Del feminismo al género, y del género
al no-feminismo. Una premisa olvidada
1. Por qué el concepto “género” fue una herramienta importante para el pensamiento feminista
No son pocas las voces que se levantan a día de hoy para denunciar que el feminismo ha engullido el objeto de su defensa: la existencia de la mujer. El concepto “mujer” está hoy en jaque; tanto es así que otras tantas dicen que, en realidad, nunca hubo tal cosa. Es cierto que la palabra “mujer” aparece en la primera premisa de enunciados o en el preámbulo de nuevas acciones legislativas; sin embargo, las siguientes premisas y sus inferencias nos llevan de nuevo a la conclusión de que la mujer no existe como tal.
Para llegar hasta esta paradoja es necesario analizar las premisas secundarias, y éstas tienen que ver con una evolución concreta de la concepción del género en el seno del pensamiento feminista. A continuación, explicaré el primer momento de su evolución defendiendo una tesis concreta que, aunque suene lejana a su campo semántico, late con fuerza en el corazón de su visión: el funcionamiento “corporal” característico de la hembra de la especie humana es un obstáculo para ciertas empresas que por sistema se valoran sobremanera. ¿Qué tipo de empresas? La elevación a los altares del trabajo productivo.
Los conceptos de feminismo y de género

Empecemos por aproximarnos a lo que el pensamiento feminista y la teoría de género defienden. Definir al “feminismo” es un proyecto ambicioso hoy en día por las distintas variantes que existen. No obstante, podemos hacer una aproximación. El discurso feminista se caracteriza, en principio, por la búsqueda de lo que implica una completa justicia para las mujeres; con preguntas de esta índole:
¿Se ha privado a las mujeres de la igualdad de derechos? ¿Es que a las mujeres se les ha negado el mismo respeto por sus diferencias? ¿Se han ignorado y devaluado las experiencias de las mujeres? (Haslanger et al., 2017).
Respecto al concepto de género original, distinguía dos cosas: el sexo como realidad biológica básica y el género como el
conjunto de normas e ideales construidos socialmente que se asocian a cada sexo y que se interpretan erróneamente como naturales (Favale, 2021, p. 147).
Dentro del pensamiento feminista, la palabra “género” ha sido una herramienta necesaria para obtener ciertos logros. No creo que le faltara razón a este discurso primigenio al entender que:
En ocasiones, las diferencias entre los sexos se han entendido como diferencias de valor y se han traducido en roles rígidos y específicos para cada sexo, creando una jerarquía de superioridad e inferioridad a favor de los hombres. Sin el concepto de género como algo distinto del sexo, esas ideas sobre la mujer se naturalizan fácilmente y se consideran innatas e inevitables, en lugar de distorsiones de la cultura. (Favale, 2021, p. 149)
2. Soluciones a la encerrona existencial de las mujeres desde la Ilustración
Las distorsiones culturales que generaron en muchos casos una encerrona existencial para las mujeres de la Inglaterra y la Francia de ese momento –no hay más que leer a Jane Austen para darse cuenta –se vienen denunciando desde un potente escrito realizado en 1790 por Mary Wollstonecraft. Ella expuso persuasivamente en A Vindication of the Rights of Women que la mujer no sólo es un ser destinado al matrimonio –en ese caso, también los varones lo son–, sino que es una persona, y como tal, debe ser educada:
Si se acepta que las mujeres poseen un alma inmortal, deben tener, como tarea de sus vidas, un entendimiento que perfeccionar. Y cuando … se las incita … a olvidar su gran destino, se contraría a la naturaleza, o sólo nacieron para procrear y consumirse. (Wollstonecraft, capítulo IV)
Segunda ola del feminismo
Mientras que esta primera ola del feminismo se centró en denunciar esas distorsiones culturales que justificaban desigualdades educativas y jurídicas, el feminismo de la segunda ola con Simone de Beauvoir a la cabeza, añadió una diferencia cualitativa que cambió el rumbo del pensamiento feminista. Si lo femenino es igual a inferior entonces cabe deconstruir el condicionamiento que hace que la hembra humana sea “femenina”. Simone de Beauvoir no usó el concepto “género”, pero sí que esbozó la idea en una frase que se ha hecho famosa:
No se nace mujer, llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. (De Beauvoir, 1969, p. 13)[1]
Por tanto, para que no siga habiendo dominación de un sexo sobre otro la diferencia psicosexual no debe seguir sosteniéndose. Como decía de Beauvoir:
La disputa durará en tanto que hombres y mujeres no se consideren semejantes, es decir, mientras se perpetúe la feminidad como tal (1969, p. 532).
