Lo que quiero sostener aquí no es nuevo ni muy original, pero sí que —al menos a mi juicio— es muy importante para la vida diaria de nuestra sociedad y para cada uno de nosotros. Quiero defender el pluralismo, esto es, el que los problemas y las cosas tienen facetas, caras distintas, y que hay maneras muy diversas —legítimas en su mayoría y muchas de ellas valiosas— de pensar acerca de ellos. Quiero al mismo tiempo rechazar el escepticismo relativista con el que frecuentemente se asocia esta posición.
1. La situación actual
Todos advertimos con claridad que nos encontramos en una sociedad que vive en una amalgama imposible de un supuesto fundamentalismo cientista acerca de los hechos y de un escepticismo generalizado acerca de los valores. Muy a menudo los valores (lo bueno y lo malo, lo que hay que hacer o hay que evitar) parecen ser a fin de cuentas lo que decidan los gobernantes de turno atentos a la sensibilidad de su electorado. Son los representantes elegidos democráticamente quienes deciden acerca del bien o del mal de las acciones humanas.
En este sentido, puede decirse que nuestra sociedad vive una extraña mezcolanza de una ingenua confianza en la Ciencia con mayúscula y de aquel relativismo perspectivista que expresó tan bien nuestro poeta Campoamor con su «nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira». Más aún, tanto la crisis económica como la corrupción de una parte de la clase política ha llenado de pesimismo escéptico a los ciudadanos.
1.1. El buen científico no es nunca relativista
En contraste con esta actitud, quizá cabe destacar que el buen científico no es nunca un relativista, no piensa que su opinión valga lo mismo que cualquier otra y, si es un científico honrado, está deseoso de someter su parecer al escrutinio de sus iguales y de contrastarlo con los datos experimentales disponibles.
El buen científico está persuadido de que su opinión es verdadera, que es la mejor verdad que ha logrado alcanzar, a veces con mucho esfuerzo. Sabe también que su opinión no agota la realidad, sino que casi siempre puede ser rectificada y mejorada con más trabajo suyo y, sobre todo, con la ayuda de los demás. La búsqueda de la verdad no es una tarea solitaria, sino solidaria.
1.2. Fundamentalismo acerca de la ciencia y relativismo acerca de la ética
Hablar de la verdad, así sin adjetivos, o decir que quienes nos dedicamos a pensar buscamos la verdad, comienza a ser considerado no solo una ingenuidad, sino algo de mal gusto: «¡Será, en todo caso, la verdad para ti, pero no creerás tú en unas verdades absolutas!».
La mayoría de nuestros conciudadanos son fundamentalistas en lo que se refiere a la física, a las ciencias naturales o incluso a la medicina, pero en cambio son del todo relativistas en lo que concierne a muchas cuestiones éticas. Lo peor es que este relativismo ético es presentado a menudo como un pre-requisito indispensable para una convivencia democrática, sea a nivel local o a escala internacional. Un relativista consecuente piensa que simplemente hay unas prácticas que ellos consideran correctas (o racionales), y otras que nosotros consideramos correctas. Hay cosas que «pasan por verdaderas» entre ellos y otras que son así consideradas entre nosotros. Pero, ni siquiera tiene sentido la discusión, la confrontación entre prácticas divergentes, pues no hay criterios para poder decidir qué conductas son mejores que otras.
Aunque sea cómodo para quien tiene el poder mantener una separación así entre ciencia y valores, una escisión tan grande entre lo fáctico y lo normativo resulta insoportable. Los seres humanos anhelamos una razonable integración de las diversas facetas de las cosas; la contradicción flagrante desquicia nuestra razón, hace saltar las bisagras de nuestros razonamientos y bloquea a la postre el diálogo y la comunicación. Del hecho de que las personas, los partidos o los pueblos tengan opiniones diferentes sobre una materia no puede inferirse que no haya verdad alguna sobre dicha materia.
2. Un pluralismo no relativista
La defensa del pluralismo no implica una renuncia a la verdad o su subordinación a un perspectivismo culturalista. Al contrario, el pluralismo estriba no solo en afirmar que hay diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino además en sostener que entre ellas hay —en expresión de Stanley Cavell— maneras mejores y peores, y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo racional los seres humanos somos capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro. Nuestras teorías, como los artefactos que fabricamos, son construidas por nosotros, pero ello no significa que sean arbitrarias o que no puedan ser mejores o peores. Al contrario, el que nuestras teorías sean creaciones humanas significa que pueden —¡deben!— ser reemplazadas, corregidas y mejoradas conforme descubramos versiones mejores o más refinadas.
