El populismo de raíz marxiana
Laclau, Mouffe y el “sí, se puede”
Hacia una radicalización de la democracia
El argentino Ernesto Laclau y su mujer, la belga Chantal Mouffe, que era más mayor y notoriamente más clara que él, publicaron en 1985 un libro, central en la evolución de su pensamiento, cuyo título contiene ya parte de sus ideas clave: Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia.
De lo dicho o sugerido se infieren varias cosas que van a resultar significativas: Hablamos de un texto de los años 80, es decir, posterior a 1968. La tradición principal en la que se inscriben los autores es el marxismo, con la pretensión de influir también en el pensamiento socialdemócrata. De ahí también que se acojan a la idea de “hegemonía”, de lograr el predominio en el discurso social y político que anunciara Antonio Gramsci unas décadas antes. Se defiende una idea de democracia “radical” -que no es lo mismo que “universal”, como veremos-, tal como hizo Pablo Iglesias en la campaña electoral a Cortes Generales de 2016 (cuando aún iba con Errejón), enarbolando con cierta brillantez los artículos más sociales de la Constitución, que hablan, por ejemplo, del derecho a la vivienda.
Y es que, para Laclau, no todos pertenecen al pueblo soberano, que tiene derecho a decidir, sino que la relación entre populismo y democracia es “contingente” (sic). O dicho de otra forma, esta democracia “radical” se dirige, entre otras cosas, contra la democracia liberal y representativa, y no incluye a todos sino solo -como hacía Marx- a la mayoría.
Podemos
Y es que estamos hablando de la teoría y la praxis con que se fundó Podemos en España, primero como un movimiento político asambleario y luego como un partido. Es fácil ilustrarse sobre el asunto en Youtube con videos de los políticos citados y sobre todo de Juan Carlos Monedero, alma mater del movimiento en nuestro país. También allí se encuentran entrevistas y conferencias de Mouffe y Laclau. Éste, que fue el iniciador, debutó en política como joven marxista revolucionario, reconvertido luego al peronismo de izquierdas, para acabar -es un decir- como profesor universitario. En cuanto tal, llevó a cabo una síntesis que a los filósofos nos resulta inverosímil, de Marx con Wittgenstein, Heidegger, Carl Schmitt, Freud o Lacan -la lista podría continuar-. Téngase en cuenta, aunque ello no sea lo más destacable, que entre los citados figuran dos nombres que anduvieron en las proximidades del nazismo.
El populismo
Pero, ¿qué es el populismo? A menudo se usa el adjetivo ”populista” como algo parecido a un insulto. O como si fuera equivalente al término clásico de demagogia o demagogo, siendo este quien tiende a excitar y movilizar las emociones con simplificaciones fáciles. Es esta una práctica poco edificante pero frecuente en la política democrática. Sin duda, el populismo del que hablaremos es nuclearmente demagógico, pero es mucho más que eso.
Como en casi todo, hay distintas aproximaciones teóricas al fenómeno populista. Mas la de Laclau tiene para nosotros varias ventajas. De entrada, Laclau (2005) reconoce que la etiqueta “populismo” es un término confuso o multiusos, igualmente aplicable a regímenes agraristas o a fórmulas nacionalistas, de derechas o de izquierdas; esto es, a Donald Trump o al general Hugo Chávez. Precisamente por ello, la teoría del autor argentino, fiel él a sus orígenes biográficos, señala un referente modélico expreso (y esta es su primera ventaja teórica): el de los caudillismos latinoamericanos, interpretados de cierta manera. De ahí que a nadie pueda extrañar el alineamiento que se ha producido entre nosotros respecto de Venezuela, ese lugar con el que la política española mantiene vínculos visibles e invisibles.
La segunda de las ventajas aludidas es que, precisamente para evitar tamaña confusión, la formulación teórica de Laclau-Mouffe es muy definida y, por así decirlo, creativamente neomarxista. La tercera de nuestras ventajas es una obviedad: Laclau escribía y pensaba en castellano. Solo a esta forma de populismo de izquierdas (Mouffe, 2018) voy a referirme en adelante.