Tras leer la cita, cabe hacerse una pregunta: para que haya igualdad, ¿cuál es la diferencia que tiene que desaparecer? … ¡Exacto!
2.1. Razones para el rechazo a la maternidad
Para Simone de Beauvoir hay tres premisas que hacen a la hembra de la especie humana ser mujer, es decir, revestirse de feminidad: la pasividad, la coquetería y la maternidad. Respecto de la coquetería, denuncia la objetualización de la mujer no sólo por los varones, sino especialmente, como ya reclamó Wollstonecraft mucho antes, por ella misma. Es decir, es la mujer la que se entiende a sí misma como un objeto o como mera acompañante, adiestrada en las artes de la seducción y, además, se siente cómoda en esa posición porque prefiere los privilegios de la casta inferior.
Respecto de la pasividad, de Beauvoir se refiere a la ausencia de la acción o posibilidad de cambio en el mundo. Bajo mi punto de vista, esta premisa no se entiende si no se entra en la siguiente: el instinto maternal. Lo que pretendo defender aquí es que ambas están causalmente, unidas. No se puede actuar en el mundo cuando una está destinada a ser madre.[2] Para la autora, el instinto maternal es una vocación insuflada socialmente, cuyo comienzo empieza en la tierna edad, cuando se les pone a las niñas muñecas entre sus brazos, como su “alter ego”, y poder así completar su identidad, cosa que el varón, bajo supuestos roussonianos y freudianos, no necesita.

La maternidad es la causa de la asimetría sexual
Ciertamente, la definición del hombre y la mujer suele radicar en la asimetría generada por los potenciales roles reproductivos de cada sexo. Incluso cuando la mujer somete al varón a través del deseo sexual,
sólo se trata de una ilusión porque la verdadera asimetría no está en el deseo sino en la procreación (de Beauvoir, 2018, p. 788).
En lo que a la procreación se refiere, los mamíferos, también los mamíferos humanos, tenemos tareas distintas: empezando por el número total de producción de células sexuales, continuando por la predisposición genética que rodea a la hembra de la especie humana a gestar, dar a luz y criar –amamantar –y de la cual hemos venido todos, incluso los varones misóginos. Se trata de una tarea que seguirá siendo así hasta que los ensoñadores del mundo feliz produzcan un útero artificial que libere de tal asimetría o, más bien, permita controlar los nacimientos o lucrarse a base de fabricar niños, nunca se sabrá.
Asimetrías hay varias entre ambos sexos, pero ¿por qué la maternidad en concreto, lo más corporeizado, se considera como una vocación insuflada socialmente, o como una servidumbre de la que hay que liberarse? Esta pregunta encarna un supuesto que parece haber sido olvidado por los teóricos de la academia. Antes de llegar a él, veamos cómo describe de Beauvoir la preparación corporal de las niñas a la maternidad. Ésta, cuando asoma su potencialidad con la primera menstruación, “se le presenta como repugnante y humillante” (De Beauvoir, 1969, p. 58), cosa que a su vez transmiten las madres puesto que “ellas mismas sienten el horror de la servidumbre femenina” (Ibid.) o sienten “la equívoca maldición que pesa sobre ella(s)” (Ibíd., p. 48). ¿Por qué es la maternidad una maldición?
2.1.1. La premisa olvidada: el trabajo productivo
Lo que ocurre con respecto a las evaluaciones sobre la maternidad hace que ya empecemos a navegar por otros mares, puesto que se trata una crítica que ancla sus principios al nivel corporal, cuyas condiciones no son tan fácilmente manipulables. De Beauvoir también era una mujer de su tiempo, enormemente condicionada por las premisas del materialismo marxista, creía firmemente en lo que Marx defendía sobre el homo faber:
La producción [trabajo] constituye su vida genérica laboriosa. Mediante ella aparece la naturaleza como obra suya, como su realidad […] contemplándose a sí mismo en un mundo creado por él (Marx, 1975, pág. 82).
