La post-belleza
Crisis estética y víctimas
1. La belleza desnaturalizada o postbelleza
¿Podríamos estar ya ante una belleza corporal posthumana? En palabras de Russo y Di Stefano más que hablar de una belleza que traspase lo humano nos encontramos ante una belleza post-natural[1]. La evolución y procesamiento técnico que está sufriendo la belleza corporal la está convirtiendo en un artefacto, en un producto artificial de consumo. El proceso paulatino de su desnaturalización la está transformando radicalmente al conducirla a un nivel tal de perfección y de exaltación cuyo resultado es la disolución misma de la belleza, su evasión de la realidad.
El valor natural de la belleza está siendo sustituido por un valor solo funcional e instrumental que busca provocar, seducir, hacer reaccionar al observador. Hemos dejado de estar ante lo que siempre se ha considerado un “cuerpo bello” asociado a naturales propiedades indicadoras de armonía y equilibrio. En la sociedad postmoderna el cuerpo normal está quedando desarraigado de su naturaleza original convirtiéndolo en un “cuerpo extraño” que va perdiendo sus características identitarias como cuerpo de un humano que se deteriora con el paso del tiempo: un cuerpo mortal.
La belleza como antídoto a la muerte, o al margen de ella
La belleza siempre ha sido contemplada como un antídoto a la muerte, un remedio a la angustia de lo efímero. Los humanos nos enamoramos de los otros, de las cosas y del mundo a través de la belleza no de la fealdad. Y como escribe el italiano D’Avenia, sin la belleza, solo podríamos quedarnos encerrados en casa, aguardando el final, confiando en que la fealdad no cruce el umbral de nuestra habitación[2].
Por el contrario, los intentos posthumanos y transhumanos lo que buscan técnicamente es superar la muerte y anular la naturaleza, dejando sin sentido a la belleza[3]. Acabaría convertida en puro refinamiento estético, sustrayéndole ese carácter metafísico que la hace capaz de elevar el espíritu y ponerlo en contacto con la realidad fuera del tiempo.
La belleza artificial del cuerpo humano
La desnaturalización de la belleza causada por su excesiva tecnificación está operando un cambio grave en la anatomía antropológica del cuerpo, es decir, una mutación de la naturaleza humana. La belleza original se disuelve en constantes representaciones artificiales estéticas en donde lo real acaba sustituido por la ficción. El cuerpo que desea ser embellecido se convierte en una plataforma física sobre la que puede ir interviniéndose para fijarle artefactos, prótesis, implantes, injertos. Pero la suma de tales perfecciones técnicas acaba tapando el cuerpo real, anulando la verdad corporal y subvirtiendo la belleza natural que poseía el original. Es la rebelión contra lo innato de la belleza, un proceso de idealización mitológica que busca sustituir el cuerpo vulnerable de siempre por un glorificado no humano.
En la nueva era biotecnológica el cuerpo ha quedado desfasado biológicamente y la belleza fosilizada. Y en el mundo postmoderno en el que domina el imperio de lo efímero[4], lo humano – y su belleza- deben experimentar una constante reinvención para no quedarse atrás. De hecho, las ofertas estéticas de nuevos productos y procedimientos son interminables; siempre hay algo nuevo que implantar o decorar, siempre algo que está moda. Con bajo coste económico y en locales estéticos que inundan calles y avenidas no dejan de hacerse copias baratas e imperfectas de la belleza auténtica, tratando de identificar la copia con lo real, lo artificial con lo natural.
El problema, ente otros, radica en que esa belleza artificial de moda no se corresponde con la normalidad corporal de la mayoría de seres humanos porque no reproduce algo que exista en la naturaleza. Es decir, la belleza postnatural es un producto inventado, reproducido; una belleza performance convertida en un continuo simulacro.
2. La reproducción estética y la exteriorización de la belleza
Replicantes estéticos
Walter Benjamin afirma que la belleza- post belleza- solo lo es si es técnicamente reproducible[5]. Y dicha reproducción se hace sobre un molde previamente diseñado y determinado, con unos rasgos perfectamente cuantificables y medibles. Por tanto, si la belleza natural de una persona no encaja en las medidas artificiales estandarizadas, que será lo habitual; si no le dan los números con el cuerpo que posee, siempre podrá replicar la belleza icónica por medio de cirugías y bisturí. A semejanza de las clínicas de “reproducción asistida”, las nuevas clínicas estéticas conforman laboratorios de belleza en donde reproducir artificialmente lo natural y bello de la persona.
