¿Qué es realmente una

«muerte digna»?

 

1.- Dos modelos de dignidad en el trasfondo del debate sobre la muerte digna

            1.1. Dignidad intrínseca

            1.2. Dignidad moral

2.- Aplicación de los dos modelos de dignidad a los enfermos graves o terminales

            2.1. Suicidio asistido

            2.2. Eutanasia voluntaria-activa-directa

            2.3. Muerte por compasión

            2.4. Analgesia

            2.5. Anti-distanasia

            2.6. Cuidados paliativos

                                  

1.- Dos modelos de dignidad en el trasfondo del debate sobre la muerte digna     

Sentido de muerte digna

En torno al sentido ético (teórico) y moral (práctico) de lo que debe significar hoy una “muerte digna” versan estas páginas. Conviene analizar con cierto detalle cuándo es correcto o no hablar de “dignidad de la muerte”, “derecho a una muerte digna”, “morir con dignidad”… No son pocas las asociaciones europeas y americanas que se denominan “Asociación por una Muerte Digna”, “Asociación Derecho a Morir Dignamente” o “Dignitas”, centradas en la defensa de una regulación jurídica del suicidio asistido y la eutanasia. Además, los escritos de filósofos, bioéticos, políticos y juristas que llevan por título algo así como “derecho a morir con dignidad” suelen ser favorables a la legalización de la eutanasia.

Pero, ¿en qué consiste realmente el ejercicio de este derecho y de qué modo han de ser tratadas las personas que se encuentran al final de la vida o sometidas a una enfermedad grave e incurable que les provoca sufrimientos insoportables?

Marco ético de la muerte digna: la dignidad de la persona

El marco ético en el que, a mi juicio, cabe situar cualquier defensa de la muerte digna no es otro que el debate en torno a la dignidad de la persona. Necesitamos clarificar y valorar con cierto rigor dónde radica “lo digno” del morir humano y por qué razones la eutanasia y el suicidio asistido no son el mejor modo de garantizar un final de la vida que dignifique a las personas que en él se encuentran.

Por motivos de espacio, me limitaré a dos concepciones distintas de la dignidad de la persona que subyacen al debate social reiterado en torno a la legalización de la eutanasia. Si no somos conscientes de esta problemática teórica y práctica, difícilmente podremos comprender las perspectivas éticas que están en juego y qué tipo de comportamiento moral es el más idóneo para respetar realmente la dignidad de los enfermos y murientes.

1.1. Dignidad intrínseca

La dignidad reconocida en la legislación universal

El término nos remite a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. El primer párrafo asevera:

Declaración Universal de los Derechos Humanos [Imagen 1]

 

 

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…

 

Igualmente, la Constitución Alemana en su artículo 1, redactado en 1949 (con el trasfondo de la traumática experiencia de las vidas “indignas” de ser vividas) y mantenido en las diversas modificaciones de la Ley Fundamental (la última en 2019), afirma taxativamente:

La dignidad del ser humano es intangible. Respetarla y protegerla es obligación de todo poder público.

Y la Constitución Española en su artículo 10 se refiere a

la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes

Los conceptos de dignidad intrínseca, intangible, inherente, provienen de una trayectoria intelectual muy larga (estoicismo, cristianismo, iusnaturalismo racionalista moderno…), según la cual el ser humano, por su estructura antropológica, posee un valor absoluto y una dignidad incondicional que ha de ser respetada en cualquier circunstancia y garantizada por el Estado. Este principio ético se ha convertido en el marco inspirador de los regímenes democráticos, tal como reconoce nuestra propia Constitución en el mencionado artículo 10:

Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Implicaciones morales en todos los ámbitos

Por tanto, los calificativos arriba indicados y presentes en textos normativos (supranacionales y nacionales) generan implicaciones morales en todos los ámbitos prácticos, profesionales e institucionales; por supuesto, también en los contextos hospitalarios y en el trato concreto que merecen recibir quienes se encuentran al final de sus vidas o padecen graves enfermedades. El modo de atender a las personas más frágiles y vulnerables de la sociedad ha de estar inspirado por la protección de sus “derechos inherentes”.

