La reducción de la persona a biología:
El inquietante proceso de deconstrucción de la medicina y la investigación biomédica
Punto de partida: consecuencias del pensamiento débil en la investigación biomédica
La investigación biomédica, al igual que todo el ámbito de las ciencias y tecnologías que hoy se proyectan sobre el cuerpo humano ha sido colonizada por el espíritu de nuestra época que, en pocas palabras, podría identificarse con el denominado ‘pensamiento débil’; es decir, con el resultado de un proceso de ‘desontologización’ y ‘deconstrucción’ de la realidad y del ser humano que, privados de todo sentido y finalidad, han quedado reducidos a pura materia prima plenamente disponible.
En otras palabras, podríamos decir que hoy la ciencia se mueve bajo el paradigma de la ‘razón instrumental’, cuyo objetivo final es controlar la naturaleza para poder manipularla y explotarla (someterla al mercado). En el ámbito biomédico, este paradigma instrumental se proyecta sobre el cuerpo humano (fenotipo y genotipo) con el fin de controlar todos los procesos biológicos (desde el inicio hasta el final de la vida) y poder manipularlos a voluntad, convirtiéndolos igualmente en objetos de mercado.
Hoy día, en efecto, la investigación biomédica no es concebible al margen del mercado, y es el mercado el que señala y determina en última instancia el horizonte de esta investigación a partir de indisimuladas expectativas de beneficio. La razón instrumental, consecuencia del pensamiento débil, ha provocado una poderosa alianza entre medicina y tecnología, evidenciando la creciente prescindibilidad del factor humano en la medicina avanzada, absolutamente vinculada a máquinas y técnicas ultrasofisticadas, muy lejos del paradigma de una profesión considerada humanista por excelencia.
Objetivo de este artículo
El objetivo de las breves consideraciones que siguen es, en primer lugar, mostrar cómo se ha desarrollado el proceso de ‘desontologización’ y ‘deconstrucción’ de la realidad y del sujeto hasta dar lugar a la hegemonía del ‘pensamiento débil’, que propugna la autoconstrucción de la realidad y del individuo a partir de sus deseos. En segundo lugar, trataré de explicar la decisiva influencia de ese proceso de deconstrucción en el concepto de salud y en el paradigma de lo científico y lo biomédico. Finalmente, intentaré ofrecer algunos elementos de reflexión que podrían contribuir a recuperar el fundamento humanista de la medicina.
1. El proceso de ‘deconstrucción’ de la realidad
1.1. Hasta la Modernidad
Todo cambio profundo en las comunidades humanas se origina, en última instancia, en el pensamiento abstracto. La reflexión especulativa profunda, a pesar de su aparente desconexión con la realidad cotidiana, es la causa eficiente de la gran mayoría de los cambios y acontecimientos verdaderamente relevantes en la sociedad civil. Por supuesto que concurren otras causas (históricas, políticas, sociológicas…) pero siempre están subordinadas al poder de las grandes ideas que surgen del pensamiento especulativo. Esas grandes ideas, en el ámbito de la filosofía política, conformaron históricamente los tres grandes paradigmas antropológicos, las tres ideas más densas sobre el modelo de hombre, concebido como ‘héroe trágico’ por el pensamiento greco-romano; idealizado espiritualmente como ‘santo’ por el pensamiento cristiano en el medioevo; constituido como ‘ciudadano’ a partir de la Modernidad[1].
1.2. En la postmodernidad
Estos tres grandes paradigmas se han disuelto en lo que Lyotard denominó ‘postmodernidad’[2], en lo que Vattimo popularizó como ‘pensamiento débil’[3] y en lo que Bauman describió como ‘modernidad líquida’[4]. Sin entrar en mayores profundidades, que excederían del objeto de este breve análisis, lo que estos autores explican es que la Modernidad, fundamentada en el ideal ilustrado de la emancipación del sujeto (liberación de esclavitud material de la mano de la ciencia; liberación de la esclavitud moral y religiosa de la mano de la autonomía y liberación de la esclavitud social y política de la mano de la democracia y los derechos) se derrumbó estrepitosamente con las dos guerras mundiales del siglo pasado.
La ciencia no solucionó las carencias materiales, sino que produjo las mayores cotas de explotación, esclavitud, pobreza y marginalidad jamás conocidas. Y la tecnología produjo instrumentos destructivos capaces de acabar con la propia humanidad. Y lejos de generar progreso moral y condiciones de democracia, libertad e igualdad, surgieron ideologías nihilistas, materialistas y racistas que dieron lugar a regímenes totalitarios y genocidas que provocaron la muerte de millones y millones de personas en sus delirantes proyectos de ingeniería social. La razón ilustrada, travestida de razón instrumental, se ha hecho incapaz de realizar el sueño emancipador de la humanidad, como explicaron lúcidamente Adorno y Horkheimer[5].
