Por José V. Bonet Sánchez, Profesor de Filosofía en La UCV San Vicente Mártir

Se ha dicho que la filosofía no es un saber, sino una reflexión sobre los distintos saberes dispo­ni­bles[1]. En realidad, no solo sobre lo que sabemos, también sobre lo que ignora­mos, lo que creemos que existe o debería existir, sobre nosotros mismos. Resulta así que una gran cantidad de ámbitos significativos del mundo y de la vida, tales como la natu­raleza, la ciencia, el arte, la moral, el lenguaje, las matemáticas o la cultura, han segre­gado, por así decir, una reflexión filosófica sobre sus lineamientos principales. De ahí que ha­ble­­mos de teoría o filosofía de la natura­leza, la ciencia o el arte, con pleno sentido, no como expresiones metafó­ricas ni sofistica­das (co­mo se habla, por ejemplo, de la filosofía del ocio o del emprendimien­to). Lo que signi­fica, al propio tiempo, que la filosofía no es una disciplina autosu­ficiente, inde­pendiente de las demás, sino que siem­pre parte de algo dado previa­mente[2]. O lo que es lo mismo, que siempre filosofamos sobre algo, pues la filosofía no tiene un objeto propio y exclu­sivo de su actividad.

Esta capacidad de la filosofía de “mimetizarse” con objetos y ámbitos tan dis­pa­res nos lleva a preguntarnos, a la manera platónica, si hay algo que dé unidad a ese aba­nico amplio e indefinido de filosofías específicas o “filosofías de”. Pero, atentos, que no se trata de que exista, primero, “la” filosofía, en estado puro o genérico y, des­pués, las filosofías particulares del conocimiento, la realidad o la sociedad. Como decía Hegel, en un contexto similar a este, no existe la fruta en general que no sea ya fresa, naranja o sandía[3]. Lo que, en nuestro caso, quiere decir que no existe ninguna filosofía que no sea ya teoría del conocimiento, ontología o filosofía política, pongamos por caso. Con todo, podemos y debemos preguntarnos qué es lo que hace que cada una de ellas sea fruta, sea una filosofía. Volve­mos, en suma, a preguntarnos qué es eso de la filosofía.

En realidad, antes de ser una característica del filosofar, parece que el citado mi­metismo arraiga en la capacidad que tiene la razón de dar un “paso atrás” para abarcar un fenómeno en su totalidad e inquirir sus causas, su sentido o sus po­tencialidades; algo que se da también, de otra manera, en la investigación científica o en la literatura. De ahí que la tarea autorreferencial de aclarar la estructu­ra teórica y prácti­ca de la raciona­lidad sea, para nosotros, herederos de Kant, la más pro­pia de la filosofía, cuando ya no nos es posible dar ningún paso atrás… porque detrás no queda nada, por cuanto nos topamos con los límites del pensamiento y el lenguaje. Kant escribió otra cosa que nos sitúa ante los orígenes de la filosofía: que el verdadero filó­sofo es a la vez cono­cedor y maestro de la sabiduría, que la filosofía propiamente es “sabiduría, pero por el camino de la ciencia”[4]. Mas, ¿qué relación puede guardar la sabiduría con la ciencia? ¿A qué clase de confluen­cia se refería Kant? Algunos apuntes históricos nos servirán de ayuda.

Según Karl Jaspers, entre los años 800 y 200 a.C. tuvo lugar el “tiempo-eje” de la historia de la humanidad[5]. Surgen entonces en distintas áreas geográficas una multi­tud de pequeñas ciudades-Estado prósperas y, en paralelo a ellas, las tradiciones místi­cas orientales (de Confucio, Lao-Tsé, el Tao, Buda o Zaratustra), los profetas monoteís­tas del judaísmo (como Elías o Isaías); y, en fin, la cultura griega, desde Homero y las tragedias a los filósofos. Común a toda esta floración de tradiciones sapienciales es la conciencia de la totalidad de lo real y del modesto lugar que ocupa en el cosmos cada uno de los seres humanos, así como la pretensión de una liberación del sufrimiento y la muerte que cristaliza en el ideal del sabio. Pero la filosofía griega añade algo que no es­taba en las filosofías orientales. ¿Qué? Por un lado, esas diversas concepciones consien­ten un nivel relativa­mente peque­ño de innova­ción y cambio entre sus seguidores que, bien al contrario, la filosofía greco-romana tolera en un gra­do exponencialmente ma­yor, hasta el punto de que la propia crítica de los ante­pasa­dos se incorpora a la tra­dición filosófica[6]. Por otro lado, a través de un proceso com­ple­jo, la gran filosofía de Platón y Aristóteles dará pie a la idea de ciencia, es decir, de un cono­cimiento objetivo de princi­pios y causas que, de forma universal y nece­saria, explican el desenvolvimiento de la realidad. Tal es el programa que la modernidad em­pezará a lle­var a término con una exi­tosa alianza ente experiencia metódica y razón ma­temática que nunca antes había sido ensayada. Así se comprende la confluencia apunta­da por Kant: sin renunciar a su com­ponente sapiencial, existencial, la filosofía oriunda de Grecia se define por el ideal de un conocimiento objetivo, racional, de la naturaleza, la ciudad y el ser humano, sin el cual la cultura occidental actual resultaría indescifrable.

