A mis profesores, colegas, alumnos

El amor es ser conscientes de dar y recibir alegría (H. de Balzac)

 

El disfrutar humano de la relación interpersonal

en cuanto compartir

 

Presentación: disfrute y relación humana

Disfrutar implica gozar. A este respecto, el par o binomio “goce-gozo” nos refiere a la diferencia entre el placer eminentemente sensible y el más pleno u hondo. No hace falta reivindicar, a estas alturas de la historia del pensamiento, la legitimidad y bondad presente en el disfrute, cuando este se integra con fecundidad en la vida humana, sin que ello comporte en absoluto abrazar el hedonismo más craso y descarnado.

Ahora bien, sin duda, merece la pena proyectar el disfrute, hoy, cuando tanto se insiste en lo relacional de lo humano, sobre la fértil tierra de la relación. En definitiva, de lo que se trata aquí es de pensar en torno al gozo extraído o procedente «de» la relación, e incluso del encontrado “en” el propio hecho de vivir la relación. Esto, porque en la relación misma hay disfrute. Pero ¿en qué consiste este disfrutar concreto?, ¿qué tipo de gozo involucra? y, ante todo, ¿cómo tiene lugar en el seno de los lazos humanos?

Disfrutar de la amistad
En la amistad se vive el gozo de compartir la vida con otro. Imagen 1

 

Distinciones iniciales: disfrutar en la comunicación del bien

De entrada, debemos advertir que cada ser relacionado –ligado o implicado en una relación interpersonal- extrae un disfrute propio, individual y específico de su vivencia; y esto, en sus múltiples aspectos. Mas, también, hay en este proceso un gozo constitutivamente relacional, compartido, común. Aquí, exploraremos en concreto esta forma determinada de disfrute.

Obviamente, en cuanto y en tanto se comparte, se experimenta un determinado gozo activado en esta vivencia: el gozo interior de la comunicación del bien y en el bien. Por ello, podemos hablar incluso del gozo de compartir la vida con otros, pues también esta la comunicamos en determinado sentido, ya que los humanos no solo coexistimos, sino que con-vivimos y creamos comunidades de vida. Este gozo se halla vinculado, por ello, a un gestar cierto ámbito de encuentro, el de la relación interpersonal. Esta no es reductible ni equivale al yo ni al tú, o a su mera agregación, sino que representa esa nueva realidad del “yo-tú” (cf. M. Buber)[1] que supone un núcleo abierto a los terceros y que conforma una unidad que integra a los sujetos sin fusionarlos, al configurar una unión en la diversidad.

Al tiempo, asociado a lo expuesto, se da un disfrutar conjunto o comunitario muy hondo: el de cultivarse-madurar-desarrollarse, el de implicarse en una aventura de mejora o florecimiento recíproco que nos cohesiona y transciende en cuanto meros individuos. Este crecimiento interior mutuo nos eleva desde la dimensión individual de nuestro ser, ya que no se limita a un progreso separado, sino que nos sitúa en un nivel de realidad superior, más integrativo, que nos promociona o perfecciona en y desde nuestro nudo o lazo relacional.

 

La belleza más honda de la persona como fuente de gozo relacional

El disfrute de la relación remite a un cierto grado de armonía en dicha relación, a una sintonía entre quienes se relacionan. Esta armonía nos refiere a la esfera y al dinamismo de la vivencia de la belleza[2]. Ello apunta asimismo a un congratularse por el disfrute derivado del acto de regocijarse en lo bello presente en el otro –en la belleza de su ser personal y original-, y en su acoger nuestra propia belleza, en su apreciarla. Conviene aclarar, en este punto, que no se trata aquí de un disfrutar egoísta, sino sencillamente personal e interpersonal.

De esta manera, por ejemplo, en la relación amorosa, se da este valorar lo bello del ser personal -“la belleza profunda de la persona”[3]-, que nos apela o atrae hacia la unión mutua desde la coaptación recíproca. En concreto, cabe advertir a este propósito que, en la vivencia específica del amor que llamamos “caridad”[4] (amor oblativo, “agape”, donal, de entrega, etc.), de un modo y en un grado eminente, está presente la luz de la belleza de la persona en su significado ontológico, el de su ser.