Pero al mismo tiempo, tal reproductibilidad técnica de lo original –recrearlo en quirófanos- significa ir alejándose cada vez más de él hasta perderlo. Es decir, adulteramos el sentido de la belleza individual al entrar en una fase estética en la que tu belleza no es tuya; tu encanto estético no es natural porque no naces bello. La nueva belleza ha de ser una copia certificada por la técnica y expedida por los cirujanos, los cuales, religiosamente, cumplen con los dictados de la moda.
En este nuevo cosmos deambulamos como replicantes estéticos, de tal modo que tan solo reconocemos la belleza auténtica si podemos identificar rasgos técnicamente reproducidos en el cuerpo conforme a la norma icónica. Tal y como sucede en Un mundo feliz de Huxley, donde todos sus habitantes son ya fecundados in vitro y previamente manipulados/mejorados, los nuevos humanos vivirán y podrán ser felices solo como seres retocados o recreados estéticamente. Los anómalos o considerado feos a ojos de una sociedad en extremo embellecida, dejarán de existir.
El cuerpo como prótesis del yo
La belleza postnatural ha producido, stricto sensu, un cuerpo protésico, más aún, para algunos el cuerpo entero ya es una prótesis. Porque la condición de la belleza está en la adherencia de complementos artificiales. El cuerpo humano aspirante a esa post-belleza ha de sufrir una desintegración estética porque ya no es la persona la que es bella sino sus partes individualizadas. Fragmento a la persona para embellecer, no la totalidad de ella, sino algunas de sus rasgos o miembros. Como decimos, el cuerpo se convierte en una prótesis del Yo[6], otorgándole a la belleza un carácter meramente externo.
Belleza exterior sin intimidad
Por estas precisas razones, esa exterioridad se ha convertido en uno de los aspectos dominantes y definitorios la postbelleza. Al dejar de buscarse la integridad, la armonía entre materia y forma, entre lo interior y el exterior, todo se vuelca hacia fuera por un reduccionismo operado en el hombre que, en palabras de Lacan, exalta su “extimidad”[7] atrofiando su intimidad hasta suplantarla.
La nueva belleza se encuentra entre los principales síntomas o manifestaciones de la crisis de la interioridad; el adentro humano se ha vaciado porque todo y todos están y viven “afuera”. La información estética carece de interioridad porque se ha reducido a pura información procedente de un emisor compuesto de partes anatómicas, un ser vacío, desnutrido existencialmente o inflado muscularmente. Por otra parte, lo personal y privado se convierten en colectivo y público; lo que es ajeno se hace propio y la intimidad corporal ya no es algo que se preserva, -no hay pudor- si no que se proyecta en un movimiento excéntrico en todas direcciones.
La belleza del cuerpo deja de ser expresión de la persona
La inflación y exageración de la belleza pone obstáculos serios para que pueda reflejarse algo de la armonía interior, contribuyendo al triunfo de la exterioridad. Lo interior ha dejado de ser custodiado para convertirlo en superficie, expuesto siempre a la intemperie. Ahora, todo es superficie o superficial, anulándose cualquier connotación metafísica de lo bello al moverse en un único eje y dimensión: el afuera. La superficie representa a la vez, paradójica y penosamente, toda la profundidad que es accesible. El resultado es la banalización de la belleza, una belleza infantiloide sin profundidad en donde no hay más allá porque no hay distancia. Es decir nunca se encuentra al otro sino solo uno a sí mismo. Se trata de una belleza espejo – abrillantada- que elimina la alteridad porque uno busca el propio placer de vivir su propia historia y su propio cuerpo.
En una sociedad así no hay lugar a la experiencia de lo bello porque la exhaustiva visibilidad del objeto destruye la mirada contemplativa. Esta belleza tan publicitada se parece físicamente a una pompa de jabón, hecha de aire y vacío, ingrávida. Transmite una sensación de perfección y de fantasía, pero es solo superficie frágil. Tocas y explota en mil átomos acuosos. Dura muy poco, un instante: una pompa fúnebre, aunque perfumada. Al cuerpo bello se le ha encerrado – aplastado- en un sarcófago, amordazado en una armadura. El sujeto posthumano que opta a la nueva belleza se cubre de un caparazón externo – protector- que vuelve inaccesible la interioridad, quitándole el aliento de vida.
3. Pantallizar la belleza
Solo existes si eres una imagen
En la nueva sociedad mediática y estética solo somos imagen – look[8]-, y eso es lo único que captan los ojos y ven los demás. El mundo de la imagen es el nuevo mundo y el único al que pertenecemos. Muchos viajan de la verdad de lo real a ese nuevo paraíso ficticio rodeado de imágenes en donde uno queda seducido, hipnotizado, atrapado. Es la inversión del mito de la caverna. Solo existes si eres una imagen. Perteneces a la realidad si te conectas a ese imaginario en donde has de buscar tu sitio y tu reconocimiento. Pero para ello has de explotarla, perfeccionarla, pulirla, manipularla.
