- 1.2.- Religión, unificación de la comunidad y autonomía de la persona.
Las fases de la religión
A tenor de las formas de la religión en las diversas fases de desarrollo de la humanidad, y de la existencia personal que se ejerce en cada una de ellas, puede decirse que el hombre, en primer lugar, encuentra el sustento para vivir en el medio natural.
En segundo lugar, encuentra sus procedimientos de supervivencia también en el medio natural, pero recibe el impulso y la esperanza para obtenerlo de la incipiente comunidad y de las sagradas normas que la organizan.
Y en un tercer momento, el hombre sigue encontrando sus recursos de supervivencia en el medio natural, pero ahora convertido en un “mundo” que crea la divinidad por la palabra, pero que él, mediante “la razón”, puede descifrar y entender en diálogo con el poder sagrado, en la trama de una acción dramática entre el poder sagrado y la sociedad estatal. Así pueden entenderse las fases de la religión, y el ejercicio de la existencia humana en correspondencia con en esas etapas. El culto como su forma paleolítica, la moral como su forma neolítica, la revelación como su forma calcolítica.
La religión, en tanto que afirmación de la vida y del fundamento del propio ser, se entiende a partir de la Antigüedad como vía para la comprensión del ser humano, en tanto que unidad esencial de individuo y comunidad, y para la realización práctica de esa unidad.
La época histórica
Al iniciarse la cuarta fase del desarrollo espiritual del ser humano, la época histórica, el individuo ha llegado a la plenitud de su esencia, y la comunidad humana también, y comprenden su naturaleza como lo que ambos son, en cuanto que “llamamos naturaleza de cada cosa a lo que cada una es, una vez acabada su generación, ya sea el hombre, el caballo o la casa” (Política I, 2, 1252 b 32-34)[1].
Entonces el hombre puede comprenderse y definirse a sí mismo así: “animal que tiene palabras […] para manifestar lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad ” como lo entiende Aristóteles (Aristóteles, Política, I, 2, 1253 a 14-18)[2]. Así lo entienden también, pero referido a toda la humanidad, Habermas, Gadamer y la mayoría de los filósofos a lo largo de la época histórica y a finales de ella.
La comprensión de sí mismo y la comprensión de la polis, de la sociedad estatal, se dan como dos modos de existencia y de conocimiento.
Por una parte, como comprensión de uno mismo y de la sociedad estatal en una unidad indisociable, y, por otra parte, como comprensión de uno mismo, de la propia existencia, independientemente de la polis, y correlativamente de la polis independientemente de uno mismo. El ser humano y la sociedad estatal tienen duraciones y finalidades diferenciadas y, por consiguiente, existencias diferenciadas, aunque sean interdependientes.
El ser humano en su singularidad tiene un cierto carácter de absoluto, y a partir del momento en que alcanza el saber de su libertad y se asume a sí mismo desde ella, puede comprenderse a sí mismo como un ser soberano con una libertad soberana. Porque lo es, porque la tiene. La sociedad estatal, a su vez, también puede comprenderse a sí misma como un ser soberano y con una libertad soberana, porque también la tiene. La alcanzan y la tienen a la vez, y no por separado.
La sociedad estatal y el sí mismo están dados para sí mismos, tienen carácter reflexivo y ejercen la reflexión de diversos modos. La referencia reflexiva al fundamento de la sociedad y del sí mismo, conjuntamente y por separado, es actividad y comportamiento religioso, entendiendo por tal, como se hace en estos volúmenes de filosofía de la religión, la afirmación de la vida y el ser, y, más concretamente, el reconocimiento y la afirmación mutuo de la vida y el ser entre quienes lo dan y quienes lo reciben.
Cuando se generaliza el uso de la escritura en las sociedades estatales, a mediados del milenio primero AdC, la ciudad y el sujeto humano alcanzan su mayoría de edad, la medida y plenitud de su naturaleza.
A partir de entonces, durante toda la época histórica, desde mediados del milenio primero AdC hasta fines del milenio segundo, hasta las revoluciones industriales, la religión se desglosa y se diferencia en religión de la comunidad, civil y eclesiástica, por una parte, y religión del sí mismo, de la persona singular, por otra.
Este desglose y diferenciación se corresponde también con las dos modalidades o dos dimensiones ya mencionadas de la religión, la profética, protagonizada por la comunidad civil y la eclesiástica, y la mística, protagonizada por el sí mismo personal, que surgen cuando hay suficiente diferenciación entre comunidad e individuo, según queda anteriormente señalado (ROREM §§ 67-68).
Religión profética y religión mística
La religión profética, con mayor o menor implicación de la persona individual consciente de su autonomía, apunta a la realización histórica y escatológica de la comunidad, y la religión mística está referida a la participación en la vida íntima de la divinidad de la persona individual, y a la comprensión de su existencia y de la del género humano desde la perspectiva de esa vida íntima.
El periodo de tiempo denominado Antigüedad clásica, en la cultura occidental, suele entenderse como el milenio que se inicia en pleno apogeo del imperio Aqueménida, como se ha señalado, que va desde la fundación de las primeras ciudades, Atenas y Roma, en los siglos VI y V AdC, hasta la caída de Roma en el siglo V dC.
La unificación de las singularidades personales en las comunidades civiles y religiosas
Durante ese periodo aparecen las formas de religión mística, basadas en la oración contemplativa o en la meditación, en Asia, en Oriente Medio y en Occidente, con características similares, como se irá viendo, y al mismo tiempo aparecen los modos de unificación de las singularidades personales en las comunidades civiles y religiosas, a través de la instituciones, civiles y religiosas también, generadas a tal efecto.
La unificación reflexiva de las subjetividades en una comunidad, y la unificación reflexiva de las comunidades humanas en una supra-comunidad, civil o religiosa, o con ambas dimensiones, pertenece a la naturaleza humana, a su esencia, y a su dinámica existencial. Los filósofos de la Grecia clásica no entran a considerar esa dinámica, ni desde el punto de vista de una comunidad concreta, ni desde el punto de vista del conjunto de las comunidades humanas. No abordan sistemáticamente ni reflexivamente el tema de la historia ni el tema de la religión.
Examinan la dinámica existencial de la singularidad personal y de la comunidad griega, en la perspectiva que constituye el horizonte de lo que, a partir de ellos, se denomina ética y en la de lo que se denomina política, y hacen alusiones a la relación de este tipo de saberes y prácticas con la religión, pero no hacen una filosofía de la religión ni una filosofía de la historia.
Observaciones:
En este volumen IV se va a estudiar la religión mística como religión propia de la Antigüedad, de la madurez de la naturaleza humana, con su culto y su representación intelectual de lo divino, y la formación de las instituciones civiles y religiosas gestoras de la comunidad y de la integración de las subjetividades en ellas, es decir, gestoras de la ciudadanía y de la ortodoxia.
Se deja para el volumen V el proceso de integración de las subjetividades en la comunidad civil y religiosa, a través de las instituciones generadas a tal efecto, el de la articulación de las comunidades e instituciones civiles y religiosas a lo largo de la época histórica de occidente (relaciones entre iglesia y estado, entre religión y política), y la perspectiva de la integración de las diversas comunidades civiles y religiosas en una unidad superior, institucional o no, representativa de la unidad del género humano, así como del carácter político y religioso propio de tal tipo de comunidad e institución.
NOTAS
[1] Aristóteles, Política, edición de Julián Marías y María Araujo, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1970.
[2] Aristóteles, Política, cit.
About the author
Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).