Prostitución, masculinidad y virtudes[1]

 

Introducción/ Resumen

En este trabajo voy a defender que es social y educativamente necesaria la ética de las virtudes. Voy a sostenerlo a partir de dos problemas, de índole más sociológica que filosófica, independientes, pero interrelacionados: la prostitución, cuya eventual abolición es objeto de debates parlamentarios, y la crisis de la masculinidad provocada indirectamente por el éxito del feminismo.

La escritora protofeminista Mary Wollstonecraft lamentaba la “escasa castidad” de los varones, que degrada a ambos sexos y perjudica a la sociedad. La terapia que prescribía para todos ellos era la ética de las virtudes o perfecciones humanas. Quisiera retomar esa idea, a pesar de que en la actualidad tienda a ser mal interpretada, y traer a colación tres de sus focos de interés. El primero en relación con el centro de la persona. El segundo, en relación con la paciencia y la gestión del tiempo en la ansiosa era digital. El tercero, con respecto a la integridad o autodominio sexual.

 

SUMARIO

  1. El debate sobre la abolición de la prostitución
  2. Feminismo y masculinidad
  3. La ética de las virtudes
  4. El centro opaco de la persona
  5. La ansiedad digital
  6. Sobre el autodominio sexual

 

1. El debate sobre la abolición de la prostitución[2]  

Comencemos con la prostitución. La Ministra española de Igualdad manifestó recientemente su deseo de aprobar en las Cortes una proposición de ley abolicionista que se presentó el año pasado[3]. Trae cuenta dicha proposición de dos magnos debates acaecidos en sede parlamentaria, previa convocatoria de un conjunto amplio de expertos. Uno precedió en Francia a la aprobación de la ley abolicionista de 2016; el otro tuvo lugar en el Congreso de los Diputados español en 2007, cuando no se legislaba a golpe de decreto-ley y proposiciones; un trabajo rico que no desembocó en nueva legislación alternativa a la existente. No deseo poner el foco en las regulaciones legales mismas, sino en algunos aspectos –repito- relativos a la sexualidad, la masculinidad y las virtudes.

Perfil de la mujer prostituida

Repasemos algunos datos. Pasada ya la época de la prostituta yonqui, el perfil predominante en Occidente es el de la población emigrante, frecuentemente asociado a la trata de mujeres y -como era fácil suponer- a la pornografía (véase el cuadro de bajo). Un informe de la Universidad de Alicante estima en 6000 el número de inmigrantes que ejercieron la prostitución en el 2021 solo en esa provincia[4].

En Francia, el 85% de las personas prostituidas eran mujeres; bastante más del 90% de los clientes, varones. Los roles de «comprador»  y «vendedor» siempre han estado determinados por el sexo, pero también por la raza, la nacionalidad y, sobre todo, la clase social. El liberalismo sexual idealiza el ejercicio voluntario del “oficio más antiguo del mundo” ‑una expresión que frivoliza la cuestión-, cuando en la inmensa mayoría de los casos hablamos de situaciones de esclavitud: de trabajar a la fuerza por menos del salario mínimo, de la amenaza de dañar a la familia de la prostituta que sigue en su país de origen, de una exposición máxima a la violación y otras formas de violencia, del rápido desgaste de cuerpos desechables o de la disociación cognitiva que deben llevar a cabo crónicamente las prostitutas para activarse con personas que eventualmente les dan asco.

Prostitución, sexualidad y pornografía

Con respecto a la concepción de la sexualidad, hay un aspecto de la relación entre prostitución y pornografía que prácticamente hemos olvidado, aunque lo puso de relieve en 2007 Lidia Falcón, acaso la figura histórica más significativa del feminismo español. Y es que, en este país, “desde los primeros años de la transición, sufrimos una irrupción de pornografía absolutamente delirante”: en los quioscos, en los escaparates, los programas de TV, los cines, los anuncios, “al alcance de cualquiera, hasta de los niños más pequeños”. La publicidad hacía

un alarde obsceno de machismo exhibiendo cuerpos desnudos de mujer para anunciar cualquier cosa, desde un coche a una sopa, amén de mostrarnos modelos de mujeres cosificadas, encastilladas en los papeles tradicionales de ama de casa, de seductora ninfómana o de objeto erótico[5].

Aquella ola pornográfica, que dio en llamarse, con un giro juguetón, “el destape”, se decía que aliviaría la represión sexual y, por consiguiente, la infidelidad, la prostitución y hasta las violaciones. ¿Por qué?, ¿bajo qué parámetros? Sin duda, estaban detrás la revolución anticonceptiva, el movimiento hyppie y el mayo francés, este con una concepción de la sexualidad deudora esencialmente de Freud y de W. Reich; concepción que, según se ha dicho,

entiende el deseo sexual como una cantidad fija que debe ser liberada periódicamente, ya sea a través de una relación sexual real o de alguna otra forma de «válvula de escape» como el porno[6];

lo que da pie a hablar de necesidades sexuales irreprimibles y a la existencia de la sexualidad infantil. Es la idea freudomarxista, supuestamente antiburguesa[7] -por más que la burguesía se haya adaptado perfectamente a ella- que ha imperado indiscutiblemente tanto en la cultura popular como en la académica (música, cine, pintura, literatura), a pesar de su complicidad con la pedofilia, demostrable y patente en la flor y nata de la intelectualidad francesa de los 70[8]. Al margen de esas responsabilidades, que la cultura dominante ha preferido reprimir, en el sentido freudiano, la cuestión antropológica es que aquella promesa resultó ser falsa. Sin ir más lejos, hace ya tiempo que está acreditado en publicaciones neurológicas y psicológicas que la pornografía genera adicción mediante rutas neuronales específicas, sin que se sepa qué es lo que supuestamente “alivia” o remedia.

La ley francesa que despenaliza la prostitución

La ley francesa de 2016 despenaliza el ejercicio de la prostitución y aprueba, para quienes la ejercen, medidas de apoyo social en el acceso a la vivienda y al permiso de residencia para extranjeros. Además, castiga el proxenetismo[9] y la compra de servicios sexuales, especialmente cuando se trata de menores. No sabemos aún con certeza cuál es la mejor política legislativa en esta materia. Mientras tanto, vale la pena destacar que la citada ley reputa inaceptable la compraventa del acceso al cuerpo y al sexo de otra persona[10]. La portavoz parlamentaria del PCF señalaba la prioridad de

educar a la sociedad a respetar la integridad física y psicológica de todos los individuos.