Marx odiaba la “labor”, es decir, las acciones destinadas a satisfacer nuestras necesidades de seres vivos, como son, utilizando su ejemplo, beber, comer y engendrar. Cualquier ser vivo, por tanto, que sea uno inmediatamente con su actividad vital, es un ser que “no se distingue de ella. Es ella» (Ibid.).
El trabajo productivo, en la teoría, generará condiciones en las que nos veamos liberados finalmente de la necesidad de la labor y la manutención vitales; y parece que llevaban razón a este respecto, como reza la famosa frase grabada en una de las puertas de Auschwitz, “El trabajo nos hará libres”[3] Ahora bien, teniendo estas premisas delante, la emancipación de la mujer, decía Engels,
(N)o se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante [a ella]. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna (…) (Engels, 2017, p. 88).
El homo faber de Marx y la naturaleza del cuerpo de la mujer
Resulta que ahora la industria es la estructura salvífica de la condición de esclavitud a la naturaleza a la que está sometida la hembra de la especie humana. O al menos es una parte.[4] Si el ideal antropológico de ser humano es el homo faber ideado por Marx, entonces las conclusiones de Beauvoir sobre la naturaleza del cuerpo de la mujer son bastante coherentes. Veamos:
Engendrar, amamantar no son actividades, son funciones naturales; no suponen ningún proyecto; por esta razón no sirven a la mujer para una afirmación altiva de su existencia; sufre pasivamente su destino biológico. Los trabajos domésticos a los que se consagra, porque son los únicos que se pueden conciliar con las cargas de la maternidad, la encierran en la repetición y en la inmanencia.; se reproduce día tras día de forma idéntica que se perpetúa casi sin cambios de siglo en siglo, no producen nada nuevo. El caso del hombre [varón] es radicalmente diferente; no alimenta al grupo como las abejas obreras mediante un simple proceso vital, sino mediante actos que trascienden su condición animal. (De Beauvoir, 2018, p. 121, énfasis mío)
Por eso dice ella que la mujer no actúa, no hace historia, o, lo que es lo mismo, no trasciende. Tras este panorama, se puede comprender ahora que para obtener reciprocidad del varón y de la sociedad, haya que negar muy especialmente la diferencia sexual que rodea a la maternidad. Según de Beauvoir, la mujer debe ser educada igual que un varón, se le debe tratar igual que un varón, puede practicar deporte o acceder a la libertad erótica igual que un varón.
La necesidad de la tecnología anticonceptiva para poder igualar al varón
Pero, pensemos, ¿en qué momento puede una mujer adulta dedicarse a la industria y al amor libre de la misma manera que sus compañeros varones? Sólo puede hacerse con la ayuda de la tecnología anticonceptiva –control natal y aborto –como de Beauvoir expone en la conclusión de El Segunda Sexo; aunque se olvidó mencionar la necesidad de las horas extra de otro tipo de mujeres trabajadoras que pasan sus horas en las guarderías o limpiando casas de otras mujeres que salen a trabajar. Esta tecnología permite separar la sexualidad de sus consecuencias para que una pueda ser trascendente, como los varones; para que una pueda ir a trabajar y hacer dinero, como los varones y para que le permita tener sexo cuando una quiera, como los varones –para ellos con más motivo porque se abre la barra libre. ¿Final de la historia?:
La autonomía se concibe de acuerdo con los parámetros masculinos, y se espera que las mujeres usen medios químicos y quirúrgicos invasivos para ajustar sus cuerpos a ese ideal (Favale, 2021, p.77).
2.1.2. Sobre el feminismo igualitarista: su cosmovisión perpetúa el error
El cuerpo de la mujer ha perdido su significado

Sólo la concepción anticonceptiva, valga la paradoja, necesaria para que las mujeres actúen, permite abrir la puerta a otra premisa que introduce un cambio cualitativo en el pensamiento feminista. Con un cierto toque del existencialismo francés de Sartre, se trata de que nuestro propio cuerpo es un proyecto cuya significación es elegible. Una vez frenado el ciclo fértil, o interrumpida la anidación de un embrión, el cuerpo ha perdido su significado material y ya no nos dice nada.
