Banksy y el sistema:

identidad artística y contradicciones posmodernas

 

Bansksy. Slave labour

 

Resumen:

Banksy, el célebre artista urbano anónimo, constituye un caso paradigmático para examinar cómo la identidad artística se redefine en la posmodernidad. Este artículo analiza cómo la estrategia del anonimato de Banksy desafía las nociones tradicionales de autoría, al mismo tiempo que su obra transita la línea ambigua entre la subversión antisistema y la integración en el mercado del arte. A través de un enfoque teórico y ejemplos emblemáticos de su producción, se exploran las tensiones entre la crítica social y la mercantilización que caracterizan su figura. La discusión se enmarca en conceptos de teoría posmoderna sobre la muerte del autor, la performatividad de la identidad y la hiperrealidad, para conectarlos con la práctica artística de Banksy. Se concluye que Banksy encarna las paradojas posmodernas de la identidad: es simultáneamente un rebelde contracultural y un icono global, lo que evidencia que, en la cultura contemporánea, la rebeldía puede mercantilizarse a la vez que la mercancía puede emplearse como vehículo de crítica.

Palabras clave:

Banksy; posmodernidad; identidad; anonimato; arte urbano; mercado del arte.

Abstract:

Banksy, the renowned anonymous urban artist, offers a paradigmatic case to examine how artistic identity is redefined in postmodernity. This article analyzes how Banksy’s use of anonymity challenges traditional notions of authorship, while his work treads the ambiguous line between anti-system subversion and integration into the art market. Through a theoretical approach and emblematic examples of his production, the tensions between social critique and commodification that characterize his figure are explored. The discussion is framed by postmodern theory concepts such as the death of the author, performativity of identity, and hyperreality, connecting them with Banksy’s artistic practice. The article concludes that Banksy embodies the postmodern paradoxes of identity: he is simultaneously a countercultural rebel and a global icon, evidencing that, in contemporary culture, rebellion can be commodified, even as commodities can serve as vehicles for critique.

Keywords:

Banksy; postmodernity; identity; anonymity; street art; art market.

 

1. Introducción

Obra callejera de Banksy
Girl with a balloon, ubicado en South Park, Londres. Imagen 1

La figura de Banksy, artista callejero cuya identidad permanece oculta, interpela de manera única las nociones contemporáneas de autoría e identidad artística. En la era posmoderna, marcada por la multiplicidad de discursos y la crítica a los grandes relatos, el estatus del artista y su relación con la obra han cambiado radicalmente. Banksy ejemplifica estas transformaciones al construir una identidad artística poderosa, prescindiendo del ego público.

Sus grafitis, intervenciones urbanas y performances se han difundido globalmente a pesar de – o gracias a – su anonimato, lo cual genera preguntas sobre si su arte se sitúa contra el sistema, dentro de él o incluso a su favor. Este dilema de estar dentro/fuera del sistema convierte a Banksy en un símbolo de las paradojas posmodernas, que transitan siempre en esos espacios in-between: un autor ausente cuya obra tiene presencia mundial, un provocador antisistema cuya fama es alimentada por los mismos medios y mercados que satiriza.

Perspectiva y estructura del trabajo

En este artículo abordamos a Banksy desde la perspectiva de la identidad posmoderna, para lo que buscaremos un equilibrio entre el análisis teórico y la discusión de ejemplos concretos de su producción artística. Primero, se revisa cómo el pensamiento posmoderno ha cuestionado la noción de autor y ha propuesto entender la identidad como algo fluido y performativo, más que como una esencia fija. Sobre esta base conceptual, examinamos la estrategia del anonimato de Banksy y su significado: ¿es la encarnación de la muerte del autor, postulada por Barthes y Foucault, o una táctica de marketing ingeniosa en la era de la sobreexposición?

Luego, analizamos la posición ambivalente de Banksy entre la subversión política y la mercantilización, apoyándonos en reflexiones de teóricos de la cultura y críticos de arte. Concluiremos que la identidad artística que Banksy encarna es profundamente paradójica, y que en esa paradoja reside tanto su atractivo como su significado filosófico.

