Postfeminismo: lecturas críticas tras el impacto de la realidad[1]

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El choque del feminismo con la realidad ha dado lugar al posfeminismo
Ilusión de las mujeres feministas preparando pancartas en los años 60, hoy en contraste con la realidad

 

Tesis de fondo

El encabezado de mi ponencia, “Postfeminismo”, requiere una aclaración, que ya se anuncia en el título en la referencia al impacto con la realidad. La tesis que quiero exponer es la siguiente: el feminismo está muriendo, o si lo prefieren, está mutando, por mucho que nuestras instituciones lo hayan asumido como doctrina oficial y obligatoria.

 

1. La situación actual de la ideología feminista

Llevamos varias décadas viviendo bajo la égida del feminismo, omnipresente ideología de Estado que lo permea todo, desde el BOE hasta la educación, pasando por los medios. La hegemonía cultural es del feminismo, que se ha convertido en el aire que respiramos, la posición por defecto que se espera de cualquier persona decente. Pero el feminismo, aunque lo intente disimular, no deja de ser una ideología y, como tal, su impacto con la realidad es fatal. Esto puede no ser evidente en un primer momento o puede ser disimulado, pero finalmente, con el paso del tiempo, sale a la luz.

Así, a medida que transcurren los años, las previsiones incumplidas, los efectos no deseados, las inconsistencias y las situaciones para las que la ideología no tiene explicación ya no pueden seguir siendo ignoradas. Acaban entonces por surgir quienes se replantean algunos de sus aspectos o incluso osan remontar hasta las fuentes y revisar la validez de conceptos e ideas que se tenían por indiscutibles.

Es éste el momento en que vivimos hoy, cuando son cada vez más las personas, en su gran mayoría mujeres, que se cuestionan la validez del feminismo o, al menos, de alguna de sus versiones. Estas críticas no defienden un retorno a lo que fueron nuestras sociedades antes de la aparición del movimiento sufragista, sino que, a partir del estudio de las fallas del feminismo, analizan el modo en que podrían evolucionar nuestras sociedades. Unas sociedades que, ya lo hemos dicho, no serán prefeministas, pero tampoco pueden ser ya feministas a secas. El encanto se ha quebrado. Lo que viene, lo que cada vez más ya está aquí, es el postfeminismo, un mundo que ha pasado por la experiencia del feminismo, que ha experimentado en sus propias carnes sus efectos negativos y busca cómo superarlos.

El encanto quebrado del feminismo

En definitiva, el feminismo aún es hegemónico, especialmente en nuestro país, pero ya no se pueden esconder por más tiempo sus talones de Aquiles. Los premios estatales, las subvenciones, la cobertura mediática, los mejores puestos en el mundo académico aún están en manos del feminismo, pero este feminismo oficial ya no dice nada interesante, se limita a repetir una serie de eslóganes cada vez más gastados, cuando no completamente abstrusos, un lenguaje para iniciados que pretende alejar las preguntas incómodas. Pero lo cierto es que las pensadoras, los libros, los planteamientos más penetrantes e innovadores en estos campos de estudio son claramente heterodoxos y, en definitiva, postfeministas.

Nos equivocaríamos, no obstante, si presentáramos todas las posiciones críticas con el feminismo como idénticas: del mismo modo que hay diferentes feminismos, hay diferentes críticas y cuestionamientos.

 

2. Las críticas de primera hora

Encontramos un primer grupo que podríamos denominar como el de los críticos de primera hora. Son aquellos que alzaron la voz contra el feminismo ya en los años 60, cuando se estaba desplegando con fuerza el feminismo de segunda ola. En su mayoría son voces católicas y tomaron la encíclica de Pablo VI Humanae Vitae como su punto de referencia. Ahora, más de medio siglo después de su publicación, se ven reivindicados por las advertencias del Papa, tomadas a la ligera en el momento de su publicación pero confirmadas actualmente por las ciencias sociales.

Un ejemplo bastará para ilustrar esta aseveración. Pablo VI indicaba que la introducción de la anticoncepción, lo que se ha venido en llamar la «revolución sexual», iba a tener como consecuencia que

el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta (Humanae Vitae, n.17).

Exageraciones de curas, replicaban las feministas de entonces. El tiempo le ha dado la razón: desde el triunfo de la «revolución sexual» el respeto a la mujer no cesa de erosionarse y, a pesar de las millonarias campañas para “concienciar” del problema, las cifras de maltrato no dejan de empeorar.

Elizabeth Fox-Genovese

Libro enmarcado en el primer postfeminismo
Obra de Elizabeth Fox-Genovese

En este primer grupo encontramos a Elizabeth Fox-Genovese, fallecida en 2007, quien fuera fundadora y directora del Instituto de Estudios de la Mujer de la Universidad de Emory, desde donde lanzó el primer programa doctoral de Estudios de la Mujer de los Estados Unidos. En 1996, un año después de su conversión al catolicismo (en la que influyó el rechazo que le produjo cierto feminismo que consideraba que supuraba prepotencia), publicó el libro titulado El feminismo no es la historia de mi vida: cómo la élite feminista actual ha perdido el contacto con las verdaderas preocupaciones de las mujeres (Feminism Is Not the Story of My Life: How Today’s Feminist Elite Has Lost Touch with the Real Concerns of Women).

Mary Eberstadt

También pertenece a este grupo Mary Eberstadt, quien lleva años analizando las consecuencias en diversos ámbitos de la «revolución sexual». Entre sus obras destacan Adán y Eva después de la píldora: Paradojas de la revolución sexual (2012), Gritos Primigenios: Cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad (2019), y Adán y Eva después de la píldora, revisitado (2023).

Desde un sólido bagaje sociológico, Eberstadt señala que el relato feminista, que hace hincapié en avances y conquistas, ignora intencionadamente todo aquello que le afecta de modo negativo, en concreto, el impacto de la troika que acompaña la revolución sexual: divorcio, aborto y pornografía. En su opinión, y más allá de otras consideraciones, la movilización #MeToo demuestra que existe un lado oscuro de la revolución sexual que hemos ocultado sistemáticamente.

Otros aspectos a los que no se les da mucha publicidad son, por ejemplo, que cada vez resulte más difícil conseguir “lo que la mayoría de las mujeres dicen querer: matrimonio y familia”, el aumento de las agresiones sexuales o el que “la revolución anticonceptiva haya dado lugar a una redistribución masiva de la riqueza y el poder desde las mujeres y los niños a los hombres”, lo que le lleva a escribir que

uno de los mayores fraudes es que… la revolución sexual era neutral en cuanto al género, beneficiando a mujeres y hombres por igual. Lo cierto es que la revolución sexual sirvió a los intereses de los hombres y, en última instancia, limitó drásticamente los beneficios que las mujeres podrían haber esperado de su liberación de los roles tradicionales.

Más efectos de la revolución sexual

Asimismo, señala Eberstadt, la tendencia a “familias más pequeñas y fracturadas y el fuerte aumento del número de personas que viven solas ejercen una presión sin precedentes sobre los Estados del bienestar occidentales”. Otros efectos de la intensa caída de la natalidad asociada a la extensión de la contracepción serían la disminución de la práctica religiosa, el aumento de actitudes violentas vinculadas a la ausencia del padre o el auge de las llamadas «políticas de identidades», que “se han convertido en un sustituto de los lazos familiares y comunitarios”.

Carrie Gress

Por último, y aunque sus publicaciones aparezcan ahora, por su argumentación y enfoque podemos adscribir a este grupo a Carrie Gress, quien en su libro de 2024, The End of Woman: How Smashing the Patriarchy Has Destroyed Us (El fin de la mujer: cómo destrozar el patriarcado nos ha destruido a nosotras) sostiene que el feminismo del último medio siglo ha consolidado la primacía de la visión tradicionalmente masculina de la vida, devaluando los atributos, virtudes y fortalezas de las mujeres. El feminismo, acusa Gress, que dice dedicarse a “destrozar el patriarcado”, ha convertido, por el contrario, el estilo de vida masculino en el ideal también para todas las mujeres. De hecho, denuncia, el feminismo ha acabado por ni siquiera ser capaz de definir el término «mujer» y, de este modo, sería el responsable del fenómeno que se ha viene designando como «borrado de las mujeres».

Nancy Pearcey

Junto a Gress, y por las mismas razones, podemos adscribir a este grupo también a Nancy Pearcey, que en 2023 publicó The Toxic War on Masculinity: How Christianity Reconciles the Sexes (La guerra tóxica contra la masculinidad; cómo el cristianismo reconcilia a los sexos), donde con abundante aparato sociológico ataca los estereotipos negativos asignados por el feminismo a los hombres y expone cómo desde el cristianismo es posible superar el comportamiento tóxico de los hombres y reconciliar a ambos sexos.

 

3. Las críticas con la ideología de género

Aunque hemos clasificado a Carrie Gress, principalmente por su mirada y argumentación desde una antropología cristiana, en el primer grupo de críticas del feminismo, sus apreciaciones coinciden en gran medida con las de las feministas críticas con la ideología de género. Esta ideología fue considerada una derivación lógica y sus activistas aliados naturales por parte del feminismo de segunda ola, pero ahora son muchas las feministas que han detectado las insalvables contradicciones entre la ideología de género y los intereses de las mujeres. Calificadas despectivamente como TERFs (Feministas Radicales Transexcluyentes, por sus siglas en inglés, un término acuñado por la estadounidense Viv Smythe en 2008), denuncian de distintos modos que la ideología de género y el activismo trans acaban por favorecer a los hombres y vacía de sentido al feminismo.

Kathleen Stock

Crítica con Simone de Beauvoir

Quizás la exponente de este grupo más consistente sea Kathleen Stock, profesora de filosofía de la Universidad de Sussex hasta que las presiones del lobby trans le hicieron abandonar la docencia en 2021. La crítica de Stock a la ideología trans le lleva hasta cuestionar al icono feminista Simone de Beauvoir, y en concreto su célebre proclama de que “No se nace mujer, una llega a serlo”. De Beauvoir seguramente no tenía en mente la cuestión trans cuando acuñó la fórmula, pero, reconoce Stock,

Representante del postfeminismo
Kathleen Stock

a partir del último cuarto del siglo XX, la famosa frase de Beauvoir ha sido recuperada con entusiasmo para transmitir la idea de que ser mujer no es lo mismo que nacer biológicamente femenina.

Es más, sigue Stock,

En las décadas siguientes algunas feministas superaron esta distinción y adoptaron una posición mucho más radical. Interpretaron que Beauvoir había querido decir que la femineidad en sí misma es esencialmente social y no biológica.

Y si es algo social, es algo cambiante por definición.

 

 

En un primer momento, las feministas adoptaron la nueva concepción de mujer con entusiasmo:

querían huir de la idea de que la personalidad, el comportamiento y las opciones vitales de una mujer están determinadas por su biología femenina.

Aún no se percataban de que estaban abrazando lo que iba a ser un misil en la línea de flotación del mismo feminismo. De hecho, el feminismo que ha asumido la ideología de género poco puede objetar a un hombre biológico que dice ser mujer trans y se autodefine como «lesbiana». Kathleen Stock reconoce que “esta implicación se deriva de la lógica de la identidad de género”.

El cambio de significado de la palabra «género»

¿Cuándo descarriló, según Stock, el feminismo? En el momento en que la palabra «género» pasó de designar “los estereotipos sociales, las expectativas y las normas de «masculinidad» y «femineidad» dirigidas a los hombres y las mujeres biológicos” a designar otra cosa:

la división entre hombres y mujeres entendida como una división entre dos conjuntos de personas: las que tienen proyectado sobre ellas el rol social de la masculinidad, y las que tienen proyectado sobre ellas el rol social de la femineidad.

Frente a quienes asumen esta segunda definición, que Stock llama feministas de la «pizarra en blanco», que piensan que todos los estereotipos de la feminidad asociados al sexo son sociales, esta autora reivindica a

los psicólogos evolucionistas «innatistas» que piensan que al menos algunos estereotipos de comportamiento y psicológicos representan con exactitud las diferencias biológicas preexistentes entre los sexos.

Si el sexo es una construcción social, entonces tiene sentido

la idea, implícita en la teoría de la identidad de género, de que lo que te hace mujer u hombre es un sentimiento.

Y es precisamente contra esta concepción contra la que se rebela Kathleen Stock y, con ella, las postfeministas críticas con la ideología de género.

Abigail Favale

Abigail Favale

Una de las más destacadas es la estadounidense Abigail Favale, quien durante mucho tiempo fue una firme defensora de esa ideología de género que ahora fulmina. Doctorado, docencia e investigación en “estudios de género” colapsaron cuando fue tomando conciencia de las inconsistencias que estaba enseñando:

Cada vez tenía más claro -en pequeñas epifanías de horror- que había estado viviendo en una cueva durante más de una década, confundiéndola con la realidad.

De pronto, Favale, tomó conciencia de que se había

convertido en una ideóloga sin darse cuenta… Sentí que había estado dando de beber veneno a mis alumnos.

La verdad como construcción lingüística

¿Qué fue lo que hizo caer a Favale del caballo? En primer lugar constatar que lo que enseñaba no se correspondía a la realidad que ella misma vivía. Tomar conciencia de que

el paradigma de género afirma una visión radicalmente constructivista de la realidad que luego reifica como verdad, exigiendo que todos asientan a su veracidad y adopten su lenguaje.

La realidad, en este paradigma, es una mera construcción lingüística y social en la que ya

no somos seres creados; somos productos de fuerzas sociales. La realidad, el género, el sexo, todo, incluso la verdad, se construye socialmente.

Es ésta una perspectiva que choca con la experiencia, que nos dice (si no estamos cegados por la ideología), que “la realidad existe antes de que la nombremos, y que nuestro lenguaje es verdadero y tiene sentido cuando se corresponde con lo que existe.” (Favale estaría de acuerdo con la célebre fórmula de Jaime Balmes, “la verdad es la realidad de las cosas”).

Una experiencia que le hace descubrir, frente a esta cosmovisión de género, que “la realidad que habitamos es un orden… bueno, creado intencionada y pacientemente”, donde “la diferencia sexual no es una característica extraña o defectuosa del cosmos, sino una parte esencial de su bondad.”

Negación de la complementariedad entre los sexos

De este modo, el cuestionamiento de la ideología de género le lleva a cuestionarse también el mismo feminismo, incapaz de aceptar la complementariedad entre los sexos:

Las diferencias entre hombres y mujeres se han utilizado con demasiada frecuencia para justificar una estricta jerarquía de valores y roles entre los sexos. En un esfuerzo por rechazar esto, el pensamiento feminista ha considerado la diferencia sexual en sí misma con hostilidad y ha restado importancia a la diferencia… a la diferencia y especificidad del cuerpo femenino – su capacidad de gestar, de dar de lactar, de dar a luz –.

La mujer queda en guerra consigo misma

Feminismo e ideología de género se relacionan de un modo que Favale explica así:

el paradigma de género es el hijo edípico del feminismo: hijo porque es a través de la teoría feminista como el concepto de género se ha apoderado de nuestro imaginario cultural, y edípico porque al igual que el asesinato por parte de Edipo de su propio padre, este concepto ha erosionado los cimientos mismos del feminismo, convirtiendo a la «mujer» en una identidad que puede ser libremente apropiada por los hombres, independientemente de su realidad material.

El problema se remonta, una vez más, a Simone de Beauvoir y su célebre fórmula, que “es el grano de mostaza de la teoría de género” al poner en tensión la libertad y autonomía personal con nuestra condición material y finita. Favale denuncia que la visión de Simone de Beauvoir pone a la mujer necesariamente en guerra consigo misma:

la mujer es un absurdo, es una libertad autónoma atrapada en un cuerpo diseñado para albergar a otro. Su única esperanza es luchar contra su facticidad, parecerse lo más posible a un hombre. Para que una mujer pueda crearse a sí misma, debe repudiarse a sí misma. Debe reconocer que lo femenino carece de sentido y dirigir su mirada, sus aspiraciones, hacia el ideal masculino.

Patologización de la fertilidad

Es éste el camino que desde los años 60 recorren las feministas,

ubicando la opresión de la mujer en su biología y defendiendo una visión de la “salud” que patologiza la fertilidad femenina.

Es por este camino por el que hemos llegado a pensar en las mujeres (empezando por ellas mismas) como seres naturalmente estériles. Escribe Favale que

el embarazo se considera a menudo un accidente sexual, un caso en el que el sexo sale mal, en lugar del resultado para el que está diseñado el coito. El potencial procreador del sexo se ve como un interruptor que se puede accionar, si se desea, pero que por defecto está en modo «apagado».

Tomad esta píldora, dice la serpiente del nuevo milenio, y seréis como hombres. Pero una mujer que toma la píldora sigue siendo una mujer, y cuando la ilusión de autonomía se viene abajo, es ella -y sus hijos- quien paga el precio,

advierte Favale. En esta narrativa feminista, que constantemente hace aguas en la vida real de tantas mujeres, el aborto funciona como la red de seguridad cuando algo falla:

la anticoncepción hace una promesa que no siempre puede cumplir. La promesa: una mujer fértil puede mantener relaciones sexuales sin quedarse embarazada. La realidad: todos los métodos anticonceptivos fallan.

Así, no es de extrañar, comenta Favale, que las tasas de aborto se hayan disparado desde que la píldora anticonceptiva fue legalizada.

La supuesta autonomía de la mujer

Si la fertilidad es una amenaza contra la autonomía de la mujer, la conexión natural entre el sexo y la procreación debe ser cortada. Así, el ideal de autonomía sólo se podría alcanzar mediante el control tecnológico. Lo que le lleva a afirmar que

la era de la liberación sexual no es tan liberadora para las mujeres como se anuncia: de hecho, la “revolución sexual” es sobre todo un fenómeno industrial en el que el cuerpo es usado como… una máquina de placer con el objetivo de “liberar” el placer de sus consecuencias naturales. Como en cualquier otra empresa industrial, la sexualidad industrial pretende conquistar la naturaleza explotándola e ignorando las consecuencias.

Son, por cierto, los problemas que detecta Favale con esta idea de autonomía los que le hacen replantearse radicalmente el feminismo, y no ya sólo el de segunda ola, sino sus expresiones más tempranas:

Elizabeth Cady Stanton, precursora de la primera ola, construyó su visión de la liberación de la mujer sobre una concepción del ser humano como alguien solitario… La mujer vive sola, abandonada como un Robinson Crusoe en una isla solitaria.

Sylviane Agacinski

Sylviane Agacinski

Si, como hemos visto, tanto Kathleen Stock como Abigail Favale reaccionan principalmente ante las consecuencias del desarrollo de la ideología de género y esto les lleva a cuestionar no sólo la tercera ola queer, sino la segunda ola (e incluso la primera) y con ella a Simone de Beauvoir, en el caso de Sylviane Agacinski ha sido otro el detonante que le ha llevado a reconsiderar su posición.

Discípula de Gilles Deleuze, pareja del “pope” de la deconstrucción Jacques Derrida (con quien tuvo un hijo) y esposa del antiguo primer ministro francés, Lionel Jospin, el motivo que le ha llevado a cuestionarse los presupuestos del feminismo dominante ha sido para Agacinski la cuestión de los vientres de alquiler.

Transhumanismo, poder tecnocientífico y desencarnación de la generación humana

Agacinski ve en la superación de lo biológico propio del feminismo de segunda ola y su afirmación de que no somos más que productos de la cultura y la técnica, un regreso a viejas categorías gnósticas:

El viejo anhelo de liberarse de la carne no ha desaparecido. Ha cambiado y se ha vuelto hacia el único poder en el que creemos los modernos: el poder tecnocientífico,

escribe en L’Homme désincarné: Du corps charnel au corps fabriqué (El Hombre desencarnado: del cuerpo carnal al cuerpo fabricado). Y añade: 

Los nuevos creyentes pretenden cambiar sus viejas “túnicas de piel” por un cuerpo del que serán los “fabricantes soberanos”: un cuerpo restaurado y aumentado, un cuerpo fabricado sin padre ni madre y ya no engendrado; un cuerpo reconstruido y neutro.

Agacinski constata el proceso de desencarnación de “los procesos de embriogénesis y desarrollo del feto” (que en un mundo ideal se hará realidad a través de los úteros artificiales) y relaciona este proceso, emparentado con el transhumanismo, con la práctica de la gestación subrogada:

si el embarazo puede confiarse a las máquinas, el útero de la mujer no es más que una incubadora.

Esta visión, unida a que “en nuestra sociedad la esterilidad y la infertilidad ya no se aceptan, sea cual sea la causa” llevan de manera necesaria a la práctica de los vientres de alquiler. Práctica que denuncia Agacinski, pues

en una sociedad civilizada, el cuerpo de un ser humano no es algo con lo que se pueda comerciar.

La gestación subrogada es un nuevo tipo de esclavitud de la mujer

La gestación subrogada, que algunas feministas defienden como la última conquista de la igualdad, abre en realidad las puertas a un nuevo tipo de esclavitud que sólo afecta a mujeres:

Los contratos establecen un control drástico sobre la vida de la madre (su dieta, sexualidad, estilo de vida, etc.), control que sería imposible imaginar para cualquier contrato laboral.

A aquellas cuyas condiciones de vida les empujan a gestar para otros sólo les queda lo que Agacinski designa como «descorporalización»:

una estrategia de supervivencia que consiste en abstraerse mentalmente de su cuerpo y distanciarse de sus sentimientos para superar su repugnancia.

¡Menuda conquista feminista! Por mucho neologismo y emotivismo con el que se quiera disimular los hechos, la desnuda realidad, afirma Agacinski, es que

al apropiarse del uso de los órganos de una mujer y del fruto de este uso (el hijo), se apropian de la vida de la propia persona durante todo el embarazo… lo que constituye una nueva forma de servidumbre y esclavitud.

Siguiendo este hilo de razonamiento, la filósofa francesa se atreve a desmontar uno de los eslóganes feministas más omnipresentes:

«Nuestros cuerpos, somos nosotras» -escribe-. Por desgracia, esta fórmula se ha transpuesto en un eslogan ambiguo: «Mi cuerpo me pertenece». No es lo mismo… Nuestro cuerpo carnal es nuestro, pero no nos pertenece como un bien, es decir, como una propiedad que se puede vender o regalar, como una bicicleta o una casa.

Dora Moutot y Marguerite Stern

Obra producto del postfeminismo
Transmania: Enquête sur les dérives de l’idéologie transgenre

Las últimas en sumarse a esta corriente han sido dos francesas, Dora Moutot y Marguerite Stern, que en abril de 2024 han publicado Transmania: Enquête sur les dérives de l’idéologie transgenre (Transmania: Investigación sobre las derivas de la ideología transgénero).

Moutot dirigía un blog en Le Monde “orientado a desinhibir la sexualidad de las mujeres, demasiado sometida a la dominación masculina”, mientras que Marguerite Stern era hasta no hace mucho una de esas militantes de FEMEN especializada en protestar mostrando sus pechos. Ahora reniegan del feminismo y se declaran femellists, en francés, que podríamos traducir como hembristas, un neologismo que quiere expresar que ser mujer significa ser hembra de la especie homo sapiens.

Lo que defienden sería considerado hace no tanto como un rosario de obviedades:

Una mujer no es un hombre. Su cuerpo está configurado para dar vida porque tiene una vagina y un útero, y esto es así sean cuales sean sus elecciones y prácticas sexuales. Afirmar que se puede cambiar de sexo biológicamente es una ilusión, porque cada célula del cuerpo humano está sexuada. La cirugía o los tratamientos hormonales en niños son experimentos médicos peligrosos.

Afirmaciones que hoy les han valido los previsibles ataques a los que Moutot contestaba en una reciente entrevista así:

cada vez más gente me llama feminista conservadora. Y me parece bien. Si mantener el sentido de la realidad, decir que hay 2 sexos y que 2 + 2 = 4, es conservador, no hay problema, soy conservadora.

 

4. Las críticas con la revolución sexual

Veíamos cómo, por ejemplo Abigail Favale, partiendo de su crítica a lo que ella llama el paradigma de género, llegaba hasta cuestionarse los fundamentos de la revolución sexual. No es la primera ni la única.

Jennifer Roback-Morse

Una de las pioneras es, sin duda, Jennifer Roback-Morse, quien en su libro de 2015, The Sexual Revolution and Its Victims (La revolución sexual y sus víctimas), recoge sus artículos al respecto a lo largo de dos décadas. Pero ha sido Louise Perry quien ha expuesto más recientemente esta cuestión en su libro Contra la revolución sexual.

Louise Perry

La revolución sexual no ha solucionado nada, más bien al contrario
Libro de Lousse Perry

Perry señala que la idea central que se ha impuesto con la revolución sexual es que

el sexo no es más que una actividad de ocio, impregnada de significado sólo si los participantes deciden dárselo.

Una idea sobre la que construimos nuestras vidas pero que contradice nuestras experiencias más elementales:

Todos saben que tener sexo no es lo mismo que preparar un café, y cuando una ideología de desencanto sexual exige que finjamos lo contrario, el resultado puede ser una angustiosa forma de disonancia cognitiva, comenta Perry.

Ante los problemas que no sólo no desaparecen, sino que crecen en la utopía sexual que supuestamente iba a inaugurar la extensión del uso de la píldora anticonceptiva, Perry expone que

las feministas han llegado a la falsa creencia de que las mujeres siguen sufriendo solamente porque el proyecto de la liberación sexual de la década de 1960 aún está por terminar, en lugar de pensar que siempre ha sido defectuoso desde un principio. Así, prescriben cada vez más libertad y constantemente se sorprenden cuando esa prescripción no cura la enfermedad… Pocas feministas están dispuestas a trazar el vínculo entre la cultura del hedonismo sexual que promueven y las angustias por las violaciones en las universidades que han emergido exactamente al mismo tiempo.

 
Diferencia entre hombres y mujeres

A partir del análisis del problema de las persistentes violaciones, Louise Perry aborda la cuestión clave de si los hombres y las mujeres son diferentes o no.

La teoría de la socialización insiste en que no hay diferencias psicológicas innatas entre los hombres y las mujeres y que cualquier diferencia que podamos observar debe ser producto de la educación, no de la naturaleza.

Pero si de la teoría pasamos a los datos estadísticos, advierte Perry,

sabemos que los hombres, por lo general, prefieren tener más sexo con un mayor número de parejas, que los compradores de sexo son casi exclusivamente hombres, que los hombres ven mucho más porno que las mujeres y que la amplia mayoría de mujeres, si se les da elegir, prefieren una relación de compromiso al sexo casual.

Aún así, comenta Perry,

el feminismo entiende el hecho de tener sexo «como un hombre» como una vía evidente por la que las mujeres pueden liberarse de expectativas patriarcales anticuadas de castidad y obediencia.

Es lo que expresó Chrissie Hynde, vocalista de los Pretenders, cuando en su autobiografía escribe que “en nombre de la liberación femenina, las mujeres se estaban convirtiendo en hombres, y eso era una buena noticia para mí, porque yo quería lo mismo que los chicos” (más tarde, Hynde se cuestiona si tener relaciones sexuales “como los hombres” es realmente lo mejor para las mujeres). Perry lo tiene claro:

jamás podremos tener sexo como los hombres, porque jamás vamos a ser hombres. Existe una asimetría inherente en la heterosexualidad que no se puede superar.

La solución

Una convicción que le permite a Perry pasar del análisis crítico a la exposición propositiva, basada en la aceptación del

hecho de que hombres y mujeres son diferentes y que esas diferencias no van a desaparecer. Cuando reconocemos estos límites y estas diferencias, la política sexual adquiere un carácter distinto. En lugar de preguntar “¿cómo podemos ser todos libres?”, debemos plantearnos “¿cuál es la mejor forma de fomentar el bienestar tanto de hombres como mujeres, partiendo de la base de que estos grupos tienen intereses distintos que, a veces, pueden ser contrarios?

Su respuesta choca frontalmente con lo que mayoritariamente se viene asumiendo desde hace unas décadas:

Yo propongo una solución distinta que se basa en una reivindicación feminista fundamental: el sexo no deseado es peor que la frustración sexual… La cultura del sexo, sin compromiso es una solución terrible para las mujeres y, aun así, se ha presentado por el feminismo como una forma de liberación… Para cambiar la estructura de incentivos necesitamos una tecnología que no fomente el cortoplacismo del comportamiento sexual masculino, que proteja los intereses económicos de las madres y cree un entorno estable para criar a los niños. Y ya contamos con una tecnología así…se llama matrimonio monógamo… Aunque el modelo de matrimonio monógamo puede resultar relativamente inusual, tiene también un éxito espectacular allí donde es dominante, remacha Perry.

 

5. Las que se cuestionan el feminismo

Christina Hoff Sommers

En nuestro recorrido hemos ido viendo cómo, a partir de la constatación de ciertos efectos no deseados, se reconsideraban y ponían en cuestión ciertos aspectos del feminismo. Es el caso de Christina Hoff Sommers, que entre otros títulos es la autora del pionero Who Stole Feminism?: How Women Have Betrayed Women (¿Quién robó el feminismo? Como las mujeres han traicionado a las mujeres). Allí, Hoff Sommers, ataca lo que denomina «feminismo de género» o «feminismo victimista», culpables de “hostilidad irracional hacia los hombres” y de una “incapacidad para tomar en serio la posibilidad de que los sexos son iguales pero diferentes” y aboga por un «feminismo de equidad», heredero de la primera ola y limitado a la lucha por la igualdad de derechos legales y civiles.

Nina Power

Por su parte, Nina Power, en su One Dimensional Woman (La mujer unidimensional), se centra en la crítica de un feminismo que se funde con el consumismo:

¿Acaso los deseos de liberación de la mujer del siglo XX alcanzaron su plenitud en el paraíso de las compras de colgantes de conejitos de Playboy, depilaciones y bikinis? Que el apogeo de la supuesta emancipación femenina coincida perfectamente con el consumismo es un miserable índice de una época políticamente desolada.

Bérénice Levet

Bérénice Levet, en su Libérons nous du féminisme! (¡Liberémonos del feminismo !) sostiene que, si bien el feminismo, en su inspiración original, fue un movimiento emancipador, hoy en día es poco más que una máquina de vigilar y castigar, de atontar e infantilizar, de fabricar una realidades y oscurecer otras. Por eso propone liberarse de una ideología feminista que, argumenta, criminaliza el deseo masculino, promueve la guerra entre sexos, el neopuritanismo, y la doble moral frente al islam. Lejos de mejorar la vida de las mujeres, denuncia, el “neofeminismo” tiene como objetivo deconstruir nuestro modelo de civilización.

Rebekah Merkle

Rebekah Merkle, en Eve in Exile: The Restoration of Femininity (Eva en el exilio: la restauración de la feminidad) parte de la aceptación de que

las damas victorianas y las amas de casa de los años cincuenta necesitaban realmente liberarse.

Pero el desarrollo que se ha producido a continuación es, cuanto menos cuestionable:

Así que las feministas de la primera ola se manifestaron por el sufragio femenino –escribe-. Las feministas de la segunda ola se manifestaron por los derechos laborales y el aborto. Pero hoy en día, las feministas de la tercera ola defienden firmemente no se sabe muy bien qué. Pero las mujeres modernas -que utilizan antidepresivos a un ritmo nunca visto en la historia- necesitan liberarse ahora más que nunca. La verdad es que las feministas no saben lo que es la liberación. Nos han llevado a un aburrido callejón sin salida.

¿El remedio según Merkle? Dejar de lado todos los estereotipos (tanto el del ama de casa de los años 50 o el de las mujeres a las que no se les permite hablar con los hombres de nada interesante o importante, como el de las ejecutivas “superwoman” o las feministas liberadas de todo lo que les estorba) para centrarnos en las mujeres reales, sus problemas y anhelos.

Anne Trewby e Iseul Turan

¡Mujeres, despertad!: Para acabar con las mentiras del feminismo

Otras han ido más lejos, replanteándose a fondo hasta los mismos fundamentos del feminismo. Es el caso de las francesas Anne Trewby e Iseul Turan, que publicaron en 2023 un libro titulado Femmes, réveillez-vous!: Pour en finir avec les mensonges du féminisme (¡Mujeres, despertad!: Para acabar con las mentiras del feminismo).

Trewby e Iseul parten también de la constatación del choque entre feminismo y realidad y escriben:

A medida que pasa el tiempo, parece como si los obstáculos a la verdadera liberación de la mujer se multiplicaran como los panes y los peces a orillas del lago Tiberíades. ¿Estamos realmente en el buen camino?

Liberaciones cuestionables

A continuación pasan a reconsiderar diversas “liberaciones” que, analizadas hoy en día, resultan como mínimo cuestionables. Por ejemplo, no dudan en afirmar que “lo que cuestionamos es la dimensión liberadora de la entrada masiva de las mujeres en el mercado laboral” o en exponer los efectos negativos de una familia “concebida como una asociación de dos individualidades con vistas a su bienestar” o de la desaparición del padre como figura con autoridad, que deja paso, según Élisabeth Badinter, a la omnipresente autoridad de un Estado que

se propone sustituir al padre creando nuevas instituciones. Aparecen nuevos personajes en el mundo del niño, todos los cuales, en un grado u otro, tienen la función de desempeñar el papel dejado vacante por el padre natural. Se trata del maestro, el juez de menores, el asistente social y el educador.

O mujer o madre

Insisten luego en la idea de que

el feminismo dominante considera la maternidad como una limitación por su propia naturaleza. La ve cómo uno de los obstáculos para la liberación de la mujer.

La feminista Peggy Sastre lo expone abiertamente: “El embarazo y la crianza de los hijos son una de las peores fuentes posibles de alienación […] Las mujeres no podrán alcanzar una autonomía real hasta que no tengan la oportunidad de deshacerse de ellos”. Tener un hijo, si así se desea, estaría bien, pero, señalan Trewby e Iseul,

es la parte propiamente femenina de traer hijos al mundo y criarlos la que constituye el problema y la que, por tanto, debe ser eliminada. Los debates en torno al permiso parental, a la división del trabajo en la pareja y a la carga mental que supone la maternidad lanzados por las activistas feministas contribuyen a situar la maternidad como un problema en el imaginario contemporáneo. El conflicto entre ser mujer y ser madre: así es como nuestros contemporáneos ven ahora la maternidad. Como un problema. Un problema privado para algunos, un problema social para otros; pero un problema en cualquier caso.

Vania Russo

Vania Russo

La italiana Vania Russo, por su parte, en su libro de 2021 Radiografia del femminismo, dirige su mirada al desarrollo histórico del feminismo, destacando sus relaciones, a menudo ignoradas, con el socialismo, el esoterismo o el psicoanálisis. Russo también rastrea hasta los orígenes del feminismo la concepción según la cual

los hombres habrían sacralizado, haciéndolo casi intocable, el vínculo por excelencia, el matrimonio, del que se deriva la coerción obligatoria por excelencia, la maternidad. De este modo, Mujer y Madre serían el resultado de los valores masculinos y patriarcales.

Esta noción se desarrollará más a partir del feminismo de segunda ola, pero Russo demuestra que ya está presente en algunas de las primeras feministas. Ya en 1852, la activista sufragista y escritora americana Matilda Joslyn Gage, en su discurso en el Congreso nacional sobre los derechos de las mujeres en Nueva York, más que a la cuestión del derecho al voto, se refiere a una dialéctica de neta oposición entre el varón dominante y la mujer víctima.

Existe continuidad en esta visión de oposición hombre-mujer, según Russo, entre algunas sufragistas decimonónicas y, por ejemplo, el manifiesto teórico del nuevo feminismo radical de las Redstocking en 1969 que afirma que

todos los hombres reciben ventajas económicas, sexuales y psicológicas de la supremacía masculina. Todos los hombres han oprimido a las mujeres.

Feminismo posthumano

Por último, Russo explora las líneas de desarrollo actual del feminismo, que ve consistentes con esa visión y que confluyen en lo que ella llama el “feminismo posthumano”. Es éste un feminismo que proclama que “la biología no es el destino de la mujer, porque puede ser transformada, y debe ser transformada, con la tecnología, a fin de perseguir una justicia reproductiva y la transformación del género, en sentido progresista, reconociendo la prioridad espontánea violentamente negada por la heterosexualidad dominante”. Desde estos postulados se insiste en la ectogénesis como medio necesario para liberarse de la tiranía de la biología, puesto que “el embarazo y la maternidad no hacen más que alimentar una visión romántica del futuro, condicionada por la presencia del niño y de todas las políticas heteronormativas que se derivan”.

Mary Harrington

Pero entre quienes han cuestionado recientemente los postulados del feminismo destaca sin lugar a dudas Mary Harrington y su libro Feminismo contra el progreso. Harrington, que pasó de vivir en una comuna lesbiana a casarse y ser madre de una hija, confiesa que

había aceptado acríticamente la idea de que la libertad individual es el bien supremo, que los vínculos u obligaciones sólo son aceptables en la medida en que son opcionales, y que hombres y mujeres pueden y deben perseguirla por igual. Entonces viví la maravillosa y desorientadora experiencia de encontrar mi sentido del yo parcialmente fusionado con un bebé dependiente de mí.

Este descubrimiento le ha llevado a cuestionar aquel ideal de un tipo de libertad que considera cualquier vínculo u obligación como algo de lo que hay que mantenerse alejado y que ella misma un día abrazó.

Feminismo en contra del progreso
Mary Harrington es una peridista que pasó del feminismo al postfeminismo
Feminismo contra el progreso

La originalidad de Harrington radica en que su lectura de “lo que suele narrarse como una historia de progreso hacia la libertad y la igualdad feministas” le lleva a fijarse en la transición que se produjo en el siglo XIX hacia la sociedad industrial y sus efectos transformadores en la vida de hombres y mujeres, entendiendo el feminismo como, en gran medida, la respuesta de las mujeres al impacto asimétrico de este cambio, que afectó esencialmente a ámbitos que históricamente habían sido de dominio femenino.

Avanzando de la mano de la tecnología, la revolución sexual, recibida con entusiasmo por las feministas, prometía abrir las puertas a un mundo utópico de igualdad sexual en el que gozar igualitariamente y sin trabas del sexo. La realidad, advierte Harrington, es frustrante y poco satisfactoria para la mayoría de las mujeres.

La desagradable realidad es que, lejos de aquella utopía, el sexo se ha mercantilizado hasta extremos inimaginables gracias a la tecnología anticonceptiva que separa sexo y reproducción y a la tecnología digital que virtualiza ese mercado y lo hace masivamente accesible. Otro tanto ha ocurrido con la fertilidad, cuyos componentes se venden ahora por separado en lo que llaman la cadena de ensamblaje de niños: esperma masculino, óvulos femeninos y por ahora, a la espera del útero artificial, vientres de alquiler.

Feminismo bio-libertario

Harrington rastrea el origen del naufragio de la utopía hedonista de la revolución sexual en un concepto erróneo de la persona y de la libertad. Lo que llama feminismo bio-libertario entiende el progreso como la maximización de la libertad concebida como ausencia de condicionantes no deseados. Es este feminismo bio-libertario el que, en buena lógica, considera que hay que liberarse también de los condicionantes impuestos por nuestros cuerpos y, por ello, considera feminista el empleo de la tecnología con el objetivo de hacer intercambiables a hombres y mujeres.

Este tipo de feminismo es una especie de gnosticismo que cambia el espiritualismo por la tecnología y que considera que nuestros cuerpos son como un lego de carne que podemos montar, desmontar y combinar a nuestro antojo, un planteamiento que alcanza su paroxismo en el movimiento trans, que en realidad no sería contradictorio respecto de este tipo de feminismo, sino su consecuencia lógica.

Critica que mujeres y hombres sean unidades de producción intercambiables

Como señalábamos antes, Harrington extiende su crítica de la revolución sexual del siglo XX a la revolución industrial en el siglo XIX (de ahí su peculiar etiqueta: feminismo reaccionario). Ésta dio lugar a un sistema económico que pasó a considerar a mujeres y hombres como unidades de producción intercambiables y en el que las mujeres, por su condición de potenciales madres, juegan siempre en desventaja. Para compensar esta desventaja las feministas exigieron que interviniera el Estado, pero con la llegada de la píldora anticonceptiva apareció un remedio tecnológico para esta asimetría. Se sigue de aquí la normalización del aborto, pues la oportunidad de ser iguales a los hombres implica para las mujeres el derecho a intervenciones médicas que las liberen de obligaciones no elegidas, entre ellas el embarazo. El paradigma del ser humano de la era de la píldora, insiste Harrington, es masculino.

Las diferencias sexuales no se suprimen con el aborto y la píldora

La píldora más el aborto, fenómenos extendidísimos en la actualidad, han podido dar la impresión de que las diferencias sexuales podían finalmente ser erradicadas, pero la realidad es que éstas reaparecen por doquier (desde la enorme diferencia entre hombres y mujeres a la hora de conseguir un orgasmo hasta el microquimerismo que vincula a los hijos con la madre de un modo radicalmente distinto del que los unirá con su padre). Para Harrington el feminismo ha tratado de mitigar el impacto negativo en las mujeres de la mercantilización del sexo, pero en realidad no ha servido más que para subordinarlas aún más en un contexto en el que su valor de mercado decae de manera muy acentuada a partir de una edad bastante temprana en comparación con los varones. Es por ello que Harrington se atreve a afirmar que

el ataque al patriarcado, en vez de prevenir que los varones se comporten inapropiadamente… ha abierto las puertas a una sociedad de iguales que rivalizan y en la que los hombres pueden seguir sus impulsos sin los límites que ofrecían los aspectos positivos de la masculinidad que limitaban anteriormente los excesos masculinos.

Reivindicación del matrimonio

En consecuencia, Mary Harrington aboga por un feminismo que rechace el progreso que nos han presentado como ineludible, un feminismo reaccionario que reivindica que existe una conexión especial entre madre e hijo y que afirma que existen diferencias sexuales entre hombres y mujeres que no se pueden erradicar. Asimismo reivindica la institución del matrimonio, que no es el remedio mágico para resolverlo todo, pero que ayuda mucho a que las mujeres que son madres consigan la estabilidad que necesitan. En palabras de Harrington, el matrimonio es el que posibilita “la solidaridad radical entre los sexos”, al tiempo que se constituye

como la unidad más pequeña posible de resistencia a la abrumadora presión económica, cultural y política para que seamos átomos solitarios en el mercado.

¿Significa esto regresar a los roles propios de hace un siglo? Para nada, responde Harrington, que considera que esto no sería suficiente y aboga por un redescubrimiento de roles más antiguos, de un estilo de vida familiar pre-moderno:

durante la mayor parte de la historia, hombres y mujeres han trabajado juntos en un hogar que era al mismo tiempo unidad productiva, escribe.

Las mujeres se han vuelto estériles por defecto gracias a la píldora anticonceptiva

Pero si algo caracteriza al feminismo reaccionario de Harrington es su rechazo a la píldora anticonceptiva, cuyos efectos colaterales psicológicos y biológicos están cada vez más documentados. El problema de fondo, señala, es la visión de la mujer que los anticonceptivos han impuesto, una visión que nos presenta a la mujer como estéril por defecto y para la que la fertilidad es un extra opcional, y sólo si ella así lo decide. Esta visión, que algunos califican de “empoderamiento”, en realidad perjudica a la mujer, pues

su esterilidad por defecto significa una presión continua para acceder a sexo sin amor.

Y es que si “las mujeres son estériles por defecto”, la consecuencia lógica es que “están siempre sexualmente disponibles”. Aquí radicaría la causa del auge de los abusos y violencias que padecen hoy en día las mujeres y del fracaso de las campañas que aspiran a limitarlos sin incidir en los factores que están en su origen. Nada dada a las medias tintas, Harrington propone combatir esta plaga de violencia sexual dando la espalda a la anticoncepción y abriéndose a lo que a ella le ha descubierto un mundo insospechado, la maternidad.

 

Conclusión

La realidad se impone ante las deficiencias y contradicciones del feminismo

Tras este extenso recorrido por autoras y obras que tienen en común el cuestionamiento de aspectos del feminismo o incluso del feminismo en su conjunto, recordemos el planteamiento con el que habíamos iniciado esta singladura. Decíamos que, tras décadas de feminismo oficial, era cada vez más evidente su choque con la realidad, sus promesas incumplidas y sus efectos no deseados. Aparece así una constelación de miradas postfeministas, planteamientos que han pasado por la experiencia del feminismo, han experimentado sus fallas y buscan el modo de superarlas.

Hemos ido repasando las principales deficiencias y contradicciones del feminismo que detectan estas postfeministas. Una visión de los sexos como inherente y fatalmente enfrentados. Una sexualidad presentada como liberadora pero que impone patrones de comportamiento masculinos, disocia maternidad, paternidad y filiación, tiene como consecuencia el aumento de las agresiones sexuales e incorpora necesariamente el recurso al aborto. Una ideología de género donde todo se construye socialmente, que ignora nuestra dimensión biológica, vacía de significado el término «mujer» y cuyas trazas se rastrean hasta Simone de Beauvoir y su pretensión de que no se nace mujer sino que se llega a serlo. Una revolución sexual que concibe a las mujeres como naturalmente estériles y las somete a una tecnología que separa sexo y reproducción, es nociva para su salud y ha llegado hasta el extremo de convertirlas en meras incubadoras con las prácticas de maternidad subrogada.

Propuestas del postfeminismo

Los efectos negativos no pueden mantenerse ocultos por más tiempo. Quienes en vez de disimularlos o embarcarse en una huída hacia adelante están afrontándolos, examinándolos y buscando vías para superarlos son responsables de los análisis y las propuestas actualmente más interesantes. Entre ellas una reconsideración del modo en que vivimos la sexualidad y la revalorización de una feminidad que asume la biología y de instituciones, como el matrimonio, que han vertebrado nuestra sociedad hasta no hace tanto. El feminismo hegemónico, cada vez más agotado y autorreferencial, pretende ignorarlo, pero el dinamismo intelectual está hoy en día entre quienes buscan superar el feminismo.

 

 

[1] Ponencia pronunciada por Jorge Soley Climent en la Semana de estudios “Nuevo feminismo” organizada por la Cátedra de la Mujer de la UCV en Valencia, el 27 de mayo de 2024.

 

 

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Pedro Talavera, Sexo, género, transgénero y derecho (13 febrero 24)

Javier Barraca, La manipulación del lenguaje en relación con la identidad de la mujer (14 dciembre 2022)

Juan Manuel Burgos, ¿Es malo ser hombre? Masculinidad, machismo y heteropatriarcado (29 julio 2021)

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