El desencanto postmoderno
La consecuencia intelectual de este panorama histórico fue la de un profundo desencanto que produjo el colapso de los grandes relatos y, con ello, el definitivo sepelio de la ontología y la metafísica. Para el pensamiento postmoderno no existe ningún paradigma o modelo ideal de hombre o de sociedad al que aspirar, tal y como habían propugnado los grandes sistemas religiosos o filosóficos (el cristianismo, la ilustración o el marxismo). Para Lyotard, la realidad carece de sentido y de consistencia objetiva, quedando reducida a pura hermenéutica, pura interpretación. No existe una teleología inscrita en el hombre o en la naturaleza que dicte la regla de lo bueno y de lo malo, de lo verdadero y lo falso.
Vattimo lleva a la cumbre el pensamiento postmoderno afirmando que la realidad es «pura fábula», cuento que cada uno se cuenta a sí mismo o cuenta a los demás. No hay nada fuera del conocimiento del sujeto, todo es pura subjetividad. En otras palabras, cada sujeto construye su propia realidad de acuerdo con el dictado de su deseo; se construye a sí mismo en función de su propio modelo de sí mismo.
Este pensamiento postmoderno, que es efectivamente un ‘pensamiento débil’ porque ha abandonado la ‘razón fuerte’, la metafísica y la teleología, se entrega al ‘nihilismo’ y descubre a Nietzsche (liberación de toda regla moral, el hombre es pura voluntad) y también a Freud (liberación del instinto y todas las pulsiones sexuales reprimidas). Con ellos, la emancipación del hombre abandona su vertiente racionalista ilustrada y concibe la liberación en sentido opuesto: librarse de la razón; lo único genuino del hombre es el deseo y el instinto. La verdadera libertad es la pura espontaneidad. La razón esclaviza, el instinto es liberador porque es espontáneo, no está sometido a las reglas opresoras de la moral.
El giro lingüístico
Junto a esto, el pensamiento postmoderno asume el giro lingüístico. La realidad no existe, solo existe lo que contamos de ella. Son las palabras con las que definimos las cosas las que determinan la realidad, palabras que siempre contienen ideología. Wittgenstein afirmó que la realidad es pura hermenéutica y está determinada por el lenguaje que utilizamos para explicarla[6]; Gadamer confirmó que ‘conocer es siempre y solo interpretar’[7]. Nietzsche había escrito que para acabar con Dios primero había que acabar con la gramática, pero fue Derridà quien convirtió el lenguaje (la hermenéutica) en el método para ‘construir’ la realidad: si la realidad carece de ontología y es pura interpretación, entonces puede cambiarse o recrearse, indefinidamente, a través de lo que bautizó como ‘deconstrucción’[8].
Deconstruir significa definir la realidad con nuevos términos para quitarle el sentido tradicional (la ideología con la que se ha construido) y recrearla bajo un nuevo significado. En el ámbito biomédico abundan los ejemplos de este proceso: la realidad traumática del aborto viene sustituida por la realidad terapéutica de la ‘interrupción voluntaria del embarazo’ (como si se tratara de un interruptor que pudiera encenderse o apagarse a voluntad). La anticoncepción viene redefinida como ‘salud reproductiva’. El concepto personalista de embarazo, ligado a la maternidad, viene sustituido por el de ‘gestación’, entendido como puro proceso biológico que puede realizar cualquier mujer, para sí misma o para otra; etc. La revolución de mayo del 68, en sus famosos e inolvidables lemas, no fue otra cosa que una exaltación de estas dos manifestaciones del nihilismo postmoderno: liberación de la razón y de la moral (‘prohibido prohibir’) y deconstrucción (‘la imaginación al poder’).
2. El proceso de ‘deconstrucción’ del sujeto
El pensamiento postmoderno no solo ha ‘deconstruido’ la realidad externa al sujeto, sino que ha concluido el proceso de deconstrucción antropológica del propio sujeto.
2.1. Primer paso: La deconstrucción de la realidad del racionalismo
El primer paso –y el más radical- en ese proceso se produjo con el dualismo cartesiano que, rompiendo con el pensamiento clásico, planteó una escisión radical en la estructura íntima del sujeto entre su corporeidad y su mente o espíritu[9]. Para Descartes, la realidad no existe fuera del sujeto, solo existe cuando el sujeto la piensa. Lo primario es el ‘yo pensante’ (la ‘res cogitans’) y el mundo exterior (la ‘res extensa’) solo es real en la medida en que es pensada por el yo.
