Relativismo versus verdad en la esfera universitaria

 

Necesidad de aprender a pensar la verdad

Cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas[1].

Educar de nuevo la mirada y los sentidos para adquirir un saber que trasciende de las modas no es tarea fácil, máxime en los tiempos que corren. Tampoco es tarea sencilla luchar contra la uniformidad. Lo más cómodo es asumir el eslogan, o la sin-verdad que imprime la tiranía de lo políticamente correcto, una tiranía que ha impuesto un Nuevo Orden, una nueva forma de pensar y de ser, un tipo de hombre uniforme y gregario. Romano Guardini sale a nuestro encuentro. Adelantándose a los tiempos, supo ver que:

Joven pensando. Imagen 1

Al final tenemos ante nosotros al hombre de la masa, y además en la peor de sus versiones: la de la masa entregada[2].

Solo quien así piensa es capaz de escribir:

Yo tengo que aprender a hacer, no algo diferente, sino lo que debo hacer; a pensar no algo diferente, sino la verdad. En este caso, por tanto, la ascesis significa ejercitarse en el coraje de ser uno consecuente con uno mismo; de pensar por uno mismo, de formarse uno su propia opinión; de mirar con los propios ojos; de hacerse su propio entorno con el propio esfuerzo. No es nada fácil, ni resulta cómodo. Significa buscar el centro de uno mismo y desde él salir al encuentro del mundo, mantenerse fiel a uno mismo, aguantar las contradicciones. Todo esto cuesta trabajo y exige ánimo[3].

 

 

El compromiso por la verdad va unido al compromiso por el bien

¿Qué nos está queriendo decir el teólogo alemán? Una realidad tan evidente como a menudo olvidada: el abuso de la cultura tecnológica, o su uso inadecuado, entraña una serie de peligros que exigen del hombre un ejercicio de autocontrol, de una estricta ética personal y profesional, sin la cual la vida carece de la lógica necesaria para buscar esa verdad que se pierde cuando se relativiza su contenido. Nada que los universitarios no vivamos cada día en nuestras aulas o en nuestros correspondientes departamentos.

Esta exigencia la hallamos recogida en el Instrumentum Laboris: Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva. En uno de sus párrafos podemos leer:

La escuela y la universidad son lugares que introducen a los saberes y a la dimensión de la investigación científica. Una de las principales responsabilidades de los enseñantes es acercar las jóvenes generaciones al conocimiento y a la comprensión de las conquistas del conocimiento y sus aplicaciones. Pero el compromiso por conocer e investigar no va separado del sentido ético y de lo transcendente. No hay verdadera ciencia que pueda descuidar sus consecuencias éticas y no hay verdadera ciencia que aleje de la transcendencia. Ciencia y eticidad, ciencia y transcendencia no se excluyen recíprocamente, pero se conjugan para una mayor y mejor comprensión del hombre y de la realidad del mundo[4].

 

Allam Bloom y El cierre de la mente moderna

A. Bloom, El cierre de la mente moderna. Imagen 2

Valga un ejemplo. Sin duda, uno de los fenómenos más sorprendentes en el ámbito de la vida cultural americana fue la publicación de una obra de madura reflexión como es El cierre de la mente moderna (1987)[5], un ensayo que convirtió a Allan Bloom en un pensador no carente de importancia en las controversias académicas y políticas de los años ochenta y noventa. Un hecho insólito, ya que el libro tiene como objeto tanto la crítica a esa “morada de la razón” que debería ser la Universidad, como la revisión de las ideas predominantes en la segunda mitad del siglo XX, en especial, las que hacen referencia al relativismo cultural y moral de la sociedad contemporánea; un relativismo que trae consigo la ambigüedad y la ambivalencia sobre el valor de las instituciones y de las normas, hasta hacer ver, como escribiera Rorty, que ya

no existe ningún objetivo primordial llamado ‘descubrir la verdad’ que tenga precedencia por encima de los demás […] los pragmatistas no creemos que la finalidad de la indagación sea la verdad. La finalidad de la indagación es la utilidad, y existen tantas herramientas distintas y útiles como fines a realizar[6].

