estrella (trad.), Madrid: El Cobre Ediciones, 2007 pp. 184-185
[16] Ibíd., p. 191
[17] CHESTERTON, G.K., “Enormes minucias”, Rafael Calleja (trad.), en Obras Completas I, Barcelona: Plaza y Janés, 1952, pp. 1325-1326
[18] CHESTERTON, G.K., La esfera y la cruz, op.cit., p. 16
[19] Cfr. CHESTERTON, G.K., Ortodoxia, op.cit., pp. 128-129
[20]Ibíd., pp. 34-35
About the author
Lukas Romero Wenz
Doctor en Filosofía por la Universidad de Valencia
Realmente interesante! Hasta ahora me resistía a leer a Chesterton. Gracias a este artículo y a las obras que has citado, ya sé por dónde empezar.
???
Buenísimo. Hace que te quedes con ganas de que profundice más en cada parte. Muchas gracias.
Lúcido y brillante. Fácil de leer.
Excelente aporte, no conocía nada y ahora sé que existe…