Análisis crítico de El crepúsculo de la metafísica (Conill, J., 1988).

Alfredo Esteve, Profesor de la UCV «San Vicente Mártir».

El crepusculo de la metafisica. Conill.FICHA TÉCNICA

Comentario de El crepúsculo de la metafísica (Conill, J., 1988).

En el diccionario de la RAE el término ‘crepúsculo’ posee dos acepciones. Una tiene que ver con la fase declinante, que anuncia el final de algo. Quizá sea ésta la acepción más extendida. Pero el diccionario nos ofrece una segunda, que si también hace referencia al final del día, al anochecer, considera a su vez el proceso opuesto, el amanecer; el crepúsculo no es sólo el período desde que se pone el Sol hasta que cae la noche, sino también la fase de claridad generada desde que raya el día hasta que el astro rey asoma por el horizonte. Esta segunda acepción nos permite interpretar este término de un modo totalmente opuesto al primero: si por un lado tiene que ver con los últimos momentos de algo cercanos a su fin, por el otro con aquellos que anuncian su aparición y crecimiento. ¿En qué sentido cabe interpretar el título de esta obra de Jesús Conill?

El autor es consciente —de hecho, así comienza en el prólogo— de que nos encontramos en una época en la que efectivamente «no parece ser la metafísica el tema de nuestro tiempo»; y no sólo eso: «ni siquiera uno de los temas de nuestro tiempo». En efecto, en no pocos ámbitos del pensamiento filosófico contemporáneo la metafísica no se erige en un lugar privilegiado de reflexión. Pudiera parecer, pues, que el autor se refiriera a la metafísica según la primera acepción: a su fase declinante, cercana a su extinción. Pero a mi modo de ver nada más alejado de la realidad, porque a pesar de ello «el presente libro nace de la convicción de que la muerte de la metafísica es aparente». O sea, que no hay tal muerte, que a pesar de lo que podamos observar en aquellas líneas de pensamiento que creen someter la metafísica a una crítica implacable, no es así. Y no sólo no es así, sino que en sus mismos planteamientos se pueden encontrar rasgos precisamente… metafísicos.

De hecho, ése va a ser el hilo conductor del libro: exponer las grandes críticas contemporáneas al pensamiento metafísico para, después de su análisis, identificar sus puntos débiles y mostrarnos diversas líneas de superación. Se erige así en una obra de relevante interés ya que, fiel a su propio objetivo, expone sistemática y elaboradamente las corrientes más importantes del pensamiento del siglo XX, para posteriormente realizar una crítica debidamente fundamentada y argumentada.

La intención del autor no es ni mucho menos restablecer una metafísica ajena a los problemas planteados por tales críticas. No es eso. Tampoco se trata —como éstas pretenden— de prescindir de ella. De lo que se trata es de considerar todos estos enfoques para, recogiendo la metafísica tradicional, someterla a un proceso de purificación, un proceso de acrisolamiento o de transformación inevitable si efectivamente se quiere dar respuesta a los nuevos interrogantes de nuestra época.

No hay duda de que la metafísica es un saber costoso y complicado, de difícil cabida en una sociedad pragmática y egocéntrica como la nuestra. Pero una cosa es que sea difícil y otra imposible. ¿Es imposible un saber metafísico? ¿Es desacertado siquiera plantearse esta pregunta? La respuesta que se le dé a esta cuestión marcará inevitablemente el decurso del conocimiento y por qué no, también de nuestro comportamiento y experiencias; en definitiva, de nuestra sociedad. No es casualidad que éstos sean los dos grandes ámbitos en los que ubicar este trabajo: el de un marco racional desde el cual analizar si es posible (o no) una revitalización transformadora de la metafísica; y el de cómo se encuentra el ser humano en el mundo desde el análisis de sus experiencias en el sentido más profundo, profundidad que se sitúa más allá de lo meramente racional (tanto especulativo como metodológico).