 

2. Identidad, autoría y arte en la posmodernidad

Autoría

La crisis de la autoría es un rasgo definitorio del arte posmoderno. Roland Barthes (1987) proclamó la muerte del autor, argumentando que la obra ya no debe interpretarse como una emanación de la biografía o de la intención de un creador individual, sino como un tejido de significados donde el lector/espectador desempeña un papel activo. En la misma línea, Michel Foucault (1969) cuestionó la función del autor, sugiriendo que éste es más una construcción discursiva que una fuente genuina de significado. Este desplazamiento teórico de la figura del autor abrió paso a nuevas formas de entender la identidad artística: el énfasis se trasladó del artista a la obra y a la recepción.

Identidad

Otra aportación clave de la posmodernidad es la idea de la identidad como algo inestable, líquido y continuamente reconstruido. Zygmunt Bauman describe la condición contemporánea como una modernidad líquida, donde los vínculos y referentes cambian constantemente y las identidades se vuelven volátiles. En este marco, el yo deja de concebirse como núcleo estable para entenderse como un proyecto mutable. Por su parte, Judith Butler desarrolla la noción de identidad performativa, especialmente en el terreno del género, pero extensible al arte: la identidad no es una esencia preexistente sino un efecto reiterado de actos y discursos que produce la ilusión de un sujeto coherente. Aplicado a la creación artística, esto implica que la identidad del artista también puede verse como una representación en continuo ensayo, más que como la expresión auténtica de una subjetividad inmutable.

Espacio, tiempo y público de la obra de arte

Estos conceptos han erosionado los límites tradicionales entre autor, obra y público. Si el artista ya no es un genio solitario con un mensaje unívoco, la obra tiende a concebirse como abierta y el espectador deviene co-creador activo de significados. Umberto Eco ya hablaba de la Obra abierta (1989) que, en el arte contemporáneo, se manifiesta en prácticas que invitan a la participación y la reinterpretación constante. En la calle, la ciudad se convierte en lienzo y escenario, y cada transeúnte en un intérprete que actualiza la obra con su mirada e interacción. Las intervenciones urbanas y performances efímeras ejemplifican esta desmaterialización, de manera que el arte ya no se circunscribe sólo a objetos estáticos, sino también a experiencias contextuales. Así, la identidad artística se descentraliza, ya que importa menos quién hizo la obra, frente a lo que provoca en el público y a dónde/cuándo ocurre.

La mercantilización del arte

Sin embargo, este mismo contexto posmoderno trae una paradoja mercantil señalada por algunos críticos culturales. Fredric Jameson (1992) advirtió que el capitalismo tardío es capaz de absorber e incluso fomentar la diferencia y la crítica como parte de su lógica cultural. Hal Foster (2001), por su parte, ha señalado que la cultura posmoderna convierte hasta la transgresión más radical en mercancía o espectáculo, lo que neutraliza su vertiente subversiva mediante la comercialización. Es decir, en nuestro tiempo, lo alternativo vende, y la rebeldía puede volverse estilística o superficial si es rápidamente consumida y puesta de moda. Este es el escenario lleno de oportunidades y trampas para el arte global contemporáneo: por un lado, más voces y concepciones estéticas tienen visibilidad; por otro, el mercado tiende a domesticar cualquier impulso contestatario.

En las próximas secciones veremos cómo Banksy se sitúa precisamente en este límite entre la crítica auténtica y la absorción comercial, ilustrando con su trayectoria las tensiones de la identidad artística posmoderna.

 

3. Banksy: anonimato y autoría en el arte urbano

Identidad anónima

Obra de Banksy
Banksy ‘libera’ animales del zoológico de Londres. Imagen 2

Banksy irrumpe en la escena del arte urbano en los años noventa, emergiendo de la cultura del grafiti en Bristol. Desde el comienzo de su trayectoria, optó por mantener su nombre real en secreto, construyendo deliberadamente una identidad anónima. Este anonimato ha sido su manifiesto personal, una declaración de principios: al eludir la identificación, Banksy proclama que el mensaje de la obra importa más que la celebridad del autor. Así, Banksy adoptó la máscara metafórica del anonimato para liberar su arte de la carga del ego autoral.