Carnap fue uno de los principales representantes del neopositivismo.
Carnap fue uno de los principales representantes del neopositivismo.

La apuesta del positivismo –una filosofía decimonónica que sigue inspirando po­líticas universitarias y gubernamentales- es que el éxito de la ciencia no deja ya lugar para ninguna otra forma de saber; o dicho de otra forma, que fuera de la ciencia solo que­da espa­cio para la mística y la literatura. ¿Ha sonado ya la hora de conformarnos a este dicta­men? Pensamos que no, por dos motivos que reivindican el componente sa­piencial de la filosofía. El primero, lo plantea así Russell, un filósofo vinculado al po­si­tivismo que, sin embargo, no compartía el dictamen citado: para que el poder manipula­dor de nuestra civiliza­ción tecno-científica no se nos vuelva en contra –acuérdense de 2001, Una odisea en el espacio-, es preciso que venga acompañado por un aumento de sabiduría o por una vi­sión justa de los fines de la vida; algo que la ciencia, por sí sola, no puede proporcio­nar[7]. Russell coincidía así con la crí­ti­ca de la razón instrumental que, con otras catego­rí­as, expusieron décadas antes la Escuela de Frankfurt e incluso el Husserl de La crisis de la ciencias europeas; mos­trando eo ipso todos ellos que sería un error renunciar, en aras de la ciencia, al potencial de crítica racional y búsqueda de sentido que, en la cultura oc­cidental, la filosofía no ha dejado de repre­sentar.

El segundo motivo lo ha formulado más recientemente Bernard Williams, al defender que la filosofía forma parte de la empresa más amplia de las humanidades de dar sentido a nuestras vidas y actividades[8]. Mi tesis es que este componente existencial es el que pro­porciona una unidad temática indirecta al conjun­to de los estudios filosóficos, no como una disciplina o rama más, sino a modo de motor, telos último o trasfondo[9]. Lo cual no significa que la filo­so­fía de la lógica o la teoría de la sociedad, por ejemplo, deban incluirse de forma simplis­ta en el “ca­jón” de las humani­da­des, cuan­do, de hecho, una y otra aportan utilidades a las ciencias for­males y sociales a las que acompañan (en los ejemplos citados, la lógica y la socio­logía).

Ahora bien, la empresa de las humanidades, ¿acaso no está asumiendo el objeti­vo último de las sabidurías orientales? Respondemos que sí, pero tímidamente, pues, por su vinculación al ideal del conocimiento objetivo, en la cultura europea, la dimen­sión sapiencial del filosofar aparece siempre como incierta y sujeta a discusión, fuente de preguntas más que de certezas. Pero una fuente que no debería secarse prematura­mente, como pretenden quienes quieren reducir la filosofía a una herencia ya liquidada.

[1] Comte-Sponville, A. (2002). Invitación a la filosofía. Barcelona: Paidós, 12 s.

[2] Rabossi, E. (2009). En el comienzo Dios creó el Canon: Biblia berolinensis. Barcelona:  Gedisa.

[3] Hegel, G. W.  (1973).  Introducción a la historia de la filosofía. Madrid: Aguilar. El se refiere propiamente, no a las disciplinas filosóficas, sino a las escuelas o formas determinadas de filosofar.

[4] Kant, I. (1996). Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara, 658. Cfr. Kant, I. (2000). Lógica; un manual de lecciones (ed. M. J. Vázquez). Madrid: Akal, 93.

[5] Jaspers, K. (1980). Origen y meta de la historia. Madrid: Alianza, cap. 1.

[6] Popper, K. R. (1983). Conjeturas y refutaciones. Barcelona: Paidós, cap. 1.

[7] Russell, B. La perspectiva científica. Barcelona, Ariel, 1975, Introducción y cap. final.

[8] Williams, B. La filosofía como disciplina humanística, Barcelona, FCE, 2011.

[9] Bonet Sánchez, J. V. (2015). La antropología como filosofía primera, después de Tugendhat. Daimon. Revista inter­nacional de filosofía(66), 95-108; Vega Encabo, J. (2010). El ‘estado de excepción’ de la filosofía. Análisis, XXX(1), 76-102.

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