Una cultura del encuentro 

 

Cultura del encuentro
Cultura del encuentro. Imagen 1

 

Introducción

Uno de los déficits que arrastran nuestras sociedades occidentales, a nuestro entender, es la escasez de tiempos y espacios para que las personas se puedan encontrar. Algo que, de entrada, parece sencillo –el encontrarse con otro- pero que, en ocasiones, resulta complicado. Las agendas están tan llenas (no sabemos si plenas) que dar con tiempo para que las personas puedan encontrarse es tarea, a veces, harto difícil. Nos preguntamos por qué. ¿Por qué es, aparentemente, tarea tan complicada encontrarse? ¿Qué (nos) está sucediendo? Nos hemos planteado tres preguntas cuyas posibles respuestas -¡ojalá!- puedan servir de reflexión, defensa y protección para una cultura del encuentro. La primera pregunta es, “¿Con quién encontrarse?”; la segunda es, “¿Cómo encontrarse?” y, la tercera, “¿Por qué encontrarse?” Pero, ¿qué es una cultura del encuentro? Se intentará responder esta pregunta a través de las tres anteriores.

 

Hacia una cultura del encuentro

Etimología de la palabra «cultura»

Empezamos haciendo referencia a “cultura” y lo hacemos desde un planteamiento muy sencillo, que es el etimológico, porque ya encierra, en sí, lo que se quiere expresar. La palabra cultura proviene del latín cultura y tiene dos acepciones, cultivo y culto. Esta última proviene, también, del latín, cultus que, en su segunda acepción, hace referencia al individuo “dotado de las cualidades que proviene de la cultura o la instrucción”. (RAE, p., 415) En relación a cultura, también, están cultivo y cuidarse.

Punto de partida: un yo que quiere encontrarse con otro

Una cultura del encuentro parte de un yo, que puede ser un individuo, pero también del yo que representa a muchos otros como un pueblo o una nación. Es un yo que quiere encontrarse con otro, es decir, que tiene voluntad de encuentro. Si se dice que “dos no se pelean si uno no quiere”, también, podría decirse que dos –sean quienes sean estos dos sujetos o colectivos- no se encuentran si uno de los dos no quiere. Por tanto, la voluntad del encuentro es importante como lo es que uno –un alguien, un yo- dé un primer paso e inicie un movimiento hacia el otro.

El encuentro no requiere tan solo un movimiento físico, a veces, el movimiento es de orden más interno, mental, si se prefiere. Requiere un salir para encontrarse con otro. Salir, ¿de qué? De sí, de las posiciones estancadas que se puedan tener, de los prejuicios, de la comodidad, de aquello que paraliza o dificulta un posible encuentro. En el lenguaje coloquial se suele expresar del siguiente modo: “Alguien tiene que dar el primer paso”. Así es, alguien –un yo- tiene que iniciar el primer movimiento, dar un primer paso, encaminarse –hacer camino- hacia el otro. También, es cierto que esta expresión se suele utilizar cuando dos están enfrentados pero, obviamente, no es necesario que haya un conflicto para encontrase con el otro. Contemplado desde otra perspectiva más positiva, la amistad supone un salir, recurrentemente, al encuentro del amigo.

Cuidar es la valentía de tener cuidado

No se puede obviar que el sujeto que inicia ese primer gesto hacia el otro, tiene que cuidar y cuidarse. Y “cuidar” –se entiende- en dos direcciones. La primera, ha de tener cuidado, mejor, ha de ser prudente y tener el coraje de ser prudente –es decir, procul vedere, de poder mirar, ir ‘más allá”- dado que ir al encuentro del otro supone, por un lado, salir a la intemperie, desarmarse de sí, descentrarse y, por tanto, arriesgarse. Una cultura del encuentro implica riesgo y coraje cuyas raíces están en el amor, la perseverancia y la humildad. Dicho de otra manera, supone valentía y audacia.

Valiente no es el que no siente miedo –ése es el impávido, el insensible-, sino el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre. ‘Courage is garce under pressure’, dijo Hemingway. Valor es mantener la gracia, la soltura, la ligereza estando bajo presión, escribe Marina, (2006: 10)

Su contrario, sería mantenerse instalado en lo que ya se está. Coloquialmente, es lo que se llama ‘zona de confort’. Una cultura del encuentro hace salir de la zona de confort. El general MacCain -ya fallecido- y que fue aspirante republicano a la Presidencia de los Estados Unidos de América, en disputa con Barack Obama, nos detalla algunos ejemplos de personajes históricos que procuraron una cultura del encuentro movidos por razones de carácter religioso, político o sociales. Aparecen personajes, entre otros (son treinta y cuatro), como Thomas More, George Washington, Viktor Frankl, Sir Ernest Shackleton o Madre Teresa de Calcuta.

