La aparición del hombre: estado de la cuestión en 2021

 

Introducción

Cuando estudiamos la biología evolutiva humana, surgen muchos interrogantes. De igual modo que en otras ciencias, el descubrimiento de un nuevo hito paleantropológico no solo no resuelve cuestiones ya planteadas, sino que abre incógnitas nuevas. No obstante, hecha esta salvedad, un descubrimiento supone también una mayor amplitud del conocimiento. Pero, como los humanos somos como somos, cualquier nuevo hallazgo es tenido como el hito más importante acontecido hasta ese momento, lo que se explica por las ínfulas de los investigadores.

En este terreno, como en otros, la rivalidad juega un papel relevante, y también malas pasadas. Por eso, todos los hallazgos nuevos hay que tomarlos siempre con bastante cautela, aunque la propaganda, e incluso las revistas más serias desde el punto de vista científico, les den un valor que pocas veces tienen. En este sentido resulta curioso ver que el paradigma de la paleoantropología es cambiante con el tiempo, teniendo que rehacer todo el árbol genealógico de la especie humana, que cada vez es más embrollado. La imagen que más coincide con el proceso y el estudio resulta ser una red de telaraña, o un montón de hifas que se cruzan y entrecruzan. Es decir, en el estado actual de la cuestión, resulta un enmarañamiento complicado en el que cada autor plantea las cosas desde una perspectiva diferente. O dicho de otra manera, hay tantos árboles evolutivos como grupos investigadores.

Hecho este preámbulo, necesario a todas luces, podemos entrar en la cuestión nuclear. Lo que sí está claro es que en ese proceso se dan dos grandes acontecimientos: el paso del animal al homínido, llamado hominización; y un segundo salto de la hominización a la humanización. Ambos llenos de complejidad como queda dicho. Vayamos pues a la primera cuestión.

 

1. Hominización: del animal al género homo

En el proceso evolutivo se producen varios acontecimientos sustanciales, cuantitativos al menos, que conducen del cuerpo animal a la morfología humana. Comentamos los más importantes y señeros.

a) Bipedismo

Como se decía en mi época de escolar el hombre es el único bípedo implume. Y en efecto, esta característica es esencial en el proceso de encefalización. Si no fuéramos bípedos no se podría haber desarrollado un cerebro altamente indiferenciado y con capacidad de complejidad, lenguaje, abstracción, etc.

Los primates aparecieron hace aproximadamente 50-60 millones de años, después de la extinción de los dinosaurios, los grandes reptiles, suceso que aconteció con una gran rapidez hace unos 65 millones de años, y que dio lugar a la explosión de los mamíferos.

Australopithecus
Antecesor del género homo
Reproducción de Lucy que se encuentra en el Museo de Ciencias Naturales de Houston. Imagen 1

Los australopithecus, antecesores del género homo, surgieron hace aproximadamente 6-7 millones de años. Lucy, es el más famoso esqueleto del género, encontrado en 1974 por los paleoantropólogos Johanson y Gray en el desierto de Afar, en Etiopía. Se trataba de una hembra joven de un homínido diferente a los hallados hasta entonces. Era un ejemplar que contenía intacto cerca del 40% del esqueleto[1].

Hoy sabemos que el primer homínido fue bastante anterior a Lucy, ya que nuestro linaje se habría separado de los póngidos entre 6 y 7 millones de años, mientras que el esqueleto de Lucy se ha datado en unos 3,2 millones de años. Lucy pertenece a la especie australopithecus afarensis, cuyo nombre se debe precisamente a la zona en la que se halló, el desierto de Afar. Se trataban de individuos pequeños que medían entre 1,10 y 1,30 metros, de brazos largos, cerebro pequeño, y una morfología de la cadera que indica que ya eran bípedos pero también tenían la capacidad de trepar, algo que hacían habitualmente.