Dignos por ser humanos

La dignidad intrínseca no depende de factores externos (sociales, económicos, políticos) al ser humano, ni del mayor o menor ejercicio de facultades intelectuales y morales que suelen poseer los adultos maduros; la dignidad de la persona, desde esta perspectiva, no está condicionada por convenciones jurídico-sociales ni por situaciones sanitarias. Se es digno por ser persona, y se es persona por ser humano. La dignidad no es un atributo ético (o jurídico) que cabe otorgar solo a quienes son sujetos autónomos y racionales, sino que constituye algo así como una realidad ontológica e incluso biológica característica de quienes somos miembros de la especie humana, o, mejor dicho (como indica la Declaración de los Derechos), de la “familia humana”. En tanto que humanos, somos portadores de dignidad y de derechos. Y en tanto que humanos, tenemos derecho a una “muerte digna”.

1.2. Dignidad moral

La dignidad kantiana basada en el principio de autonomía
Immanuel Kant [Imagen 2]

Otro modelo de dignidad desarrollado durante la modernidad –especialmente influyente hoy- manifiesta una clara inspiración en Kant. La razón por la cual la persona posee dignidad –según este enfoque teórico- radica en que es un sujeto con capacidad de autonomía, es decir, de someterse libremente a las leyes morales que reconoce como procedentes de su razón práctica. El hombre proyecta fines haciendo uso de su libertad, es inteligente y racional, responsable de sus decisiones, del seguimiento o incumplimiento del deber que le dicta su conciencia. Lo cual convierte en inmoral cualquier atentado contra su autonomía. La persona, en tanto que autónoma, posee un valor absoluto, “no tiene precio sino dignidad”, según la célebre sentencia del filósofo ilustrado.

Este proceso kantiano de teorización de la dignidad de la persona supone una serie de capacidades y cualidades morales que, si bien forman parte del ser humano, pueden perderse irreversiblemente e incluso jamás desarrollarse por todo tipo de enfermedades.

De aquí que, aunque Kant ha de ser considerado el mejor exponente de un loable esfuerzo intelectual por ofrecer una base ética de la dignidad de la persona, cabe decir igualmente que con este filósofo se inicia un proceso de relativización de la dignidad: ha de entenderse ligada a específicas cualidades morales (sobre todo la autonomía) y no a rasgos ontológicos, corporales o biológicos que caracterizan a todo ser humano (como se deriva del anterior modelo teórico). Ni que decir tiene que con tal fundamentación se está dificultando la consideración de “personas” a enfermos mentales, a individuos en estado vegetativo, inconscientes, agonizantes que ni son libres ya ni pueden ejercer su autonomía.

¿Cabe la dignidad si no son autónomos?

Pero, si hemos de ser fieles a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cabe preguntarse: ¿cuál es el tipo de muerte más concorde con la “dignidad intrínseca”? Esta es la cuestión clave, cuya respuesta ilumina el comportamiento que hay que mantener con aquellas personas inmersas en el proceso de morir, con facultades intelectuales y morales menguadas o desaparecidas.

La dignidad no depende de la salud física y psíquica, ni del grado de deterioro corporal o mental que esté padeciendo una particular persona. Los conflictos morales que se suscitan al final de la vida han de ser iluminados y resueltos sin perder nunca de vista el principio ético de la dignidad intrínseca de todo miembro de la familia humana. No disminuye un ápice la dignidad de quienes sufren enfermedades letales, crónicas, incapacitantes, han perdido su autonomía y consciencia o, por su gran dependencia, requieren del constante cuidado de profesionales y familiares. Al no ser productivos los enfermos terminales ni útiles socialmente (su contribución a la sociedad o al bienestar ajeno es nula), ha de ser el puro respeto a su realidad humana, aunque débil y precaria, el motor de la acción moral que con ellos hemos de ejercer los que nos consideramos plenamente competentes y autónomos.

En nuestro contexto cultural (se comprobará más tarde) defender una “muerte digna” implica principalmente convertir en “derecho” el disponer libremente del momento final de nuestra existencia a través de la eutanasia y el suicidio asistido. Con lo cual se olvida injustificadamente que si a algo tenemos en verdad “derecho” al final de la existencia es a no padecer dolores ni sufrimientos insoportables, que deben ser tratados por especialistas en analgésicos y en cuidados paliativos (como se argumentará después).