Cultivar es atender a las personas

Si decimos que una primera acepción de cultura es ‘cuidar’, una segunda es ‘cultivo’. Como se sabe bien, cultivar, requiere sembrar, estar pendiente, atender, protección, laboriosidad, cuidado, esmero, hasta mimo… Una cultura del encuentro solicita cultivo. Siendo, realmente, crucial ese primer paso, aquel primer gesto de ir al encuentro, no puede quedarse, únicamente, en eso. Al primer gesto, le han de seguir otros muchos más; al primer paso, tantos otros más. Una cultura del encuentro requiere de una atención continua, de ese trabajo tenaz en pos de un encuentro que ha de ser permanente, en el tiempo, para construir, hilvanar lazos que permitan mantener una relación fundamentada en la confianza, en el respeto, en el reconocimiento de la mutua dignidad.

El ejemplo del Papa Francisco
Firma del "Documento de Fraternidad Humana" sobre la cultura del encuentro en 2021
Encuentro de Abu Dabi entre el Papa Francisco y Gran Imán Ahmad Al Tayeb en la firma del «Documento de Fraternidad Humana» sobre la cultura del encuentro. Imagen 2

Un ejemplo de todo ello, lo hallamos en el Papa Francisco en su encuentro, en Abu Dabi, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb que le hizo sentir “especialmente estimulado” (FF, 5) para escribir una Carta Encíclica cuyo núcleo central versa “sobre la fraternidad y la amistad social”, siendo la cultura del encuentro, su vía principal de acceso. Afirma el Papa Francisco:

…la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común (FF, 232).

Sin duda, la persona es

…la realidad más importante de este mundo, a la vez más misteriosa y elusiva, y clave de toda comprensión efectiva… (Marías, 1996: 9)

y está en el centro del encuentro y de la cultura, de una cultura del encuentro. Llano en referencia a la cultura lo ha descrito magníficamente:

…la cultura tiene primordialmente que ver con la perfección humana de la persona. (…) La cultura es un avance del hombre hacia sí mismo: un crecimiento de lo humano. (Llano, 2007:14)

Los otros son posibilidades de perfección

Y, al contario, de Sartre -“el infierno son los otros”- nosotros creemos que no, que encontrarse con los otros es una posibilidad de perfección aunque, en determinadas ocasiones, enviaríamos a los otros, con gusto, al infierno: “¡Vete al infierno!”, les decimos.

No, los otros, a través de la amistad -la social, también, como señala Fratelli Tutti a lo largo del capítulo sexto- pero, sobre todo, de la fraternidad son posibilidad de perfección para cualquier persona. En el encuentro entre personas cabe el perfeccionamiento y el desarrollo integral de cada una de ellas. De hecho, seguramente, sabemos que hay personas de nuestro entorno que, con su trato, nos mejoran. Son los otros quienes nos permiten la plenitud como personas; en los otros, alcanzamos la plenitud como seres humanos. Por eso, ese anhelo reiterado de encuentro, aunque, en la vida, de vez en cuando, nos topemos con desencuentros. La Carta Encíclica Fratelli Tutti recoge una idea expresada en una canción –Samba de la bendición- de Vinicius De Moraes:

La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida (FF, 215).

Así es, los desencuentros, también, rondan en la vida.

 

Primera pregunta: “¿Con quién encontrarse?”

Encontrarse consigo mismo

Para contestar esta primera pregunta recuperemos, grosso modo, un día cualquiera desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. El primero encuentro, una vez refrescados, despiertos, quizás, sea con nosotros mismos. Un encuentro que va a seguir durante todo el día, si tenemos consciencia de nosotros mismos y si se quiere obrar en conciencia –“La conciencia es una exigencia de nosotros a nosotros mismos” (Spaemann, 1982: 87)- de lo que uno es. El encuentro consigo mismo tiene que ver con lo que somos, con nuestro ser.

Soy, lo repetiré, un cuerpo viviente, que siente, piensa y quiere. (Laín Entralgo, 1992: 328)

En la medida, en que nos alejamos –nos desencontramos- de nosotros mismos, también, lo hacemos de nuestra propia esencia. Desencontrarse es perderse y llevado, al extremo, es enfermar en cuerpo y alma. Es la persona que está rota, escindida en lo que es, en su unidad.

