[themecolor]“No queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos”[/themecolor]

La oración que constituye el encabezado de esta breve ‘entrada’ está entresacada del libro que Fernando Savater publicó en Ariel en 1999 bajo el título de Las preguntas de la vida.  Yo me voy a limitar a: 1) por una parte, recomendar la lectura de este libro (ya sé que en España recomendar la lectura de filosofía propia es casi ofender el sinsentido común de la filosofía dominante, todavía pirrada por los juegos lingüísticos de la filosofía anglosajona o por el ansia de convertirlo todo en neuro-algo; 2) reproducir unos párrafos de Savater acerca del papel de la filosofía. En pocas palabras, creo que Savater hace a este respecto una de las exposiciones más lúcidas que conozco (lo que no sé si mi opinión es un buen criterio, desde luego).

“Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital… ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión… pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino… Y no faltará alguna persona sencilla y cándida, nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía.”

De acuerdo. Todavía lo estaría más, si Savater acabara diciendo que la filosofía es ante todo un método: una manera de aproximarse a los problemas muy distinta de la científica, yendo a la raíz de los mismos sin aguardar respuestas empíricamente contrastables; un quehacer que, por su naturaleza, jamás estará concluso, ni constará de un tesoro de respuestas incuestionables. Un camino sin llegada que, pese a ello, no tiene sólo sentido en sí -en recorrerlo, aunque sea parcialmente-, sino que dota de sentido a las cuestiones más graves que nos afectan como personas.

Roy Chado

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