[Este trabajo se enmarca en el Proyecto de investigación titulado “La biotecnología en el marco de la historia de las antropotécnicas” (Ref.: EHU15/02), financiado por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), del que el autor es el investigador principal.]
Una conferencia impartida por Peter Sloterdijk en Julio de 1999 fue el desencadenante de una célebre polémica sostenida con Jürgen Habermas. No es éste el lugar para rememorar en su detalle este hecho ni para declarar la simpatía por alguno de los dos contendientes. Simplemente se señala la conveniencia de que el lector fije su atención en lo que constituye la parte menos subterránea y podríamos decir más “noble” de la polémica: la relativa a su contenido filosófico. Aquí se pone claramente de manifiesto que los dos autores valoran la cuestión de la técnica en su relación con el ser humano de una manera muy diferente. Habermas sostiene que toda modificación de la naturaleza humana causada por una aplicación tecnológica es una amenaza. Por su parte, Sloterdijk considera que esta actitud es propia de lo que él considera una injustificada “histeria antitecnológica” provocada por el temor a que el mundo material al que pertenece la técnica invada el ámbito de lo espiritual, es decir, el terreno en que supuestamente se sitúa esa naturaleza humana cuya integridad Habermas trata de preservar por encima de todo.
1. Sloterdijk: el hombre no está en el mundo con las manos vacías
Frente a Habermas, Sloterdijk argumenta que hay que llevar hasta sus últimas consecuencias el hecho de que el hombre no está en el mundo con las manos vacías. En las manos tiene herramientas (tanto las convencionalmente denominadas materiales, como las específicamente psicológicas) y ello es para él un elemento constituyente. Por tanto, si el hombre es hombre es porque “una técnica lo ha hecho surgir de lo prehumano” (Sloterdijk 2001: 86). Ello significa que el hombre está vinculado a la técnica, que la técnica no es ajena al hombre y que, en esta medida, está fuera de lugar intentar separar estos dos elementos (el hombre y la técnica), y condenar moralmente —como hace Habermas en su obra de 2001 titulada El futuro de la naturaleza humana— los intentos por aplicar la técnica al hombre (operación que se condensa en la palabra “antropotécnica”, utilizada frecuentemente por Sloterdijk).
Relaciones entre el hombre y la técnica en Ortega y Gasset
La relación estrecha del hombre con la técnica es afirmada ya con claridad en el primer canto de Antígona de Sófocles (332-376). Pero no hace falta remontarse tanto en el tiempo. Basta con ir a las primeras décadas del siglo XX para encontrarnos con que, mucho antes que Sloterdijk, Ortega ya señalaba claramente la estrecha vinculación entre hombre y técnica en su obra Meditación de la técnica, que transcribe un curso pronunciado en 1933 de la Universidad de Verano de Santander. Según Ortega, “un hombre sin técnica, es decir, sin reacción contra el medio, no es un hombre” (Ortega 1965, 24).
Lo que Ortega entiende por “medio” es la naturaleza que le rodea, es decir, si empleamos sus propios términos, su “circunstancia”. Lo que diferencia a los hombres de los animales es su capacidad de modificar la naturaleza, logrando que en ésta aparezca lo que en un principio no hay. El conjunto de estas acciones es la técnica, definida por Ortega de la siguiente manera: “la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades” (Ortega 1965, 21).
La naturaleza impone a los seres vivos una serie de condiciones que éstos deben resignarse a aceptar. La peculiaridad del hombre, con respecto al resto de los seres vivos, es su capacidad de crear una “nueva naturaleza” que se sitúa sobre aquélla, a la que Ortega denomina “sobrenaturaleza”, y que coincide con el ámbito de la técnica.
Dicho sea entre paréntesis, sería interesante establecer una relación entre el concepto orteguiano de “sobrenaturaleza” y el de “esferas” acuñado por Sloterdijk en su famosa trilogía titulada precisamente Esferas. Las “esferas”, como la “sobrenaturaleza”, nos inmunizan de los peligros del medio externo. Para lograr esta inmunización es preciso modificar este medio externo. El hombre se ve obligado a hacerlo. En su propia naturaleza está inscrita la necesidad de modificar el medio ambiente. Esta concepción se opone al ecologismo más radical, que aboga por proteger a la naturaleza de cualquier intervención humana tendente a modificarla.
El concepto de necesidad en Ortega y Gasset
Volviendo a Ortega, para él, las necesidades biológicamente objetivas no son, estrictamente hablando, necesidades: “el hombre es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario […]. La técnica es la producción de lo superfluo: hoy y en la época paleolítica” (Ortega 1965, 27).
El hombre, pues, se inventa a sí mismo, ha de “autofabricarse”. Parte de él está inmerso en la naturaleza pero otra parte igualmente importante trasciende de ésta, situándose en un mundo “extranatural”, que no ha de ser interpretado en el sentido de “espiritual” o “extramundano”, sino en un ámbito al que podríamos denominar, aunque Ortega no utilice este término, el terreno de lo cultural. La finalidad de la técnica no es, pues, dominar el mundo, sino permitir que el hombre siga siendo lo que es, aunque para ello se vea obligado a modificar el mundo. La técnica no ha de ser, pues, considerada como una agresión que el hombre infligiría gratuitamente al mundo, sino la herramienta de la que dispone para poder vivir en él.