Encontrarse con el Otro

Pero, quizás, también, al levantarnos y poner los pies en el suelo, un primer pensamiento irá hacia Aquel Otro que trasciende la propia humanidad y alcancemos agradecer por un día nuevo que empieza. Aquel Otro Ser Supremo, alfa y omega, a cuyo encuentro reiterado, en el día, acudimos y con el que esperamos encontrarnos, definitivamente, para poder contemplar su rostro: “Sí Tu rostro, Señor, es lo que busco…” (Sal, 26) El encuentro significa contemplar un rostro en su totalidad. Escribe Levinas:

El rostro del prójimo significa para mí una responsabilidad irrecusable que antecede a todo consentimiento libre, a todo pacto, a todo contrato. (Levinas, 1987: 150)

El encuentro con los próximos

A continuación, en el día nos encontraremos con los más próximos, esposo, esposa, hijas, hijos, madre, padre, comunidad… con los que se comparte un hogar. Respecto a este último, el hogar espacio y tiempo primordial para cultivar una cultura del encuentro, Marcos y Pérez Marcos (2018) lo describen en hermosas palabras:

Pero una casa no es hogar a menos que sea una casa vivida, en cuyo seno hospitalario se realice una cierta esencia, la propia de las personas que la habitan. Un hogar será, pues, -por decirlo en expresión que tomamos prestada del poeta Luis Rosales (1910-1992)- una casa encendida. Y una casa se enciende, precisamente, en la medida en que se va actualizando en su seno la esencia de lo humano. Marcos y Pérez Marcos (2018: 136-37).

Después, vendrán aquellos vecinos con los que habla del tiempo en el ascensor, los “¡Buenos días!”, a la persona que conduce el autobús que nos lleva al trabajo y, una vez, en el lugar de trabajo, un “¡Hola!” al recepcionista y a todos aquellos que nos vayamos encontrando hasta llegar a nuestra mesa de trabajo. Si se viaja… otro tanto, de lo mismo.

Re-conocer personas

Cultura del encuentro
Encontrar a otros supone reconocerlos como personas. Imagen 3

¿Cuántas personas nos encontramos a lo largo del día y reconocemos, en ellas mismas, las personas que son? Dice Spaemann:

Ser persona es realizar la esencia humana común con total novedad (2000: 18).

¿Somos personas? Sigue Spaemann:

El concepto persona no sirve para identificar algo como algo, sino que afirma algo sobre un determinado ser de una manera precisa (Spaemann, 2000: 28)

¿Vemos, en los otros, a personas?

Nos encontramos con otros ‘alguienes’, al decir de Spaemann (2000), que son personas. ¿Se tiene en cuenta? ¿Se está lo, suficientemente, atento para reconocer (conocer de nuevo) que cualquier persona es, efectivamente, una persona y que, además, es hijo del mismo Padre y que, juntos, formamos la familia humana? Nos tememos que no. El trajín del día nos suele engullir, por completo, y nos hace perder de vista la perspectiva humana que no es otra que la de la persona. Permítasenos la licencia: “¿Partido a partido?” Pues eso: “Persona a persona”, en un día cualquiera, desde la más absoluta normalidad.

 

Segunda pregunta: “¿Cómo encontrarse?” 

El cómo alude a la disposición, a cómo nos disponemos a ir al encuentro. ¿Cuál es la predisposición al encuentro? ¿Cómo nos disponemos para el mismo? ¿Cuál es el tiempo (momento) y el espacio (lugar) adecuados? Son preguntas que ayudan a que el cómo sea, realmente, un componente facilitador del encuentro. Pero el cómo, también, alude al modo, a las maneras de aproximarse al otro. Afirma Esquirol (2015):

La filosofía de la proximidad lleva a una cierta reivindicación de la cotidianeidad –aunque no se reduce a ella- y, por tanto, a una revisión de la equiparación que se hace a menudo entre cotidianeidad e inautenticidad. Por medio de la proximidad, también resulta evidente la relación entre resistencia y cura. Desde el socrático cuidado del alma hasta la cura heideggeriana en Ser y Tiempo y la cura de las éticas más recientes, siempre se ha sabido que la existencia está expuesta a la disgregación. Si no fuera así, ¿por qué iba a ser preciso preocuparse de nada? Y el cuidado se dirige, propiamente, a lo más cercano (Esquirol, 2025: 16).