Homo habilis

Previamente, el matrimonio Leakey había hecho algunos hallazgos que los lanzaron a la fama internacional. Estos antropólogos hallaron en Olduvai (Tanzania), restos óseos de Australopithecus hasta dar con el homo habilis en 1964. Los homínidos de los Leakey no sólo empujaron hacia atrás, en más de un millón de años, el nacimiento del género homo, sino que las dataciones de sus restos, más antiguos que los asiáticos, convencieron a la corriente científica principal de que la cuna de la humanidad era africana[2].

Características del homo habilis

El proceso de bipedismo permitía abandonar la selva cerrada, donde permanecían los primates, para adentrarse en las sabanas, donde corrían un mayor peligro debido a los depredadores, como los grandes felinos. Pero ese bipedismo también libraba las manos que ya no eran necesarias para caminar, y que quedaban libres para empuñar elementos defensivos y agresivos.

La industria lítica hallada en las excavaciones de homo habilis indican que poseían capacidad de utilizar lascas de piedra para defensa, así como para la caza y la destrucción de los huesos de los grandes mamíferos lo que les permitía succionar la médula ósea de gran riqueza proteínica.

Homo erectus
Descubrimiento del fuego

Otro hallazgo importante del género homo, que los diferencia del australopithecus, es el hallazgo del fuego. Se han encontrado restos en asentamientos del homo erectus, de hace casi un millón de años. No parece que su antecesor, el homo habilis, lo hubiera usado, ya que las excavaciones efectuadas no permiten su confirmación. En Europa está documentado no solamente el uso sino su mantenimiento desde hace 400.000 años[3]

Nidícolas y nidífugos

Con el fuego, el homo erectus podía estar a salvo de las fieras y proteger con más seguridad a sus crías, que necesitaban protección, pues el hombre es un ser nidícola: somos dependientes durante un largo tiempo de los cuidados de los progenitores, porque nacemos con un sistema nervioso poco desarrollado. No somos autónomos hasta pasados varios años y no podemos caminar durante un buen tiempo. Necesitamos resguardo, alimento, calor, etc.

Adolf Portman (1897-1982). Imagen 2

Adolf Portman (zoólogo suizo)[4] en los años 40 del pasado siglo nos clasifica como nidícolas secundarios y, a la vez, nidífugos desvalidos. Según él, esta clasificación se caracteriza por la dependencia extrema, como los nidícolas, combinada con características de los nidífugos, con un alumbramiento prematuro, necesario para poder pasar por al canal del parto, ya que al ser bípedo es mucho más estrecho que el de otros animales.

Nuestra cabeza, cuando somos fetos, es mayor que la de cualquier animal comparativamente hablando. Y además, el cerebro no está finalizado óseamente, sino formado por cartílago, con el fin de permitir el crecimiento del mismo, lo que nos hace especialmente vulnerables. O dicho de otro modo, deberíamos nacer tras 23 meses de gestación.

Ya decía Tomás de Aquino que el hombre después del nacimiento es cuidado por la familia, como útero espiritual (STh. II-II, q.10, a.12 c). Sin embargo, este hecho es muy favorable para el decisivo y precoz contacto del infante, primero con su madre, y luego con el resto de su entorno, en una estrecha relación intergeneracional, para un mejor desarrollo cultural.

Homo heidelbergensis

A medida que homo erectus avanzaba en su devenir, aparecen, casi a la vez, otros géneros ¿o subtipos? de homo. Nos vamos a centrar en homo heidelbergensis que, según la teoría actual, posiblemente sea el ancestro tanto del homo neanderthalensis como del homo sapiens, nuestro linaje, única especia de homo que sobrevive en la actualidad.