El racionalismo genera un cambio radical en la comprensión del sujeto: el cuerpo –mi cuerpo– es algo diferente de mí mismo, pertenece al mundo material; lo que yo soy realmente es mi razón. La sustancia corporal no es constitutiva de la persona, solo es algo material que yo poseo. El cuerpo no pertenece al ser del sujeto, sino al tener. Esto tiene unas consecuencias radicales en el ámbito de la ética. Puesto que si la esencia del yo es la mente, la corporalidad humana carece de finalidad, no tiene una teleología a la que responda su perfección, ni puede considerarse fuente de moralidad. Además, puesto que la corporalidad pertenece al ámbito de lo que ‘yo no soy’, deviene algo disponible, manipulable e, incluso, enajenable.
2.2. Segundo paso: La reducción kantiana del sujeto a autoconciencia
Un segundo paso fundamental en el proceso deconstructivo se produce con la filosofía kantiana, a partir de la cual el sujeto cartesiano, reducido a autoconciencia, a puro conocimiento, experimenta su definitiva transformación hacia el subjetivismo, para reducirse a pura autonomía.
Kant se rinde ante la imposibilidad de conocer la esencia íntima de la realidad (el noúmeno) y afirma que solo cabe conocer lo que aparece de ella, la apariencia (el fenómeno). No puedo saber lo que las cosas son en sí, solo puedo saber lo que son para mí. Por consiguiente, yo soy el que debo gobernarlas de acuerdo a cómo pienso que son las cosas. Para ser verdaderamente libre no puedo aceptar reglas de nadie (ni siquiera de Dios), debo ser absolutamente autónomo, debo ser mi propio legislador moral. Toda regla que no provenga de mí mismo es una imposición que me esclaviza. Ser sujeto significa ser autónomo: ser dueño de sí mismo y decidir mis propios fines.
La única reserva que Kant establece para evitar la desintegración social y moral es la exigencia de que mis reglas puedan ser universalizables[10]. Pero este criterio formal, el imperativo categórico, resulta demasiado débil en el terreno práctico. A tal punto que, tras esta segunda deconstrucción, el sujeto queda liberado de toda regla moral natural o trascendente, pasando a ser dueño absoluto de sí mismo y debiendo definir por sí mismo el sentido de su existencia.
2.3. Tercer paso: La deconstrucción del sujeto
Nietzsche y el sujeto como voluntad de poder
En este caldo de cultivo se produce el tercer paso en el proceso de deconstrucción, representado por la filosofía de Nietzsche, que inaugura el paradigma postmoderno del sujeto como pura voluntad de poder.
Con él se produce la elevación del subjetivismo a su máximo exponente: no hay verdadera autonomía sin una verdadera liberación del yo. Para llegar al verdadero ‘yo’ Nietzsche exige experimentar tres grandes trasformaciones. Hay que liberarse de toda moral, representados por la imagen del camello y del topo (someterse a reglas morales es propio de esclavos): hay que pasar del ‘yo debo’ al ‘yo puedo’[11]. Hay que liberarse de todo convencionalismo y construcción intelectual o social (yo soy lo que quiero ser: yo soy mi voluntad): hay que pasar del camello al león; del ‘yo puedo’ al ‘yo quiero’[12]. Finalmente, hay que liberarse de toda racionalidad (la razón esclaviza): yo soy mi deseo. Hay que pasar del león al niño, del ‘yo quiero’ al ‘yo soy’[13].
El sujeto queda reducido a un cúmulo sensaciones, deseos e impulsos; una voluntad indiscriminada que le dota de poder, libre de toda restricción intelectual o moral. El niño es el prototipo del ser: no tiene conciencia moral (no siente remordimiento); sólo vive en el hoy y ahora (instanteísmo); disfruta de su vida como un juego (no se somete a la razón, sino que se abandona a la sensación); sólo le mueve el deseo (no tiene conciencia de deber) y su horizonte es dominar lo que le rodea.
La aportación de Freud: el yo como deseo
Sigmund Freud acabó de completar el proceso deconstructivo con sus aportaciones sobre el psicoanálisis, su incidencia en la represión del instinto sexual como causa de la neurosis y, sobre todo, con su teoría del ‘yo’ y del ‘ello’[14].