Pero esta premisa teórica de una escuela francesa concreta puede tomar cuerpo justamente debido al argumento precedente en el que no parece que recabemos demasiado: la elevación a los altares al trabajo productivo como liberador de nuestra condición animal, ante el que los sacrificios que ofrecemos los devotos incluyen la manipulación de la fisiología del cuerpo de las sacerdotisas de su templo, que son las mujeres. Detener el ciclo fértil de las hembras humanas resulta ser la excusa perfecta para alejarnos de las necesidades físicas de una mujer embarazada, o de las necesidades nutricionales de una mujer en la etapa de la menopausia, de la supuesta tardanza en la cumbre de su carrera o de los cuerpos concretos, sometidos a necesidades materiales: todos pasamos hambre y sed.
El problema es que cuando una se queda en el “aspecto simbólico del discurso deja al pensamiento feminista sin acción política concreta” ya que “contiene sólo la más endeble de las conexiones con la situación real de las mujeres reales” (Nussbaum, 1999).
La mujer se convierte en objeto de consumo
Otra de las consecuencias se relaciona con el tipo de vínculos que entablamos actualmente en sociedad. Vivimos, nos movemos y tenemos nuestras citas en una sociedad contraceptiva, “donde nuestros indicadores sexuales visibles ya no gesticulan hacia una nueva vida, sino que indican el prospecto de un placer estéril”. Ahora ya “no importa si nuestros cuerpos son masculinos o femeninos; son, simplemente materia prima para copular anónimamente” (Favale, 2021, p.144), y usar de nosotros y de otros como queramos, porque también nos han insuflado la vocación al consumismo.
Puede que, a toro pasado, pensemos que sin esta revolución anticonceptiva no hubiera sido posible que las mujeres hubieran alcanzado el estatus que tienen ahora. Ahora bien, esto también ha llevado a pensadoras a preguntarse si las cosas no podrían haber sido de otra manera, y de hecho así fue, además de mostrar una de las incongruencias que a muchas defensoras de la mujer denunciantes del sexismo las lleva de cabeza. Como dice Favale:
Tiene razón en que lo que tradicionalmente es masculino ha sido valorado consistentemente más que lo que se asocia a lo femenino. Desafortunadamente, su cosmovisión perpetúa este error. (Ibíd., p. 71).
Las mujeres molestan
A modo de ilustración, usaré las palabras del Hipólito de Eurípides, un noble cazador que vivía solitario en los montes y que la diosa del amor decide castigar haciendo que la mujer actual de su padre, Fedra, se enamore de él:
HIPÓLITO: ¡Oh Zeus!, ¿por qué has hecho que vivan a la luz del sol ese falso metal para los hombres, las mujeres? Pues si querías propagar el linaje mortal, no debías haber contado para ello con las mujeres, sino que los mortales, depositando en los templos bronce o hierro, o una cantidad de oro, adquieran la simiente de hijos, cada cual según el valor de su ofrenda, y vivieran en casas, libres sin mujeres. (Eurípides, 617-625).
Los clásicos son tales porque, entre otras cosas, sus frases resuenan a día de hoy. Para los eugenistas estadounidenses resuena muy bien el hecho de tener hijos acorde al valor social de las personas, es decir, acorde a su renta –anteriormente era acorde a su genética. Por lo que en vez de “control natal”, tras la Segunda Guerra Mundial, cambiaron la palabra por “deseo del número de hijos” para que no sentara mal a nadie, y así lo difundieron, siempre por el bien de la humanidad, que, al parecer, coincide con el suyo como -entre comillas –herederos de una raza elegida.
Paradójicamente, esta frase también resuena en ciertas pensadoras feministas: la maldición de la reproducción pesa sobre nosotras. Las mujeres molestan por muchas razones, dejando aparte la supuesta sensiblería de la que son portadoras, ¿por qué no puede haber una tierra sólo llena de varones o de seres similares a ellos, es decir, libres, autónomos, productivos, fuertes y trascendentes?
