La filosofía como ciencia y sabiduría
La pregunta por el eje central del discurso científico
“Dios existe”. Esta frase puede escribirse entre interrogaciones, pero también puede significar la existencia real de Dios. Si le añadimos los signos de interrogación parece que ejercemos el pensamiento crítico, que estamos comportándonos como intelectuales. Si entendemos la frase en sentido directo y pleno, parece que estamos haciendo un acto de fe. Pero ninguna de esas apariencias expone la verdad. Pienso que lo más adecuado sería ponerlo entre admiraciones: ¡Dios existe! Esta sería sin duda la actitud más filosófica: la admiración sincera por la realidad maravillosa. En un cartel universitario destinado a publicitar un curso de teología se añadía: “¿Quieres saber más?”. Y esta interrogación apunta al núcleo de la cuestión central del pensamiento humano y de la ciencia filosófica. Estamos ante la pregunta más decisiva para la vida de los hombres.
La afirmación “Dios existe” es un primer paso en el conocimiento de Dios. Siempre podremos preguntar ¿quién es ese Dios que tú dices que existe? Si le añadimos interrogaciones igualmente podrán preguntarnos ¿qué o quién es el ser por el que preguntamos si existe? Dios no es un nombre de ficción, sino que está respaldado por un rumor inmortal que llega a todos los hombres de cualquier cultura en todos los rincones del mundo[1]. La filosofía no se ha inventado el nombre de Dios en un acto de novedosa originalidad. La experiencia universal que recorre la historia de los hombres señala aquello que va más allá de simple sucesión de los acontecimientos. La historia de la filosofía nos enseña que desde los albores del pensamiento griego la pregunta por Dios es un eje central del discurso científico.
Una pregunta que está más allá de nuestro conocimiento
La cuestión de la existencia de Dios no es una cuestión científica en el sentido contemporáneo de la palabra, no es una cuestión que alguna ciencia pueda resolver en los próximos años, sino un asunto de sabiduría. La razón estriba en que Dios es a la vez el fundamento de las cosas que cambian y el único horizonte posible del sentido de la existencia y de la racionalidad humana[2].
Dios no forma parte del mundo como una cosa entre las otras, sino como principio (arjé) radical de todas ellas. Dios no es un objeto del pensamiento humano, porque a Dios nadie lo ha visto nunca. Pero sin ese horizonte faltaría el aliento necesario para pensar a lo grande, para pensar lo más grande, para experimentar la fuerza y la grandeza de nuestro pensamiento. Si no nos atreviésemos a pensar más allá de las cosas que están a nuestro alcance nunca acabaríamos de conocerlas, porque sin conocer las causas la realidad decisiva del universo resultaría desconocida. Si no nos atreviésemos a buscar aquello que está más allá de nuestro conocimiento cercenaríamos el alcance y la potencia de nuestra racionalidad[3].
La cuestión de la existencia de Dios
Sin duda la frase inicial de estas líneas trae consigo la revelación del valor de las cosas y del tiempo. Podemos habitar este mundo porque él mismo depende de algo superior a sí mismo que lo mantiene en buena forma. Podemos pensar el universo porque nuestro conocimiento muestra la maravillosa experiencia de un cosmos racional, aunque su extensión se nos presente inabarcable y sus relaciones inextricables. El rostro legible de la realidad, que se manifiesta en una ciencia que progresa imparable en su conocimiento, inspira también la confianza que hace posible el futuro de la vida humana. Se trata de la maravilla que dispara la admiración eterna de los hombres, que es el inicio de la filosofía y despierta el deseo de eternidad que es consustancial con la auténtica experiencia del amor en la existencia humana.
La existencia de Dios constituye el punto álgido del pensamiento filosófico[4]. No solo por las razones por las que Aristóteles pensó que la metafísica podría llamarse propiamente teología: puesto que ella principalmente se ocupa de lo más alto y de las causas más universales y Dios les parece a todos una cierta causa de la realidad y porque es la ciencia que Dios propiamente tendría si existiese. Santo Tomás acertó con la dinámica intelectual humana al presentar en el mismo comienzo de la aventura teológica las cinco vías para demostrar la existencia de Dios[5]. En esto seguía también a Anselmo, citado y criticado en el mismo lugar, como partícipes de un camino intelectual que les precedía y que ellos recorrieron con inmensa creatividad y nos lo dejaron expedito para que no detengamos nuestros pasos.