H. heidelbergensis aparece aproximadamente hace 600.000 años; y se extinguió hace 200.000 años. En la sima de los huesos (Atapuerca; Burgos) se han encontrado numerosos restos. Su origen está en África. Y posiblemente pertenezca a la misma especie que el h. rhodesiensis (hallado en la antigua Rhodesia, hoy llamada Zimbabue). Como suele suceder, hay diferentes posturas al respecto. En cualquier caso, posee rasgos comunes con h. ergaster y h. antecessor. Y a su vez, presenta numerosas similitudes con el h. denisoviensis. En realidad, estamos en una encrucijada que, como se ha comentado al principio, es de suma complejidad. Todo parece indicar que de ese espécimen del género homo, han de nacer dos estirpes que van a ser en cierta medida coetáneas: h. neanderthalensis y h. sapiens (nosotros).

b) Inespecialización

El homo sapiens no teme al fuego
El hombre es el único animal que no teme al fuego. Imagen 3

Como ya demostrara Arnold Gehlen[5] (1904-1976), el ser humano tiene evidentes carencias biológicas (inespecialización): su anatomía es bastante primitiva y los instintos están indeterminados, al contrario que en el resto de los animales que actúan siempre del mismo modo: abejas, ovejas, perros, gatos, leopardos, hormigas, etc., pues tienen un cuerpo especializado para hacer siempre lo mismo. Si el medio cambia tienen que adaptarse o desaparecer sin remedio.

El hombre, y evolutivamente todo el género homo, no se adapta morfológicamente al medio, sino que adapta el medio a sus necesidades: lo transforma. Gracias a la técnica, a las conexiones cerebro-manos, puede crear instrumentos: la mano es instrumento de instrumentos. La mano no está determinada a hacer una sola cosa. El instinto va siendo dejado a un lado. Es notable que el género homo no tiene miedo al fuego. Mientras que instintivamente todo animal huye del fuego, el homo primitivo cultiva el fuego, lo mantiene; y con el fuego va haciendo cosas, lo instrumentaliza.

El proceso evolutivo que llamamos hominización no es una adaptación del cuerpo sino precisamente el proceso contrario: una indeterminación que permite la técnica, que permite el trabajo. El organismo humano está hecho para trabajar, destinado a hacer. Y eso no sólo en el caso del homo sapiens, también el erectus y el habilis trabajan o desaparecen. Todo el género homo tiene el carácter de faber.

Características de la morfología humana

Si comparamos la morfología humana con la de cualquier mamífero, lo primero que resalta, lo más sencillo de aprehender, es que se trata de un ser inadaptado, un extraño en su propio mundo. Sin abundar en muchos detalles, presenta una apariencia externa curiosa. Es indefenso, pues sus sentidos  apenas son aptos para sobrevivir si tuviera que “luchar” en la naturaleza: se habría extinguido hace mucho, o quizá ni hubiera aparecido, porque es torpe para casi todo (velocidad, natación, reptación, ascensión etc.). Su delicada piel necesita cubrirse para no pasar frío y morir de hipotermia. Es bípedo, y eso comporta poseer un estómago reducido y la necesidad de comer frecuentemente. Tiene unos lóbulos cerebrales frontales que permiten un desarrollo muy particular de las extremidades delanteras totalmente inadaptadas (las manos, que son el primer vehículo de expresión y de aprehensión).

Tiene una niñez sumamente larga en comparación con cualquier otro animal. Se ríe, cosa única en el género animal, se ruboriza, es intimista, su fonación es muy particular pues le permite hablar. Y sobre todo, es amigo: no sabe vivir sin amigos, por eso la sexualidad se da cara a cara, cosa también única en el mundo animal. En fin, se podría proseguir arguyendo en esta dirección, pero basta para mostrar la singularidad específica del hombre.

Una característica especial, como ya describiera Louis Bolk[6] es la  neotenia del ser humano: el niño se parece mucho al adulto, apenas cambia de caracteres faciales; al contrario que en el mundo de los primates, en el que el adulto adquiere rasgos de ferocidad que no posee en las primeras fases de su infancia.

Una última consideración antes de pasar a la humanización es la apertura al mundo. La técnica forma parte de nuestra constitución somática. Nuestro cuerpo no está cerrado morfológicamente, sino que está abierto para el trabajo técnico, y, por tanto, a posibilidades inéditas no inscritas en su ADN. El gran cambio en la evolución se produce cuando el animal, en lugar de adaptarse al ambiente, comienza a cambiar el ambiente. Es el proceso de hominización.

