De la emoción a la violencia

José Sanmartín Esplugues, UCV «San Vicente Mártir».

 

1. Emociones

Hay quien dice que la fascinación que experimentan algunos seres humanos por el terror y por la sangre significa algo así como una vuelta al comportamiento primitivo, animal.

Yo estoy en desacuerdo.

Creo que esa fascinación no tiene que ver con ninguna vuelta al comportamiento primitivo, con una ‘liberación del animal que todos llevamos dentro’.

Tiene que ver en todo caso con el hecho de que somos seres con emociones, es decir con respuestas fisiológicas que se disparan automáticamente ante determinados estímulos. Por ejemplo, ante la amenaza que significa el vacío bajo los pies al lanzarnos en paracaídas, nuestra fisiología vuelca elevadas cantidades de ciertas hormonas en el torrente circulatorio. Me refiero en concreto a la hormona llamada “adrenalina”. Es la hormona que adapta nuestro organismo a la situación amenazadora y que, en particular, genera un aumento de la presión cardíaca y de la frecuencia respiratoria, quemando grandes cantidades de energía. El resultado: la adrenalina produce en la mayoría de las personas una sensación placentera. La acción de la adrenalina se complementa con la de determinados neurotransmisores cuya acción se hace sentir en amplias áreas de nuestro cerebro, como la noradrenalina.

Una vez que el riesgo haya pasado, otros neurotransmisores incrementarán su presencia en el cerebro produciendo sensaciones de relajación o de placer, neurotransmisores como la serotonina o las endorfinas.

2. La agresividad no es la violencia

El miedo como una de las emociones básicas
El miedo como una de las emociones básicas

¿Por qué nos gusta ver, entonces, películas de terror? Por el terror mismo, porque el miedo es una emoción básica que consiste en una respuesta fisiológica compleja de la que forman parte substancias como las citadas. Esa respuesta es algo ajeno a nuestra consciencia, aunque el ser humano es tan especial que aprende a generarse situaciones que lo lleven a vivir esas emociones por los efectos que tienen en su organismo.

Obviamente, el ser humano es mucho más que fisiología y emociones. El ser humano es un animal que piensa y mucho más que eso: es un ser que sabe que piensa y se sabe pensando. Esa facultad le ha permitido la construcción de una cultura mediante la cual ha invertido el proceso ordinario de adaptación al medio: el ser humano, mediante la cultura, incidiendo culturalmente sobre la naturaleza, la ha adaptado a él. Y no sólo eso: ha sido también capaz de incidir sobre su propia biología, reorientándola hacia el cumplimiento de fines que le eran ajenos o, al menos, secundarios. Con un ejemplo. La agresividad es igual en el ser humano y el lobo: es una conducta de defensa o lucha que se dispara automáticamente ante determinados estímulos. Automáticamente significa que no tiene un propósito conscientemente fijado. Es, pues, pura biología: un instinto, dirán otros. Pero el ser humano es capaz de fijarse conscientemente un propósito, causando daño a terceros al realizarlo. En ese caso, no podemos hablar de agresividad. Hay que hablar de violencia. La agresividad es una reacción inconsciente ante determinados estímulos. La violencia es una acción (o inacción) consciente que causa o puede causar un daño. Hay una gran diferencia, pues, entre una y otra.

Leer más:

LA_VIOLENCIA_Y_SUS_CLAVES_2013_1

Sanmartín Esplugues, J. (2013). La violencia y sus claves. Barcelona: Ariel QUINTAESENCIA.

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