¿Qué pasaría con la filosofía si se elimina a Dios?
Eliminar a Dios del pensamiento filosófico significaría amputarlo y volverlo irreconocible. Además, convertiría la filosofía en una ciencia particular. La filosofía ya no sería más sabiduría. El saber teórico dejaría de tener sentido y la contemplación se volvería imposible. Peor todavía, sin la trascendencia del pensamiento y de la vida, la libertad no podría alcanzar ningún fin digno de ser querido y se limitaría a ser una mera posibilidad de elección que desconoce las razones por las que elige, que resulta ciega ante aquello que nos define y nos hace crecer.
Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente[6].
Y es que en el corazón de la metafísica late sin descanso el afán de saber.
Todos los hombres desean naturalmente saber[7].
Así comienzan los libros de la metafísica de Aristóteles. Por tanto, el saber metafísico no termina con el descubrimiento de la existencia de Dios. Pero esa verdad hace posible el trascender del pensamiento y de la vida humana. Si Dios no existe es preciso preguntarse qué es lo que no existe, pero la propia inexistencia de Dios impediría realmente cualquier respuesta a esta cuestión, porque lo que no existe en realidad no es nada, ni siquiera una pregunta. Pero si Dios existe la pregunta por cómo es Dios cobra todo sentido y el hombre puede seguir preguntándose por la verdad última de las cosas. Si Dios existe, entonces podemos preguntarnos una y otra vez qué o quién es Dios.
La filosofía puede llegar a conocer la trascendencia divina
Por eso puede decirse que
la filosofía es una actividad en la que el existente está enteramente comprometido, está convocado por ella, y de esa manera se va desvelando a sí mismo en la medida en que la filosofía le pide poner en marcha cada vez más capacidades, más recursos propios. También, desde este punto de vista, se ve el carácter humanístico de la filosofía: es descubridora de las dimensiones más profundas del ser humano. Por eso, tiene una dimensión antropológica inexcusable. No se es filósofo como un espectador, como quien asiste a la maravilla de una verdad que se desvela desde la admiración, sino que se es filósofo como servidor de la verdad, como amante y realizador de ella[8].
Aristóteles pensó que el primer motor inmóvil podría ser pensado a partir del concepto de acto que él mismo descubrió para pensar a fondo la estructura íntima del cosmos y la naturaleza de nuestro intelecto. Y como el acto más alto del que el hombre posee experiencia es el acto teórico del pensamiento, Dios debería ser pensamiento que se piensa a sí mismo. La reflexión cristiana sobre Dios enseguida advirtió que Dios está más allá del pensamiento reflexivo humano. Como diría siglos después Santo Tomás de Aquino, de Dios sabemos mejor lo que no es que lo que es[9]. Saber lo que no es Dios significa empezar a palpar de alguna manera la absoluta trascendencia divina y así se puede afirmar que “sobrepasa todo entendimiento”[10]. Precisamente por esta razón la incomprensibilidad de Dios señala su excelencia ontológica, como apuntaba Ratzinger: Dios es “la Realidad misma”[11].
Dios no es un concepto, sino un quién
Pero la trascendencia no es absolutamente desconocida sino un poderoso atractor de la misma inteligibilidad. Dios no forma parte del universo porque está más allá de todas las cosas creadas ya que es el Creador. Para preguntarnos si Dios existe necesitamos empezar con el significado del nombre. Dios es el Creador omnipotente y que está más allá del universo creado.
Una definición nominal usada en un argumento para demostrar la existencia de Dios debe incluir (1) causalidad y (2) una vía diferenciadora de un Dios como una clase de cosa distinta de las demás clases; específicamente por estar a) sobre todas las cosas o b) por ser distinta de todas las otras clases[12].