En una línea muy nietzscheana, Freud afirma que la identidad del sujeto (el yo) es el agente interior que coordina una superestructura de deberes morales y normas sociales (el superyó) y otra infraestructura en la que se almacenan todas las compensaciones, frustraciones y represiones, (el ello). Para evitar psicopatologías, según su máxima, “donde hay ello, debe haber yo”; resulta imprescindible liberar el ‘ello’, todo deseo reprimido (básicamente de índole sexual) para convertirlo en ‘yo’. Y eso exige liberarse del ‘superyó’, de toda norma moral que frustra los deseos, para dejar fluir al ‘yo’. En definitiva, el ‘yo’ no es más que un conjunto de pulsiones (sexuales) liberadas de toda represión. En definitiva, el sujeto (el yo) solo es algo que siente y que desea.
La deconstrucción del yo biológico
La deconstrucción del yo reducido a puro deseo, sensación y pulsión sexual, ha conducido a la deconstrucción de la propia realidad biológica. El sexo biológico, cromosómico, ha sido sustituido por el valor superior de la ‘identidad sexual’ ligada al ‘género’. El dimorfismo sexual propio de la especie se tilda de ‘morfología binaria’ represiva, que debe superarse y evolucionar hacia lo ‘inter’ y lo ‘trans’.
Es más, dado que el cuerpo es disponible (manipulable o sustituible por silicona) se preconiza una evolución hacia lo ‘posthumano’, una realidad futura superadora de la corporalidad que reduce la identidad del sujeto a su cerebro y reduce el cerebro a datos, convertibles en bytes y transferibles a placas digitales que asuman las funciones cerebrales y puedan vivir indefinidamente incrustados en sucesivos y pluriformes soportes materiales. En definitiva, la antropología de la postmodernidad se muestra básicamente como anti-humana, puesto que su horizonte no es un sujeto sino un fluido virtual de conciencia, tal y como se planteaba en la película ‘Transcendence’.
3. La deconstrucción de la ciencia y la investigación biomédica
Como puede deducirse fácilmente de lo expuesto, también la ciencia ha sufrido este proceso de deconstrucción al servicio de esa nueva concepción del sujeto en clave de pulsión y deseo. La ciencia, transmutada en pura tecnología y en íntima alianza con el mercado, es hoy el instrumento que permite al sujeto satisfacer cualquier deseo, sin limitaciones morales, sociales o biológicas, haciendo efectiva su voluntad de poder sobre la naturaleza y sobre su propio cuerpo.
La tecno-ciencia
Lejos de los presupuestos de la episteme griega (razón filosófica para el descubrimiento de la armonía y teleología de lo real) y de la scientia medieval (razón teológica y práctica para el descubrimiento del sentido moral y trascendente de la existencia), la ciencia postmoderna, al margen de toda ontología y toda ética, se ha convertido en tecno-ciencia, pura razón empírica e instrumental, capaz de desarrollar infinitos mecanismos y dispositivos, cada vez más sofisticados, para controlar y manipular toda la realidad, incluyendo la mente y el cuerpo del sujeto humano.
La investigación biomédica
La investigación biomédica constituye hoy, si no el paradigma, sí uno de los exponentes fundamentales del modelo tecno-científico postmoderno. Solo existe un objetivo para la tecno-ciencia biomédica: desentrañar los procesos internos de nuestro cuerpo para controlarlos y conseguir vencer todas las limitaciones humanas. De ahí que la libertad de investigación se haya convertido en un dogma absoluto e incontrovertible y todo intento de someterla a criterios éticos sea calificado de reaccionario y de intolerable paternalismo trasnochado y obsoleto.
La tecno-ciencia biomédica, puesto que no concibe una esencia humana que haya que respetar, solo concibe una infinita gama de posibilidades de actuar sobre el cuerpo humano para controlar cada vez más y mejor sus procesos. Su única ética es la supuesta eficacia de cara al bienestar futuro. La vieja regla aurea “no todo lo que se puede hacer se debe hacer”, se ha transmutado en el imperativo postmoderno: “todo aquello que podamos hacer debemos hacerlo”.
El auténtico objetivo de la investigación biomédica no es tanto hacer frente a las enfermedades, cuanto dominar los procesos biológicos, sobre todo a través de la genética, pretendiendo una especie de utópico perfeccionismo que supuestamente conseguirá superar todas las deficiencias y limitaciones de nuestra especie[15]. Hoy, apenas son objeto de una irónica y compasiva sonrisa, quienes arguyen pretextos éticos frente a la experimentación con embriones humanos, terapias en línea germinal, procedimientos de edición genética, biología sintética, etc.
4. La deconstrucción de la medicina como saber práctico
En triunfo del concepto postmoderno de persona que, como hemos visto, ya no se identifica con el cogito cartesiano ni con el imperativo categórico kantiano, sino que está ligado al irracionalismo de cuño nietzscheano, expresado fundamentalmente en clave freudiana como deseo (pulsión), experiencia y sensación, provoca que el ‘yo’ ya no radique en el ‘ser’ sino en el ‘sentir’: yo soy un cuerpo que siente y que desea[16].