 

2.- Aplicación de los dos modelos de dignidad a los enfermos graves o terminales

Veamos a la luz de lo expuesto en qué radica el mejor sentido de “muerte digna”, que ha de mantener estrecha relación con la dignidad intrínseca de los miembros de la familia humana a la que se refiere la Declaración Universal de los Derechos. Sin embargo, conviene saber también por qué se ha llegado a sostener desde hace años que el suicidio asistido y la eutanasia se consideran “muerte digna”: remiten a la capacidad de autonomía de la persona, que desde Kant y la modernidad se concibe como el núcleo y la base de la dignidad humana.

2.1. Suicidio asistido

El auxilio médico al suicidio podría ser definido en estos términos:

el personal sanitario contribuye con sus conocimientos a que el enfermo terminal o quien padece insoportables dolores físicos y sufrimientos psíquicos, que ha decidido poner fin a su propia vida, lleve a término su voluntad con el propósito de evitar los últimos tramos de la enfermedad o del proceso degenerativo.

Lo que se produce es una ayuda indirecta: se facilitan los medios farmacéuticos para que sea el propio enfermo quien ponga fin a su existencia cuando personalmente lo decida. El cómo (por ejemplo, una receta de barbitúricos) es decidido por el médico o personal sanitario, en función del tipo de enfermedad que se esté padeciendo (u otros factores relevantes); mientras que el paciente, suponiendo siempre que está física y mentalmente capacitado, decidirá el cuándo y qué tipo de circunstancias son las mejores para controlar personalmente el final de su vida.

Una “muerte digna”, en este contexto, es aquella en la que el propio sujeto moral, en el ejercicio de sus facultades intelectuales y volitivas, decide con plena autonomía cuándo dejar de vivir. Le resulta (subjetivamente hablando) “indigna” la vida que lleva, la amenaza de pérdida de facultades, el temor a dolores futuros insoportables, el rechazo a convertirse en un cuerpo que padece un proceso degenerativo que convierte su ser personal en mero ser viviente, sin consciencia ni voluntad autónoma.

Socialmente considerado como una de las formas de morir más dignas

Teniendo en cuenta las dimensiones apuntadas del suicidio asistido, no es extraño que sea hoy valorado socialmente como una de las formas de morir más dignas: el papel que desempeña el paciente en cuestión es sumamente activo, consciente, responsable (ejerce su autonomía). El médico, por su parte, al facilitar los medios farmacológicos necesarios para el suicidio está reconociendo que la situación del enfermo es sumamente grave, irreversible, dolorosa, “indigna”. No es el personal sanitario quien realiza el último acto que acaba con la vida de un ser humano. Los médicos sólo facilitan la llave para “salir por la puerta”, mientras que, se supone, es el paciente quien, de acuerdo con sus circunstancias familiares o íntimas, ha de actuar directamente contra su propia vida y persona, ejerciendo así su plena autonomía.

Esta perspectiva del suicidio asistido como resultado del ejercicio de la autonomía y libertad personal es una constante en la mayoría de los autores que estudian el problema y que tienden a considerarlo un comportamiento justificable moralmente. Sin embargo, resulta evidente que estamos ante una absolutización de la propia voluntad como ingrediente principal de una “muerte digna”, sin valorar otras dimensiones del proceso de morir, a las que más tarde se apuntará.

diseño de muerte digna
The Sarco. Sarcófago diseñado por el médico australiano Philip Nitschke para facilitar el suicidio [Imagen 3]

2.2. Eutanasia voluntaria-activa-directa

Definición de eutanasia

Como es bien sabido, eu-tanasia significa, etimológicamente, “buena muerte”. Aunque en los debates bioéticos se suelen distinguir diversos tipos de eutanasia. Creo del todo conveniente, en aras de despejar el campo de reflexión ética, entender por eutanasia, en sentido estricto (y es el que se reivindica en la regulación legislativa),

la acción directa de un agente (personal sanitario) que busca poner fin con procedimientos letales a la vida de un paciente que está sufriendo una enfermedad incurable, dolorosa o terminal, tras su reiterada petición de muerte indolora y en posesión de sus facultades mentales y morales.

Por tanto, según esta definición, la eutanasia que se suele considerar un tipo de “muerte digna”, es aquella que cabe tildar de voluntaria (solicitada por el enfermo), activa (el personal sanitario es el agente que realiza acciones para poner fin a una vida) y directa (con la intención explícita de acabar con el sujeto que sufre para, así, eliminar todos sus dolores).