La existencia de Dios, aun cuando en sí misma no se nos presenta como evidente, en cambio, sí es demostrable por los efectos con que nos encontramos… aun cuando por los efectos no podamos llegar a tener un conocimiento exacto de cómo es Él en sí mismo[13].
En la tradición aristotélica eso significa la simplicidad divina. Pero no captaríamos realmente el nervio de esta tradición de pensamiento si no advirtiéramos que lo que se esconde bajo esa fórmula es el carácter personal divino[14].
Dios es un ser que no se deja apresar por los muchos conceptos que queramos pensar. Es un quién, otra persona. La filosofía tiene desde Sócrates grabada en su seno la inscripción que abría paso al templo de Apolo en Delfos “Conócete a ti mismo”. Pero, ¿quién puede decir quién es él mismo? Además, ¿quién puede decir quién es otra persona? Ningún concepto podrá venir en nuestra ayuda, porque no puedo abstraer lo más individual de la realidad.
Dios es amor
El quién soy solo se aclara y solo hasta cierto punto en la intersubjetividad, en el trato mutuo que desarrollamos con otras personas. La experiencia de ser hijos nos acompaña todos los días de nuestra vida. Y todos los hombres somos hijos[15]. Nadie conoce el nombre propio de otro[16]. Solo en la relación con aquel del que depende radicalmente mi existencia y hacia el que se encamina mi historia podré saber algo más de mí mismo.
Eso significa también que entre las cosas del cosmos el ser humano goza de un lugar privilegiado, él mismo es todo un microcosmos y posee la dignidad o detenta el valor supremo de toda la creación. Así el ser humano puede pensar a un Dios personal, puesto que posee o es intelecto. Y si es un ser intelectual no puede carecer de voluntad. Lo cual significa sencillamente que Dios es amor. Y aquí se abre el horizonte infinito de una vida que no tiene fin, cuya existencia se esconde en todo anhelo humano.
En este movimiento intelectual se comienza a desvelar el carácter personal de Dios y se refuerza al mismo tiempo la grandeza y la dignidad del hombre.
Pues bien, si existe la verdad, uno se da cuenta inmediatamente de que no es mero espectador de ella, sino que, para tener que ver con ella, ha de ser capaz de verdad. Por este lado la filosofía es humanista… Así pues, la admiración no se desarrolla en una sola dirección, sino en dos. Una dirección, según la cual la realidad es estable y verdadera; y otra, en la que el hombre sabe que su interior también es estable, y que esa estabilidad le permite corresponderse con la estabilidad de lo real, y, por tanto, entenderla[17].
Una cuestión que da para pensar y para vivir
De este modo, el pensamiento logra advertir que no hay que investigar realmente qué es Dios sino quién es Él verdaderamente[18]. Dios al comparecer en la metafísica convierte esta ciencia en un saber inseparable de la antropología[19]. Dios es el valedor de la humanidad que piensa y su trascendencia es la que engrandece el deseo de verdad que el ser humano encuentra en su propia vida. Por eso quizá el intelecto y el corazón van siempre juntos al investigar los temas centrales de la metafísica. Seguramente las razones del corazón de las que hablaba Pascal también forman parte de toda auténtica ciencia metafísica.
Esto es lo que tiene la sabiduría: implica al hombre entero y dispara su existencia más allá de los limites visibles de su vida. Y esa es la razón para querer seguir sabiendo siempre más. La vida humana teórica puede crecer de modo ilimitado, porque nunca acabamos de saber y porque no hay ningún conocimiento que agote nuestro pensar. Porque la teoría no es nunca algo fríamente intelectualista. Porque el que piensa no es mi intelecto sino yo mismo.
El alma es en cierta manera todas las cosas[20].
