Pluralismo, polarización y guerra

 

Introducción: Una confrontación creciente

La socióloga norteamericana Mary Eberstadt decía, en relación con su propio país, que

la sociedad está dividida, a veces brutalmente, como nunca lo había estado en tiempos de paz[1].

En Estados Unidos cada vez hay menos ciudadanos que se consideren centristas, mientras crece la antipatía que se profesan unos a otros por motivos políticos[2]. En el último año, dos de cada tres norteamericanos dice sentirse agotado cuando piensa en política, que los más consideran como “divisiva” y “corrupta”[3].

Existe una confrontación creciente en las sociedades occidentales. Imagen 1

Posiblemente este diagnóstico de confrontación creciente puede extenderse a otros países occidentales, particularmente a España donde, después de la muerte de Franco, no se había rozado ni de lejos la impugnación de la legitimidad del adversario político, de su derecho a pensar como piense, que sufrimos en este momento. Que la desavenencia política amenace con arruinar las conversaciones privadas es algo que en España sucedió no hace mucho en torno a las reivindicaciones independentistas de una buena parte de los catalanes; pero recientemente, tras las últimas elecciones generales, el riesgo parece extenderse por todo el país. Resulta temerario expresarse libremente sin estar seguro de la reacción de los interlocutores. En diversos Estados europeos, los extremos políticos resultan pujantes en las convocatorias electorales y en más de un caso los consensos constitucionales se están viendo amenazados. Cabe, pues, hablar de polarización como un fenómeno político general[4].

No pretenden estas líneas situarse al margen o por encima de dicha confrontación, sino enfocarla desde lejos, desde mucho más lejos, con las categorías filosóficas que algunos autores del siglo XX han alumbrado para entender la relación entre pluralismo moral, cohesión social y democracia.

 

Pluralismo

El pluralismo[5] pertenece al ADN de las sociedades occidentales. En apoyo de esta afirmación citaría a Peter Berger, que la ha explicado en multitud de ocasiones, identificando la modernización con el pluralismo. Citaría también a filósofos políticos como Sartori o Rawls, que definen la cultura política democrática por la existencia de una diversidad de doctrinas (concepciones, sistemas de valores e interpretaciones) religiosas, filosóficas y morales encontradas e irreconciliables. De modo que la democracia liberal viene a ser el artefacto que permite conjugar diferencias severas en un marco compartido que impide llegar a la guerra de todos contra todos que imaginaba Hobbes. Pero ¿es “sostenible” cualquier grado de pluralismo o puede la disparidad llegar a minar la cohesión social y el marco de la convivencia? No existe, que sepamos, ninguna respuesta apriorística a esta pregunta.

¿Pueden conjugarse el pluralismo político y el moral?

Me interesa, en particular, hasta qué punto puede conjugarse en un marco político común el pluralismo moral, es decir, la diversidad de concepciones del hombre, la sociedad y la vida de las que se derivan consecuencias normativas. Me interesa también si el marco democrático-liberal puede representar un muro de contención suficiente ante diversas formas de lucha política que comportan de hecho (cuando no de forma preferente) la satanización del adversario. Recordemos, a tal efecto, que las confrontaciones electorales representan una sustitución de la guerra abierta por batallas simbólicas que deberían desactivarse al día siguiente de la cita electoral; cosa que no está sucediendo, ni en Estados Unidos ni en España, desde el momento en que líderes tan decisivos (y divisivos) como Donald Trump o Pedro Sánchez se niegan a conceder expresamente al adversario que ha logrado una representación electoral mayor.

¿Cuáles han sido y son nuestros conflictos de valor básicos?