La pregunta clave, que afecta de lleno a nuestro argumento, es en qué consiste ese tipo de “educación” que, a tenor de la ley, ha de impregnar la Educación afectivo-sexual de la escuela, “sensibilizando”[11] contra la compra de actos sexuales y el modo en que esta contribuye a perpetuar estereotipos de dominación y desigualdad, y además lo hace por medio de la violencia. Mi preocupación de fondo hoy es señalar (en buenas compañías) que tales propuestas educativas asumen un vacío crítico en relación con lo que antaño se denominó la educación de las virtudes, a la cual no se asoman de ninguna manera.

 

2. Feminismo y masculinidad

Los hombres son los culpables

Una de las conclusiones que extrajo del debate francés la Coalición para la Abolición de la Prostitución (CAP) es que esta

representa la perpetuación de un mundo masculino donde los hombres imponen su poder a las mujeres[12].

En relación con la violación, que es de hecho un crimen inequívocamente masculino ‑no solo en la especie humana-, Susan Brownmiller formuló hace ya medio siglo la acusación similar, aún más dura, de que no es

ni más ni menos que un proceso consciente de intimidación por el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en estado de miedo[13].

He aquí una interpretación del problema con arreglo a la cual todos y cada uno de los varones deberían sentirse culpables y pedir perdón por la prostitución y la violación. Ese es también el enfoque del llamado feminismo “interseccional” que propone expresamente una coalición de identidades oprimidas en contra del “heteropatriarcado masculino blanco cis”[14]; algo similar a lo que ocurre en la “teoría crítica de la raza” que saltó a la escena pública con el movimiento Blacks Lives Matters[15].

La masculinidad tradicional es tóxica

Pero seguir el enfoque, tan en boga, de la guerra de los sexos[16] no solo nos alejaría del argumento que quiero trazar, sino que contiene una cierta paradoja: la de poner a los varones en la diana de los sospechosos por factores naturales independientes de su responsabilidad personal, a la vez que reputamos el racismo como indecente e injustificable. Sea como fuere, la equiparación de masculinidad a toxicidad cuenta ya con un abundante vocabulario específico. La masculinidad tradicional o “hegemónica”[17] es tóxica, se recrea en la dominación de las mujeres. Las “nuevas” masculinidades, en plural, por el contrario, practican el igualitarismo y la horizontalidad, se oponen a la homofobia y a la sumisión de las mujeres, disfrutan de las diversidades “sexo-genéricas”, exploran la propia vulnerabilidad emocional y son capaces de dar rienda suelta a ambas (la diversidad y la vulnerabilidad).

No cabe duda de que una parte considerable de tal cuestionamiento global de la masculinidad está íntimamente relacionado con la difusión del feminismo como ideología oficial y cuasi obligatoria en el mundo académico y en áreas político-culturales tan amplias e influyentes como la Unión Europea o el conjunto de Occidente, si logramos hacer abstracción de Trump. El feminismo no solo ha denunciado y resuelto injusticias históricas sin cuento ni razón, sino que además ha puesto sobre el tapete cuestiones morales y antropológicas que afectan al conjunto de la sociedad y que, por consiguiente, no deberían ser patrimonio intelectual exclusivo de mujeres. Entre ellas está el modo en que afecta a la otra cara de la moneda, es decir, a eso que podríamos llamar, con poca solemnidad, la identidad masculina.

La crisis de la masculinidad

El fenómeno de los hikikomoris es una muestra de la crisis de la masculinidad
Hikikomori es el trastorno que sufren jóvenes que, viviendo en casa de sus padres, deciden aislarse en su propia habitación durante un tiempo indefinido. Imagen 1

La crisis de la masculinidad se alimenta también de otras fuentes. Factores típicamente viriles como la fuerza física tienen cada vez menos importancia en la economía postindustrial. Los atributos más valiosos de hoy (inteligencia social, comunicación abierta, capacidad de quedarse quieto y concentrarse) no son predominantemente masculinos; de hecho, suele ocurrir lo contrario (Rosin, 2010, cit.). Por eso se habla del “nuevo varón superfluo” [18]. El fracaso escolar y el comportamiento disruptivo, aunque no sean exclusivas masculinas, se dan con mucha mayor frecuencia entre varones. 

La muestra más explosiva -a veces de manera literal- de dicha crisis o malestar son posiblemente los “incels” o “célibes involuntarios”[19] norteamericanos, jóvenes adictos a internet resentidos con su escaso éxito afectivo-sexual con las chicas bonitas que se niegan a salir con ellos (las “Stacys”) y con la minoría de hombres ricos o atractivos que monopolizan el acceso sexual a ellas en una época de promiscuidad sexual que se reparte de manera tan asimétrica e injusta -de hecho, la cantidad de jóvenes que no han tenido relaciones sexuales en los últimos 6 meses es ahora muy superior a la de hace 25-30 años.

El fenómeno Incel se ha descrito de formas contrapuestas. En todas ellas, los varones se sienten prescindibles, son agresivos con el feminismo y se nutren de una sobreafirmación de los valores masculinos. Fenómenos similares de chicos jóvenes que viven principalmente de noche, conectados a la red y sin relaciones sociales, se han descrito también en Japón, con los hikikomoris.

Las propuestas de otros feminismos

Pero el feminismo es un mundo amplio y plural, nada monolítico. Remitiéndonos solo a los últimos años, hallamos un conjunto significativo de autoras como Louise Perry, Nina Power Abigail Favale o Erika Bachiochi[20], de diversas procedencias y con diversas intenciones de fondo, ninguna de las cuales se ubicaría en el feminismo interseccional. La cuestión nominal de si debemos considerarlas como feministas, neofeministas o postfeministas no me va a preocupar en estas páginas. El quid está en que todas las pensadoras citadas reaccionan contra algunos efectos de la revolución sexual y/o la ideología de género y, o bien apuntan a una cierta desculpabilización de los varones, o bien a la necesidad, ya imperiosa, de nuestra sociedad sobreexcitada de educar deliberadamente en algunas virtudes relativas a la sexualidad.

