Capítulo 2.- Formas de vida en el mundo civil y religioso de la Antigüedad.

 

1.- Formas de vida. El individuo en la época histórica.

2.- Categorías históricas y esquemas trascendentales de la religión.

3.- Articulación de las comunidades civiles y religiosas. Formas del mesianismo.

4.- Emergencia de la subjetividad en las comunidades estatales y religiosas.

 

 

1.- Formas de vida. El individuo en la época histórica.

 

§16.- El “sí mismo” y el “yo”. Historia, biografía y “formas de vida”.

Se ha dicho en el §12, que el yo, que en la Edad de los metales se ha diferenciado del sí mismo (ROREM § 68), en la Antigüedad se puede ubicar en diferentes posiciones de la subjetividad, puede enfocar el mundo y atender a él de muchas maneras.

El sí mismo es el fondo de la subjetividad, donde ella se siente a sí misma y se encuentra con sus impulsos y dinamismos espontáneos (la voluntas ut natura, en terminología tomista). Ahí está dada para sí como pathos, como sentimiento de sí y como espontaneidad.

el yo es el libre albedrío, la atención, la voluntad consciente
Imagen 1

El yo es la dimensión y el momento de la subjetividad en que ella se asume y decide sobre su vida, es el libre albedrío, la atención, la voluntad consciente, que puede elegir una profesión un otra, entregarse a un vicio o a otro, estar atenta a lo que pasa o no estarlo. El yo es la atención consciente y libre. La atención se puede controlar y poner en donde se quiera, y en este sentido se puede considerar como perteneciente al yo consciente de sí.

Por último la conciencia  es la subjetividad en tanto que conoce y sabe de sí, en tanto que sabe las decisiones que toma, y en tanto que sabe del mundo. La conciencia es la subjetividad en tanto que conocimiento y saber, en tanto que logos.  

El yo, la atención, se puede poner y referir al lugar o al asunto en el que la subjetividad siente su ser, se siente a sí misma o siente su sí mismo, en el lugar y el momento del pathos de la subjetividad. Se puede poner en su propia toma de decisiones, en sus actos de comprometerse, y arrastrar al sí mismo ahí, a la dimensión del ethos de la subjetividad.  Por último el yo puede ponerse y puede poner al sí mismo en la actividad donde ambos saben de sí y del mundo, en la dimensión del logos, del conocer

El yo es la subjetividad en tanto que actividad consciente de sí y libre,  la dimensión y el momento de la subjetividad en que ella es actuante según su elección y decisión, y donde está dada para sí misma como atención, como riesgo, como libre albedrío, como responsable de sí, como ethos.

La subjetividad puede actuar desde el sí mismo, desde el yo o desde la conciencia, y referirse a las diferentes esferas de la cultura según una de esas modalidades, o según las tres a la vez. En el lenguaje moral calcolítico, se usa ya la expresión “con todo el corazón, con toda el alma (o con todas las fuerzas) y con toda la mente”, para indicar una forma completa y profunda de hacer algo, y así consta en el Deuteronomio. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón (lebab, corazón, corazones, voluntad, hombre interior, mente), con toda tu alma (nefesch, alma, vida, alimento) y con todas tus fuerzas (khózek, poder, fuerza, potencia)” (Deuteronomio, 6,5)[1]. La misma expresión se mantiene y se encuentra en el lenguaje amoroso del siglo XX[2].

Alma, vida y corazón [Imagen 1]

Generalmente se usa la expresión alma, vida y corazón, para indicar que uno se entrega a alguna actividad de un modo muy pleno, comprometiendo la totalidad de su subjetividad a todos sus niveles. Cuando eso ocurre se dice que una persona está profundamente dedicada a eso. Por ejemplo, una madre a sus hijos, un artista a su obra, un médico a sus enfermos, etc.

Si en el otro extremo hay una falta de compromiso completo por parte de la persona a aquello a lo que se dedica, se dice de ella que no se toma en serio lo que hace, que no se toma en serio su vida, o que no es una verdadera madre, un verdadero médico, etc.

A partir de la Antigüedad, las funciones políticas, familiares, profesionales, etc., se constituyen también como “formas de vida”, como modalidades de ejercer la existencia desde una subjetividad que se compromete  con una tarea, que, perteneciendo al orden del obrar como toda tarea, sin embargo es asumida y entendida como en cierto modo superior en valor a la propia existencia. La subjetividad queda distendida así entre el orden del obrar, de las actividades mundanas, y el del ser, del fundamento sagrado de la vida y de la existencia, experimentando diversamente esa distensión y refuerzo recíproco entre un orden y otro, o sea, viviendo en cierto modo religiosamente la actividad social.

La “forma de vida” es el modo en que la subjetividad se pone con sus tres dimensiones de corazón, alma y mente, con dos, o con una de ellas, en alguna de las actividades pertenecientes a cualquiera de las esferas de la cultura. 

De este modo surge una cantidad inabarcable de formas de vida individuales, que constituye el conjunto de las vidas de los individuos históricos, y esas vidas pertenecen a los individuos que quieren, pueden y necesitan tener una biografía para sentirse sí mismos.

En el paleolítico no hay una diferencia tan marcada entre individuo y tribu, en el neolítico empieza a haber diferencia entre familia y comunidad, y en la edad de los metales empieza a haberla también entre individuo y familia, porque el individuo empieza a auto-determinarse según la pluralidad de funciones sociales que puede desempeñar, y según la diferenciación que las sociedades complejas producen entre el sí mismo y el yo, como se ha dicho.

El yo y la gloria
Rodrigo Díaz de Vivar ‘El Cid Campeador’ (1048-1099), estatua ecuestre, obra de Juan Cristóbal (1955). Burgos [Imagen 3]

En la Antigüedad esta diferenciación es todavía más aguda, y el individuo necesita expresiones y refuerzos culturales de su consistencia ontológica como individuo. Esas expresiones y esos refuerzos son la biografía, el reconocimiento y la autoconciencia de todos, y su consistencia ontológica queda expresada en la concepción de la inmortalidad como fama y gloria, en su correlato cultural, que es la biografía, y en el anhelo de “inscribir el propio nombre en la historia”, intenso en la modernidad y que se mantiene hasta el siglo XX en las sociedades occidentales. A partir de entonces, en el periodo post-histórico, el afán de gloria, y de inscribir en la historia el propio nombre, deja de ser un componente clave del sentido de la existencia individual.  

En la época histórica empiezan a generarse y acentuarse las diferencias individuales mediante las formas de vida, y a expresarse mediante la escritura (las biografías). Cuando a partir de entonces el intelecto y el yo se ubican de modo pleno y completo en el centro del sí mismo humano, y busca ahí su fundamento trascendente y lo encuentra, entonces la divinidad se le muestra también desde el fondo de su ser, de su vida y de su sabiduría, y entonces nace la religión del culto interior, la mística.

 

NOTAS

[1] http://bibliaparalela.com/interlinear/deuteronomy/6-5.htm

[2] “Oye, esta canción que lleva alma, corazón y vida,/ estas tres cositas nada más te doy./ Porque no tengo fortuna, estas tres cosas te ofrezco,/ alma, corazón y vida y nada más./ Alma para conquistarte, corazón para quererte / y vida, para vivirla junto a ti”,  “Alma, corazón y vida”, canción de la cantante chilena Palmenia Pizarro, cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Palmenia_Pizarro

 

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

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