Entrevista a Ginés Marco Perles 

En nuestros días, la invocación a la lealtad en

múltiples instancias político-institucionales ha alcanzado su cénit

 

[themecolor]1. Me consta que ha estado trabajando en fecha reciente sobre la lealtad. ¿A qué se debe ese interés? ¿Y cuándo surge?[/themecolor]

Mi interés por el estudio de la lealtad procede de un interés previo por todo lo relacionado con el factor “confianza” en el ámbito de las organizaciones, tema -este último- al que he dedicado varios artículos a partir de 2011. Y podría decir que la variable “lealtad” entra en escena, a partir de una profundización en los entresijos de esa relación bidireccional y libre sustentada por dos partes y que constituye la confianza. Me atrevería a decir que la lealtad presupone un cierto grado de confianza, aunque podría trascender los linderos de la confianza. O, dicho de otro modo, la confianza nos remite a la lealtad, aunque éste último sea un concepto lo suficientemente lábil y, a la vez, controvertido como para no encajar en una definición al uso.

[themecolor]2. ¿Y cuál es su tesis acerca de dónde incardinar la lealtad en las instituciones de nuestro tiempo?[/themecolor]

Lealtad
Lealtad (Infografía)

Bueno, lo primero que quiero resaltar es el protagonismo que la realidad social y política concede a la lealtad. En efecto, nos encontramos ante un concepto que ha llegado a tener una gran notoriedad tanto en la Filosofía Práctica contemporánea como en el debate público de nuestro tiempo. Son diversos los tópicos que aglutinan caracterizaciones en torno a la lealtad y diversos los escenarios de los que se sirve la Filosofía Práctica -esa rama de la Filosofía que aglutina a la Filosofía Moral y a la Filosofía Política- para dar razón de la lealtad. Me estoy refiriendo a las relaciones familiares, las relaciones asociativas y las relaciones político-institucionales; dicho con otras palabras, la lealtad está presente en todas aquellas relaciones que entretejen la vida cotidiana.

En nuestros días, la invocación a la lealtad en múltiples instancias político-institucionales ha alcanzado su cénit; en especial, si nos referimos -en el marco de las democracias contemporáneas- a los debates públicos en sede parlamentaria. De hecho, sería del todo punto inusual que no se termine reclamando de forma expresa por parte de parlamentarios procedentes de las más diversas ideologías políticas, como acredita un examen exhaustivo de las intervenciones registradas en los diarios de sesiones parlamentarias. Concretando la anterior afirmación, conviene tener en cuenta que el uso y el abuso de las invocaciones al concepto de lealtad lo suelen personificar aquellos gobernantes que, con tal de verse inmunes a alguna de las cargas que van unidas inexorablemente al ejercicio de sus responsabilidades, no tienen reparo en reclamarlo “erga omnes” (aunque se dirijan con particular fijación a los miembros de la oposición, de quienes se reclama -con denuedo- “lealtad institucional”).

[themecolor]3. ¿Considera que está justificada esa reiterada apelación a la lealtad institucional por parte de quienes nos gobiernan?[/themecolor]

 Considero que, por lo general, no son sinceras las peticiones de esos gobernantes; habría que promover una “duda razonable” respecto a dónde anidan sus verdaderos propósitos.

[themecolor]4. Por cierto, en relación con los miembros de los partidos de la oposición, ¿deberían introducirse límites al contenido de sus intervenciones parlamentarias?[/themecolor]

Curiosamente en este punto tanto si alegamos razones de índole ética o argumentos básicamente pragmáticos, la dimensión de la lealtad aparecerá en cualquier supuesto. En efecto, si nos refiriéramos a razones de sustrato ético, apelaríamos a nociones de bien común frente a criterios oportunistas, reivindicadores del interés propio. En cambio, si las razones de fondo fueran de índole pragmática, nos posicionaríamos en torno a la conveniencia de que hubiera temas en la agenda política que aparecieran sustraídos a la confrontación política por tratarse de “temas de Estado” que, a su vez, precisarían de una unidad de criterio entre Gobierno y oposición. Por tanto, ya sea en nombre de criterios éticos como de criterios básicamente pragmáticos revoloteará la invocación a lealtad.

Lo anterior acredita que la realidad que sirve de soporte al ejercicio de la lealtad está lejos de ser diáfana. Más bien, predominan los tonos grises que exigen los necesarios matices si no queremos incurrir en generalizaciones injustas. De forma que convendrá analizar tanto la lealtad como los límites de la misma, pues la lealtad que en ocasiones pudiera estar en la base del desarrollo de una virtud, podría relacionarse en otros casos con lo más lejano a un comportamiento virtuoso.