Nina Power suscribe afirmaciones que en los años 90 (pero no hoy) habrían sonado a trivialidad innecesaria, como que “ser un hombre no es algo malo en sí mismo” o que “no se puede culpar a la masculinidad y a los hombres por todos los males del mundo”[21]. Bachiochi reivindica el planteamiento protofeminista que Mary Wollstonecraft formuló en A Vindication of the Rights of Woman (1792), que es la clave de bóveda de nuestro argumento: la necesidad social de que todas las personas sean educadas con la vista puesta en la adquisición de las virtudes o perfecciones del carácter, especialmente en materia sexual. Lo necesitan las mujeres, que entonces se hallaban excluidas de la educación formal, y los varones, cuyos desequilibrios ocasionan los mayores problemas sociales, incluidos la prostitución, la violación y el aborto. Todo el libro de Bachiochi gira alrededor de esta clave.

 

3. La ética de las virtudes

Sensibilizar a la sociedad

Volvamos ahora al debate abolicionista de la prostitución para abordar por fin su aspecto más filosófico. Un buen ejemplo de la sensibilización de la sociedad que se pide lo tenemos en la propuesta que presentó en el Congreso español la organización Médicos del Mundo (MdM), que incluía[22]:

Nótese que en ese abanico de objetivos no hay ninguna referencia al modo en que los hombres y las mujeres abordamos, en primera persona y a menudo en solitario, la sexualidad, ninguna referencia a la formación de hábitos que ayudan a florecer -a ser felices- a los seres humanos, en medio de un universo erotizado e inundado de pornografía. Bajo el imperativo liberal de que cada quien buscará su propia felicidad como le dé la real gana, mientras no interfiera en la búsqueda de los demás, se omite toda mención de lo que en términos clásicos se denominaron virtudes y vicios, acaso por miedo a incurrir en tradicionalismos[23]. Expliquemos mejor el asunto.

Una educación moral completa

La educación moral, o también la formación que de hecho imparten, incluso de manera informal, las instituciones sociales, puede incidir en tres planos o dimensiones:

  1. Los principios y normas, así como la formación de juicios de valor (concordes con ellos) sobre problemas prácticos y dilemas morales
  2. La información, seleccionada u orientada de acuerdo con a)
  3. La adquisición de virtudes y el combate contra los vicios.

Propiamente, la buena educación moral incide en los tres planos de forma coordinada o sincronizada. La propuesta de MdM, como otras que se han formulado, se mueve únicamente en los planos a) y b), que son insustituibles, pero prescinde por completo de c). Pues bien, una de las tesis clave de las autoras feministas o postfeministas a las que me he referido al comienzo apuntan precisamente a la necesidad de atender a ese tercer plano. Por eso Wollstonecraft lamentaba “la escasa castidad que puede encontrarse entre los hombres [varones]” (cap. final), cosa que degrada a ambos sexos, para los que prescribe una misma terapia: el cultivo de las virtudes[24].

Para ser buenos ciudadanos y para el bien común de la  sociedad, padres y madres, ambos, deberían anteponer los cuidados que deben a sus hijos a las obligaciones sociales y laborales. La integridad sexual de ambos, varones y mujeres, no solo permite respetar la voluntariedad de la maternidad, sino que previene también el adulterio y el crimen del aborto, fuertemente criticado por la primera generación de autoras “protofeministas”, por más que el relato vigente ahora solo lo mencione de soslayo, en el mejor de los casos.

Necesidad del cultivo de las virtudes

¿En qué se sustenta la afirmación de que no nos basta con a) y b)? Podríamos ejemplificar una larga lista de personajes que en la esfera pública se pronuncian sobre temas sexuales -como el acoso-, en el plano a), con la contundencia que demandan sus seguidores, pero que luego en la vida real se comportan de forma muy diferente a la proclamada. Piénsese en políticos de extrema izquierda que se dicen radical-feministas hasta que se descorre el velo y asoman a la luz comportamientos ocultos impresentables; o en conservadores defensores de la familia tradicional que esconden conductas y hábitos incompatibles con esa etiqueta. Todo lo cual depende del plano c).

Nos hallamos aquí ante la consabida hipocresía de muchos moralistas, pero hay algo más que no debemos ignorar: la razón no domina sobre las pasiones, no siempre las gobierna como querría, sino que a menudo se ve arrastrada por ellas de modo que, como decía Iris Murdoch (Murdoch, 1997, p. 268), nuestra interioridad empírica puede ser caótica.

Más equívocos[25]. Uno es creer que las virtudes hacen referencia exclusiva o preferente al terreno sexual (como en la expresión “conservar la virtud”). Por ello, a menudo se utilizan como mejores traducciones del griego areté otros términos como “excelencias” o “perfecciones”, que expresan bien el concepto original pero que resultan un tanto extraños al uso común.

Las virtudes no son más que hábitos

Aprendizaje de un idioma. Imagen 2

Otro equívoco, relacionado con el anterior, es pensar que “virtud” es un término teológico, cuando solo lo es por accidente, en la medida en que los clásicos cristianos -especialmente Tomás de Aquino- asumieron el vocabulario y el enfoque de los filósofos greco-latinos. Estos decían que en el ser humano acontece una especie de combate interior continuo entre distintas partes o tendencias del mismo (Platón) y que, para que venza nuestra mejor parte, aquella con la que más nos identificamos -la razón, en suma-, precisamos adquirir, gradualmente y con esfuerzo deliberado, los buenos hábitos que nos llevan a actuar correctamente.

Las virtudes son hábitos o disposiciones conductuales estables, que arraigan en nuestro sistema nervioso mediante el ejercicio reiterado y consciente. Cuando en Lingüística o Pedagogía se mencionan las “competencias” se está hablando también de hábitos (como el de hablar un idioma). Cuando en Psicología se alude a las “habilidades sociales”, se trata formalmente de una versión actualizada de lo que Aristóteles llamaba virtudes. La cuestión, bastante intuitiva, es que el modo en que conducimos nuestra vida tiene también relación con los hábitos que aprendemos voluntariamente, o sea con el plano c). Es en función de estos que un determinado bien o tarea, del tipo que sea (hacer ejercicio, estudiar, dejar hablar o cuidar de personas dependientes), nos resulta realmente atractivo (o “bueno”) o no.