Lo anterior ha de comprenderse en su más fecundo alcance, hasta ese transfigurar la relación que opera el amor en la forma del gozo. Este gozo, que disfrutamos en el amor interpersonal, comprehende en el sujeto el saber que ama a otro, y también el saberse amado por otro. Ahora bien, la puerta que abre en el sujeto este verse apreciado en su belleza intrínseca y como persona, gracias a la mirada ajena, constituye una vocación, una llamada hacia el movimiento del auto-reconocimiento desde el otro y a la conciencia del propio ser y valor. Esta apelación nos descubre el fértil horizonte del sentido, así como el de la respuesta: “Soy amado, luego existo”, constatará evocadoramente C. Díaz[5].

 

Una cala en el lenguaje del disfrutar

El lenguaje nos revela aspectos interesantes del humano disfrutar en su conexión con lo relacional. Por ejemplo, la lengua francesa y ciertos pensadores galos ofrecen enseñanzas muy sugerentes sobre ello. Así, expresiones que recogen, en este idioma, la vivencia del disfrutar, son entre otras: “joie de vivre”, “faire plaisir”, “avoir gout”, etc. Todas estas expresiones exponen un cierto “salir de sí”, una exterioridad y transitividad del gozo.

En concordancia con esto, la filosofía contemporánea ha meditado sobre el disfrute en tanto luz que ilumina o inspira la vida, entrelazándolo íntimamente con la existencia humana. Así, Alain, en su Propos sur le bonheur[6], reivindica una actitud esperanzada que se labra de modo personal como clave para la dicha, y ello aun en medio de la dura y exigente realidad que a menudo enfrentamos; actitud que, en su aire de gracilidad, levedad o ligereza, no contiene una falta de hondura o realismo sino al contrario un alivio comprometido y responsable, una activa liberación de lo sombrío, que coadyuva a la felicidad propia y ajena.

A su vez, los fenomenólogos que se han ocupado de la corporeidad y carnalidad humanas han señalado estas como fuente o sede del disfrute y como una dimensión inescindible de nuestra subjetividad personal, pues cuerpo e identidad se inter-vinculan en lo humano. Por su parte, E. Lévinas alude a un evocador deseo de otro y del Otro, frente a la mera asimilación que se experimenta al nutrirse de un alimento externo, y hasta manifiesta que hay un profundo gozo en el anhelo del diferente[7].

En estas coordenadas, se da cierta evidencia lingüística muy sugerente que radica en el dato de que el término español de “alegría” no puede reducirse al de “joie”, goce o gozo, ni tampoco al de felicidad o “bonheur”. Por eso, algunos no lo traducen, y lo adoptan directamente tal cual, como ocurre con el de “fiesta”.

Tanto el vocablo inglés “enjoy” como el citado de “joie” se encuentran ligados al gozar. Pero disfrutar no es solo gozar. Disfrutar reúne las voces «dis» y «frui»; y nos orienta hacia un atravesar, durar, perdurar en el gozar; al tiempo que indica el “frui”, la fruición, el deleitarse. Este deleite del “frui” nos indica que no estimamos el bien en el que nos gozamos por ser una mera vía para otro, o sea por constituir un simple medio o instrumento útil hacia el logro de una tercera realidad, sino por sí mismo, por su propio valor.

Agustín lo apuntó con agudeza, al mostrar que frui es el amor que se une a alguna cosa por sí misma y, sin embargo, uti en cambio refiere al que viene de algo al ser usado[8]. De aquí que el de Hipona explique cómo gozar supone el adherirse a una cosa por el amor de ella misma, mientras que usar implica emplear lo que está en uso para conseguir otra cosa. Luego, mostrará que la relación de unión y amor con el bien mayor o sumo y la bienaventuranza plena constituyen el más auténtico y genuino sentido del gozar humano, de manera que todos los demás gozos deben ordenarse a este de alguna forma.

