Michel Foucault y Gregorio de Nisa

 

Foucault y Gregorio de Nisa
Michel Foucault. Imagen 1

 

Foucalt y el tema del hombre

Al comienzo de los años ochenta del siglo XX, tanto en su cátedra del Colegio de Francia como después en las Universidades de Vermont y Toronto, dedicó Michel Foucault una serie de seminarios y conferencias al tema del hombre. Están traducidos y publicados entre nosotros en dos libros: Tecnologías del yo y otros textos afines (1990) y Hermenéutica del sujeto (1994). El profesor Miguel Morey, buen conocedor de su pensamiento, explica que estos trabajos forman parte de la tercera etapa del legado foucaultiano. Si en las dos primeras estudiaba Foucault nuestra constitución como sujetos de conocimiento y sujetos que actúan sobre los demás, la última fase de su obra se centra en nuestra configuración como sujetos de acción moral (Morey, 1990).

 

El conocimiento práctico de uno de uno mismo

En esos textos recuerda Foucault que el conocimiento de uno mismo era el objetivo principal de quienes se dedicaban a la filosofía en la Antigüedad, esto es, tanto en los siglos antes de Cristo más cercanos a nosotros como en los primeros siglos de nuestra era. Se trata de un largo período que abarca a los grandes filósofos griegos, a las escuelas del período helenista -entre ellos, estoicos y epicúreos-  y también a autores cristianos, algunos de los cuales están en los orígenes de la importante tradición monástica. Pues bien, aquella meta del ejercicio filosófico -el conocimiento de uno mismo- se entendía en el período mencionado más bien como preocupación por uno mismo desarrollada como cuidado de sí (epimelesthai seautou). Lo que sin embargo no suele reconocer la filosofía contemporánea, explica Foucault, es que eso era tratado en aquella época antigua no como un asunto teórico, sino más bien práctico.

 

El cambio al conocimiento teorético y sus causas

El cartesianismo

La hipótesis de Foucault es que ese modo, eminentemente práctico, de afrontar el tema del autoconocimiento sufrió un cambio debido a dos factores. En primer lugar, el cartesianismo, cuya concepción del conocimiento de uno mismo quedó fuertemente marcada por una maniobra teórica, el experimento mental ideado por Descartes: la duda hiperbólica. Como es bien sabido, de ella escapaba uno advirtiendo en primera persona lo siguiente: puedo dudar de todo, pero no de que dudo y si dudo, pienso y si pienso, existo. Semejante operación mental, psicológica, teorética, evitaba la duda escéptica global y descubría el fundamento sobre el que levantar el edificio de los saberes humanos. A resultas de ello, el conocimiento de uno mismo, la gran meta de la filosofía desde Sócrates, iba a ser abordada por muchos ya no como un asunto práctico, sino téorico.

El cristianismo

El segundo elemento que, según Foucault, propició la pérdida del carácter práctico del conocimiento de uno mismo, fue el cristianismo. ¿No propone este renunciar precisamente al cuidado de uno mismo a fin de alcanzar el Cielo, la meta de la vida cristiana? Y ello porque, ¿no implica ese cuidado actitudes contrarias a esa meta como son estar pendiente de uno mismo para encontrar lo que hay que cambiar, atender a los deseos de uno para no dejarlos sin satisfacer, tener en cuenta los propios pensamientos y proyectos para no dejar de crecer y progresar? El problema, parece ser, es que tales actitudes tienen en común una atención a uno mismo, un autocentramiento que choca de lleno con la renuncia  a sí mismo que pide la moralidad cristiana como condición para salvarse.

A ello se añade desde la Edad Moderna la reducción de la moral al ámbito de lo público, de nuestras relaciones con los demás. Si eso es así, introducir el cuidado de uno mismo dentro de la moral supondría incluir una perspectiva ajena a ella.[1]

 

¿Realmente el cristianismo ha sido una de las causas?

Este, y no el primero, es el tema en el que a lo largo de unas líneas tan sólo quiero detenerme: la supuesta influencia del cristianismo en el mencionado tránsito de un enfoque práctico a uno teórico en la cuestión del conocimiento de uno mismo. Y es que, sencillamente, creo que hay que matizar esta estimación. Para ello, me ceñiré a una referencia que hace Foucault.