¿Pero qué tipo de populismo?
Pero debemos ser más concretos, pues la pregunta que abría el párrafo anterior tiene una respuesta relativamente directa: el populismo del que hablamos es la construcción discursiva de un pueblo y/o una identidad colectiva dicotómica (los de abajo frente a los de arriba, por ejemplo). Cómo se logran tales objetivos y, antes que eso, qué significa esa ristra de palabras es lo que cumple explicar en estas líneas. Pero debemos empezar desde un poco antes.
Populismo postmarxista
Mouffe, que elegía las palabras con sumo cuidado, gustaba decir que el populismo era “postmarxista”. Con dicha expresión, aprovechaba la moda terminológica del post y le quitaba hierro al trasfondo de la teoría. Pero no existe entre marxismo y el populismo de Laclau-Mouffe ninguna relación parecida a la que se da entre modernidad y posmodernidad. No se trata del agotamiento de un paradigma teórico-práctico que se resuelve en una especie de heredero muy diferente, pero claramente posterior.
Cuando prefiero afirmar que esta forma de populismo es neomarxista lo que quiero indicar concretamente es que ambos enfoques (marxismo y populismo) comparten las intenciones de fondo -con más realismo, es cierto, en el populismo-, incluida su crítica a la democracia “burguesa” (que el populismo soporta mejor) y su profunda identificación con la Comuna de París de 1871 que Marx (1971) puso como ejemplo de dictadura del proletariado. Eso es lo que significa una relación “contingente” con la democracia liberal: se aplaude con vigor la tradición democrática del gobierno del pueblo, que tiene en Rousseau y Marx sus principales exponentes; al mismo tiempo, se orilla la tradición liberal (de hecho, Mouffe, acaba identificando el “neoliberalismo” como uno de los mayores rivales que el populismo pretende contrarrestar), la cual defiende con énfasis la separación de poderes, el Estado de derecho y los derechos individuales[1].
De ahí el deseo (patente en la mayoría parlamentaria de nuestro país) de controlar los medios de comunicación y el poder judicial, poniéndolos al servicio del “pueblo”. El ejemplo de López-Obrador “democratizando” la judicatura mexicana no precisa de más comentarios. Pero, de nuevo, ¿qué es el pueblo?, ¿qué se entiende por tal?
El neomarxismo
El proletariado como clase social oprimida
Convendría citar in extenso el comienzo del Manifiesto Comunista: Toda la historia de la humanidad es una historia de luchas de clases: libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales[2]…;
en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida.
Y la moderna sociedad burguesa no ha abolido tales antagonismos, sino que los ha simplificado:
Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado (Marx y Engels, 2013).
En este marco, el cometido del partido comunista consistía en agitar o hasta hacer surgir en los obreros industriales la “conciencia de clase”, el saber que forman una clase social oprimida -la clase obrera- cuyos intereses no pueden identificarse con los de “la empresa”, “el país” o el gobierno porque todas esas abstracciones, lejos de representar los intereses generales de la “sociedad”, están al servicio de la clase dominante, es decir, de la burguesía. La conciencia de clase convertiría al proletariado en una clase social revolucionaria, al convencerse de que nada tiene que perder en la lucha y en la revolución, excepto sus cadenas.
El cambio del proletariado por la idea de pueblo
¿En qué se separan Laclau y Mouffe del esquema descrito? ¿Por qué la idea de pueblo ha de sustituir a la del proletariado como agente de un cambio social radical? El problema de Marx es que diseñó su teoría de las clases sociales pensando en el primer capitalismo industrial, el que tenía delante, cuando las fábricas empezaron a atraer a la población rural y el sector primario cedía su papel preponderante al secundario, en una estructura productiva de crecimiento exponencial.