Dis-“frutamos”, entonces, viviendo y paladeando el bien, en la relación de amor, por expresarlo de algún modo, al tiempo que contemplamos cómo nos hace felices nuestra unión con este y cuánto nos alegra nuestro gustarlo o degustarlo. Por tanto, el disfrutar no señala solo la meta del fruto, al fructificar, aunque lo integre -ya que nos deleita la fecundidad en la que participamos-, sino que apunta también a un descansar en el gozar, a un regocijarse o recrearse en este (“rejoyce”). Este deleite es, en síntesis, más hondo que el placer inicial, más integral.

 

El profundo disfrute de unirnos en nuestra irrepetibilidad

Sin duda, disfrutamos al vivir el gozo de nuestra fertilidad, esa inter-fecundidad mutua que engendra realidad valiosa como fruto de nuestra unión. Pero, quizá, también, convenga el preguntarnos si el disfrutar en o de la relación humana no involucra asimismo un más allá del propio interior de este nexo y del fruto externo del entre configurado con él.

¿Acaso no disfruto de la revelación presente en la “unicidad”, propia y ajena, en el mostrarse desnudo de mi rostro y del otro? Ello, sin necesidad de apelar a un efecto exterior de nuestra conexión. Esta desnudez hila y estrecha, entre el yo y el tú, un peculiar lazo de gozo en el nosotros: el del testimonio de nuestra originalidad e irrepetibilidad recíprocas, y el de nuestra relación como una realidad incomparable con cualquier otra. De esta manera, en cada relación, compartimos vida y disfrutamos juntos a la par de nuestro ser únicos –distintos, diferentes- y de esa irrepetibilidad de nuestra unidad conjunta.

 

La alegría del disfrute relacional

A. de Saint-Exupéry. Tierra de los hombres. Imagen 2

Junto a lo precedente, resulta oportuno considerar la jovialidad, el júbilo que disfrutamos por el mero o simple hecho de convivir cuando compartimos algo valioso, cuando gustamos y re-gustamos la comunión –común-unión- de nuestras riquezas, empleada esta expresión en todos los sentidos (riquezas materiales e inmateriales, por ejemplo). Gozamos, en fin, participando de una vida en común que se muestra como abundancia, pues incluso en la escasez o penuria materiales late el tesoro del encuentro interhumano que está lleno de valor, y que nos fecunda por dentro y enriquece como personas. Ahora bien, este gozo va siempre unido a la alegría.

La alegría es, de hecho, una elocuente señal del triunfo de la vida. La alegría es siempre signo de que la vida ha triunfado, de que se ha abierto lugar y hecho sitio en medio de los avatares, recuerda A. López Quintás, quien ha profundizado en el gozo del encuentro y de lo relacional, así como de su fecundidad, de la mano de la creatividad y la unidad[9].

En el compartir brilla, en efecto, el centelleo de una estrella interior a la vida: la de nuestra humanidad al descubierto. Nuestros rostros, expuestos en el encuentro mutuo abierto por la mirada, destilan el gozo de lo fraterno que, a su vez, nos une y hermana. A. de Saint-Exupéry, en Tierra de los hombres, por ejemplo, ahonda en cómo la sed no constituye solo una carencia física o biológica, sino que puede ser la ocasión de un encuentro profundísimo con el otro sujeto y con la realidad, un encuentro teñido de una alegría nuclear, esencial, la de participar en lo humano mismo: “En un mundo que se había vuelto un desierto teníamos sed de camaradas. El sabor del pan partido entre camaradas (…)”[10]. También lo relata más en extenso:

Agua, no tienes sabor ni color ni aroma. No se te puede definir. Se te saborea sin conocerte. No es que seas necesaria para la vida. Eres la vida. Nos colmas de un placer que no se puede explicar a través de los sentidos. Contigo regresan a nosotros todos los poderes a los que habíamos renunciado. Por tu gracia, se abren en nosotros todas las fuentes extinguidas en nuestro corazón (…).

Nos colmas de una felicidad infinitamente simple. En cuanto a ti, que nos salvas, Beduino de Libia, te borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca de tu rostro. Tú eres el Hombre y te me apareces con el rostro de todos los hombres a la vez (…). Te me apareces bañado en nobleza y bondad, gran señor, que tienes el poder de dar de beber. En ti todos mis amigos, todos mis enemigos caminan hacia mí y ya no tengo un solo enemigo en el mundo (…)[11].

Algunas afirmaciones recogen esta semilla del gozarse en la fraternidad y la amistad. Así: «No hay peor desierto que estar sin amigos» enunció Gracián; o la de la sabiduría popular: «Las penas compartidas pesan la mitad; las alegrías compartidas el doble». Aristóteles mismo, en su Ética a Nicómaco[12], explicó que compartir los bienes resulta esencial para ser feliz, en clave de amistad verdadera y que sin amistad no cabe dicha. Sobre la amistad y el amor interpersonales, de nuevo A. de Saint-Exupéry ha escrito con una especial hondura y desde su experiencia, en primera persona:

Sólo unidos a nuestros hermanos por un objetivo común, situado fuera de nosotros, respiramos. Y la experiencia nos demuestra que amar no consiste en mirarnos el uno al otro, sino en mirar juntos en una misma dirección. Somos compañeros cuando nos unimos juntos en una misma cordada rumbo a la misma cumbre, en la que nos volvemos a encontrar[13].

 

El gozo de jugar y de recrearse

Otro aspecto se halla en el hecho de que disfrutar es muy propio del que juega (de todo lo lúdico, y del hallar gusto y sentido en el interior mismo de una actividad). Así, pertenece en especial al niño y a quien es como el niño. Decimos “disfrutar como un niño”, para describir un regocijo que se vive como si nada amenazara ese instante de gracia. En ese momento infinito, a la par que pasajero, nos divertimos hasta el punto de abstraernos de nuestra angustia, y desempeñamos un drama lúdico o creativo que se da entre un tiempo y otro (en cuyo seno nos “entre-tenemos”). Es el paréntesis, sagrado y santo, del ocio (“otium”), en el que la existencia se transforma en disfrute, aunque sea en la forma del “agón” (la lucha).

 He aquí, en fin, un vivir el regalo irrepetible del presente como un acontecimiento único, entremezclado a un agradecer la vida desde el don genuino de la persona y de nuestro redescubrir su valor. Acaso en parte por esto, R. Misrahi se refirió a la conveniencia de realizar por parte del humano actual una «conversión»: la de recrear un instante concreto de especial plenitud y gozo existencial[14]. Recrear esta vivencia nutre el interior, pues ilumina el resto de nuestro caminar temporal en este mundo.

 

Aprender y enseñar a disfrutar de la unión con el otro

Disfrutar del otro y de nuestro encuentro mutuo con la pausa, contemplación y sosiego necesarios –los del deleite, o el saborear del gozo- a menudo nos cuesta en la vorágine y la ansiedad que nos arrastran. Mas, a pesar de ello, reparemos en que se puede y se debe aprender a disfrutar, entrenarse en el abrir un espacio y un tiempo oportunos capaces de despertar y acoger ese disfrute. También, cabe enseñar a disfrutar. Y, ambas cosas, con respecto a lo cotidiano, lo cercano, la vida ordinaria.

Ejemplo del disfrutar por estar unidos en una causa común
El sentido compartido es fuente de alegría, como sucede en La comunidad del anillo. Imagen 3

Un rostro alegre es el mejor regalo, se dice, de una madre a su hijo, porque le enseña que es posible la felicidad, el disfrutar de la vida, ya que el mundo puede ser un ámbito para la dicha en parte. Una clave de ello, sin duda, reside en la posibilidad de disfrutar de la compañía de quien está a nuestro lado en el sendero de la existencia.

En consonancia con esto, en El señor de los anillos se describe «la alegre compañía, la comunidad del anillo»[15], con la que Tolkien expresa el gozo que une a seres diferentes en un mismo viaje cuyo propósito posee un sentido. Así, compartir un sentido nos regocija y vincula. El sentido compartido es, desde luego, una fuente de alegría, de gozo y felicidad. Compartir una meta, un propósito fecundo, también nos alegra. El “Himno a la alegría” de Schiller y la Novena sinfonía vinculan íntimamente, de hecho, alegría con unidad, con fraternidad, con humanidad compartida.

 

Disfrutar de lo cercano

Otro asunto, dentro de nuestro tema, es el relativo a la grandeza de disfrutar de lo sencillo, de lo pequeño. Se da una profunda alegría en la unidad gestada al compartir con sencillez la vida. Esta reclama, eso sí, cierta serenidad, una pausa y paz sin aburrimiento en la aventura ilusionante de la amistad. De vita beata de Séneca[16], el maestro cordobés de la serenidad, glosa este estado de ecuanimidad y equilibrio interior con lucidez.

Así, no hace falta visitar, para disfrutar de alegría, las admirables bellezas de Praga, Venecia o Florencia, pues la alegría más intensa está a la vuelta misma de la esquina si sabes reconocerla junto a ti. Esto nos lo enseñan la sensible mirada de los poetas, los apólogos orientales y los cuentos que versan sobre el valor de la sencillez. No hay que esperar a ver lo espectacular para complacerse, ya hay un éxtasis cerca de cada persona en su unión con el otro. De manera en parte análoga, disfrutar de las relaciones en lo hondo y fecundo de estas exige no plantearse este extremo como un objetivo, un resultado obligado. Debemos acoger la alegría de la relación como una sobreabundancia, como la maravilla obrada por la gratuidad, ese prodigio que acontece entre nosotros cuando no pretendemos explotarnos recíprocamente.

 

Hacia un disfrutar relacional integrador

La pandemia y la globalización nos enseñan, hoy, que hay un deleite o gozo en nuestro ser en relación, pero a la par unos riesgos. Asumir esta vulnerabilidad o fragilidad relacional es clave para aprender a gozar de ella y en ella. Esta fragilidad lo es en cuanto a sus múltiples aspectos. Mas, a la recíproca, en cuanto humanos, nuestros vínculos florecen o fructifican reclamando y apelándonos a encuentros asimismo plenos e integrales. De aquí el que se afirme que hasta los ángeles envidian el deleite humano en su capacidad de sintetizar lo material y lo inmaterial, lo físico y lo espiritual, pues una belleza inmensa se contiene en el don de contemplar una sonrisa, saborear un beso, apretarse en un abrazo.

El humano representa, ciertamente, un sujeto corpóreo-espiritual o psico-somático, un cruce de caminos entre lo horizontal y lo vertical, entre el humus de lo terreno y la elevación de lo celeste. A este respecto, Aristóteles, en la obra ya mencionada, distingue los tipos de placeres de los que disfrutan los humanos, y advierte que los hay fundamentalmente sensibles o sensoriales, y fundamentalmente intelectivos o espirituales. Los más enriquecedores o elevados son los intelectivos o espirituales, explica él, por ejemplo, conversar con un amigo complace más que ingerir alimento puramente físico.

Hoy, en una sociedad tan materialista y reductora como la nuestra, no está de mal rescatar de mano del filósofo esta diversidad de placeres y reivindicar los más altos o sublimes, como son los vinculados con la sabiduría (la propia palabra “sabiduría” conecta con “saborear”). A pesar de ello, aquí, subrayamos que, en realidad, todo disfrute humano involucra la razón y los sentidos (los cuatro externos de la vista, el oído, el olfato y el tacto, y los interiores de la memoria y la imaginación). Disfrutamos con todo nuestro ser, no con una mera dimensión de nuestra persona.

A causa de lo último, disfrutar de verdad requiere en lo humano de lo afectivo, involucra la movilización de nuestra inteligencia-emocional, de nuestros sentimientos y no solo de nuestros sentidos e inteligencia. Disfrutar juntos y bien de la belleza de una obra de arte o incluso de un paseo en un entorno grato, de una cena con amigos, pide afectos, la dulzura de la compañía, la alegría de la presencia de quienes estimamos y nos estiman. Disfrutamos, en suma, con el corazón –o desde la razón cordial y cálida, en expresión del citado C. Díaz-, y el corazón reclama plenitud, integralidad.