En efecto, para ilustrar el apunte sobre lo que en opinión de Foucault el cristianismo entiende como renuncia del hombre a sí mismo a fin de poder optar a su salvación, escoge el filósofo francés la que fue primera obra de Gregorio de Nisa, su tratado sobre La virginidad (371). En esta obra encontramos de nuevo esa noción del cuidado de sí a la que Sócrates (Platón, 2014, 29e) había recurrido ocho siglos antes con tanta destreza y beneficio no sólo para sí mismo sino también, aunque no todos lo vieran así, para la ciudad.

 

La postura de Gregorio de Nisa sobre el cuidado de sí

Será otro, estima Foucault, el uso que hará del cuidado de sí el célebre pensador cristiano. Mediante este concepto

Gregorio no se refería al movimiento por el cual uno se preocupa de sí mismo y de la ciudad; se refería al movimiento por el cual uno renuncia al mundo y al matrimonio y se despega a sí mismo de la carne y, con virginidad de espíritu y de cuerpo, recobra la inmortalidad de la cual ha sido privado. En el comentario a la parábola de la dracma (Lucas 15, 8-10), Gregorio exhorta a encender la lámpara y a revolver la casa y buscar, hasta que brillando en la sombra se descubra la dracma. Con el fin de recobrar la eficacia que Dios ha grabado en el alma y que el cuerpo ha deslustrado, uno debe preocuparse de sí y buscar por cada esquina del alma (De Virg. 12).[2]

Buscar y encontrar la dracma perdida

Vale la pena reproducir por extenso el texto de Gregorio al que Foucault se refiere:

Michel Foucault y Gregorio de Nisa
Gregorio de Nisa. Imagen 2

corresponde al esfuerzo humano al menos purificarse de la mancha que él ha contraído por malicia y hacer brillar en el alma la belleza que ha estado velada. Pienso que el Señor enseña esta doctrina cuando… dice a quien puede oír que el reino de Dios está dentro de vosotros. Esta palabra muestra al hombre -pienso- que la bondad de Dios no está separada de nuestra naturaleza…, sino que está siempre en cada uno…, y encontrada de nuevo cuando convertimos a ella nuestra mente. Si es necesario confirmar nuestro discurso con más razones, pienso que el Señor nos lo confirma en la búsqueda de la dracma perdida (Lucas 15, 8-10): ninguna de las virtudes -que la Escritura denomina dracmas– aprovecha, aunque todas alcancen a estar presentes, mientras esta sola esté ausente del alma vacía. De ahí que mande primero encender la lámpara, significando quizás la razón que ilumina las cosas ocultas (1 Co 4, 5) y buscar después la dracma perdida en la propia casa, esto es, en sí mismo. Por la dracma buscada se puede entender siempre la imagen del Rey, nunca totalmente perdida, sino oculta bajo el estiércol. Pienso que es necesario entender por estiércol la suciedad de la carne. Lo buscado aparece cuando el alma es barrida y purificada de esta suciedad mediante el cuidado en la forma de vivir. Con razón el alma se alegra de encontrarla y llama a las vecinas para que participen del gozo… Las vecinas, es decir, las fuerzas que habitan en el alma y que se alegran por el hallazgo de la dracma divina, son la capacidad de pensar, la de desear, la disposición a la tristeza, la disposición a la ira, y si hay otras fuerzas que se considere que pertenecen al alma. [3]

La imagen del Rey y la suciedad de la carne

En primer lugar, añadamos que Gregorio de Nisa no consideraba el matrimonio como un obstáculo para recuperar en el hombre la “imagen del Rey”, la imagen de Dios, la dracma perdida. En efecto,

que ninguno deduzca de lo que hemos dicho que rechazamos la institución del matrimonio. No ignoramos que tampoco el matrimonio carece de la bendición divina.[4]

Recuérdese que según la antropología cristiana, esa imagen está bien arraigada en el hombre, justamente porque

creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gén 1, 27).

El problema está más bien en que “la suciedad de la carne” logre ocultar esa imagen en nosotros. De ahí la importancia de “barrer y purificar” esa suciedad, ¡atención!, “mediante el cuidado en la forma de vivir”, escribe Gregorio de Nisa. Al ser humano no le basta, no le ha de bastar con vivir. Se trata de vivir de una manera tal que la imagen de Dios no esté sepultada en el ser humano, en la criatura humana.  Si quien es imagen de Dios consigue que esta sea patente, la vida del hombre reflejará aquello de que es imagen, reflejará a Dios.

