Los hijos de Erice a la intemperie

 

Cerrar los ojos y La mirada del adiós

Rodaje de la última película de Victor Erice
Rodaje de «Cerrar los ojos», de V. Erice. Imagen 1

Nunca acudo al cine el día del estreno, pero con Cerrar los ojos hice una excepción, entre casual y oportuna, en una sala de pueblo bastante más poblada que la que aparece al final de la película. Aún no había salido a la calle cuando supe que acabaría intentando esta columna, algo también inhabitual en mí. Y la he dejado dormir tres meses largos para escribir cuando ya no son las imágenes lo que queda en la retina, sino el sabor, el regusto, eso que ahora llamamos, a tiempo y a destiempo, la memoria; justo el espacio en que se mueve la cinta.

Memoria, ausencia y cine, son quizá los conceptos que, de forma justificada, más han destacado los comentaristas[1]. Los tres vértices se suceden y relevan en una galería de espejos. Asistimos a una película dentro de otra que nunca se concluyó, La mirada del adiós, dirigida por un tal Miguel Garay (Manolo Solo), que solo alcanzó a rodar dos escenas, la inicial y la final, que son también prácticamente las respectivas de Cerrar los ojos, el largometraje completo que visionamos, cuya escena final cierra a un tiempo los ojos del protagonista ausente y el film que el espectador contempla.

 

La vida -y la película- como relato de una búsqueda

Entre medio de ambas escenas discurren la peli y, en cierto modo, la vida de todos nosotros, si, como decía cierto filósofo[2], la concebimos, como el relato de una búsqueda. Como si la vida del propio director de Cerrar (Erice), cuando la juventud le fue dejando de lado, hubiera transcurrido entera intentando concluir un film más y de un formato grande que, según algunos críticos, le acaba traicionando. O como si la vida humana, tanto la del espectador como la de los profesionales del screen, transcurriera, como en la mentira piadosa de Aute, entre cine y cine, entre representación y representación, hasta cerrar los ojos con hastío; ora con la memoria viva y fiel, ora sin ella.

La mirada quedó inconclusa, almacenada en un sótano, por la fuga de su protagonista, un José Coronado (detective ignoto, actor Julio Arenas) de feos pies ‑como casi todos-, que se come la pantalla y al espectador. A pesar de que en la película actual, Cerrar, solo figure técnicamente como secundario, resulta ser su protagonista in absentia.

En la primera escena de ambos films, Arenas es un personaje detectivesco o rastreador en busca de una niña; en el desenlace y la trama central de Cerrar es el objeto mismo del deseo radical, el tesoro perdido (una persona, no un cofre) que andábamos buscando desde el minuto uno de la proyección; una joya irrecuperable au fond, que acaba siendo encontrada más o menos -solo más o menos- por su propia hija, encarnada por Ana Torrent, por su amigo Garay y por una periodista sorprendentemente honesta.

 

El poder evocador del cine

Victor Erice con Ana Torrent
Victor Erice con Ana Torrent durante el rodaje. Imagen 2

Echado de menos durante tanto tiempo, el cine de Erice, que comenzó con la niña Ana en la misma sala de cine viejuno y popular, concluye 50 años después (y autorreferencialmente[3]) con la misma actriz, ya crecida, melancólica, tristona, marcado su personaje (Ana, sic) por la desaparición de un padre de cuyo amor ella nunca pudo estar segura. Con tales ingredientes, es difícil dudar del poder evocador del cine, cuando el propio espectador se ve llevado inopinadamente a revivir en su mente, décadas más tarde, hasta los encuadres no menos impecables de El sur, la segunda película de Erice.

Y sí, puesto que todo relato es ficción, es posible que podamos relatar cómo éramos, cómo somos, cómo querríamos ser echando mano del amplio arsenal de escenas y filmes que cada quien lleva ya dentro. Sobre todo Max, el montador que guarda y conserva, ordenados en tapas metálicas voluminosas, los rollos clásicos de celuloide cuyo canto del cisne se funde con la escena final de ambos films, La mirada y Cerrar. Miguel, Max y, sobre todo, Ana, son los tres mayores perjudicados por el poder corrosivo de la ausencia, un poder que el ausente, perdido en sí mismo, suele ignorar y del que, por consiguiente, nunca se arrepiente.