Pero nuestro asunto es la gestión virtuosa de la sexualidad. En lo que sigue presentaré tres núcleos de interés conectados con la misma.

 

4. El centro opaco de la persona

Primer núcleo de interés, el núcleo central del hombre. Cuando mencionamos el “centro”, o el “interior” o lo más “profundo” de la persona, sin duda estamos sirviéndonos de metáforas espaciales y ópticas. Deseo sostener, primero, que necesitamos hablar de una especie de “centro” de la persona, sin el cual tendría poco sentido hablar de “formación” o de “sensibilización”, pero que ese centro no nos resulta transparente, sino transido de opacidades, y que es lo que se desajusta, desequilibra o “des-centra” con relativa facilidad a partir de la sexualidad y también por las ansiedades que provoca el mundo digital. Son varias tesis a un tiempo. Veamos:

Algunos neurocientíficos empiristas consideran que esa forma de hablar de un centro del hombre es un mito que no se corresponde con ninguna realidad neurológica específica[26]. Ellos, sin embargo, no logran explicar por qué nos entendemos a nosotros mismos como una unidad a lo largo del tiempo, susceptible, en consecuencia, de experiencias tales como el arrepentimiento, la gratitud o los deseos de mejorar en el futuro.

El yo o el centro de nuestro ser

Quiero aclarar que no estoy presuponiendo o refiriéndome al “alma”, sino a ese centro de percepción, valoración y decisiones de la persona, al “yo” que nos sale al paso en las tragedias y las mejores novelas -no me refiero, pues, al discutido concepto filosófico-. Sin hacer referencia a él no podríamos comprender a los demás ni a nosotros mismos, nuestra vida, nuestros propósitos, nuestros balances vitales, nuestros compromisos más duraderos o el amor que sentimos hacia otras personas[27]. Según Edith Stein, el punto más profundo del alma es lo que se llena de alegría o de desesperación, se indigna ante la injusticia, se entusiasma ante acciones nobles y valores elevados, se abre a otra alma o la rechaza[28]. Es quizás lo que Agustín y Scheler denominaron el ordo amoris de la persona, la ordenación real de sus filias y fobias.

Decía Murdoch que en ese centro o interior tiene lugar una conversación continua[29], o sea, que tiene como una estructura dialogal. Quizás Platón fuera demasiado optimista cuando cifraba ese diálogo interno, o más bien ese conflicto, en la razón y las pasiones, como si comparecieran y se enfrentaran dos ejércitos cada uno con sus tendencias propias. Pero no es así. De hecho, la razón y las pasiones se entretejen y nos confunden; pasiones eventualmente opuestas provocan razones diversas para seguirlas; los criterios intelectuales a menudo se enroscan con el amor propio, el ego, y destilan pasiones no menos impetuosas que las que brotan de nuestros apetitos más fisiológicos. Quiero decir que a menudo combaten en nosotros razón y razón, pasión y pasión.

Un centro oscuro y fácilmente desconfigurable

El ordo amoris es expresión de nuestro yo o de nuestra brújula interior. Imagen 3

Por todo ello, mi segunda tesis al respecto es que esa nuestra brújula personal, el fondo o centro de nuestro ser, a cada uno de nosotros nos resulta misterioso, oscuro, opaco (como el inconsciente freudiano), nunca totalmente poseído ni plenamente “transparente” para sí, pesado a veces[30]. Es de esa interioridad de lo que tratan las Confesiones de S. Agustín y antes la lucha interior descrita metafóricamente por Platón y retomada por Freud. Pero la introspección está expuesta a la unilateralidad y al autoengaño. Ser humano es saber de esa interioridad perpleja y de sus entretelas difíciles de abarcar.

Tomo la tercera tesis de la teoría más clásica de las virtudes, formulada por Pieper siguiendo a Tomás de Aquino[31]. Consiste en que el orden interior de la persona (su ordo amoris) puede desconfigurarse, por así decir, con relativa facilidad. Así sucede paradigmáticamente con la pornografía digital (típicamente masculina) y, en general, con algunas adicciones. Nuestra sexualidad es como un mecanismo delicado fácil de desacoplar; cuando eso sucede, no puede retornar exactamente a su configuración original y hasta corre el peligro de lanzarse por caminos autodestructivos.

Pero también reconfigurable

En este contexto, la propuesta del humanismo cristiano -que comparten intelectuales ateos con sensibilidad espiritual- es que el ser humano puede enfrentarse a todas estas heridas y patologías; solo o con ayuda. Puede reconfigurarse. Puede traducir la información (el plano b) y los principios y juicios de valor (el a) a automensajes que ayudan a la voluntad a centrar humildemente la atención en aquello que puede abarcar, que le mejora y le hace más apto para la vida compartida y más feliz (en el plano c de las virtudes). Pero teniendo en cuenta que nuestra libertad no consiste en darnos la vuelta como a un calcetín en cualquier momento, sino en la humilde capacidad de decidir en este momento atender a esto o a aquello[32].

Voy a referirme en lo que sigue únicamente a dos virtudes y sus correlativos vicios. Una porque fragmenta nuestro centro personal. La otra porque representa la base de la discusión acerca de la prostitución y otras patologías del comportamiento sexual que hemos tratado arriba.

 

5. La ansiedad digital

Antes de relacionar las virtudes con la vida sexual -espinoso tema-, deseo referirme brevemente a los cambios psicológicos que introduce nuestra dependencia, cada vez mayor, del teléfono móvil, las pantallas y la vida en la Red. Se trata de alteraciones de la estructura de la atención y la experiencia del tiempo que afectan con mayor intensidad a los jóvenes de la generación Z o “millenials”, nacidos alrededor de 1995.