Paradójicamente, esa invisibilidad se convirtió en su sello personal más reconocible. Banksy es alguien, precisamente, por presentarse como nadie identificable. Esta aparente contradicción refleja una tensión de la identidad contemporánea, en el sentido de que, en nuestros tiempos, anhelamos autenticidad individual, pero también nos seduce el atractivo de lo colectivo y anónimo. La figura de Banksy habita ese espacio intermedio típicamente posmoderno, obligándonos a repensar categorías clásicas de autoría, propiedad intelectual e, incluso, el ego en el arte.

El anonimato de Banksy puede interpretarse como la puesta en práctica de las teorías sobre la muerte del autor. Al no haber un rostro ni una biografía pública a quien asociar cada obra, el protagonismo recae en la imagen y su contexto. Críticos y espectadores se ven forzados a juzgar la obra por su contenido, impacto y emplazamiento, más que por la reputación del artista. Esto ha renovado debates sobre la autenticidad en el arte, al demostrar Banksy que es posible construir una identidad artística potente sin un autor visible, proyectando la imagen de un artista-idea más que de un artista-persona.

El aura de la obra de arte

La ausencia de autor explícito también juega con el concepto de aura de la obra de arte en la era de la reproducibilidad técnica (Benjamin, 2003). En la obra de Banksy, el aura no proviene de la firma del artista, sino de la experiencia y la narrativa que rodean a cada intervención. En 2013, Banksy instaló un puesto improvisado en Central Park para vender sus propias pinturas de incógnito; apenas unos pocos turistas compraron obras a 60 dólares sin saber que eran auténticos Banksy. Días después, al revelarse la autoría, esas piezas se revalorizaron enormemente. La performance evidenció cómo el valor que damos a un objeto artístico depende del relato y la identidad asignada, más que de sus cualidades intrínsecas (Morgan, 2013). Fuera del sistema, incluso obras excelentes de Banksy pasaban inadvertidas, algo que subraya el rol del contexto en la creación de valor.

El anonimato, por tanto, lejos de restarle impacto, se convirtió en la marca de Banksy. El artista supo cultivar el misterio como parte de su estrategia comunicativa. Sus escasas declaraciones públicas suelen llegar a través de su cuenta oficial de Instagram u otros canales controlados, donde publica fotos o videos de sus nuevas obras sin comentarios extensos. Esta falta de información personal ha generado un efecto multiplicador: cada nueva aparición de Banksy es un acontecimiento mediático, precisamente porque sabemos muy poco de él. La ausencia alimenta la curiosidad y hace que la atención se vuelque en la obra misma. Banksy se ha hecho mundialmente famoso siendo nadie y todos a la vez, hasta el punto de que su alias se ha convertido en sinónimo de arte urbano crítico.

 

4. Entre la subversión y la mercantilización: la paradoja de Banksy

A pesar de su anonimato y de su postura contestataria, Banksy ha alcanzado un éxito global innegable. Sus obras se cotizan en los grandes circuitos del arte y su nombre mueve millones en subastas, exhibiciones no oficiales y merchandising. Esto plantea una cuestión espinosa: ¿es Banksy un verdadero subversivo antisistema o se ha convertido en un engranaje más del espectáculo cultural que critica? La respuesta, acorde con el espíritu posmoderno, no es sencilla ni unívoca.

¿Subversión o mercantilización?

Obra de Banksy
Love is the bin. Imagen 3

Por un lado, su obra continúa incomodando a las instituciones y poniendo el dedo en la llaga de problemas sociales: denuncia la guerra, la desigualdad, el consumismo o la vigilancia estatal con imágenes mordaces y fácilmente comprensibles. Por ejemplo, sus grafitis en el muro de Cisjordania han visibilizado la situación palestina ante públicos que quizá nunca se lo habrían planteado. Asimismo, el famoso incidente de la casi destrucción de Girl with Balloon fue interpretado como una crítica directa a la mercantilización extrema del arte. En ese instante, Banksy pareció burlarse del mercado en su propio templo, creando una performance espontánea que dejó atónitos a los coleccionistas; irónicamente, el mercado se revolvió, y mucho, mediante la venta por un precio estratosférico de los restos del cuadro medio destruido, rebautizado como Love is in the bin.