Con respeto y amabilidad

¿Cómo ha de ser esta aproximación? En primer lugar, desde el respeto. El respeto por lo que el otro es. Respeto en un sentido profundo y extenso. El respeto ha de presidir el tono del encuentro. En segundo lugar, la amabilidad ha de estar presente. Se ha de ser amable con el otro. Si, de entrada, en el acercamiento al otro, se es amable, el encuentro, con toda probabilidad, fluirá mucho mejor. Como se firma en la FF, 223:

El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.

En un libro hermosísimo Lovasik nos describe “el poder oculto de la amabilidad” y la repercusión de esta en los otros:

Las acciones amables no acaban en ellas mismas: unas llevan a otras. El buen ejemplo cunde. Un solo gesto de amabilidad echa raíces en todas direcciones, y de las raíces salen nuevos brotes y nacen árboles nuevos. Su mayor servicio es que hace amables a los demás: suele ser más amable quien más amabilidad recibe. Esforzarte en ser amable te hará serlo cada vez más. De esta suerte, la gente que reciba tu amabilidad, si ya era amable antes, aprende a serlo todavía más, y si no lo era, aprende de ti a serlo. De modo que no hay mejor obsequio que mostrarse amable: después de la gracia de Dios, es el mayor regalo. (Lovasik, 2021:20)

Reconociendo la dignidad del otro

En tercer lugar y en concatenación con las anteriores, en el encuentro, se ha de tener muy presente la dignidad del otro. Reconocer la dignidad en el otro, es reconocer lo, específicamente, humano. Lo propio humano es la dignidad y toda persona por el hecho de serlo, es susceptible de dignidad. Melendo y Millán-Puelles (1996) se preguntan es la “Dignidad, ¿una palabra vacía?” Los autores respaldados en pensadores, entre otros, como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Kant o Kierkegaard llenan de ‘contenido’ a esa palabra. Quizás, los dos primeros son los que, a nuestro entender, afinan más en conceptualizar la dignidad.

Superior e interior

Dicen los autores de San Agustín:

En el fundamento último de la dignidad hay, pues, en juego dos elementos que, al menos desde las especulaciones de Agustín de Hipona, se encuentran estrechamente emparentados: 1) la superación o elevación en la bondad, y 2) la interioridad o profundidad de semejante realeza. Afirmaba en efecto San Agustín, con expresión justamente célebre, que resume el entero “camino” de su filosofía:“ab exterioribus ad interiora, ab inferioribus ad superiora”: desde lo exterior hacia lo interior, precisamente por serlo, ostenta un mayor rango jerárquico, una superioridad o excedencia respecto a lo exterior. Lo más íntimo es, al propio tiempo, lo más sublime. (Melendo y Millán-Puelles, 1996: 34).

Todos y del todo

De Santo Tomás, los autores recogen su idea de dignidad

…cuando escribe: la dignidad pertenece a aquello que se dice absolutamente: dignitas est de absolutis dicits.

Por tanto, y retomado las ideas de estos dos grandes santos de la Iglesia Católica, la dignidad es algo intrínseco –interior- de la persona, forma parte de su naturaleza. La persona nace con dignidad, le es inherente a su ser persona. Las personas –todas- son susceptibles de dignidad por el ‘simple’ hecho de ser personas. En otros términos, la sustancia de la persona es la dignidad. Y, así, fue reconocido, también, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que en su artículo primero afirma:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad…

Aquí, es importante subrayar que la dignidad es patrimonio de todos, absolutamente, de todos los seres humanos. También, que la referencia a la dignidad se realiza en términos absolutos. La dignidad abarca a la persona en su totalidad. No es que la dignidad de la persona sea poca, nada, mucha… a veces… La dignidad, precisamente, por ser connatural a la persona, “se dice” –según, Santo Tomás-  en su totalidad. Al encontrarse con otro, en un día cualquiera, no se debería perder de vista, la dignidad que ostenta cualquier persona y donde cada quien, cada uno en particular está, también, incluido. ¿Es posible que se produzca un encuentro sin tener en cuenta la dignidad propia y la del otro? Sin duda, es posible, pero si es así, ese encuentro, difícilmente, transcurrirá por cauces, propiamente, humanos. Sin dignidad, se ‘pierde’ la humanidad y es factible, además, cualquier barbaridad.