Y una imagen corporal difundida en las redes sociales
La nueva belleza está fuertemente sometida a la pantallización al tener que digitalizarla para, a su vez, reproducirla y difundirla por las nuevas autopistas de la información: las redes. Se cumple el aforismo de que una imagen vale más que mil palabras porque ya no hay palabras, solo look[9]. La belleza corporal se transforma en un escaparate de comunicación directa. Hasta el punto de que lo único que se comparte con los otros y los otros conmigo es lo físico y nada de mi espíritu.
La imagen – el cuerpo- lo inunda todo, está por todas partes y las redes sociales – Instagram, Facebook, YouTube-, sumideros de imágenes, conforman su gran cristalera. A los habitantes de esos mundos en red ya no les interesa cómo puede encontrarse uno por dentro- cómo te sientes-, sino que lo que se evalúa y se puntúa y mucho es cómo estás por fuera, y que es lo último que te ha pasado en tu vida pero… por fuera: el ultimo implante, la última cirugía, el último tatuaje. Lo que aparece en la pantalla -tus fotos- es lo único que logra captar la atención de los demás. En las nuevas pasarelas que son las redes, uno se pasea para ser juzgado sistemáticamente por sus actos estéticos, por la obra de arte en la que ha convertido a su cuerpo que no para de fotografiarlo.
4. La dictadura del icono estético
La belleza se ha transformado en simple ideal, un ídolo a imitar y que, al mismo tiempo, ha de generar rendimiento personal y económico si logra identificarse con el icono triunfante.
En este proceso de deshumanización estética que estamos describiendo, la nueva belleza queda sometida al cálculo, a lo medible y acotable numéricamente por el tamaño, longitud, figura geométrica, etc. Su victoria es la adequatio, una equivalencia de formas y tamaños, una simple cuestión de hecho reducida a su valor cuantitativo determinado por un instrumento. Se niega así la armonía o la belleza del ser humano en su totalidad, la cual siempre ha resultado impensable encerrarla en una cifra o talla. Deja de ser la búsqueda de la justa medida inseparable de la consideración de la unidad del ser humano.
Cabe recordar en este momento a la que ha sido una de las celebridades que mejor han encarnado e ilustrado esta inversión antropológica y estética, la cantante Madonna. Sin duda un modelo icónico de la postbelleza, un artefacto estético que inauguró la nueva atracción, mientras cantaba, de llevar la ropa interior por fuera en vez de por dentro. En sus vistosos performance lo pudoroso y discreto quedaba intencionadamente sustituido por la transparencia estética. A ella seguirán miles de fans y otros famosos que replicarán con cierto éxtasis su icono.
Optimismo fisonómico
Con relación a este tipo de simulacros, B. Chul Han analiza en varios de sus ensayos la crisis actual de la belleza, asegurando que esta ha terminado por asociarse a lo pulido y limpio, a lo transparente y lo que no daña. Una belleza perfecta y mitológica que emite solo positividad y provoca un constante “me gusta”[10]. Y en esa belleza pulida no queda rastro de culpa y defectos porque todo es puro optimismo fisonómico. Además alcanzar esa belleza te hace sentirte incuestionable – invulnerable- social, laboral, sexualmente, porque lo que consigues provocar en cualquier observador –y sobre todo en uno mismo al contemplarse- es expresar siempre – como dice Han- un gran ¡woooow!
Como podemos inferir de todo este contexto, la belleza es suplantada por la técnica, hasta el punto de que, por convertirse en artefacto y dejar de ser natural, su poder seductor es solo por lo que tiene de artificial. En expresión de Russo et al., se convierte en algo simplemente positivo, es decir, positum, huérfana de su origen y destino metafísico[11].
La muerte del sujeto bello
Pero esta desnaturalización supone el sacrificio de la propia identidad en el altar de la moda para venderse a una identidad estética colectiva, la identidad de todo con todo. Desde sus múltiples altavoces, la publicidad estética lanza el mensaje de que pueden comprar nuestra belleza para a continuación anularla y cambiarla por la del icono[12], haciéndonos creer que, de este modo, encarnamos la verdad de la belleza humana.