Cuando nos preguntamos cómo se pueden resolver los conflictos normativos de manera aceptable y constructiva, lo primero es hacer referencia expresa a los conflictos de valor básicos y las pautas culturales que chocan entre sí[6]. Resulta significativo leer la enumeración minimista, diríamos hoy,  que de ellos hacía Adela Cortina en las Conferencias Aranguren de 2010:

En realidad, en nuestras sociedades sólo provocan grandes debates las cuestiones del aborto y los matrimonios homosexuales, en segundo término, las técnicas de reproducción asistida y la investigación con células troncales embrionarias, y en el furgón de cola, la eutanasia, porque si se explicita bien qué significa, el acuerdo entre todos los grupos sociales es enorme.[7]

Cuestiones de género

Significativo, decía, porque, en poco más de diez años, la lista de cuestiones polarizantes se ha multiplicado. Junto a los problemas que plantea la bioética del embrión humano nos encontramos, por un lado, con que lo que entonces era el debate sobre el matrimonio homosexual ha crecido hasta englobar todas las cuestiones de género, identidad y expresión del mismo que hoy nos ocupan, incluyendo su proyección en las escuelas y en esferas profesionales como la psicoterapia. Al mismo tiempo, sea o no la misma cuestión relativa al género (las divergencias llegan también a la denominación del problema), las reivindicaciones del feminismo de la igualdad han dejado paso a una agenda de combate a macro y micromachismos que, de forma a priori inesperada, integra también asuntos (no tan pugnaces) como la ilegalización de la prostitución o de la gestación subrogada.

Globalismo y multiculturalidad
Globalismo. Imagen 2

Por otro lado, están los temas de confrontación estrictamente cultural relativos a plurinacionalidades, multiculturalidad, inmigración o choque de civilizaciones. Llevan ya más de treinta años sobre el tapete, al menos desde que Charles Taylor escribiera un artículo emblemático que relacionaba las políticas de reconocimiento cultural con el feminismo y con el concepto mismo de liberalismo[8]. Este es un referente indispensable –si no es uno de sus puntos de partida- de lo que ahora se llaman políticas de identidad, que comenzaron con la llamada “discriminación positiva” y parecen haber relevado en la izquierda a las políticas de lucha de clases.

Todo lo cual, por ende, está dando pie en tiempos muy recientes a una confrontación nueva entre el llamado “globalismo” de organiza­cio­nes supranacionales, como la ONU (con sus múltiples agencias y políticas) o la Unión Europea, en un lado, cada vez más decantado ideológicamente, y las reivindicaciones sedicentes de patriotismo y soberanía nacional, en el otro lado; confrontación que se entrecruza con las cuestiones ya mencionadas y que, habiéndole dado la vuelta al debate sobre la globalización (de marcado sello anticapitalista, al comienzo), promete tener un protagonismo importante en las próximas elecciones europeas, de la mano de partidos de derecha nacionalista y extrema.

Naturaleza, clima y animales

Finalmente, no podemos dejar de mencionar las cuestiones relativas al ecologismo, la ética animalista y el cambio climático, las cuales ocupan, a su vez, un lugar relevante en la querella recién mencionada sobre el globalismo.

 

Del pluralismo al populismo

Llama la atención ante semejante listado la heterogeneidad de los debates planteados. Nada tiene que ver, en principio, la homosexualidad con el ecologismo, el aborto o el nacionalismo. Y, sin embargo, el dato inesperado es que tales cuestiones se distribuyen polarmente en un nuevo eje izquierda/derecha, o progresismo/conservadurismo que poco tiene que ver ya con el eje económico-social que representara la alternativa entre comunismo y capitalismo hace 50 años. Dicha heterogeneidad es el caldo de cultivo estratégico del populismo, entendido este, no como una etiqueta de combate o un insulto, sino como estrategia política postmarxista o neomarxista explícita[9], sobre la que forzosamente tendremos que reflexionar más adelante (en otra ocasión de la serie de textos independientes que hoy comenzamos).

