4.- Iglesias históricas, quiebras institucionales y liberación de la creatividad religiosa

§70.- Nombres divinos, humanismo y creatividad religiosa. Fray Luis de León

La relación del hombre con Dios, desde las primeras formas del culto interior, y a lo largo de la época histórica, aparece como una relación dialógica intersubjetiva, que lleva consigo una ampliación creciente de los sentidos y modos de entender la divinidad por parte del hombre y de relacionarse con ella, así como de los modos de relacionarse la divinidad con el hombre. Una ampliación de los sentidos de las subjetividades humanas y divinas, especificada y concretada en la ampliación de los sentidos de sus nombres en tanto que sujetos dialogantes.

Desde la aparición del lenguaje ordinario y de la escritura en Sumeria y Egipto en el milenio IV AdC, el nombre es la esencia del hombre, es su alma, o un duplicado, o una parte de ella que equivale a ella.

Las primeras tesis filosóficas sobre el lenguaje, el diálogo, las palabras y los nombres, que aparecen en el Cratilo de Platón, recogen y elaboran conceptualmente las prácticas sumerias y egipcias que ponen de manifiesto esa comprensión del nombre en el calcolítico inicial.

También desde el comienzo de la época histórica, hay una serie de obras sobre “los nombres divinos”, que señalan formas cada vez más personales y al mismo tiempo más universales del culto interior.

En esa serie se pueden señalar hitos, momentos en que se expone con una claridad y firmeza especiales el carácter trascendental, y a la vez íntimamente personal, de la relación religiosa, e incluso quizá de la institución religiosa empírica.

Entre esos hitos se pueden señalar la obra de Jámblico, Sobre los Misterios Egipcios, 280-300[1], la del Pseudo Dionisio, De los nombres divinos, finales s. V[2], la de Ibn Arabi, El secreto de los nombres de Dios, 1194[3], y la de Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, 1583[4].

Jámblico divide su obra en 10 libros de los cuales el VII está dedicado a los cuatro símbolos analógico, a saber, el limo, el loto, la barca del sol y el zodiaco, y a los símbolos unitivos, que son los nombres, cuya comprensión establece una unión contemplativa entre el intelecto humano y la divinidad[5].

En Dionisio los nombres divinos designan, por una parte, cualidades inteligibles y suprasensibles como ser, justicia, bondad, creación, y por otra, entes naturales como agua, aire, rocío, nube, fuego, en cuyas cualidades se muestran virtudes del creador de acuerdo con las diversas sensibilidades de los hombres (Los nombres de Dios, capítulo 1).

Ibn Arabi señala 3 momentos en relación con cada nombre. El momento de la comprensión de la necesidad de ese nombre para el individuo humano concreto, el momento del conocimiento de ese nombre, y el momento de la aplicación de la cualidad significada por ese nombre al orante (El secreto de los nombres de Dios, p. 44). Los nombres que Ibn Arabi recoge son: el misericordioso, el rey, la paz, el fiel, el protector, el modelador, el sabio, y unas decenas más. Se trata siempre de nombres de un sujeto racional, en el cual nombre aparecen cualidades naturales como la luz o el agua, como propias del agente, que se denomina “el iluminador” o “el vivificador”.

Imagen de Fray Luis de León.

Fray Luis de León ocupa en esa serie una posición muy particular por varios motivos. En primer lugar, porque su tratado no versa sobre los nombres de Dios, sino sobre Los nombres de Cristo. En segundo lugar, porque en 1583, veinte años después del Concilio de Trento, la cristiandad se ha fragmentado en varias iglesias cristianas con una fuerte consistencia institucional y con una intensa autoconciencia de ella.

En tercer lugar, porque Fray Luis de León ha entrado en conflicto con esa Iglesia institucional y escribe ese libro cuando se encuentra en las cárceles de la inquisición, Y en cuarto lugar porque, a pesar de tratar el libro, no de los nombres de Dios, sino de Los nombres de Cristo, presenta un sentido tan amplio del carácter universal y trascendental de Cristo como el que los tratados anteriores presentan de Dios.

“Y así vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escritura divina da a Cristo; porque le llama León y Cordero, y Puerta y Camino, y Pastor y Sacerdote, y Sacrificio y Esposo, y Vid y Pimpollo, y Rey de Dios y Cara suya, y Piedra y Lucero, y Oriente y Padre, y Príncipe de Paz y Salud, y Vida y Verdad, y así otros nombres sin cuento. Pero de aquestos muchos escogió solos diez el papel, como más substanciales; porque, como en él se dice, los demás todos se reducen o pueden reducir a éstos en cierta manera.”[6]

Esos 10 nombres están analizados con el mismo procedimiento y estilo de Orígenes, pero con el sentido de universalidad que tienen los humanistas europeos del siglo XVI, traductores de la Sagradas Escrituras a las lenguas vernáculas después de la invención de la imprenta.

Orígenes sostiene que toda criatura con su conducta dice eso, “Padre, que estas en los cielos”, y es imagen de Cristo y del Hijo[7]. Obviamente Orígenes se refiere a las criaturas desde el punto de vista ontológico del acto primero.