En este sentido se manifiesta Bloom, quien reconoce que la sociedad actual sufre de esa conciencia volátil, de ese errar incierto del hic et nunc, del ‘aquí y ahora’, que la lleva a “vivir contra la verdad” (J. Marías[7]):

Hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente seguro: casi todos los estudiantes que ingresan a la Universidad creen, o dicen creer, que la verdad es relativa […] El hecho de que alguien considere que esa proposición no es evidente por sí misma, les asombra tanto como si estuviese poniendo en tela de juicio que dos más dos es igual a cuatro[8].

 

El relativismo lleva al dogmatismo 

Una confusión conceptual que le hace afirmar que

No es la inmoralidad del relativismo lo que yo encuentro terrible. Lo asombroso y degradante es el dogmatismo con que aceptamos ese relativismo y nuestra desenfadada falta de preocupación por lo que significa en nuestras vidas[9]:

la estandarización y la vulgarización; una siniestra tentación a la que se entrega la sociedad del “pensamiento débil”[10], lo que nos conduce a un saber estanco y fragmentario, que no es otro que el “reflejo de un conflicto en las cumbres del saber”, de “la crisis misma de nuestra civilización”[11], de esa crisis de la que se hizo eco, con su habitual agudeza, el viejo Sócrates, quien, al confrontar su pensamiento con el del sofista Protágoras, advierte:

Si las opiniones, que se forman en nosotros por medio de las sensaciones, son verdaderas para cada uno; si nadie está en mejor estado que otro para decidir sobre lo que experimenta su semejante, ni es más hábil para discernir la verdad o falsedad de una opinión; si, por el contrario, como muchas veces se ha dicho, cada uno juzga únicamente de lo que pasa en él y si todos sus juicios son rectos y verdaderos, ¿por qué privilegio, mi querido amigo, ha de ser Protágoras sabio hasta el punto de creerse con derecho para enseñar a los demás y para poner sus lecciones a tan alto precio?, y nosotros, si fuéramos a su escuela, ¿no seríamos unos necios, puesto que cada uno tiene en sí mismo la medida de su sabiduría? […]

Porque, ¿no es una insigne extravagancia querer examinar y refutar mutuamente nuestras ideas y opiniones, si todas ellas son verdaderas para cada uno, si la verdad es como la define Protágoras?[12].

 

Bipolaridad de la verdad y del bien

Esta realidad visualiza una dramática bipolaridad, que se manifiesta, por una parte, en un claro desconcierto moral –el que se da cuando se diluye la noción de deber–, y, por otra, en la vertiginosa multiplicación del poder técnológico-científico – claramente reflejado en el ámbito de la ingeniería genética–, hasta el punto que Benedicto XVI llega a sostener:

El hombre está ahora en condiciones de poder hacer hombres, de producirlos, por así decir, en el tubo de ensayo. […] La tentación de ponerse a construir el hombre ‘adecuado’, […] la tentación de experimentar con el hombre, la tentación también de considerar quizá al hombre o a hombres como basura y de dejarlos de lado como basura, ya no es ninguna quimera de moralistas hostiles al progreso[13].

Hay amenazas muy reales para estos valores [de dignidad humana]: tanto si pensamos en la clonación, como en la conservación de fetos humanos con fines de investigación y de donación de órganos, o si pensamos en todo el ámbito de la manipulación genética […][14].