a) Unen las cuestiones de índole moral

¿Qué es lo que agavilla y reúne problemáticas y concepciones tan distintas entre sí? ¿Cuál es el motor que alimenta su marcha cada vez más exitosa en la polarización? En un abanico de cuestiones así de variado resulta difícil hallar mínimos denominadores comunes que se apliquen a cada uno de los miembros de la lista. Pero las más de las cuestiones polarizantes, aunque involucren diversos planos, comparecen en la arena pública como cuestiones de índole moral que afectan a la dignidad, la libertad o los derechos fundamentales de las personas; cosa que no es casual, ya que la Declaración Universal de Derechos humanos de 1948 (no tanto, hay que decirlo, sus múltiples y variados desarrollos posteriores) es seguramente el último referente moral ampliamente compartido.

Más que el conflicto de intereses entre grupos sociales distintos u opuestos, como sucedía con las clases sociales en el pensamiento de Marx, estamos ante conflictos de interpretaciones y de concepciones últimas que no cabe resolver por vía negociada o “partiendo la diferencia”[10], mucho menos cuando no existe al respecto consenso ni filosófico ni científico, o este solo es un reflejo o imposición de la ideología dominante. Tras la extraordinaria movilización feminista del 8 de marzo de 2018, pudo contemplarse en centros educativos la formulación cuasi-religiosa de un nuevo credo humanista, una causa que trasciende la propia vida, lanzada hacia el futuro como una esperanza secular anticipada por profetas (o profetisas) y mártires, atractiva para las nuevas generaciones, anunciando un futuro libre de dominación y violencia y llenando el vacío que en los corazones humanos ha dejado la muerte de Dios.

b) Todo se convierte en cuestión política

Una segunda característica formal que comparten la mayor parte de las concepciones que están detrás de nuestros conflictos normativos es que, surgidas casi todas ellas después del 68, hablan la “lengua política” como su lengua nativa, cuya sintaxis dominan a la perfección. Es decir, que las concepciones en lucha participan de la pretensión de asignar a la política el lugar central de la vida social, o la tesis de que, en el fondo, “todo es política”, común tanto al fascismo como al comunismo o a la revuelta hyppie-maoísta de mayo del 68. Es, pues, un rasgo propio del que Arendt ha bautizado como el siglo del totalitarismo:

El surgimiento del totalitarismo, su presunción de haber subordinado toadas las esferas de la vida a las demandas de la política y su reiterada ignorancia de los derechos civiles, sobre todo de los de la privacidad y del derecho a liberarse de la política, nos hace dudar no sólo de la coincidencia de la política y la libertad, sino incluso de su compatibilidad misma… porque hemos visto que la libertad desaparecía cuando las llamadas consideraciones políticas se imponían a todo lo demás.[11]

b.1. La guerra cultural

Y esta superioridad de lo político es algo que asume también, aunque no lo diga, la parte conservadora de la confrontación, por más que la enmascare bajo la etiqueta de la guerra cultural, que es el formato que se está imponiendo para la polarización. Y es que los conflictos de interpretación mencionados tienen tan alta carga simbólica que su campo de combate ordinario o habitual es precisamente el lenguaje, la cultura, la consigna ideológica. Pues, tras la caída del muro de Berlín, la lucha social y política se ha desplazado desde el plano económico a las cuestiones culturales y simbólicas[12] que adquieren relevancia identitaria …y hasta dimensiones de catástrofe, si pensamos en las limpiezas étnicas que estallaron y camparon a sus anchas, en los años 90, en África, Europa y Asia.

En las posturas de izquierdas la guerra cultural supera a la lucha de clases

En el marxismo clásico, el papel que jugaba la cultura no era secundario, pero sí derivado, subordinado a la lucha de clases sociales definidas por el lugar de los agentes en la estructura productiva. En la guerra cultural, en cambio, la izquierda no tiene ningún problema en tener portavoces de clases adineradas, con tal que acumulen otras condiciones identitarias que se ven oprimidas, como la transexualidad[13]. Aunque se venda otra cosa cuando toca poner en liza el discurso obrerista, el origen socioeconómico no desempeña ya la instancia decisiva.

Con anterioridad a ello tuvieron lugar, en el siglo XX, diversas reinterpretaciones del pensamiento de Marx (Lukacs, la Escuela de Frankfurt, Bloch), sobre todo la de Antonio Gramsci, que pusieron el acento en el lugar de la “conciencia”, las ideas y la lucha por la hegemonía cultural. Una lucha que, en el último cuarto del siglo[14], las diversas izquierdas vienen ganando por goleada, ante la incomparecencia del adversario, en los medios y en las universidades. He aquí el expresivo título de un libro de 2016: Por qué los liberales[15] vencen las guerras culturales (incluso cuando pierden las elecciones)[16].

b.2. La deconstrucción de la antropología cristiana

Según James Davison Hunter, “la guerra cultural americana”[17] comienza con la famosa sentencia Roe vs. Wade de 1972 del Tribunal Supremo que, al cumplirse sus 50 años, ha sido anulada por ese mismo tribunal, devolviendo sus competencias legislativas a los Estados. ¿Por qué hablar a este respecto de “cultura”? Sin duda, este es un término excesivamente flexible y tan sonoro como impreciso[18]. Mas su aplicación al caso depende de dos factores que se interrelacionan, uno de ámbito global y otro más local. El global es que el aborto simboliza la concepción cristiana del hombre y de la vida de la que diversas facies del progresismo de las últimas décadas ansían despedirse.

Tienda de armas en Georgia (Estados Unidos). Imagen 3

Vienen a continuación las cuestiones bioéticas asociadas[19] (la posición cristiana respecto de las cuales parece equipararse a la condena de Galileo); la interpretación del cuerpo, el sexo y la familia; el lugar del ser humano en la naturaleza; y en general la impugnación de la cultura occidental[20]. Si la modernidad o el iluminismo siempre consistieron en crítica de la tradición, en esta etapa concreta la crítica socio-político adopta la forma de una deconstrucción de la antropología cristiana.

Defensa de posturas contradictorias en relación con la vida humana

Por otra parte, el factor local de la disputa radica en el hecho de que el aborto en USA sea como el centro y emblema de otros valores representativos del modo de vida (más rural y comunitario, menos cosmopolita) de los Estados sureños[21], derrotados en la Guerra de Secesión, en los que siempre se impone rotundamente el candidato presidencial del Partido Republicano que, junto a las restricciones en esta materia, suele defender la pena de muerte y el derecho a la posesión privada de armas. Hasta hace unos 10 años, antes de la eclosión del populismo también por la derecha, hubiera resultado difícil de imaginar un europeo prolife que también defendiera alguna de estas dos causas, las armas o la pena de muerte; hoy ya las aguas se están moviendo muy deprisa.

c) La movilización de las emociones

Una tercera característica formal de nuestra polarización político-cultural es la movilización de las emociones, más fáciles de manipular que los argumentos. No es este un fenómeno exclusivo o definitorio por sí mismo de la actual confrontación, pues siempre ha desempeñado un rol fundamental en la retórica política:

todas las ideologías o doctrinas despliegan un régimen afectivo y movilizan emociones concretas, invistiendo de cualidades afectivas a conceptos o significados particulares… el empleo de las emociones es parte sustancial de la estrategia comunicativa de cualquier partido político en las democracias de audiencia contemporáneas.[22]

Lo que hoy nos sorprende es el modo en que las emociones políticas (y especialmente el resentimiento) se expanden como un gas, sobre todo en internet y las redes sociales, que afianza la tendencia divisoria a la polarización y la simplificación de las disputas[23]. Al respecto el psiquiatra británico Theodore Dalrymple hablaba de un “sentimentalismo tóxico”, el culto político a las emociones como un factor socialmente corrosivo, fuente de una democracia cada vez más sentimental[24]. Cabe añadir, en idéntico sentido, que en las guerras culturales opera el mismo “factor futbolístico” que en las guerras-guerras (no metafóricas) nos lleva a identificarnos con un colectivo, el cual se afirma a su vez mediante la oposición en blanco y negro a otro que se demoniza hasta ver a sus miembros únicamente como partes del colectivo rival, con quienes dejan de regir los imperativos derivados de la común humanidad[25].