Y, ¿por qué afirman sus promotores que se trata de una “muerte digna”?

La razón se ha de buscar en su defensa de la autonomía como dimensión humana principal (si no única) en que apoyar la dignidad de las personas. Como ya se ha indicado más arriba, ser portador de dignidad (para algunas asociaciones y filósofos) depende del ejercicio de determinadas cualidades humanas: pensar, comunicar, proyectar el futuro, ser consciente del pasado, autonomía moral… Cualidades que se desarrollan a lo largo de una trayectoria biográfica y que pueden perderse temporal o definitivamente, lo que convierte la vida de quien las ha perdido en carente de valor.

La petición de muerte se presenta, en esa perspectiva, como la única alternativa que le cabe a quien considera que su vida “no merece la pena ser vivida” y se está convirtiendo –o así se percibe en la mayoría de los casos- en un problema social, económico, médico, familiar y moral. Dicho problema se ha de resolver del modo más rápido posible, amparándose en la autonomía que se le presume a quien se encuentra en situaciones tan dramáticas. Son el deseo y la voluntad libre del enfermo los que justifican que otro (con una acción transitiva, directa) acabe con el cuerpo moribundo, con su sufrimiento psíquico y dolores físicos.

Algunas observaciones a tener en cuenta

A este enfoque hay que añadir algunas observaciones:

El sufrimiento puede reducir el ejercicio de la plena libertad

a) Se presupone que quien pide morir, quien suplica que alguien le mate, está revelando al personal médico, a los familiares y a la sociedad entera que su “muerte autónoma” le dignifica. Sin embargo, es posible percatarse de que, en contextos de sufrimiento, con suma dificultad podrá ejercerse de modo enteramente competente la autonomía y la lucidez; el miedo y la amenaza del deterioro físico y psíquico no son circunstancias muy favorables para el ejercicio de una plena libertad.

Obligar a los médicos a atentar contra la vida

b) El hecho de que el paciente pueda ejercer su autonomía no implica que tengan que ser los médicos quienes hayan de atentar contra su vida sólo porque él formule tal petición, dado que estamos ante una acción transitiva (un sujeto actúa –mata- a petición de otro). La supuesta autoridad autónoma y suprema del paciente exige la obediencia y el sometimiento de la voluntad de otro, del médico.

Condicionamientos y presiones sobre los más vulnerables

c) Si se considera, por un lado, que es la autonomía la razón principal que ampara el reconocimiento de que hay algo de “dignidad” en la eutanasia voluntaria-activa-directa, es igualmente constatable, por otro lado, que existen numerosos condicionamientos sociales y familiares, sutiles presiones de todo tipo que pueden caer sobre los pacientes más vulnerables, frágiles, murientes… Se les hace ver gradualmente que lo mejor para todos y lo más “digno” para ellos mismos es que “dejen de ser”.

No es un real deseo de morir

d) También hay que tener presente que cuando los pacientes que se encuentran en un proceso grave de dolor físico y sufrimiento psíquico suplican la muerte (poquísimos, según diversas estadísticas y experiencias de los médicos), lo que están implorando en la mayoría de las ocasiones no es un real deseo de morir –o ser matado por otro-, sino dejar de sufrir dolor y angustia, ser tratados como personas, atendidos dignamente, queridos en los últimos momentos de la vida y aliviados en sus penalidades.

2.3. Muerte por compasión

Concepto de muerte por compasión

Se suele considerar también la muerte por compasión (lo que los ingleses denominan mercy killing) como un tipo de “muerte digna”. He aquí la explicación:

los sentimientos humanos son reivindicados como una justificación moral de que en determinados casos excepcionales (aunque no haya petición expresa del paciente por incompetencia, pérdida de consciencia u otros factores) es lícito acabar con la vida de quien está sufriendo.

Amparados en la conmiseración que provoca el malestar del enfermo grave, se legitima acortar con una muerte indolora los sufrimientos que la enfermedad le está ocasionando. En estos casos, los defensores de la muerte por compasión abogan por una justificación moral basada en la dimensión emotiva del hombre: postulan que basta nuestra percepción médica y humana de la “indignidad” en la que se halla el moribundo para que nuestros sentimientos de amor, ternura, misericordia, etc., amparen la aplicación de una “muerte dulce”.

Valoración de este tipo de supuesta muerte digna

Suponen algunos autores que estos sentimientos son suficientes para considerar que tal tipo de muerte se ha de clasificar también como “digna”. Sin embargo, es necesario señalar que si no existe la demanda voluntaria y autónoma de morir (como en el caso del suicidio asistido y de la eutanasia voluntaria-activa-directa), nos encontraríamos, dicho sin rodeos, con un homicidio o asesinato (dependiendo de las circunstancias concretas). En la muerte por compasión no existiría ningún factor que convirtiese en “digna” la decisión de acabar con la vida del paciente (como sí lo hay en la eutanasia y el suicidio asistido, según pretenden sus defensores, al ser ambas decisiones resultado del ejercicio de la autonomía).

Por tanto, de acuerdo con lo dicho, no es correcto hablar de eutanasia involuntaria (aquella no solicitada por el enfermo, aunque es competente para valorar su situación), ni tampoco es acertado referirse a una eutanasia no-voluntaria (cuando el enfermo ya ha perdido sus facultades y no consta ninguna petición autónoma anterior a su situación, siendo solicitada por otros en su lugar –médicos o familiares-).

Supuesta muerte digna
Madrid, 2017. Un hombre mata a su mujer, enferma de Alzheimer, y luego se suicida [Imagen 4]

En términos ético-filosóficos, se puede afirmar que desde la “dignidad moral” (defensa de la autonomía) y desde la “dignidad intrínseca” (Declaración Universal de los Derechos Humanos), no se justificaría matar a un enfermo por sentimientos de compasión, que pueden llegar a ser falsos, confusos, aparentes o interesados. Se estaría violando, por un lado, el principio de autonomía, y, por otro, el valor incondicional de la persona que merece, justamente por su debilidad, los mejores cuidados paliativos (como “derecho” auténtico), nunca atentar contra su precaria existencia.

 

 

2.4. Analgesia

Definición de analgesia o sedación

Podría definirse como la acción por la cual el médico busca reducir los sufrimientos y dolores del enfermo, acortar la agonía de un paciente aumentando, de modo proporcionado a los síntomas, ciertas dosis terapéuticas de medicamentos o tratamientos que pueden abreviar su vida, mas siempre como efecto secundario de la intención principal de atacar el dolor.

Siendo el propósito del médico reducir el dolor (nunca matar al enfermo), tales situaciones de lucha farmacológica deben excluirse del concepto de eutanasia voluntaria-activa-directa (que sí persigue la muerte solicitada por el paciente); no obstante, la analgesia estaría claramente relacionada con el sentido literal de “eu-tanasia” (buena muerte, sin dolores ni sufrimientos insoportables). A este proceso de luchar contra el dolor en medio de una grave y terminal enfermedad, sin intención médica de matar al paciente, es posible denominar “analgesia” (de algos=dolor y an=carencia), en vez de “eutanasia indirecta”, como afirman algunos erróneamente. Se trata, pues de “sedación”, sea paliativa o en la agonía, que nada tiene que ver con los mencionados tipos de eutanasia (sólo con su sentido etimológico).

Valoración

La dignidad de este tipo de muerte se encuentra en que es respetada su integridad personal; es decir, el enfermo es aliviado hasta el último momento. El paciente terminal, si ya no puede ser curado, ha de ser cuidado de tal modo que los dolores físicos y sufrimientos psíquicos sean reducidos al mínimo. Será justamente la debilidad del sufriente el móvil moral de un mejor trato médico, técnico, humanizado. En estos casos, una “muerte digna” es la acontecida mientras al paciente se le aplican los mejores cuidados posibles, dignificando así –sin dolor- su proceso irreversible de morir.

A la luz de la analgesia el muriente jamás pierde dignidad y su vida nunca carece de valor ante sí y ante los demás. Es claro, pues, dónde se encuentra la diferencia entre la dignidad del morir que caracteriza al suicidio asistido y a la eutanasia voluntaria-activa-directa (en el ejercicio de la autonomía) y la dignidad del morir según lo propuesto aquí como analgesia (en el cuidado íntegro de la persona frágil).