Francesc Torralba.Imagen 4
Dignidad basada en su capacidad relacional

Torralba (2005), también, se ha preguntado. “¿Qué es la dignidad humana?” y, reflexionando, con Peter Senger, Hugo Tristram Engelhardt y John Harris, ha ido desgranando, ya en la introducción, un concepto “laberíntico” como el de la dignidad. En el capítulo quinto, realiza una ‘síntesis histórica’ del concepto de la persona y en el epígrafe cuarto, desde la perspectiva personalista, desarrolla “la persona como relación” (Torralba: 2005, pos. 5660). ¿Y qué es un encuentro sino el establecimiento, también, de una relación desde la dignidad de aquellos que se encuentran? Sostiene Torralba:

Desde esta perspectiva (la personalista), lo que hace de la persona el ser más digno en el conjunto del mundo, lo que le confiere un valor especial en el orden de lo creado no es su ser, sino su capacidad relacional, su estructura esencialmente abierta, por medio de la cual no sólo es capaz de establecer relaciones con las entidades exteriores, sino también consigo misma, y llegar, de este modo a ser consciente de sí (Torralba, 2005, pos. 73).

Con generosidad

En cuarto lugar y en concatenación con respeto, amabilidad y dignidad, se encuentra la generosidad que tiene, en su trasfondo último, a la bondad. A un encuentro se ha de ir con las manos abiertas, con los abrazos extendidos, con un corazón sincero, franco, en la búsqueda del bien del otro y del bien común, en la querencia de ‘algo’ que trascienda cada yo en concreto –sea, también, -recordemos- un colectivo, grupo o nación- tras un ‘nosotros’, un bien común que supere la dialéctica de dos ‘yoes’, de dos partes diferenciadas. En la Carta Encíclica Frateli Tutti, a esto, se le denomina fraternidad y amistad social. Salir al encuentro del otro, es encontrarse con el hermano, con el prójimo –próximo o no- porque ha deguiar el hecho de ser hermanos, de ser iguales en dignidad.

Con verdad

En quinto lugar, está la verdad. En los tiempos actuales, parece que cada quien tiene su verdad. Una verdad en pequeñito porque es, absolutamente, subjetiva, pertenece al sujeto y este se agarra a ella como clavo ardiendo convirtiéndola en un absoluto, cayendo en una radical cerrazón y sin atender a otras razones. “La verdad es mía y solo mía y tú lo que tienes que hacer es, únicamente, respetarla”, se vendría a decir y de ahí, no hay quien los mueva. Nosotros sostenemos que hay una verdad objetiva que trasciende a cada yo, en la búsqueda de una verdad en común, de nadie en particular y que a todos atañe. Sin esa verdad, se hace complicado no solo una cultura del encuentro, sino sencillamente, vivir. Vivir sin Verdad, es un sin vivir. Afirma Frankfurt:

Nuestro éxito o fracaso en cualquier cosa que emprendamos, y por tanto en la vida en general, depende si nos guiamos por la verdad o de si avanzamos en la ignorancia o basándonos en la falsedad. A su vez, esto depende, fundamentalmente, de lo que nosotros hagamos con la verdad. No obstante, sin verdad estamos destinados a fracasar antes de empezar. En realidad, nos podemos vivir sin verdad. La necesitamos no sólo para comprender cómo vivir bien, sino para saber cómo sobrevivir (Frankfurt, 2007: 45-46).

Nuestro admirado poeta, Antonio Machado, lo expresó en los siguientes términos:

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

Agamenón.- Conforme.

El porquero.- No me convence.

Los cinco elementos imprescindibles para una cultura del encuentro

El ser humano ha anhelado esa verdad en común -de todos y de nadie- y ha ido tras ella. La búsqueda de la verdad, la comprensión de la verdad ha sido y es uno de los temas recurrentes en la Filosofía, la Teología, en la Doctrina Social de la Iglesia. De esta última, solo cabe recordar las encíclicas de San Juan Pablo II, Veritatis Splendor y la encíclica de Benedicto XVI, Caritas in Veritate. Una cultura del encuentro supone buscar, conjuntamente, esa verdad común que concierne a cualquier persona. El reto es mayúsculo como lo es la misma verdad. Por último y, desde nuestro punto de vista, el Respeto, la amabilidad, la dignidad, la bondad y la verdad son los cinco elementos imprescindibles para una cultura del encuentro.

 

Tercera pregunta: ¿Por qué encontrarse?

Existen, al menos, dos razones fundamentales para explicar el por qué una cultura del encuentro, por qué salir al encuentro; por qué encontrarse. Ambas razones ya han sido apuntadas en líneas anteriores. La primera, es porque una cultura del encuentro es condición de posibilidad para que cualquier persona pueda desarrollarse integralmente. Es en el encuentro con el otro –persona, colectivo, país o nación- donde la persona puede ‘completar’ su humanidad, donde puede alcanzar el ser, plenamente, persona. En el encuentro, nos podemos, mutuamente, desarrollar y mejorar.