 

2. Humanización: del género homo a homo sapiens

Llamamos humanización al cambio cualitativo del género homo que comienza cuando aparece la libertad en el hombre y con ella la inteligencia y la posibilidad de amar.

Rasgos de humanización: dimensión del cráneo, aparato fónico, relación con el entorno

Siguiendo a diversos autores, podemos decir que:

Evolutivamente este proceso se puede estudiar considerando la morfología del género homo. Para ello se usa la capacidad craneal o EQ (Coeficiente masa encefálica-soma). En el chimpancé (pan troglodytes) es 2; en homo erectus es 4; en homo sapiens es 7,2. Hay por tanto una relación causal entre el EQ y la progresión hacia la especie sapiens. Lo cual no es ningún descubrimiento, sino la constatación de un hecho.

Adolf Portmann[7] nos hace considerar que la orientación física del ser humano a lo espiritual consiste en la adaptación del aparato fónico al lenguaje: ya no se trata de emitir sonidos, de ulular, sino de poseer un verdadero aparato fónico (voz y lenguaje) que proporciona relación y cultura. Es la apertura del hombre al exterior, al ser de las cosas, así como también destinado al espíritu.

Por su parte, Helmuth Plessner[8] (1892-1985) nos indica que el ser humano es un ser excéntrico: el hombre es el único animal con capacidad de distanciarse tanto de sí mismo como de las cosas; y verse desde fuera. No está condicionado por el medio ambiente, sino que despliega su capacidad de verse en ese medio ambiente, y también la posibilidad de verse en el futuro en otro ambiente.

Konrad Lorenz[9] (1903-1989) señala otro rasgo de la humanización: la conducta curiosa y de aprendizaje. Rasgo dominante y más esencial del comportamiento curioso en el hombre es su relación directa al objeto como tal: no sólo como algo instintivo. Esto lleva a la elaboración activa de un contorno propio, constituido por objetos. Y esto es algo notoriamente privativo del hombre.

Monogamia y cuidado de los recién nacidos

Otro factor que finaliza en la humanización, como progreso hacia nuestra especie, es la de la monogamia [10] y la posterior distribución del trabajo. La monogamia es una exigencia del hecho de la humanización. Para poder ser bípedo y que el cerebro pueda crecer –como ya hemos comentado- es necesario que el alumbramiento sea muy temprano, de modo que el bebé requiere un cuidado primoroso, también en cantidad de tiempo.

El bebé del homo sapiens es distinto al de los primates
Mono con su cría. Imagen 4

A diferencia del infante de cualquier primate, que puede prenderse de la madre, mientras ésta busca alimento, el bebé humano nace con una dependencia total: no puede asirse a la madre. Es más, por su inconsistencia en el desarrollo del cerebro y tener que ser alumbrado antes del tiempo, todavía no tiene formados los huesos del cerebro. Esto hace que cualquier tropiezo de ésta, pueda producir en el bebé lesiones cerebrales irreversibles, ya que a diferencia del bebé del primate, el humano no posee huesos duros en su cabeza (sólo tiene cartílago, que se irá transformando en hueso con el tiempo). Esto hace que la hembra quede al cuidado de los vástagos, en lugar reservado y libre de los depredadores.

A su vez, caso único en la especie humana, la hembra siempre permanece en celo, pero precisamente por eso, la biología la ha dotado de una capacidad de esconderlo (si no, cualquier macho la desearía). Pero esto tiene la ventaja de que, de facto, el macho pueda aparearse sin necesidad de tener que ir en búsqueda de hembras en celo.

Trabajo, socialización y dependencia

Esta singularidad de la humanización crea unos lazos que han de permanecer largamente trenzados, que son extremadamente fuertes: se origina así la dependencia y la socialización a través de la monogamia y la familia, lo que origina la posibilidad de la transmisión de la cultura: el cese de la horda y la promiscuidad a favor de la familia. En ésta, todos son dependientes: el macho está encargado de la provisión de alimentos (cazador y recolector) y la hembra sostiene a su vez a la prole, con tareas también de recolección.

De tal forma que se da un subsiguiente paso: la humanización, que consiste, en un primer estadio, en una relación de dependencia singular e intergeneracional. El vulnerable siempre será mantenido por el núcleo familiar: el infante, durante su período de crecimiento, extremadamente largo en el hombre; y los progenitores, una vez ancianos, por los hijos cuando éstos llegan a la madurez. Nadie queda dejado a su suerte. Es responsabilidad del grupo. Despierta en su conciencia que el otro no es sólo una parte del propio mundo, sino que, además, soy parte del mundo del otro.

Contrasta lo descrito anteriormente con las agudas observaciones de los primatólogos. Por ejemplo, Jane Goodall –reafirmado más recientemente por Joseph Feldblum- puso de manifiesto cómo los chimpancés viven en un rígido patriarcado y cómo el macho dominante, a veces, mata las crías de su nueva hembra. A su vez no hay dependencia: el individuo incapaz, vulnerado, queda desprotegido del grupo, es dejado, abandonado a su suerte.

Inteligencia, lenguaje, simbolismo y abstracción

La aparición de la inteligencia es, sin lugar a dudas, el cambio cualitativo del animal al hombre, porque entonces la humanidad va más allá de la evolución biológica. El homo sapiens lleva a su última posibilidad la característica de no adaptarse al ambiente, y la supera: es dueño del ambiente. La inteligencia es un poseer, como advierte Leonardo Polo[11].

Un factor también clave de humanización es el sistema fónico y la capacidad para el lenguaje simbólico y abstracto de los humanos. La estructura anatómica del sistema fónico humano es única en la naturaleza. Permite una señalización especial: el lenguaje y la cultura. Los animales poseen, especialmente los mamíferos superiores, un sistema de signos para reverenciarse mutuamente: avisar de un peligro, manifestar una preponderancia o satisfacción, un sistema de búsqueda de alimento en grupo, etc. a veces, son relativamente complejos. Sin embargo, no son capaces de comunicarse conceptos y, en consecuencia, no existe cultura, ni transmisión de saberes; ni técnica, ni arte, etc.

El simbolismo y la abstracción son exclusivos del ser humano; y, por tanto, hay innovación transmisible. Ejemplos son el uso de la jabalina, del arco y flecha, la invención de la rueda, etc. Y como esos instrumentos no están determinados en la naturaleza, como no están incrustados en el automatismo neuronal, para «acordarse» de ellos, para poder transmitirlos a las generaciones siguientes, hay que «conocerlos».

La pintura

Una cuestión más filosófica que biológica es señalar cuándo aparece la inteligencia humana. Estudiando nuestra especie, podemos remontarnos a un centenar de miles de años o poco más allá. La clave está en determinar cuándo se producen dos estadios que pueden conservarse y que manifiestan la apertura trascendente del hombre: la pintura rupestre y el enterramiento; y que ponen de manifiesto, ya sin ningún género de dudas, que estamos ante un humano semejante a nosotros; que si viviera hoy se comportaría exactamente igual a nosotros.

Pintura rupestre. Imagen 5

El uso de la pintura está indicando un aspecto espiritual que es característica esencial del hombre: que hace cosas que no sirven para nada, que solo señalan su estado emocional y/o relacional y que es un signo simbólico. Estamos pues ante un lenguaje humano y, por tanto, abstracto, que nos invita a reconocer en sus componentes el factor espiritual o racional. Los últimos descubrimientos señalan una antigüedad de 44.000 años en las pinturas de una cueva indonesia, según arqueólogos liderados por la Universidad de Griffit, en el año 2019[12]. Hay que decir que la pintura rupestre tiene sus enemigos: la humedad, los hongos y bacterias que deshacen lo hecho.