Incluso aquellas que superan su capacidad de tener o pensar. El alma es capaz de amar lo que la sobrepasa infinitamente. La cuestión de quién es Dios da para pensar y da para vivir[21]. La averiguación de quién es Dios no arroja solo una lista interminable de atributos, características o cualidades, sino que se expresa a través del trato cercano, familiar, amistoso con aquel a quien deseamos conocer porque estamos agradecidos[22]. Se empiece por donde se empiece la filosofía incluye lo más alto del hombre y aquello que se supera y define el horizonte de su destino.
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NOTAS
[1] Cfr. Robert Spaemann, El rumor inmortal : la cuestión sobre Dios y la ilusión de la Modernidad, Rialp, Madrid 2010.
[2] Incluso las ciencias empíricas en la medida que no se cierran al todo de la realidad acaban siempre refiriéndose a Dios, como bien han mostrado Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies (Dios, la ciencia, las pruebas. El albor de una revolución, Funanbulista, Madrid 2023). La publicidad del libro propone la frase “¿Y si Dios existe?”, que es casi como ponerla entre admiraciones.
[3] Cfr. Enrique Moros, “Dios como ser. Sobre un nuevo estilo de teología natural”, Studia Poliana 14 (2012) 145-174.
[4] Cfr. Francisco Javier Aznar Sala, “El conocimiento natural de Dios desde la filosofía”, Pensamiento,80 (2024) 455-467.
[5] Tomás de Aquino, 1988, 110-113 (S. Th, I, q.2, a.3).
[6] San Juan Pablo II, Fides et ratio, 14 de septiembre 1998, 90. Tomado de https://www.vatican.va/ content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091998_fides-et-ratio.html.
[7] Aristóteles, Metafísica, A 980a.
[8] Leonardo Polo, Introducción a la filosofía, Eunsa, Pamplona 2015, 44-45.
[9] Cfr. Tomás de Aquino, Suma de teología, BAC, Madrid 1988, 109 (S.Th. I, q.2, a. 2, ad 2).
[10] Ibid., 166 (S.Th. I, q.12, a.1, ad 3)
[11] Josef Ratzinger, El Cardenal Ratzinger en la Universidad de Navarra. Discursos, coloquios y encuentros, Facultad de teología. Universidad de Navarra, 1998, 43.
[12] David Twetten, “¿Un Dios para no-teístas? La definición pluralista del nombre «Dios» en Tomás de Aquino”, en La sabiduría en Tomás de Aquino. Inspiración y reflexión: perspectivas filosóficas y teológicas, Liliana Beatriz Irizar (Ed.), Universidad Sergio Arboleda. Escuela de Filosofía y Humanidades; Sociedad Tomista Argentina, Bogotá 2017, 79. 55-86.
[13] Tomás de Aquino, 1988, 110, (a.2, c-ad3).
[14] Cfr. Juan José Herrera, “La cuestión disputada De simplicitate divine esse de Tomás de Aquino”, Studium. Filosofía y Teología, 23/46 (2020) 221-258; y Agustín Echavarría, “Simplicidad divina y libertad del acto creador. Un diálogo entre teísmo clásico y teología filosófica analítica”, Espíritu 67 (2018) 119-148.
[15] Cfr. Leonardo Polo, “El hombre como hijo” en Metafísica de la familia, Juan Cruz, (ed.), Eunsa, Pamplona 1995, pp. 317-325.
[16] Cfr. Josef Pieper, “¿Cómo se llama uno realmente?”, en La fe ante el reto de la cultura contemporánea, Rialp, Madrid 1980.
[17] Polo, Introducción a la filosofía, 42-43.
[18] Cfr. C.S. Lewis, Dios en el banquillo, Rialp, Madrid 1997.
[19] Higinio Marín parece sostener algo parecido cuando subtitula su libro Mundus con la expresión “una arqueología filosófica de la existencia” (Nuevo Inicio, Granada 2019).
[20] Aristóteles, De anima, 431b21.
[21] Cfr. Manuel Cabada, El Dios que da que pensar. Acceso filosófico-antropológico a la divinidad, BAC, Madrid 1999.
[22] Para una profundización en este tema puede consultarse Juan Fernando Sellés, Antropología de la intimidad: Libertad, sentido único y amor personal, Rialp, Madrid 2013.