2.- Formación de la cristiandad en el orden político y social
§ 46.2.- Calendarios, fiestas y escatología
Si desde el punto de vista físico, espacial, el templo inscribe a la comunidad en el universo y lo orienta en él, y si desde el punto de vista espiritual, intersubjetivo, inscribe a la comunidad en la creación y la coloca en un dialogo de cooperación con el creador, el calendario establece el momento de cada acción dramática y señala su escenografía y coreografía.
Punto de vista exterior, físico. El calendario de las festividades
Desde la aparición de las sociedades agrícolas, las constelaciones marcan la actividad de la divinidad propia de cada tiempo, su solicitud por la tribu (por la humanidad) y la llegada de recursos para la supervivencia. Marcan la divinidad y la actividad que corresponde desarrollar según las estaciones del año. El culto a estos dioses señala las transformaciones operadas desde el reinado de Urano, el tiempo sideral, hasta el de Cronos, el tiempo agrario, en las sociedades agrícolas, y hasta el de Zeus, el tiempo objetivo, aritmético, en las sociedades estatales, como se ha dicho (MORN § 20).
El calendario de las fiestas romanas y sus divinidades correspondientes, con sus leyendas, historias y costumbres, queda recogido por Ovidio sus Fastos[1], probablemente el texto más completo para el conocimiento de la religión de Roma.
De entre todas las fiestas destacan las Saturnales. Son las fiestas dedicadas a Saturno, dios romano de la agricultura, que asume tradiciones y formas de culto del dios griego Cronos, es decir, el tiempo, el calendario. Se celebraban entre el 17 y el 23 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno, o sea, con el final de las tareas de siembra y con el periodo de descanso más prolongado en las sociedades agrícolas.
Las saturnales se iniciaban con un sacrifico y una comida pública que se institucionaliza en 217 A.C. Se adornaban las calles y casas con flores y ramas para simbolizar la vida y se encendían antorchas por toda la ciudad para dar a entender que el sol y la luz reiniciaban su marcha creciente y vivificante. Las primicias de los dones del cielo se expresaban en la costumbre de los habitantes de Roma, de hacer regalos de muy diversa índole y la alegría desbordante de la vida que irrumpe y se desborda se expresa de diversos modos, como por ejemplo dar libertad a algún esclavo, intercambiar las indumentarias correspondientes a diferentes funciones sociales, etc.
Las Saturnales son la matriz, el nicho cultural, de la navidad cristiana, la fiesta del nacimiento del Cristo, que asume y difunde por todo el mundo casi todos los elementos simbólicos religiosos de la liturgia de la Roma urbana.
Independientemente de la religiosidad personal de Ovidio, los Fastos describen la religiosidad del pueblo romano, los cultos públicos, en los cuales quedaba acogida y por los cuales quedaba alimentada la religiosidad de los ciudadanos con sus diferentes formas de vida.
La navidad, en el solsticio de invierno, es el comienzo del ciclo litúrgico de la cristiandad, y la pascua de resurrección su momento culminante, que se toma de tradición hebrea y se celebra en la luna llena más cercana al equinoccio de primavera. En las sociedades agrícolas esos son los momentos de inicio y culminación de la vida de la semilla, y en la sociedad cristiana urbana, se toman como signo y símbolo del inicio y culminación de la vida cristiana.
La divinidad del tiempo, su poder, que las constelaciones muestran en las diferentes estaciones del año en el paleolítico y en el calcolítico, a partir de éste último se manifiesta también, en las sociedades urbanas, en los diferentes momentos del día, las horas. Como se ha visto, en Babilonia los diferentes momentos del día, según la mayor o menor intensidad de la luz y del calor, o de la oscuridad nocturna, son la manifestación de divinidades. La sociedad urbana requiere una mayor organización y diferenciación del tiempo, por eso en Grecia y Roma las Horas aumentan de número, y las antiguas adoptan nombres nuevos, según las nuevas actividades que inspiran (ROREM § 48.2).
Las antiguas divisiones romanas del día en horas, corresponden a cinco periodos de tres horas cada una: prima, tercia, sexta, nona, vísperas y las vigilias de la noche[2]. Marcan los momentos de abrirse y cerrarse lo mercados, y de iniciarse y concluirse diversas actividades, y, poco a poco, se va sustituyendo su nombre de divinidad por el nombre de ordinales numéricos.
Cuando se organiza la vida religiosa en los monasterios, a partir de la creación de la orden monástica de San Benito (450-450), empieza a componerse el Breviario con las Horas Canónicas. Cuando tras la adopción del cristianismo como religión oficial del imperio, se cristianiza la vida urbana, a lo largo de la Edad Media, las horas litúrgicas del día en las basílicas y catedrales, configuran el Breviario romano, según los siguientes momentos:
- Maitines: antes del amanecer.
- Laudes: al amanecer
- Prima: primera hora después del amanecer, sobre las 6:00 de la mañana
- Tercia: tercera hora después de amanecer, sobre las 9:00
- Sexta: mediodía, a las 12:00 después del Angelus en tiempo ordinario o el Regina Coeli en pascua.
- Nona: sobre las 15:00, Hora de la Misericordia.
- Vísperas: tras la puesta del sol, habitualmente sobre las 18:00 después del Angelus en tiempo ordinario o el Regina Coeli en pascua.
- Completas: antes del descanso nocturno, las 21:00[3].
Con la invención del reloj mecánico, en el siglo XIV[4], se establece el sistema de horas de sesenta minutos cada una, y la duración de las horas pasa a ser la misma para todas ellas (ROREM § 48.2). Según esa práctica, en el siglo XVIII Newton define el tiempo como homogéneo, isomorfo, etc., y con la difusión del lenguaje científico se inicia el “desencantamiento del mundo”.
Con la revolución industrial las horas del día y de la noche se secularizan por completo, y el tiempo de las horas del día pasa a ser algo rutinario y mecánico en la interpretación pública de la realidad.
A comienzos del siglo XX, las tesis de Einstein y Plank, convierten de nuevo el tiempo en algo enigmático y misterioso, pero eso no produce inmediatamente un re-encantamiento en la interpretación pública de la realidad, al menos en el siglo XX.
Roma primero y la Iglesia romana y los estados modernos después, depuran y sistematizan los calendarios antiguos y los ajustan al mundo laboral contemporáneo, hasta configurarlo del modo vigente en la actualidad.
Tras la reforma del calendario llevada a cabo por Julio César en 46 AdC y la reforma de Gregorio XIII en el año 1582, la navidad queda fijada en el 24 de diciembre, y el tiempo en el mundo occidental, y en buena parte del mundo globalizado, se cuenta a partir del nacimiento de Cristo, es decir, según la hegemonía cultural de occidente.
Ya se ha dicho que las reformas del calendario, y de la contabilidad cronológica en general, es un asunto político-religioso, desde bastante antes de Julio César hasta bastante después de Gregorio XIII, e incluso después de la adopción del meridiano de Greenwich como referencia geo-cronológica (ROREM § 42).
Punto de vista interior, espiritual. Los momentos del diálogo con Dios
El Año litúrgico en la celebración cristiana, de modo análogo a como sucede en las demás religiones y culturas, es el ciclo anual en el que se conmemora el paso de la muerte a la vida, la salvación del hombre.
Año litúrgico, también denominado ciclo litúrgico, año cristiano o año del Señor, es el nombre que recibe la organización de los diversos tiempos y solemnidades durante el año en las Iglesias cristianas, como forma de celebrar la historia de la Salvación[5].
Se trata de cinco periodos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario. En los dos primeros se prepara y se celebra el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, que se toma como kilómetro 0 de la historia. En los dos segundos se prepara y se celebra la muerte y la resurrección de Jesús en torno al equinoccio de primavera, que se toma punto medio de la historia. El Tiempo Ordinario es la conmemoración de las diferentes enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento, en espera de que se cumpla el fin de los tiempos.
En la medida en que el cristianismo de la Cristiandad tiene, por una parte, un componente profético, y por otra, un componente místico que oficialmente parece menos acentuado, el tiempo ordinario es tiempo de peregrinación en esta vida provisional, con un recuerdo y esperanza permanente en la definitiva.
Esa dualidad se reproduce en la organización del tiempo de la semana, dividida en días ordinarios y día del Señor, o domingo, que a partir de la “ley del domingo” de Constantino en 321, se convierte en una de las claves de la organización de la vida romana, de la cristianización del Imperio, y de la configuración de Europa y de la cultura occidental[6].
El día del descanso semanal es, en el judaísmo, el cristianismo y el islam, la conmemoración y la afirmación de la vida definitiva, eterna, al final de los tiempos.
El conjunto de la liturgia cristiana es la escenificación que hace la Cristiandad de la historia de la relación de Jesús con el género humano. Mediante esa escenificación, la Iglesia continuamente hace presente esa realidad en la mente y en la vida de las diferentes comunidades, pequeñas y grandes[7].
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NOTAS de Calendarios, fiestas y escatología
[1] Ovidio, Fastos, Ed. de Bartolomé Segura Ramos, Madrid: Gredos, 2001. Agradezco a Bartolomé Segura sus aclaraciones sobre diversos aspectos de los cultos romanos antiguos.
[2] https://ec.aciprensa.com/wiki/Breviario#Las_horas
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Horas_canónicas
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Reloj
[5] https://es.wikipedia.org/wiki/Año_litúrgico
[6] Viciano, A., Cristianización del Imperio Romano. Orígenes de Europa, Murcia: Universidad Católica San Antonio, 2003, cap. VIII.
[7] Guardini, R., El espíritu de la liturgia, cit.; Ratzinger, El espíritu de la liturgia, cit.
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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).