Por otro lado, es innegable que la figura de Banksy también se beneficia del sistema que cuestiona. Cada provocación suya se convierte en tendencia viral, cubierta por los mismos medios masivos que alimentan la cultura del espectáculo. Como ha señalado Baudrillard, el arte contemporáneo corre el riesgo de volverse un mero juego de simulacros sin efecto real, que finge criticar al sistema mientras en verdad es parte del espectáculo publicitario (2006).

Algunos detractores han acusado a Banksy de ser un maestro del marketing encubierto, y es que sus acciones pueden parecer calibradas para generar titulares e incrementar el valor de su marca. Charlie Brooker (2006), en un artículo que, con el tiempo, ha obtenido cierta celebridad, no ahorra calificativos contra Banksy y sus admiradores, por ser todos partícipes de la obra de un artista sobrevalorado, cuyo prestigio reside más en el hype que en la sustancia. Si bien esta es una visión extrema, obliga a preguntarse si la rebeldía de Banksy ha sido neutralizada al convertirse en moda.

La ambivalencia de la posmodernidad

La realidad, probablemente, resida en un término medio. Banksy encarna una ambivalencia fundamental de la posmodernidad; es a la vez un rebelde antisistema y un icono cultural integrado. Como observó Timsit,

Banksy juega con esta ambivalencia, denunciando los excesos del mercado al mismo tiempo que forma parte de él. Esa tensión entre la crítica social y la integración al sistema es sin duda uno de los ingredientes principales de su éxito (2025).

Lejos de perjudicarlo, esta dualidad parece alimentar el mito Banksy. Su nombre genera interés tanto en círculos contraculturales que celebran su mensaje, como en los elitistas que compran sus carísimas obras.

El propio Banksy parece consciente de esta ironía. Ha tratado de mitigarla con tácticas que podríamos llamar de subversión interna y que consistirían en actuar dentro del circuito del arte, pero hackeando sus reglas desde adentro. Por ejemplo, recurre a la efimeridad – murales que pueden ser borrados, instalaciones temporales, etc. – para escapar al control del mercado oficial. Sin embargo, estas estrategias tienen un alcance limitado frente a las fuerzas globales del capital simbólico. Cada vez que una pieza de Banksy se vende por cifras disparatadas o se exhibe en galerías privadas, se refuerza la idea de que ninguna crítica es inmune a la absorción por el sistema. Es la trampa posmoderna. La cultura capitalista es capaz de absorber la disidencia transformándola en moda.

La mercantilización del arte contestatario

Aun así, sería simplista, a nuestro juicio, afirmar que Banksy ha claudicado o que su mensaje carece de efecto. Más bien, su caso ilustra las complejas negociaciones a las que se enfrenta el arte crítico hoy. Su trabajo nos recuerda constantemente la pregunta: ¿puede el arte de resistencia sobrevivir intacto a su propio éxito comercial? Cada éxito de Banksy conlleva el riesgo de diluir su mensaje incómodo, pero, al mismo tiempo, pone en primera plana el tema de debate – a saber, la mercantilización del arte contestatario -, lo que devuelve la pelota al tejado de la crítica. En cierto modo, incluso la contradicción es productiva, ya que la coexistencia de rebelión y mercancía en Banksy es, en sí misma, una denuncia permanente de cómo funciona la cultura en nuestro tiempo.

 

5. Arte, política y cultura digital: el alcance global de Banksy

Arte y política

La obra de Banksy se sitúa en la intersección de la estética y la política, con la ciudad y el espacio público situados en un terreno de intervención crítica. Siguiendo la estela de las vanguardias, pero con una sensibilidad contemporánea, Banksy podría integrarse como parte de un continuum histórico de arte disidente o de protesta. Moriente señala que Banksy actúa como catalizador de una tendencia artística reciente que integra elementos del arte marginal, del activismo anticapitalista – en particular el culture jamming o sabotaje cultural – y del imaginario popular de masas, resultando en una suerte de movimiento neodadaísta (2015: 34).

Así Banksy emplea imágenes atractivas o ingeniosas para atraer la mirada del público hacia realidades sociales incómodas. Sus murales convierten muros, calles y objetos cotidianos en vehículos de mensajes sobre la guerra, la migración, el consumismo o la vigilancia, pero evitando el didactismo obvio de la propaganda. En lugar de panfletos, ofrece metáforas visuales; por ejemplo, pinta niños jugando a ser soldados sobre un montón de armas reales, o una paloma con chaleco antibalas como alegoría de la paz amenazada. La belleza subversiva de Banksy radica en que seduce al espectador con humor, ternura o sorpresa, para luego confrontarlo con la crítica implícita. No rehúye la estética ni la popularidad, sino que las pone al servicio de la reflexión social.

Simulacro e ironía

Dismaland, recinto ferial diseñado por Banksy
Dismaland. Imagen 4

Un rasgo sobresaliente de su práctica es el uso del simulacro y la ironía. Banksy suele crear situaciones hiperreales que descolocan al espectador para revelar verdades ocultas de nuestra época. Un ejemplo notable fue Dismaland (2015), una instalación artística a escala de parque temático que parodiaba a Disneyland. Ubicado en un balneario abandonado de Inglaterra, Dismaland se presentó como un deprimente parque de atracciones anti-utópico: el castillo de princesas estaba en ruinas, la Cenicienta aparecía accidentada en su carruaje rodeada de paparazzi, y atracciones típicas de feria incorporaban giros macabros para denunciar, entre otros, la crisis de refugiados en Europa.

Desde la filosofía, puede leerse Dismaland como un simulacro inverso. Si Disneyland es, según Baudrillard (1978), el modelo perfecto de simulacro hiperreal que oculta la falsedad de la realidad exterior tras una fantasía edulcorada, Banksy invierte la fórmula al crear un anti-Disneyland que expone la distopía que subyace bajo tanta felicidad de plástico. En Dismaland, la angustia real del presente se estetiza deliberadamente para hacerla visible y obligar a los visitantes a confrontarla entre atracción y atracción. La experiencia era lúdica en la forma, pero incómoda en el fondo. Los asistentes, atraídos por la curiosidad y el morbo, se convertían a la vez en cómplices y objeto de la sátira, riéndose para no llorar.

Este proyecto, que incluyó la participación de decenas de artistas invitados, mostró a Banksy también como curador de una obra coral de crítica cultural. Tras cinco semanas de éxito de público, Banksy clausuró Dismaland y donó sus materiales para construir refugios en un campo de migrantes en Francia. Dismaland ejemplificó, así, esa difusa frontera posmoderna entre arte y activismo, espectáculo y conciencia.

Cultura digital y viralidad

Por otra parte, el fenómeno Banksy es indisociable de la cultura digital y la viralidad. En la llamada economía de la atención, Banksy ha demostrado un talento singular para capturar el interés global. Sus intervenciones suelen aparecer por sorpresa y en lugares estratégicos, a veces coincidiendo con eventos mediáticos importantes, lo que maximiza su impacto. Por ejemplo, en plena Bienal de Venecia de 2019, Banksy instaló subrepticiamente un mural sobre la crisis de refugiados que acaparó titulares, aunque él ni siquiera estaba invitado formalmente (Yuste, 2019). Del mismo modo, en 2022, pintó varios murales en ciudades devastadas de Ucrania, validándolos luego a través de vídeos en sus redes sociales; uno de esos murales se volvió tan icónico que fue reproducido en un sello postal oficial de Ucrania (Martin, 2023).

Sello de Ucrania con un diseño de Banksky. Imagen 5

Cada aparición suya se convierte en trending topic. De hecho, Banksy maneja su presencia en Internet con astucia: su cuenta de Instagram se ha transformado en su galería oficial, donde anuncia obras nuevas en tiempo casi real a sus millones de seguidores. En 2020, en pleno confinamiento por la pandemia, difundió imágenes de un baño doméstico intervenido con traviesas ratas pintadas y el comentario humorístico “Mi esposa odia cuando trabajo desde casa”, proporcionando un respiro viral ante la crisis sanitaria (20 minutos, 2020). Estos gestos demuestran cómo Banksy opera a la perfección en el ecosistema de redes sociales. Comprende la importancia del timing, del ingenio visual y de la narrativa para generar viralidad y, a su vez, provocar discusión pública.