3. Una respuesta alternativa: acoger la diferencia y ponerla en valor
Prevalencia de las actividades realizadas por el varón

En efecto, en la organización de nuestras sociedades modernas tuvo prevalencia la concepción del ser humano fuerte, “capaz de ir a una fábrica y entrar en el ejército”, como proponía “el modelo de salud de las ciencias médicas del siglo XIX con conciencia social” (Bauman, 2017, p. 35). Es decir, hubo una prevalencia de las actividades que habitualmente realizaba el varón, el cual debía estar trabajando productivamente más de 8 horas al día fuera de las cuatro paredes del hogar. El trabajo productivo ha conquistado la mayoría de la esfera del espacio público y no admite rival. No obstante, cabe preguntarse “por qué siempre obtuvo más peso el trabajo que se vende y que se compra, que tiene un valor y, por lo tanto, puede exigir una remuneración monetaria” (Ibid., p. 147). En este caso, especialmente para las mujeres,
quedarse fuera del mercado laboral, realizando tareas invendibles y no vendidas, significó, en el lenguaje de la ética del trabajo, estar desempleado (Ibid).
Esta pregunta cuestiona un sistema androcéntrico que no ha tomado en cuenta, no sólo que gran parte de las mujeres necesitan de otros tiempos y formatos, espacios sociales o cumbre de aportación a la vida pública, sino que también su prole necesita de los cuidados de ambos, padre y madre. A su vez, pone en valor lo que ha sido menospreciado y actúa en consecuencia, puesto que, de lo contrario,
la igualdad significaría el triunfo definitivo del paradigma masculino (Sendón de León).
Las pensadoras de la primera ola junto con el llamado feminismo de la diferencia tienen razón en esta reclamación. Por ejemplo, respecto a la ya mentada Wollstonecraft, una de las ideas que vertebra su obra es: “si la sociedad estuviera organizada de otra manera…” Justamente dice esto cuando cita a Lord Bacon, el visionario de la ciencia experimental, diciendo lo siguiente:
El que ha mujer e hijos ha dado rehenes a la fortuna [al azar, a lo que no se controla]; porque son impedimentos para las grandes empresas, tanto de virtud como de malicia. Ciertamente, las mejores obras, y las de mayor mérito para el público, han provenido de los hombres solteros y sin hijos. (Wollstonecraft, capítulo IV).
De nuevo, vemos en Bacon a un Hipólito moderno. Pero ella no tenía como objetivo generar una horda de hombres y mujeres solteros casi-iguales cuya capacidad productiva contribuyera a un progreso hacia ningún lugar. Es más, las obligaciones para con la familia son necesarias para el famoso progreso humano:
Para organizar una familia, para educar a los hijos, se requiere de modo especial, entendimiento, en un sentido sencillo: fortaleza de cuerpo y alma (Ibíd., capítulo IV).
Tener entendimiento y cumplir con las obligaciones civiles y familiares, cosa que implica disciplina de la voluntad y la virtud de la castidad (sí, castidad), son las dos soluciones que pone a la voluptuosidad, a los amores promiscuos y a la perversidad de los hábitos de su tiempo.
Quizá con esto, las mujeres no serían las esclavas satisfechas de la lujuria ocasional (Ibíd., capítulo VIII).
No, la mujer no es un estorbo. De hecho,
hasta que no se eduque a las mujeres de modo más racional,[5] el progreso de la virtud humana y el perfeccionamiento del conocimiento recibirán frenos continuos (Ibid., capítulo III).
Una respuesta alternativa
Por tanto, tenemos una alternativa al igualitarismo de la segunda ola y una alternativa a la herramienta del “género”. En primer lugar, pasa por ser conscientes de la admiración de algunas feministas a la misoginia intelectual de los ensoñadores del trabajo productivo para quienes todo lo que no sea productivo pasa a pertenecer a los bajos estratos de la humanidad.
Suena duro decirlo, pero bajo estos supuestos, nacer en un cuerpo sexuado de mujer –hembra – puede suponer una maldición y, por tanto, parte de la solución radica en anular lo que atañe al ciclo de la fertilidad para adaptarse a lo que es mejor: ser y actuar como varón. Aquí, una mujer sólo puede navegar en un mundo que exige propiedad y autoría de sí misma castrándose (Harrington, 2023); quizá porque la naturaleza se haya equivocado y nosotros, que sabemos más, ahora podemos controlarla, antes que entenderla, comprenderla y adaptarnos a sus ritmos.[6]
En segundo lugar, un cambio de paradigma exige un cambio de visión sobre la jerarquía de valores en el ideario personal y en el ideario social. ¿Es el trabajo productivo lo primero en la jerarquía de valores de nuestras vidas? En esta línea, reclamar el cuidado y el apego que todos necesitamos para crecer de un modo sano, no es una cuestión de un “eterno femenino”, ni de machismo cultural, eso sólo son etiquetas distractoras. Reclamar, argumentar y difundir la necesidad de un apego sano desde que somos pequeños, para lo que se necesita muchas horas de dedicación y atención, es una forma de rebelarse contra las creencias de tipo productivo que capitalizan nuestra mente.
Nota de la autora: Agradezco al Prof. José Vicente Bonet su revisión y los comentarios a una versión previa de este artículo.
Sugerimos la lectura de este otro artículo sobre la crisis de la masculinidad a partir del auge del feminismo.
Referencias
Bachiochi, E. (2024). Recuperar una visión perdida. Los derechos de las mujeres en Estados Unidos. EUNSA.
Bauman, Z. (2017). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa.
de Beauvoir, S. (1969). El segundo sexo. Ediciones Siglo XX.
de Beauvoir, S. (2018). El segundo sexo. Cátedra.
Engels, F. (1884/2017). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. www.marxists.org.
Eurípides. (2009). Hipólito. Alianza Editorial.
Favale, A. (2021). The Genesis of Gender. A Christian Theory. Ignatius Press
Harrington, M. (2023). Feminism against Progress. Regnery.
Haslanger, S.; Tuana, N. and O’Connor, P. (2017) «Topics in Feminism», in Edward N. Zalta (ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy <https://plato.stanford.edu/archives/fall2017/entries/feminism-topics/>.
Martínez-Mares, S. y Santón, J.E. (2019). El trabajo libera… ¿de qué? Dos reflexiones a propósito de Bauman. SCIO. Revista De Filosofía, 17, 25-53. https://doi.org/10.46583/scio_2019.17.511
Marx, K. (1975). Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Grijalbo.
Nussbaum, M. (1999). The Professor of Parody. The hip defeatism of Judith Butler. The New Republic. https://newrepublic.com/article/150687/professor-parody
Sendón de León, V. (s.f.). ¿Qué es el feminismo de la diferencia? http://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/purificacion_mayobre/feminismo.pdf.
Wollstonecraft, M. (s.f.). Vindicación de los derechos de la mujer. Freeditorial
NOTAS
[1] Usaré dos ediciones de la traducción de Simone de Beauvoir al castellano, debido a tipo de vocabulario empleado que me interesa destacar.
[2] En el caso de una predestinación única a la maternidad, también los varones tendrían una predestinación única a la paternidad. Pienso que el supuesto que late en esta concepción de Simone de Beauvoir es que la maternidad es una tarea a la que hay que dedicar mucho tiempo y, donde los hijos son responsabilidad sólo de la madre. En ese caso, naturalmente, una mujer no tiene la capacidad de acción siempre y cuando la vara de medir es la vara del varón, supuestamente libre de la responsabilidad de sus hijos. Ciertamente, la crianza, en ausencia del biberón, tal y como ha vivido sapiens desde su existencia, requiere mucho más a la madre con la lactancia.
[3] Una extensión de este argumento se encuentra en Martínez Mares, S. & Santón, J. E. (2019).
[4] Engels pensaba que el matrimonio comunal, aquella forma de amor que había antes de instituirse la propiedad privada, categoría que para él tiene un desarrollo histórico, liberaría a la mujer de la propiedad sobre ella generada por los lazos patriarcales. Esta forma de amor era compartida entre hombres y mujeres sin las restricciones del adulterio o del incesto (ambas son invenciones, dice el autor). Se trata de una premisa interesantísima que es también importante para la concepción del género en la actualidad, que toma protagonismo en la revolución de Mayo del 68, pero no lo podemos abordar aquí.
[5] Se refiere a que la corriente intelectual y popular de su contexto proponía que las mujeres perdieran fuerza física, resaltaran sus debilidades y se entrenaran en la coquetería y en la sensiblería del amor. Una formación racional tiene que ver con la formación del intelecto y la formación en virtudes.
[6] Una intervención química constante, o castración, en el ciclo natural y fértil de las hembras, no es inocua. Como alternativa, uno de los movimientos civiles que siguió la línea de Wollstonecraft, Alianza de mujeres por la templanza, reivindicaba la maternidad voluntaria, cuyo acento se pone en las virtudes de respeto y castidad, además de la disciplina de la voluntad. Wollstonecraft proponía la castidad como parte de la educación en virtudes, como hemos visto. Elizabeth Cady Stanton proponía lo que hoy se llamaría “reconocimiento de la fertilidad” y también la abstinencia sexual en períodos fértiles (Bachiochi, 2024). En otras palabras, no siempre se puede tener relaciones sexuales cuando a uno le viene en gana, fuera o dentro del matrimonio, aunque el Marqués de Sade y su seguidor, Aldous Huxley, así lo prediquen.
About the author

Sara Martínez Mares
Doctora en filosofía por la Universidad de Valencia. Profesora de Filosofía en la Universidad Católica de Valencia. Miembro de la Cátedra de la mujer de la UCV
Muy impactante, muchas gracias.
Engendrar, amamantar no son actividades, son funciones naturales; no suponen ningún proyecto; por esta razón no sirven a la mujer para una afirmación altiva de su existencia; sufre pasivamente su destino biológico. Los trabajos domésticos a los que se consagra, porque son los únicos que se pueden conciliar con las cargas de la maternidad, la encierran en la repetición y en la inmanencia.; se reproduce día tras día de forma idéntica que se perpetúa casi sin cambios de siglo en siglo, no producen nada nuevo. El caso del hombre [varón] es radicalmente diferente; no alimenta al grupo como las abejas obreras mediante un simple proceso vital, sino mediante actos que trascienden su condición animal. (De Beauvoir, 2018, p. 121, énfasis mío)
Este texto de Simone de Beauvoir me impacta muchísimo. Qué triste su visión de nuestra misión de madre y esposa… amamantar es una «actividad» tan intensa de conexión con el bebé… preparar un hogar acogedor y bello para la familia es tan importante…
Tambien dice mucho el hecho de hablar de la afirmación de su existencia propia como único horizonte… claro… qué pobre finalidad…
Yo soy madre de 6 hijos, y precisamente lo que da sentido y luz a mi vida es poder estar con mi marrido y mis hijos, preparar un entorno que les permite crecer y aprender …
Sí, la visión productivista y consumista del mundo y de la vida engendra una visión muy pobre y un horizonte muy oscuro para la mujer… palida y artificial copia del hombre…
Nos han vendido la moto… Y así nos va…
«Por eso dice ella que la mujer no actúa, no hace historia, o, lo que es lo mismo, no trasciende.» No puedo estar más en desacuerdo con esta afirmación de Beauvoir. Me considero profundamente feminista en su acepción clásica, digámoslo así, el feminismo entendido como la igualdad de derechos del hombre y la mujer. Gracias a ese feminismo, a la lucha de muchas mujeres valientes a lo largo de los siglos yo no he estado «condenada» a no salir del hogar, a la imposición de un matrimonio concertado y un largo etc., sino que he podido practicar deporte, ejercer mi derecho al voto, formarme, realizar estudios superiores, trabajar durante 20 años fuera de mi casa y tantas otras cosas que no caben aquí, que tienen su base en la libertad, en la capacidad de elegir.
Voluntariamente, hace poco, decidimos -decisión tomada conjuntamente con mi marido y con su pleno apoyo- dejar mi trabajo para dedicarme de forma plena a mi familia y, a pesar de la «humillación social silenciosa» de ser «ama de casa» veo que es el momento de mi vida en el que más trasciendo, sin lugar a dudas. Coincidiendo con lo que dice Joëlle en su comentario, qué pobre finalidad que tu horizonte no vaya más allá de ti misma. Porque ponerme al servicio de mi casa pasa por encima de mis deseos de éxito, de lo que la sociedad pone en valor, para TRASCENDER (*rae: Estar o ir más allá de algo) en función de la vida de otros que, a los ojos de una sociedad productivista y consumista, no vale nada y de esta manera puedo afirmar sin dudarlo que SÍ, hago historia. No haré Historia con «H» mayúscula, no seré recordada , sino que mi historia personal, la de mi marido y la de cada uno de mis 6 hijos cobra un valor completamente trascendente y sabe a eternidad, porque el valor de mi vida no se mide en función de cuántos euros entran en mi cuenta a final de cada mes, sino de cuánto he amado. Y la maternidad para mí, lejos de ser una esclavitud, un castigo de la naturaleza del que fuimos liberadas gracias a la los métodos anticonceptivos y el aborto (nótese la ironía), es un tesoro inmenso. Porque los hijos para mí no han sido un proyecto, planificado y medido, sino que han sido un regalo, que hemos recibido a veces con más alegría y sosiego y otras con más miedo y reparo, pero siempre acogiendo lo que sabíamos que Otro había pensado con dulzura para nosotros. Nadie se va a acordar de las albóndigas que he hecho esta mañana o de las tres lavadoras dobladas hoy y, no sin sufrimiento, pero para mí esa es la mayor de las trascendencias. No hay forma de devaluar más a la mujer que la ideología de género, que nos roba nuestra identidad, que rechaza nuestra feminidad y todo lo que nos diferencia del hombre.
«Reclamar, argumentar y difundir la necesidad de un apego sano desde que somos pequeños, para lo que se necesita muchas horas de dedicación y atención, es una forma de rebelarse contra las creencias de tipo productivo que capitalizan nuestra mente». Siempre he sido una chica un poco rebelde en cuanto a los clichés masculinos/femeninos y me doy cuenta de que, como dice la Dr. Martínez-Mares, es ahora cuando soy rebelde de verdad. A lo largo de los años y de hablar con muchas mujeres con creencias muy diferentes a las mías, me he dado cuenta el engaño tan profundo al que se nos ha llevado a las mujeres con este rechazo a la maternidad y, en el fondo, al Amor. Y muchas mujeres buscan una felicidad y una plenitud que nunca llega porque se han creído el engaño de que liberándonos de las cadenas de la maternidad para ponernos las argollas del trabajo remunerado nos sentiremos realizadas; que cortándonos las alas de lo intrínsecamente femenino, volaremos alto; despojándonos de nuestro géneros seremos «revestides» de libertad.
Gracias, Dr. Martínez, por un artículo profundo y valiente que invita a la sociedad a pararse y pensar, que falta nos hace.
La reflexión de la Doctora Mares nos aguijonea. Quizás porque ser mujer es un valor cualitativo, una mina de sabiduría y constancia y nos hemos dejado colonizar por unas ideas que hemos llegado a creer que eran nuestras. La situación actual del feminismo radical que vivimos no tiene resistencia porque la mujer cree que esos derechos, son ganancias y solo con superar al varón, estamos satisfechas. Pero qué es superar al hombre, dejar de ser mujer, «transmujerizarnos» y convertirnos en una fotocopia adulterada y elevada a la enésima potencia. No se trata de derechos, se trata de justicia y amor. Nuestra antropología femenina, no es una fantasía, es una realidad llena de verdad. Pero un cientificismo desbocado quiere adulterar nuestra naturaleza manchada de feminidad. El progreso nuevamente quiere sombrearnos. Esta vez con nuestra absoluta colaboración. El varón no tiene que dominarnos ni someternos. Gratuitamente somos nosotras las que estamos dispuestas a renunciar a ser el gran torrente de vida y habitarnos con fantasmas productivos. Capitanas de un ejercito que lucha civilmente contra nuestras vidas. La excelencia femenina se logra con la complementariedad del varón, ni más ni menos, sin pisotear y falsear la biología y la esencia del ser.