Estos dos ámbitos se encuentran íntimamente vinculados. El anhelo de toda persona es dar sentido a su vida, dar razón de lo que le acontece, de saber a qué atenerse, de orientarse en suma. No basta con un desenvolverse más o menos espontáneo, no basta con saber manejar pragmáticamente los hilos de nuestra sociedad para llevar una vida más o menos acomodada. No es infrecuente que la vida nos interpele solicitándonos algo más, pues «quien vive la trágica experiencia del límite abismal precisa extraer sentido del saber estar en la realidad y no sólo ‘saber vivir’». Si bien es habitual en nuestra sociedad contemporánea conformarse con un ‘saber vivir’ o incluso con un ‘poder vivir’, no es menos cierto que frecuentemente es preciso dar un paso más para trascender esa perspectiva en la búsqueda de sentido. Pues bien, ése y no otro es el origen de la metafísica para nuestro autor, a saber: hacerse con un cuadro de coordenadas desde el cual encontrar sentido en la vida y, como consecuencia, adquirir una orientación desde la libertad y desde lo que es considerado una vida buena.

Como sabemos, la metafísica ontológica tradicional ha sido complementada (criticada) por el pensamiento kantiano y su filosofía trascendental. Pero el caso es que se echa de menos en Kant una exposición sistemática de todo ese ámbito de ‘lo’ trascendental; el filósofo alemán se centró en las estructuras aprióricas del sujeto sin ofrecer una reflexión rigurosa que atendiera a lo allende, tarea que quedó pendiente para la filosofía posterior. Por su parte (y tal y como esta filosofía puso de manifiesto) también los a priori kantianos estaban llamados a ser revisados. No había duda de que el ser humano se enfrentaba a la realidad con algo previo, con unas estructuras previas; otra cosa es que esos a priori fueran propiedad de una razón pura. Se abrían así dos vías de reflexión muy interesantes: la relacionada con la vinculación primaria y radical del ser humano con la realidad y la relacionada con el fenómeno del lenguaje.

Kant no llegó a hacerse cuestión de la procedencia o de la existencia de estos a priori, vía que siguió Nietzsche para criticar la propia crítica kantiana; una crítica más radical, realizada desde otra clave. Si somos capaces de superar esa fe en el orden de la razón para sumergirnos en lo problemático de la existencia, nos encontramos con perspectivas diferentes que hacen preciso establecer un nuevo cuadro de coordenadas. Un cuadro de coordenadas que ofrezca sentido ante esa difícil aventura que es la experiencia vital, la experiencia de una vida que se encuentra en continuo movimiento; y que nos abre a plantearnos cuestiones tan espinosas como la del devenir, la del riesgo o la del sufrimiento «sin recurrir a ningún apoyo».

La crítica nietzscheana fue indudablemente acertada; pero el problema es que Nietzsche no propuso una alternativa seria y sistemática al nuevo orden que pretendía haber establecido. Si bien criticaba ese pseudo-mundo creado a partir de la razón lógica y el lenguaje gramatical por entender que nos alejaba del ‘verdadero mundo’, de la ‘verdadera vida’, no ofreció una solución adecuada para emprender dicha tarea. Sí, hay «una especie de ‘razón estética’, intuitiva», superior a la razón lógico-científica y que supone «una nueva forma de existencia, que haga resonar ‘la voz del cuerpo sano’, la que ‘habla del sentido de la tierra’»; pero… ¿cómo ejercerla? Sí, esta experiencia radical nos permite un modo de relación más profundo con la realidad a la vez que revela el riesgo de que el lenguaje se convierta en un ‘tirano conceptual’, pero luego… ¿qué?

Nietzsche calla. Y deja expeditos los caminos. Caminos que han recorrido pensadores contemporáneos con una suerte diversa. Hubo quienes vieron en las dificultades intrínsecas al lenguaje una puerta fácil para renunciar a planteamientos metafísicos, centrándose en el hecho lingüístico como un fin en sí mismo y entrando en una circularidad de difícil credibilidad; y hubo quienes, ante el abismo de la experiencia radical humana, prefirieron mantenerse en una renuncia buscando explicación de su existencia en elementos secundarios.