Al sujeto bello se le certifica su muerte en un mundo posthumano en el que también la belleza ha quedado huérfana. Se efectúa la muerte del cuerpo original, – adiós al cuerpo tituló su obra Le Breton[13]– desnudando al hombre del traje corporal que siempre lo ha vestido, considerado el mejor de los trajes. Ahora el mejor traje y el mejor cuerpo es lo nuevo, lo de moda, en concreto cuerpos diez que previamente han de pasar por quirófano porque no son naturales. El cuerpo y su belleza se contemplan como un texto borrador al que puedes pasarle el corrector tantas veces como se quiera hasta copiar el icono.
La belleza ya no es estable sino un mutante como el mismo cuerpo, un constructo social cambiante, una pantalla digital táctil sometida a la metamorfosis constante. A diario observamos un desfile social de cuerpos camaleónicos por calles y redes que van reinventándose al ritmo del deseo o de la moda.
La libertad de superar el propio cuerpo
El manifiesto posthumano al aplicarse a la belleza le exige que rompa con las fronteras, que se salte los límites naturales para así vivir en un cuerpo modificable a gusto del consumidor o de la moda. Pero burlar esos límites genera tensión y angustia por hacer pensar a la gente que si no superas los límites que marca tu normalidad estética (en la que se encuentran la mayoría del mundo) tu autenticidad personal y tu propio proyecto de libertad pueden entrar en crisis.
Muchas personas llegan a pensar que el único rincón de libertad que les queda es su propio cuerpo. Porque solo el cuerpo libre es el que puede ser modificado. De algún modo se les hace pensar que se empoderan con esa libertad total cuando deciden ser intervenidos corporalmente por medio de rinoplastias, mamoplastias, gluteoplastia o un cambio de sexo. En aras de tu autodeterminación, tu cuerpo dado con el que has venido al mundo puedes intercambiarlo por otro que se te antoje más atractivo siempre acorde con el icono.
Eliminación de las diferencias naturales
Pero en esta emancipación excitada y promovida por las modas hay un engaño brutal que quizás algunos, ingenuamente, no perciben. La postbelleza ha aprisionado a la belleza en un molde único y rígido -caucásico-, fulminando la riqueza natural que aporta la gran diversidad corporal existente en el mundo, en sus geografías, en sus culturas y en sus gentes. Acaban con las diferencias y lo distinto, uniformizando el cuerpo e iconoficando la belleza. En ello colaboran entre si grupos de profesionales estéticos (cirujanos), modistos, creativos, publicistas, cineastas, empresarios de ropa, con un claro interés comercial y económico.
Aúna a un conjunto de pensadores y ejecutores del proceso de homogenización estética, “democratizando” y globalizando la belleza, haciéndola accesibles a todos como producto de consumo. Han creado un icono de belleza espectacular – según ellos el único válido y legítimo socialmente- al que el mundo debe adorar como un becerro de oro. Un único modelo reproducido o clonado en serie como si se tratara de un ejército de maniquíes, con un único tallaje para encajar en favor de un supercuerpo colectivo en el que todo es artificial y natural a la vez; un superorganismo sin persona ni individualidad que reúne a cuerpos dóciles sin apenas resistencias, amordazados.
La dictadura de una belleza estereotipada
Pero colectivizar la belleza en contra de la identidad estética personal constituye un nuevo totalitarismo sociopolítico, una suerte de dictadura de una belleza estereotipada convertida en norma social. Han convertido la belleza en algo infalible mientras uno se ajuste a los rasgos predeterminados y dictados. Imponen una conformación total a un ideal de supuesta neutralidad, imparcialidad y fría igualdad, que resulta completamente falso porque tal devoción idólatra a la democracia del lenguaje matemático -por el «signo neutro»- es en verdad una distorsión que no consiste meramente en la naturaleza y la realidad, sino en un deseo humano de dominar a los otros. Hoy día lo separado del icono de la belleza normativa se asocia a una cierta “regresión e involución” hacia algo antiguo y obsoleto, algo que habría que expulsar por ser distinto.
Al margen de los elementos que constituyen un embellecimiento normal para muchas personas, los creativos e ideólogos de la nueva belleza construyen y diseñan cuerpos corregidos de los defectos que se encuentran en la mayoría de los mortales: flacidez, envejecimiento, arrugas, algo de sobrepeso, caída del pelo. Manipulan a través de espejismos estéticos para estimular ininterrumpidamente el deseo de una juventud eterna alcanzable solo a través del icono, aunque suponga pactar con el diablo como nos recuerda el Dorian Grey de Wilde[14].