2.5. Anti-distanasia

El celo excesivo por la vida

Como es bien sabido, en griego la partícula “dis” remite a algo que es malo, que está mal hecho; de ahí la “dis-tanasia” (mala muerte) como concepto opuesto al de “eu-tanasia” (buena muerte). Con tal término, menos usado, se procura expresar que estamos ante

un proceso médico consistente en retrasar la muerte el mayor tiempo que sea posible, aplicando los métodos y las técnicas de soporte vital que ofrece la más avanzada medicina, aunque sean desproporcionados, es decir, aunque impliquen sufrimientos a un moribundo que, según los conocimientos disponibles, cuenta con escasas posibilidades de ser curado, prolongándose innecesaria y artificialmente su agonía.

Es la consecuencia de aplicar con excesivo celo el criterio de hacer todo lo clínicamente viable para luchar contra la enfermedad y la muerte, y de asumir incondicionalmente el “valor de la vida”.

Valoración

Si bien la vida ha de ser siempre respetada y cuidada por el personal sanitario con suma profesionalidad y delicadeza, no ha de convertirse en el valor absoluto al margen de cualquier otra consideración moral. De lo contrario, se puede sumergir al moribundo en situaciones de dolor y sufrimiento lindantes con el trato inhumano (lo que en muchas ocasiones ofrece amparo social a la eutanasia voluntaria-activa-directa). Se estaría violando entonces el principio ético de la “no-maleficencia”, que ha de inspirar de modo prioritario las decisiones médicas.

A nadie se le escapa que una obstinación médica por curar o vencer la muerte genera un temor cada vez mayor en los pacientes terminales de verse intubados y atados a aparatos electrónicos (soporte vital) que no ofrecen ningún tipo de calidad existencial, sino sólo “cantidad” de horas y días en situaciones de extrema penalidad. Y quizá es este miedo a la distanasia el que explique la generalización social en favor de la “eu-tanasia” (que muchos ciudadanos la entienden simplemente como morir sin dolor, sin sufrimientos, sin soportes técnicos fútiles).

La anti-distanasia ha de convertirse en una aceptación mayor de la naturalidad del morir y, por ello, de una muerte más digna, más acorde con la “naturaleza humana”. Aunque es comprensible la lucha contra las enfermedades, es del todo inútil tal combate en determinados pacientes (dadas las características especiales de su propia situación terminal). Entrar en él nos colocará en situaciones-límite en las que más que “dejar morir” respetando el proceso ineludible de la naturaleza, el personal sanitario se verá en la obligación de cortar la artificial e interminable agonía en la que su obsesión terapéutica ha conducido a un moribundo.

Eutanasia y antidistanasia

El rechazo por parte de muchos pacientes a una prolongación artificial de la agonía como resultado de un afán irracional por curar y luchar contra la muerte, no debe ser interpretado como voluntad de suicidio o de eutanasia, sino más bien como deseo de aceptar con serenidad que ya no merece la pena ofrecer resistencia al natural proceso de morir. Aquí el principio de autonomía del enfermo es también clave. Sin embargo, igualmente es capital la información médica que ha de valorar la desproporcionalidad o no de los tratamientos a aplicar. En estas situaciones, por respeto a la dignidad intrínseca del enfermo, se ha de asumir la decisión ponderada de la medicina para evitar al moribundo una agonía dolorosa y sin fin.

2.6. Cuidados paliativos

Morir en paz

El rechazo de la distanasia, como búsqueda de una muerte digna, puede contemplarse estrechamente vinculado a la defensa de los cuidados paliativos. Es bien conocido que

el objetivo principal de tales cuidados (una vez que ya no es posible aplicar tratamientos curativos) no es otro que el alivio de aquellos síntomas que originan graves sufrimientos y dolores a los enfermos terminales.

Cuidados paliativos [Imagen 5]

Las unidades de cuidados paliativos, en armonía con la familia, procuran evitar penalidades innecesarias al paciente que impiden un tranquilo proceso del morir y un tránsito sereno e indoloro en el marco más íntimo del hogar, alejado de la frialdad y soledad que invaden en no pocas ocasiones las instalaciones hospitalarias. De ahí que se pueda hablar también de morir en paz para referirse a esta aplicación de cuidados con los que se pretende disminuir los dolores finales que pueden sobrevenir a pacientes con enfermedades letales.