 

La memoria, la identidad y de las cosas que se quedaron por el camino

Inadvertida por los espectadores, la principal querella filosófica enfrenta a la teoría de la identidad personal de Locke, que descansa sobre la memoria, el recuerdo de quién fui y quién soy ahora, y la teoría más corporal o “personalista” (así se llama técnicamente) de Sor Consuelo, la bienintencionada monja que prefiere sabiamente no hacerse cuestión del pasado y atender a la persona en su cuerpo concreto, al margen de cuál sea su historia y cuáles los errores de los que huye[4]. Pero ese no creo que sea el tema más impactante de Cerrar.

Dice Michel Gaztambide, coguionista de la cinta (con el propio Erice), que en ella se trata “de la memoria, la identidad y de las cosas que se quedaron por el camino”[5]. Cosas tales como los amigos, los hijos, las parejas, acaso los asuntos de textura antropológica más densa: nuestros amores, las relaciones sociales y familiares básicas que el llamado personalismo fílmico ha resaltado, en relación con el cine clásico de Hollywood[6], pero que también podemos perseguir en películas sofisticadas sobre inteligencia artificial como Blade Runner 2049[7].

Todos tenemos, o tuvimos, amigos y todos somos hijos de alguien. Todos quisimos o queremos amar a una persona en particular. El problema primordial de la vida no es el relato, sino el modo en que hijos, amigos y amores se quedaron por el camino, dejándonos -y dejando a los protagonistas- a la deriva, al sereno, náufragos de quienes tampoco cabe decir, en una suerte de delirio existencialista, que estén absolutamente solos.  

 

De amigos, padres e hijos

José Coronado recibió el Goya al Mejor Actor de Reparto por «Cerrar los ojos». Imagen 3

La amistad, como hábito aprendido y arraigado -como el de montar en bicicleta-, se refleja en una escena bella y austera, casi desapercibida, en la que Julio, más allá de la conciencia del bien, del mal o de sí mismo, compone con Miguel los nudos de pescador que aprendieron juntos en su larga mili marinera. Miguel Garay ha sido amigo leal, de los que nunca se olvidan; de Max, de Julio, de la novia que ambos más o menos compartieron y de Ana, la única hija de aquel y quien más contenta está de su propio hijo, que -acaso por ello- no sale en escena, pero “me gustaría que lo conocieras», le dice a Miguel. Tuvo este un hijo que perdió siendo joven en circunstancias tan trágicas que ni él mismo ni Max se atreven a evocar de otra forma que con un silencio espeso y reiterado.

Así que Cerrar los ojos es también una película que habla en el trasfondo de padres e hijos, de hijos únicos cuyos padres no siempre los desconocen, pero que apenas llegan a coincidir con ellos, físicamente y a la vista del espectador, debido a la precariedad de sus propias existencias.

 

Los hijos de Erice

En las escenas previas al desenlace (cuando la periodista de TV reenvía a Miguel el mensaje de una monja que asegura saber dónde se oculta el actor desaparecido), entendemos concretamente el motivo económico por el que a Miguel ha aceptado hurgar en el pasado: vive literalmente a la intemperie, sin asidero ni arrimo[8] ni casa merecedora de tal nombre, en un solar periférico donde ha venido a dar, en una relación que desborda con mucho la buena vecindad, con un señor mayor y una pareja agitanada que espera un niño; y con un perro, y con las tomateras y escasos sembrados que han logrado levantar para consumo propio. Sin cañerías, pero con acceso a la Red, en lo que quizás sea un guiño solidario de Erice a compañeros de profesión que malviven como pueden. Un solar que pronto va a ser edificado, lo que presumiblemente pondrá fin a la atractiva comunidad que hasta ese momento compartían, sin calendario ni obligaciones, los usuarios del solar.