A ello se opone la mencionada suciedad de la carne, que cabe interpretar como una forma de vivir, ya que lo contrario a ella es vivir de acuerdo a la imagen según la cual hemos sido creados (la imagen de Dios, la dracma buscada, la dracma divina). Y esto último pide «encender la lámpara, significando quizás la razón que ilumina las cosas ocultas» (1 Co 4, 5).

Una razón iluminada por la fe

Si completamos esta cita interior de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, leemos que

el Señor… iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones.

Así, la iluminación que el texto de Gregorio advierte, no es obra del ejercicio independiente de la razón humana, sino de una razón que funciona en el contexto de la iluminación que el Señor, Dios, la Razón divina le provee. No puede ser de otra manera, si el hombre es criatura de un Creador a cuya imagen ha de adaptarse la vida de la criatura. Ello no es posible sin la fe del hombre en Dios, de la criatura en el Creador. Esa fe entraña el (reconocimiento de la) dependencia de aquella en Este. Es entonces cuando la razón puede descubrir “la dracma perdida en la propia casa, esto es, en sí mismo”.

Vivir según el espíritu

Pero ello no parece limitarse a un trabajo exclusivamente meramente cognitivo, racional, teórico. Repitámoslo: Gregorio apunta al “cuidado en la forma de vivir”. Eso equivale, en las categorías bíblicas del Nuevo Testamento, a vivir según el espíritu. Y

el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5, 22-23).

Téngase presente que la dicotomía no es entre el cuerpo y el espíritu, sino entre la carne y el espíritu (“la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne”, Gál 5, 17). Vivir según el espíritu o vivir según la carne, vivir según la imagen de Dios o vivir según la (suciedad de la) carne, que oculta aquella imagen. Y vivir de un modo u otro no es un asunto teórico, sino decididamente práctico. (Aunque quizás habría que añadir que el carácter práctico del tema que nos ocupa -vivir de un modo u otro- no deja de lado, ni siquiera puede, el aspecto teórico). El caso es que no parece apropiado atribuir entonces al cristianismo responsabilidad en el tránsito de un enfoque práctico a uno teórico en el tema del conocimiento de uno mismo.

Vivir según el espíritu, vivir según la imagen de Dios en el ser humano, es haber encontrado la dracma perdida y buscada, la dracma divina. Esta es, apunta Gregorio de Nisa, la virtud gracias a la cual las demás dracmas/virtudes aprovechan al hombre. El encuentro de esta dracma única consigue que las fuerzas del alma (las vecinas) desplieguen su potencialidad: “la capacidad de pensar, la de desear, la disposición a la tristeza, la disposición a la ira, y si hay otras”. Merece la pena subrayar que semejante encuentro ocurre en una atmósfera presidida por la alegría (“con razón el alma se alegra de encontrarla…”).

 

Para ver otro artículo escrito por Eduardo Ortiz publicado en esta web

 

BIBLIOGRAFÍA

Biblia de Jerusalén. (Varias ediciones). Desclée de Brouwer.

Foucault, M. (1990). Tecnologías del yo y otros textos afines (Trad. M. Allendesalazar). Paidós.

Foucault, M. (1994). Hermenéutica del sujeto (Trad. F. Álvarez-Uría). Ediciones de la Piqueta.

Gregorio de Nisa (2000). La virginidad (Trad. L. Mateo Seco). Ciudad Nueva.

Morey, M. (1990). Introducción. La cuestión del método. En Foucault, M. (1990). Tecnologías del yo y otros textos afines (Trad. M. Allendesalazar). Paidós.

Platón (2014). Apología de Sócrates. (Trad. J. Calonge). Gredos.

 

NOTAS 

[1] Foucault, 1990, pp. 54-55; Foucault, 1994, pp. 36-37.

[2] Foucault, 1990, p.52. La referencia es más escueta en la otra obra citada de Foucault: el “ concepto de cuidado de sí…en la ascesis cristiana de Gregorio de Nisa quien, en su tratado De la virginidad, señala que la preocupación por uno mismo comienza con el celibato, entendido este como superación del matrimonio” (Foucault, 1994, p. 34)

[3] Gregorio de Nisa, 2000, § 12.

[4] Gregorio de Nisa, 2000, § 7, 1.

 

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Decano de la Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

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