Muerte digna no es cuestión solamente de suprimir el dolor 

Ha de ser reconocido como un derecho básico de cualquier enfermo no padecer dolores físicos innecesarios. Sin embargo, los médicos saben, y los familiares también, que al proceso de morir le acompañan, además de dolor físico, sufrimientos psíquicos, morales y espirituales. De ahí que no puede limitarse el personal sanitario a suprimir las causas del dolor (como busca la analgesia), sino que ha de procurar por razones deontológicas (junto con la compañía de los familiares) ofrecer al muriente ayuda psíquica, moral y espiritual. De este modo el enfermo terminal podrá atravesar mejor la siempre extraña y misteriosa puerta de la muerte con la mayor paz y serenidad posibles.

La asistencia integral, el conjunto de cuidados con los que se procura paliar el dolor y el sufrimiento que precede a la muerte, constituyen una concreción profesional del respeto máximo a la “dignidad intrínseca” del paciente:

a pesar de la disminución (o desaparición total) de las capacidades intelectuales y morales, sigue siendo tratado con dignidad. Se le muestra al final de sus días que en los momentos de angustia, debilidad y soledad que ocasiona la cercanía de la muerte, sigue siendo una persona amada por sí misma, y no marginada (ni eliminada) por su declive.

La verdadera muerte digna

La defensa de los cuidados paliativos puede ser contemplada como un punto intermedio entre dos extremos: a) la obstinación terapéutica (mal llamada “encarnizamiento”) que causa distanasia y b) la eutanasia voluntaria-actica-directa. A esta nueva forma de enfrentarse a la muerte a través de las Unidades de Cuidados Paliativos (que pueden también desempeñar sus tareas en los hogares de los enfermos terminales) subyace la defensa de la “dignidad intrínseca” (reivindicada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

Los cuidados paliativos deberían de ser cada vez más generalizables, e incluso considerados como el verdadero derecho a una muerte digna (no el suicidio asistido ni la eutanasia, que en realidad constituyen un fracaso de las sociedades avanzadas y del sistema sanitario ante la atención debida a las personas más vulnerables). No se está persiguiendo aquí destruir la vida de una persona enferma, sino aliviar sus dolores físicos y sufrimientos psíquicos. Esta intención paliativa está al servicio de que la llegada natural del final se produzca en las condiciones menos dolorosas para el enfermo. No se busca la muerte de forma activa, ni directa, ni voluntaria (como sucede en la eutanasia, que exalta en exceso la autonomía).

La importancia de la sedación y de los cuidados paliativos

Si no se desarrollan los conocimientos rigurosos del proceso de sedación (paliativa y en la agonía) y los cuidados paliativos, se irá imponiendo una mentalidad social cada vez más favorable a la eutanasia, en principio voluntaria-activa-directa y, según los analistas de las “pendientes resbaladizas”, al cabo de un tiempo se extenderán también a las mal llamadas eutanasia no-voluntaria (la no solicitada por sujetos inconscientes) e incluso a la involuntaria (la no solicitada por sujetos conscientes).

En conclusión

Por todo lo expuesto, los cuidados paliativos constituyen el modo más auténtico de “muerte digna”, en tanto que respeta plenamente la “dignidad intrínseca” de la persona. Se es siempre “miembro de la familia humana” (tal como aboga la Declaración Universal de los Derechos Humanos), al margen de las circunstancias sociales y capacidades físicas, morales e intelectuales: la dignidad de la persona no disminuye ni se pierde nunca.

Auténtica muerte digna
Atención al enfermo hasta el final [Imagen 6]

Lo que sí se produce son “condiciones indignas” de la vida de los pacientes, contra las que los poderes públicos y el sistema sanitario han de luchar con todos los recursos disponibles (económicos, legislativos, institucionales). En tanto que seres humanos débiles, necesitados y dependientes, nuestra realidad personal ha de ser tratada con afecto y cuidado por parte de aquellos profesionales que están al servicio no sólo de la curación de las enfermedades, sino también del respeto a la persona enferma. Esta ha de ser cuidada y aliviada en condiciones tan dignas y humanizadas durante la etapa más vulnerable o final de su existencia que no suplique desesperadamente morir, ni nadie, por “compasión”, considere urgente acabar con su vida supuestamente indigna.

 

DIRECTORIO DE IMÁGENES

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Enrique Bonete
Enrique Bonete Perales
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Catedrático de Filosofía Moral

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