La búsqueda de la sensación de bienestar
Al sujeto postmoderno ya no le interesa comprender la realidad, porque la realidad no es más que pura fábula, pura ficción, un relato que puede ser recreado y sustituido por otro relato alternativo. Ese sujeto busca sentir, experimentar sensaciones: no quiero ‘estar’ bien, quiero ‘sentirme’ bien. Esa ‘sensación de bienestar’ está exclusivamente ligada a la capacidad de experimentar placer y de eliminar toda manifestación de dolor o sufrimiento (cada vez más ligado hoy a la frustración de expectativas). El recurso masivo a los psicofármacos, al viagra, a la cirugía estética, a la reproducción asistida, etc., son respuestas de la medicina a un sujeto que busca sensaciones subjetivas de bienestar y que reivindica como derecho poseer y mantener la máxima capacidad de experimentar placer[17].
De razón práctica a razón técnica
Esta nueva concepción del sujeto ha provocado la deconstrucción de la medicina, que abandona el paradigma humanista de la razón práctica para someterse a los postulados de la razón técnica, dispuesta a responder a las exigencias subjetivas de bienestar de los sujetos. Este proceso es el resultado de la confluencia de dos factores: la subjetivización del concepto de salud y la perversa alianza de la medicina con la tecnología.
4.1. La subjetivización del concepto de salud
La decontrucción de la salud
El sujeto postmoderno, convertido en pura subjetividad ‘sentiente’, ha deconstruido el concepto de salud, convirtiéndolo en una ‘sensación subjetiva de bienestar’. De acuerdo con su concepción clásica, la salud venía definida como “el estado en el que un ser orgánico ejerce normalmente sus funciones”. Una definición de índole biológica, objetivista, que sirvió de base al concepto de enfermedad largamente utilizado en medicina clásica y que se concretaba en “un estado de anormalidad en el ejercicio de las funciones por parte de un ser orgánico”.
Dicho de otro modo: la salud sólo se definía, de manera negativa, constatando la ausencia de enfermedades y, por ende, el correcto funcionamiento del organismo. Este concepto objetivista se deconstruye y asume definitivamente una dimensión subjetivista, cuando la OMS, en junio de 1946, con motivo de su asamblea fundacional, adoptó oficialmente esta definición:
la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.
Con esta definición, la salud dejó de ser un parámetro biológico y se transmutó en una ‘sensación’ definida por el propio individuo. Estar sano ya no es un dato biológico objetivo, es gozar de una sensación placentera de bienestar (el médico ya no pregunta: ¿cómo está usted?, sino ¿cómo se siente usted). Esta idea de salud constituye además un derecho absoluto para el sujeto: el derecho a disfrutar de la más plena sensación de bienestar posible. Un derecho indiscutido que la medicina debe garantizar. Y para ello está justificado el concurso de la investigación y la tecnología biomédica sin ningún límite. Todo medio es legítimo si tiene como fin procurar el bienestar del sujeto, tal y como el sujeto entiende su bienestar.
De paciente a cliente
La repercusión de este nuevo paradigma de salud en la praxis médica ha sido radical. En su concepción clásica, la medicina se concebía no tanto como una ciencia sino, sobre todo, como un ‘saber’ (relacionado con los conocimientos del médico pero básicamente con su prudencia) y estaba dirigido a la atención y cuidado del enfermo. La concepción postmoderna concibe la medicina como un ‘servicio público’. El médico es un mero intermediario entre los avances de la investigación (convertidos en pruebas diagnósticas, terapias, fármacos o cirugías) y las demandas del paciente, que adquiere la condición de ‘cliente’ con derecho a exigirlas[18].
En el ejercicio postmoderno de la medicina el médico debe satisfacer las demandas o expectativas del paciente, puesto que es el propio individuo quien determina su estado de salud, que se mide por la sensación, el deseo o la expectativa de cada sujeto con relación a su estado físico o psicológico.
El sujeto postmoderno, en cuanto que substrato de pulsiones básicas, pretende ‘experimentar’ el máximo grado de bienestar personal, que consiste en eliminar todo sufrimiento y potenciar al máximo todo tipo de sensaciones placenteras. Y para ello se considera legitimado a exigir cualquier tipo de fármaco, terapia o cirugía. El paciente (en sentido pasivo) pasa a ser en realidad un cliente (en sentido activo) que establece una relación con el médico basada en su derecho fundamental a ‘sentirse bien’. El trabajo del médico consiste hoy, básicamente, en satisfacer las demandas de cuidado sanitario que reclaman los pacientes. La relación médico-paciente se establece como un ‘contrato’ entre el médico-proveedor de servicios y el paciente-cliente, encaminado a conseguir un resultado. Tanto es así que la no consecución del resultado esperado puede llegar a ser denunciada ante un tribunal y generar responsabilidades civiles o, incluso, penales.
El derecho subjetivo a la salud
Para la concepción subjetivista, la autonomía se ha conviertido en el principio básico ordenador de la salud (sin la modulación de los otros grandes principios: no maleficencia, beneficencia y justicia)[19]. La salud se ha transformado en un asunto privado (la define el propio sujeto y la exige como derecho subjetivo). El paciente tiene una idea de salud que quiere desarrollar y el profesional sanitario está ahí para procurar satisfacerla acudiendo a todos los medios técnicos. Basta observar la creciente ‘farmacologización’ de las sociedades occidentales (gente que toma 20 o 25 cápsulas diarias, una para cada pequeño problema real o imaginario); situación que degenera frecuentemente en la ‘medicina del deseo’: exigir una intervención médica o farmacológica para cada expectativa que el sujeto genera (la cirugía estética, la reproducción artificial, el adelgazamiento, los psicofármacos, el rendimiento deportivo…).
4.2. La alianza entre medicina y tecnología
La medicina ha sido sustituida por la tecnología médica
El segundo de los factores que ha contribuido a deconstrucción de la medicina es su alianza cada vez más estrecha con tecnología, proclamando, sin apenas restricciones, que se puede llegar a vencer a la naturaleza y acabar con el sufrimiento: basta para ello invertir lo suficiente en investigación y desarrollar las tecnologías adecuadas. Abanderando este programa, la medicina ha sustituido progresivamente sus fines primordiales clásicos (cuidado y acompañamiento) por los de tecnología y terapia. Decir medicina hoy es decir investigación avanzada, cirugías milagrosas y fármacos de última generación. La esencia posmoderna de la medicina es tecnológica, está vinculada a máquinas sofisticadas, instrumentos quirúrgicos de increíble precisión, digitalización, experimentación, test genéticos…
Ahora bien, aun reconociendo los enormes efectos positivos que esto ha tenido en la salud de multitud de personas, ha provocado también una profunda disociación entre ‘medicina’ y ‘médicos’. En el occidente rico, el cuidado y el acompañamiento del enfermo han sido desplazados a un ámbito que ya no es estrictamente médico (es tarea de auxiliares). Solo cuando pensamos en el tercer mundo, pensamos en el médico tradicional que atiende y se preocupa directamente de los enfermos, con medios escasos y entrega abnegada. En occidente no pensamos en médicos (en general, ni siquiera conocemos el nombre de quien nos atiende), pensamos sobre todo en ‘tecnología médica’.
El ideal de cualquier servicio médico de un Hospital no es tanto la mejor atención a sus pacientes, sino los proyectos de investigación que puede conseguir, la utilización de aparatos de última generación, la realización de intervenciones de máxima complejidad técnica… La medicina de familia en ambulatorios viene considerada como algo más cercano a la ayuda humanitaria al tercer mundo que a la auténtica ‘medicina avanzada’ del primer mundo.
Con la medicina se superan los límites de la naturaleza
Por otra parte, la alianza medicina-tecnología ha inoculado en la sociedad la idea de que se puede vencer al cuerpo (curar toda enfermedad) y se puede vencer al tiempo (dilatar indefinidamente la vejez y la muerte). Una promesa que disuelve el fundamento más sólido de la condición humana: la propia idea de naturaleza. Es decir, se disuelve la evidencia de que la naturaleza humana es limitada e imperfecta en lo corporal (la enfermedad es inevitable) y se preconiza la quimera de un estado ideal y perpetuo de bienestar, tecnológicamente asequible (a través de los fármacos, la cirugía y la genética)[20].
Como consecuencia, las expectativas individuales de salud en los países ricos van creciendo cada día, desproporcionadamente, porque la ‘investigación biomédica’ envía a la sociedad un mensaje (que tiene más de mercado que de ciencia) pero que es asumido acríticamente: toda enfermedad es curable y evitable si se invierte lo suficiente para investigarla. Así pues, el sujeto exige cada vez más a la ciencia médica y lo espera todo de ella incentivado por las espectaculares promesas que la biotecnología y la investigación genética formulan continuamente ante la sociedad a través de los medios de comunicación.
Consecuencias peligrosas
Esto ha provocado, al menos, dos efectos muy perniciosos: por un lado, que sean pocos los que se consideran responsables de cuidar su propia salud, porque ésta ya no se concibe como ligada a la virtud (la vida buena) sino sobre todo ligada a la acción omnipotente de la tecnología biomédica, que puede solucionar cualquier deficiencia (incluyendo las provocadas por uno mismo: alcoholismo, drogadicción, etc.)[21]. Por otro lado, provoca que los servicios sanitarios tengan que garantizar a cada individuo (como derecho fundamental) todas sus expectativas de bienestar a través del acceso a los medios más sofisticados de la tecnología biomédica en radiodiagnósticos, terapias y cirugías. Esto contribuye a incrementar exponencialmente el colapso de los centros sanitarios y a un gasto tan exorbitado que conduce a la quiebra económica del propio sistema de salud[22].
La investigación médica se dirige hacia el bienestar
Finalmente, la alianza medicina-tecnología ha provocado otra perversa alianza entre investigación biomédica y lucro económico: la investigación puntera no busca primariamente luchar contra las enfermedades más extendidas del planeta, sino responder a las expectativas de bienestar de aquellos individuos que pueden generar beneficio económico.
Como es bien sabido, la mayoría de los recursos, en lugar de destinarse a paliar los problemas sanitarios más graves de los países más pobres, se emplean en responder a las expectativas de bienestar de los países más ricos, privilegiando una medicina suntuaria: la medicina estética, la reproducción asistida, los test genéticos, etc., son ejemplos patentes. Se invierte 125 veces más dinero en investigar tratamientos para evitar la caída del cabello o la aparición de arrugas en la piel, que en tratamientos contra la malaria[23]. En definitiva, a las diferencias económicas ya existentes entre países ricos y pobres, hay que añadir otro elemento discriminatorio más: el abismo creciente en los niveles de salud (que serán definitivamente insalvables cuando comiencen a realizarse intervenciones genéticas destinadas al “mejoramiento” de individuos humanos)[24].
5. ¿Es posible una ‘re-construcción’ humanista de la medicina?
De lo que acabo de exponer, puede deducirse la extrema dificultad de revertir la profunda orientación tecno-científica de la medicina y de la investigación biomédica, en una sociedad cada vez más tecnologizada, con mayores expectativas de bienestar y con mayores exigencias de acceso a aparatos y terapias avanzadas. ¿Cabe concebir una reintroducción de la medicina en el paradigma humanista? Puede que todavía haya alguna posibilidad de hacerlo, pero necesitará de un largo proceso de ‘reconstrucción’ en sentido inverso a la ‘deconstrucción’ que han sufrido sus referentes fundamentales.
Pasos a dar en la reconstrucción de la medicina
A nuestro juicio, habría que comenzar a dar pasos en la siguiente dirección:
1. Reconstruir una antropología superadora del dualismo.
La medicina debería reorientar su mirada hacia la totalidad de la persona y no solo hacia su cuerpo. El médico debería tender a desconectarse de los aparatos y a reconectarse con la humanidad de los pacientes. En definitiva, la medicina debería ser un instrumento privilegiado para reconectar al sujeto con la teleología y el sentido de la existencia y desconectarlo de sus pulsiones, sensaciones y deseos.
2. Reconstruir un concepto más objetivista de salud,
no sustentado sobre las expectativas de bienestar de las sociedades opulentas de occidente, sino integrado en una dimensión global, constituido por unos estándares mínimos que puedan ser realmente universalizables y no ligados a la tecnología biomédica más sofisticada.
3. Reconstruir la necesaria conexión de la salud con la virtud (exigencias de la vida buena) y no sólo con el bienestar (pretensiones de vida cómoda).
Es decir, volver a responsabilizarnos del cuidado y de las decisiones que tomamos respecto a nuestro estilo de vida, evitando pensar que todo tipo de conducta resulta más o menos inocua puesto que sus efectos perversos siempre pueden ser paliados (eliminados) por la tecnología.
4. Reconstruir la relación entre medicina y tecnología.
Por un lado, desactivando el mensaje de que la tecnología biomédica acabará venciendo a la naturaleza y podrá solucionar cualquier deficiencia o patología, lo que contribuye a generar unas expectativas de salud tan desmesuradas como irreales. Por otro lado, siendo conscientes de que la necesaria re-humanización de la medicina no requiere de más tecnología sino de mayor calidad y profundidad en la relación médico-paciente.
5. Reconstruir el sentido ético inherente a la biomedicina para evitar convertirla en pura biotecnología ‘mejorativa’, reduciendo el ser humano a simple material orgánico investigable y manipulable.
El cuerpo humano no puede reducirse al genoma y la mente humana no puede reducirse a información y datos (software). El mejoramiento en las condiciones de salud de las personas (objetivo loable de la biomedicina) nada tiene que ver con la manipulación de los procesos biológicos en aras de un supuesto mejoramiento de la especie (biotecnología).
6. Reconstruir una relación coherente y equilibrada entre la investigación biomédica y el mercado,
reorientándola hacia las exigencias más globales y urgentes de salud y no hacia las expectativas más rentables de lucro económico.
NOTAS
- MARÍN, H., La invención de lo humano, Madrid, Encuentro 1997. ↑
- LYOTARD, J.F., La condición postmoderna (1979), Madrid, Cátedra, 2004. ↑
- VATTIMO, G., El fin de la modernidad (1985) Barcelona, Gedisa, 2004. ↑
- BAUMAN, Z., Modernidad líquida (1997), México, FCE, 2016 ↑
- ADORNO, T.- HORKHEIMER, M., Dialéctica de la Ilustración (1944), Madrid, Akal, 2007. ↑
- WITTGENSTEIN, L., Investigaciones filosóficas (1953), Madrid, Trotta, 2017. ↑
- GADAMER, H.G., Verdad y método (1960), Madrid, Sígueme, 2007. ↑
- DERRIDÀ, J., Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra 2006. ↑
- DESCARTES, R., Discurso del Método (1637), Madrid, Magisterio, 1988. ↑
- KANT, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Madrid, Alianza 2002. ↑
- NIETZSCHE, F., Genealogía de la moral (1887), Madrid, Alianza 2002. ↑
- NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie (1883), Madrid, Cátedra 2008. ↑
- Ibídem. ↑
- FREUD, S., El Yo y el Ello (1923), Madrid, Alianza 2012. ↑
- Vid. Ballesteros, J. (ed), Biotecnología y posthumanismo, Pamplona, Thomson-Aranzadi, 2006. ↑
- Ballesteros, J., Postmodernidad. Decadencia o resistencia, Madrid, Tecnos 2000, p. 85-100; Talavera, P., “Economicism and nihilism in the eclipse of humanism”, Humanities (2014) núm. 3º, p. 340-378. ↑
- La identificación de la felicidad con el placer, propio del planteamiento utilitarista, hoy imperante, tiene su origen en J. Bentham (Vid. Falacias políticas, Madrid, CEC, 1990 y J.S. Mill (vid. El utilitarismo, Madrid, Alianza, 2007). En la actualidad está sustentado teóricamente por P. Singer que diferencia entre “animales humanos y no humanos”, y que, en una fase ulterior, distingue entre “animales sentientes y no sentientes” (Repensar la vida y la muerte, Barcelona, Paidós, 1997). ↑
- Kass, L.R., Toward a more natural science. New York (1995): The Free Press. ↑
- No procede entrar aquí en los matices que diferencian la denominada bioética principialista frente a la denominada bioética personalista. Al respecto puede verse: García, J.J., “Bioética Personalista y Bioética Principialista”, en: https:// www.bioeticaweb.com. Adoptamos la formulación principialista únicamente para constatar la absoluta primacía que ha adquirido el principio de autonomía en el ámbito de la salud, sancionado en la legislación española a partir de la Ley de autonomía del paciente de 2002. ↑
- Al respecto resulta paradigmática la obra de Callahan, D., Poner límite. Los fines de la medicina en una sociedad que envejece. Barcelona (2004): Triacastela. ↑
- Benedicto, R., “Martha Nussbaum: las capacidades humanas y la vida buena”, Turia: Revista cultural (2012) núm. 101-102, pp. 155-172. ↑
- OMS. Informe sobre la salud en el mundo 2018, en especial: cap. 2. “Más salud por dinero”. ↑
- POGGE, T., Hacer Justicia a la Humanidad, México, FCE, 2009. ↑
- Güell Pelayo, F., “El embrión post-humano: manipulación genética, reproducción asistida y el principio de beneficencia procreativa”, Cuadernos de Bioética (2014) núm. XXV-3ª, pp. 427-443. Silver, L., Remaking Eden. Cloning and beyond a new brave world, London (1998), W&N. ↑
About the author
Pedro Talavera Fernández
Profesor Titular de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universitat de València. Ha sido profesor Visitante de la Loyola University of Chicago (USA) y de la University of Cambridge (UK). Es autor de diversas publicaciones sobre garantías de los derechos humanos; bioética y biojurídica, metodología y argumentación jurídica; la postmodernidad y el posthumanismo; la dimensión narrativa y literaria del Derecho, etc.