Para los humanistas del siglo XVI la traducción de las Escrituras a las lenguas vernáculas no es un asunto académico o de erudición. Es la pretensión de poner a dialogar la subjetividad divina con todas y cada una de las personas singulares del mundo, de manera que ellas protagonicen ese diálogo desde la perspectiva ontológica de los actos segundos, o sea, desde la libertad y la conciencia personales. 

Ya en el siglo XV Juliana de Norwich, como algunos otros, había insistido en que el alma humana es de naturaleza divina y que el lugar de residencia predilecto de Dios es esa alma humana, toda alma humana[8].

En su tratado Fray Luis declara que el Dios Cristo, el Dios hombre, le habla al hombre desde cualquier brote de vida, para que el hombre dialogue con él ahí. A eso dedica el capítulo primero, en que declara el sentido del nombre de Cristo “Pimpollo”, versión castellana del termino hebrero que se traduce por retoño, brote de yema, de rama vegetal.

obra de Fray Luis de León
De los nombres de Cristo, editado por la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española en 2023

El capítulo segundo lo dedica al nombre “faces de Dios”, o cara de Dios, y citando otra vez el texto de Colosenses 1, 15, en el que quizá puede verse el trasfondo platónico y filoniano de Pablo[9], expone el modo en que Cristo, “primogénito de toda criatura”, se identifica con cada hombre, y el modo en que cada hombre es también el rostro en el que cada ser humano puede dialogar con Dios.

“Las criaturas todas, ¿se juntan en una persona con Dios?

Respondió Marcelo riendo:

—Hasta ahora no trataba del número, sino trataba del cómo; quiero decir, que no contaba quiénes y cuántas criaturas se juntan con Dios en estas maneras, sino contaba la manera como se juntan y le remedan; que es o por naturaleza o por gracia o por unión de persona. Que, cuanto al número de los que se le ayuntan, clara cosa es que, en los bienes de naturaleza, todas las criaturas se avecinan a Dios; y solas, y no todas, las que tienen entendimiento en los bienes de gracia; y en la unión personal sola la Humanidad de nuestro Redentor Jesucristo. Pero, aunque con sola aquesta humana naturaleza se haga la unión personal propiamente, en cierta manera también, en juntarse Dios con ella, es visto juntarse con todas las criaturas, por causa de ser el hombre como un medio entre lo espiritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno y lo otro. Y por ser, como dijeron antiguamente, un menor mundo o un mundo abreviado”. [10]

Los nombres de Cristo es un texto del humanismo renacentista, en el que se amplifica la comunidad mística de la Iglesia como comunidad de los que dialogan con el Padre y con el Hijo, de quienes acceden a una relación intersubjetiva con el fundamento, a través de la naturaleza y del otro.

Proporciona así una comprensión, muy enraizada en la tradición, de la relación con la naturaleza como la que en el siglo XXI promueven los movimientos ecológicos o la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. Una comprensión, igualmente enraizada en la cristiandad, de la relación con el otro tal como se elabora en la obra de Lévinas y otros pensadores judíos, tal como se practica en las ONGs, y tal como se promueve en la asociación Cáritas, presentada en el pontificado del papa Francisco como rostro del Dios Cristo, como cara de una iglesia cristiana que no requiere la confesionalidad de las personas que trabajan con ella para “dar de comer al hambriento y de beber al sediento”.

Los nombres de Cristo, con su comprensión del papel de los símbolos sagrados en el diálogo con Dios, quizá contiene, incluso, sugerencias sobre la disolución de estructuras administrativas y burocráticas propias de otras épocas y sociedades, que resultan innecesaria en la era de la globalización. Quizá la obra de Fray Luis de León resulta particularmente útil y actual, en un momento en que las Iglesias cristianas parecen abocadas a una transformación de más calibre que las promovidas por la Reforma y el concilio de Trento en el siglo XVI, y apuntadas por el concilio Vaticano II en el siglo XX.

 

Para ver la entrada anterior

 

NOTAS 

[1] Jámblico, Sobre los Misterios Egipcios, Ramos Jurado E. A. (trad.) Madrid: Gredos, 1997.

[2] Pseudo Dionisio, Los nombres de Dios, en Obras Completas, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2002.

[3] Inb Arabi, El secreto de los nombres de Dios, Murcia: Ediciones Tres Fronteras, 2012

[4] Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, en Obras Competas castellanas, Madrid: BAC, 1944.

[5] Hermoso Félix, María Jesús, El símbolo en el “De mysteriis” de Jámblico: la mediación entre el hombre y lo divino, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 201, pp. 56 ss.

[6] Fray Luis de León, Los nombres de Cristo, Madrid: BAC, 1944, Libro primero, cap 1, “De los nombres en general”, pag. 403,

[7] Origen, On prayer, cit., XIII, “Our Father in Heaven”,

[8] Juliana de Norwich, Revelations of Divine Love, cit. pp. 126-127, 154.

[9] José María Garrido Luceño, Vigencia de la cultura griega en el cristianismo, dedica un análisis minucioso al “Trasfondo estoico de San Pablo”, y lo hay sin duda.

[10] Fr. Luis de León, Los nombres de Cristo, cit. Libro primero, cap. 2 “Pimpollo”, pag. 412.

About the author

+ posts

Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *