Acotaciones políticamente incorrectas sobre la libertad
La libertad existe
Hoy, cuando cunde la tiranía del relativismo y campa triunfal entre tantos un pujante escepticismo, a menudo se niega por completo la existencia de la libertad humana. Según ello, estamos del todo determinados, ya sea física, biológica, material, económica, social o culturalmente. No hay espacio, en fin, en este tiempo, para la libertad. La libertad, se dice, no es otra cosa que un sueño ilusorio sin fundamento, un anacronismo en nuestra cientificista era.
Frente a esta pesimista visión, que reduce lo humano a una mera suma de sus condicionamientos, aquí empezamos por reivindicarla con un sencillo gesto, la formulación de una cuestión que remite a una experiencia directa. Miremos, pues, de acuerdo con esto, cada cual dentro de nuestro interior, examinémonos y preguntémonos: “¿acaso no hay en nosotros, en lo hondo, un anhelo profundo de libertad, un latido de aprecio natural hacia este valor?”.
En el interior de todo ser humano, palpita un anhelo sincero de libertad. La libertad es, así, en efecto, un valor inextinguible, un fuego que nada logra apagar. Esto, por cuanto nuestro ser aspira a ella a pesar de los obstáculos, ataduras y restricciones que sufrimos. Recordemos un célebre testimonio literario de esta vivencia: en cierto momento de sus peripecias, don Quijote hace ante Sancho un elogio inolvidable de la libertad. Este elogio refleja la experiencia de quien conoce muy bien lo importante que resulta este valor precisamente por ser alguien que se ha visto privado de su libertad del movimiento. Y es que esto fue lo que le sucedió al propio autor de la obra, a Cervantes, quien estuvo sometido primero a un durísimo e ingrato cautiverio en Argel en manos de los turcos y, luego, ya en España, a prisión por diferentes cuestiones legales.
Vivir la libertad humana como absoluta resulta auto-destructivo
En el otro extremo de los negadores de la libertad, se sitúan quienes la afirman como si se tratase de una realidad sin restricciones. También abundan, sin duda, en nuestro tiempo, los adoradores de una libertad total y completa, idolatrada cual un fetiche cuya forma no es sino la del libertinaje sin clase alguna de límite. Contra estos, asimismo, se pronuncia esta reflexión, hoy sin duda extemporánea, mas esto quizás precisamente por lo intemporal de una libertad entendida desde la humildad y la verdad.
La libertad humana no es absoluta, sino finita, limitada. No somos libres para absolutamente todo ni somos absolutamente libres respecto de nada. La causa de esto se halla en la antropología, como base previa de la ética. Esto es: en cuanto humanos, tenemos límites. Los tenemos por nuestra propia naturaleza, por nuestra esencia activa o forma de ser concreta. Esos límites nuestros nos definen y definen también nuestra libertad.
Debido a lo precedente, quien pretende vivir como si su libertad careciera de fronteras, de condicionamientos, de un marco concreto que la delimita, termina por oponerse a su propio ser y autodestruirse. Esto lo ilustra muy bien el conocido e instructivo mito clásico de Dédalo y su hijo Ícaro, pues el segundo desoyó el consejo paterno de no volar ni demasiado cerca del mar ni demasiado cerca del sol y, en su afán de volar más y más alto, se aproximó excesivamente al astro que derritió sus alas -de plumas y cera- y lo precipitó así al vacío.
La libertad constituye una conquista cotidiana
En la actualidad, la libertad se proclama con un puro y nudo derecho. Como algo que simplemente se nos debe, que nos corresponde sin más y que todos nos adeudan. Ahora bien, si la libertad constituye en cierto sentido y respecto a determinados aspectos un derecho humano fundamental, también representa a la par un deber. Así es precisamente como la conceptúa el célebre pensador de la alteridad E. Lévinas, entroncando con el origen mismo de lo jurídico en relevantes tradiciones culturales[i]. Pero cuán pocos son los que, ahora, la interpretan de este exigente y a la vez realizador modo. La libertad es una tarea vital[ii], entendiendo este término a la manera en parte de Julián Marías.
Nuestra libertad constituye un tesoro, sin duda; mas, un tesoro que hay que reconquistar diaria y cotidianamente. ¿Por qué? Pues, sin duda, a causa de que podemos crecer en libertad, pero también verla menguar o disminuir. Por esto, conviene no creer que la tenemos garantizada. Un ejemplo de la necesidad de cuidar siempre nuestra libertad civil y política lo ofrece el hecho histórico del advenimiento de los totalitarismos, nazi y soviético, en la Europa del siglo XX.
Amar significa ser libre
Hay muy diferentes tipos o clases de libertad: la física o de movimiento, la psicológica o ausencia de cadenas tales como el miedo o la ignorancia, el libre albedrío o arbitrio en cuanto la capacidad de auto-determinarse y escoger uno u otro curso de acción, la moral o ética, la espiritual o libertad interior, etc. Algunos distinguen entre una libertad positiva y otra negativa; es decir, una libertad respecto a algo, frente a algo (libertad de no ver impedida la asociación, la expresión o el pensamiento, por ejemplo) y una libertad para u orientada a algo (como la libertad para educar, para formar una familia, etc.)[iii].
La libertad ética es fundamentalmente de signo positivo: señala hacia todo lo bueno –aún más, lo excelente y moralmente bello- que realizamos o que estamos llamados a realizar, y no solo indica lo que no debemos cometer. En cualquier caso, a pesar del credo y de la prédica presente del relativismo, ser libres reclama orientarnos hacia los valores, abrazar el bien. No es más libre quien carece de principios, de orientación, de un sentido. Esto, porque la libertad no flota en el vacío, en un espacio sin referencias. Al revés, cuanto más participamos de los valores más libres somos en sentido verdadero y, así, cuanto más amamos más libres somos, aunque amar implique ligarnos, atarnos, vincularnos a otros según un orden adecuado. Por esto, san Vicente de Paúl afirmó:
La mayor libertad está en amar a Dios.
De aquí, asimismo, el famoso aserto de san Agustín:
Ama, y haz lo que quieras (“dilige et quod vis fac”[iv]).
Afirmación que, por otra parte, tan mal se ha interpretado muchas veces.
Por su parte, la libertad interior o espiritual consiste en elegir una actitud interior u otra ante lo que nos sucede, aunque no podamos alterar lo externo. Frankl relata, en El hombre en busca de sentido, que incluso en un campo de exterminio existe este último reducto de la libertad, y cuenta que unos prisioneros reaccionaban de una u otra manera ante los mismos y crudos hechos[v]. Amar es posible, en definitiva, desde esta libertad más radical, aun en medio de la adversidad y de la injusticia.
La libertad no es ausencia de referencias
En nuestra nihilista cultura, se repite “prohibido prohibir”, al modo del mayo del 68, y se reitera esta consigna imponiéndonos el dogmatismo de un vacío total. Ello, como si la falta de orientaciones o límites resultara “liberadora”, o la nada encarnase la esencia misma de nuestra libertad.
Sin embargo, la libertad no se da fuera de unos cauces. La libertad reclama orientarnos hacia los valores, reclama la existencia y la llamada del bien. No es más libre quien carece de principios, de orientación, de un sentido, de una vocación. Porque la libertad no flota en el vacío, en un espacio sin referencias. Por eso, se ha definido a la libertad como
la posibilidad o capacidad de participar en valores (J. M. Méndez[vi]).
De aquí que resulte tan importante salvaguardarla. Incluso hay personas que han entregado su vida a la causa de la libertad. Testimonios de esta lucha por la libertad nos los ofrecen el premio Nobel de literatura Alexander Solzhenitsyn -quien fue recluido en los terroríficos gulags soviéticos junto a otros disidentes políticos-, o el cardenal Van Thuam -encarcelado durante un larguísimo período por el régimen comunista chino a causa de la libertad de conciencia, creencias y religión-.
Libertad para unirnos, no para independizarnos del otro
La libertad humana no se opone a la unidad y a las pautas que la propician, sino que las necesita para verse vivida con fruto. No debemos caer en la falacia de contraponer, como en un dilema de antagonismos, libertad y orden, libertad y normas, libertad y respeto, pues ambos elementos se necesitan mutuamente.
Respetamos, por tanto, las leyes para ser libres todos. De aquí que Kant se refiriera a un límite de la libertad que consiste en respetar la libertad de los otros. He aquí su idea de que mi libertad acaba donde empieza la ajena. Pero, a pesar de este principio moderno y formal, aquí postulamos ir mucho más allá. No solo es que delimite nuestra libertad el respeto del otro, sino que la libertad está al servicio del otro, como nosotros mismos, orientada por nuestro tenor fraterno, tiende naturalmente como a su fin al valor del amor. De manera que tenemos libertad a fin de poder unirnos y trazar lazos con los otros.
Por esto, al cabo, la libertad no consiste en una desnuda autonomía[vii]. El más fértil sentido de nuestra libertad trasciende la mera “autonomía” del darnos a nosotros nuestra propia norma. Así, la libertad humana alcanza su sentido más fecundo cuando desde ella establecemos puentes o relaciones creativas con los otros, cuando nos vinculamos fructuosamente con los demás, cuando engendramos amistad, comunidad, uniones armoniosas, compromisos fértiles y enriquecedores. Por esto, algunos han hablado de la libertad como una llamada a la “creatividad relacional” (A. López Quintás[viii]), como la capacidad actualizada de crear y vivir lazos, alianzas, encuentros.
Responder de la libertad
Tanto el individualismo egoísta como el colectivismo masificador, hoy, se empeñan en empujarnos a desatar cualquier vínculo, a romper toda atadura y a llamar a esa ruptura con el nombre de la libertad. Pese a ello, la otra cara de la libertad se halla siempre en la responsabilidad.
No hay libertad auténtica sin responsabilidad. En la medida en que somos más libres, más debemos responder de nuestras decisiones. A causa de esto, hay quien se ha referido a un cierto miedo a la libertad, como transmite el expresivo título de la obra de Erik Fromm[ix]. Sartre también describió una forma de este temor. Pero ello no debe paralizarnos sino hacernos conscientes de la necesidad de hacer un uso maduro de la libertad.
Formar nuestra libertad
Con frecuencia, se estima que se viene a este mundo ya con la libertad en un estado logrado o acabado. Pero, frente a este tópico, cabe advertir que nuestra libertad requiere verse formada, educada, cultivada de manera adecuada[x]. Nacemos libres –como reza el art. 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos[xi]– en tanto estamos llamados a desarrollar esta facultad nuestra, no porque dispongamos de ella ya al nacer en su máximo o pleno grado.
El trato con ciertas obras de arte puede cooperar de un modo significativo a formar nuestra libertad. Así sucede, por poner una muestra, con una emblemática obra literaria clásica que exalta el valor de la libertad: los célebres y elocuentes discursos de Demóstenes a los griegos contra Filipo (sus Filípicas).
Una película, entre muchas otras, que revela la belleza de la libertad es Braveheart, que versa acerca de la libertad en Escocia; en ella, Mel Gibson dirige una alocución llena de emoción a un grupo de personas -que han de enfrentarse a un ejército mucho mayor- en la que sus vibrantes palabras en pro de la libertad obran el prodigio de llenar de valor los corazones de estas personas.
Otra obra cinematográfica valiosa a este respecto la hallamos en Red de libertad, cinta de significativo título, que relata la labor de una entregada y valiente Hija de la Caridad. Esta evitó que los nazis apresaran a numerosas personas, durante la ocupación de Francia. Una tercera loa audio-visual a la libertad constituye la alegre y conocida Un puente sobre el río Kwai, en la que resplandece el gozo de la unidad en el bien, y cuyos joviales acordes permanecen en la memoria de sus espectadores.
Nosotros contra nuestra libertad
Sartre, como se ha mencionado, vinculó la libertad con la angustia a causa de su otra insoslayable cara: la responsabilidad. Al elegir, nos “comprometemos”, y esto nos encauza hacia algún lugar. Mas, la lectura sartriana no resulta justa con ella, pues la libertad ejercida con madurez nos desarrolla y plenifica, nos hace crecer. Esto, a pesar del miedo que obviamente nos exige superar.
A menudo, los peores enemigos de nuestra libertad somos nosotros mismos: nuestros temores, nuestro egoísmo, nuestra ignorancia, nuestra pereza, nuestro orgullo. Pero, aun así, todos estamos llamados a crecer en libertad, a desarrollarla en todos sus sentidos. Sin embargo, madurar en libertad reclama asumir el riesgo de equivocarnos.
También, cooperar a que otra persona crezca en libertad entraña estar dispuestos a que esta yerre; como por ejemplo un hijo, un alumno, un compañero de trabajo. Ahora bien, amar a otro y convivir con sus errores cuesta enormemente, duele. En su genial obra de teatro La vida es sueño, Calderón nos enseña que, si encerramos a alguien en una torre por miedo a que use mal su libertad, y se dañe a sí mismo o a nosotros, tal como hace en la obra Basilio con su hijo Segismundo, nunca lograremos que esta persona madure en su libertad y responsabilidad. Dios nos ha hecho libres, incluso para depreciar su llamada, porque nos ama de un modo absoluto y sin fisuras.
El que alguien no responda a la llamada a desarrollar su libertad en el amor no implica que esta llamada no sea universal y para todos. La libertad ha de considerarse un rasgo característico de cualquier sujeto humano en cuanto representa una vocación compartida. Por otro lado, seguir nuestra vocación, trazar nuestro personal rumbo en esta vida, siempre exige el que asumamos con valentía el reto, el hermoso desafío de ser libres.
De este valor, en cuanto vocación de toda persona, incluso de quien se ve sometido o sojuzgado, trata la novela Espartaco de Arthur Koestler. En ella, se glosa el episodio histórico de la rebelión de los gladiadores romanos. Pues bien, llegados ya a este punto final de nuestras reflexiones, tan solo hacemos notar respecto de la misma que esta obra fue escrita por otro gran luchador en favor de la libertad, alguien que por su hermosa causa se vio perseguido tanto por unos como por otros y, así, hubo de defenderse y defenderla respecto de los nazis mas también de los soviéticos. Y es que la libertad siempre demanda nuestra lucha e implicación, ya que desafía y es desafiada por sus enemigos.
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BIBLIOGRAFÍA:
Abellán, J. C. Bioética, autonomía y libertad, Fundación Universitaria, Madrid, 2006.
Barraca Mairal, J.: “Educar la libertad: la belleza de una tarea”, en Educación y futuro: revista de investigación aplicada y experiencias educativas, Nº. 43, 2020, págs. 183-206.
Bernanos, G. La libertad para qué, Encuentro, Madrid, 1989.
Frankl, V. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2015.
Fromm, E. El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 2004.
Hipona, Agustín, de. Comentario a la Primera Epístola de Juan, Tratado VII, 8.
Lévinas, E. Difícil libertad, Caparrós ed., colecc. Esprit, n.º 1, Madrid, 2004.
López Quintás, A. La ética o es transfiguración o no es nada. BAC, Madrid, 2014.
Méndez, J. M. El socialismo ha muerto y el liberalismo está naciendo, Ed. Última Línea, Málaga, 2019.
VV.AA. Declaración Universal de Derechos Humanos, O.N.U., Nueva York, 1948, art. 1.
NOTAS
[i] Lévinas, E. Difícil libertad, Caparrós ed., colecc. Esprit, n.º 1, Madrid, 2004.
[ii] Barraca Mairal, J.: “Educar la libertad: la belleza de una tarea”, en Educación y futuro: revista de investigación aplicada y experiencias educativas, Nº. 43, 2020, págs. 183-206.
[iii] Bernanos, G. La libertad para qué, Encuentro, Madrid, 1989.
[iv] Hipona, Agustín, de. Comentario a la Primera Epístola de Juan, Tratado VII, 8.
[v] Frankl, V. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2015.
[vi] Méndez, J. M. El socialismo ha muerto y el liberalismo está naciendo, Ed. Última Línea, Málaga, 2019.
[vii] Abellán, J. C. Bioética, autonomía y libertad, Fundación Universitaria, Madrid, 2006.
[viii] López Quintás, A. La ética o es transfiguración o no es nada. BAC, Madrid, 2014.
[ix] Fromm, E. El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 2004.
[x] Barraca Mairal, J.: “Educar la libertad: la belleza de una tarea”, cit.
[xi] Declaración Universal de Derechos Humanos, O.N.U., Nueva York, 1948, art. 1.
About the author
Javier Barraca Mairal
Javier Barraca Mairal es profesor titular de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos
Enhorabuena, comparto tu excelente artículo y lo enviaré a mis contactos.
La Libertad actualmente es difícil de apreciar por todos aquellos que se consideran Dioses y todos deben hacer lo que se les inculca, sin pensar nada. No puede ser que solo se entienda al ser humano como una cosa.
El ser humano, ser persona es otra cosa, se necesita algo de reflexión.
Enhorabuena otra vez
Pedro R.C