Las clases sociales se definían, para él, por su relación con los medios de producción: la burguesía como clase propietaria de los medios de esos medios -básicamente, el capital-; el proletariado como clase trabajadora obligada a vender su fuerza de trabajo en el mercado por el precio a la baja que alguien le ofrezca (un salario de mera subsistencia). En medio de ambas clases antagonistas, estarían los gestores y la pequeña burguesía, siempre al servicio de la grande, siendo esta última quien domina también en el Estado y la cultura.
¿Qué provocó la nueva noción de clase social?
¿Qué problemas hirieron de muerte esta explicación, a partir de la Primera Guerra Mundial y la crisis de 1929? Primero, el proletariado inglés y el norteamericano no mostraron ningunas ínfulas revolucionarias durante la Gran Guerra; se identificaron, no con su clase social, que no tenía patria ni bandera en la guerra y supuestamente era “internacional”, sino con la bandera de su propio país.
En segundo lugar, antes incluso de la revolución informática, el sistema económico se “urbanizó”, haciendo surgir una multitud de trabajos, en comercios y profesiones liberales, que no podían reducirse al esquema dicotómico burguesía/proletariado. Lo que dio pie a un desarrollo creciente de clases medias que desbordó el esquema bipolar marxiano. En tercer lugar, tras la crisis de superproducción del 29 que asoló al mundo desarrollado, surgió el keynesianismo; es decir, que el Estado -que, según Marx, habría de desaparecer en la sociedad comunista, cuando ya no fuera la marca blanca del capitalismo- pasó a tener (de diversas maneras) una función imprescindible en la estructura productiva.
En definitiva, desde hace muchas décadas, la categorización de quién pertenece a qué clase social no se lleva a cabo en los términos relativamente simples preconizados por Marx, sino por otros indicadores sociológicos, como el nivel de ingresos, el acceso a bienes económicos (como la vivienda) y culturales, las formas de ocio, etc.
La construcción de la idea de pueblo como clase
Pero, entonces, si la clase popular que ha de protagonizar el cambio social radical y beneficiarse de él ya no está definida de modo inmediato, ¿cuál es esa clase, cómo o de dónde surge? Precisamente ese el sentido del populismo como teoría y como praxis: construir el pueblo, la identidad colectiva actual de los nuevos oprimidos, que habrán de reunirse con los viejos.
a) Uso de fórmulas lingüísticas
Dijimos que el populismo consiste en la construcción discursiva de un pueblo. “Discursiva” significa aquí: retórica, lingüística, simbólica. Laclau apela con soltura -cuando no atrevimiento- a figuras retóricas y a la filosofía del lenguaje. Voy a concentrarme en tres aspectos que me parecen imprescindibles y que entrañan cierta complejidad. El primero es la instrumentación y resignificación de “significantes vacíos”, es decir, de fórmulas lingüísticas que, en sí mismas o en el uso común, carecen de connotaciones políticas o ideológicas. La hegemonía apuntada al principio “significa exactamente llenar ese vacío” (Laclau, 1996: 84).
El ejemplo perfecto de esto es la referencia a “la gente” de Iglesias y Errejón en la campaña a Cortes Generales de diciembre de 2015, la primera vez en que Podemos anduvo cerca de sobrepasar al PSOE. En inglés, “people”, en contextos ordinarios denota gente o personas, en plural; pero en contextos políticos solemnes, “the people” es el pueblo. La aludida campaña electoral de Podemos usó, o resignificó, la primera acepción (gente) para significar realmente la segunda, el pueblo, pero en una forma novedosa, no “viejuna”. Es, por cierto, la misma operación retórica que ha llevado a cabo Milei al hablar de “los zurdos” con intención denigratoria. En ambos casos, una palabra neutra pugna, ya resignificada, por ocupar el centro de la arena política.
b) Noción dicotómica de pueblo: la gente contra la casta
El segundo aspecto es aún más sustancial, ya que representa la versión populista de la lucha de clases comunista. La construcción del pueblo ha de ser, como se apuntó, dicotómica, esquemática y simplificadora, con solo dos términos: los opresores y los oprimidos, como escribió el maestro, los buenos y los malos. Recuérdese que la expresión “la gente” se oponía dicotómicamente a “la casta”: la oligarquía, los de arriba, la plutocracia.
Lo cual contiene algún que otro sarcasmo, pues también Milei frecuenta esa misma referencia peyorativa a “la casta” y con idéntico sentido: atizar una dialéctica de oposición binaria e irreconciliable entre el amigo y el enemigo. Laclau apela en este punto literalmente a Carl Schmitt (1998), un pensador alemán que, en los años 20 y 30, formuló una crítica radical a la democracia liberal y parlamentaria que cuenta con las simpatías de Mouffe (1999: 147-151). Mas la vertiente retórica de Schmitt que aquí nos interesa es su concepción de la política en términos “agonísticos” de lucha o combate, como una dialéctica entre nosotros y ellos. Esta es una conditio sine qua non para construir un pueblo discursivamente. Dicho en pocas palabras, el populismo busca y tensa la polarización por su propia vocación.
Disenso y no consenso
Ahí radica una idea específica del pluralismo democrático como pluralismo “agonístico”. Según Mouffe (1999), la crisis más reciente de las democracias occidentales[3], con su desmotivación de la participación política activa de los ciudadanos, se debe a la concepción “consensualista” de aquella que representan autores como Rawls y Habermas -ambos de tendencia socialdemócrata-, quienes identifican el buen funcionamiento de la democracia liberal con la adopción de acuerdos racionales que atiendan de manera equilibrada todos los intereses en juego.
En cambio, para revitalizar la democracia participativa, Mouffe sostiene que han de rebrotar las fuentes del antagonismo social, del disenso y no del consenso. La política no es, o no debe ser -afirma-, orden, sino conflicto. Por eso Podemos se mostró desde su comienzo abiertamente crítico con el consenso constitucional español y lo desacreditó, con el argumento -cualquiera les valía- de que había sido una imposición militar y franquista.
c) Identificar a los perdedores de la globalización neoliberal
Por supuesto, cuanto venimos diciendo presupone la existencia e intensificación de luchas sociales clásicas, como las sindicales, y otras más recientes como las del movimiento antidesahucios. Con lo cual estamos llegando al corazón de la teoría y la praxis populistas, que es el tercer aspecto retórico que quería comentar.
¿Qué tienen en común un temporero del campo y una persona homosexual? ¿Un inquilino urbano y alguien severamente discapacitado? ¿Una mujer, un operario, el hablante de una lengua minoritaria y alguien comprometido con el medio ambiente? En sí mismas, tales situaciones y las reivindicaciones potenciales o actuales asociadas a ellas no tienen nada en común. Pero, por heterogéneas que resulten, se trata de una pluralidad de demandas que el sistema institucional no tiene capacidad de absorber de modo suficiente (Monedero, 2015); o supóngase que ese es el caso.
El trabajo político consiste en articularlas unas con otras en una cadena, como diversas modalidades de un mismo mal: la exclusión. O dicho de otro modo, con un mismo culpable: los poderosos, la élite. Pues lo que construye el pueblo es la hostilidad a un mismo enemigo común. Y adviértase cuán útiles resultan a tal fin las redes sociales, de las que, naturalmente, nada sabían Laclau-Mouffe.
Reconocer esa pluralidad de causas es integrar a los nuevos movimientos sociales posteriores al 68 junto con el proletariado y definirlos a todos como los perdedores de la globalización neoliberal (Mouffe, 2018). Pero no es fácil la tarea de construir con ellos un pueblo o comunidad. Hay algunos mecanismos que la facilitan. Por ejemplo, un liderazgo fuerte que ocupa, por un tiempo, el significante vacío de “la gente”, a modo de símbolo compartido; de ahí las tentaciones de “bonapartismo” y “caudillismo” que Laclau (2005) reconoce como intrínsecas al populismo.
Un grupo de excluidos como representación de todos: los desahuciados
Otro mecanismo facilitador de la articulación equivalencial de la cadena de demandas es que una de ellas represente a la totalidad, como en la figura retórica de la sinécdoque (“tiene que alimentar cuatro bocas”, “le escribiré unas letras”). Así lo hicieron exitosamente las fuerzas políticas nucleadas en torno a Podemos en las elecciones municipales de 2015, donde los deshaucios vinieron a representar al conjunto de reinvindicaciones insatisfechas. Finalmente, y como suponíamos, la construcción dicotómica de un pueblo requiere movilizar emociones, como siempre hizo la política demagógica. Que un diputado varón llore en el Congreso no es una muestra de saludable espontaneidad, sino un acto político con varias caras perfectamente calculadas a priori.
El populismo de Laclau-Mouffe y otras propuestas de izquierda alternativa
Para terminar, no es este el momento de analizar las semejanzas y diferencias entre el populismo de Laclau-Mouffe y otras propuestas de izquierda alternativa como el feminismo interseccional, pero sí podríamos indicar un par de rasgos formales que uno y otro comparten. Por un lado, su componente acusatorio, la búsqueda y condena de un culpable cuyo sacrificio simbólico mantiene unida a la comunidad (o al movimiento reivindicativo) y le permite superar sus crisis (como decía, relacionando violencia y religión, Girard, 1982). Por otro lado, la interconexión de distintas injusticias, conforme a la praxis del Partido Demócrata estadounidense, en los últimos 60 años, de formar grandes coaliciones de intereses objetivamente diferentes y no siempre compatibles entre sí.
Para ver Pluralismo, polarización y guerra, artículo del mismo autor publicado en esta web
REFERENCIAS CITADAS
Girard, R. (1982). El chivo expiatorio. Barcelona: Anagrama.
Laclau, E. (1996). Por qué los significantes vacíos son importantes para la política. En Id., Emancipación y diferencia, Buenos Aires: Ariel, pp. 69-86.
Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: FCE.
Laclau, E., & Mouffe, C. (1985 (y 1987)). Hegemonía y estrategia socialistas. Hacia una radicalización de la democracia. Buenos Aires: FCE.
Marx, C. (1971). La guerra civil en Francia, Madrid: Ricardo Aguilera, 1971.
Marx, C. & Engels, F. (2013). Manifiesto del Partido Comunista, Madrid: Fundación de investigaciones marxistas, 2013.
Monedero, JC. (25.XI.2014) Populismo y democracia (seminario virtual), https://www.youtube.com/watch?v=MCMtKV0aM4k&t=178s&ab_channel=CLACSOTV
Mouffe, C. (1999). El retorno de lo político. Barcelona-Buenos Aires: Paidós.
Mouffe, C. (2018). For a Left Populism. London-NY: Verso.
Retamozo, M. (2017). La teoría del populismo de Ernesto Laclau: una introducción. Estudios Políticos (IX), 41, 157-184
Schmitt, C. (1998). El concepto de lo político. Madrid: Alianza.
NOTAS
[1] Podríamos hablar ahora de la democracia ’iliberal’ que avanza con firmeza en países del este de la Unión Europea, pero es más sencillo evitar esa variante.
[2] Esta idea de una continuidad de algún tipo entre los esclavos de Roma y los oficiales de los gremios medievales no podría sostenerse sin una metafísica como la hegeliana que postula alguna identidad (empíricamente inasumible) de sujetos históricos que persisten a lo largo de épocas diversas.
[3] Esta, la de su crisis, es una conversación constante y necesaria en las teorías de la democracia representativa.
About the author
José Vicente Bonet
Actualmente preside la Sociedad de filósofos cristianos (SOFIC) y trabaja en el Instituto universitario de investigación en filosofía Edith Stein de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir