Los derechos de los niños y el acceso al entorno digital

Los derechos de los niños y el acceso al entorno digital
Niños en un entorno digital. Imagen 1

 

Buenas noticias para los niños

Este final del año 2024 está trayendo buenas noticias para los niños. Quizá no compartan ahora mi opinión, pero pienso que sí lo harán cuando lleguen a la edad adulta y conozcan todo el impacto que la tecnología digital ha supuesto para la salud mental y desarrollo integral de las generaciones Z y Alpha. De pronto, la preocupación por los clamorosos efectos negativos que la exposición descontrolada a las tecnologías digitales está causando entre este sector de la población ha escalado a los primeros puestos de la opinión pública y se empieza a hablar del asunto y, sobre todo, a tomar medidas en muchos países para tratar de mejorar la situación. Me voy a detener en tres que se han conocido en estos días.

Prohibición del acceso a redes sociales hasta los 16 años en Australia

La primera es de finales de noviembre, cuando el parlamento australiano aprobó una ley por la que prohíbe el acceso a redes sociales hasta los 16 años. La ley contó con el apoyo no solo del partido en el gobierno sino también de la oposición parlamentaria. Por el contrario, la Comisión Australiana de Derechos Humanos y un nutrido grupo de expertos han manifestado importantes reservas a esta iniciativa. La ley prevé un largo periodo de transición de más de un año hasta su completa implementación, entre otras razones por la enorme dificultad que entraña hacerla verdaderamente efectiva (Given, 2024).

Se puede debatir sobre si la iniciativa es eficaz o no; sobre si lesiona derechos de los niños (como sostiene la comisión australiana, en línea con el Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas) o, más bien, los hace posibles (Bellver, 2022); sobre si deja más desprotegidos a colectivos vulnerables o, al contrario, los protege. Ahora bien, lo que parece que no genera discusión, sino un amplio consenso, es la constatación del negativo impacto que ejercen en el desarrollo intelectual, neurológico, físico y social de los niños.

La palabra del año para la editorial Oxford University Press es brain rot

Sin duda, la noticia de mayor impacto mediático a nivel global será la elección de “brain rot” (que se puede traducir por podredumbre cerebral) como la palabra del año 2024 para la Oxford University Press, la editorial de la universidad inglesa que publica el Oxford English Dictionary. El “brain rot” es ese malestar y paulatino deterioro del estado mental o intelectual que sufre la persona como consecuencia del consumo excesivo de contenido online de baja calidad y poco o nada desafiante para la mente.

El famoso scroll (pasar vídeos de Tik-tok, Instragram o cualquier otra red social sin parar, sin buscar nada en particular y con el leve movimiento del dedo índice) no solo es una práctica universalmente extendida, sino que genera en todos los que la llevan a cabo un estado de vacío y desasosiego que no es nada positivo para nuestro bienestar mental y espiritual. Esta exposición la sufren las personas de todas las edades, pero tiene un impacto especialmente pernicioso entre los jóvenes, porque su cerebro todavía está en fase de desarrollo y esa actividad lo perjudica notablemente.

Recomendaciones a partir del informe del Ministerio de Juventud e Infancia

En tercer, y último lugar, mientras escribo estas líneas, el Consejo de Ministros ha recibido el informe que encargó el Ministerio de Juventud e Infancia a un comité de 50 expertos sobre los efectos de la exposición de los menores a los móviles. Las recomendaciones son claras y completamente contrarias a lo que se viene haciendo de forma generalizada en nuestra sociedad, y en las de todo el mundo. Establece el informe distintos niveles de acceso a la tecnología digital en función de la edad:

Acceso infantil al entorno digital
Niño usando un ordenador. Imagen 2

De 0 a 3 años, ningún acceso a pantallas.

De 3 a 6 años, acceso solo en casos excepcionales.

De 6 a 12 años, uso limitado de los dispositivos con acceso a Internet, y hacerlo siempre “bajo la supervisión de un adulto» y «con límites prefijados únicamente a contenidos adaptados a sus edades y capacidad». 

De 12 a 16 años (edad a la que la mayoría de menores dispone en la actualidad de un smartphone) proporcionar únicamente teléfonos analógicos y retrasar el smartphone lo más posible. En caso de que se entregue en esa franja de edad «instalar herramientas de control parental» que permitan evitar el acceso a contenidos inadecuados, así como «gestionar el tiempo de exposición».

El objetivo final de estas recomendaciones es garantizar «un acceso gradual, lo más seguro, respetuoso con sus derechos de privacidad e intimidad y educativo posible, y adaptado al nivel de madurez y capacidad progresiva».

La inquietud que se evidencia con la elección de “brain-rot” como palabra del año 2024, y que se concreta en recomendaciones como las que ha hecho el comité de expertos al gobierno de España o en leyes como la recién aprobada por Australia, no es una novedad. Desde hace tiempo, muchos expertos vienen levantando su voz para avisar la gravísima crisis de ansiedad que afecta a las generaciones Z y Alpha y que, a su parecer, está asociada al uso masivo y constante de la tecnología digital (Haidt, 2024). A continuación, me centro en describir el panorama actual, las actitudes de los padres, el impacto en la escuela, la controversia acerca de los derechos de los niños, y las posibilidades para un futuro tecnológico y humano.

 

El “arroyo” digital está contaminado y nuestros hijos beben en él

Hay un arroyo, del que todos estamos bebiendo y del que hemos estado dando de beber a nuestros hijos. Resulta que el arroyo está contaminado. Lo sabemos los profesionales de la salud. Los efectos negativos son una realidad que no podemos negar y que podemos atribuir al agua contaminada del arroyo. Sabemos además que la toxicidad de esa agua afecta en mayor medida a nuestros menores. A pesar de todo ello, existe el temor de que, si se dice a la población, los padres se sentirán culpables de haber dado a beber esa agua a sus hijos; y los niños se revolverán porque les gusta mucho beber en él, en parte por su poder adictivo (Villar, 2023, pp. 13-14).

Así arranca el libro de Francisco Villar, psicólogo clínico del Hospital Sant Joan de Deu, donde es coordinador del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor. El arroyo contaminado y perjudicial para la salud de los más jóvenes del que habla es el universo digital. Con este libro y sus intervenciones en los medios de comunicación desde 2023, el doctor Villar se ha convertido en uno de los referentes en España en el debate sobre el acceso a las pantallas por parte de los niños y jóvenes.

El significado de la contaminación del arroyo

En este libro se habla del mundo digital como un arroyo envenenado. Imagen 3

¿Por qué comienza con esa imagen, tan gráfica y contundente, del arroyo contaminado del que hemos dado a beber a nuestros hijos? Porque, en base a su experiencia clínica y a la evidencia científica más reciente, concluye que el impacto de la tecnología digital en los niños está siendo demoledor: dificulta tanto su desarrollo neuromotor como sus capacidades para relacionarse y gestionar las emociones; les impide la concentración por su potencial distractor; hurta tiempo a la vida familiar, erosionando el potencial protector que la familia tiene para los niños; es un factor de riesgo para muchas enfermedades; pone a su alcance y de forma permanente los contenidos más aberrantes (violencia, pornografía, información tóxica o errónea que induce a prácticas peligrosas, etc.); multiplica el efecto del acoso escolar al hacerlo posible las 24 horas del día; incita a una actividad sexual precoz y carente de sentido; etc.

Más allá de todos estos efectos letales para el desarrollo de los niños, lo peor de la tecnología digital es la adicción que genera y la complicidad con la que los padres y educadores participan en mantener ese estado de cosas. Villar, siguiendo con la metáfora, asegura que los niños se han acostumbrado a beber esa agua tóxica pero grata al paladar y sienten aversión por beber de las fuentes cristalinas y saludables porque les resulta insípida. Ante esta situación, ¿cómo reaccionan los padres y las escuelas?

 

 

 

Los padres y el acceso de los hijos al entorno digital

Entre los padres encontramos tres perfiles de respuesta ante la inmersión de sus hijos en el entorno digital: tecno-entusiasta, tecno-gregario, tecno-comprometido y tecno-resignado.

Los padres tecno-entusiastas

Tenemos, en primer lugar, a los tecno-entusiastas, convencidos de que el acceso precoz a la tecnología digital, aunque traiga consigo algunos efectos colaterales, es la mejor preparación para el futuro de sus hijos. Algo de razón llevan: si el mundo real va a perder casi todo su peso en la vida de las personas en favor del mundo digital, lo razonable es preparar a los niños para habitar ese entorno procurándoles las competencias adecuadas para ello.

Suena bien, mientras no caigamos en la cuenta de que preparar a nuestros hijos para el mundo digital probablemente no consiste en otra cosa que en convertirlos en “peleles digitales” (Martínez Otero, 2022, p. 62), es decir, en sujetos trasparentes ante las grandes tecnológicas para que configuren por completo su forma de vida, sin ser en absoluto conscientes de ello o aceptando gustosos esa forma de servidumbre digital voluntaria (La Boetie, 2018).

Crítica a este planteamiento

Salta a la vista que el acceso precoz y habitual de los niños al entorno digital dificulta máximamente el desarrollo de sus capacidades en la medida en que son provistas por las aplicaciones digitales. ¿Para qué desarrollar la memoria si tengo a mano cualquier información que pueda necesitar? ¿Para qué buscar el encuentro con los demás en el mundo real, con todas las dificultades que debemos aprender a superar, si podemos mantenernos en una comunicación sin límites ni compromisos en el mundo digital?

¿Para qué recurrir al consejo de personas que nos merezcan confianza si el entorno digital, más aún tras incorporar la IA generativa, nos puede asesorar sobre todo? ¿Para qué inventarse juegos con los que disfrutar con los demás, si la pantalla mágica nos provee constantemente de un entretenimiento irresistible? ¿Para qué aprender a leer si el dispositivo me lo que necesite o me guste? ¿Para qué familiarizarse con otras lenguas si el dispositivo nos brinda acceso a todos los textos y conversaciones en nuestra propia lengua?.

Parece que con la tecnología digital el niño llega antes y más lejos, y lo que se acaba consiguiendo es abortar el desarrollo de tantas capacidades que han hecho de nosotros lo que somos y que las nuevas generaciones no llegarán a disfrutar en la mayor parte de los casos (Desmurget, 2024).

Objeciones

Es cierto que esta crítica admite, al menos, dos objeciones. Primera, que el entorno digital no solo ejerce una función atrofiadora de las capacidades humanas, sino que muchas veces puede contribuir a su desarrollo e incluso a desarrollar otras nuevas. Siendo cierto, existen argumentos para defender que el desarrollo neurológico de los niños, y tantas capacidades vinculadas a él, es mucho más funcional cuando mantienen el contacto con el mundo físico y con las personas corporales, no pixeladas. Las ventajas para el desarrollo del niño del contacto con las pantallas son mucho menos relevantes que los riesgos que trae consigo ese contacto, siendo el más grave de todos ellos la obstrucción de su pleno y armónico desarrollo físico, psicológico, emocional y social (Villar, 2024). 

Segunda, a lo largo de su historia evolutiva los seres humanos han ido perdiendo y adquiriendo capacidades en función de las circunstancias en las que se desenvolvía su vida. Es cierto, pero también lo es que algunas de las que hoy está perdiendo el ser humano están más directamente asociadas con su capacidad de reflexionar y de ejercer la libertad, es decir, con aquellas en las que nos reconocemos como humanos. Esa involución está directamente relacionada con la progresiva desaparición de las categorías fundamentales que definen la vida humana: espacio, tiempo y corporalidad.

La sustitución del ser humano limitado, finito e interdependiente por el posthumano se prefigura con la experiencia inmersiva en el mundo digital. Ahora bien, lo que podría parecer una superación de la condición humana trae consigo, más bien, su completa anulación, al reducir al individuo a la condición de instrumento del universo digital. El posthumanismo es, en realidad, deshumanismo (Ballesteros, 2016).

 

Los padres tecno-gregarios

En segundo lugar, encontramos a los padres tecno-gregarios, que no se han parado a pensar sobre el impacto de la tecnología digital en el desarrollo de sus hijos, pero tienen claro que sus hijos han de hacer lo que haga la mayoría. La integración y el estatus social son el fin primordial de la educación, entienden, y una acción imprescindible para garantizar a sus hijos en la actualidad esos objetivos es montarlos sobre la ola digital dominante. Sin abrazar el entusiasmo de los anteriores, dan por hecho que nuestro futuro se definirá desde la tecnología digital, y que las oportunidades profesionales y sociales estarán necesariamente vinculadas a la destreza acreditada en ese universo. Suelen estar convencidos de que el niño podrá conjurar los eventuales impactos negativos de esta tecnología con ciertas habilidades innatas.

Crítica a este perfil de padres

Tampoco a estos les falta razón. El futuro, a la vista de cómo nos conducimos en el presente, apunta a que será de quienes hayan desarrollado buenas capacidades en el universo digital. Ahora bien, como acabamos de decir, esa capacitación será a costa de dejarse por el camino muchas de las capacidades que el ser humano ha cultivado a lo largo de su historia y venía entendiendo como definitorias de su humanidad: la memoria, la concentración en una tarea, la contemplación, el trabajo material, la construcción de relatos y la visión narrativa de la propia existencia, el diálogo con uno mismo, etc.

Cabe pensar que el futuro de la humanidad será reflejo de lo que vemos que viene sucediendo en las bolsas: una minoría adquiere un poder cada vez mayor sobre una mayoría que depende crecientemente de lo que le procura esa minoría.  En este contexto, optar por el gregarismo, pensando que garantizará a nuestros hijos una satisfactoria integración social, resulta sumamente ingenuo: solo unos pocos ejercerán un poder cada vez más invasivo, los demás vivirán crecientemente alienados.

Los peligros más graves

Tanto los entusiastas como los gregarios entienden que la única preocupación con respecto a la presencia de sus hijos en el universo virtual tiene que ver con su grado de exposición a la ciberdelincuencia. Pero el gran riesgo no es ser víctima de un delito en el mundo digital. Este resulta patente y, aunque puede llegar a tener un impacto devastador en las víctimas, no tiene un alcance universal. Son dos las amenazas más graves que trae consigo la inmersión de las nuevas generaciones en el universo digital por afectar a todo el mundo en aspectos esenciales para sus vidas: una es existencial, y consiste en el bloqueo de las capacidades que nos permiten llegar a tener vidas plenas; y la otra es social, y consiste en desplegar unas condiciones de desigualdad y control social que conviertan a las nuevas generaciones en esclavos cretinizados (Desmurget, 2020).  

 

Los padres tecno-comprometidos

Padres que comparten el entorno digital de sus hijos
Padres tecno-comprometidos. Imagen 4

En tercer lugar, tenemos a los tecno-comprometidos. Plenamente conscientes de la trascendencia de esta tecnología para el presente y el futuro, y de la necesidad de que las nuevas generaciones adquieran la capacitación idónea para poner esa tecnología al servicio de su desarrollo personal ahora y del desarrollo social en el futuro, confían en la cooperación de los desarrolladores de la tecnología, los gobiernos y los padres para garantizar a los niños un acceso seguro al entorno digital.

Ese acompañamiento de los padres a los hijos en el paulatino acceso al smartphone se sostiene sobre tres medios de supervisión que actúan en cuatro ámbitos: el tiempo de exposición a las pantallas y los horarios de descanso digital de sus hijos el acceso a aplicaciones y contenidos nocivos; la geolocalización para asegurarse de que los niños están en espacios seguros; y la elaboración de un pacto entre hijos y padres que refuerce el compromiso mutuo con relación a la tecnología.

Propuestas de este tipo pueden resultar funcionales para una minoría de familias en las que los padres disponen de tiempo, formación y paciencia, y los hijos no oponen una resistencia especial e incluso llegan a entender la conveniencia de proceder de manera progresiva. Pero no nos engañemos, la vida no suele contar con un conjunto de circunstancias tan propicias. Y, mientras tanto, el dinosaurio digital se mantiene implacable en reclutar adictos para su causa.

 

Los tecno-resignados

Por último, aparecen los tecno-resignados, para los que la tecnología es un caballo de Troya en la educación de los niños.  Son conscientes de que las pantallas trasportan a sus hijos a universos paralelos y inescrutables. Cuando ven a sus hijos regresar al mundo real, observan con inquietud que ese universo digital va colonizando a sus hijos, al tiempo que reduce la relevancia de la familia y la escuela para sus vidas. Se sienten, sin embargo, impotentes porque cualquier medida dirigida a demorar el acceso o, por lo menos, limitarlo resulta fútil.

Ante la alternativa entre el conflicto permanente y la claudicación culpable suelen optar por la segunda. Quizá empezaron con un perfil tecno-comprometido, pero en algún momento echaron la toalla, conscientes de la imposibilidad de domeñar un artilugio tan poderoso, diseñado para generar adicción, en manos de una persona que, por el periodo vital en que se encuentra, no percibe a sus padres como unos apoyos imprescindibles para su crecimiento humano sino un obstáculo para experimentar y arriesgar.

 

La escuela y el acceso de los estudiantes al entorno digital

La escuela ha sido, junto con la familia y la comunidad, el principal agente de socialización de los niños. Digo que ha sido porque ahora el entorno digital ha desbancado a los tres. Lo ha hecho en un tiempo record (menos de 20 años), y sin que casi nadie pensara en la trascendencia del fenómeno para la historia de la humanidad. Como dice Juan Luis Suárez, “la digitalidad es la más grande emigración que la humanidad haya realizado desde que nuestra especie existe” (Suárez, 2023, p. 258).

Fases de la relación entre la escuela y el entorno digital

Cabe pensar que la escuela, la gran institución de socialización creada por la Modernidad, sería capaz de identificar la aparición de un poderoso rival en esa tarea, el entorno digital, y propondría modos de integrarlo. Su respuesta, sin embargo, ha sido bastante decepcionante y se puede resumir en tres etapas: deslumbramiento, consolidación y desconcierto.

Etapa de deslumbramiento

A principios de este siglo se extendió como la pólvora entre los responsables de la educación la convicción de que el gran paso adelante que tenían que hacer las escuelas en ese momento consistía en la inmediata y masiva incorporación de las pantallas al aula. Los libros de papel y las pizarras de tiza eran, de pronto, una antigualla que debía ser reemplazada por la tecnología digital.

Es cierto que hubo algunas resistencias. La más comentada fue la de los mismos creadores de ese universo digital que estaban promoviendo por todo el mundo y del cual, sin embargo, protegían a sus hijos. Steve Jobs reconoció que no quería que sus hijos se educaran con pantallas y lo evitaba porque reconocía su carácter adictivo. En todo caso, esas resistencias, aunque sumamente significativas, parecieron meramente anecdóticas. Aunque pronto se observó que los resultados distaban de lo que se había pensado, no se dudó en mantener el empeño (L’Ecuyer, 2021). Se intuía que el nivel de comprensión lectora parecía disminuir, que el entorno educativo se deterioraba, que se distorsionaba la relación entre profesor y estudiante, y que se incrementaba el aislamiento entre los estudiantes. Sin embargo, casi nadie pensaba que esos problemas podían tener que ver con la invasión de las pantallas en las aulas.

La consolidación de la tecnología digital en las aulas

Cuando las evidencias acerca de los problemas generados por las pantallas en el proceso educativo empezaban a ser alarmantes, llegó la pandemia de 2020 como tabla de salvación de la tecnología digital (Sadin, 2024). Gracias a las pantallas las clases pudieron continuar y, aunque era evidente que la virtualidad no era más que un mal sucedáneo de la educación presencial, la tecnología digital adquirió una legitimidad que casi nadie se atrevió a cuestionar. Si no hubiera sido por ella, aseguraban categóricos sus defensores, los procesos escolares habrían sufrido una interrupción irreparable. Convenía, pues, no solo tenerlas disponibles para futuras eventualidades, sino extender su uso a todos los niveles y ámbitos de la educación.

La fase de desconcierto

La tercera fase, de desconcierto, es la que vivimos ahora. Aunque resulta palmario que las pantallas en el aula no funcionan, las respuestas ante su constatación son muy variadas. Algunos países han decidido retirar las pantallas de las aulas o adoptar medidas que restrinjan efectivamente el acceso de los niños al entorno digital. Concretamente, en España muchas comunidades autónomas han prohibido el uso de los teléfonos móviles en las clases.

La educación analógica ha resultado funcional durante siglos y no tiene sentido cambiarla por otra sin tener la competa seguridad de ser una alternativa mejor: menos aun cuando el primer experimento de incorporación ha resultado estrepitosamente fallido. Otros reconocen las dificultades de alumnos y profesores para incorporar con éxito la tecnología digital al aula. Pero sostienen que se puede lograr ese objetivo si reconocemos que los jóvenes no son “nativos digitales”, y que no son en absoluto autosuficientes en esas competencias.

Entonces, descubriremos la necesidad de promover una alfabetización digital (digital literacy) de amplio alcance, que incluya los aspectos éticos, y la urgencia de combatir la brecha digital (digital divide), que genera graves desigualdades de acceso y uso del entorno digital. Finalmente, los hay que defienden el business as usual con pequeños ajustes que básicamente correrán por cuenta de las grandes plataformas proveedoras de servicios educativos, que son las que tienen todos los datos sobre el modo de uso y van introduciendo los cambios que pueden contribuir a mejorar la eficiencia de las herramientas.

 

El papel de las grandes empresas tecnológicas

Algunas cuestiones inquietantes
Big-Tech. Imagen 5

El Big-Data educativo a nivel universal está en manos de las Big-Tech. Gracias a ese conocimiento, están desarrollando continuamente instrumentos educativos sumamente atractivos. Ahora bien, ante este estado de cosas, se suscitan algunas cuestiones inquietantes: ¿realmente son esas compañías las dueñas de los datos que los niños de todo el mundo vienen generando continuamente, bien por su actividad educativa, bien por su actividad lúdica o social? ¿Es razonable que sean esas compañías las que ofrezcan, en régimen que es de facto un monopolio, productos diseñados a partir de esa información y que lo hagan con los objetivos que ellas mismas hayan decidido, al margen de los agentes educativos?

¿Acaso no es la educación un bien común cuyas políticas nos corresponde definir entre todos? ¿Y acaso no es el Big-Data educativo un bien que pertenece a todos los que han contribuido a su generación (Lanier, 2014)? ¿No tendría sentido expropiar a las Big-Tech de ese bien común, del que además se han apoderado con malas artes, por más que hayan cumplido con protocolos formales de consentimiento informado (Bellver, 2023)?

Balance negativo

Es obvio que contar con la tecnología digital en la educación puede aportar grandes mejoras a los procesos de aprendizaje. Ahora bien, también resulta obvio que, tal como está diseñado el entorno digital educativo en la actualidad, el balance parece netamente negativo. No solo porque los niños tienen más dificultad para adquirir algunas de las capacidades más importantes que tiene que procurar la educación (concentración, lectura y escritura comprensivas, creatividad, pensamiento crítico, memoria, etc.) sino porque el sistema educativo se ha privatizado, quedando en manos de las Big-Tech.

El diseño de las herramientas digitales que llevan a cabo las Big-Tech define de forma más completa la política educativa que cualquier ley que se apruebe. Ese poder se ejerce, con un amplio pero desinformado respaldo social, sin dar cuenta a nadie, ni de lo que hacen con el Big-Data que han ido recabando, ni de los objetivos perseguidos con las aplicaciones y servicios que ponen a disposición de los sistemas educativos de todo el mundo.

El cuidado digital como deber

La propuesta de consagrar un deber de cuidado digital por parte de los desarrolladores de productos digitales podría constituir un buen contrafuerte para combatir esos riesgos en los que constantemente incurren aprovechando su posición de poder. El deber se concreta en exigir a las plataformas digitales la adopción de medidas razonables para evitar daños previsibles como consecuencia del uso de sus plataformas y servicios. Para ello deberán someterse a procesos de evaluación y mitigación de riesgos, bajo los principios de seguridad desde el diseño. No es fácil ni de consagrar, porque estas medidas tienden a verse como frenos a la competencia en un mercado sumamente exigente, ni de implementar, porque las Big-Tech tiene una gran capacidad de sortear cualquier control y de ejercer un poder, que es superior al de la mayoría de los estados, para derribar esos controles.

 

¿Tienen los niños derechos en el entorno digital?

Aunque todas las instituciones que trabajan con la infancia reconocen los riesgos que entraña el acceso precoz de los niños al entorno digital, nadie se atreve a cuestionar su derecho a desenvolverse en él. Las razones son variadas. Veamos las referidas con más frecuencia y la objeción que cabe hacerles.

Libertad de acceso de los niños al entorno digital

Se dice que limitar el acceso de los niños al entorno digital es limitar indebidamente su libertad. Si aceptamos que el motor de la economía de la atención, sobre la que se sustenta el universo digital, se alimenta del combustible de los datos aportados por los usuarios mientras están conectados (Zuboff, 2020), se comprenderá que todo ese entorno esté diseñado para mantenernos pegados a las pantallas el mayor tiempo posible.

Y eso se logra rápida y efectivamente generando una adicción conductual: la de estar interactuando continuamente con pantallas. El interfaz táctil que lanzó Steve Jobs con el anuncio del iPhone en 2007 y el dooms-scrolling (“acto de pasar una cantidad excesiva de tiempo leyendo textos breves y, sobre todo, viendo imágenes y vídeos cortos en la web y en las redes sociales sobre temas banales, morbosos, violentos y, en todo caso, escasamente desafiantes para nuestras capacidades intelectuales) son dos herramientas imbatibles para generar una inmediata adicción a las pantallas. Ese efecto adictivo, y el consiguiente daño para sus salud y desarrollo, se alcanza más fácilmente entre la población infantil y juvenil. La consecuencia es obvia: los niños demandan una conexión permanente, pero no para ejercer su libertad sino para saciar su adicción.

El futuro digital es inexorable

Se dice también que el futuro digital es inexorable y carece, por tanto, de sentido privar a los niños del acceso al mundo digital en el que necesariamente desarrollarán sus vidas. También esto es falaz. No solo porque ser humano es tener un futuro abierto y no configurado por otros, sino porque la tecnología no obedece a un desarrollo automático sino a los propósitos morales que se pretenden alcanzar con esos desarrollos. Es más que probable que la digitalidad ya no desparezca de nuestra vida; pero los modos en los que se desarrolle pueden ser muy diversos. El modelo actual cumple con eficiencia su objetivo: apoderarse del tesoro de cada persona que es su intimidad a cambio de ofrecer gratuitamente algunos servicios útiles pero, sobre todo, mucha chatarra averiada (Veliz, 2020). 

Facilita la adquisición de las competencias necesarias del mundo digital

Se afirma con solemnidad que la digitalidad es el tren de alta velocidad de la educación y que la familiaridad precoz con ella en el entorno educativo es garantía de que las jóvenes generaciones adquirirán las competencias y capacidades adecuadas para desenvolverse en el mundo digital al que vamos. Lo cierto es que, hasta la fecha, los resultados dicen, más bien, lo contrario. Los niños y los jóvenes no alcanzan niveles satisfactorios en las competencias básicas “clásicas”: comprensión lectora, competencia matemática, pensamiento crítico, creatividad, etc. Y tampoco está demostrado que estén adquiriendo otras más idóneas para manejarse en el futuro digital. Quizá porque, como ha señalado con acierto Villar apoyándose en Spitzer (Spitzer, 2013) y en la evidencia científica más acreditada del momento,

el mundo digital mejora el trabajo, pero interfiere en el aprendizaje; primero se aprende y luego se entra en el mundo digital (Villar, 2023, p. 75).

Profesores, estudiantes, instituciones educativas y padres están lejos de adquirir la necesaria alfabetización digital en el proceso educativo y, en consecuencia, los resultados de su implementación son muy mejorables. Pero no parece que todo lo negativo tenga que ver con la falta de acoplamiento a lo digital de los distintos agentes.

Como venimos diciendo, muchos de los problemas generados son inherentes al diseño de la herramienta, que no parece pensada para acompañar en el aprendizaje sino para colonizar las escuelas. Y así, ese presunto tren de alta velocidad corre el riesgo de liquidar el núcleo mismo de la educación: la relación personal entre profesor y estudiante. No digo que no podamos proyectar un futuro en el que la tecnología digital sea una herramienta que refuerce esa relación y, en consecuencia, la educación. Pero en la actualidad no está cumpliendo esa función, ni en la relación profesor-estudiante, ni tampoco en la relación inter pares, tan importante como la otra para el desarrollo del niño.

Educar como forma de evitar los peligros
Unicef ha elaborado diversos informes sobre el impacto de las tecnologías en niños y adolescentes. Imagen 6

Por último, nos encontramos con que las grandes organizaciones internacionales que se ocupan de la educación y de la infancia sostienen que el entorno digital resulta sumamente arriesgado para la infancia, pero que lo que procede es educar para que los niños se desenvuelvan seguros por el entorno digital sin merma en su libertad de acceso. UNESCO, UNICEF, OCDE o el Consejo de Europa mantienen una posición coincidente en este punto: no son tan ingenuos para desconocer los riesgos y daños a que están expuestos los niños, pero no contemplan ni que la herramienta digital deba rediseñarse para que sirva al interés del niño y no de las Big-Tech, ni que la implantación de esa tecnología implica una grave atrofia de muchas capacidades humanas, ni que la protección de los niños frente a muchos riesgos del entorno digital exija una estricta limitación en el acceso.

El caso más inquietante de esta toma de posición entre ingenua y cínica es el del Comité de Derechos del Niño, el órgano encargado de velar por el cumplimiento del Convenio de Derechos del Niño y de ofrecer la interpretación del convenio que inspire la acción de los Estados y la jurisprudencia de los tribunales. En otro lugar he analizado las graves deficiencias que, a mi parecer, ofrece a la hora de interpretar la Convención de Derechos del Niño (1998) en su Observación General nº 25 (2021) dedicada a los derechos del niño en el entorno digital (Bellver, 2022).

 

La servidumbre voluntaria

Comenzábamos con la metáfora de Villar del arroyo contaminado aplicada al entorno digital en el que abrevan de continuo nuestros hijos (y, evidentemente, también nosotros). Las utilidades que procura generan una adhesión irresistible en unos y otros. Y aunque sentimos que esa ingesta placentera resulta tóxica para todos, es casi un tabú proponer la inmediata prohibición del consumo de esa agua. Es lo que se atrevió a proponer Villar, en la línea de lo que ya habían propuesto otros dentro (L’Ecuyer, 2013) y fuera de nuestro país (Newport, 2022): prohibir a los menores de 16 años el acceso a esta tecnología.

No se toman medidas contra el empantallamiento de los niños

Señala Villar que, a pesar del consenso creciente acerca de los males de poner pantallas al alcance de los niños, no se toman las medidas para revertir esa situación por el arraigo que tienen ciertas falacias en la opinión pública, como que el destino inexorable de los niños es familiarizarse con las pantallas; que son muchas las causas de los males que se atribuyen a las pantallas y no tiene sentido fijarse solo en ellas; o que el impacto global de las pantallas en los niños es positivo y que los riesgos a los que quedan expuestos se pueden controlar.

Si, como dice el propio Villar,

en la infancia y en la adolescencia, la desconexión es la única forma de estar realmente conectado (Villar, 2023, p. 98),

mantenerse impasible ante la situación actual en la que el 90% de los niños está empantallado más de cinco horas al día, es una gravísima irresponsabilidad. ¿Por qué no se adoptan esas medidas? Porque cuesta aceptar el daño que hemos hecho a estas primeras generaciones que ya viven más en el mundo virtual que en el real; porque cuesta más vivir en el mundo real que en el virtual, aunque sepamos que el primero realiza a la persona y el segundo es una ilusión que se desvanece constantemente; y porque cuesta enfrentarse a los hijos en estos tiempos en los que la autoridad parental está bajo sospecha; y porque esta batalla no se puede ganar en solitario sino con el concurso de los padres y el respaldo de las instituciones.

Otro ejemplo de aguas contaminadas

La metáfora del arroyo contaminado me trajo a la memoria una de las grandes obras de teatro de Henryk Ibsen, El enemigo del pueblo. En ella, nos encontramos con que el protagonista de la obra, el Doctor Stockmann, descubre que las aguas del balneario, que había hecho famoso a su pueblo y le aportaba su principal fuente de riqueza, están contaminadas. Él se apresura a dar a conocer esta información porque evitará que mucha gente se contamine y, por el contrario, permitirá que se adopten las medidas para que esas aguas recuperen sus cualidades y vuelvan a ser fuente de salud para las personas y de riqueza para el pueblo.

Sin embargo, nadie más lo ve así. El alcalde, a la sazón su hermano, piensa que dar a conocer esa información supondrá el hundimiento económico del pueblo. Su suegro, cuya fábrica se descubre que es la causante de la contaminación, también se enfrenta a su yerno. Y el pueblo, que inicialmente le apoyaba, acaba dándole la espalda porque teme perder su fuente de riqueza. El protagonista concluye que mucho más contaminadas que las aguas del balnerario lo están las almas de sus conciudadanos, que anteponen los intereses particulares del momento al bien común a medio y largo plazo.

Cuando su mujer constata que la gente del pueblo está distanciándose de su marido, le pregunta:

¿Por qué se han vuelto todos contra ti, Thomas?

Y él le contesta en unos términos terribles, pero que hablan de una tendencia común en las sociedades:

Te lo diré. ¡Porque aquí no hay hombres! ¡Aquí solo hay gentes que, como tú, Katrine, no piensan sino en su familia y son incapaces de preocuparse del bien común! (Ibsen, 2007, p. 106).

La victoria de la satisfacción instantánea

¿Es posible que la satisfacción instantánea de algunos intereses particulares nos esté privando de la lucidez y de las fuerzas para resistirnos a un sistema que coloniza la intimidad de nuestros hijos, impide que la educación propicie su desarrollo personal y acorta indebidamente el periodo de la infancia para abocarles precozmente a unas experiencias que satisfacen pulsiones, pero no generan felicidad?

En su opúsculo sobre la servidumbre voluntaria, Etienne de La Boètie decía:

el natural del pueblo llano, cuyo número es siempre mayor en las ciudades, consiste en ser receloso de quien le ama e ingenuo con quien le engaña. No penséis que hay pájaro que caiga más fácilmente en la red engañado por el señuelo, ni pez que pique más prontamente el anzuelo encaprichado de su cebo, de lo que los pueblos todos son seducidos por la servidumbre, como quien dice, a la menor carantoña que se les haga. Es asombroso que se abandonen tan prontamente, solamente con que se les regale un poco (La Boètie, 2018, p. 43).

¿Es posible que hayamos regalado los tesoros más preciados de nuestra condición humana a cambio de los abalorios llamativos pero carentes de genuino valor?

 

¿Qué podemos hacer?

Juan Luis Suárez (2023). La condición digital. Imagen 7

Dice Juan Luis Suárez que

muchas de nuestras profecías anunciaban que el ser humano abandonaría este planeta cuando lo agotase o sintiese la necesidad de explorar otros mundos.  Sin embargo, este gran éxodo de la especie humana se está realizando primero dentro del planeta antes que fuera, a la vez que construimos un mundo digital que tal vez no entendemos muy bien todavía, pero que no nos ha de impedir que sea humano (Suárez, 2023, p. 258).

En efecto, estamos viviendo una migración masiva al mundo digital sin ser conscientes y, en consecuencia, sin haber reflexionado sobre uno de los fenómenos más trascendentes para la humanidad desde que existe. Estamos yendo a vivir en Marte sin darnos cuenta de lo que eso significa.

La infancia, especialmente sensible y vulnerable, emitió desde sus inicios en el universo digital señales de alarma. La desconexión del niño del mundo real no solo resultaba peligrosa por el incremento de un sinfín de problemas relacionados con su salud mental, sino por su empobrecimiento existencial: todavía está por ver a un niño que pueda disfrutar más delante de una pantalla que jugando con sus pares al aire libre.

Ante esta realidad, difícilmente refutable, parece más que razonable apartar al niño de las pantallas hasta los 16 años pero, sobre todo, tomarse tiempo para deliberar sobre el modo de construir un entorno digital que verdaderamente sirva para mejorar la vida humana y no para aniquilarla. Eso es lo que viene haciendo en especial, con los niños, a los que se les priva precozmente de la infancia al tiempo que se les bloquea en el desarrollo de las capacidades más necesarias para vivir con sentido y ser feliz: auto-reflexión, autonomía, relación, juego, creatividad, contemplación.

 

 

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Vicente Bellver Capella es Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universitat de València y miembro del Comité de Bioética de España.

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