Esta desconfianza respecto al concepto verdad objetiva se ha convertido en Leitmotiv de la cultura contemporánea, de una cultura que ve en el denominado pensamiento débil el fin de cualquier “gran relato” que tenga pretensiones de validez universal. De esta forma, el relativismo se ha convertido en el nuevo paradigma, ya sea en el ámbito social o académico, hasta el punto de que en las universidades de todo el mundo podemos ver que la afirmación de que “todo es relativo” se ha convertido en la única verdad, la única norma, el único dogma, una ortodoxia que tutela el lenguaje de lo políticamente correcto, que no es otro que el que prohíbe cualquier alusión a valores universales o cualquier crítica a otras culturas.

Imagen del relativismo
Imagen de la bipolaridad del relativismo. Imagen 3

 

La etiqueta del fundamentalismo

Frente a esta espuria realidad se alza la voz autorizada de Benedicto XVI, quien recuerda que hoy en día

se considera la pluralidad de culturas como la prueba de la relatividad de todas ellas. Se contrapone la cultura a la verdad. Este relativismo, que hoy día es el sentir fundamental del hombre ilustrado y que penetra hasta en la teología, es el problema más hondo de nuestro tiempo[15];

hasta el punto de que

Tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, es etiquetado a menudo como fundamentalismo. En cambio, el relativismo, es decir, el ‘dejarse llevar por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece hoy como lo único compatible con la altura de los tiempos. Se va estableciendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio ‘yo’ y los propios deseos[16].

 

El relativismo destruye el prestigio de la verdad

Tomando en consideración sus palabras, comprendemos que en el ámbito universitario, como también en el social, el concepto de verdad está perdiendo su prestigio. No importa que uno pueda ser un catedrático de reconocido prestigio, quien apele a la verdad como un valor estable e inmutable se hace acreedor a la sospecha, al ostracismo o a la estigmatización académica. La razón es bien conocida: se le acusará de ser un profesor reaccionario e intolerante. A este respecto, Marcello Pera, en su libro de diálogos con Benedicto XVI, reconoce que en el actual clima cultural en el que vivimos

Lo verdadero ya no existe, el anuncio de lo verdadero se considera fundamentalismo, y hasta la misma afirmación de lo verdadero produce miedo o suscita recelo[17].

Una pregunta se me antoja necesaria: ¿si la democracia, las libertades individuales, la igualdad, la tolerancia religiosa, la solidaridad, la ausencia de discriminación, etc., no son valores universales o verdades consagradas, qué lo son?

 

Consecuencias de la erosión de la verdad

Si nos detenemos un instante, comprenderemos que la erosión del concepto verdad, máxime en el ámbito universitario, solo puede conducirnos al abismo intelectual y moral, un abismo al que conducimos a nuestros alumnos cuando les hacemos creer que todo puede ser posible, y si todo es posible, si no hay verdad que transmitir, tampoco hay enseñanza que transmitir y valorar.

Lo llaman deconstrucción. Yo lo llamo destrucción, destrucción de una sociedad, de una cultura y de unos valores sobre los que se han construido esas catedrales del saber llamadas universidades, y en las que hoy, al admitir esa lacra llamada pensamiento débil, la Ciencia y la Cultura con mayúsculas están dando paso a rendir culto a las necesidades de un mercado tan incierto como volátil, a una cultura que relativiza y manipula la Historia en beneficio de unas corrientes de pensamiento que se asienta en las moquetas de los Ministerio y del poder financiero. Triste realidad que espera a los jóvenes universitarios, a los que se les engaña con un mundo tan utópico como ficticio. Nada que no hayamos aprendido en el Mito de la caverna platónica (Rep. VII), y del que un buen reflejo puede ser la película Matrix.

La rendición o el entierro de la razón

Friedrich Nietzsche proclamaba, ufanamente, que Dios había muerto[18]. Pero si Dios muere, con Él asistimos al funesto entierro de la razón, de la lógica y de la verdad, categorías sobre las que se deberían asentar la sociedad y la vida académica; pero hoy, como escribe el filósofo Peter Sloterdijk,

La palabra ‘realidad’ es, para los oídos modernos, una palabra inaceptable, reaccionaria[19].