El enterramiento de los muertos

El segundo aspecto mencionado, el enterramiento de los muertos, nos sitúan ante algo que es exclusivo del homo sapiens. Ya no se trata de cuidar a los más vulnerables del clan o de la tribu, sino de prestar un último servicio del todo inservible a los que ya no sirven para nada: los difuntos. Enterrarlos supone oficiar un ceremonial que indica que esos individuos tienen una visión trascendente, lo que es señal de una visión espiritual del mundo y de sí mismos, que consideran la eternidad. Es la religiosidad que sobresale sobre el resto de los animales con el consiguiente culto a los antepasados.

De tal forma es así, que sólo cuando se encuentran estos elementos estamos propiamente hablando de la existencia de humanidad. Los enterramientos más antiguos datados son los hallados, hasta el momento, por la investigadora gallega María Martinón que evidencia un enterramiento de homo sapiens hace 78.000 años, en la cueva de Panga ya Saidi (Kenia),

Es el momento mágico de la aparición de la inteligencia humana, espiritual, inmaterial, que marca el inicio del proceso de humanización en el que siempre estaremos embarcados, porque nunca estará concluido, y que consiste en el logro de la especie humana de aquellas características exclusivas del homo sapiens, que son de tipo racional y cultural. Hay rasgos en el ser humano que no son meramente corpóreos, aunque estén muy vinculados al cuerpo.

Racionalidad

Con los datos que nos proporciona la ciencia genética moderna, y teniendo en cuenta que el ser humano es el único animal que sabe que va a morir, podríamos indiciar cuándo el ser humano es un ser personal que se diferencia del animal. El materialismo no tiene una explicación sólida: dirá que es más de lo mismo, cuantitativamente hablando; pero eso no responde a la pregunta fundamental: ¿cuándo fui humano?

Hay una respuesta que me causó “sensación” a mi mente biológica y es la que reporta Robert Spaemann[13] cuando indica que lo constitutivo del ser humano, es dado ya genéticamente como dotación que incluye la razón. Esta argumentación me parece prodigiosa para desmontar las tesis de quienes sostienen que, mientras no se dé la racionalidad aquí y ahora, no hay vida humana; y por tanto, pongamos por caso, el embrión, carente de esa racionalidad actualizada es algo, alguna cosa, lo que implicaría que simplemente no es.

Cuando decimos “yo nací tal día” –y vaya si celebramos los cumples-, “yo” no significa algo que comenzara cuando he dicho “yo”, sino que la vida humana, a la que nos referimos diciendo “yo” precede, es anterior, a toda posibilidad de decir “yo”, es decir, de consciencia de mi propia racionalidad. Hay que invertir el pienso luego existo cartesiano, por el de existo luego pienso.

Interioridad

Dicho de otra forma, si, como ha demostrado la moderna genética, tenemos una enorme similitud con todos los vivientes que, en el caso del chimpancé llega al 98,8 % funcional del genoma, ¿por qué solamente el hombre es racional? Esto es lo maravilloso y lo inexplicable en clave evolutiva: el hombre tiene una facultad única y exclusiva: reino hominal que requiere una biología vitalista, multisistémica, no sólo analítica. La biología sencillamente no puede explicar al ser humano, porque a fin de cuentas la racionalidad -o espiritualidad, que es lo mismo- no se puede ver con un microscopio o detectar en un laboratorio.

Ya los clásicos decían que el hombre es el único animal curvatio in seipsum (San Agustín): es capaz de adentrarse en su intimidad, introducirse en sí mismo, tener vida interior propia, reflexionar sobre sí mismo. Esta observación lleva a R. Spaemann a afirmar que si sólo nos apoyamos en los instintos no hay fundamento en contra del homicidio sin dolor: por ejemplo, la de un hombre sin parientes que echen en falta su existencia, pues dejando de existir quien pierde la vida, es decir, desapareciendo el único ser para el que la vida que se le arrebata tiene valor, no parece quedar nadie que pierda algo con su muerte… Éste es ciertamente el verdadero fundamento por el que la eutanasia y el aborto son propagados casi exclusivamente por materialistas. Horkheimer y Adorno escribieron que contra el asesinato no existe: a fin de cuentas no es más que un argumento de carácter religioso[14].