2.1. La verdad con minúsculas
La verdad con minúscula —las verdades alcanzadas por los seres humanos— no ha sido descubierta de una vez por todas, sino que es un cuerpo vivo que crece y que está abierto a la contribución de todos. Cada uno puede contribuir personalmente al crecimiento de la humanidad mediante su esfuerzo por la profundización en la verdad. La búsqueda de la verdad no es una tarea privada o que pueda ser llevada a cabo por una persona aislada, sino que requiere la actividad cooperativa de unos y otros.
Esta actitud supone una concepción de la investigación que, lejos de un eclecticismo ingenuo, busca encontrar las razones de la verdad en la confrontación de las opiniones opuestas, sabedores con la mejor tradición que todos los pareceres formulados seriamente, en cierto sentido, dicen algo verdadero. Disfrutar del pluralismo implica gozar de una concepción solidaria y multilateral del conocimiento humano. Como pone el poeta Salinas en boca del labriego castellano: «Todo lo sabemos entre todos».
2.2. No todas las opiniones son verdaderas
Defender la pluralidad de la razón no significa afirmar que todas las opiniones sean verdaderas —lo que además sería contradictorio—, sino más bien que ningún parecer agota la realidad, esto es, que una aproximación multilateral a un problema o a una cuestión es mucho más rica que una limitada perspectiva individual. Las diversas descripciones que se ofrecen de las cosas, las diferentes soluciones que se proponen para un problema, reflejan de ordinario diferentes puntos de vista. No hay una única descripción verdadera, sino que las diferentes descripciones presentan aspectos parciales, que incluso a veces pueden ser complementarios, aunque a primera vista quizá pudieran parecer incompatibles.
No todas las opiniones son igualmente verdaderas, pero, si han sido formuladas seriamente, en todas ellas hay algo de lo que podemos aprender. No solo la razón de cada uno es camino de la verdad, sino que también las razones de los demás sugieren y apuntan otros caminos que enriquecen y amplían la propia comprensión.
3. En defensa de la razón: el consenso como fruto de la verdad
Hablar de la búsqueda de la verdad tal como se desarrolla en el ámbito científico podría parecer fuera de lugar para su aplicación a nuestra vida ordinaria y a la pluralidad de perspectivas y sensibilidades en una sociedad democrática, pero es la única manera que tenemos los seres humanos de progresar en el conocimiento de las cosas. La intuición central de John Dewey es que la aplicación de la inteligencia a los problemas morales es en sí misma una obligación moral. La misma razón humana que con tanto éxito se ha aplicado en las más diversas ramas científicas se ha de aplicar también a arrojar luz sobre los problemas morales y sobre la mejor manera de organizar la convivencia social.
3.1. La aplicación de la razón humana a las cuestiones éticas y sociales
De la misma manera que el trabajo cooperativo de los científicos a lo largo de las sucesivas generaciones ha logrado un formidable dominio de las fuerzas de la naturaleza, un descubrimiento de sus leyes básicas y un prodigioso desarrollo tecnológico, cabe esperar que la aplicación de la razón humana a las cuestiones éticas y sociales producirá resultados semejantes. La defensa del pluralismo se nutre de la fecunda experiencia de que los seres humanos mediante el diálogo abierto, el estudio sosegado y el contraste con la experiencia, somos capaces de ordinario de llegar a reconocer la superioridad de un parecer sobre otro.
3.2. La importancia de escuchar a los otros
Esto no es posible siempre ni en todos los temas, quizá porque no hay suficiente diálogo, faltan datos o no se disponen de las herramientas conceptuales. Probablemente lo más importante es aprender escuchar a quienes tienen opiniones diferentes de la nuestra. Esa es la señal más clara de que amamos la libertad y defendemos el pluralismo porque aprendemos de los demás. Si dispusiéramos de todo el tiempo y de todas las evidencias necesarias, la verdad sería aquella opinión a la que finalmente llegaríamos todos: no es la verdad el fruto del consenso, sino que más bien es el consenso el fruto de la verdad.
Quiero terminar con unas luminosas palabras de la valiente filósofa chilena Alejandra Carrasco: «La verdad que se cree no es verdad porque se cree, sino que se cree porque es verdad».
Blog de Jaime Nubiola: Filosofía para el siglo XXI
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About the author
Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir".
Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990), "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013), Bancarrota moral (Sello, 2015) y "Técnica y Ser humano" (Centro Lombardo, México, 2017).