Como han observado algunos investigadores de la comunicación, Banksy logra poner el foco mediático sobre las causas sociales que reivindica (Mendiguren et al., 2023: 491), valiéndose del propio circuito de la atención para redirigirlo hacia temas críticos.

Alcance global

La circulación digital plantea también cuestiones sobre la autenticidad y el valor del arte. En la era de Twitter, Instagram y YouTube, las imágenes de Banksy se replican instantáneamente por todo el mundo, a menudo antes de que las autoridades locales decidan preservarlas o borrarlas. Según Walter Benjamin, la reproducibilidad técnica erosionaba el aura de la obra de arte; sin embargo, en el caso de Banksy podríamos argumentar que el aura se traslada del objeto físico a la historia y al impacto que genera. El aura de un Banksy no reside en la pintura sobre el muro, sino en el hecho de que millones de personas hayan visto, compartido y discutido esa imagen en sus pantallas.

Algunos estudios revisitan la noción benjaminiana del aura a la luz de lo digital; en ese marco, podríamos entender que Banksy crea una suerte de aura contemporánea basada en la atención efímera y la participación colectiva (Akin & Kıpçak, 2016). La ausencia de un autor identificable confiere a la obra un halo de misterio, que es potenciado por cada post y retuit que especula sobre el significado o la autoría. Al final, Banksy ha conseguido algo notable: en una sociedad saturada de imágenes, logra que las suyas destaquen y generen una conversación global.

 

6. Conclusiones

Banksy se ha convertido en un referente inevitable al hablar de arte, identidad y cultura en la posmodernidad. A lo largo de este breve trabajo hemos visto cómo su figura ejemplifica la confluencia de fuerzas que definen nuestro tiempo: la desaparición del autor tradicional, la construcción performativa de la identidad, la globalización mediática del arte y la tensión permanente entre la resistencia y la absorción sistémica. ¿Banksy está contra el sistema, dentro de él o a su servicio? La paradoja es que está, de alguna manera, en las tres posiciones simultáneamente. Esa ubicuidad ambigua es justamente la condición posmoderna por excelencia.

Por un lado, su obra conserva un indudable vector contestatario. Banksy ha logrado sacar el arte de las galerías para insertarlo en el tejido de la vida cotidiana, poniendo mensajes incómodos en muros, calles y redes sociales donde la gente común no puede evitar encontrarlos. Ha visibilizado injusticias, se ha burlado de los poderosos y ha inspirado debates sobre cuestiones que van desde la libertad de expresión hasta la crisis medioambiental. En ese sentido, su impacto cultural es real; no se limita a decorar, sino que incita a pensar y a tomar posición, aunque sea por un instante fugaz.

Por otro lado, la integración de Banksy en el circuito global del arte y del consumo es un hecho indudable. Su nombre es una marca cotizada; su estilo, imitado hasta la saciedad; su discurso, a veces banalizado por la moda. Banksy vende, aunque personalmente no lo busque activamente. Su mera existencia genera valor económico y no parece ingenuo pensar que, sea quien sea, debe ser inmensamente rico. Esto representa el destino quizá inevitable de cualquier expresión contracultural en la era de la reproducción infinita: ser reciclada como estética mainstream. Es indudable que el arte crítico puede perder todo su poder subversivo al convertirse en parte del espectáculo general. Banksy parece librar una batalla constante contra esta absorción, pero no puede escapar del todo a la atracción gravitatoria del mercado y la celebridad.