Pero el relativismo ha venido a acomodarse en las estanterías de las bibliotecas, en las aulas universitarias y en los lúgubres cerebros que pululan por los angostos Ministerios. Afortunadamente, la mía no es una opinión aislada. Un autor del prestigio internacional como el que posee Marcello Pera ha reconocido en multitud de ocasiones que

El relativismo ha debilitado nuestras defensas y nos ha dispuesto, y predispuesto, para la rendición. Porque nos hace creer que no existe nada por lo que valga la pena combatir y arriesgar[20].

Una rendición de la que la Universidad no se ha librado, todo lo contrario: ha sido uno de sus estandartes más reconocibles, que no más prestigiosos. No en vano, esta actúa siguiendo la convicción de que se ha de vivir y enseñar etsi Deus non daretur [como si Dios no existiese]. De este modo, quienes nos atrevemos a proclamar, temerariamente, todo lo contrario, esto es, que es posible actuar acogiéndonos a una ética que sostiene, contra viento y marea, que cabe transmitir un saber y una ciencia veluti si Deus daretur [como si Dios existiese], sabemos del “dulce” invierno académico que nos aguarda. Nada que nos preocupe lo más mínimo, seguramente porque intentamos no acogernos a la máxima de Ovidio: video meliora proboque; deteriora sequor [veo lo que más me conviene, pero sigo lo que me perjudica].

 

La misión de la Universidad

Frente a este relativismo imperante, Benedicto XVI, En su Discurso preparado para el encuentro con la Universidad de Roma ‘La Sapienza’, al preguntarse por el sentido último de la Universidad, sostiene que su misión es la búsqueda de la verdad, de una verdad que interroga incansablemente, tal y como Sócrates hacía con todo aquél que pretendía entablar una serena conversación con el hombre que cimentó su prestigio en la palabra que razona e inquiere:

La Universidad hoy se rinde ante el relativismo
Biblioteca de la Universidad de Salamanca, primera Universidad de España, fundada en 1218. Imagen 4

Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Y qué es la universidad?, ¿cuál es su tarea? Es una pregunta de enorme alcance, a la cual, una vez más, sólo puedo tratar de responder de una forma casi telegráfica con algunas observaciones. Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad. En este sentido, se puede decir que el impulso del que nació la universidad occidental fue el cuestionamiento de Sócrates. Pienso, por ejemplo –por mencionar sólo un texto–, en la disputa con Eutifrón, el cual defiende ante Sócrates la religión mítica y su devoción. A eso, Sócrates contrapone la pregunta: ‘¿Tú crees que existe realmente entre los dioses una guerra mutua y terribles enemistades y combates…? Eutifrón, ¿debemos decir que todo eso es efectivamente verdadero?’ (6 b c). En esta pregunta, aparentemente poco devota –pero que en Sócrates se debía a una religiosidad más profunda y más pura, de la búsqueda del Dios verdaderamente divino–, los cristianos de los primeros siglos se reconocieron a sí mismos y su camino. Acogieron su fe no de modo positivista, o como una vía de escape para deseos insatisfechos. La comprendieron como la disipación de la niebla de la religión mítica para dejar paso al descubrimiento de aquel Dios que es Razón creadora y al mismo tiempo Razón-Amor. Por eso, el interrogarse de la razón sobre el Dios más grande, así como sobre la verdadera naturaleza y el verdadero sentido del ser humano, no era para ellos una forma problemática de falta de religiosidad, sino que era parte esencial de su modo de ser religiosos. Por consiguiente, no necesitaban resolver o dejar a un lado el interrogante socrático, sino que podían, más aún, debían acogerlo y reconocer como parte de su propia identidad la búsqueda fatigosa de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad íntegra. Así, en el ámbito de la fe cristiana, en el mundo cristiano, podía, más aún, debía nacer la universidad[21].