La reconfiguración del cerebro por los entornos digitales

J. Haidt. La generación ansiosa. Imagen 4

 

Jonathan Haidt es un psicólogo social norteamericano tan conocido que su largo libro La generación ansiosa ha sido traducido al castellano en el mismo año de su publicación original, 2024[33]. El subtítulo del libro resume su tesis central: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes. Su tema, no es, pues, la sexualidad, sino la reconfiguración del cerebro que, como confirman múltiples estudios empíricos, están sufriendo de forma particular los y (más aún) las jóvenes, de maneras diversas. Resulta que la sola proximidad física del teléfono móvil afecta a nuestra capacidad de concentración, no digamos ya la atención a mensajes, alarmas y notificaciones, que pueden llegar a superar la media de uno por minuto.

El recableado o reconfiguración los cifra Haidt en cuatro perjuicios: la privación social, o disminución exponencial de las relaciones sociales reales, personales, corpóreas, sustituidas por ese remedo o espectro de relación social que constituyen los contactos y seguidores de la Red; la falta de sueño; la adicción y la fragmentación de la atención, ante una corriente incesante de interrupciones que daña la capacidad de pensar y concentrarse. Los síntomas comunes son bien conocidos: pasarse las horas del día con el teléfono móvil, con actitud ausente, de pantalla en pantalla, con serias dificultades para mantenerse en un tema de conversación. Insisto en que es un peligro real que nos acecha a todos los usuarios. Los estudios muestran que los chicos son especialmente sensibles al juego y la pornografía y que, por ende, están mostrando problemas específicos para “despegar” poniéndose a trabajar y llevando una vida adulta.

 

 

Necesidad de una virtud frente al instantaneísmo

Hace un siglo desde que Einstein problematizó la noción física de “instantaneidad”, que, en el plano cósmico, queda relativizada a la posición del observador. Se diría que, irónicamente, internet y la mensajería instantánea han venido para restaurarla. Con un desfase mínimo, ahora mismo podemos contactar con alguien que viva en las antípodas; ahora mismo puedo preguntarle a la Red un nombre que no recuerdo, que “tengo en la punta de la lengua” pero que esta forma novedosa de impaciencia o de instantaneísmo (no sé bien cómo denominarla) me impide detenerme a recordar. Es una cierta incapacidad para la espera más pequeña y un no poder desconectar de los dispositivos, continuamente lanzados a abrir nuevas pantallas.

No sé si contamos con descripciones clásicas de dicho defecto y de la virtud correspondiente (hablaré indistintamente de ambos, el vicio y la virtud). La de la paciencia se refiere, en S. Agustín y Sto Tomás de Aquino[34], a una forma de fortaleza consistente en tolerar con buen ánimo las adversidades, con la vista puesta en los bienes superiores que se esperan. Modelos de ello son Job y los mártires, que alumbran pacientemente actos o reacciones heroicas, sin ceder a la tristeza que la calamidad comporta. Mas la “ansiedad digital” no es eso, no guarda relación con grandes adversidades ni grandes actos, sino solo con resistir a pequeños estímulos (la notificación, la entrada en la Red), eso sí, con determinación. Nótese que ceder a tales impulsos, como el de mirar la pantalla del teléfono, puede no ser pecado, sino solo la consolidación de un mal hábito.

La paciencia digital

Tampoco parece que la ansiedad digital haga referencia, como la molicie o la virtud de la templanza, a los placeres del tacto. La paciencia digital, por así llamarla, tiene algo en común con la virtud clásica, y es que arranca de raíz la turbación que provocar el vicio contrario[35]. Sin embargo, aunque parece ser una forma de sano temor (I-II, q. 19), no entra con facilidad en el esquema clásico de las virtudes.

En realidad, sus efectos no se limitan a nuestros intercambios con el mundo virtual, sino que se generalizan y contagian a otros ámbitos, haciéndonos impacientes y dispersos en todos ellos. Heidegger sostenía que el ser es tiempo. Se diría que la sociedad de consumo y el instantaneísmo digital, con la pulsión de la gratificación inmediata, nos hacen olvidarlo.

Parece que hayamos perdido la paciencia del agricultor que trabaja la tierra y espera las lluvias tempranas y tardías dejando ser y crecer los cultivos. Esta, la del cultivo, era para Luis Vives la mejor imagen de la educación humanista. En efecto, necesitamos esta forma de paciencia rural con los demás, con nosotros mismos y con las tareas que emprendemos, permitir que se desarrollen “en lo secreto” y a su propio ritmo, sin estar expuestas a la mirada pública. Es lo que decía Arendt que ocurre con la vida misma. Una parte de la actividad educativa debiera consistir en fomentar esa forma de paciencia o serenidad en todos los agentes implicados.

La noción agustiniana de concupiscencia

¿Se trata del vicio de la curiosidad? Tal como lo describe Aquino, no, ya que la virtud que lo neutraliza es la studiositas, que modera el apetito intelectual[36]. La descripción que más se acerca a nuestro problema la da quizás S. Agustín en Confesiones[37] al describir la curiosa cupiditas que afecta, sí, al apetito intelectual o cognoscitivo, pero también, por ello mismo y en primer lugar, al ver y la concupiscencia de los ojos (piénsese en la importancia cognoscitiva que le da Platón a la vista). Es la tentación de una “ciencia depravada”, morbosa en ocasiones, que dispersa la atención.

No describe Agustín en ese lugar cuál sería la virtud correspondiente, pero, en la medida en que afecta tanto al apetito sensible como al intelectual, podemos entender que dicha virtud -de la que ya hemos hablado- es una mezcla de fortaleza (humilde, no heroica) y templanza. En relación con esta última, decía Aquino que no es “posible dar preceptos positivos comunes… porque el uso de la misma cambia con los distintos tiempos” (Suma teol., II-II, q. 170, a. 1 ad 3). Es lo que ocurre en nuestro caso, que tiene ingredientes novedosos, epocales. El análisis agustiniano no recoge, por ejemplo, el componente adictivo de esta “compleja” concupiscencia.

Gobernar los estímulos y fijar la atención

Por lo demás, parece intuitivamente claro que la fragmentación de la atención de la era digital no hace sino emborronar y confundir la referencia al centro de la persona que hicimos en el número anterior. Por eso, frente a la adicción a las pantallas, Haidt prescribe remedios espirituales (sic) como la elevación compartida, la meditación, el asombro, los ejercicios de descentramiento y atemperamiento del yo; todo lo que contribuya a la disciplina del silencio y de fijar toda la atención, en la experiencia del momento, como predican algunas escuelas orientales y las terapias de mindfulness, que han logrado carta de naturaleza en las consultas psiquiátricas.