La noche que presentimos de despedida cenan juntos y bien, con alcohol y una guitarra que empuja a Miguel (porque en realidad Manolo Solo toca en un grupo musical) a arrancarse con el tema de Río Bravo, “My rifle, my ponie and me”. Típico momento que a algunos críticos les sobra y que a otros espectadores menos finos, como yo mismo, nos parece una muestra cenital y encantadora de amistad: la nueva o la vieja, incluso con una memoria reciente; a la intemperie, sí, pero portando en el vientre la esperanza más sólida del film: una niña que posiblemente nacerá sin casa, pero en medio de una pareja que se quiere, que disfruta de los amigos y está dispuesta a tirar “p’alante” sea como sea. No es poco para los hijos de Erice.

Cartel de "Cerrar los ojos", de V. Erice
Cartel oficial de la película. Imagen 4

 

NOTA DEL EDITOR

A petición del autor, se incluyen a continuación los premios obtenidos por el film de Victor Erice:

 

 

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NOTAS

[1] Sirva de buen ejemplo Luis Martínez, Cerrar los ojos: volver a mirar detrás de los ojos, El Mundo, 28/09/2023, https://www.elmundo.es/cultura/cine/2023/09/28/6514a943e85ece2f398b4581.html 

[2] A. MacIntyre (1987), Tras la virtud (trad. A. Valcárcel), ed. Crítica.

[3] Juan Ramón Gabriel, crítico de cine de la revista Encadenados, se me quejaba, en confidencia que ahora mismo estoy traicionando, de la autorreferencialidad del film. Sin duda el mismo personaje de la Torrent es parte de ello. Pero, si soy sincero, donde a mí me sedujo para siempre fue en Cría cuervos. Bienvenida, pues, en cualquier ocasión, aunque sea para comprobar que también aquella niña se ha hecho mayor.

[4] Ante tal amnesia, benevolente y deliberada, uno se siente tentado a dar las gracias a Erice por no ceder al anticlericalismo ambiental, por más que sí que ceda antes, de manera facilona e innecesaria (y olvidando que, según él, se trataba de cine), a la identificación de Le Roi Triste con el Juan Carlos del “me he equivocado, no lo volveré a hacer más”.

[5] Entrevista con Javier Yuste en El Español, 21.12.2023

[6] Simpatizo con el “personalismo fílmico” que vienen defendiendo, junto a J. Sanmartín Esplugues, Peris-Cancio, J.-A., & Marco Perles, G. (2022). Desde la antropología cinematográfica de Julián Marías y la comedia de lo ordinario de Stanley Cavell hasta el personalismo fílmico de McCarey, Capra… En A. Esteve Martín, Claves para la alianza entre filosofía y cine. La superación del escepticismo en la pantalla, la antropología cinematográfica y el personalismo fílmico (p. 19-48), Dykinson.

[7] Cuando se testa la humanidad de alguien, son bien significativas las preguntas y respuestas del “test de interconexión”: “-¿Qué se siente al tomar la mano de otro ser humano? -Interconectado (interlinked). – ¿Sueña(s) con estar interconectado?… ¿Cómo se siente al sostener a su hijo en brazos?”. Temas que aparecen en otros momentos: “usted no tiene hijos” (sobre el min. 95); “mis mejores recuerdos son de ella (hers)” (min. 109); o “algunas veces el amor implica convertirte en un extraño” (min. 76).

[8] Tomo, sin recato, tales expresiones clásicas de la traducción aún inédita de M. Heidegger, Ser y tiempo, del profesor Manuel Jiménez Redondo; concretamente de su #40 (dedicado a la Angst, la angustia).

About the author

(Infografía)
José Vicente Bonet
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Actualmente preside la Sociedad de filósofos cristianos (SOFIC) y trabaja en el Instituto universitario de investigación en filosofía Edith Stein de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir

josev.bonet@gmail.com

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