En virtud de este criterio, el Papa Benedicto XVI no sitúa el progreso científico-técnico que se asienta en la razón, en contraposición con la Verdad revelada. Reiteradamente ha sostenido que la inteligencia del hombre es capaz de alcanzar cotas de progreso tanto en el ámbito de la ciencia, de la tecnología o de los nuevos medios de comunicación. Su denuncia va encaminada a la minoración de la razón y de la cultura en beneficio del pragmatismo, del positivismo, del relativismo y del subjetivismo, lo que implica la renuncia a la verdad objetiva e inmutable:

Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura[22].

 

Conclusión 

Cabe concluir. Pero no lo haremos sin una nota esperanza, la que nos aporta Julien Benda, cuando define a los intelectuales como

Esa clase de hombres […] cuya actividad no persigue esencialmente fines prácticos, sino que, al pretender su felicidad del ejercicio del arte, de la ciencia o de la especulación metafísica, en resumen, de la posesión de un bien no temporal, de alguna manera dicen: ‘Mi reino no es de este mundo’[23].

No obstante, un duda se aloja en nuestra alma: ¿cuántos intelectuales nos quedan? La duda permanece. También la esperanza.

 

 

Antígona: conciencia versus derecho

¿Por qué debemos leer 1984?

 

 

NOTAS de Relativismo versus verdad en la esfera universitaria

[1] Benedicto XVI, Saludo en la Vigilia de oración por la beatificación del cardenal John Henry Newman en Hyde Park, Londres, 18/09/2010.

[2] Romano Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Múnich, Madrid, 2000., p. 313.

[3] Romano Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Múnich, ob. cit., p. 313.

[4] Congregación para la Educación Católica, Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva. Instrumentum laboris, Ciudad del Vaticano, 2014, 2.

[5] Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, Madrid, 1989.

[6] Richar Rorty, El pragmatismo, una versión, Barcelona, 2000, p. 146.

[7] Julián Marías, “Vivir contra la verdad”, ABC, 25 de febrero de 1999.

[8] Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, Madrid, 1989, p. 25.

[9] Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, ob. cit., p. 248.

[10] En feliz expresión de Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovati (ed), El pensamiento débil, Madrid, 1988, “Advertencia preliminar”, p. 12.

[11] Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, ob. cit., p. 358.

[12] Platón, Teeteto, 161d; 167a-c.

[13] Benedicto XVI, “Posicionamiento en la discusión sobre las bases morales del Estado liberal”, consultado en www.mercaba.org/ARTICULOS/D/debate_Habermas_Ratzinger.htm

[14] Benedicto XVI, “Europa: sus fundamentos espirituales ayer, hoy y mañana”, Sin raíces: Europa, relativismo, Cristianismo, Islam, Barcelona, 2006, p. 73.

[15] Benedicto XVI, Fe, verdad y tolerancia: El cristianismo y las religiones del mundo, Salamanca, 2006, p. 65.

[16] Benedicto XVI, “Missa Pro Eligendo Romano Pontifice: Omelia del Card. Joseph Ratzinger”, www.vatican.va/gpII/documents/homily-pro-eligendopontifice_20050418_it.html.

[17] Marcello Pera, “El relativismo, el cristianismo y Occidente”, Sin raíces, Barcelona, 2006, p. 40.

[18] Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Madrid, 1997, V, 343

[19] Peter Sloterdijk, Eurotaoísmo, Barcelona, 2001, p. 237.

[20] Marcello Pera, “El relativismo, el cristianismo”, ob. cit., p. 41.

[21] https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080117_la-sapienza.html

[22] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins, París, 12/09/2008.

[23] Julien Benda, La traición de los intelectuales, Barcelona, 2008, p. 123.

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Juan Alfredo Obarrio
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Licenciado en Geografía e Historia (1986) y en Derecho (1992). Catedrático  de Universidad (Derecho Romano). Entre sus libros cabe destacar: El mundo jurídicode Franz Kafka(2018) o Un estudio sobre la Antigüedad: La Apología de Sócrates (2017).

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