d) Silenciar al adversario

Hay, en mi opinión, una cuarta característica que, hoy por hoy, caracteriza únicamente –acaso por su preponderancia mediática- a la llamada izquierda woke (no a sus rivales, afortunadamente y de momento). Desde el punto de vista de la democracia liberal y sus principios, debiera hacer saltar todas las alarmas. Es la pretensión de silenciar al adversario, de cuestionar, supuestamente en nombre de los ofendidos, su derecho a acceder a la arena pública en condiciones de igualdad. Se empieza combatiendo la posibilidad de costear con medios públicos determinadas tesis singularmente sensibles. A continuación o al mismo tiempo, se impide, por vía de hecho, el acceso igualitario a espacios universitarios –nótese la paradoja- a representantes del bando rival. Finalmente se criminalizan como delito de odio opiniones del adversario, como si fueran pronazis o proterroristas[26].

Me niego a usar entre nosotros una categoría americana, la de cultura de cancelación[27], que, en estos pagos, encubre la naturaleza real del fenómeno: se trata pura y simplemente de censura, de restricción ilegítima de la libertad de expresión, de monopolizar el uso de los fondos públicos con las mismas excusas que exhibía nuestro régimen político anterior: las razones morales y el honor de los vencedores de la guerra (cultural, en este caso).

 

Reflexión final

Urge la reflexión sobre tales cuestiones, sin las cuales –ya lo hemos apuntado- no se pueden entender ni el fenómeno plural e inquietante del populismo ni el deterioro de los consensos constitucionales. Convendría que fuera una reflexión compartida, polémica, polar; y además, racional. Me propongo traer a colación en otras ocasiones a maestros del pensamiento del siglo XX, como Berlin, MacIntyre, Rawls o Habermas, no para solazarnos en modo erudito con sus ideas, sino para indagar si nos ayudan a entender mejor una situación que se nos antoja compleja y amenazante.

 

Polarización social fruto del pluralismo actual
Polarización social. Imagen 4

 

Para ver el artículo de fondo anterior, obra del mismo autor.

 

NOTAS

[1] M. Eberstadt (2020 [2019]), Gritos primigenios. Cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad, Rialp, p. 13

[2] M. A. Quintana Paz (2021), Por qué debemos librar la batalla cultural, en A. Domingo y I. Catela (eds.), ¿Librar la batalla cultural?, ediciones del CEU (pp. 91-105), pp. 127-143.

[3] Pew Research Center (2023), Political Polarization: Americans’ Dismal Views of the Nation’s Politics. Report September 19, 2023. https://www.pewresearch.org/politics/2023/09/19/americans-dismal-views-of-the-nations-politics/

[4] Almagro, M. (2023). Political polarization: Radicalism and immune beliefs. Philosophy & Social Criticism49(3), 309-331.

[5] El término se acuña en Norteamérica en 1920, según Berger, en P.L. Berger (ed.) (19992), Los límites de la cohesión social: conflicto y mediación en las sociedades pluralistas (Informe de la Fundación Bertelsmann al Club de Roma), Galaxia Gutenberg, p. 521.

[6] W. Weidenfeld, prólogo a Berger, 1999, pp. 8-10.

[7] Cortina, A. (2011). Ciudadanía democrática: ética, política y religión. XIX Conferencias Aranguren. Isegoría, (44), 13–55, esp. , p. 47 https://doi.org/10.3989/isegoria.2011.i44.718

[8] Ampliamente comentado ya en C. Taylor (1993), El multiculturalismo y la política del reconocimiento, FCE.

[9] E. Laclau, (2005). La razón populista, FCE.

[10] Cortina, 2011, p. 40.

[11] H. Arendt (1996), Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios de reflexión política, Península, p. 161.

[12] M. Abélès, (1997). Political anthropology: new challenges, new aims. International Social Science Journal49(153), 319-332.

[13] Pienso en la joven portavoz de igualdad del movimiento político Sumar, que se dice Elisabeth Duval, educada en la Sorbona y capaz de leer en inglés, a los 20 años, con toda naturalidad las intrincadas novelas de Iris Murdoch. Algo que, además de formación, denota recursos económicos.

[14] “quizá el periodo más siniestro de oscurecimiento de la cultura occidental en muchos siglos”, según el historiador F. García de Cortázar (2021). Batalla cultural. En Domingo y Catela (eds.), (pp. 91-105), p. 100.

[15] Aunque su sentido no sea exactamente el mismo, el alcance del término “liberales” en USA viene a ser parecido al que tiene “progresistas” en Europa.

[16] S. Prothero (2016). Why Liberals Win the Culture Wars (Even When They Lose Elections): A History of the Religious Battles That Define America from Jefferson’s Heresies to Gay Marriage Today,  HarperOne.

[17] Véase el artículo homónimo en Berger, 1999, pp. 23-74. Y James Davison Hunter Interviewed by Le Figaro (2022, 30/09 o 10/10).

[18] J.V. Bonet-Sánchez (2006). Forum – Il multiculturalismo politico, Annuario di Etica. Universalismo ed etica pubblica (2006/3): 137-145; y La identidad cultural: nota metafísicas, https://proyectoscio.ucv.es/articulos-filosoficos/identidad-cultural-notas-metafisicas/

[19] D. Callahan (2005). Bioethics and the Culture Wars, Cambridge Quarterly of Healthcare Ethics 14 (4):424-431.

[20] Sirva como ejemplo de casi todo ello P. Singer & H. Kuhse (2003), Desacralizar la vida humana, Cátedra.

[21] Una brillante muestra de la contraposición de ambas, cerca del final de El príncipe de las mareas (dir. B. Streisand, 1991), cuando el protagonista (Nick Nolte) amenaza con lanzar al vacío un stradivarius de un millón de dólares precisamente porque su propietario (y rival) se ha burlado de la cultura sureña, por cierto que en el mismo modo en que aquí nos burlábamos décadas atrás de “los pueblerinos”.

[22] M. Arias Maldonado (2022), Las emociones del populismo, Revista de la Universidad de México (10): 66-71, p. 67.

[23] J. Prinz (2021). Emotion and Political Polarization. En A. Falcato (ed.), The politics of emotional shockwaves, pp. 1-25; D. Barrett (2022). Political Polarization and Social Media. philosophical topics50(2): 85-104.

[24] Manuel Arias Maldonado (2016), La democracia sentimental. Editorial Página Indómita. Siguiendo a Th. Dalrymple (2011), Spoilt Rotten: The toxic cult of sentimentality.

[25] E. Tugendhat (2008), Un judío en Alemania, Gedisa, p. 122.

[26] Un hito notorio a este respecto lo representa la resolución del Parlamento de Estrasburgo sobre homofobia aprobada el 18 de enero del 2006, que denuncié ese mismo año y por los motivos aquí comentados (J.V. Bonet Sánchez, (2009). Identidad cultural, conflictos normativos y familia. Scio, (5): 39-76).

[27] M. Gordon (2022). Education in a Cultural War Era: Thinking Philosophically about the Practice of Cancelling, Routledge.

About the author

(Infografía)
José Vicente Bonet
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Actualmente preside la Sociedad de filósofos cristianos (SOFIC) y trabaja en el Instituto universitario de investigación en filosofía Edith Stein de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir

josev.bonet@gmail.com

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