Ferraris. M. (2018). La imbecilidad es cosa seria. Madrid: Alianza

 

[themecolor]Ficha del libro[/themecolor]

 

[themecolor]Contenido del libro[/themecolor]

El punto de partida de este estudio es su distinción entre «imbéciles, idiotas y estúpidos» de Umberto Eco. Es conocido que Eco habló de «la revolución de los imbéciles» en 2015. Recibía entonces la laurea honoris causa de Comunicación y cultura de los medios de comunicación social en la Universidad de Turín:

Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de imbéciles que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles. (Umberto Eco, Discurso)

A partir de esta distinción, Ferraris reivindica la necesidad de considerar la imbecilidad como objeto de estudio. Además, en este libro singular ahonda en el rol de la cultura y su influencia en los sectores de poder.

El ser humano es visto con gran realismo por el autor: ni es meramente animal, ni se trata de un superhombre cuasi divino. La inteligencia le distingue como especie. Pero con ella en el hombre conviven la posibilidad de juzgar y decidir, juntamente con la de cometer imbecilidades.

El ser humano  depende de las armas de la técnica, de la cultura, del arte y de la ciencia para enfrentarse al mundo. Pero éstas, si bien suplen sus carencias, dejan asimismo a la vista sus imperfecciones.

Ferraris afirma que la imbecilidad es un rasgo esencial, no accidental, de todo ser humano. Así lo demuestra el autor con gran ironía mediante múltiples ejemplos que van de los personajes más vulgares de la sociedad a eminentes figuras del pensamiento y la creatividad artística.

 

Indice y Prólogo de La imbecilidad es cosa seria

Entrevista a Maurizio Ferraris

[themecolor]En palabras de Maurizio Ferraris[/themecolor]

La época en que vivimos es en realidad el resultado de un clamoroso fracaso de las ideologías como regla de comportamiento colectivo, así como una explosión de tecnologías que simplifican el acceso a la cultura y, en consecuencia, facilitan la toma de posición individual, por lo que es con razón más propensa a valorizar, en cualquier franja etaria, la conexión entre cultura y ejemplo individual. Esta es la buena noticia.

La mala noticia es que el fariseísmo –la discrepancia imaginaria respecto de lo que no funciona y la oposición real entre lo que se dice y lo que se hace– no desaparece con un cambio de generación, pues es una tentación perenne del espíritu humano. Pensemos además en disposiciones que no se curan con la simple buena voluntad, la honestidad o la parresia, como es precisamente el caso de la estupidez. Pero hemos de aceptarlo, pues toda época tiene sus fantoches de todo sexo y edad, así como sus mentirosos, sus bribones y, por supuesto, sus imbéciles.

Me parece que una de las ventajas de nuestro tiempo es la posibilidad –siempre, claro está, que la persigamos con empeño y a riesgo personal, empezando por el de pasar por imbéciles– de llamarlos claramente por su nombre e incluso de combatirlos, aun a sabiendas de que son imbatibles (p.13).