Parlamento europeo
Parlamento (Infografía)

No resulta sencillo emitir un juicio apriorístico

Ahora bien, si nos ubicamos en un escenario como el descrito con anterioridad, en el que ostenta todo el protagonismo la lealtad institucional por su permanente invocación en las intervenciones parlamentarias, no resulta sencillo emitir un juicio apriorístico porque la calificación procedente de la Filosofía Moral podrá variar, en función del sello que se imprima a la acción de gobierno. La evaluación será positiva si se acredita el respeto de la acción de gobierno a los derechos humanos, a las minorías y en relación con aquellos ciudadanos que no le hayan apoyado en las urnas. Por el contrario, será negativo si predomina un carácter sectario que aviva las diferencias y, con ellas, las divisiones entre los ciudadanos.

[themecolor]5. ¿Es de los que sostiene que la lealtad tiene tantos admiradores como detractores?[/themecolor]

A decir verdad, sostengo que la lealtad ha llegado a generar incluso más detractores que admiradores. Ahora bien, las razones de ese criticismo pueden deberse a una falta manifiesta de comprensión de un concepto que, dada su singular porosidad, puede ser concebido en clave de parcialidad, algo que chocaría con ese paradigma heredado de la Ilustración, por el que las ciencias humanas y sociales, si pretenden merecer ese estatuto, deberán dotarse de las notas de neutralidad, imparcialidad, objetividad y emancipación.

[themecolor]6. Se habla mucho de lealtad, pero ¿cree que somos más leales que antaño?[/themecolor]

Alan Wolfe
Alan Wolfe (Infografía)

En un sondeo para medir el impacto en la opinión pública de Estados Unidos, realizado con anterioridad a los ataques terroristas sobre el World Trade Center y el Pentágono el 11-S, Alan Wolfe observó que “de todas las virtudes que presumiblemente se habrían perdido en Estados Unidos, la lealtad había tomado la delantera”[1]. La afirmación de Wolfe iba más bien dirigida a cubrir el amplio espectro de lealtades: desde lo personal a lo patriótico, desde lo familiar a lo organizativo, desde lo religioso a lo profesional.

Alguna de esta pérdida la atribuyó a un individualismo exacerbado, en ese sentido tan singular que se le ha dado en nuestro tiempo y que podría concretarse en que “cada cual tiene que mirar por sí mismo”. Tal individualismo suscitaba en forma de réplica la nostalgia ante la pérdida de lazos comunitarios y los vínculos sociales disminuidos. No obstante, precisamente porque también indicaba una cierta autoconfianza e independencia, esa pérdida, aunque sentida profundamente, fue experimentada en un sentido ambivalente.

Pero, más allá de su pérdida o de su relegación temporal, la lealtad en sí misma considerada no ha dejado de generar sentimientos de ambivalencia. Las pertenencias que vinculan a alguien con una comunidad pueden también empalagar, censurar y neutralizar, y como Twain reconocía, el soporte y la seguridad concedidos por otros leales puede emitir señales que comprometan las expectativas y la base de la colaboración. La lealtad puede proceder de un amigo descuidado, pero también de su contrario por exceso, en este caso de un enemigo peligroso.

[themecolor]7. ¿Qué es lo que nos puede hacer llevar a pensar que la disminución de la lealtad se pueda calificar de pérdida social significativa?, ¿O que todo acto de traición se pueda considerar un fracaso moral grave y vergonzoso? Por otra parte, ¿por qué las demandas de lealtad representan la antítesis de una perspectiva moral aceptable, de tal modo que la lealtad sea vista como una farsa, una virtud servil y un pretexto para la colaboración inmoral?[/themecolor]

La lealtad no existe como una virtud que fluya libremente para ser fomentada indiscriminadamente, sino que prioritariamente -aunque ello no esté exento de controversia- ha de formar parte de contextos asociativos tales como la amistad, la familia, la organización, la nación, el estado y la religión.

El estudio de la lealtad nos fuerza a confrontar en qué medida los más diversos vínculos asociativos deben formar parte de nuestras vidas. ¿Es la lealtad a la patria una virtud política de primer orden -algo por lo que valga la pena entregar la propia vida- o, más bien, representa como señaló Samuel Johnson de un modo memorable, “el último refugio de los que carecen de escrúpulos”? ¿Cuán lejos hemos de favorecer a la familia en detrimento de los amigos? ¿Son las lealtades tribales discriminatorias e incluso racistas? ¿Termina siendo la virtud de la lealtad contingente a la legitimidad de vínculos asociativos con los que se relaciona? El estudio de la lealtad es también un estudio de los vínculos a los que debe adherirse.

Antes de intentar abordar esas cuestiones sería útil, en cualquier caso, reflexionar sobre la desatención que la lealtad ha merecido en la investigación ubicada en la Filosofía Práctica, en general, y en la Filosofía Moral y la Filosofía Política, en particular. Una desatención que algunas veces es reflejo de su problemático carácter.

Excepción al desinterés por la lealtad en la investigación de la Filosofía Práctica

La filosofía de la lealtad
La filosofía de la lealtad (Infografía)

 

 

En este punto hay notables excepciones como es el caso del tratado idealista de Josiah Royce, en su obra The Philosophy of Loyalty[2]. Pero el estudio de Royce, aunque haya ejercido influencia en un grupo numeroso de seguidores, genera una perspectiva que podríamos calificar de muy parcial en relación con la lealtad. Solo en la última década del siglo XX y ya en pleno siglo XXI ha habido un incremento de literatura filosófica significativa acerca de la lealtad en el ámbito anglosajón[3].

 

 

Razones del inicial rechazo y posterior interés por la lealtad

Algunas razones pueden ser esbozadas para justificar este inicial rechazo y posterior renovado interés. Aunque algunas de estas aproximaciones se relacionen específicamente con la lealtad -en sí misma considerada- otras reflejan de modo notorio preocupaciones filosóficas en un sentido amplio, en las que cabe -obviamente- la lealtad. Comenzaré por el final.

Modern Moral Philosophy
Obra de E. Anscombe (Infografía)

Primer factor

En primer lugar, un gran cuerpo doctrinal de filosofía moral de los dos siglos pasados ha construido la moralidad como un sistema de reglas y principios, y ha visto la teoría moral como un intento de proveer argumentación racional para ese conjunto de reglas y principios. La idea de la moralidad como instancia central -o incluso significativa- concerniente al carácter y a los compromisos, así como en relación con la conducta humana, solo ha reclamado la atención de un modo reciente, especialmente desde la publicación del provocativo ensayo de Elizabeth Anscombe “Modern Moral Philosophy”, que data de 1958.

Segundo factor

Un segundo factor que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XX fue la constante preocupación filosófica por la teoría moral en detrimento de los problemas concretos de la vida humana. Esto explica el protagonismo tan significativo de la metaética por encima de la ética normativa (e incluso concibiendo la metaética desde un sesgo muy particular).

Hasta que no tuvieron lugar las convulsiones sociales propias de finales de la década de los 60 del siglo XX, la filosofía moral anglosajona no retornó a su compromiso tradicional con las preocupaciones prácticas vitales, y los filósofos morales dejaron en manos de novelistas, poetas, guionistas y otros artistas la tarea de explicar los procesos de toma de decisiones que los seres humanos nos vemos abocados a asumir.

No es accidental que un buen acuerdo en relación con la todavía incipiente discusión sobre la lealtad haya acontecido en el ámbito práctico y tenga como protagonistas a empleados que forman parte de las más variadas organizaciones: comerciales, industriales, profesionales o gubernamentales. Más recientemente, el resurgimiento del fervor religioso, étnico y nacionalista ha generado un renovado interés por las lealtades patrióticas y nacionales. Significativamente, autores como Kleinig (2014: 4) señalan la analogía que aconteció hace más de 60 años -en tiempos de McCarthy- y que supuso una oportunidad para explorar las invocaciones a la lealtad (patriótica), por más que fuesen todos ellos ignorados por los filósofos de ese tiempo. La discusión fue dejada en manos de los politólogos en detrimento de los filósofos políticos.

Tercer factor

K. Minogue
K. Minogue (Infografía)

Hay un tercer factor más persuasivo. La tradición liberal, portadora de tendencias individualistas, ha retrocedido -como teoría social que es- en su adhesión a los reclamos de la lealtad. De hecho, Kenneth Minogue ha sugerido que el liberalismo puede ser definido como una aversión institucionalizada a cometer el error de demandar una lealtad excesiva. Lo que Minogue entiende por “lealtad excesiva” va a ser entendido como cualquier compromiso a vínculos sociales que puedan poner en riesgo la autonomía individual. Minogue sostiene que la historia del estado moderno, desde sus inicios en el siglo XVI, puede ser visto como un proyecto longitudinal de largo recorrido que se propone debilitar los grilletes de la lealtad demandada por los sujetos.

En este sentido, es la autonomía individual, esto es, la elección racional previa a cualquier tipo de relación comunitaria, la instancia que impera de un modo nítido. Las costumbres y las tradiciones, la jerarquía y el orden social, y las obligaciones de lealtad tradicionalmente asociadas con ellas han sido reemplazadas por contratos con sus consiguientes obligaciones. Esta perspectiva liberal, que invita a “moderar” la lealtad ha tenido repercusiones en otras instituciones (como -por ejemplo- la familia) que, a su vez, han buscado influir en la conciencia y en la elección. Y solo cuando hemos comenzado a reconocer la fragmentación personal y social alcanzada por un excesivo individualismo, nos hemos sentido en disposición de volver la mirada y apreciar y reconsiderar la virtud de la lealtad.

Cuarto factor

Un cuarto factor se encuentra en la parcialidad que subyace en la lealtad; en otras palabras, la lealtad aparece como patrimonio no de una generalidad de personas sino de personas particulares o de grupos. Nos hemos llegado a sumergir profundamente en una tradición de pensamiento moral que construye la moralidad como una inquietud despojada de personalismos y parcialidades en pro de alcanzar una perspectiva universalizable.

Ya sea un compromiso kantiano de actuar en clave de máximas que puedan erigirse en leyes universales, como el propósito consecuencialista del mayor bien para el mayor número, quienes nos dedicamos a la filosofía académica hemos caracterizado frecuentemente la deliberación moral de un modo que no se ajusta fácilmente al carácter personal y parcial que algunos autores confieren a la lealtad. Aunque nos sintamos atraídos a lo nuestro y a aquello a lo que nos encontramos próximos en el espacio y en el tiempo, se viene afirmando que la moral viene constituida por un proceso de deconstrucción del sentimiento individual, una abstracción respecto a lo que es inmediato y próximo, y un vínculo hacia lo que sea de índole universal.

El hecho de favorecer a la propia familia, a los amigos y al país del que se es natural en detrimento del de otros, cuando lo propio se realza en la medida en que se diferencia de lo que aportan los países vecinos, no se compadece bien con una tradición como la kantiana, cuyos vestigios aparecen por doquier en el espacio público y en donde se enfatiza la naturaleza universalizable, impersonal o imparcial de la conciencia moral.

En conclusión

Cada uno de los factores anteriores refleja en cierta medida preocupaciones teóricas y sociales que impactan en el status de la lealtad, en detrimento de problemas que pudieran ser específicos a la misma. La lealtad, de acuerdo con muchas visiones, podría parecer que ha sido meramente una víctima de aquellas grandes corrientes de pensamiento, que han venido afectando en gran medida a nuestra cosmovisión. No obstante, otros autores han visto la lealtad como una virtud problemática en sí misma que incluso no merece ser considerada como tal. En esa percepción pueden descansar muchas razones para su abandono, cuando no a su completo rechazo.

[themecolor]8. ¿Podría mencionar algunos ejemplos sobre las razones de ese abandono de la lealtad?[/themecolor]

Me vienen a la cabeza muchas razones que me apresuro a delimitar. En primer lugar, por más que la lealtad parezca central a la moralidad del sentido común, también puede llegar a contener elementos -cuanto menos- de dudosa moralidad. Muchas lealtades acaban siendo excluyentes y sectarias. En otras palabras, al igual que sucede con otros ideales, la lealtad puede llegar a convertirse con demasiada facilidad en el refugio de pícaros e hipócritas.

lealtad
Lealtad (Infografía)

Más ejemplos sobre las razones de ese abandono de la lealtad

En segundo lugar, algunos autores han querido ir incluso más lejos y han visto la lealtad como una instancia esencialmente corrupta y antagónica de la verdadera moralidad. Se hace un uso abusivo de bondad, servidumbre, conectividad y compromiso para justificar la participación en causas inmorales.

Tercer ejemplo

En tercer lugar, se aduce que la apelación a la lealtad como una motivación por la conducta moral es redundante. Existe un presupuesto epistemológico, según el cual, vale la pena defender el propio país, existen buenas razones para defender a los clientes y los amigos de uno merecen nuestro apoyo. No cabe invocar una justificación adicional para acreditar que tales razones sean necesarias. La apelación a la lealtad sería -desde esta perspectiva- moralmente odiosa.