La segunda razón, si se quiere, utópica pero, desde nuestro punto de vista irrenunciable, -porque nos mueve la esperanza y el amor- es porque se quiera construir sociedades, un mundo, una humanidad mejor. Y cuando escribimos mejor, se quiere decir, susceptible de mejora y perfección humana y, para ello, nos necesitamos unos a otros, el pleno desarrollo es en común y ya se expresó, así, es solo un ejemplo, en la carta encíclica de Pablo VI (1967) Populorum progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos.

Encontrarse con los otros ayuda a completar la propia humanidad, y la de todos. Imagen 5

 

Epílogo: una Antropología del diálogo

En este artículo se ha querido responder, a través de tres preguntas, qué es una cultura del encuentro y en qué cinco elementos se debería fundamentar una cultura del encuentro. Hemos tenido muy presente la carta encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco. Pero, este artículo, solo es pórtico de entrada a ‘aquello’ en lo que se sostiene cualquier encuentro con el Otro que es Trascendencia, con los otros con quienes nos vamos encontrando diariamente, con los amigos, en la familia, entre Instituciones, entre gobiernos y naciones que nos es más que… el diálogo.

Una cultura del encuentro es puerta de acceso a una Antropología del diálogo porque como sostiene Castro Pérez (2023: 53),

…la misma antropología, la reflexión del ser humano acerca de sí mismo, nace y se desarrolla como lugar de un encuentro, de diálogo, del cual surgen las iluminaciones útiles para nuestra comprensión y para la praxis social,

pero eso ya es trasunto para otro artículo.

 

Otro artículo del mismo autor publicado en esta web: Filosofía, vida lograda y sociedades «VUCA»

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Benedicto XI. (2009). Caritas in Veritate. Sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. Palabra: Madrid.

Biblia. (2011). PPC: Madrid.

Castro Pérez, F. A. (2023). Llamados a encontrarnos. Ser humanos en un tiempo inhumano. Sal Terrae: Santander.

Esquirol, J. Mª. (2015). La resistencia íntima. Una filosofía de la proximidad. Acantilado: Barcelona.

Frankfurt, H. G. (2007). Sobre la verdad. Paidós: Barcelona.

Laín Entralgo, P. (1992). Cuerpo y alma. Austral: Madrid.

Levinas, E. (1987). De otro modo de ser, o más allá de la esencia. Sígueme: Salamanca.

Lovasik, L. G. (2021, 10ªed.) El poder oculto de la amabilidad. Rialp: Madrid.

Llano, A. (2007). Cultura y pasión. EUNSA: Pamplona.

MacCain, J. y Salter, M. (2005). Character is Destiny. Random House: New York.

Machado, A, (1971). Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo. 1936. Ed. de José María Valverde. Castalia: Madrid.

Marcos, A. y Pérez Marcos, M. (2018). Biblioteca de Autores Cristianos: Madrid.

Marías, J. (1996) Persona. Alianza Editorial: Madrid.

Marina, J. A. (2006). Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Anagrama: Barcelona.

Melendo, T. y Millán-Puelles, L. (1996). Dignidad, ¿una palabra vacía? EUNSA: Pamplona.

Papa Francisco. (2020). Fratelli Tutti. Palabra: Madrid.

Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. 20ª Edición. Tomo I. Espasa-Calpe: Madrid.

San Juan Pablo II. (1993). Veritatis Splendor. Palabra: Madrid.

San Pablo VI (1972). Populorum progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos en Ocho Grandes Mensajes. Biblioteca de Autores Cristianos: Madrid.

Spaemann (1987). Ética: Cuestiones fundamentales. EUNSA: Pamplona.

Spaemann, R. (2000) Persona. Acerca de la distinción entre ‘algo’ y ‘alguien’. EUNSA: Pamplona.

Torralba, F. (2005). ¿Qué es la dignidad humana? Ensayo sobre Peter Singer, Hugo Tristam Engelhardt y John Harris. Herder: Barcelona.

Yepes Stork, R. y Aranguren Echevarri, J. (1996). Fundamentos de Antropología. Un ideal de excelencia humana. EUNSA: Pamplona.

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Carlos Moreno Pérez
Profesor titular de Filosofía at Universitat Ramon Llull | Website | + posts

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