5. Los nuevos vulnerables estéticos
El riesgo de la adicción estética
En palabras de Baudrillard, al hombre moderno se le está exigiendo la abnegación de saltar a la órbita artificial en donde girar indefinidamente[15]. Y este ingreso en lo que podríamos denominar la noria estética – un eterno retorno de la belleza- tiene un efecto práctico nocivo ya tipificado clínicamente por psiquiatras, y que no es otro que la adicción. Quizás muchos no sean conscientes del alto voltaje- éxtasis– que posee el deseo estético de embellecerse, en el sentido de que es tal el nivel de euforia y excitación que producen determinados resultados estéticos que siempre pide más y más.
El deseo de embellecerse tiende al infinito, al descontrol y e introduce a muchos en unos itinerarios estéticos muy peligrosos. Y llama la atención que algunos sectores médicos y sociales no sean conocedores de que la adicción estética constituye el primer síntoma del trastorno dismórfico corporal (TDC)[16]: una alteración de la conducta que deforma la propia imagen corporal como consecuencia de una obsesión estética alimentada por la publicidad, el consumo de productos y técnicas, la visualización repetida de imágenes espectaculares de belleza a través de plataformas digitales.
Enfermos de belleza
Igualmente se puede decir otro tanto de trastornos de la conducta alimentaria (anorexia) y trastornos obsesivos como la vigorexia, en donde la autocrítica estética por comparación constante con modelos deslumbrantes provoca baja autoestima, insatisfacción corporal, depresión. Son personas – en su mayoría jóvenes- que enferman literalmente de belleza, de una belleza imposible, acabando lamentablemente en un deterioro físico y mental. Como vemos el resultado final de la postbelleza no es tranquilizador por el carácter inhumano que adquiere, abocando al hombre, no a un nivel sobrehumano/trascendente, sino al infrahumano, hacia su disolución.
En definitiva, la mayor corrupción de la belleza consiste en generar mujeres y hombres frustrados y fracasados que han sido rechazados por no poseer un físico artificial acorde con un icono dominante e inalcanzable para la mayoría de la humanidad. El resultado de proponer modelos de belleza espectaculares – phantasma–[17] es degradante para la dignidad humana porque condena a la desesperación a muchos que se sienten atraídos por ellos y acaban por imitarlos. Deberíamos frenar este falso mito de la belleza generador de un nuevo tipo de víctimas y vulnerables: el vulnerable estético[18].
NOTAS
[1] Russo MT, Di Stefano N. Post-human body and beauty. Cuad Bioet. 2014 Sep-Dec;25(85):457-66.
[2] D’Avenia, Alessandro. El arte de la fragilidad. Como la poesía te puede salvar la vida. La esfera de los libros. Madrid, 2017, 231.
[3] Severino, E. Del Bello, Mimesis, Milano 2011.
[4] Lipovetsky, Gilles., El imperio de lo efímero, Anagrama, Madrid 2006.
[5] Benjamin, W. The Work of Art in the Age of Its Technological Reproducibility, and Other Writings on Media, Harvard University Press, 2008.
[6] Russo MT, Di Stefano N. Post-human body and beauty. Cuad Bioet. 2014 Sep-Dec;25(85):457-66.
[7] Lacan, J. La dirección de la cura. Escritos 2. Siglo XXI editores, 1958.
[8] M. Herrero, “Fascinación a la carta, moda y posmodernidad”. In Nueva Revista nº 72, (2000), pp. 79-88.
[9] Id.,
[10] Han, B.C. La salvación de los bello. Barcelona, Herder, 2015, 89-93; Han, B.C. La agonía del Eros. Barcelona, Herder, 2015, 25-35.
[11] Russo MT, Di Stefano N. Post-human body and beauty. Cuad Bioet. 2014 Sep-Dec;25(85):457-66.
[12] Garcia Sánchez, E., La iconificación estética post-moderna y su efecto desintegrador en la persona. QUIÉN, Nº 8 (2018): 35-54.
[13] Le Breton, D. L’Adieu au corps, Métailié, Paris, 1999.
[14] Wilde, O. (2000). El retrato de Dorian Grey. Madrid: Espasa Libros, 252.
[15] Baudrillard, J. The perfect crime, Verso, London – New York, 1996, 39.
[16] Sarwer DB, Spitzer JC. Body image dysmorphic disorder in persons who undergo aesthetic medical treatments. Aesthet Surg J. 2012 Nov; 32(8):999-1009.
[17] García-Sánchez, E., (ed.) Belleza fantasma y deporte a lo loco. Los riesgos de la obsesión corporal. Editorial Teconté, Madrid 2019.
[18] Garcia-Sánchez, E. (2016) Cosmetic Vulnerability: The new face of human frailty, en Garcia Sánchez, E. – Masferrer, A. (Eds), Human Dignity of the Vulnerable in the Age of Rights – Interdisciplinary Perspectives. Springer.
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Emilio García-Sánchez
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