Sin embargo, más que concluir con un veredicto sobre cuánto tiene Banksy de rebelde o de vendido, vale la pena rescatar la lectura dialéctica de su papel. Su identidad artística es dialógica y ambivalente, y en esa ambivalencia radica su verdad. Banksy nos obliga a aceptar la incertidumbre, a reconocer que, en la posmodernidad, la pureza es un mito, que la disidencia convive con la comercialización, y que la crítica puede darse desde dentro del propio sistema, mediante el uso de sus mismas armas. ¿Se le puede llamar a esto cinismo? ¿Se puede afirmar que Banksy ha mistificado su anonimato en un alarde de ego mayor incluso que el de los autores tradicionales? Insistimos, aquí reside, en nuestra opinión, el gran valor de Banksy, que es que genera un debate muy productivo.

En definitiva, Banksy no resuelve la tensión entre arte y mercado, pero la visibiliza y la mantiene en el centro de la conversación cultural. En un mundo donde la protesta se transforma en mercancía y la mercancía se usa para protestar, la figura de Banksy funciona como un espejo que nos devuelve nuestras propias contradicciones. Su legado quizás no radique en haber derrotado al sistema (una expectativa ingenua), sino en recordarnos continuamente que el arte, incluso en sus manifestaciones más irónicas y populares, puede seguir siendo un espacio de crítica, conciencia e imaginación. A fin de cuentas, entender a Banksy es entender la condición posmoderna misma como un juego perpetuo de espejos entre la apariencia y la autenticidad, entre la subversión y la complicidad, del cual emergen nuevas formas de significado.

Soldier throwing flowers. Un grito por la paz en Palestina. Imagen 6

 

REFERENCIAS

Barthes, R. (1987). La muerte del autor. En El susurro del lenguaje: Más allá de la palabra y la escritura (pp. 65-70). Barcelona: Paidós.

Baudrillard, J. (1978). Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós.

Baudrillard, J. (2006). El complot del arte. Ilusión y desilusión estéticas. Buenos Aires: Amorrortu.

Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. México D.F.: Ítaca.

Eco, U. (1989). Obra abierta. Barcelona: Planeta-Agostini.

Foster, H. (2001). El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal.

Akin, C., & Kıpçak, N. S. (2016). Art in the Age of Digital Reproduction: Reconsidering Benjamin’s Aura in “Art of Banksy”. Journal of Communication and Computer, 13 (4), pp. 153-158.

Mendiguren, T., Meso, K., Pérez, J., & Ganzábal, M. (2023). Impacto y tratamiento de las acciones artísticas de Banksy en la prensa española. Revista Latina de Comunicación Social, 81, pp. 491-507.

Moriente, D. (2015). De vándalo a artista: Banksy. Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte vol. 27, 2015, pp. 31-52.

20 minutos (2020). Banksy convierte su cuarto de baño en su última obra: “Mi mujer odia que trabaje desde casa.” Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://www.20minutos.es/gonzoo/noticia/4228550/0/banksy-convierte-su-cuarto-de-bano-en-su-ultima-obra-mi-mujer-odia-que-trabaje-desde-casa/

Brooker, C. (2006). Supposing… subversive genius Banksy is actually rubbish. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://www.theguardian.com/commentisfree/2006/sep/22/arts.visualarts

Foucault, M. (1969). ¿Qué es un autor? Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

http://23118.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/musicoterapia/informacion_adicional/311_escuelas_psicologicas/docs/Foucault_Que_autor.pdf

Jameson, F. (1992). El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://cursosupla.wordpress.com/wp-content/uploads/2017/08/jameson-f-el-posmodernismo-o-la-logica-cultural-del-capitalismo-avanzado.pdf

Martin, G. (2023). Banksy en Ucrania: por qué uno de sus murales de zonas de combate se ha convertido en un sello postal oficial ucraniano. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

Morgan, T. (2013). The Vilification of Banksy’s Success. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://hyperallergic.com/99929/the-vilification-of-banksys-success/

Timsit, M. (2025). Banksy. Between subversión and market. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://magazine-acumen.com/en/art/banksy-marche-art/

Yuste, M. (2019). Banksy se ha llevado toda la atención en la Bienal de Venecia, sin estar invitado, con dos nuevos murales callejeros. Disponible en (última consulta: 1 de octubre de 2025):

https://www.trendencias.com/arte/banksy-se-ha-llevado-toda-atencion-bienal-venecia-estar-invitado-dos-nuevos-murales-callejero

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José María Codes Calatrava
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