Recién nacido. Imagen 6

 

Spaemann sitúa la cuestión más allá  afirmando que quien ama a una persona, quien traba amistad con ella no puede dudar al mismo tiempo de su realidad. Ha de tener su vida por irreductible, pues si dudase de su realidad no sólo pondría entre paréntesis la realidad de la amistad -del amor- sino que quedaría destruida en el acto. No sin razón Julián Marías[15] afirmó en reiteradas ocasiones que la aceptación social del aborto es una de las peores tragedias de nuestra época, porque es la ruina de la civilización basada en la benevolencia hacia el prójimo, aniquilando en su misma raíz -la familia- el núcleo de la verdadera convivencia humana que no puede ser otro que el amor desinteresado de unos por otros.

 

 

3. Dos cuestiones interesantes 

a) Pasado genético de nuestra especie

Pero para saber cuándo se produce la humanización, además de comprobar las manifestaciones artísticas o la liturgia de los difuntos, podemos observar el pasado genético de nuestra especie, en dos aspectos interesantes.

Primer hombre o Adán Y

Como se sabe, disponemos de un par de cromosomas, de los 23 pares del ser humano, que son XY y que corresponden a los cromosomas sexuales. Sabemos que el cromosoma Y solo lo transmite el macho. Por tanto, estudiando la secuenciación y variabilidad de mutación de ese cromosoma, podemos ascender hasta el llamado, por los científicos genetistas evolutivos, como Adán Y.

El Adán cromosómico-Y sería el varón del cual descienden todos los cromosomas Y de los varones, que determinan el sexo masculino. Un primer estudio biológico realizado por la Universidad de Stanford en 2003 calculó que un antepasado o grupo de antepasados masculinos comunes a todos los humanos actuales vivió en África hace unos 40.000 a 50.000 años. Sin embargo, estudios posteriores (2011) y más actuales, datan al Adán Y en unos 142.000[16] años de antigüedad.

Primera mujer o Eva mitocondrial

También sabemos que las mitocondrias, orgánulos celulares encargados de suministrar energía a la célula mediante la formación de ATP, contienen ellos mismos el ADN y ARN necesarios para su duplicación. Y que tales orgánulos, habitualmente los transmite solo la hembra en su óvulo. El espermatozoide necesario para su fecundación, normalmente no transmite esos orgánulos, sino solo el material genético del núcleo que se fundirá, a su vez, con el núcleo del ovocito para dar lugar al embrión. Por tanto, estudiando la tasa de mutabilidad y ascendiendo en el tiempo (reloj biológico), podríamos llegar a lo que se conoce como Eva mitocondrial. Al seguir la línea genealógica por vía materna de una muestra significativa de la humanidad actual, podríamos ascender hasta llegar a la Eva mitocondrial, que correspondería a un único antepasado femenino de la cual desciende toda la población actual de seres humanos.

Conclusión del estudio genético

Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias de diferentes regiones sugiere que todas las secuencias de este ADN tienen envoltura molecular en una secuencia ancestral común. Asumiendo que el genoma mitocondrial sólo se puede obtener de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los seres humanos tienen una ascendente femenina común por vía puramente materna, y que la cifra de esos estudios arroja a este hecho hace unos  140.000 años.

Estas cifras hay que estimarlas con precaución, pues están, de hecho, sujetas a variaciones conforme avanzan los estudios moleculares, la variabilidad de mutación genética y otros factores que hacen esta cuestión todavía incierta por su complejidad.

En cualquier caso, tanto del cromosoma Y como de las mitocondrias, nos están ofreciendo cifras similares de alrededor de 140.000 años. Aunque algunos estudios más recientes, la sitúan un poco más allá de ese tiempo. Es una cuestión a investigar con más profundidad.

En cualquier caso, estos estudios extrapolados solo son indicadores: no hay nadie que haya estado allí para dar confirmación a nuestras hipótesis; pero éstas son lo suficientemente robustas para estimar aproximadamente la edad de homo sapiens en alrededor de 150.000 años.

b) Animales racionales

Lo aquí dicho, dejando de lado múltiples cuestiones, nos lleva a plantearnos que pertenecer al mundo animal no es ninguna mancha para nosotros, sino todo lo contrario: como ya dijera Aristóteles somos animales racionales y, en este sentido, viene bien acabar con un texto de Christopher Derrick de su libro La creación delicada:

C. Derrick. La creación delicada. Imagen 7

En este sentido quizá podamos considerar la revolución darwiniana, del siglo XIX como una oportunidad perdida. Era, entre otras cosas, una reafirmación de nuestra continuidad con el mundo animal y, por consiguiente, también con los mundos vegetal y mineral: se nos insistió no sin vehemencia en que de hecho éramos simios promocionados. Sin duda, había en ello una lección que aprender. Si Darwin nos hubiera hecho sentir que efectivamente los animales, las plantas… eran nuestros más próximos parientes, probablemente nuestra alienación se podría haber aliviado. Incluso, con anterioridad podríamos haber notado que hay una seria amenaza de auto-destrucción implícita en la idea misma de la conquista de la naturaleza por el hombre. Pero, en la práctica, el pensamiento evolucionista –con su énfasis en el aspecto procesual- parece haber tenido el efecto contrario: el mensaje recibido no fue tanto nuestra unidad y continuidad con la naturaleza, sino más bien el hecho de que la hemos dejado atrás, moviéndonos hacia esa extraña soledad que tanto nos cuesta soportar ahora. [17]

 

 

NOTAS 

[1] D. Johanson – M.  Edey (1982). El primer antepasado del hombre. Barcelona: Planeta 

[2] R. Leakey (2006). La formación de la Humanidad. Barcelona: El Aguazul

[3] W. Roebroeks y P. Villa. On the earliest evidence for habitual use of fire in Europe.  

[4] A. Portmann (1944). Biologische Fragmente zu einer Lehre vom Menschen. Basel: Benno Schwabe & Co, Basel.  (1956) Zoologie und das neue Bild des Menschen. Hamburg : Rowohlt

[5] A. Ghelen (1993). Antropología filosófica: Del encuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo. Barcelona: Paidós

[6] L. Bolk (2007). El Hombre Problema, retardación y neotenia. Cali: Universidad del Valle

[7] A. González-Jara (1972). «Sobre la antropología de Adolf Portmann», en Anuario Filosófico, 5, pág. 214.

[8] Helmuth Plessner ( 2010). Conditio humana. Berlin: Suhrkamp Verlag

[9] Lorenz Konrad (1987). Fundamentos de etología. Barcelona: Paidós 1987

[10] L. Polo, Leonardo (1996). Ética. Hacia una versión moderna de los temas clásicos. Madrid: Unión Editorial

[11] L. Polo, Leonardo (1996). Ética. Hacia una versión moderna de los temas clásicos. Madrid: Unión Editorial

[12] M. Aubert, R. Lebe, A.A. Oktaviana, et al. Earliest hunting scene in prehistoric art. Nature 576,442–445 (2019). https://doi.org/10.1038/s41586-019-1806-y . Consultado en Https://www.nature.com/articles/s41586-019-1806-y

[13] R. Spaemann (1987). Ética: Cuestiones fundamentales. Pamplona: Eunsa

[14] R. Spaemann (1991). Felicidad y benevolencia. Madrid: Rialp. 

[15] https://www.abc.es/opinion/abci-cuestion-aborto-200712210300-1641507752191_noticia.html

[16] Fulvio Cruciani et al (2011). A Revised Root for the Human Y Chromosomal Phylogenetic Tree: The Origin of Patrilineal Diversity in Africa, en American Journal of Human Genetics, 2011 Jun 10; 88(6): 814–818

[17] C. Derrick (1992). La creación delicada. Madrid: Encuentro

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Pedro López García
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Biólogo y Antropólogo. Junto con Ginés Marco Perles, autor del libro (2021) Manual de Antropología para andar por casa. Valencia:  Tirant lo Blanch

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