¿Se puede llegar desde la filosofía analítico-lingüística, de origen neopositivista, a algún tipo de planteamiento metafísico? Habrá que preguntárselo a Apel, por ejemplo. ¿Se puede desde el estudio fisiológico radical llegar asimismo a la metafísica? Podríamos preguntárselo a Zubiri. Y es que, si estos autores logran extraer consecuencias metafísicas de tales ámbitos específicos, ¿no será que ya se encontraban implícitas en ellos de alguna manera? En el mapa de las grandes corrientes de pensamiento que el profesor Conill nos dibuja (neopositivismo, análisis lingüístico, racionalismo crítico, materialismo marxista, crítica genealógica, la propia hermenéutica,…), se pueden extraer efectivamente reminiscencias metafísicas incluso en los pensamientos de marcado cariz antimetafísico, reminiscencias que lógicamente no fueron tratadas así por sus mismos autores. Pero eso fue lo que sí vieron otros. Así por ejemplo Ricoeur en el ámbito de la hermenéutica, u Ortega en el de la existencia vital, o Zubiri en el de la realidad, o Apel en el de la filosofía analítico-lingüística con su semiótica trascendental, entre otros.

No es éste un tema baladí. Aunque se levanten no pocas voces en contra, con Conill podemos afirmar que la sociedad actual vive pendiente de una especie de utopía postmetafísica, como si fuera prescindible e incluso recomendable una vida ajena a este tipo de reflexión. ¿Lo es? Que sea la respuesta más extendida no implica que sea la mejor, sobre todo porque a menudo no es consecuencia de un planteamiento serio a la que se llegue tras un proceso deliberativo riguroso, sino a lo sumo de una ausencia de tal planteamiento producto de una vida empastada en lo pragmático.

Y este desenlace no es inofensivo. ¿Corresponde a la realidad humana una forma de vida ausente de metafísica? Como nos explica el autor, el reflejo social de esta postura se percibe sobre todo en cierto conformismo patológico que raya con el cinismo, acompañado cómo no por un pragmatismo alienante, «expresión del profundo descontento ante la realidad, pero igualmente de la vaciedad nihilista y la impotencia en que estamos sumidos». Y ello no es gratuito para el hombre contemporáneo sino que repercute costosamente en su vida, provocando una ruptura entre una vida pública socialmente correcta y una vida privada abandonada a sí misma, una forma de vida bipolar integrada por «el positivismo o ciencismo-tecnicismo sin razón práctica y el existencialismo irracional en la vida privada», huyendo del compromiso y responsabilidad individuales hacia planteamientos estructuralistas, «donde hasta las convicciones no son más que prisiones».

¿Qué nos cabe esperar, a dónde nos conduce esta dinámica?

«En realidad, se está promoviendo el abandono de la responsabilidad solidaria y del compromiso vital, las actitudes egoístas —calculadoras— e ilimitadamente pragmáticas, desde donde todo puede ser instrumentalizado legítimamente, con tal de atenerse a ciertas reglas contextuales y al juego de las ‘voluntades de poder’».

Quizá sea necesario dar un paso más allá; porque si se quieren pensar las cosas con profundidad ¿nos podemos quedar en los aspectos inmanentes de la razón, tales como la cultura o el lenguaje? A lo mejor no. A lo mejor «hace falta trascender esos ‘cánones’ culturales (aunque sin perderlos de vista)»; a lo mejor «no es suficiente el consenso para definir lo que es la razón (…)». ¿Qué sería preciso, entonces? No hay duda: «la filosofía que, determinada culturalmente, prosigue la reflexión y argumentación en busca de lo normativo, lo verdadero, lo correcto, lo racional (…)», esto es, la metafísica.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir".
Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990), "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013), Bancarrota moral (Sello, 2015) y "Técnica y Ser humano" (Centro Lombardo, México, 2017).

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