Cuarto ejemplo

En cuarto lugar, el hecho de actuar con lealtad podría calificarse como un caso de actuación irracional. Si fuésemos requeridos a justificar algún acto de lealtad, parecería que la mera respuesta que pudiéramos dar, sería que el objeto de la acción formaría parte en algún sentido privativo del propio sujeto: uno no tendría ninguna razón para dar al sujeto A más que al sujeto B, aparte del hecho de que A fuese particularmente suyo -su amigo, su familiar, su compatriota, etc.

Quinto ejemplo

En quinto lugar, sin necesidad de tener que imputar motivos de mala reputación a aquellos que la defienden, la lealtad puede ser concebida como una virtud esencialmente discriminatoria. La lealtad a lo propio en todo lo que atañe a la distribución de beneficios -trabajos, oportunidades, y más allá- priva a aquellos que no son de los míos.

Sexto ejemplo

En sexto lugar, la lealtad parece que nos invita o incluso nos conduce a la heteronomía, esto es, a una renuncia a un proceso de toma de decisiones responsable. En efecto, una acción moralmente responsable es una acción concebida sobre la base del juicio en conciencia. La persona leal, según una interpretación que -a pesar de adolecer, a mi juicio, de fundamento- no ha dejado de tener proyección en nuestro tiempo, parece darse a sí misma por entero en pro de la causa u objeto de la lealtad sin que quepa un raciocinio o incluso una mera consideración acerca de si las expectativas o requerimientos particulares a este objeto pudieran estar justificadas. 

Séptimo ejemplo

Y en séptimo lugar, se sostiene en ocasiones que la lealtad no debería ser vista como una virtud en absoluto, sino simplemente como un sentimiento y por lo tanto no merecedor de una especial atención. Precisamente porque las expresiones que reivindican la necesidad de lealtad suelen venir asociadas a sentimientos fuertes, algunos lo toman como un mero vínculo afectivo, cuya expresión en hechos de lealtad es la manifestación externa de lo que es esencialmente un apego interior.

After virtue
Obra de A.MacIntyre (Infografía)

Las características -que con anterioridad he mencionado- no son siempre afirmadas o discutidas separadamente, sino que -individual y cumulativamente- nos ofrecen un desafío a las invocaciones de lealtad basadas en el sentido común y contribuyen a explicar el status problemático que ha adquirido la lealtad, en tanto que objeto de interés ético o elemento en una vida buena.

Por otra parte, la irrupción del emotivismo en la teoría moral de nuestro tiempo, como bien denuncia MacIntyre en After virtue (1981) y en Ethics in the conflicts of Modernity (2016), no ha hecho sino propiciar una siembra de duda en torno a los contenidos esenciales de la filosofía moral, en general, y la lealtad, en particular.

 

 

[themecolor]9. Y para finalizar esta entrevista, ¿cuál es, a su juicio, el mayor desafío que ha de acometer la Filosofía Moral en el tiempo presente?[/themecolor]

No es fácil responder a esta pregunta porque hay demasiados desafíos en el seno de la Filosofía Moral de nuestro tiempo como para encontrar uno que sea más relevante que el resto. Pero si tuviera que destacar uno, escogería el de dar una réplica adecuada al emotivismo, porque es el emotivismo el polo de irradiación de las corrientes naturalistas y transhumanistas que tocan de lleno los cimientos de los bienes, normas y virtudes que componen la Filosofía Moral.

 

 

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Wolfe, A. (2001). Moral freedom: The impossible idea that defines the way we live now. Nueva York: W. W. Norton, p. 23. Lo que ese ataque reveló más bien fue que la lealtad no se había perdido del todo; más bien, había quedado relegada a un segundo plano.

[2] Royce, J. (1908). The Philosophy of Loyalty. Nueva York: Macmillan.

[3] Cfr.: Fletcher, G. (1993). Loyalty: an essay on the morality of relationships. Nueva York: Oxford University Press; Keller, S. (2007). The limits of loyalty. Cambridge: Cambridge University Press; Kleinig, J. (2014). On loyalty and loyalties. The contours of a problematic virtue. Nueva York: Oxford University Press.

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María Díaz del Rey es Licenciada en Filología Clásica (Univ. de Murcia) y Licenciada y Doctora en Teología (Pont. Università della Santa Croce, Roma). Profesora del Grado en Filosofía online de la UCV San Vicente Mártir. Editora ejecutiva y secretaria de la Red de Investigaciones Filosóficas José Sanmartín Esplugues

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