2. Diferencias entre técnica y tecnología
El hecho de que la técnica esté indisociablemente unida al hombre significa que este campo no se identifica con el de la llamada tecnociencia, sino que es mucho más amplio. Ortega apunta a efectuar una distinción entre “técnica” y “tecnicismo de la técnica moderna” (Ortega 1965, 88), lo que, utilizando términos actuales, podríamos denominar distinción entre “técnica” y “tecnología”. En la misma línea, Ortega distingue entre la técnica actual y otras técnicas históricas. Para él, no hay una superioridad de la técnica presente por el hecho de poseer ingredientes que la diferencian de las demás, por ejemplo, “su basamento en las ciencias” (Ortega 1967, 32).
Si damos un salto en el tiempo y llegamos de nuevo a nuestros días, la distinción entre “técnica” y “tecnología” es establecida de manera más nítida por el filósofo francés Dominique Lecourt.
Según este autor, una de las consecuencias negativas del triunfo del positivismo es que conduce a la “identificación abusiva de la tecnología y de la técnica” (Lecourt 2011, 88). En efecto, la técnica es considerada exclusivamente bajo la modalidad de la utensibilidad y, por tanto, de la exterioridad con respecto al ser humano. Pero esta concepción “olvida el origen vital, orgánico, de la técnica” (2011, 20) y favorece la tendencia a pensar que ella habría escapado a nuestro control, conquistando una esfera autónoma que nos impondría sus fines, concepción defendida, entre otros, por el filósofo italiano Emanuele Severino en su obra de 1998 titulada El destino de la técnica.
La cuestión de la técnica ha de ser situada en una perspectiva antropológica
Tal concepción conduce a una demonización de la técnica en general. Según Lecourt, es preciso corregir esta concepción demasiado restringida de la técnica, proveniente, como queda dicho, de su identificación abusiva e injustificada con la tecnología. Al igual que Ortega y que Sloterdijk, la cuestión de la técnica ha de ser situada en una perspectiva antropológica. La técnica no sería esa parte “malvada” del hombre, que se utilizaría como elemento hostil contra el medio ambiente. Más bien la técnica es el elemento constitutivo del ser humano. Según Lecourt, la “esencia de la técnica” consiste en esto:
el hombre, distinguiéndose de la animalidad que continúa siendo suya, se afirma no ya como ser de necesidades ni como ser de razón, sino como ser de deseos que, en su debate con su medio, convertido en su “medioambiente” (medio de todos los medios), debe utilizar la astucia y el cálculo para conjurar su impotencia nativa para responder al carácter infinito de sus aspiraciones siempre relanzadas por su imaginación (Lecourt 2011: 52-53).
Por otro lado, define la tecnología como “la parte de las técnicas que fue recuperada y rectificada por la ciencia” (Lecourt 2011, 53). Lecourt denuncia lo que él denomina el “dogma positivista”, que presenta a la técnica como “aplicación” de la ciencia (reduciéndola por tanto a tecnología) y que niega toda realidad propia al pensamiento técnico, es decir, “toda especificidad a la inventiva técnica que da fe de una forma particular de la ingeniosidad humana” (2011, 49-50). Comprobamos que su visión no está, pues, muy alejada de la que Ortega presenta en su Meditación de la técnica, autor que también subraya el papel central que la imaginación juega en el hombre:
La imaginación y la vida
¿Cómo? La vida humana ¿sería entonces en su dimensión específica… una obra de imaginación? ¿Sería el hombre una especie de novelista de sí mismo que forja la figura fantástica de un personaje con su tipo irreal de ocupaciones y que para conseguir realizarlo hace todo lo que hace, es decir, es técnico? (Ortega 1967, 37).
La demonización de la técnica conduce a sospechar de ella y a considerar un peligro cualquier intento de aplicar, por ejemplo, las biotecnologías al ser humano. Lecourt denomina “biocatastrofistas” a quienes , como Habermas, así piensan y actúan. Por su parte, también critica en el otro extremo a los “tecnoprofetas” defensores, por ejemplo, del posthumanismo más radical quienes, bajo un barniz ultratecnológico, esconden en el fondo una concepción profundamente religiosa de la existencia, pretendiendo que la tecnología podría contribuir a superar las consecuencias de la Caída y a volver a encontrar la felicidad de Adán en el Paraíso terrenal (Lecourt 2011, 25).
El problema se agudiza cuando la animadversión inicial para con las tecnologías biomédicas aplicadas al ser humano (las cuales no dejan de ser un caso particular de antropotécnica) se extiende —por el hecho de haber identificado de manera abusiva la tecnología con la técnica en general— al conjunto de las antropotécnicas. Ello hace que no se conceda la importancia que se merece a otras antropotécnicas no tecnológicas —como por ejemplo, la lectura-escritura, de la que no hay que olvidar que está a la base de una disciplina como la filosofía—, que tienen una historia tan vieja como la propia historia del hombre, y que Sloterdijk esboza en su obra publicada originalmente en 2009 bajo el título de Has de cambiar tu vida. Sobre antropotécnicas. Como consecuencia de ello, hace también que se menosprecie en general el elemento técnico consustancial a esa naturaleza humana que, paradójicamente, se pretende preservar. Así pues, no toda modificación de la naturaleza humana de origen técnico ha de ser considerada como una amenaza. Más bien hay que considerar que es propio del ser humano el deseo de modificar constantemente su naturaleza por medio de la técnica.
Bibliografía citada:
Lecourt, Dominique (2011): Humain posthumain. Paris: PUF.
Ortega y Gasset, José (1965): Meditación de la técnica. Madrid: Espasa Calpe.
Sloterdijk, Peter, (2001): El hombre auto-operable. Sobre las posiciones filosóficas de la tecnología genética actual, Sileno(11), 80-91.
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José Ignacio Galparsoro
Profesor titular de la Universidad del País Vasco-EHU