En este último sentido, el disfrute es mayor cuando supera el mero presentismo y atraviesa el tiempo, hilvanando presente, pasado y futuro. Por ejemplo, en En busca del tiempo perdido[17], el sabor de la magdalena descrito por Proust está transido de memoria o recuerdo. De igual modo ocurre al anticipar el gozo venidero, como el zorro que espera al Principito y prefiere saber de su llegada para disfrutarla más intensamente de antemano[18]. Al disfrutar, vivo el presente con atención, pero desde el pasado y hacia el futuro. A lo cual se suma el que, sin cierto grado de seguridad o reposo, es muy difícil disfrutar del todo, ya que el temor aja y quiebra el disfrute en algún extremo, aunque a la vez puede animarnos a aferrarlo y anhelarlo con una pasión especialmente fervorosa.

 

El diálogo como espina dorsal del disfrute

Otra forma de compartir la vida y de relacionarnos consiste en la conversación, y con ella vivimos otra forma de deleite o de disfrute. Sobre el placer de una buena conversación han escrito muchos filósofos (como, en España, F. Savater)[19]. Aunque parece justo anotar  que este gozo implica determinadas exigencias o condiciones, requisitos tales como la escucha activa mutua, el trazar puentes hacia la comprensión recíproca, etc. Mas esto, cuando se logra, resulta, sin dudar, muy satisfactorio. Pero, aun más: toda satisfacción fecunda o plena comporta ya cierto diálogo entre el sujeto y la realidad, así como entre los sujetos que comparten. El dinamismo o despliegue del disfrutar la relación constituye una actividad-pasividad dialógica. Disfrutar humanamente juntos implica, en suma, diálogo, un goce en el lenguaje mutuo que nos interconecta. Nuestra relación o nexo es disfrute y a la vez diálogo, aun sin palabras.

 

Del gozo de servir y cooperar al disfrute ajeno

Ejemplo de cómo se puede disfrutar haciendo un buen trabajo para que los demás gocen con él
Fotograma de El festin de Babette. Imagen 4

 

Lo anterior señala hacia un celebrar la alegría de dialogar y compartir. Incluso más, indica que cabe disfrutar del hacernos felices los unos a los otros. Esto conecta con la experiencia de que encontramos tanta o más alegría en el donarnos y servir que en el ser servidos. Tagore lo expresó con gran lirismo:

Dormí y soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y aprendí que el servicio es alegría.

En definitiva, disfrutamos sirviendo a la vida que compartimos, cultivando y abonando el terreno del encuentro. Existe la alegría franca de estar al servicio, de servir a quien convive con nosotros. De modo que disfrutamos haciendo disfrutar a quienes comparten la vida con nosotros, y nos alegra y hace felices el hacer disfrutar a nuestros congéneres. La original cinta cinematográfica “El festín de Babette” gira, precisamente, sobre esa retroalimentación del disfrute que se vive al servir desde el propio don a los demás.

 

 

Una palabra final: lo reflexivo del disfrute

Finalmente, cabe notar que el disfrute traza y recorre una espiral continua. Así, hay reflexividad en el disfrute, circularidad. De manera que, al captar que disfruto o disfrutamos, disfruto y disfrutamos aun más; y el percibir que sufro o que sufres hace que sufra más por ello, etc.

 Concluimos ya, al fin, según esta última idea, con el dato de que la meditación y toma de conciencia de nuestro disfrutar, en la relación y en relación, constituyen un sendero cuya exploración incrementa nuestra dicha. Quizá, también, en síntesis, las reflexiones aquí agrupadas, a su vez, puedan colaborar, en una modesta medida, como lo esperamos, a ello.

 

Algunos de los artículos de fondo escritos por Javier Barraca y publicados en esta web:

 

 

FUENTES

Bibliografía

Alain. Propos sur le bonheur, Ed. Gallimard, París, 2007.

Aristóteles. Ética a Nicómaco, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2009.

Barraca, J. Vivir en la belleza, Servicio de publicaciones de la Universidad pontifica de Salamanca, Salamanca, 2024.

Belleza y ser personal: reflexiones en torno a la belleza más honda del ser humano”, en Quién: revista de filosofía personalista, Nº. 11, 2020, págs. 67-81.

Buber, M. Yo y Tú, Caparrós, trad. C. Díaz, Madrid, 1993.

Díaz, C. Soy amado, luego existo I: Yo y tú, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1999.

Lévinas, E. Humanismo del otro hombre, traducc. G. González R.-Arnáiz, Ed. Caparrós, Madrid, 1993.

Totalidad e Infinito, Ed. Sígueme, traducción de D. E. Guillot, 6ª ed., Salamanca, 2002.

López Quintás, A. Las cimas de la cultura y el ascenso al amor oblativo: un método educativo ilusionante, Ed. UFV, colecc. Digital, Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2022.

Misrahi, R. Traité du bonheur (3). Les actes de la alegría, PUF, París, 1997.

Pérez-Soba, J. J. La caridad, Didaskalos, Madrid, 2024.

Proust, M. En busca del tiempo perdido, trad. P. Salinas y C. Berges, Alianza, Madrid, 2016.

Saint-Exupéry, de, A. Tierra de los hombres, trad. B. Vias Mahou, Ladera Norte, Madrid, 2023.

El Principito, Alianza, Madrid, 1998.

San Agustín, De doctrina cristiana, I, 4., 4 (CCL 32,8); https://www.augustinus.it/spagnolo/dottrina_cristiana/index2.htm (consultado el 14 de mayo de 2024).

Savater, F. “Un arte en desuso”, en: El País, 16 de agosto de 1998.

Séneca, L. A. De vita beata: sobre la felicidad, Ed. Verbum, 2018.

Tolkien, J. R. R. El señor de los anillos nº1 (de 3). La comunidad del anillo, trad. L. Domènech, Minotauro, Barcelona, 2022.

Filmografía:

“El festín de Babette”, G. Axel, director, 1987.

 

NOTAS

[1] Buber, M. Yo y Tú, Caparrós, trad. C. Díaz, Madrid, 1993.

[2] Barraca, J. Vivir en la belleza, Servicio de publicaciones de la Universidad pontifica de Salamanca, Salamanca, 2024.

[3] Barraca, J. “Belleza y ser personal: reflexiones en torno a la belleza más honda del ser humano”, en Quién: revista de filosofía personalista, Nº. 11, 2020, págs. 67-81.

[4] Sobre la caridad, cf. La caridad, J.J. Pérez-Soba, Didaskalos, Madrid, 2024.

[5] Díaz, C. Soy amado, luego existo I: Yo y tú, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1999.

[6]Alain. Propos sur le bonheur, Ed. Gallimard, París, 2007.

[7]Lévinas, E. Humanismo del otro hombre, traducc. G. González R.-Arnáiz, Ed. Caparrós, Madrid, 1993. Totalidad e Infinito, Ed. Sígueme, traducción de D. E. Guillot, 6ª ed., Salamanca, 2002.

[8] San Agustín, De doctrina cristiana, I, 4., 4 (CCL 32,8).

[9] López Quintás, A. Las cimas de la cultura y el ascenso al amor oblativo: un método educativo ilusionante. Ed. UFV, colecc. Digital, Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2022.

[10] A. de Saint-Exupéry. Tierra de los hombres, trad. B. Vias Mahou, Ladera Norte, Madrid, 2023, p. 148.

[11] A. de Saint-Exupéry. Tierra de los hombres, cit., p. 134.

[12] Aristóteles. Ética a Nicómaco, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2009.

[13] A. de Saint-Exupéry. Tierra de los hombres, cit., p. 154.

[14] Misrahi, R. Traité du bonheur (3). Les actes de la alegría, PUF, París, 1997.

[15] Tolkien, J. R. R. El señor de los anillos nº1 (de 3). La comunidad del anillo, trad. L. Domènech, Minotauro, Barcelona, 2022.

[16] Séneca, L. A. De vita beata: sobre la felicidad, Ed. Verbum, 2018.

[17] Proust, M. En busca del tiempo perdido, trad. P. Salinas y C. Berges, Alianza, Madrid, 2016.

[18] Saint-Exupéry, de, A. El Principito, Alianza, Madrid, 1998.

[19] Savater, F. “Un arte en desuso”, en: El País, 16 de agosto de 1998.

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Javier Barraca Mairal
Profesor titular de Filosofía at Universidad Rey Juan Carlos (Madrid) | Website | + posts

Javier Barraca Mairal es profesor titular de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos

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