Iris Murdoch, que también era orientalista y atea, concebía el amor como una forma de atención desinteresada, no egótica, a la realidad en su singularidad y sus detalles. Es lo que sucede cuando contemplamos la naturaleza o una obra de arte. Decía ella también que no está en nuestras manos, no forma parte de nuestro libre albedrío la posibilidad de cambiarnos de arriba abajo, pero sí que lo está el dirigir en el momento la atención en una u otra dirección. De eso se trata, de que no sean los estímulos incesantes quienes nos gobiernen, sino que el centro de nuestro ser esté activo y tenga algo que contemplar y algo que decir.

 

6. Sobre el autodominio sexual

Para una sexualidad sana hacen falta virtudes

Una masculinidad contínuamente excitada sexualmente puede ser contrarrestada por virtudes
La concentración es una forma de aprender a controlar los estímulos. Imagen 5

Sin pretender equiparar las virtudes con el puritanismo sexual, comenzaré esta sección con una larga cita del sociólogo Zygmunt Bauman, que es poco sospechoso de beatería o tradicionalismo:

Para el homo sexualis insertado en un moderno entorno líquido, el límite que separa las manifestaciones del instinto sexual “sanas” de las “perversas” está prácticamente desdibujado. Toda forma de actividad sexual no solo es tolerada, sino, y con frecuencia, es recomendada como terapia útil para el tratamiento de cualquier dolencia psicológica. Las actividades sexuales son cada vez más aceptadas en cuanto vías de legítima búsqueda de la felicidad individual y son exhortadas de ser exhibidas en público. (La pedofilia y la pornografía infantil son quizás las únicas vías de escape del impulso sexual que son unánimemente denunciados como perversas…)[38].

Este prejuicio de tipo freudiano en favor de toda actividad sexual, sin restricciones, es, a mi modo de ver, lo que impide a la cultura dominante en Occidente, que más arriba ejemplificamos con las propuestas de MdM, abordar las patologías de la sexualidad recurriendo al potencial terapéutico de las virtudes. Como si distinguir entre sexualidad sana y perversa fuera, a su vez, una perversión. En la Grecia clásica, pagana, solo el cíclope monstruoso impera sobre sus mujeres e hijos, ajeno a toda ley, pues esta es un factor de humanidad. Y cuando el rey Edipo de Sófocles advierte que ha estado yaciendo amorosamente con su propia madre, se saca los ojos que la han visto desnuda y en actitud sexual; no merecen ver más la luz porque, aun sin saberlo, han profanado algo sagrado[39].

Autodominio sexual

La actividad sexual, como todas las humanas, precisa de restricciones que impone la razón práctica. Autoras neofeministas o postfeministas, como Perry o Bachiochi, citadas antes, sí distinguen entre manifestaciones “sanas” y las “perversas” del instinto sexual, siguiendo a Wollstonecraft. Según esta, la fuente principal de muchos de los males físicos y morales que atormentan a la humanidad radica en la falta de autodominio sexual masculino[40]. Ambos, varones y mujeres, debieran aprender a tener poder sobre sí mismos, no sobre las personas del sexo opuesto.

Sexo y violencia

Quisiera tratar de desatar tres nudos: la relación entre sexo y violencia, la relación entre sexo y amor y en fin el engaño cognitivo que representa la pornografía para sus consumidores. Sobre el primer nudo, el liberalismo sexual se abstiene por completo de tachar al sadomasoquismo de perversión. Como si obtener placer mediante la violencia fuera algo natural, o una opción humana moralmente neutra. De aquí a la violación no median muchos pasos. Con ese enfoque, no puede extrañar que algunas fanáticas hayan afirmado de forma irrestricta que los varones son violadores potenciales.

La verdad es que no es natural obtener placer observando la cara de miedo de otra persona: es una patología. La inmensa mayoría de los varones se niega incluso a pensar en ello, pero sí hay una minoría, estimada en el 10%, dispuesta a “obligar a una pareja reticente a tener sexo” (Perry, 2023, p. 64), para quienes la violencia puede resultar sexualmente excitante. Que la pedagogía sexual políticamente correcta no tenga nada que decir al respecto resulta, como poco, llamativo.

La relación entre sexo y amor

El segundo nudo, acaso el más determinante, es la relación entre sexo y amor. Wollstonecraft, al final de su largo libro arremete contra la lujuria adúltera, la intimidad promiscua con mujeres que enseña a considerar el amor como una satisfacción egoísta, alejándolo de las virtudes que precisa la vida matrimonial y la educación de los hijos: la estima, el afecto, la justicia y la amistad entre los padres. En un fragmento publicado póstumamente es igualmente clara:

No conozco otro modo de preservar la castidad de la humanidad que el de convertir a las mujeres en objetos de amor, más que en objetos de deseo[41].

No todos los deseos son buenos

Me detengo a ese mismo respecto en algunas frases de impacto de la periodista Louise Perry, que no es católica, pero sí crítica de los efectos de la revolución sexual con la violación, la pedofilia y la pornografía. La primera de esas frases es que no todos los deseos son buenos. Si te atraen eróticamente los niños o las niñas, tienes un problema, una sexualidad perversa; y en tanto lo abordas, te tienes que reprimir, por mucho que Freud anatemizara dicha categoría.

Deberíamos priorizar la virtud por encima del deseo.  No deberíamos asumir que tendríamos que actuar conforme a cualquier deseo que descubramos en nuestros corazones (o en nuestras entrañas),

razón por la cual

cierto grado de represión sexual resulta bueno y necesario (Perry, 2023, p. 95, cursivas mías).

Así lo hacemos -cabe añadir- con los placeres de la comida y la bebida. Y nadie se pone a orinar o desnudarse en la calle solo porque le apetezca o le dé gusto, ni le da una bofetada al vecino porque sienta ganas intensas de hacerlo. Sabemos que ser humanos implica autocontención, cuanto más en relación con el placer sexual, que ya en la doctrina clásica era el más vehemente de los placeres corporales. De ahí el resumen de Aquino sobre la lujuria: que nubla el entendimiento, provoca inconstancia y obsesión, desespera el ánimo y, en suma, desquicia la vida moral[42].

El sexo sin amor no empodera

Vuelvo a Perry. Hay otras dos frases suyas que prima facie requieren de pocas explicaciones: “el sexo sin amor no empodera” y “el matrimonio es bueno”[43]. Existen por ende investigaciones empíricas sobre la cultura del sexo casual o/y sin compromiso[44], que se ha vuelto normativa entre los jóvenes, pero que cuadra mucho mejor con los deseos de los varones; principalmente porque para las chichas es menos placentero, ya que ellas tienden más fácilmente a vincular el sexo con las emociones.

Por eso Perry critica la solución moderna de animar a las mujeres de cualquier clase social a satisfacer la demanda, típicamente masculina, de sexo sin compromiso. En cuanto al matrimonio, anotemos que muchas de las autoras recientes que hemos mencionado expresan enorme satisfacción por la implicación de sus maridos en la crianza de sus hijos. Pero dejo aquí el asunto porque es la experiencia masculina lo que nos interesaba más.

El engaño cognitivo de la pornografía

Hoy la pornografía es la llave de acceso a la prostitución, según algunos expertos. Las víctimas primeras de la pornografía son actrices explotadas de manera repugnante (Perry, 2023, pp. 127 ss.). Pero los destinatarios preferentes de la misma son los varones, que se ven sometidos a un bombardeo continuo de imágenes erotizadas que distraen la atención y tientan a

vencer la tentación sucumbiendo de lleno en sus brazos (Serrat).

El tercer nudo que quería destacar o desatar, antes de concluir, es el engaño cognitivo que tales imágenes comportan. Cierto cantante protesta recitaba en 1979, que

(els rics) ens enganyaràn amb qualsevol cosa, unes mamelles de cromo i uns culs fotografiats.

Al margen de las intenciones políticas de Raimon, quisiera subrayar ahora el engaño cognitivo que la pornografía incorpora en su misma raíz. En la relación sexual interpersonal, real, intervienen todos los sentidos, presididos por el tacto. En el espectáculo porno, por el contrario, intervienen menos sentidos y es la vista quien preside. La sustitución no puede funcionar, es antropológicamente inviable. La experiencia está, por ello, abocada a la frustración y a un continuo sobrepujamiento cuyos mecanismos psíquicos y neuronales cada vez conocemos mejor.

Finalmente, nos reafirmamos en la idea de que el ser humano puede enfrentarse a todas estas heridas y patologías, solo o con ayuda. Puede volver a ajustarse y a centrar su atención en lo que le conviene y nos hace felices; las virtudes, formas de perfección de nuestra naturaleza, son vías para hacerlo.

 

NOTAS

[1] Presenté oralmente este trabajo el 3/3/2025 en el curso de la Cátedra de la Mujer para profesores sobre Feminismo y género organizado por “Educa-Acción” en la UCV.

[2] Agradezco a mi amiga Julia Sevilla Merino, figura bien conocida y reconocida dentro del feminismo español, y autora de Olympe de Gouges (Pireo editorial, de inminente aparición) que me haya trasladado, durante años, argumentos, inquietudes y casi todos los materiales que refiero sobre el tema.

[3] Presentada por el Grupo parlamentario Socialista en marzo de 2024, pero en desacuerdo con las fuerzas que le apoyan en el Gobierno y el Parlamento.

[4] Véanse este y otros datos, así como el cuadro de bajo, en la entrevista con Antonio Ariño de La Vanguardia, 18.06.2022: https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20220618/8346588/antonio-arino-entrevista-corredor-mediterraneo-prostitucion-cadiz-girona.html  

[5] Boletín oficial de las Cortes Generales, 24/5/2007, serie A, nº 379, Acuerdo de la Comisión mixta de los derechos de la mujer…, p. 52. Sobre el engaño, una canción de Raimon de 1979, No el coneixia de res, se refiere principalmente a que “Ens enganyaran amb qualsevol cosa: / Unes mamelles de cromo, uns culs fotografiats / Quatre paraules solemnes i un futbol manipulat”

[6] L. Perry, 2023, Contra la revolución sexual, La esfera de los libros, pp. 90 s.

[7] La referencia clásica esencial es W. Reich, La revolución sexual. Véase JC Guillebaud, 1998, La tiranía del placer, Barcelona, ed. Andrés Bello, 2000.

[8] Véase el original de la “Carta abierta a la Comisión de revisión del Código Penal para la revisión de ciertos textos que rigen la relación entre menores y adultos” (https://web.archive.org/web/20200125093636/http://www.dolto.fr/fd-code-penal-crp.html). La suscribieron Sartre, de Beauvoir, Aragon, Derrida, Althusser, Barthes, Deleze, Guattari, Lyotard y varios destacados médicos y psicólogos. Foucault no solo la suscribió, sino que practicó activamente la relación sexual con niños. Periódicos como Libération y Le Monde, según Onishi, Norimitsu, 7 de enero de 2020, «A Victim’s Account Fuels a Reckoning Over Abuse of Children in France»New York Times).

[9] En Francia, como antes aún, en España, con el llamado Código Penal de la democracia de los años 90, el proxenetismo estuvo despenalizado, lo que dio pie a situaciones sangrantes, cuando los agentes de trata de mujeres debían quedar libres y sin cargos porque su conducta no cuadraba exactamente con los tipos penales existentes de secuestro, etc. No es aventurado suponer que detrás de tales ingenuidades estuvo la misma mentalidad sesentayochista.

[10] Como decía Juan M. Santana Hernández en el Congreso de los Diputados, el cliente no solo compra sexo, sino también obediencia, simulación, servilismo, sumisión, vejaciones y fantasías (Bol. Oficial de las Cortes Generales, supra, p. 29).

[11] Recobrare este término más tarde.

[12] CAP, La ley francesa del 13 de abril de 2016… Principios, metas, medidas y proceso de adopción de una ley histórica, p. 14.

[13] S. Brownmiller, 1975, Contra nuestra voluntad, cit. por L. Perry, Perry, Louise (2023), Contra la revolución sexual, La Esfera de los libros, pp. 44 s. En la misma línea, la número 2 del Ministerio español de Igualdad declara en 2023 que los varones en España son “bastante” violadores.

[14] Favale, Abigail (2024). La génesis del género; una teoría cristiana. Rialp, p. 90.

[15] Bonilla-Silva, Eduardo (20144). Racism without Racists. Rowman & Littlefield Publ.

[16] Hagamos una cata en el mismo. Indicaba Hanna Rosin en 2010 que las mujeres dominan las universidades y escuelas profesionales de hoy en una proporción de 2/3; que ellas dominan en 13 de las 15 categorías laborales más pujantes en USA; que, de hecho la economía estadounidense se está convirtiendo en cierto modo en una especie de sororidad itinerante: las mujeres de clase alta abandonan sus hogares y se incorporan a la fuerza laboral, creando empleos domésticos que otras mujeres pueden ocupar (H. Rosin, 2010, “The End of Men”, Atlantic, julio/agosto https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/07/the-end-of-men/308135/ ; si bien la autora se retractó en 2021).

Jordan Peterson asumió la defensa del bando villano de la guerra, señalando, por ejemplo, que los asesinos son varones las más de las veces, pero también lo son -contra lo que pueda creerse- sus víctimas preferentes; que hay mayoría de varones en los suicidios, en las víctimas de las guerras o entre la población sin techo. Pero no vamos a ir por ahí.

[17] Omito otros conceptos como los de masculinidad “cómplice” y “subordinada”.

[18] Alex Gendler, The New Superfluous Men, American Affairs. Winter 2020. vol. IV, nm. 4.

https://americanaffairsjournal.org/2020/11/the-new-superfluous-men/.

[19] Ibid. Existe ya una especie de “Incel-pedia” que cuenta con unos 1500 artículos.

[20] Sin ánimo de ser exhaustivos, citaremos a Bachiochi, Erika (2021). The Rights of Women: Reclaiming a lost vision, University of Notre Dame; Perry, Louise (2023), cit.; Pearcy, Nancy (2023), The Toxic War on Masculinity: How Christianity Reconciles the Sexes, Baker Books; Harrington, Mary (2023), Feminism against Progress, Regnery; Power, Nina (2024), ¿Qué quieren los hombres? La masculinidad y sus críticos, Interferencias (Buenos Aires); Favale, cit. Un excelente repaso bibliográfico en Soley Climent, Jorge (2024), Postfeminismo: lecturas críticas tras el impacto de la realidad, Red de investigaciones filosóficas José Sanmartín, https://proyectoscio.ucv.es/articulos-filosoficos/articulos_fondo/postfeminismo-lecturas-criticas-tras-el-impacto-de-la-realidad/#_ftn1 .

[21] Power, 2024, cit., cap. 3, subrayado en el original (no puedo citar la paginación porque lo leo en ePub).

[22] Bol. Oficial de las Cortes Generales, supra, p. 33.

[23] Este temor se expresó repetidamente en el debate francés, tal como recoge el documento de CAP cit.

[24] Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer (múltiples ediciones); Erika Bachiochi, The Rights of Women. Reclaiming a Lost Vision, University of Notre Dame Press, 2021.

[25] Alasdair MacIntyre (1987), Tras la virtud, Crítica

[26] Dennett, DC (2013).  El Yo como centro de gravedad narrativa. LOGOS: Anales del Seminario de Metafísica, (46), 11-25

[27] JV Bonet-Sánchez (2023 a), Ser yo: entre la neurociencia y la moral, Cuadernos de pensamiento, nº 36, pp. 273-297.

[28] E. Stein (2003), La estructura de la persona humana, Madrid: BAC, p. 126.

[29] JV Bonet-Sánchez (2023 b), Mente humana y sujeto moral en Iris Murdoch, Scio. Revista de filosofía, nº 24, pp. 97-130.

[30] JV Bonet-Sánchez (2024), Le immagini di Edith Stein e Iris Murdoch sul centro dell’uomo, Humanitas, Revista bimestrale di cultura, nº 1-2, pp. 303-313, esp. 312. Stein, loc. cit. P. 127.

[31] J. Pieper (202213), Las virtudes fundamentales, Rialp.

[32]  I. Murdoch (2001), La soberanía del bien, Caparrós, que sigue en este y otros puntos a Simone Weil.

[33] J. Haidt (2024), La generación ansiosa. Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, Ediciones Deusto.

[34] Agustín de Hipona, La paciencia, https://www.augustinus.it/spagnolo/pazienza/index2.htm#:~:text=La%20virtud%20del%20alma%20que,malos%20hasta%20que%20se%20corrijan. Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, BAC, q. 136.

[35] Aquino, loc. Cit., q. 136, a. 2, ad 2.

[36] Loc. Cit., qq. 166-167.

[37] lib. X, cap. 35, arts. 54-57.

[38] Z. Bauman, 2003, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. FCE, p. 81.

[39] Esto que Freud llama “tabú del incesto” un tanto despectivamente (S. Freud, 1972, Totem y tabú, Alianza, 1972), está, sin embargo, en la base de numerosas culturas de la humanidad, incluida la griega.

[40] En la teología clásica de las virtudes, se diferencian el autodominio, que es solo el primer paso, la templanza, la continencia, la castidad e incluso la pureza. Aquí me basta con ese primer paso.

[41] Wollstonecraft, Hints, cit. en Bachiochi, 2021, p. 46-

[42] Aquino, Suma teológica, cit. II-II, q. 15 a. 3 co.; q. 153, a. 4, arg 3 y ad 3; y a. 5, ad 1.

[43] Son los títulos de los caps. 4 y 8 respectivamente de Perry, cit.

[44] Se preguntan cuestiones como estas: ¿Cuántas parejas sexuales has tenido en el último año? ¿Con cuántas una sola vez, o sin ningún interés en una relación a largo plazo? ¿Opinas que el sexo sin amor está bien?

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(Infografía)
José Vicente Bonet
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Actualmente preside la Sociedad de filósofos cristianos (SOFIC) y trabaja en el Instituto universitario de investigación en filosofía Edith Stein de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir

josev.bonet@gmail.com

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